Familia, forjadora de personalidad Y espacio vital para construir paz P, Hugo Jaramillo Ospina SDS Capellán Fundación Universitaria Monserrate Cuando encontramos a un amigo, lo correcto es preguntarle, primero, cómo esta él; y enseguida interesarse por su familia. Solo cuando escuchamos la respuesta pasamos a hablar de otros asuntos. Esta costumbre nos viene a decir algo que resulta obviamente significativo: para muchos, lo más importante es la familia. Porque, para cualquier persona normal, el círculo de su propia familia es el pequeño mundo en el que vive toda serie de relaciones decisivas en la vida. Cuando nos encontramos con la figura de Adelaida de Cicé, se nos impone la personalidad de una mujer que no tiene nada que ver con la “señorita de noble estirpe”, retraída y aislada, sino con la buscadora incansable, de fe inquebrantable, de una profunda vida interior que la lleva a vivir en libertad para la vida apostólica; de convicciones firmes, de una generosidad evangélica probada en todos los momentos de su vida, inclusive desde su niñez, en servicio a su madre y a los necesitados, a los débiles, a los desgraciados; mujer de opciones intrépidas ante las dudas; de acciones audaces cuando la incertidumbre acecha y de tenacidad frente a la perplejidad de lo nuevo y desconocido; personalidad que fue labrando en medio de una familia numerosa, austera, que le enseño a hablar con dulzura desde los 10 años y a hacer diligentemente las labores. El hogar de María Rosa de Varennes y Jerónimo Champion debió forjarse como hogar cristiano en medio de la realidad dura de Bretaña (noroeste de Francia), en medio de un contexto de paz y guerra, de destrucción y prosperidad, de sueños de libertad y pactos; entre tensiones patrióticas, políticas matrimoniales (Ana de Bretaña y Carlos VIII consolidan la unión entre la Corona y la casa Ducal); por dentro de esta realidad nace la historia de Adelaida con su seriedad precoz que marcará su vida llena de dolorosos, e incluso trágicos 1 acontecimientos ( orfandad paterna, señalamiento, persecución, cárcel, enfermedad…) La familia Champion – Varennes, en medio de tal realidad, prodigó a su pequeña niña sólida formación para la vida, moldeando su corazón con la caridad y la dulzura; realidad que podríamos decir de tantas familias en este país nuestro en guerra que no pueden definir el futuro de su hijos. Tantos campesinos y jóvenes de los sectores populares que no pueden estudiar bachillerato ni realizar sus sueños. Conocemos tantas familias de sectores marginales que tienen que sacar adelante a sus hijos con sacrificios. Contemplemos la familia Champion. Falta de un papá desde muy temprana edad; como quizás un gran número de las nuestras hoy. Familias que el horror de la guerra y la mano fría, dura y violenta de la muerte, prematura e injusta, ha dejado en la incertidumbre. Como fue un reto para la familia Champion-Varennes, la realidad de Bretaña, al momento de enfrentarse con la vida; también la realidad que hoy encuentran las familias es un reto para la fe. Resulta que muchas veces a la familia tradicional se la ha considerado como modelo de familia “cristiana”. Pero si nos fijamos en ella detenidamente con la verdad de la humildad veremos que estamos lejos del ideal cristiano. Hoy no podemos hablar de la familia como la concebíamos hace apenas unas cuantas décadas. Debemos necesariamente, hablar de las familias padre, madre e hijos; padre o madre; compañera de padre o madre; prole de ambos o de cada uno, abuelos con nietos y nietos dejados a su cuidado mientras sus padres se realizan en una nueva relación; padre solo o madre sola con sus hijos de una o varias parejas; personas sin vínculos de ninguna clase… Diversidad, común denominador de la familia colombiana hoy. Nuevos modelos familiares que son imperativos para acercarnos de manera distinta y por qué no esperanzadora a la realidad familiar, como espacio vital para construir paz. 2 en estos tiempos de la postmodernidad, cuando se vive una quiebra generalizada de los valores humanos, se rinde culto a la violencia, al sexo desenfrenado(uso y abuso de la sexualidad), a la ostentación, al alcoholismo, a la drogadicción , como los signos que marcan un hito de la existencia de la humanidad, es absolutamente necesario devolverle a la vida la practica de los valores conseguidos por el ser humano después de muchos años de duros sacrificios y luchas permanentes, y que no es posible perderlos en ese afán desenfrenado de muchos hombres y mujeres hoy de obtener el placer al más corto plazo y con el menor esfuerzo posible. Me refiero a los preciados valores humanos: deberíamos conservarlos como singulares tesoros. Por su inmensa fragilidad, vemos que se diluyen en nuestras manos. Ellos son la libertad, la democracia, la justicia, el respeto y defensa de la vida, la solidaridad, el amor, el servicio y, sobre todo la paz. Uno se pregunta qué papel puede jugar la familia en esa incesante búsqueda de la paz, cuando ella misma ha sido víctima de todos los efectos nocivos de nuestra decadente civilización occidental, cuando sobre la familia han recaído todas las consecuencias de las políticas económicas de ajuste que los gobiernos han ensayado sobre los pueblos, cuando sobre la familia han recaído todas las consecuencias del odio, de la explotación, del desentendimiento entre los hombres, de las catástrofes provocadas por la ambición humana, de los experimentos económicos y de las sórdidas luchas por la economía, por el poder y por el manejo de los recursos de la tierra; podríamos decir, sin temor a equivocaciones, que la familia es, entonces la institución sobre la cual la situación de violencia y desesperanza de la sociedad ha recaído con mayor fuerza. Frente a este panorama, casi apocalíptico, la familia aparece como una especie en vía de extinción. Para muchos la familia es un ente que muy pronto descansará en paz. Así pues, hoy más de un cincuenta por ciento de los niños que asisten a las escuelas y a los centros de Bienestar Social provienen de familias irregularmente formadas: sin el progenitor varón. 3 Además, hay un considerable porcentaje de niños y niñas que provienen de madres solteras (situación cada vez más generalizada y común); es decir mujeres que aceptaron la procreación como un hecho vital, pero que no quisieron o no pudieron conformar una relación permanente de pareja. En consecuencia, truncaron la posibilidad de una vida familiar. Todos los niños, niñas y jóvenes de la calle lo son, porque no encontraron en la familia el afecto y la comprensión con la que ellos y ellas soñaron como seres humanos. Todos los niños y niñas adolescentes y jóvenes drogadictos siempre iniciaron sus sueños artificiales en la búsqueda de una familia que nunca tuvieron. La mayor parte desertores de la escuela, que repiten el curso y fracasan dentro del sistema escolar, provienen de hogares con múltiples dificultades en la relación. Muchos de ellos toman el camino de la violencia armada, de la agresión y del vandalismo, para resolver sus problemas personales, familiares o sociales. Peor aun, los que toman el sendero equivocado de la delincuencia para encontrar un sistema de vida que aplaque sus ambiciones. Parejas que progresivamente fueron perdiendo el amor y haciendo del hogar un espacio pesado y sórdido donde se pelea por cualquier cosa, por los motivos mas disímiles; donde la comunicación se diluyó por completo y las promesas de caminar juntos en fidelidad se fueron desvaneciendo con el paso del tiempo y con peso de la cotidianidad cargada de problemas, pobrezas, afanes y frustraciones. En lugar de llevarnos a la desesperación, todos estos deben ser motivos para reivindicar el papel de la familia en la vida de la sociedad. Creo firmemente que la familia es el único y el último reducto para la realización integral del ser humano. Considero que ella, la familia, es el núcleo vital de las sociedades y que es una caja de resonancia en donde repercuten todos los defectos de una acción social, política, económica o cultural; pero que es ella donde se construye el ser humano nuevo y distinto de corazón grande y generoso que necesita este país 4 Esta es una razón fundamental para volver nuestra mirada sobre nuestra más íntima raíz y tratar de recuperar el espacio perdido e ir en búsqueda de nuestra más prístina identidad familiar Hoy hay pequeños y numerosos esfuerzos muy significativos que en varios escenarios (educativos, religiosos, culturales, políticos...) le apuestan a la reconstrucción de la familia como santuario de paz y donde se están incubando modelos de personas de corazón nuevo y por supuesto, de miradas nuevas y esperanzadoras. En estos escenarios, la familia como estructura dinámica se esta recomponiendo; esta recuperando su talante de “Escuela de valores”, como “espacio vital para construir paz”. Estamos ante la resignificación variable, del modelo tradicional de familia; digo variable porque hay muchísimas formas de familia constituidas sobre la base de una relación íntima y erótica de dos personas adultas y dirigida a la creación humana, la cual es obra biológica en el misterio de la aparición de un niño o de una niña. … si tu llevas, una especie de agujero negro que se está tragando a la sociedad colombiana, ¿Por qué en lugar de constituir una trinchera contra las dimensiones descomunales de la violencia del país, ella misma es una generadora descomunal de violencia donde la mujer, los niños y los hombres están sometidos a las violencias que ellos mismos promueven y fortalecen? En la medida en que la familia no sea la posibilidad de creación de espacio publico y la recreación de la vida, la familia será siempre violenta entre nosotros. Siento que todos somos cómplices de nuestras familias y somos colaboradores de las dimensiones de la violencia de esta sociedad. La impresión que uno tiene fuera del país, sobre lo que comienza a sentirse en Colombia es que es una sociedad que hace holocausto contra ella misma, desde el seno de sus familias y desde todos los ámbitos sociales. La comunidad internacional comienza a sentirnos un poco con la prevención y la desconfianza con que vio a los Nazis en la época en que destruían al pueblo judío. 5 ¿Por qué nosotros continuamos? Hemos pasado de los 3.600 homicidios de 1963 a los 41 mil el año pasado, con un porcentaje de 27 en Bogota, 18 en Medellín, 12 e Cali… Ya la humanidad comienza a sentir, que esta complicidad colombiana tiene en alguna manera que ser protegida, porque es un crimen de esa humanidad, en la cual ha aparecido desde el seno de la intimidad familiar una especie de lo llamado en ética “conciencia incapaz de darse cuenta de lo que esta contribuyendo hacia”… Por ejemplo, en la China comunista, en 1990, cuando con una población de 1.150 millones de habitantes, hubo 11.507 homicidios: tres mil de ellos fueron los de la plaza de Tianiamin, los cuales escandalizaron al mundo. Ese mismo año, hubo 28.203 homicidios en Colombia. Si los chinos se hubieran matado a al tasa de asesinatos que hacemos nosotros aquí en Colombia, en China en ese mismo año hubiese habido 907.408 asesinatos y, prácticamente, todos impunes; es decir, que si los chinos fueran como los católicos colombianos hubiesen asesinado una población tan grande como la de Cartagena y ese asesinato hubiese quedado impune. En Egipto, en 1990, hubo 746 homicidios. Si los egipcios se hubieran matado como se hace en Colombia, hubiese habido 72. 308 asesinatos. Por eso la humanidad nos ve con terror o, por lo menos, no encuentran por dónde legitimar una dignidad de nuestro pueblo ante el mundo. Allí es donde nosotros tenemos que mirar con cuidado: ¿Qué estamos construyendo desde la profundidad de las relaciones elementales en una sociedad como la nuestra? ¿Cómo estamos formando a nuestros jóvenes? ¿Los estamos educando desde esta casa del saber para que sean los pioneros de una familia nueva, distinta y alternativa y de un país realmente Otro? ¿Estamos en verdad educando seres humanos COLOMBIANOS, hombres y mujeres de forma integral para que respondan a los 6 desafíos que nos plantea esta realidad colombiana en el asunto urgente de la FAMILIA? ¿Cuáles serán las condiciones de posibilidad para que como comunidad educativa universitaria planteemos un programa de formación familiar para la paz? Quisiera invitarme e invitarlos a que entremos en las posibilidades de buscar en el seno mismo de nuestra vida afectiva, donde comienza a construirse la familia, como se ha dicho aquí de la sociedad, ¿ qué debemos hacer para cambiar las cosas en nuestras mismas familias y que ella sea realmente espacio de construcción de convivencia ciudadana ? Quizás algunos elementos relacionados con eso llevan a la urgencia de plantearnos desde aquí el rigor de un ethos, de un comportamiento humano en la comunicación de las cosas mínimas, sin las cuales nuestras familias no son viables. No un ethos de los máximos como el religioso, de dar la vida por los demás, de perdonar al enemigo, sino de aquellas cosas que garantizarán que no destruyamos las vidas de otros sin ninguna razón. Propongo pues, un ethos de la tolerancia que respete lo que aquí se decía, la maravilla del misterio, de la diferencia del universo acontecido en cada niño y en cada niña, en cada ser humano distinto que se nos presente en el camino y por supuesto, un ethos de la justicia, porque no se hace ética sino cuando hay justicia en las cosas más elementales para que la vida sea digna para todos y todas; y esto al interior de la familia. Sugerirnos un ethos de lo público. Los colombianos no tenemos sentido de eso; tenemos la impresión de que una especie de ilusión religiosa nos hizo perder el sentido difícil de la construcción del espacio publico, que es distinto del espacio de las comunidades religiosas. Lo público es la dimensión global dinámica que incluye la diferencia de todas las familias y de todas las comunidades que se recomponen continuamente, para lo cual los partidos políticos, nuestras pequeñas instituciones educativas o de cualquier otro genero 7 se encuentran como parte de un todo; es la causa más grande por la cual trabajamos en esta sociedad. Eso publico, que no es privatizable, no dirigible, no repartible ni mercadeable, hemos tratado de dividirlo en esta sociedad de apropiárnoslo y nos hemos excluido con la muerte los unos a los otros de lo público. Ese respeto a lo público se construye desde la profundidad de las familias. Si quisiéramos atajar el corazón de lo que está pasando aquí, no solamente tendríamos que luchar muy profundamente la relación hombre-mujer. No solamente tenemos familias patriarcales. Con esta denominación espantosa que hace el hombre que tiene miedo a la creación, que siente una experiencia de misterio, este pánico del misterio que es fascinante pero que es siempre temible, y que se produce en toda relación erótica, sexual o no. Pero siempre que los hombres y las mujeres están construyendo es la única forma de crear entre hombres y mujeres. Siempre la creación tiene esta fuerza: el hombre domina sobre la mujer, porque ella está mucho mejor capacitada para la diferencia, no en vano en su propio organismo lleva consigo cuando está engendrando un ser completamente distinto. Eso no lo conocemos los hombres, pero hemos hecho no solamente familias dominadas por el paternalismo o patriarcales, sino terribles familias matriarcales donde lo distinto y la creación están prohibidos, donde las madres solo esperan que las hijas y los hijos sean la repetición de ellas mismas. Léanse los estudios como “ no nacimos para semilla”, en donde los hijos terminan matando a todo el mundo para repetir los símbolos de su madre. Quiero invitarme e invitarlos a un compromiso más personal. En el fondo de esto, el compromiso que nosotros hagamos como persona, mujer o hombre, docente, profesional, por cambiar esta sociedad desde el seno de nuestra familia va ser en esto lo definitivo. La crisis actual de la familia puede crear en nosotros una sensación de angustia e impotencia. Sin embargo, toda crisis puede ser vivida desde la fe como motivo de gracia y posibilidad de evangelización. Es una ocasión de renovación evangélica. Intuición que tuvo Adelaida, mujer 8 que ha inspirado esta cátedra. Que en medio de la crisis que trajo la Revolución Francesa, vislumbró la inédita posibilidad de evangelizar para la “mayor honra y gloria del Señor” y para hacer del corazón del mundo un corazón como el de Jesús, como el corazón de María. Permítanme aludir al Señor Jesús de Nazaret, mi maestro, el Salvador. El Señor Jesús cuando le preguntaban de qué era lo que estaba hablando, decía que invitaba a la construcción de una cosa que El llamaba el Reino de Dios, un reino de justicia, de amor y de paz, un reino donde los niños pudieran ser creativos, donde no le tuvieran miedo a la creatividad de los pequeños y de las pequeñas. Y cuando le preguntaron dónde estaba ese reino, él respondió: “ El reino de Dios está dentro de Ustedes”. 9 Preguntas para el diálogo ¿Cuál puede ser el aporte de la familia en los procesos de paz y justicia que vive nuestro país? ¿Qué acciones concretas a favor de la paz se pueden construir en las familias que han sido víctimas directas de la violencia? ¿Cuáles son los sectores sociales desinteresados de la paz en Colombia? ¿Cuál es nuestra responsabilidad como hombres y mujeres de Iglesia y familia en la criminalizacion del país? ¿En torno a qué valores se está hoy recomponiendo la institución familiar? ¿Cuáles serían los factores específicos de especialmente entre géneros, y cómo superarlos? violencia familiar, ¿Tienes la sensación de vivir en una familia que construye paz? 10