La película Padre Pro: Entrevista con el P. Pedro Reyes, protagonista Este 23 de noviembre de 2007 se cumplieron 80 años del fusilamiento del sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro, durante la Guerra Cristera, y con este motivo se estrena en formato CD una extraordinaria película biográfica bajo la dirección de Miguel Rico, con guión del sacerdote jesuita, Alberto Vargas. La cinta, que aportará información y anécdotas inéditas, se apega estrictamente a la vida del Padre Pro, pero también refleja los problemas sociales y políticos que tuvo que enfrentar el sacerdote durante su ministerio, dada la prohibición y condena del gobierno de Plutarco Elías Calles a cualquier acto de culto religioso público, además de una abierta injerencia del Estado en cuestiones de la Iglesia. La producción de esta película fue posible gracias a las aportaciones voluntarias de distintas personas y fue grabada en locaciones de México y Europa, continente en el que vivió el Padre Pro luego de que, a causa de la Revolución Mexicana, cerraran los seminarios en nuestro país. La Arquidiócesis de México y el semanario Desde la fe desea todo el éxito a esta gran producción cinematográfica, cuya intención de ninguna manera es levantar polvaredas con el Estado, ni meter el dedo en las llagas del pasado, sino mostrar con base en fuentes documentales y testimoniales fidedignas, la vida de uno de los personajes más importantes de la vida de la Iglesia en el siglo XX: el beato Agustín Pro. El actor, además de ser sacerdote jesuita, trabaja a favor de los derechos laborales de mineros de Pasta de Conchos, Coahuila, y en la búsqueda de la democratización de la sociedad mexicana. Habla con el entusiasmo en los ojos, con una sonrisa sensible a cada acción, imposible no comparar sus expresiones y gestos con los del Padre Pro; el padre Pedro Reyes, sacerdote jesuita, relata su experiencia como actor al representar al mítico Miguel Agustín Pro, también sacerdote de la Compañía de Jesús, beato y mártir mexicano fusilado durante la persecución religiosa en México en el siglo XX. Sin embargo, modesto y lejano de la figura del beato mártir, el padre Reyes sentencia de inmediato: “Creo que cuando me propusieron el proyecto, lo primero que sentí no fue el parecido que tenía con Miguel, sino la diferencia. Porque hablamos de 80 años de distancia, de un Concilio Vaticano de por medio, con una Compañía de Jesús viviendo un cambio muy fuerte”. Pedro Reyes, mexicano nacido en los Estados Unidos, hijo de una familia devota y de un padre médico, vivió siempre en el hospital, entre los enfermos y necesitados; urgido de otras experiencias, radicó en Ensenada, Baja California, para estudiar oceanología, allí recibió invitaciones para el sacerdocio: “sólo que no me agradaba la idea de estar encerrado en el seminario ocho años”, y regresó a la capital. En México, participó en varias compañías teatrales; estudió comunicación y un diplomado en teología para laicos; más tarde, “entre las colonias, entre la gente trabajadora”, ingresó a la Compañía de Jesús e inició su recorrido hacia el sacerdocio, estrechando la distancia entre su vida y la vida del beato Padre Pro. Pedro Reyes, entonces diácono transitorio en espera de su ordenación presbiteral, recibió la invitación de participar como protagonista en un filme sobre la vida del padre Miguel Agustín Pro Juárez y de inmediato se puso a leer: “Leí cuanta cosa me encontraba de Miguel, de la época y sus personajes; sus biografías, sus cartas y su periodo histórico para tratar de comprender los resortes que movían a Miguel. Me parecía que había un nexo que llegaba a san Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, y que por supuesto me tocaba. Es la experiencia que yo he vivido en la Compañía, el itinerario de Miguel es muy semejante en algunas cosas al mío, desde los años de formación y en proyectos de apostolado. Empecé a descubrir que lo que nos unía es precisamente esa espiritualidad de Ignacio de Loyola: la posibilidad de contemplar a Dios en todas las cosas, de trabajar y adaptarte a las diferentes situaciones que se presentan desde una opción muy clara, desde el seguimiento de un Cristo pobre, humilde que está trabajando por la vida de todas las personas. Siento que fue ahí donde comencé a encontrar el parecido”. Mineros y barreteros Miguel. Sólo Miguel. El padre Reyes habla del beato como si hubiera hablado con él por la mañana, como si fuera uno más de los mineros de Pasta de Conchos con los que trabaja en la defensa de sus derechos laborales, y vuelve a estrechar los 80 años que lo separan del padre Pro: “Su trabajo con los obreros, con los mineros resonaba en mi experiencia con el trabajo en las maquilas, en las empresas, con los obreros, en sus casas, en donde he intentado hacerme su amigo”; pero también su celo sacerdotal y su compromiso en hacer lo que en su corazón sentía como hombre de Dios, al servicio de todas las almas humanas comparten ambos jesuitas. “Miguel participó en una misión en San Tiburcio, con campesinos sencillos, y años más tarde recordaría que allí encontró a jesuitas felices entre gente también feliz. Creo que eso era Miguel, una búsqueda de una alegría que no es superficial, que viene de más adentro y que busca extenderse, alcanzar a los demás”. Pedro Reyes no dramatiza y revela el vínculo con el padre Pro: “Poco a poco se me fueron descubriendo esos nexos, esas conexiones hacia dentro”; dentro de su espíritu, del servicio a la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad. “Quizá de allí venga esa frase de Miguel: ‘Yo soy barretero: el chalán de los mineros’”, dice Pedro Reyes con su cabello ensortijado, su sonrisa imperturbable y la mirada como la de un niño, la misma expresión y voz que utiliza cuando él mismo ayuda a los mineros y busca justicia laboral en las minas de Coahuila, cuando al igual que Miguel Agustín Pro celebra la Eucaristía y se encuentra con Dios. Convencido, nos persuade casi de que la frase es de él y no del padre Pro, y que la injusticia no es la de la Cristiada sino la vivida hoy. Además de los mineros, Pedro Reyes trabaja con electricistas y maestros en corrientes de democratización sindical, con las disidencias en los sindicatos que buscan exiliar a los líderes charros de su gremio. En el plano religioso, dentro de la Compañía de Jesús, el padre Reyes pretende seguir estudiando, sobretodo filosofía: “mi trabajo siempre ha ido hacia este rubro, hacia la filosofía del poder y, desde allí, plantear una manera de acercarnos a los derechos humanos que no dependa tanto de un marco normativo, y una manera de construir un mundo más incluyente donde todos tengamos voz y palabra”. Partidario de las luchas sociales, las conquistas en salud, seguridad, trabajo y derechos colectivos emanados de la Revolución, el padre Reyes, explica: “Me preguntaron alguna vez si valía la pena recuperar las causas de los cristeros, pero es muy complejo porque las causas iban desde el levantamiento de los campesinos por acceso a la tierra, a una vida segura, a la capacidad de celebrar sus fiestas, lo que muchos obispos defendían en México; creo que las causas que quedaron como más visibles del movimiento cristero ya pasaron, pasó su manera de entenderse y pasó su manera de defenderse como lo hicieron entonces”. El padre Reyes prefiere poner los ojos en el presente: “Creo que es importante pensar cómo queremos vivir, porque de pronto estamos siendo víctimas de un miedo terrible que nos está haciendo tomar otras decisiones o dejar que otros tomen decisiones por nosotros, que nos están costando hambre, pobreza y miseria que se extiende cada vez más en el país. El esquema de autoridad después de la Revolución nos convenció de que la única forma de funcionar era con cuerpos sometidos a la autoridad de un partido o de un grupo gobernante. Aunque creamos que existe una democracia por la diversidad de partidos, a fin de cuentas el grupo que gobierna sigue siendo chiquito y eso no es una sociedad democrática, no podemos imaginar una sociedad democrática cuando tienes al 60% de la gente por debajo de la línea de la pobreza, es una contradicción en sí misma”. -¿Cuál fue el reto de representar al padre Pro con todo este antecedente? -Uno de los retos de representar a Miguel es que es un personaje que está metido en bandos y que lo tienen capturado en un bando; Miguel fue un hombre en una época muy compleja de la que probablemente entendió poco porque llegó a México un año antes de ser fusilado y porque la situación misma difícilmente alguien la entendía por completo. Miguel se vio de pronto en esta situación y buscó en su corazón y su inteligencia qué era lo que él podía hacer para acompañar al pueblo que estaba viviendo todo eso. Lo que encontró es que podía ser un sacerdote íntegro, pleno, en serio, metido en donde tuviera que meterse para serlo. Creo que su muerte fue, más que el resultado de su propia convicción, el resultado de quedarse en medio de fuerzas que no controlaba, tal como se quedaba el pueblo. Porque por un lado tienes el proyecto político de Calles y del Estado mexicano que estaba en disputa, que no era un proyecto hecho, porque en ese momento Calles lo estaba peleando y lo hacía a balazos; un Estado que se defiende con los dientes y que lo hace contra sus propios partidarios, y una Iglesia donde también hay corrientes distintas. Lo que hay que recuperar es la imagen de este hombre y de muchos otros hombres y mujeres, que en ese tiempo estaban tratando de ver cómo podían ayudar en medio de la complejidad del momento. Porque no podemos hipotecarnos a los proyectos políticos de otros, no podemos ponernos a servir a intereses de grupos, porque tenemos que volver a desarrollar autonomía política en nuestro pueblo, en nosotros mismos y en nuestras comunidades, para intentar construir una sociedad plural, incluyente, trabajadora. Mi reto era representar a ese hombre, Miguel Agustín, con ese mensaje para la gente, para los obreros, y decirles que se puede y se vale echarle toda la vida en eso. Entrevista por: Felipe Monroy Fuente: SIAME (Sistema Informativo Arquidiócesis de México)