Miguel Riglos

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Los Antepasados, a lo largo y más allá de la Historia Argentina
Carlos F. Ibarguren, 1983
Miguel Riglos
Biografía Histórica
Miguel de Riglos — “Riblos” firmaba él, y así le nombraré a lo largo de
este trabajo — , en la historia genealógica de la que se ha dado en llamar “oligarquía
de Buenos Aires” encabeza como patriarca a un grupo caracterizado de viejas
estirpes de hondo arraigo, parentesco mutuo y conocida figuración social.
Un amigo mío, porteño chapado a la antigua, solía decir: “Quien no desciende
de Riglos es advenedizo en nuestra ciudad”. Tan rotundo dictamen no debe, desde
luego, ser tomado al pié de la letra; aunque habrá que reconocer, sin embargo, que
en dicho apellido convergen los linajes fundadores y precursores de Irala,
Riquelme de Guzmán, Ponce de León, Lavayén y Avellaneda; Melgarejo,
Hurtado de Mendoza y Medrano; López Tarifa, Humanes Molina,
Naharro, Gutiérrez y San Martín; Izarra, Gaete y Torres Salazar; Martín
Cordovés, Hernández Torremocha, Rodríguez de Varillas, Sosa y
Terra y Alvarado; y que de ese tronco robusto de Riglos derivan, a su vez, en
esta tierra, por línea femenina, las familias de De la Quintana, Larrazabal,
Irigoyen, La Jarrota, Espinosa, Marín, Aguirre, Zavaleta, Lynch,
Anchorena, Piran, para no destacar sino a las principales ramas, que se prolongan
en gajos intrincados de tupido follaje y profusas nomenclaturas.
Sobre la estirpe de los Riglos — extendida en nuestra patria y en el Perú
— se han ocupado los genealogistas Luis Varela Orbegoso, peruano, y los
argentinos Pérez Valiente de Moctezuma, Ricardo de Lafuente Machain y Carlos
Calvo. En cuanto a la interesante personalidad histórica de Miguel de Riblos — 7o
abuelo mío por la rama de Aguirre y 6o a través de la de Lynch —, ella ha sido
tratada solamente —que yo sepa — por dos hombres estudiosos: Miguel Sorondo y
Raúl A. Molina. Con los datos publicados por estos investigadores en sus
respectivas monografías, y con más que bastantes de mi cosecha personal, escribo el
presente trabajo.
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Llegada al país
El 14-XI-1669 anclaban frente a la costa de Buenos Aires el navío “San
Hermenegildo” y el patache de guerra “San Miguel de las Animas” (veleros
pertenecientes al empresario naval Miguel de Vergara) trayendo de España un
contingente de soldados que debían reforzar la dotación del Presidio o Fuerte de la
ciudad porteña.
Esos barcos salidos el 4 de junio anterior de San Lúcar de Barrameda,
llegaron a destino luego de un viaje de 5 meses y 10 días. A bordo del “San Miguel
de las Animas” (era su Capitán Martín de Mendoza) venía un animoso muchacho
navarro de 20 años de edad, llamado Miguel de Riblos. (Acaso la sugestión del
nombre influyó para que el personaje emprendiera la travesía en dicha
embarcación). Nacido el viajero en Tudela, lo bautizaron en su iglesia de Santa
María el 5-V-1649; hijo legítimo de Juan de Riglos (cristianado en Tudela el
26-XI-1613) y de Fermina de la Bastida y Mauleón, que se casaron el 25-X1647; nieto paterno de Juan de Riglos y de Ana Mauch, tudelanos asimismo;
nieto materno de Juan de la Bastida, nativo de San Vicente de la Sosierra en La
Rioja, y de Magdalena Thomas de Mauleón; y bisnieto de Miguel Fermín de
Riglos, Señor de la Casa y solar de su apellido en Tudela, y de su mujer Juana
de Ilaurita. Por lo demás, uno de los hermanos menores del aludido viajero,
Pedro Fermín de Riglos y la Bastida, ejecutorio de su nobleza en Aragón según
lo apunta el linajista peruano Varela Orbegoso.
El ambiente que encontró el recién venido al desembarcar en Buenos Aires,
no resultaba muy alentador para el europeo criado en un centro culturalmente maduro
como Tudela. Gobernaba a la sazón esta remota provincia del Río de la Plata Juan
Martínez de Salazar, y la ciudad ribereña, sede de su mando, contaba entonces —
calculan los modernos estadígrafos — con una población total de alrededor de 4.200
almas.
La vida urbana en ese centro reducido — sin atisbos de lujo, ni aún siquiera
de pautas confortables para la generalidad de sus moradores — dejaba mucho que
desear; y tanto su traza de aglomerado rancherío, como los usos y costumbres del
corto vecindario, dedicado al quehacer mercantil o a las faenas en campo abierto,
resultaban por demás incipientes y rudimentales. Lejos del mundo civilizado, el
núcleo de españoles trasplantados y de nativos criollos que el destino no desamparó
en el viejo asentamiento de Garay, fue domeñando el contorno salvaje que lo
estrechaba, a fuerza de trabajo y de tesón; mientras, poco a poco, íbanse
dando ahí las condiciones que permitían una más segura convivencia, un
mayor progreso y consiguiente prosperidad material. Ese desarrollo se estaba
operando en esta tierra — precisamente en su tránsito del siglo XVII al XVIII —
cuando apareció Riblos a participar de él y a convertirse en uno de sus impulsores
más señalados.
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Sin embargo, al momento de tomar mi antepasado por primera vez contacto
con la realidad del país, ésta no pudo ofrecerle sino un panorama calamitoso y hostil.
En Buenos Aires una peste terrible de viruela asolaba a sus habitantes — en
especial hacía estragos entre los negros advenedizos de la esclavitud —, al
tiempo que las vastas pampas circundantes se conmovían con “muertes, robos y
hurtos” llevados a cabo por “indios serranos”, en perjuicio de los pobladores de la
campaña; quienes, por falta de garantías, abandonaban sus establecimientos
pastoriles. Y aunque las licencias de faenamiento al vacaje cimarrón disperso
en las llanuras realengas, estuviera a la orden del día — entre vecinos
privilegiados que se beneficiaban con los cueros, la grasa y el sebo de aquellos
animales —, a causa de los malones de las tribus del desierto — que ahora
utilizaban el caballo para sus correrías — muchos campos de la frontera cercana,
cuyos rodeos abastecían de carne a la ciudad, veníanse despoblando en forma
alarmante; por lo que el Procurador, en el Cabildo, solicitó que la corporación
dispusiera que los vecinos accioneros “hagan recogidas de ganado y se partan y se
pueblen estanzias, como se azía en su antigüedad”.
“Audaces fortuna júvat”
Miguel de Riblos, a todo esto, llegó a Buenos Aires, como quien dice, con
una mano atrás y otra adelante. No sabemos si integró efectivamente, en sus
comienzos militares, la guarnición del Fuerte. Lo perentorio, lo urgente para él era
tomar arraigo de vecino en la ciudad; disfrutar cuanto antes de aquellos permisos de
recoger vacas en la pampa a fin de poblar estancias; y disponer, asimismo, de un
capital en dinero que le permitiera importar mercaderías ultra marinas. Las
jornadas heroicas de descubrimiento y conquista pertenecían ya al pasado en esta
tierra; de suerte que solo aquellas actividades lucrativas prometían transformar al
modesto soldado en ganadero y empresario mercantil, acaso en magnate capitalista.
Y el primer paso que Riblos dio en ese sentido, fue casarse con una viuda rica,
veintidós años mayor que él; Gregoria de Silveyra y Gouvea.
Raúl Molina, que tanto sabe de aquel mundo porteño del siglo XVII, dice que
esa señora (hija única y heredera del Capitán portugués Antonio de Gouvea y
Silveyra y de Isabel de Meló Báez de Alpoin), antes de sus nupcias con Riblos,
estuvo casada dos veces. Primeramente con el General Amador Roxas Acevedo,
cuyo vínculo marital se anuló por vicios de consentimiento, luego de un pleito
escandaloso y de una puñalada que, don Amador le aplicó a su consorte,
sospechada — falsamente al parecer — de infidelidad amorosa hacia su
marido. Después, repuesta de su herida, Gregoria le otorgó su mano — y “aínda
mais” — al fidalgo portugués Gaspar de Freyre y Rosa, en 1670; el cual falleció a
los dos años del desposorio. Finalmente la casi cincuentona viuda y acaudalada
estanciera, con vastas heredades y haciendas en los pagos de Areco y Lujan, un 30www.genealogiafamiliar.net
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IX-1673, fue conducida al altar por aquel mozo navarro de 23 años, sin parientes
ni valedores en el país, que se llamaba Miguel de Riblos; quien, como era
obligatorio en ese tiempo, las vísperas de la ceremonia nupcial, tuvo que probar su
soltería y libertad para casarse ante la Curia lugareña. Consagró la boda el
Provisor y Deán del Obispado, Maestro Valentín Escobar Bezerra, actuando
como testigos los Capitanes Francisco Maciel del Águila Cabral y Pedro de Pesoa
con su mujer Juana Maciel del Águila Cabral, todos ellos deudos de la contrayente.
Un poco antes de realizar ese su más ventajoso negocio — me refiero al enlace
suyo con la viuda — Riblos, ignoro si con capital propio o ajeno, habíase
iniciado en los ejercicios crematísticos. El 10-I-1673 su nombre aparece por
primera vez en el libro del Cabildo a raíz de un escrito que presentó el Procurador de
la ciudad Alonso Muñoz Gadea, en el cual este funcionario manifestaba que
habiendo comprado aquel “dos cajones de loza de grenove” (Grenoble) —
seguramente contrabando francés — se le impida vender tales piezas de barro cocido
por estar ello vedado en las cédulas del permiso que regían, a la sazón, el comercio
local.
Empero, luego de su casamiento, el activo comerciante de esta historia se
convirtió además en estanciero, ya que su mujer le trajo al matrimonio dos grandes
fracciones de campo, a saber:
 Una sobre la margen izquierda del río Areco, dentro de cuyos límites se
hallaba el paso denominado “El Bagual”; fracción que compró en 1617
Antonio de Silveyra y Gouvea — padre de la esposa de Riblos — al
Capitán Juan Pavón (1). A principios del siglo XVII existió allí una
Reducción de indios del cacique Bagual, con su capilla a cargo de un
fraile franciscano. Media centuria después, en 1660, ya no quedaban en el
paraje sino ruinas del antiguo establecimiento religioso, y en tales
condiciones pasó la estancia a poder de Riblos.
 El otro campo que recayó en mi antepasado por su casamiento, fue
conocido luego como “Rincón de Riglos”, y se situaba aproximadamente a
ocho leguas al Nordeste de la ciudad, con un frente de 15.500 varas sobre
la “Cañada de Escobar” por legua y media de fondo contra el río Lujan.
Tan vasta estancia ubicaríase ahora en la margen Sudoeste de dicho río, en
tierras donde hoy se encuentran las localidades de Benavídez, José C.
Paz, del Viso, Garín, Ingeniero Maschwitz, Escobar, Matheu y Villa
Rosa (2).
Esos campos de Juan Pavón lindaban, “por la parte de abajo”, con unos sobrantes de tierra,
hacia esta banda del río Areco, que le dio el Gobernador Céspedes de merced a Hernán Arias
Mansilla, y que, después, el 21-X-1629, compró Rodrigo Ponce de León. Por otro de sus
costados limitaba con unas tierras que el Gobernador Dávila le adjudicó, el 16-II-1637, a Antonio
Gómez de Saravia, cuyos Herederos se las vendieron a Riblos en 1701.
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En su origen “El Rincón de Riglos” — como a 8 leguas de la ciudad, en el camino que iba a
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En esos dos campos, pues, hizo su estreno Riblos como ganadero; y gaje
inicial de su flamante actividad pecuaria resultaron 500 cueros de toro, al precio de 11
reales cada uno, que — sumados a un gran conjunto vendido por los vecinos porteños al
empresario naval Miguel Gómez del Rivero — se cargaron en 1674 a bordo de los
navíos “Roble”, “Lubequesa” y “San Joseph”.
Otro testimonio acerca de los negocios camperos de Riblos, resulta la solicitud
de éste presentada al Cabildo, en 1675, a fin de que el cuerpo municipal le
concediera el derecho exclusivo de abastecer de carne a la ciudad. En dicha propuesta
nuestro hombre se comprometía a vender al público la res en pié a 8 reales, y a poner
en orden el matadero donde, según parece, imperaba un desquicio completo.
Durante el curso del año 1678, el Cabildo trató también varias proposiciones
que se presentaron en la licitación pública para cubrir aquel abasto de la población
urbana. Entre los aspirantes a monopolizar las carneadas, cuyas ofertas resultaban
más baratas y ventajosas, destacábanse Miguel de Riblos y Ana Mattos Encinas,
viuda de Marcos Sequeira; ambos con tierras en Lujan; esta señora, por entonces,
custodia de la imagen de la Virgen epónima que hoy venera la Argentina como su
máxima Patrona.
Así las cosas, el Cabildo comisionó a Domingo Moreno de Santana y a Francisco
de Baitos a fin de que inspeccionaran la cantidad y calidad de los ganados ofrecidos
para la faena, en las estancias de los referidos pretendientes. Y al dar cuenta dichos
inspectores de su encargo, consignaron que Riblos era dueño de alrededor de 2.500
cabezas vacunas, “todo de calidad buena para poderse matar, de grasa y sebo con
distinción”; y que entre esos animales había 300 “de ganado menudo de dos años para
Santa Fe (actual partido de Pilar) — integró las 4 primitivas “suertes” que repartiera Garay en el
"Valle de Corpus Christi” o “tierra firme del río Luxan”. Una de esas parcelas las reservó para sí
el propio Fundador, y las otras linderas correspondieron al hijo de éste Juan de Garay “el Mozo”,
a Pedro Sayas Espeluca y a Hernando de Mendoza respectivamente. También el mencionado
“Rincón” incluyó, en su área total, a parte de la fracción llamada “Isla de Escobar”, situada al Sur
de las antedichas “suertes”. La tal “Isla” (monte de talas) — una legua de frente por una y media
de longitud — fue dada de merced por Garay, el 7-II-1582, al Capitán Alonso de Escobar,
nativo y vecino de la Asunción — casado con Inés Suárez de Toledo y Sanabria — que le
acompañó a fundar Buenos Aires. El dominio de la “Isla” fue confirmado más tarde, el 9-XI1601, por el Gobernador Beamount de Navarra, a favor del yerno de Escobar, Francisco Muñoz “el
Mozo”, marido de Margarita de Escobar Toledo (hijo de Francisco Muñoz Vejarano y de Ana
Rodríguez). Posteriormente la parte Norte de esa “Isla”, sita hacia el río Lujan, pasó a Tomás de
Escobar — hijo de don Alonso —, quien la donó a su sobrina carnal Ana de Escobar, maridada
con Antonio de Azpeitía — y el resto del terreno, que caía en dirección del río de las Conchas, lo
vendió Tomás a Gonzalo de Acosta. Por su cuenta los Azpeitía vendieron la propiedad, en 1626 a
Antonio de Gouvea y Silveyra, que fue quien reunió todas aquellas “suertes” en un solo dominio,
que heredó su hija, la primera esposa de Riblos. Este llegó a poseer en esa región una estancia
que tenía más de 30.000 varas de frente; y cuando se concursó, en la almoneda de sus bienes la
“Isla de Escobar” correspondió a los vecinos Nicolás de la Quintana — marido de la hija de
Riblos — y Fermín Pessoa.
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bajo”. No obstante el excelente rodeo de mi antepasado, la oferta de Ana Mattos — no
en vano devota de la Virgen que sabemos — resultó aceptada por el Ayuntamiento, en
perjuicio de su rival; determinación que saco de quicio a Riblos, quien, mal perdedor,
el 26-IV-1678 les endilgó a los capitulares una nota insolente, que estos devolvieran al
firmante “por no estar en forma, y apersibieron a que hablase con el respeto que se
deve y deçencia”.
Don Miguel se inicia en la vida pública
Esta pequeña contrariedad sufrida por el orgulloso Riblos en sus relaciones con el
Cabildo, viose compensada en 1681, cuando el Gobernador Joseph de Garro le
nombró Capitán de “Cavallos Corazas lanzas” — su guardia personal —, lo cual
significaba, para el agraciado, un primer paso en la carrera de los honores, tan
ambicionada por él. Y el 1o de enero del año siguiente, los miembros del Cabildo le
abrieron las puertas de dicha institución, eligiéndolo Alcalde de 2o voto y Juez de
Menores por un período completo.
En el desempeño de su gestión, Riblos se lució ante sus colegas, proponiendo,
el 7 de febrero, un plan económico destinado a obtener fondos para el Cabildo, cuyas
rentas eran por demás escasas. El plan consistía en comprar el municipio al precio de
8 reales el cuero, toda la corambre que había de cargarse en el patache del capitán
Cristóbal Aguirre — que con Real licencia traficaba en este puerto —, y
prescindiendo de los exportadores particulares, hacer el negocio el Cabildo
directamente. La operación propuesta por Riblos ya contaba con el visto bueno del
Gobernador Garro; por lo que los Regidores aprobaron su puesta en práctica sin
mayores trámites.
También el 21 de noviembre de ese año, los Alcaldes Riblos y Pedro Gutiérrez
de Paz, en nombre de la corporación de que formaban parte, recibieron en
préstamo de Gaspar de Avellaneda (antepasado mío) 300 pesos, destinados a
costearle el viaje a España al Procurador Bernardo Gayoso. Don Gaspar, como
acreedor, en garantía de la suma adelantada, se quedó con las mazas de plata
cabildeñas hasta el pago total de la deuda, que se hizo efectivo en 1685, fecha en
que el Ayuntamiento rescató del empeño sus garrotes honoríficos.
En 1687 Miguel de Riblos “con motivo de haverse levantado en la Ciudad
de Santa Fe de la Vera Cruz diferentes disturbios entre sus vecinos y moradores, de
que se originó dividirse en Bandos dicha Ciudad”, pasó a ese punto de orden
del Gobernador Joseph de Herrera Sotomayor, en carácter de su Lugarteniente.
Allá pacificó los alborotos y gobernó como es debido, “todo a costa de su propio
caudal”.
Vuelto a Buenos Aires, el hombre continuó su Real Servicio, en las filas del
cuerpo de “Reformados de la Guardia del Capitán General”. El Gobernador
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Agustín de Robles lo puso luego al frente de una compañía de “Caballos Corazas”,
ascendiéndolo a “Cabo Gobernador de la Caballería del Presidio”; en tanto, bajo
cuerda, el favorecido vincula sus actividades lucrativas con el poderoso favorecedor
suyo; y a partir de entonces — lo veremos más adelante — al calor de la
complicidad oficial, la estrella mercantil de Riblos se levanta de golpe, como astro
de primera magnitud, en el firmamento porteño.
Ganadero y mercader en gran escala
A más de aquellas dos primeras estancias en Lujan y Areco, don Miguel
llegó a poblar otros tres extensos campos, entre este último río y la Cañada del
Doblado; campos dentro de cuyos límites naturales pastoreaban miles de yeguas,
potros, muías, burros y vacas herradas con su marca.
Dos de esas nuevas propiedades campestres fueron adquiridas por Riblos el
año 1680, mediante compra a Luis Fernández de Enciso, quien, a su vez, las
hubo por merced del Gobernador Jerónimo Luis de Cabrera (nieto), el 4-VII1643. La tercera fracción la compró don Miguel en 1701 a Ana Gómez de Saravia,
hija y heredera de Antonio Gómez de Saravia, el cual, el 16-11-1637, recibiera del
Gobernador Pedro Esteban Dávila, la merced de dicho terreno vacante. Cada
una de esas extensiones de pampa se ubicaba “corriente arriba” del “Paso del
Bagual”, a la margen del río Areco; confinantes, por tanto, con la estancia que
fuera de Juan Pavón, entonces, como sabemos, de Riblos (3).
Frente a un plano catastral relativamente moderno de San Antonio de Areco,
compruebo que tales campos, en su mayor parte, corresponden en la actualidad a la
familia de Castex; y que todos ellos se contenían en el amplio bolsón que forma el
río Areco y la Cañada del Doblado (4).
3
La primera estancia comprada a Fernández Enciso componíase de media legua de frente por
otro tanto de largo “la tierra adentro, hasta topar con la boca de la Cañada Honda, adonde se topa
con otra Cañada que baja de la Reducción del Caguané”. El segundo campo del mismo origen se
deslindaba como “un pedazo de tierra sobre el dicho río Areco, en la otra parte., yendo de esta
ciudad, que ha de comenzar desde el linde de las tierras de Antonio Gómez (de Saravia, o sea la
fracción tercera que adquiriera después Riblos), hasta dar con las tierras que fueron de Juan
Pavón”, internándose una legua y media la tierra adentro"
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A principios del siglo XVIII el conjunto de campos sujetos al dominio de Riblos limitaba:
por su costado S.O. “Cañada de la Cruz” — en medio — con tierras de Pedro Giles (más tarde de
María Roda Giles y su marido José Ruiz de Arellano; luego de Celiz y finalmente de Guerrico,
Güiraldes, Carballido, etc, etc. “La Invernada”, “La Porteña”, “La Merced”, “La Florida”, “La
Santa María”, “La Carolina"); los costados S.E. y N.E. de la extensa propiedad territorial de
Riblos —que demarcaba la gran curva del río Areco — incluía los antiguos “pasos” vadeables de
“Las Piedras”, (hoy de Sosa), “Flamenco” y “Bagual”, y a la confluencia del río Areco con el
arroyo “Quintana": y por el costado N.O. dicho dominio limitaba con la “Cañada del Doblado”, y
más abajo con campos extendidos hasta la “Cañada Honda”. Parte de estos campos, tras
pertenecer a los herederos de Riblos, en 1813 recayeron en mi tatarabuelo Patricio Lynch,
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Entre los bienes raíces que trajo la primera esposa de Riblos al matrimonio se
incluía una amplia chacra en el pago “del Monte Grande” cuya precisa ubicación
actual corresponde a la moderna localidad de Martínez, en el partido de San Isidro,
exactamente en el paraje que — antes de su completa transformación en
conglomerado de pequeñas propiedades — abarcaba las vastas extensiones que
fueron después de Francisco de Escalada, de Ladislao Martínez y de Ángel
Pacheco; cuyo frente, sobre la barranca, sobrepasaba los 1.000 metros (contados a
partir de un poco más allá de la quinta de Williams Alzaga, hasta un poco más acá
de la propiedad de mi tía Rosa Ibarguren de Zorraquín), con su invariable legua de
fondo (5).
Si bien las actividades rurales ocuparon un importante lugar en los negocios
de Riblos, éste, sobre todo, fue importador y banquero. Los navíos de registro de
los capitanes Francisco de Retana, Carlos Gallo Serna, Manuel de Ibarbade y
Andrés de Iparraguirre, venían y tornaban a través del océano cargados con
marido de Isabel Zavaleta y Riglos.
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La historia notarial — digamos — de esa chacra de Riblos, arranca de las cuatro “suertes"
fundadoras contiguas, de 350 varas de frente, cada una, que, en 1580, Garay adjudicó
respectivamente, de Norte a Sur, a sus compañeros Andrés Méndez, Esteban Ruiz, Juan Martín y
Pedro de Medina. La fracción que fuera de Méndez pasó luego, por herencia a su hijo Juan
Méndez y a la mujer de éste, María Guerra, quienes, el 13-XI-1610, vendieron su propiedad a
Amador Báez de Alpoin. Fallecido este acaudalado vecino portugués, después de 1617, el bien
aludido pasó a poder de su viuda, Margarita Cabral de Meló, la cual, el 22-IX-1620, lo transfirió
con otras propiedades dótales a su hija, Isabel Cabral de Meló y Alpoin; en ocasión del casamiento
de ella con Antonio de Gouvea y Silveyra. De estos cónyuges la hubo su hija única: Gregoria de
Silveyra y Gouvea Meló Báez de Alpoin, la primera mujer de Miguel de Riblos.
Las fracciones de Estaban Ruiz y de Juan Martín, unificadas en un solo lote, fueron
adquiridas asimismo por Báez de Alpolin y siguieron idéntica evolución en su dominio que la
suerte lindera, anteriormente referida.
En cuanto al otro lote — inicialmente de Pedro Medina y que lindaba por su costado Norte
con los terrenos antedichos — solo se que luego de corresponder a Francisca Machado, pasó a
poder de un tal Juan Sánchez, soldado del Presidio local, que lo vendió al Capitán Juan Miguel de
Arpide. Este, por su parte, le transfirió el predio, el 16-XII-1657, ante Lorenzo Flores de Santa
Cruz, a Isabel Cabral de Meló, la suegra de Riblos, de quien lo hubo este personaje a través de su
esposa doña Gregoria.
Del posterior destino de tan amplio territorio (calculo alcanzó a medir, en conjunto, 1.500
varas de frente y la consabida legua de fondo), diré que su primer fraccionamiento tuvo lugar el
27-IV-1695, cuando Riblos ante el Escribano Juan Castaño Becerra, le hizo donación de 400
varas (la antigua “suerte” de Medina) al Capitán Francisco de Ángulo. El resto de la chacra — o
sean 1.152 varas, según mensura de entonces, con el fondo que sabemos —, producida la
quiebra económica de Riblos, fue adquirido en pública almoneda por Fermín de Pesoa, quien de la
superficie comprada le transfirió 600 varas de frente a la viuda y tercera mujer de don Miguel,
Josefa Rosa de Alvarado; según ella lo recordó en su testamento ológrafo del año 1768, en
este párrafo “aunque la escritura que me hizo (Pesoa) fue de donación ínter vivos, declaró haberle
pagado”. Un siglo después los terrenos de esa vieja chacra pertenecían al General Ángel Pacheco, y
ahora se localizan en Martínez, partido de San Isidro.
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mercaderías españolas y frutos americanos que traficaba Riblos. El impulso de su
giro comercial trascendió las fronteras bonaerenses, para llegar al Tucumán, al Alto
y Bajo Perú, a Chile y al Paraguay. Factores y apoderados suyos eran: el Sargento
Mayor Pedro de Izea y Araníbar, en Santa Fe; el Maestre de Campo Juan de
Perochena, en Córdoba; en Salta Alonso Ruiz de Llanos, Pedro Díaz de Loria
(antepasados míos), Manuel Troncoso Sotomayor y Pedro Sánchez de Madrid; en
Charcas, Tomás Dávila Enríquez; en Chile el Capitán Pedro de Miranda; en Lima Juan
Robles y Lorenzana, Secretario de la Inquisición; y en la Asunción del Paraguay el
propio Gobernador de esa provincia, Pedro de Mendiola. Y durante más de veinte
años, por las rutas del país trajinaron incesantemente, de ida y vuelta, convoyes
transportando los más variados efectos vendibles propios de Riblos; lo mismo que
innumerables arreos de mulas y vacunos suyos, a cargo de capataces, peones y reseros;
hasta que sobrevino la bancarrota del propietario, ocurrida — como se dirá a su turno
— en 1713.
Tanto esas recuas de animales que se criaban en las estancias porteñas, cuanto el
tráfico de mercaderías venidas de ultramar para enajenarse en las plazas del
interior, constituían los renglones más importantes de la actividad mercantil en
Buenos Aires. Anualmente, las muías de los campos litorales removidas hacia las
provincias norteñas, depararon sólidas fortunas a “troperos, quienes por lo general
eran, a la vez, comerciantes en trapos” — al decir del historiador Bernardo Frías. En las
feraces pasturas de Salta, concentrábanse las tropas mulares llegadas del sur, que
luego reanudaban el viaje “por la larga y estéril quebrada de Humahuaca, garganta
precisa y paso forzoso al Perú”. En el gran mercado salteño efectuábanse
abundantes transacciones; y así figuran algunas que realizaron los agentes de Riblos,
asentadas en escrituras públicas, que autorizó el Teniente de Gobernador Diego
Diez Gómez (otro de mis lejanos abuelos) durante el año 1698 (6).
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Así, por ejemplo el presbítero José Díaz de Loria recibió, en nombre de su sobrino el Capitán
Pedro Ruiz de Villegas, 500 muías del Capitán Manuel Troncoso, poderitario del “General
Miguel de Riblos”. Y el Capitán Juan de Vergara obligóse a satisfacer “al General Riblos"
una deuda de 4.875 pesos, por venta de 600 muías que le hizo el Capitán Manuel Troncoso. Y el
Maestre de Campo Pascual Elizondo se comprometió al reembolso de la suma de 2.624 pesos y 3
reales que le debía a Miguel de Riblos por muías que le vendió el Capitán Pedro Sánchez de
Madrid. Y el Capitán Gaspar de Medina Pomar y su esposa Teresa de Solórzano pactaron
reintegrarle a Riblos 565 pesos que les prestó el dicho Capitán Sánchez de Madrid. Y Manuel
Troncoso, en nombre de Riblos, aceptó una escritura por la cual Gaspar Troncoso y Pedro Ruiz
de Villegas debían abonarle 21.921 pesos en concepto de una transferencia de 2.502 muías. Y
siete años más tarde en 1705, el mismo Manuel Troncoso, representante de Riblos, ante el
Escribano Pedro Pérez del Hoyo (antecesor mío) formalizó un contrato de fletamento de
muías con Miguel de Gaete (otro de mis antepasados).
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La chacra de “El Retiro"
El 26-VIII-1692 — cuando aún su vuelo financiero no había alcanzado el
apogeo — Miguel de Riblos solicitó al Cabildo le vendiera (todo hace
suponer que en secreta combinación con el Gobernador Robles) una fracción de
tierra en el égido de la ciudad, pues — manifestó el peticionante —, a mí se me ofrece
aver menester trescientas baras en quadro de dicho éxido, empesando a medirse desde el
mojón de la chacra de Linares hacia la ciudad, cojiendo por el frente la barranca que
mira al río”. Ante tal requerimiento, el Cabildo se avino a desprenderse de ese
descampado suburbano en beneficio de Riblos. Y así, previa tasación del mismo,
pactóse su venta en 150 pesos corrientes, tomados a censo a razón del 5% de interés
anual; según consta en la respectiva escritura traslativa del dominio, que pasó el 6XII-1692, ante el Escribano Juan Castaño Becerra. (Hoy en día, esas 300 varas
cuadradas de terreno, vendidas por el Cabildo a Riblos, conforman la Plaza San
Martín, propiamente dicha).
Por otra parte, aquella “chacra de Linares” (7), lindante con el baldío municipal
adquirido por Riblos, situábase al Norte de la llamada “Ermita de San Sebastián”,
cuya cruz servía de mojón o límite entre los terrenos del ejido urbano y la primera
chacra de la serie originaria que repartió Garay en 1580 (a la altura del cruce de las
actuales calles Maipú y Arenales, donde se levantó la residencia de doña Matilde de
Anchorena). Esa primera “suerte” que le tocara a Luis Gaytán, sumada a las dos
siguientes recaídas en Pedro Alvarez Gaytán y en Domingo de Irala (nieto) —
La primera de las “suertes” componentes de la que fuera “chacra de Linares”, lindante con la
"Ermita de San Sebastián”, tuvo por dueño inicial a Luis Gaytán: medía 500 varas de frente, y la
hubo Bernalte de Linares por merced que le hizo el Gobernador Céspedes, el 29-XI-1630. La
segunda “suerte” de 350 varas de frente, la adquirió el mismo Linares de Juan Rodríguez
Quintero (en cuya biografía completo la historia del referido inmueble). Y la tercera parcela,
igualmente de 350 varas fronteras, al quedar vacante su dominio por el alejamiento de su titular, el
nieto de Irala, fuele otorgada de merced, el 30-VIII-1618, por el Gobernador Remandarías, a
Bernardo de León, para pasar mas tarde a poder del susodicho Bernalte de Linares.
Imaginariamente — ahora — localizamos aquella “chacra de Linares” dentro de un triángulo
cuyo vértice se ubica en un punto saliente de la barranca, contigua a la Plaza San Martín; frente al
edificio Cavanagh; allí donde no hace mucho estuvo emplazado el “Pabellón Argentino”. De dicho
extremo Sur, hacemos partir el lado Oeste de nuestro triángulo, para que corra por la calle
Arenales hasta dar con la esquina de las calles Uruguay y Juncal. De esta intersección, sesgando
el rumbo en ángulo agudo, partía el lado Noroeste del terreno, que llegaba al desemboque de la
calle Libertad en la Avenida Libertador. Aquí, al Este, el frente de la antigua chacra prolongaba
1.200 varas sobre la barranca, hoy día paralela a la dicha Avenida; cerrando luego su circuito,
hacia el Sudeste, en aquel punto saliente de la Plaza San Martín, de donde arrancó la figura.
Como se echa de ver, el perímetro del fantástico triángulo contiene a toda la densa red de
manzanas del Barrio Norte, configuradas a través de las calles Arenales, Juncal, Arroyo y
Libertador, en sus respectivos cruces con las de Maipú, Basavilbaso, Esmeralda, Suipacha,
Carlos Pellegrini, Cerrito, Libertad y un trecho de Talcahuano.
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unificadas luego en un solo título — pertenecieron desde 1665 a Catalina de Avila
Villavicencio o Bernalte de Linares, viuda de Gil Negrete, por haberlas heredado ella de
su padre Antonio Bemalte de Linares.
Ahora bien, a fin de ampliar la antedicha superficie de 300 varas cuadradas que
compró al municipio, Riblos adquirió posteriormente, el 12-11-1704, de la sucesión
de la nombrada doña Catalina la referida “chacra de Linares”. Y una vez el predio
así integrado mediante aquellas parcelas, sobre la punta más saliente de la
barranca, dominando el panorama del río, el Gobernador Robles — con el
beneplácito del dueño del terreno — edificó el famoso caserón que llamaría “El
Retiro”. Miguel Serondo, en su notable estudio Procedencia del nombre de El Retiro,
considera difícil afirmar cuales fueron los propósitos de Riblos cuando compró
aquellas tierras, situadas “lejos y al mismo tiempo cerca de la ciudad”; en un lugar
cómodo para desembarcar negros y mercaderías de contrabando. No resulta claro el
motivo que tuvo Robles para edificar en suelo ajeno, ni de que carácter fue su
vinculación con el protagonista de esta biografía. Sabido es que Robles, en tanto
Gobernador, de acuerdo con las Leyes de Indias, no podía adquirir propiedades
raíces en la jurisdicción de su mando. De ahí que — previa licencia que obtuvo del
Virrey de Lima, Conde de Monclova — el aludido mandatario bonaerense se hizo
fabricar para descanso suyo y de su familia — como él lo dijera —: “una casa de
retiro”, en las tierras de Riblos.
Dicha vivienda campestre, la más importante y suntuosa de la gobernación,
contaba con 39 cuartos o piezas, entre grandes y pequeñas. De esos departamentos,
4 eran enormes, capaces de contener cada uno más de 200 personas. Tenía la
morada, asimismo, 3 salas con techos labrados de cedro de talla; 51 puertas con
cerraduras y llaves y 7 sin ellas; 25 ventanas de todo tamaño, tras las rejas de fierro;
12 escaleras firmes, con barandilla y barrotes torneados, y un sótano con bodega.
Rodeaba la casa una extensa huerta cultivada, pródiga de hortalizas y árboles
frutales; en cuya cercanía habíanse construido dos atahonas para moler trigo, un
horno de hacer pan, una noria sacadera de agua, y la cochera para el servicio del
señor Gobernador. Por lo demás, 50 yeguarizos y 500 ovejas pastaban en los
espacios anexos de la chacra.
Y bien: a casi tres siglos de distancia, los historiadores desconfiamos de
que no solo pastoriles habían sido las intenciones del Gobernador y de su amigo
Riblos, cuando de consuno poblaron aquel ámbito ribereño, tan discretamente a
mano para desembarcar mercaderías sospechosas y almacenarlas ahí hasta que
pudieran enajenarse con ventaja. Todo hace presumir que Robles y Riblos fueron
socios. No es posible suponer que el primero edificara en tierras del otro un caserón
con “cuartos capaces de contener más de doscientas personas”, únicamente para
satisfacer desinteresados antojos de esteta barroco. Y nada confirma más la
sospecha del vínculo mercantil de entrambos, que el hecho de que seis años después
de adquirido “El Retiro”, al cesar el Gobernador y marcharse rumbo a España, su
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aparcero recóndito, el aprovechado negociante de la presente historia, se hiciera
cargo de todas las deudas de quien se alejaba definitivamente de estas playas.
Tales deudas, sin lugar a dudas, eran de la sociedad que los personajes habían
constituido en secreto. Por eso, en compensación por el pago de su parte en esas
obligaciones, la amplísima casona de “El Retiro”, con su mobiliario, útiles, enseres
y dependencias adjuntas, fue transferida por Agustín de Robles a favor de mi
antepasado, según escritura de fecha del 5-X-1703, ante el Escribano Francisco de
Ángulo; aunque, en rigor de verdad, el terreno donde hundía sus cimientos dicha
construcción, jamás saliera del dominio de don Miguel, desde que éste lo adquirió
del municipio en 1692 (8).
La vivienda familiar de Riblos
Antes de ser concursado por sus acreedores, don Miguel vivió
espléndidamente en Buenos Aires. Su suntuosa mansión urbana (que no debe
confundirse con la campestre de “El Retiro”), las “casas de su morada” (como se
pluralizaba entonces, no obstante ofrecer el conjunto unidad arquitectónica
completa) se enclavaba en el corazón de la ciudad, frente a la Plaza Mayor, en la
esquina hoy formada por las calles Bolívar e Hipólito Yrigoyen, allí donde
arranca hacia el sudeste la avenida diagonal Julio A. Roca, en solar
originariamente adjudicado por Garay a su compañero de fundación Luis Gaytán,
lindero, calle en medio, con el edificio del Cabildo.
Ese terreno, en el cual Riblos levantó su morada, es el mismo en cuyo
recinto, ya corrida la segunda mitad del siglo XVIII, mis antepasados Aguirre
instalaron su alojamiento familiar; el mismo sobre el cual en 1880 mi bisabuelo
Manuel Alejandro Aguirre, hizo construir su “casa de la calle Bolívar”:
magnífica residencia que alcancé yo a conocer en mi infancia. Por eso, la tradición
de ese inmueble resulta venerable para mí, y debido a ello, con afanoso interés me
8
Agustín de Robles y Lorenzana, del hábito de Santiago, Gentilhombre de Cámara de Su
Magestad y de su Consejo Supremo, que fuera guerrero en Flandes y Gobernador de Buenos
Aires, falleció en San Sebastián, Guipúzcoa, en el Palacio del Duque de Ciudad Real, entre las 2 y
3 de la mañana del 18-X-1713. Había dispuesto su testamento bajo sobre cerrado el 1-IX anterior.
Fue marido de María de Monforte y Arteaga y padre de Francisco de Robles, Capitán de
Caballos y de Pedro de Robles, Capitán de Infantería, que murieron en servicio del Rey
heredándolos su padre; y de Gregorio, Sebastián y Agustina de Robles.
El 29-1-1717, en Madrid, ante el Escribano Pedro del Campillo, Agustina de Robles
Lorenzana Monforte y Arteaga — hija y única heredera del ex Gobernador rioplatense — y el
esposo de ella, Mariscal de Campo y Jefe de Escuadra Fernando Chacón Medina Treviño y
Salazar, Caballero de Santiago, otorgaron poder a favor de Martín de Condirema, de Matías de
Goyeorría y de Adrián de Urreta, “vecinos de Madrid, que han de hacer el viaje a Buenos Aires”,
para que en sus nombres “pidan y tomen cuentas” a Miguel de Riblos de los negocios que este
tuvo con Robles en la ciudad porteña.
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puse a rastrear los distintos antecedentes y transferencias de su dominio; desde su
primer titular en 1580, hasta que el bien llegó a poder de Riblos y después a
mis ascendientes Nicolás de la Quintana (yerno de Riblos), Domingo
Alonso de Lajarrota (yerno de De la Quintana, y Agustín Casimiro de
Aguirre (yerno de Lajarrota); a cuyos hijos, nieto, bisnieta y tataranietos
Aguirre, el viejo solar siguió perteneciendo; de suerte que desde 1673 — año en que
Riblos se casó con la dueña del terreno — hasta 1938, en que la Municipalidad
porteña lo compró a los condóminos Aguirre Lynch, por espacio de tres centurias
—con una temporaria interrupción — tal parcela solariega fue patrimonio de una
sola familia.
De los distintos inventarios efectuados durante el mes de febrero de 1713, por
el Capitán y Alcalde del- voto Alonso de Berezosa Contreras, en los autos del
concurso de Riblos, se desprende que aquella importante vivienda se componía
de 14 piezas o cuartos con techos labrados de cedro, en los que sus puertas y
ventanas enrejadas se disponían alrededor de un patio interior con parral, en cuyo
fondo prolongábase la huerta arbolada de frutales.
Adornaban la casona — junto a distintos muebles y objetos de valor — un
crucifijo de marfil de una vara de altura y 17 cuadros al óleo. Entre ellos el retrato del
Rey Felipe V, y la efigie del Arcángel protector del dueño de casa: San Miguel,
triunfante “sobre todos los diablos”; amén de otras telas religiosas y de varias
pinturas de “príncipes austríacos y otomanos”. También veíanse en aquellas
habitaciones varias sillas de nogal claveteadas de bronce, alfombras, tapices,
cortinas y doseles de tafetán; mesas, escritorios, y un biombo de estrado con
balustres de Jacaranda y perillas de metal. Y junto al profuso moblaje, llamaba la
atención el ostentoso lecho nupcial, digno de un sultán: “cuja torneada a lo
salomónico, de madera granadilla, con más sus colgaduras de damasco carmesí,
guarnecida con pasamanos, alamares y flecos de oro”, según lo precisó el inventario
judicial respectivo.
Empero, si la enumeración completa de los bienes del causante evidencia el
lujo con que Riblos gustaba de rodearse cuando le sonreía la fortuna, sorprende
realmente que un traficante como era él, absorbido por sus negocios de surtir al país
y a sus comarcas aledañas con toda clase de efectos, géneros y esclavos; de
abastecer con millares de mulas y reses, criadas en sus 5 estancias, a los
mercados del Alto Perú; de organizar al mismo tiempos vaquerías en la pampa
salvaje a fin de despachar para Cádiz navíos repletos de cueros; sorprende — decía
— encontrar en casa del aludido empresario capitalista, una selecta biblioteca llena
de libros, y no de comercio precisamente. Tal colección impresa constaba de 131
volúmenes — cuya nómina dio a conocer Raúl A. Molina en la revista Historia,
con un estudio bibliográfico pertinente —, figurando, en medio del escogido
conjunto de textos históricos, religiosos y profanos, dos tomos reveladores de las
aficiones nobiliarias de don Miguel: Reglas y establecimiento de la Orden de
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Santiago, y Definiciones de la Orden de Calatrava.
Así, en la intimidad de ese ambiente refinado, vivió nuestro personaje con
los suyos muchos años: rodeado de esclavos que servían en la mansión colonial (9).
Las prendas y adornos costosos — de que dan cuenta los viejos papeles, y que
serían pasto de sus acreedores — recatábanse tras la solidez de aquellos muros
hogareños. Fuera del recinto, en la puerta principal de la vivienda, como signo
manifiesto de riqueza: “un coche encerado con tachuelas doradas, vidriado por
dentro y forrado el cielo con damasco carmesí” (que había sido del Obispo Azcona),
con la yunta en los tiros y el auriga al pescante, esperaba el momento de conducir
por las calles desparejas de entonces al poderoso mercader.
Junto a lo indicado agrego que, don Miguel compró — no sé a quien ni cuando
— un solar pegado al flanco que miraba al sur de la antedicha vivienda; solar que
originariamente, en 1580, Garay adjudicó a mi antepasado el conquistador Juan
Fernández Enciso y, tres décadas más tarde, perteneció edificado a la sobrina
política de éste y remota abuela mía, Catalina de Vera y Guzmán, viuda de
Jerónimo López de Alanis. Ese terreno (36 3/4 varas de frente y 66 3/4 de
fondo) ubicaríase hoy en la calle Bolívar, enfrente del City Hotel.
Otros aspectos de la actividad de nuestro personaje
En 1695 el Obispo Azcona e Imberto llevó adelante una campaña — como
ahora se dice — entre los fieles de su diócesis a fin de reedificar la Catedral
lugareña (en el mismo sitio que ocupara la primitiva iglesia, y sobre la demolición
de su siguiente fábrica, mal construida en 1671, que se había derrumbado). Miguel
de Riblos cooperó con Su Ilustrísima afanosamente. Puso tal empeño en lograr la
materialización de la obra, que, a la cabeza de un numeroso grupo de vecinos
“accioneros”, rejuntó 33.600 vacas cimarronas en la pampa, que se enviaron a
vender al Alto Perú en beneficio del futuro templo mayor de la ciudad. De esa
importante contribución dejó constancia el Gobernador Robles, el 25-1-1696, al
expresar como todos los vecinos “habían concurrido con general beneplácito y
9
El inventario de los bienes de mi antepasado Riblos especifica como de propiedad suya 37
esclavos, a saber; Francisco, mulato, “maestro de herrería”, de 30 años de edad; Juan, mulato,
herrero, de 29; Thomás, mulato, “oficial de lima”, de 35; Ignacio, negro, de 30; Bernardo, negro,
de 30; Vicente, negro, de 30; Bernardino, mulato, de 24; Josefa, mulata, de 24, con dos hijos;
Gregoria de 3 y Sebastián de 2 meses; Marta, mulata, de 40; María, mulata de 30; Magdalena,
mulata, de 40; María, mulata, de 15; Ana, mulata, de 12; Miguel, mulato, de 16; Juan Manuel,
mulato, de 13; Inés, negra, de 30, con su cría Tomás, de 5; María, mulata, de 15, con hijo de
pechos, Lorenzo; Juana, negra, de 30; Juana, negra, mayor de 50; Leonor, mulata, de 30, con
dos niños, Joseph e Isabel; Ana, mulata, de 20, con su crío de 5 meses; Marcela, mulata, mayor
de 17, con dos hijos, uno de pecho; Juan Bautista, mulato, de 40, “quien dijo ser libre por carta
de libertad”; Josepha, mulata, de 20, “con carta de libertad”; Josepha, negra, mayor de 15; Juana
Gómez, “cuarterona”; Francisco, negro, de 30; y Silvestre, mulato, de 33 años.
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con especial fomento del Capitán Miguel de Riglos ... siendo su generoso y
ardiente celo, al servicio de ambas Majestades, quien facilitó su buen efecto, no solo
en las disposiciones previas, que con incansable fatiga ministró su operación,
sino también en haber suplido los gastos que se hicieron y se han de hacer en la
conducción de las vacas a las provincias de arriba”. En mérito de tales servicios, el
representante del Rey en el Río de la Plata, el 22-VI-1697, lo ascendía a don
Miguel a “Cavo y Gobernador de la Caballería del Presidio”, cargo que estaba
vacante por fallecimiento de su titular Francisco Duque Navarro.
Alejado de Buenos Aires el antedicho Gobernador, cómplice, socio y amigo de
Riblos, las relaciones de éste con el sucesor de aquel Manuel del Prado
Maldonado, dejaron mucho que desear; al punto de que don Miguel se lanzó, sin
recatarse en lo más mínimo a despotricar contra el nuevo mandatario. Esa
malevolencia pública de mi atávico genitor respecto del primer magistrado
local, culminaría en un ruidoso desacato cometido el 15-II-1702, durante las fiestas
celebradas con motivo de la coronación de Felipe V.
Riblos, según parece, desobedeció ciertas órdenes terminantes del jefe
supremo de la provincia. La falta debió ser grave y ciertamente escandalosa, ya
que a causa de ella Prado Maldonado condenó al culpable a destierro que debía
cumplir en la isla Martín García, para de ahí deportarlo a España en el primer navío
que zarpase con ese destino. Arrestado, entretanto, en la cárcel del Fuerte, Riblos
logró huir, y en busca de “sagrado” se introdujo en las construcciones de la
Catedral — que en buena parte debíanse a su munificencia —, y tras la capa
protectora del Obispo — “solicitando siempre conmover los ánimos de los vecinos
y rebelarse contra dicho Governador” — se estuvo allí cinco meses hasta
después del 3-VII-1702, día en que Prado Maldonado entregó el mando a su
reemplazante Alonso de Valdés Inclán.
Por dos veces — el 2 de abril y el 11 de mayo de aquel año 1702 —, mientras
su marido permanecía “retraydo en la santa Yglesia Cathedral”, Gregoria de
Silveryra y Gouvea — personalmente primero y luego através de su pariente y
padrino nupcial Francisco Maciel del Águila — se presentó al Cabildo solicitando
testimonios del acta de elección de Riblos como Alcalde en 1682, y de cierta
Real Cédula que instruía a los Gobernadores como habían de proceder “en las
prisiones de los vezinos y rexidores desta Ciudad”. En estos trámites de mover
cielo y tierra que la señora hacía para sacar a su consorte del difícil trance en que
se hallaba, también ella se dispuso impugnar al asesor legal del Gobernador,
Licenciado Esteban Guerrero Barrientes, el cual, sin duda, fue quien aconsejó la
prisión y destierro del insubordinado don Miguel. En tal propósito doña Gregoria
le mandó pedir al Cabildo una constancia escrita de los despachos por cuya virtud
usaba su oficio el letrado aludido. Y aquí la personería del abogado audiencial,
consejero de Prado Maldonado, no quedó muy firmemente establecida, ya que los
Regidores porteños tuvieron que responderle a la esposa de Riblos, que el
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título de dicho leguleyo no había sido presentado nunca a ese Cabildo, por lo,
que la interesada debía de reclamarlo en Charcas; y para salvar la responsabilidad
de Guerrero Barrientes, los cabildantes lugareños desluciéronse en elogios de su
“literatura, celo, desinterés y limpieza conque se ha portado en cuantas materias se
han ofrecido”.
Rehabilitado de su desacato, luego del alejamiento del Gobernador Prado
Maldonado, Miguel de Riblos compareció, el 22-XI-1703, a dar su parecer en una
“Información” levantada por el Alcalde Juan Bautista Fernández, a fin de requerirle
al Rey su venia para instalar en Buenos Aires un monasterio de monjas. Riblos opinó
que “es cossa muy lastimosa el que no aya ningún combento de monjas en que
poder recoger las hijas de las personas ilustres que componen esta ciudad, que con
ansia desean semejante perfección”; ello en perjuicio de “la calificada virtud que
concurre en la piedad devota de muchas donzellas nobles”, las cuales resueltas a
dedicar su vida al servicio de Dios renuncian del todo “a la pompa y fausto del
mundo de su expontánea voluntad”, y en sus propios domicilios “se reduzen a vivir
en el estado de Beatas devajo del voto perpetuo de castidad”; ya que no todas
pueden ser conducidas “a uno de los dos Monasterios que hay en la ciudad de
Córdoba, que dista de esta ciudad más de ciento veinte leguas”. Por tanto,
resultaba impostergable fundar un convento para las muchachas porteñas con
vocación claustral.
Las cambiantes relaciones de nuestro personaje con el
Cabildo
Atento siempre a sus intereses, Riblos, el año 1706, pidió al Cabildo “licencia
de accionero legítimo de los ganados cimarrones”, pues pretendía recoger 1.000
cabezas vacunas para sus estancias de Areco, “por mano de Pedro Izea Aranibar,
vecino de Santa Fe” — uno de sus agentes en el litoral del país. Y dos años más tarde,
en 1708, el hombre integró de nuevo el cuerpo capitular como Alcalde de 2- voto.
Su perseverancia en desempeñar esta función pública se frustró en gran medida; y en
la sesión del 20 de octubre leyóse un petitorio suyo de permiso para no concurrir a los
acuerdos: “por hallarse falto de salud y padecer unos desbanesimientos de caveza
que no puede asistir, así a los cavildos como a las demás cossas que son de su
obligación”; con el compromiso de que la ausencia durará “hasta que Dios Nuestro
Señor fuere servido de darle mejoría en el achaque que padece”. Excusado resulta
decir que sus colegas hicieron lugar, sin objeción ninguna, a demanda tan justificada.
Al año siguiente, Riblos emprende la tarea de suministrarle al Cabildo 30.600
“adoves cocidos” que esa institución necesitaba para construir su nueva casa. Al efecto
el contratista quedó encargado de acumular los materiales; algunos de los cuales, casi
medio siglo después, utilizarían los arquitectos jesuítas Juan Bautista Prímoli y Andrés
Blanqui, para la erección definitiva de la “Casa del Cabildo y Cárcel de Buenos Aires”.
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Entretanto, a mi antepasado el municipio le adelantó 2.400 pesos plata, de cuya
suma — según rendición de cuentas del 28-V-1709 — Riblos dispuso, hasta esa
fecha, 920 con 5 reales en la compra de aquel montón de adobes y de dos carretas
nuevas para el acarreo de los mismos. Al aprobar tales gastos, los cabildantes
acordaron en el acta respectiva: que esperaban “de un ciudadano de tan conocidas
prendas como las que se compone el dicho Don Miguel de Riblos, y de su celo al
mejor lustre de este Cabildo”, consiguiera en adelante los elementos restantes para
empezar la edificación proyectada, “con el fervor que le ministra su gran talento y
galantería, en una obra que tubo principio en tiempo en que regentó (don Miguel) la
bara de Alcalde”.
Pocos meses después de expresados estos ditirámbicos conceptos, los ediles
porteños, lejos de repetir tales elogios, emplazaron a Riblos para que entregara de una
vez, los 30.000 adobes del compromiso; pues no obstante el tiempo transcurrido,
solo se habían acumulado “20.000 enteros y algunos medios que no son de ningún
provecho”. También el Procurador Amador Fernández de Agüero le requirió a
Riblos la “entrega del dinero que tenía en su poder, con otras particularidades que de él
constan”, dentro del término de tres días.
Don Miguel, a todo esto, anduvo con vueltas y chicanas pidiendo testimonios
a fin de demorar el asunto. En vista de ello, el ll-VII-1710, el Cabildo acordó que
“dentro de un día natural”, el emplazado rindiera cuentas de su gestión. El terco de
Riblos, entonces, para no satisfacer directamente las justas exigencias del municipio
que reclamaba lo suyo, depositó el saldo de 1.479 y 2 1/2 reales, que le quedaban de
la suma recibida, en manos del Gobernador Manuel Velasco de Tejada; cuyo
numerario, al fin de cuentas, sirvió para “componer los dos calabozos que tiene esta
cárcel para seguro de los delincuentes que se ponen en ellos”.
El 29-XII-1710, Miguel de Riblos compró, en 1.600 pesos, el empleo de
Depositario General, por lo que el Gobernador ordenó al Cabildo lo pusiera en posesión
del cargo. Prestado el juramento de rigor, al distribuirse entre los capitulares la
ubicación de cada cual en la formación del cuerpo colegiado, el flamante Depositario
protestó porque el lugar que se le señalaba no le correspondía, a su juicio, por no estar
inmediato al de uno de los Alcaldes. El Cabildo, a su vez, se negó a complacer al
reclamante, aduciendo que todos los Depositarios habíanse sentado allí donde Riblos
no quería permanecer. Resentido por ello don Miguel resolvió dejar de concurrir al
Ayuntamiento, so pretexto de que “estava yndispuesto”. Más viendo el Cabildo que
“desde que se recibió el dicho don Miguel de Riblos da la mesma respuesta y
escusa, siendo así que se halla bueno y sano, y que en las ocurrencias de los actos
públicos y fiestas de tablas de la obligación, bá a ellas y se asienta en el coro y en
otros asientos a vista del Cavildo, faltando a lo dispuesto por reales ordenanzas, se
acordó se le embíe recado con el Escribano amonestándole ocurra en cumplimiento
de su obligación a los ayuntamientos”. Riblos, empero, lejos de someterse a la
disciplina del cuerpo, el 1 l-V-1711 presentó un escrito reclamando el asiento
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contiguo al del Alférez Real; pretensión que sus colegas deshecharon, pues no se
“deve dar otro lugar que el que le toca por su antigüedad y el que han tenido sus
antecesores”. Por lo demás, los fiadores del Depositario, “hasta la cantidad de 4.000
pesos”, fueron los Capitanes Pedro de Saavedra, Juan Maciel del Águila y Miguel
de Esparza, quienes suscribieron la respectiva escritura casi tres años más tarde.
“Sic trancis gloria mundi”
El 11-II-1713, el Alcalde Alonso de Berezosa Contreras planteó el caso, en el
Cabildo, por que el Depositario Riblos — custodio público de caudales menores,
de censos retenidos y de otros depósitos en efectivo — “se avía refugiado” en el
Colegio de los padres jesuítas en razón de “hallarse ejecutado por diferentes
cantidades de dinero”; circunstancia que obligó al Cabildo a mandar a su
Procurador ante el Gobernador, a fin de pedirle ordenara a los Escribanos de su
ministerio se hicieran cargo de todas las sumas que Riblos retenía en su poder.
Es que, de tiempo atrás, la solidez económica de mi antepasado empezaba a
desmoronarse. Entre otras obligaciones financieras que se le vinieron encima,
don Miguel había dejado pendiente una deuda de 4.400 pesos, en concepto de
ciertas alhajas que Juan Goicochea le remitió de España en 1698, en los navíos del
“Maestre” Carlos Gallo. Y sucedió que al no poder pagársela al apoderado de
Goicochea — Manuel de Ibarbals —, que con otros acreedores lo asediaban
constantemente, Riblos optó por “refugiarse” en el Colegio de la Compañía de
Jesús. Su actitud dio motivo para una demanda judicial en contra suya, ante el
Alcalde González de la Quadra; y defensor del demandado, en dicho pleito, fue
Antonio de Larrazabal.
Las fuertes deudas dejadas por el Gobernador Robles que, como dijimos más
atrás, tuvo que soportar aquí su implícito socio Riblos; los quebrantos sufridos
por muchos capitalistas metropolitanos vinculados al tráfico con el Río de la
Plata; la paz de Utrech que, si bien puso término a la guerra llamada “de
sucesión” en España, benefició a Inglaterra en perjuicio del comercio español;
estos y otros factores acarrearon el desastre económico de don Miguel; cuyo
concurso de bienes, a partir de 1714, se ventiló ante la justicia bonaerense —
inicialmente ante el Juez Juan José de Mutiloa y Andueza,siendo en adelante
administrada la fortuna por un Síndico que nombraron sus acreedores: el Capitán
Pedro de Saavedra , que fuera uno de los fiadores del ejecutado.
Y llovieron las demandas contra el concurso de Riblos: Francisco de
Ribera, vecino de Madrid, por una fuerte suma; Francisco de Salinas, por 3.000
pesos que el causante se había obligado a pagar a Martina de Castro con domicilio
en Cádiz; Francisco Díaz Cubas y sus hijos, por 2.000 pesos; Francisco Antonio
Justiniano, residente de Sevilla, por 40 mil y tantos pesos; el Gobernador Zabala,
sobre entrega a las Reales Cajas de 2.000 pesos, que dejó en poder de Riblos su
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antecesor José Garro; el convento de San Francisco, mediante su Síndico el
Capitán Tomás de Arroyo, por bienes obligados a censo; el Convento de los
frailes mercedarios, asimismo por contribuciones censatarias semejantes.
También el Canónigo Juan Fernández de Agüero tenía dinero que cobrar; y, entre
numerosos acreedores, Bartolomé Chavarrí, Felipe Alcayaga, Fray Leandro
Alvarez Almirón, Isabel Castaño Becerra — esposa del Capitán Juan Rojas —,
María Matos Encinas, y la propia Compañía de Jesús, donde el insolvente había
buscado asilo, se lanzaron sobre sus bienes.
Sic trancis gloria mundi, pudo repetirse el otrora poderoso Riblos al
abandonar arruinado los claustros jesuíticos a fin de hacer entrega de las
propiedades suyas a quienes lo apremiaban a saldar créditos y cuentas atrasadas.
Empero, nuestro infatigable hombre de empresa, magüer su bancarrota y el haber
abandonado en manos de un Síndico la administración de sus intereses, todavía, el
17-III-1716, le pidió al Cabildo licencia para recoger ganado vacuno “en la otra banda
del río”; licencia que los Regidores acordaron: “sin embargo de ser el susodicho
uno de los principales que han disfrutado estas campañas de dicho ganado, y
tenido más utilidad que otro ninguno, atento ser notoria la falta que hay de dicho
ganado para el abasto de la ciudad”. Por ello el permiso se dio, aunque “so pena de
perdimiento de la tropa y aperos”, en caso de no llevar el interesado los animales a
sus estancias; como asimismo sino designase, para ejecutar el trabajo, a una persona
recomendable, “asignando el tiempo en que ha de hacer la recogida”.
Los tres desposorios de Riblos y su paso al otro mundo
Don Miguel — según oportunamente se dijo — casóse de muchacho al
comenzar su carrera, el 30-IX-1673, con Gregoria de Silveyra y Gouvea, la cual
falleció el 30-VII-1707, sin haberle dejado descendencia. Ante esta doble
desgracia, el cónyuge supérstite, no obstante su edad requete madura, de
ningún modo se resignaría a quedar sin progenie, tal como aparentemente lo
condenaba el destino. Por eso el 3-X-1709, ya sesentón cumplido, resolvió
maridarse de nuevo con una jovencita de apenas 21 primaveras: María Leocadia
de Torres Gaete.
Nueve meses antes de dar por cumplida religiosamente esa alianza, en una
escritura dotal, autorizada el 3-1-1709 por el Notario Juan Castaño Becerra, el
sexagenario novio expresó respecto a su tierna apalabrada ("doncella, la califica el
documento), “que como la cantidad que se me ha prometido de dote no es bastante
para que pueda — María Leocadia — vivir conforme a su calidad, estoy de
acuerdo de la dotar de mis propios bienes en diez mil pesos corrientes de a ocho
reales”. Estas arras las concretó Riblos con el aporte de 5 esclavos negros, 9
cuadros al óleo y distintas alhajas, muebles, alfombras, ropas, enseres y una silla de
manos con clavazón de bronce.
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Y bien, a propósito de esa pareja tan despareja de antepasados míos — si
las fechas documentales no mienten —, pondré de relieve que el 3-X-1709 se
consagraba el matrimonio de entrambos, y que a los 8 meses y 26 días del suceso, el
29-VI-1710, el único fruto de la unión de dichos cónyuges, la niñita Leocadia
Francisca Xaviera de Riglos y Torres Gaete, fue llevada a la pila de la Iglesia
Catedral por sus padrinos Antonio de Anuncibay y la hija de éste; y que el
nacimiento de la párvula se había producido "ocho meses y tres días" antes de la
aludida cristianización; vale decir que la criatura vino al mundo el 26-X-1709,
exactamente 23 días después de la boda religiosa de sus padres. Esto comprueba
que "la doncella" — como calificara Riblos 9 meses atrás a su prometida — había
dejado de ser tal inmediatamente después de firmado aquél contrato de dote, el 31-1709.
De cualquier manera la suerte se mostró nefasta con la precoz madre de
familia. María Leocadia de Torres Gaete enfermó gravemente a los dos
meses de su alumbramiento primerizo, para morir enseguida el 30-X-1710, bajo
testamento otorgado un año antes, el 24-X-1709.
Después de todo, si con la muerte de su compañera el viejo Riblos no
quedó definitivamente abatido, fue porque su vitalidad asombrosa era capaz de
reverdecer cada vez que una mujer joven se cruzaba en su camino, y como esta
circunstancia se presentó precisamente con Josefa Rosa de Alvarado y Sosa,
aquél resolvió casarse con ella.
La muchacha procedía de excelente cuna. Bautizada el 10-11-1690, de recién
nacida perdió a su madre y, a poco andar, a su padre; Isabel de Sosa y Terra y
José de Alvarado y Hoz, respectivamente; por cuya causa quedó la huérfana bajo
la adopción solícita de Pedro de Vera y Aragón y de su cónyuge Beatriz Jufré de
Arce; quienes al morir le dejaron a su ahijada una sólida fortuna, con la esperanza de
que la niña se consagrara de por vida a la Iglesia. En tales piadosas vísperas de
ingreso al convento hallábase la inminente monja, cuando Miguel de Riblos la
requirió de amores; y luego de corrido un año de otorgada la pertinente escritura
del contrato esponsalicio (13-III-1711) — seguido el compromiso por condigna
posesión física—, el enlace se santificó el 4-III-1712 en la Catedral porteña por
oficio del Deán Provisor y Vicario del Obispado, Domingo Rodríguez de Armas,
en presencia, "fuera de otros muchos", de Diego de Sorarte, de Pedro González y
de Antonio de Avellaneda. Y justo al mes y diez días de la ceremonia, el 14IV-1712, la consorte de Riblos echaba al mundo un varón que recibió los
nombre de José Ignacio Xavier.
Según se ve, las ansias del protagonista de esta historia por convertirse en
patriarca, se anticiparon a las bendiciones sacramentales, una y otra vez, con
aquellas dos mozas distinguidas que supo escoger para madres de su estirpe. Esto,
desde luego, no sin previamente suscribir sendos contratos maritales
protocolizados ante Escribano Público y testigos, en cuyos documentos el
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otorgante llama “esposa” en legal forma, a la mujer elegida para compañera de su
vida.
Sabido es, por lo demás, que, en estricta teología, los verdaderos ministros del
sacramento matrimonial resultan los propios contrayentes, siendo el párroco solo
un testigo autorizado que bendice la alianza y aprueba como buena la
decisión del hombre y la mujer de unirse religiosamente para tener hijos, hasta
que la muerte los separe. El matrimonio con la dignidad de sacramento es pues, el
mismo contrato, si este se celebró con el consentimiento formal de los esposos, en
presencia de testigos y conforme a derecho.
En verdad no hace falta recalcar que la dogmática católica se sabía y se
practicaba en la sociedad bonaerense de hace tres centurias, profundamente religiosa y
circunspecta, donde todos los vecinos se conocían, y donde el culto por la honra
femenina se guardaba con inflexible rigor. Dentro de esa costumbre se ató y reató a los
lazos nupciales mi antepasado Riblos, en el dilatado curso de su existencia familiar. Y
todavía, a la edad de 70 años (límite excepcional para ciertos hombres de las
funciones generativas, según opinan respetables fisiólogos), tuvo la satisfacción de
verla alumbrar a su tercera consorte, en mayo de 1719, el último vastago de su sangre.
Sin embargo, dos meses después, el 31 de julio, “enfermo en la cama de la
enfermedad que Dios Nuestro Señor se ha servido de me dar”, don Miguel hizo
llamar a su casa al Escribano Domingo Lazcano, ante quien otorgó las disposiciones
que sus albaceas habrían de cumplir luego de su muerte. Ordenó fuera sepultado su
cuerpo en la Capilla de San Pedro de nuestra Catedral, “de cuya cofradía soy
hermano”. Declaró por legítimos herederos a su mujer y a sus hijos de ambas
nupcias, los que quedarían bajo la tutela de ella. Por último dio poder al Vicario del
Obispado Doctor Francisco Reina, y a los Capitanes Antonio de Merlo y Antonio
Gallegos, los cuales con su mujer doña Josefa Rosa, de acuerdo a lo que les había
requerido verbalmente, y a lo que hallarían en sus libros y papeles, ordenaran su
testamento. Y una semana más tarde, el 6-VIII-1719, el causante dejaba de existir. Así
lo hicieron constar dichos albaceas al protocolizar, el 6 de diciembre siguiente, aquella
disposición testamentaria.
Liquidación de la testamentaría del viejo Riblos
Con la muerte de don Miguel no habrían de interrumpirse los trámites de su
concurso de acreedores, ni cesarían los empeños de sus herederos por hacer
efectivos los créditos que al causante le debían. Así, por ejemplo, el 30-X-1727, el
albacea sucesorio Antonio Gallegos — a pedido de la viuda del difunto — otorgó,
ante el Escribano Francisco de Merlo, un poder a los vecinos sáltenos Maestre de
Campo Juan Bautista de Ibarguren y Vicente Pérez de Albernas, para que ellos
demandaran, en la ciudad de Lerrna, a todos los deudores de Riblos; en especial
a Alonso Ruiz de Llanos (mi antepasado), quien habíase obligado a pagar al
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extinto una suma de dinero por escritura que pasó ante el Escribano salteño
Francisco López Fuenteseca. Asimismo, el poderdante, facultó a Ibarguren y a
Albernas para que pudieran vender un esclavo mulato nombrado Joseph, como de
25 años, de propiedad de Riblos, que andaba fugitivo por esos pagos del norte, y
del cual daría razón Sebastián de Londoño.
Los bienes del concursado, entretanto, habíanse ido liquidando. Ya en vida del
fallido, uno de los primeros en venderse fue aquella finca de “El Retiro”, cuya
propiedad se transfirió en 1718 a la Real Compañía de la Gran Bretaña: “South Sea
Company” (10). Y doce años después de la muerte de Riblos, su casa particular se
vendió también en público remate, por cuenta de sus acreedores, adquiriéndola
el yerno Nicolás de la Quintana. (11).
10
El 19-1-1718, ante el Escribano Domingo Lescano, comparecieron Miguel de Riblos y el
Capitán Pedro de Saavedra, administrador de los bienes de aquel que se hallaba en concurso de
acreedores. (Saavedra fue nombrado administrador el 22-111-1714 por el Juez “de este negocio”
Juan José de Mutiloa y Andueza). Y ambos comparecientes dijeron: “que ha mucho tiempo tienen
ajustado trato de venta con don Thomás Douex Presidente de la Real Compañía de la Gran
Bretaña de la Trata de Negros”, respecto de la casa de campo “El Retiro”, “distante de esta ciudad a
un cuarto de legua, poco mas o menos, con lo que en ella havía edificado, en que se incluyen la
huerta con serco de árboles frutales y la noria, en la forma que está”. En virtud de ello, otorgabase
dicha transferencia de dominio en presencia de Juan Trupe, otrora Presidente de la institución
negrera inglesa de referencia, quien, años atrás (4-VII-1714), había adquirido, de mi antepasado
Silvestre Sarria, las tres “suertes” de tierra contiguas al “Retiro”, “que corren por la costa de
arriba de este Gran Río de la Plata”, y medían 1.212 varas de frente y una legua de fondo. La casa de
“El Retiro” — como ya se dijo — se la había transferido a Riblos el Gobernador Robles el 5-X1703. A su vez, las tierras de chacra que circundaban la casa del “Retiro”, fueron adquiridas por
Riblos — como sabemos — de la sucesión de Catalina de Avila Bernalte de Linares, el 12-111704; de modo que los títulos respectivos de ambos inmuebles — 34 fojas — entregáronse al
Presidente de la empresa compradora de ellos, “con sus usos y costumbres, entradas y salidas,
pescaderos y servidumbre, para siempre jamás”, mediante el precio y cuantía de 3.000 pesos en
plata corriente.
La compañía relacionada, a raíz del Tratado de Utrecht, ejercía el privilegio de introducir
esclavos africanos en los dominios del Rey de España; y en la otrora lujosa construcción del
Gobernador Robles y de su encubierto socio Riblos, vinieron a concentrarse los sucesivos lotes de
negros desembarcados de los navíos de “la trata”. Mas tarde, en 1740, al confiscárseles los
bienes a los ingleses en este país, “El Retiro” — si bien continuó arrendado a otras empresas del
asiento negrero — pasó a ser propiedad municipal.
11
El 26-X-1730, el Alcalde de 1- voto Juan Bautista de Sagastiverría, ante los “Portales de la
Plaza pública, lugar destinado a las Almonedas”, dispuso se efectuaran las subastas de dos
viviendas: La que perteneció a Miguel de Riblos y otra que había sido del finado Pedro de
Vera y Aragón. Presentes el Defensor de Menores, Capitán Matías Solana, y Juan de la Cámara
“defensor de los bienes del dicho don Miguel”; y ante la gente reunida alrededor de una mesa
con recado de escribir, y un buen número de sillas, hízose oír el vozarrón de mulato Francisco, el
pregonero, que se desgañitó gritando: “Ea cavalleros, llegúense a la almoneda que se est á
haciendo de las casas que fueron de don Miguel de Riblos, que están inmediatas a la Plaza, y
hacen esquina a ella”; 13.666 pesos “dan por las casas que fueron del General Miguel de
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En cuanto a la chacra de Riblos en el “Monte Grande” (San Isidro), de la
cual con anterioridad me ocupé, fue adquirida en pública subasta por Fermín
Pessoa, el cual, a su turno, le transfirió a la viuda de Riblos, Rosa de Alvarado,
seiscientas varas frente al río y una legua de fondo, de la superficie total que
había comprado; conservando Pessoa, para su propio dominio, la fracción
restante; 550 varas con la pertinente legua contrapuesta.
Las tierras del “Rincón de Riglos”, sobre el río Lujan, fueron asimismo
rematadas; y Fermín de Pessoa adquirió parte de ellas en la “Cañada de Escobar”;
pues la mayor área del campo — 15.200 varas fronteras y legua y media de fondo
— la compró Nicolás de la Quintana, hijo político del causante. Las otras
estancias en el río Areco, “con crezidas haziendas y esclavos”, correspondieron a la
esposa e hijos herederos de don Miguel.
Algo sobre la viuda de Riblos
Doña Josefa Rosa de Alvarado sobrevivió más de medio siglo a su
marido — ella, adviértase, era 41 años menor que él. Y aquí cabe apuntar que justo
un año antes de consagrarse su matrimonio con Riblos, el 13-III-1711, cuando
apenas habíanse cumplido cuatro meses del entierro de la segunda esposa del
acelerado reincidente, éste compareció ante el Escribano Francisco de Ángulo y
los testigos Alférez Miguel González Pacheco, Teniente Juan Ponce, Capitán
Juan de la Torre y Licenciado Francisco José Verois, y dijo; Que “por quanto
tengo tratado de contraer Matrimonio con Doña Josepha de Albarado, según
orden de nuestra Santa Madre Iglesia, a honrra y gloria de Dios nuestro señor, y
porque antes que se efectúe el vínculo he venido a otorgarle Recibo y carta de dote a
la susodicha, de todos los vienes muebles y rayces que la susodicha tiene suyos y
heredados del Capitán Joseph de Alvarado, su padre, y de Doña Beatriz Jofré de
Arce, muger legítima del Capitán Don Pedro de Vera y Aragón, difuntos; para que
se sepa con toda claridad y distinción”. Riblos nombraba tasador de dichos
bienes al .Alguacil Mayor Miguel de Obregón y, por su parte “Doña Josepha de
la Rossa y Albarado” (sic) nombró al Capitán Nicolás de Torres, quienes
evaluaron ese conjunto dotal en 24.447 pesos y 2 reales (12).
Riblos”, y 5.500 por las que fueron de don Pedro de Vera!. Y al no concretarse mejores
posturas, resultó comprador de ambas propiedades el Capitán Fermín de Pesoa, quien, al día
siguiente, 27 de octubre, ante el Escribano Francisco de Merlo, declaró haber adquirido la casa de
Riblos para Nicolás de la Quintana, y la de Vera y Aragón para Josefa Rosa de
Alvarado, yerno aquel y viuda esta del susodicho Miguel de Riblos.
12
En esa escritura de reconocimiento de dote que se otorgó el 13-111-1711 ante el Escribano
Francisco de Ángulo, tanto Riblos como su futura consorte Josefa Rosa de Alvarado,
mandaron a sus criados “fueran sacando las alhajas y demás cosas en presencia de los Tasadores
(Miguel de Obregón y Nicolás de Torres) para que hicieran la tassación, a un quarto y sala
principal de las cassas de su morada, y dieron principio para ello cossa por cossa, en la forma
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siguiente, de que dicho Don Miguel de Riblos se fue recibiendo":
“Primeramente, las cassas de la morada de la dicha Doña Rosa, que se componen de diez y
seis piesas o quartos con su patio, con su zaguán y puerta principal, huerta de arboledas, todo
cubierto de teja y enladrillado; que lindaban por la parte del norte, calle Real de por medio, con un
sittio despoblado del collegio de la Compañía de Jesús (una década mas adelante levantóse ahí el
templo de San Ignacio, planeado y comenzado en 1710 por el Hermano arquitecto jesuíta Juan
Kraus, natural de Pilsen, en Bohemia, a cuya fábrica, muerto Kraus, dio fin en 1722 el Hermano
arquitecto Juan Bautista Prímoli, nativo de Milán; y por el sur con sittio y cassas a Doña Antonia
de Salazar, viuda del Capitán Juan Bautista de Aguirre; y por el este con sittio y cassas de Doña
María Jufré de Arze; y por el poniente con sittio y cassas del Capitán Luis de Torres Briceño; las
quales se tassaron en Diez mili pesos”. Este solar ubicaríase hoy a mitad de cuadra de la calle
Moreno, en la vereda que da frente al Colegio Nacional Central, entre las calles Bolívar y Perú.
“ítem: Se dio por resivido de quatro mili pesos, que la dicha Doña Rosa dijo tenía suyos a
Réditos Pupilares en diferentes personas, como consta de las escripturas que estaban otorgadas
ante el presente Escrivano”. Y seguidamente los tasadores procedieron a dar valor al ajuar de la
novia, a saber:
Cuatro vestidos: Uno con “casaca, pollera y monillo (jubón feminil sin faldillas ni mangas)
de tisú, campo rosado con flores de oro y plata”; otro “de tisú, casaca, monillo y pollera, campo
de oro, flores de plata, aforrado de seda verde”; otro “de damasco azul, flores de oro, casaca y
pollera, aforrada en tafetán (tela de seda) tornasoleado”; otro “negro de tafetán doble, casaca y
pollera”.
Nueve polleras: una “de tafetán doble carmesí con encaje blanco fino”; otra “Muzga”
(verde?) de gurbión, llana (gurvión: tejido de seda)”; otra “con jubón de raso azul con flores de lo
mismo”; otra “de zempiterna (tela muy sólida de lana), con guarniciones de plata”; otra, “de
camellón encarnado (camelote: tejido de seda), con encaje de plata”; otra “de calamaco” (tela de
lana delgada); otra “de sempiterna azul”; otra, “negra de bayeta de Castilla (de lana) con monillo y
mantellina (mantilla) negra con faxas de tafetán negro”; y otra “de vayeta de Quito, negra”.
Cinco “mantellinas: Una de tisú, campo blanco, flores de oro, aforrada de tafetán carmesí”;
otra “de raso liso carmesí aforrada de tafetán azul, guarnecida con encaje blanco asentado al
buelo”; otra “con tres encajes blancos”; y otra “de bayeta blanca de Castilla con faxas de tafetán
carmesí”. “Dos revocillos (rebozos) de clarín” (hilo delgado). “Una casaca fondo muzgo y flores
de oro; y otra de fondo carmesí y flores de oro y plata”. Tres “apretadores” (jubones): uno “de
damasco carmesí”, otro de “tisú, campo blanco y flores de oro”, y el otro “guarnecido con encaje
fino de oro”. “Una pieza de Bretaña angosta” (lienzo fino), y “un luto de Castilla, pollera y
casaca”. “Seis pares de enaguas: una de tafetán doble carmesí, otra de Bretaña ancha con encaje
fino; otra de Cambray (lienzo muy delgado) con puntas (puntillas) finas; otro de Bretaña y encaje
ordinario; y otro de Bretaña, ancha, desliada”.
Seis “gregorillos” (prendas de lienzo conque las mujeres se cubrían el cuello, los pechos y
espalda): dos “de oían (de Holanda), guarnecido con encaje fino”; otro “de Cambray guarnecido
de encaje fino mediano”; otro “de Cambray guarnecido de cribos (agujeritos) y encajes”; otro “de
Cambray llano con encaje apelillado”; y otro “de Cambray con encaje fino grande”.
“Tres mantos de Maestro, los dos llanos y el otro con puntas (puntillas), y un hábito de
lanilla, pollera, escapulario (paño con cintas sobre el pecho y la espalda) y monillo”.
Un par de “sabanas de Roan florete (tela de algodón estampada), con cuatro almohadas, las
dos bordadas de seda azul y encarnada, y las otras dos llanas”. Y otro par de “sabanas” también
de “Roan”.
Diez camisas: una “cuerpo de Bretaña ancha, mangas de Cambray, asiento bobillo (encaje
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alrededor del escote) y puños de encajes finos”; otra “cuerpo de Bretaña y mangas de Cambray,
asiento bobillo y puños de encaje pitiflor (?)”; otra “cuerpo de Bretaña y mangas de Cambray,
asiento y puños de cribos (con aberturas), guarnecidos de encajes finos”; otra “de Bretaña ancha,
asiento de flores”; otra “de Bretaña ancha con encajes finos”; cuatro “en corte de Bretaña y
mangas de Cambray”; y una más, “en oja”, cuerpo, mangas y asientos de lo mismo.
“Cinco Monillos (jubones femeninos)”; cuatro “blancos llanos de Bretaña y ozca” (de color
hosca, moreno oscuro); y otro “bordado de seda carmesí mangas de Bretaña, cuerpo de ozca”.
“Una alfombra turquesca nueva” y “doce coxines de terciopelo carmesí, por ambas partes,
guarnecidos de sevillanita (franjita, ribete o adorno semejante) de oro fino, con borlas de oro y
seda carmesí”.
“Cuatro cintas de trenzas de oro y plata, de tres baras cada una”; y “catorce pedazos de
cintas de trenzas de diferentes colores”, cinco de ellas “de oro y plata y las demás ordinarias”.
“Cuatro tocados” (gorros); uno “de cinta de plata, guarnecido de puntas de plata”; otro “de
cinta blanca con flores y encajes de oro”; otro “de cintas de plata”; y otro “de cinta carmesí
bordado de ylo de oro con fleco carmesí”.
Una “montera (sombrero cónico) de plumas de tisú”, y dos “peynes de carey, uno grande y
otro mediano”.
Nueve pañuelos; uno “de red para la caveza, guarnecido de encaje fino”; otro “de vicuña con
fleco de seda azul y plata”; otro “de vicuña muzgo con encaje de seda verde y hilo de oro”; cinco
“con seda de diferentes colores”, y “un paño de manos de Cambray guarnecido con encaje fino"
“Un delantal de lino con soles labrados” y “dos pares de evillas de plata de zapatos”.
Tres pares de guantes; uno “de seda naranjada y oro”; otros dos
“ ordinarios”. Seis pares de medias; tres “de seda” y tres “de su usso”. Y tres pares de “calzetas
nuebas”.
Tres abanicos y dos espejos pequeños. Un “cofrezito de carey con espejo en la tapa,
aforrado de Christal, con un dezenario de bufado” (rosario pequeño de vidrio soplado; bufado); y
otro “cofrezito de guardar joyas, aforrado de baqueta (vaqueta; cuero de buey o vaca curtido) con su
zerradura y llave”.
“Un cruzifixo de oro con cruz de lo mesmo y remates de perlas”; otro “con cruz de oro
esmaltadas de esmeraldas y tres perlas por remate”; y otra “cruz de oro con un cruzifixo de lo
mesmo por un lado, y por otro una imagen de Nuestra Señora”.
Tres pares de “zarzillos” (pendientes); dos “de oro guarnecido de perlas con almendras de
christal”; otro también de oro; y otro “de oro con pequeñas ygas (higas; dijes en figura de puño),
guarnecidos de perlas”. Tres “boquinganas” (?) de oro esmaltadas con diamantes”. Veintiuna
sortijas; dos “de oro con piedras blancas guarnecidas de perlas”; otra “de oro con siete puntas de
esmeraldas”; otra “de oro con piedra azul ordinaria”; otra “de oro piedra ordinaria”; otra “de oro
bien obrada con una esmeralda grande”; otra “de diamantes a los lados y la piedra del medio,
rubí”; otras siete “de oro de diferentes piedras”; “tres sortijas llamadas tunbagas (liga de cobre y
oro)”; y, de yapa, dos anillos “de oro con quatro esmeraldas cada uno”. Cinco pares más de
“zarzillos”; unos “de oro con siete esmeraldas guarnecidos de perlas con ygas de coral”; otros “de
oro esmaltado de perlas con canastilla de lo mesmo”; y otros dos “guarnecidos de perlas con
almendras de christal”. “Un zintillo de esmeraldas”. “Una gargantilla de dos sartas de perlas con
ygas berdes y negras”. “Dos onzas y diez adarmes” era el valor de otra gargantilla de perlas de
buen oriente”. Seguían “una Rosa de oro con una esmeralda en el medio guarnecida de perlas con
su punzón de plata”; unas “manillas” (pulseras) “de perlas que pesaron seis onzas”; y “dos onzas
y media de perlas en unas manillas, lo más aljófar” (es decir perlitas surtidas); “seis pares de
botones de filigrana de oró para puños” y “seis onzas se sevillaneta (?) fina de oro”.
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Por lo demás, luego de enviudar la señora, solo encontré algunos datos que
más se relacionan con sus intereses y propiedades que con su persona. Así en
1720 ella demandó al Capitán Pedro de Bengolea a causa de unos esclavos que el
hombre retenía en su poder. Y el 26-1-1731 se leyó en el Cabildo un memorial de
doña Josefa Rosa, donde la viuda de Riblos reclamaba el pago de 42 pesos
que dicha corporación le debía en concepto de 14 meses de alquileres atrasados
sobre “la sala altta de las cassas de Riblos”. Doña Josefa Rosa en ese tiempo
habitaba la mansión pegada por el costado sur con la que fuera morada de su
marido — que ya sabemos compró su yerno Nicolás de la Quintana en 1730.
El padrón vecinal de Buenos Aires, mandado levantar, en 1744, por el
Gobernador Ortiz de Rozas, nos confirman que en la mencionada casa vivían
su propietaria “Doña Rosa Alvarado” con sus hijos, “uno clérigo (Miguel) y el
otro don Marcos de 23 años (25 precisamente)”; y que bajo el mismo techo de los
“Dos rosarios; el uno de azabache labrado, ensartado en seda con borlas al remate de ylo de
plata y seda negra”; y el otro “de vidrio engarzado”. “Un dezenario engarzado” (rosario pequeño
de 10 cuentas); otro “rozario de coral engarzado en plata y guarnecido de filigrana de plata, con
cruz de lo mesmo”; y otros dos “rosarios de ámbar en cordón de seda”; amén de otro “de coco
ensartado en seda verde y oro”.
Cuatro “cajetas”; una “de carey embutida”; otra “guarnezida de oro, de carey”; otra “de
amatista guarnezida de oro”; y otra también “de carey”. Asimismo dos “cajas de la (H) abana vien
tratadas, con zerraduras y llaves”; otra “del Brasil”; “una cajita de costura”; y una “caja ordinaria”.
"Un pabellón de quijos (vidrios) con sobrecama (colcha) y rodapiés (friso)”. “Una
sobrecama blanca de motilla (nudillos)”; otra “de cordonzillo de Santiago”. “Una frazada de Lima” y
“dos colchones ordinarios”, a par de otra “sobrecama de badanilla colorada” (piel de oveja
curtida). “Una silla de manos”; 200 “tachuelas grandes doradas” y 500 “pequeñas sin dorar”;
además de “cinco libras de clavos y pimienta” (cera vegetal; pimientilla?).
"Una tabla de manteles alemaniscos (labrados al estilo alemán) con doze servilletas”. Y estas
piezas de metal; 18 “platillos”; 5 fuentes, 4 candeleras con sus arandelas; 16 cucharas” 2 saleros”; 8
“tembladeras” (vasos anchos); 2 jarros; una palangana; un cucharón; 2 “salvillas” (bandejas); 6
cucharas; una “flamenquilla” (especie de navaja); dos “bernegales” (tazas anchas); 7 tenedores;
una olla; 4 “mates guarnecidos de plata, el uno con su apartador de lo mesmo”; un “calix de plata
sobre dorada, esmaltada en coral, y un platillo y vinajeras de lo mesmo”.
Inventariáronse igualmente algunos libros, cuyos títulos eran; “Oficio de la Virgen”; “Relox
dormido”; “Tratado de la Oración”; “De Kempis” (La Imitación de Cristo); “Ramillete de divinas
flores”; “Meditación de San Agustín”; “Eussebio de Borssibarso” (sic); “La vida de la
Bienaventurada Angela Margarita” (Angela de Mérici, santa italiana que fundó las ursulinas en
1537?); “Las obras de Falcón” (Cristóbal Falcao, poeta portugués, 1518-1557); “Representación
de la Verdad”; “Avisos para la muerte”; “Laberinto sin salida”; y 11 volúmenes pequeños
diversamenbte rotulados.
Por último, menciono los esclavos que consigna el documento, con sus precios entre
paréntesis: Una negra de 13 a 14 años nombrada Josepha ($ 450); un negrito de pecho de
nombre Juan ($100); y el moreno llamado Francisco de 18 a 20 años ($450). Y todo aquel
importante conjunto dotal que acabo de detallar, monto traducido a dinero: $ 24.447 y 2 reales,
valor que Miguel de Riblos dio por recibido como perteneciente a los bienes propios de su
esposa Josefa Rosa Alvarado.
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amos cobijábanse once esclavos de ambos sexos y una agregada; “María Josepha
Ribas, soltera”. Asimismo la dueña del inmueble alquilaba un cuarto a la calle,
para “tendejón”, al “maestro peluquero” Joseph de Pina, soltero de 23 años,
natural de Morón en España. En la misma calle, una cuadra más hacia el sur,
poseía la señora otra finca que fuera de sus padres adoptivos, los esposos Vera
Aragón-Jufré de Arce, adquirida en la almoneda judicial de 1730 (13).
Los instrumentos notariales dan fe que, el 25-I-1731, la viuda de Riblos
ante José Esquivel, otorgó poder, por si y sus hijos menores, a favor de Miguel de
Olaso, vecino de Jujuy, y de Gabriel de Torres Gaete, radicado en Salta (hermano
de la segunda esposa de Riblos), y en ausencia de ambos a Martín de Gamboa,
para que le cobraran a Alonso Ruiz de Llanos (mi antepasado) y a su hijo
“Alexo”, 1.800 pesos que estos le debían al finado don Miguel. En otra escritura
que autorizó Juan Antonio Zabala, el 27-XI-1732, doña Josefa Rosa y su
yernastro, Nicolás de la Quintana, compulsados por Antonio de Igarzabal,
cancelaron una fianza dada años atrás por Miguel de Revilla (suegro fallecido de
Igarzabal) en favor de Riblos. También la referida viuda, el 4-XI-1733, ante Juan de
Merlo, como tutora y curadora de sus hijos menores, y con su hijastra Leocadia de
Riglos y el marido de ésta Nicolás de la Quintana, donaron a la Compañía de
Jesús “unas tierras de esta banda del río Areco, que empezaban desde el Paso de las
Piedras, corriendo para abajo, hasta encontrarse con la estancia de los reverendos
padres jesuítas”. Dichas tierras pertenecían al campo “El Bagual”, que, como
sabemos, fue del viejo Riblos. Y ya que de donativos se trata, consigno que,
desde 1720, doña Josefa Rosa pagaba en concepto de censo a favor del Real
Hospital de San Martín, 50 pesos anuales.
El 12-XII-1737, ante Francisco de Merlo, la matrona referida expuso; “Que
porque su hijo Miguel de Riblos se halla en estado y con edad suficiente para
recibir las ordenes sacras hasta la de sacerdote”, le donaba, a cuenta de su
legítima y en concepto de congrua, 3.000 pesos comentes puestos a censo sobre
las casas de su morada. Más adelante, el 7-XII-1741, ante el Notario Esquivel,
misia Josefa Rosa dio libertad a Raimundo, un pardo esclavo suyo, mediante el
pago de 400 pesos de plata acuñada, que el manumitido “me ha dado antes de este
otorgamiento a mi contento y satisfacción” — según hacía constar el ama.
Aquella finca comprada en 1730 por la viuda de Riblos — hoy terreno que hace esquina a
las calles Bolívar y Moreno, frente, por Moreno, al costado sur del Colegio Nacional Central —,
resultaba el solar que originariamente Garay había adjudicado, en 1580, al poblador Antonio
Bermúdez. Cuando la viudas de Riblos adquirió ese terreno edificado de la sucesión de sus
padres adoptivos, sobre él pesaba una Capellanía laical, que fundaron, al estilo de Mayorazgo, los
cónyuges de Pedro de Vera y Aragón y Beatriz Jufré de Arce, con un capital de 3.000 pesos
metálicos, puestos a censo; a fin de que con sus réditos se hiciera una novena y fiestas periódicas
en loor de San Francisco Xavier. Por su parte, doña Josefa Rosa designó Patrono de esta
institución a su hijo menor Marcos José de Riglos, y a los descendientes de éste.
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Testamento y muerte de la señora
El 3-IX-1768, Josefa Rosa de Alvarado entregó al Escribano José
Zenzano un sobre cerrado y lacrado con siete “negmas”, que contenían las
disposiciones ológrafas de su última voluntad. Diecisiete meses después, en los
primeros días de febrero de 1770, mi remota abuela dejaba de existir a los 80 años
de edad. Su muerte constituyó un duelo público en la ciudad porteña. El Cabildo
se hizo presente en el entierro, y destacó como escolta del cortejo mortuorio, a su par
de “mazeros”, con sus ropones morados y mazas de plata al hombro; los cuales,
luego de ese servicio, cobraron dos pesos, uno por barba. Cumplidas las pompas
fúnebres, el testamento de la viuda de Riblos fue conocido y protocolizado en el
registro de Zenzano. He aquí el extracto de sus partes fundamentales:
Tras el párrafo inicial: “Yo Josefa Rosa de Alvarado y Terra, hija única
legítima del capitán Joseph de Alvarado y de doña Isabel Terra, y mujer
legítima del General Miguel de Riblos y Vastida”, la causante disponía se
enterrara su cuerpo, amortajado con hábito franciscano, donde lo determinaran
sus hijos albaceas, Miguel y Marcos Riglos, a quienes encargó sacaran “bulas
de difuntos” por su alma, la de su esposo, la de sus padres y las de sus
prohijadores: Pedro de Vera y Aragón y Beatriz Jufré de Arce. Precisó a
continuación que a la muerte de Riblos habíanle correspondido, por herencia de
éste, 440 varas de tierra y una legua de fondo en el Pago de las Conchas, “que
están arrendadas a Miguel Joseph, mi hijo” (el Arcediano). Dichas tierras, “con
otras tantas que amplió don Nicolás de la Quintana, como marido y conjunta
persona de doña Leocadia de Riglos, mi hijastra, hacen novecientas varas que se
recivieron de los Padres de la Compañía de Jesús en trueque y cambio que hizo,
don Nicolás, por las suertes de estancias de mi marido en esta banda del río Areco”
(o sea la estancia “El Bagual”). Agregó la testadora, que de las cuatro estancias
de que poseyera su marido en Areco, “hasta la Cañada Onda”, “dos me señalaron
por quinta de mi dote”: “La Invernada”, y “El Bagual”, con las haciendas y esclavos
que contenían. Manifestó también poseer “la chacra en la Costa del Monte Grande,
con casa” (600 varas de frente y una legua de fondo), que le transfirió Fermín de
Pessoa de los bienes comprados por éste en la almoneda efectuada sobre las
propiedades de su esposo; “y aunque la escritura que me hizo (Pessoa) fue de
donación ínter vivos, declaro habérsela pagado”. Hizo constar más adelante, que
las estancias antes nombradas “quedaron despobladas y desiertas las tierras, hasta
que mi hijo Marcos José las pobló para sí con mi expreso consentimiento, y así
defendió las tierras en un pleito que se suscitó por parte de los herederos de Sosa”.
Ello costo a Marcos “dinero, industria y trabajo”. Seguidamente consignó la
señora que, como en “la casa que habito tienen hecho muchos gastos en refacción y
mejoras mis hijos”, estos debían repartírsela “hermanablemente, como espero de la
mucha unión en que siempre han vivido, para grande satisfacción y consuelo
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mío”. Doña Josefa Rosa dejó también aclarado “no deber nada a nadie”. “Es mi
voluntad — estampó luego — que del remanente de mis bienes se instituya una
Capellanía a favor de mi nieto Fermín Mariano Riglos, para que se ordene a título de
ella, sin más pensión que las trece misas rezadas que hará cada año por mi alma, en
los doce días de cada uno de los Apóstoles, y en el día de San Francisco Xavier, mi
devoto intercesor”. (Miguel Fermín, que entonces contaba 16 años, lejos de vestir
los hábitos sagrados se casó, en 1782, con Mercedes Lasala). En caso de que el
nombrado muchacho no se ordenase clérigo, el titular de la Capellanía habría de ser
el hermano menor de él, Rafael José (de 11 años, a la sazón que a su tiempo sería
tronco del linaje peruano de Riglos). Si tampoco Rafael José se consagrara a la
Iglesia, la abuela señaló en tercer lugar al mayor de sus nietos: Francisco Javier
Rudecindo, “a quien no prefiero puesto que lo educa su tío y piensa despacharlo a
España a que estudie allí”. (Francisco no llegó a sacerdote, a pesar de la protección de
su tío el Arcediano: se casó con Juana de Lezica en 1783). Si ninguno de los
descendientes de Marcos Riglos Alvarado tomara estado eclesial, algún
vastago de Leocadia Riglos y de Nicolás de la Quintana destinado a vestir
casulla quedaría a cargo de dicha pía institución; “porque mi voluntad —- indicó
la viuda de Riblos — que la Capellanía no salga de la familia”. De no ser ello
posible, el Obispo de Buenos Aires, como patrono de la carga espiritual
establecida, tendrá facultad para designar el Capellán respectivo.
Enseguida, la testadora recomendó a sus hijos continuar con aquella otra
Capellanía que pesaba sobre la vieja casa de los Vera y Aragón, e hizo público “su
mucho amor por Josefa de la Quintana (nietastra suya y antepasada mía), por
haberla educado a mi lado con el mayor esmero, manteniéndola hasta que se casó
con Lajarrota”; y como la causante habíale regalado antes una mulatilla que
murió, “ahora le dejo una alfombre buena”.
Tales las partes más importantes — a mi juicio — del testamento ológrafo de
Josefa Rosa de Alvarado de Riblos, fechado el 3-IX-1768, y protocolizado el
12-11-1770, al folio 31 del registro del Escribano Joseph Zenzano, el mismo día
que Marcos Riglos, hijo y albacea de la finada, iniciara la sucesión de ella ante el
Alcalde de 1er voto Bernardo Sánchez de Larrea..
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