NENADICH N

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Nadya K. Nenadich
Abstract BCN 2012
Escenario de investigación histórica y social
7. Redes sociales y alternativas de Arquitectura y de planificación en el siglo XXI
El Nuevo Urbanismo: la erosión de la gestión común de lo común
En el siglo XIX la ciudad experimentó un crecimiento y desarrollo sin precedentes. La era de las
grandes ciudades permitió que muchos centros urbanos se colocasen en una posición privilegiada
en términos políticos, económicos y poblacionales. La producción, el capital, el disfrute y el habitar
se concentraban en estos lugares cuyo crecimiento vertiginoso parecía imparable. La Segunda
Guerra Mundial alteró el orden de un mundo predicado en el progreso lineal ascendente y socavó
la hegemonía de las grandes ciudades.
Política, económica, poblacional, y estéticamente la ciudad dejo de ser el lugar principal de
intercambios. Mientras el deterioro de las ciudades continuaba, proceso que no se revertiría hasta
casi finales del siglo XX, los suburbios continuaron en aumento. Si a mediados del siglo pasado,
William Levitt había dominado el mercado de las subdivisiones, para finales de siglo la
construcción de subdivisiones periféricas se había convirtió en un gran negocio para muchos. Las
características comunes del suburbio americano identificadas por Kenneth Jackson –localización
periférica, baja densidad, homogeneidad arquitectónica, económica y racial, y acceso económicose convirtieron en una fórmula exitosa para gestionar la vivienda. Sin embargo, esta manera de
gestionar no sólo la vivienda si no el territorio alteró el concepto de urbanizar en Estados Unidos,
puesto que éste se convirtió en sinónimo de construir subdivisiones y no en una manera conciente
y activa de gestionar el territorio de manera organizada y sustentable.
A partir de la Segunda Guerra Mundial este éxodo hacia el extramuros se había intensificado. Las
propuestas de las casas Levitt habían redefinido el sueño americano. Desde entonces la casa
unifamiliar no adosada en lugares cada vez más alejados del centro dominó el panorama de la
construcción de la vivienda en Estado Unidos. A consecuencia se acuñó el término desparrame
urbano para definir este desarrollo en forma de mancha de aceite. La ciudad entró entonces en un
largo periodo de crisis en el que tuvo que ser repensada y redefinida en relación no sólo a los
miles de nuevos desarrollos, si no en relación consigo misma, las nuevas formas del habitar y las
nuevas tecnologías.
Es en ese punto de inflexión desde el que parten las primeras críticas esbozadas por el Nuevo
Urbanismo. Menos de dos décadas después de los planteamientos de Webber, el proyecto del
Nuevo Urbanismo ya había comenzado. Para 1980 ya se había puesto la primera piedra de
Seaside, el primer proyecto concebidos por Andres Duany y Elizabeth Plater-Zyberg, fundadores
del Nuevo Urbanismo. La revista Time reconocía a Seaside como “el más sorprendente logro en
términos de diseño de su era”. Según David Money, “Seaside fue un serio intento de tratar el tema
del ámbito público en la sociedad contemporánea americana”. Sin embargo, estudiar lo público
desde lugares que son radicalmente privados resulta como menos contradictorio. Para 1980, la
imposición de la doctrina de Reagan cerraba las puertas al planteamiento social utópico. Por
ende, hay que examinar si el Nuevo Urbanismo, para hacerse un hueco ese nuevo mundo guiado
por la estrella del capital y la privatización que caracterizó los gobiernos tanto de Reagan como de
Thatcher, se inscribió en la ideología neoliberal en la que las preocupaciones por la justicia social
fueron sustituidas por el énfasis en el desarrollo económico.
El espacio no estuvo exento de estos cambios y su importancia como espacio de acción social y
de intercambio se fue erosionando. El discurso del Nuevo Urbanismo llegó entonces para llenar el
vacío dejado por el Movimiento Moderno al cuestionarse los metarrelatos que explicaban de
manera lógica y racional el significado y la manera en la que se construía el espacio social, así
como acerca de qué era la ciudad. Para 1980 la posibilidad de una verdadera gestión común de lo
común había disminuido considerablemente y la premisa del planteamiento político de tutelar la
acción del Estado en favor de la sociedad había sido suplantado por un nuevo ciudadano
disociado del espacio social. En esta nueva era de la privatización la ciudad, el ciudadano y el
espacio cívico quedaron relegados a la vez que atados a la máquina de expansión y desarrollo del
capital. Aunque Marx y Engels ya habían advertido de este fenómeno, el mismo permaneció algo
oculto detrás de la aparente gestión del aún presente estado de bienestar. La ciudad
contemporánea, esta en que hacemos nuestras vidas, liberada de tal carga optó por mostrar con
venganza la cara menos amable del capital y construirse a sí misma como escenario de este
nuevo acto.
Treinta años después de ese primer proyecto, el Nuevo Urbanismo sigue activamente gestionando
las políticas de desarrollo en Estados Unidos. La labor del urbanista, según planteada por Cerdà
en 1867, es una que cada vez se hace más difícil en un mundo como el nuestro, particularmente
en EE UU. Gestionar el territorio, sin embargo, es una práctica que en Estados Unidos ha tenido
una definición bastante particular puesto que la que la relación entre territorio, gobierno, mercado
y empresa privada ha condicionado las formas de urbanizar que no encuentran parangón en otros
lugares del mundo. Cabe entonces preguntarse, cuál es la labor del urbanista en Estado Unidos y
cómo es posible integrar procesos de participación ciudadana en un país en el que las libertades y
los derechos individuales se ceden voluntariamente en pro de un supuesto bien común en contra
de amenazas fantasmas.
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