La luz en la Arquitectura Los arquitectos y diseñadores del siglo XX siguen empleando la luz de manera efectiva, pero ahora con un manejo más práctico y menos místico. OBRAS / Lucía Pérez Moreno La revolución industrial trajo consigo importantes cambios en el tratamiento de la luz. Mientras que en el pasado inspiraba sentimientos de naturaleza más religiosa o mística, los arquitectos de la era industrial comenzaron a darle un sentido más práctico. Desaparecidas las aspiraciones de representar las creencias religiosas de la sociedad en las grandes construcciones, la luz cobra una nueva dimensión. La idea de la arquitectura moderna es dejar filtrar la cantidad de luz apropiada a la función del espacio interior. El expresionista Bruno Taut encarnó estos sentimientos lúcidamente en la obra que presentó durante la exposición de Werkbund, en 1914, en Colonia. Un pabellón con grandes paneles de vidrio introdujo a los espacios una transparencia y emanación anteriormente desconocidas. El edificio de la Bauhaus en Dessau, de 1926, también busca acentuar los efectos de luz y sombra con la utilización del vidrio y estructuras de concreto. En opinión del historiador de arquitectura James Brogan esta última obra se ha convertido en el paradigma de una nueva relación entre la arquitectura y la luz. Al igual que el pabellón de Taut o la Bauhaus, muchas construcciones de principios del siglo XX se utilizaron para expresar la nueva filosofía arquitectónica de la modernidad, que se centra en el movimiento de la máquina, el rechazo de la historia y la búsqueda de nuevos materiales. Brogan, en su introducción al tema de la luz en la arquitectura —Architectural Design, 67—, afirma que no es sino hasta más tarde que resurge el interés de los arquitectos por el uso de la luz natural tanto para fines de intensidad emocional, como para expresión simbólica. Un gran exponente moderno del uso espiritual que se le puede dar a la luz es Le Corbusier, quien en su segundo periodo creador buscó recrear formas naturales capaces de proyectar experiencias místicas. Su iglesia de La Tourette con las capillas llenas de luz, transformaron un lugar de culto en uno mundano; otra de sus obras, la capilla de Notre Dame du Haut, levantada en la ciudad de Ronchamp, es uno de los modelos actuales más citados de cómo deben ser los lugares de culto: llenos de color y de luz. Esta capilla representa la transición entre una arquitectura pesada y rígida a otra más ligera, abierta y flexible y, por eso, se ha convertido en el modelo representativo de la intensa simbiosis entre la luz y los materiales en la arquitectura actual. Estructuras ligeras y manejo de la luz Los principales factores que han incidido directamente en el manejo de la luz en la arquitectura moderna son, sin lugar a dudas, las nuevas tecnologías. La luz eléctrica, los novedosos materiales de construcción y los avances en el análisis estructural de los planos, permitieron crear estructuras cada vez más ligeras y resistentes, capaces de cubrir grandes claros con la utilización mínima de materiales, tales como los domos geodésicos. Ejemplos de esta nueva dimensión son las estructuras de cables y barras de Robert Buckminster Fuller, los cascarones de concreto armado de Nervi y Candela, y las velarias de Frei Otto, todas inspiradas en las estructuras naturales y en secciones definidas de películas delgadas de burbujas de jabón. Las nuevas superficies permiten un uso más eficiente de los materiales al distribuir los esfuerzos de un modo continuo. Esta revolución estructural ha sido continuada por muchos arquitectos en todo el mundo, entre otros por Norman Foster y Michael Hopkins, entre los más representativos. El uso cada vez más frecuente de nuevas estructuras y de la iluminación artificial, ha producido cambios importantes en la concepción de los arquitectos respecto de la luz, manejada como un elemento continuo entre el exterior y el interior de las edificaciones, y cada vez menos como el factor lumínico resultante de las posibilidades estructurales de una arquitectura pesada. Sin embargo, el cambio no es obstáculo para que los arquitectos de la era postindustrial expresen singularmente las múltiples relaciones que se pueden establecer entre arquitectura y luz para crear efectos metafóricos, poéticos o místicos. Obras de gran originalidad se pueden encontrar en Tadao Ando, Steven Holl y Ricardo Legorreta, para quienes el juego de luces y sombras son instrumentos que ayudan a enfatizar y elevar las cualidades de sus obras. Especialmente, Ando manipula la luz con maestría y sutileza para crear un diálogo entre el observador y el material, la forma y el espacio. "Mi objetivo es limitar los materiales, simplificar la expresión al máximo, eliminar lo no esencial y, durante el proceso, intercalar en mis espacios la totalidad del ser humano". Ando afirma que de todas sus creaciones, la Casa Koshino representa mejor su aplicación filosófica, pues en esta edificación se generaron espacios en los que el juego de luces hace que los visitantes sientan el deseo de atrapar la luz con sus manos. En esta construcción hay varios hoyos cuidadosamente cortados en la pared, que sustituyen las ventanas. De Botta a Legorreta Otros ejemplos de cómo los arquitectos utilizan la luz y la sombra para expresar la nueva relación entre luz y arquitectura, se pueden encontrar en las obras de grandes maestros como Mario Botta, creador del museo de arte moderno de San Francisco, Fumihiko Mari, diseñador del crematorio de Kaze-no-Oka, y Ricardo Legorreta, en sus obras más connotadas. Este último utiliza la luz y la sombra en concierto con su espectacular sentido del color, para crear obras visualmente impactantes. Legorreta, al igual que su predecesor Luis Barragán, tiene un profundo sentido de la tradición mexicana; en la obra de ambos la luz se dirige directamente hacia aspectos más profundos de la historia del lugar. Barragán siempre fue de la idea que la luz le da valor a las paredes, ventanas, materiales, texturas y colores. Legorreta afirma estar totalmente de acuerdo con él. "La luz saca el carácter tradicional de los edificios", dice. Una de sus obras, reseñadas por la revista Architectural Design, es una casa en Nuevo León — encargada por el Tec de Monterrey para su sorteo anual—, donde para darle luz al espacio se basó en el clima, la cultura y el tipo de vida de los ciudadanos de esa localidad. El resultado es una edificación única, en la que los colores fuertes son utilizados para acentuar el paso de la luz. Rafael Viñoly, constructor de un importante edificio de gobierno en Tokio, es exponente de un concepto más espacial de la luz, y sus diseños buscan utilizarla como un mecanismo tanto artificial como natural. Su obra define fronteras entre los espacios y crea un camino a través de la luz. En su construcción de Tokio, la luz externa avanza hacia los espacios interiores para dar una continuidad a toda la obra e incluso se dirige hacia abajo para insinuar una sensación de volumen de luz. Los pisos luminosos, las paredes y el techo son esenciales para formar un castillo de luz que separa la parte externa y la interna. En su obra, la luz se convierte en un elemento sólido que busca exponer varias superficies. Los vidrios traslúcidos y brillantes que sirven de paredes iluminan el jardín durante la noche. Hacia adentro, la luz se utiliza como un elemento de identidad espacial en la que el visitante se ubica fácilmente. Otro gran maestro que juega con la luz para brindar una sensación de infinito en los espacios es el japonés Fumihiko Maki. Una de sus obras más significativas es el crematorio de Kaze-no-Oka en Nakatsu, al sur de Japón, donde en un espacio mortuorio, la luz natural juega un papel de dirección. Desde que se entra al lugar, resulta evidente que ha sido levantado para prolongar la experiencia ritualística de la transición entre la vida y la muerte. La luz natural es parte del diseño y se emite y controla por una variedad de medios que crean ambientes particulares en cada uno de los espacios. Conforme se pasa de una sala a otra, la luz se va transformando. En el oratorio entra por las partes superiores de la pared, mientras que en el área del crematorio su efecto se suaviza y se filtra por ranuras verticales. El efecto se acentúa por el reflejo del agua que cae de las paredes de concreto. La luz que entra a todos los espacios se refleja en también en los materiales utilizados para la construcción del crematorio; el conjunto es un tributo a la necesidad de despedirnos de la luz, frente a la muerte. Todas estas obras reflejan una acumulación de escenas complejas que se manifiestan de manera simplificada en múltiples niveles. Para alcanzar los efectos deseados, estos arquitectos tuvieron que regresar al punto en que la interacción de luz y oscuridad sigue la búsqueda de nuevas riquezas en el espacio arquitectónico. El poema de Philip Larkin, "High Windows", expresa perfectamente esta evolución: "El vidrio abarca el sol, y después de él, el aire azul profundo y después la nada, que no tiene fin".