ESTRATEGIAS DISCURSIVAS DE LEGITIMACIÓN FRENTE AL INVESTIGADOR ANTE LA CONSTRUCCIÓN DEL “PROBLEMA SOCIAL”: EL CASO DEL “RACISMO EN ALMERÍA”. Pedro Malpica Soto. Universidad de Sevilla. pedromalpica@yahoo.com Abstract: Toda técnica influye en la investigación y en sus resultados. Labov analiza el efecto del empleo de las técnicas y cómo éstas inciden en la respuesta del sujeto estudiado –en tanto que la técnica construye una situación social para los participantes. El grupo de discusión es un “grupo situacional” goffmaniano: sus miembros no son grupo fuera de la situación. En tal situación artificial cada participante desarrolla estrategias o “jugadas” para parecer aceptable ante el resto. La técnica –la propia investigación- supone un elemento que interviene en el mercado de interacción. Esta influencia es relevante en el aspecto situacional, pero también en la construcción de un “problema social”: si los participantes sienten que la investigación en la que colaboran les estigmatiza, es preciso que observemos un nivel específico de “jugada” reactiva, más vinculada a la presencia del investigador que al grupo. Acudo a una investigación cualitativa estructural en cuyo equipo de investigación participé, y concretamente, a los grupos celebrados en Níjar (Almería). Tras los disturbios del año 2000 en El Ejido, tuvo lugar en ciertos municipios almerienses un proceso al que se le puede aplicar el análisis de Lenoir sobre la relación entre el objeto de estudio y la aparición del “problema social”: distinguimos una inicial fase de reconocimiento que visibilizó cierta situación que se convertiría en foco de atención pública produciendo una nueva categoría social; y una posterior etapa de legitimación, que promovió la inserción del problema entre los temas de preocupación, enunciándolo y formulándolo públicamente. La influencia de los mass media –y su eco inmediato en sectores políticos, administrativos, científicos y académicos- propició no sólo una resonancia mayor de los sucesos (“Caza del hombre en El Ejido”), sino la producción de un nuevo “problema social”: el “racismo en Almería”. Martín Criado subraya la relevancia del especialista y su función en los procesos de cambio o mantenimiento cultural y en la producción de bienes simbólicos; y los efectos prácticos inherentes a toda categorización, en la medida en que ésta logra conformar las representaciones y prácticas de los agentes sociales. Nuestra “inspección” en Níjar interviene en la construcción del “problema de racismo en Almería”, cuyo estudio supone una “representación mental” de la realidad que se está elaborando mediante formas “encarnadas” (expertos): agentes que contribuyen a convertir las categorías en instituciones influyentes, al mismo tiempo que crean la demanda de sus servicios y fortalecen la importancia de las funciones de su conocimiento especializado. Nuestra presencia en el contexto del “problema social” no sólo recopilaba discursos: los producía. Según nuestra hipótesis, aparecen discursos “reactivos” cuando los discursos socialmente legitimados se quiebran o dejan de bastar en su función legitimadora. La acusación difusa, representada por un “ellos” inicialmente impreciso, les lleva a romper con los marcos discursivos habituales y especialmente con los emanados de los mismos periodistas en los que finalmente la personifican. Ante la censura externa, desarrollan dos estrategias: una, reinterpretar la legitimidad para acercarla a la práctica (coartada discursiva “local” o vivencial); otra, la construcción social de un discurso legítimo. Palabras clave: Grupo de discusión. Análisis de discurso. Problema social. Racismo. Estrategias de legitimación. El grupo de discusión es un “grupo situacional” en la acepción de Goffman: “grupos reunidos en determinadas ocasiones sociales, pero que no son grupo fuera de la situación” (Martín, 1997). La construcción del objeto del discurso está determinada por las condiciones de producción del discurso y por las condiciones de reconocimiento que caracterizan las “jugadas” (en el sentido goffmaniano del término) de los receptores. Dado que “todo análisis de discurso sólo puede ser una puesta en relación con sus condiciones de producción” (Verón, 1987), la atención del análisis pasaría de los enunciados a sus esquemas de producción e interpretación de los mismos, puestos en relación con el espacio social y las condiciones sociales de los participantes. Cada persona, en función del grupo social al que pertenece “adquiere el sentido de su economía comunicativa: de los tipos de sitios, situaciones y acontecimientos sociales que en cada uno se dan y del tipo de conducta que hay que presentar en cada uno de ellos” (Martín, 1998. p. 59). En esta dialéctica entre individuo y situación se requiere la implicación del primero en la segunda (alejado así aquél de toda estrategia consciente de participación premeditada), y además con un grado de intensidad apropiado (ni en exceso ni en defecto), manteniendo la normalidad (sin incurrir en “delincuencias interaccionales” que pongan en peligro el orden de la situación). La capacidad de un individuo en definir la situación (y establecer así, entre otras cosas, una limitación de lo decible, influyendo sobre la censura estructural que se aplicará) tendrá que ver con su posición en la estructura social, y con su competencia comunicativa del sujeto, que podemos equiparar a una suerte de capital lingüístico (Martín, 1998) y que emana de “esa especie de sentido personal del propio valor social que regula la relación práctica con los diferentes mercados (timidez, desenvoltura, etc.) y, más generalmente, toda la manera de comportarse en el mundo social” (Martín, 1998. pp. 65-66). Este factor entronca con la concepción bourdieana del habitus del individuo y de su propio valor social, con el que, en contraste con el esquema de Goffman, se profundiza en el carácter histórico de la encarnación del grupo social al sujeto. En el modelo propuesto por Bourdieu, los discursos han de entenderse como “prácticas mediante las que las personas negocian su valor en el mercado de la interacción” (Martín, E., 1998. p. 65), por lo que han de cumplir un umbral de aceptabilidad definido por las normas que rigen una interacción determinada, emanada de los sujetos participantes y de la propia situación, estableciéndose censuras estructurales y condiciones de recepción que prescriben las condiciones de producción. En suma, la producción discursiva ha de enmarcarse en la relación existente entre campo y sujeto estratégico; en éste, a su vez, hemos de considerar tanto su habitus como su posición. Analizar un discurso debe por tanto incluir el estudio de la tensión entre ese ámbito de las legitimidades y las prácticas concretas en un momento dado (Martín, 1998. p. 70). El sujeto transporta desde el pasado (desde los distintos momentos de su recorrido vital) una serie de esquemas prácticos “propios” –y las legitimidades inherentes a ellos-, y, ante cada situación dada que ha de afrontar, encuentra unas legitimidades externas a las que ha de adaptar su actuación. El alcance de la investigación no será el de distinguir la verdad de la mentira, sino distinguir lo posible (lo legítimo, lo aceptable, lo decible, lo pensable) de lo que no lo es, en función de la relación entre la situación concreta y los esquemas generativos (a su vez integrados en distintos marcos, a veces opuestos entre sí, lo que nos permite hablar de un sujeto escindido, y no compacto u homogéneo), pudiendo además detectarse contradicciones en el mismo sujeto. Por ello, han de reconstruirse los marcos y los esquemas generativos junto a los esquemas desde los que se distinguen e identifican las diferentes situaciones sociales. Pero el grupo de discusión es, también, una situación “artificial”, excepcional, convocada ex profeso para una finalidad de investigación social. Ello, y la influencia que ello puede tener en la actitud de los participantes, supone un factor que no debemos obviar y que, de hecho, queda de manifiesto en el seno de la metodología misma de dicha técnica, la cual asume aspectos como la formalidad que existe al principio de la discusión, las “jugadas” iniciales de los miembros del grupo para dar una impresión aceptable ante el resto de participantes desconocidos, la posterior aparición de cierta espontaneidad, etc. No es baladí tener en cuenta tales aspectos, dado que toda técnica influye en el proceso de investigación y en los resultados que obtenemos de él (Labov, 1983; 1985). Labov analiza el efecto que tienen las técnicas empleadas y la forma en la que éstas inciden en la respuesta del sujeto que se estudia y en los resultados de la investigación –en tanto que la técnica construye una situación social para las personas que participan en ellas. Es decir, la técnica –la propia investigación- es un elemento que interviene en el mercado de interacción, y supone un segundo nivel de interpretación de la interacción. Pero existe un tercer nivel en el que contextualizar las “jugadas” y estrategias de los participantes y su producción discursiva. La posible función de condicionante o de factor de influencia del grupo de discusión no sólo es relevante en el aspecto específicamente situacional, sino también en la construcción de un “problema social” a la que la investigación puede estar contribuyendo, ante lo cual emanan de forma reactiva determinados discursos. En función de lo observado en el estudio de caso que se propone en el presente texto (estudio de tres grupos de discusión de población rural almeriense hablando sobre inmigración en zonas de alta concentración de trabajadores extranjeros), dichos discursos “reactivos” aparecen cuando los discursos socialmente legitimados se quiebran o dejan de bastar en su función legitimadora. El carácter “fiscalizador” que, según pueden interpretar los participantes, tiene la investigación en la que están colaborando lleva al grupo a reformular la legitimidad discursiva frente a un señalamiento externo, real o percibido. Es ésta una producción discursiva cuyo sentido es responder al señalamiento, y sin éste tal producción no tendría lugar. La investigación no sólo recopila discursos, sino que incide en la necesidad de producirlos. Obviar la formulación del “problema social” y el papel de la investigación en dicho proceso significaría por tanto realizar un análisis descaminado y desacertado. La aparición de un nuevo “problema social”: “el racismo en Almería”. La gestación de “el racismo en Almería” como “problema social” sigue las fases señaladas por Lenoir: en primer lugar hay una fase de reconocimiento (hacer visible una situación y convertirla en foco de atención pública, produciendo una nueva categoría social); y en segundo lugar, hay una etapa de legitimación, en la que se promueve la inserción del problema entre los temas que más preocupan, enunciándolo y formulándolo públicamente (Lenoir, 1993. p. 80). En efecto, en el caso que nos ocupa, y una vez ocurrido el detonante noticioso de las persecuciones de inmigrantes por parte de grupos de autóctonos, el proceso descrito por Lenoir corrió principalmente a cargo de los medios de comunicación, que mientras informaban del suceso acuñaban un nuevo foco de atención: la “caza del hombre” en El Ejido (Goytisolo y Naïr, 2000). Un sector de la población de El Ejido, de hecho, amenazó a algunos periodistas y políticos que se desplegaron en el municipio (Goytisolo y Naïr, 2000) por percibirlos como hostiles a sus intereses y por considerarlos responsables de la animadversión que se iba forjando en la opinión pública. La influencia de los medios de comunicación, junto al eco inmediato que tuvo en sectores políticos, institucionales, científicos y académicos (con los consiguientes pronunciamientos públicos, visitas de expertos al terreno, etc.) propició una formulación del problema y una resonancia mayor del mismo. SOS Racismo describió lo ocurrido como uno de los “más graves hechos racistas sucedidos en Europa en los últimos años” (SOS Racismo, 2001. p. 107). Para ilustrar cómo surge y de dónde procede el discurso legítimo ante la construcción de un “problema social” en situaciones como la descrita, he revisitado una investigación social que realicé en el año 2003 bajo la dirección de Hilario Sáez, en la que se acometía el análisis de discursos sociales de la población andaluza ante la inmigración extranjera, principalmente mediante la técnica cualitativa estructural. Esta investigación no es la única en la que los miembros de dicho equipo de investigación han constatado a lo largo de los últimos años reacciones similares a las aquí analizadas; y ello en investigaciones dirigidas tanto a población autóctona como a población inmigrante, así como indistintamente en investigaciones sobre temas relacionados con el foco de tensión como sobre aspectos sociales en absoluto relacionados con la inmigración. La elección de este caso de estudio, de entre otros, se debe principalmente a la claridad con la que se percibe en él la producción de estrategias discursivas en presencia del investigador como respuesta a la conformación del “problema social”. En dicha investigación, la muestra se componía de ocho grupos de discusión celebrados en cuatro municipios andaluces, seleccionados en función de diversas variables, siendo una de ellas el diverso grado de presencia de inmigrantes. Como se ha anticipado ya, tres de dichos grupos de discusión tuvieron lugar en el municipio de Níjar (Almería) en tanto que localidad rural con alta concentración de población trabajadora extranjera, los cuales son los que abordamos aquí como caso de estudio. Para cada uno de los tres grupos nijareños se convocó a un perfil de población distinto, según diferentes rasgos de edad, sexo y situación socioeconómica: uno estaba formado por hombres de clase media y media-alta; otro, por mujeres de clase media y media-baja; y un tercero, por adolescentes estudiantes de secundaria. La cautela ante la interpretación que pudiera hacerse por parte de la población local ante nuestra investigación fue determinante desde las primeras fases de la misma: ya en el diseño de la muestra se tuvo en cuenta tal posibilidad. Para minimizar las actitudes de desconfianza o rechazo se recurrió a dos factores: al transcurso del tiempo –el lapso de algunos años transcurridos desde aquellos sucesos hasta nuestro trabajo de campo- y a la elección de Níjar, por ser un municipio “periférico” al epicentro del conflicto: si bien mantenía gran similitud con El Ejido y a tal efecto era representativo, no revestía en cambio los inconvenientes derivados de una excesiva explotación de investigaciones sociales, reportajes periodísticos e intervenciones administrativas que, de forma masiva, tuvieron lugar en el municipio ejidense con posterioridad a los sucesos aludidos, y que de alguna forma distorsionaban la validez de dicha localidad como campo de estudio. Y en efecto, ya en las entrevistas exploratorias realizadas en el Poniente almeriense previas a los grupos de discusión, se obtuvieron testimonios que aludían a otros sucesos ocurridos en las fechas siguientes a dichos disturbios: entre ellos, el despliegue en la comarca de periodistas nacionales e internacionales, representantes políticos y asociativos, trabajadores sociales, mediadores culturales, sociólogos… Nuestra visita a Níjar, en este contexto de las “inspecciones” que periódicamente realizan los científicos sociales, periodistas, funcionarios, etc., interviene se quiera o no en la construcción del problema y en la repercusión del mismo. El estudio del “problema de racismo en Almería” supone una “representación mental” de la realidad que se está elaborando mediante formas “encarnadas” (expertos, profesionales): agentes que, junto a otras formas de construcción de la realidad, contribuyen a convertir las categorías en instituciones con influencia y eficacia sobre la realidad, al mismo tiempo que crean la demanda de sus servicios y fortalecen la importancia de las funciones de su conocimiento especializado (Lenoir, 1993. p. 97). Nuestro equipo de investigación, en tanto que asimilable a tal categoría, ha de convertirse en parte del objeto de estudio, así como también han de serlo las reacciones (discursivas) de la población local en la construcción de nuevos marcos de legitimidad. En tanto que “describir la génesis de un problema social supone el estudio de esos intermediarios, culturalmente favorecidos, que cumplen la función de portavoces” (Lenoir, 1993., p. 81), debemos analizar los discursos que hemos recopilado sin olvidar que son también producto de nuestra presencia. Como indica Lerena (en Martín, 1999) “toda categorización produce, en la medida en que logra conformar las representaciones y prácticas de los agentes sociales, efectos prácticos”. Las reacciones que encontraremos en los grupos de discusión ante un “ellos” externo y acusador (un “ellos” en ocasiones no delimitado, a veces impersonal, y otras veces encarnado en una determinada periodista, como veremos) han de explicarse por tanto a la luz de lo expuesto. La formalidad de la fase inicial: la tolerancia hacia la inmigración. Podemos observar que en los tres grupos que la primera fase de la discusión aún se mantiene una atmósfera de formalidad y excepcionalidad que evita que aparezcan discursos socialmente “menos legitimados”. Esta formalidad permanece durante la práctica totalidad del tiempo en el caso de los hombres, mientras que se abandona de forma temprana en el caso de las mujeres. Los adolescentes, en cambio, la mantienen durante los dos primeros tercios de la discusión, hasta que expresan la ruptura de forma particularmente evidente. El mantenimiento de la formalidad durante esta fase inicial permite intervenciones de talante tolerante e integrador hacia los inmigrantes. El marco específico de legitimidad de cada grupo queda definido por la posición social y habitus de sus integrantes: así, será de carácter técnico-empresarial en el grupo de hombres; empleará argumentos éticos y emotivos en el de las mujeres; y será de inspiración científica (debido a la escolarización) para los adolescentes. La definición de la legitimidad suele vincularse a la existencia de posiciones de liderazgo en el grupo, desde donde se “tutela” al resto de sus integrantes; en ocasiones este liderazgo lo detentan aquellos miembros del grupo que mejor representen los marcos legítimos. En el caso de las mujeres la autoridad parece residir en el consenso colectivo y en el no siempre fácil equilibrio entre los miembros de la comunidad, gestionada tradicionalmente por mujeres. Los adolescentes, en cambio, capitaneados por uno de ellos -líder carismático- atribuyen la legitimidad a elementos “externos” como los medios de comunicación (especialmente audiovisuales) y el conocimiento adquirido en el sistema educativo. Pero es en el grupo de hombres donde la censura estructural establecida por líderes del grupo resulta más evidente: la presencia de dos líderes tecnocráticos locales, de alta cualificación y con grandes dotes de persuasión, ejercen a pesar de su minoría numérica una gran influencia sobre el resto del grupo, formado por pequeños empresarios agrícolas. En una clara muestra del potencial definitorio del capital lingüístico de los participantes (vid. supra.) ambos líderes copan todo el ámbito de lo aceptable, delimitando lo decible e imponiendo una vigilancia constante en mantener su jerarquía discursiva, en la que no faltan “llamadas de atención” (impugnaciones) ante intervenciones que intenten cuestionar –o siquiera matizar- sus enunciados, inspirados en principios como “la especialización técnica y económica”, la “buena gestión”, la “búsqueda del beneficio” y la “adaptación a los nuevos tiempos”. Conseguirán, además, mantener unos mínimos de formalidad hasta el final de la discusión, a diferencia de los otros dos grupos. Se ilustra así lo señalado por Martín respecto a “la jerarquía de las legitimidades”: las instituciones, los profesionales, los especialistas imponen un discurso legítimo que delimita el campo para el resto de los discursos (Martín, 2000, pp. 271-273). En los tres grupos, un interesante indicador de la formalidad (y de su paulatina flexibilidad y posterior abandono a lo largo de la discusión) es la forma de nombrar las nacionalidades o etnias de los inmigrantes. Los apelativos iniciales son respetuosos e integradores (“magrebíes” o “marroquíes”, “ecuatorianos”, “subsaharianos”…). Estas estrategias de eufemismo (junto a las de ambigüedad, de cortesía, de prudencia y de gradación de la responsabilidad) son una manera de intentar sortear la censura estructural (Martín, 1991, p. 204). Pero los eufemismos dejan de aparecer tan pronto se supera una inicial atmósfera de excepcionalidad y se logra una mayor implicación del grupo, dejando paso a términos menos “políticamente correctos” (o incluso abiertamente más despectivos): “moros”, “panchitos”, “negros”, cuya primera aparición suele ser circunstancial, atribuida a terceros o inmediatamente matizada, lo que sirve de “tanteo” para su aceptación por el grupo. Con esta “jugada” se abre la veda para su posterior uso generalizado. -Le llevo al moro y le hincho de cervezas sacando sandías. -No digáis moro. Decid marroquí. -[Le hincho de cervezas al] marroquí. Marroquí. Moro no me gusta decir. -Por favor, decid inmigrantes. (Grupo de mujeres) -Estamos analizando cosas, pero si es el sentir popular, vamos... tú estás tomando copas en un bar y lo primero que sale con los casi… [habla bajo, casi no se oye] (…) moros... Las palabras mías no, pero parecidas. (Grupo de hombres) Sin menoscabo de que convengamos que tal formalidad es un ejercicio propio de los momentos iniciales de todo grupo de discusión, en tanto que no es sino una estrategia habitual de presentación del individuo ante el grupo en el contexto del “mercado de la interacción”, cabe que nos preguntemos cuánto de tal formalidad –en especial la consistente en no traspasar lo límite de lo políticamente correcto en materia de inmigración y racismo- responde a una necesidad de los miembros del grupo en presentar una buena imagen, pero no tanto entre sí, sino ante el equipo de investigación. No olvidemos que se trata de un ámbito rural por lo que todos los participantes se conocían entre sí antes de celebrarse el grupo (a diferencia de lo que sí es posible conseguir en un grupo de discusión urbano, donde se procura convocar a personas que no se conozcan previamente); y si bien las jugadas de presentación son precisas incluso en situaciones en las que los miembros del grupo se conocen previamente, es asimismo cierto que tal necesidad es menos perentoria que en una situación de total desconocimiento mutuo. Así, la corrección mostrada por los participantes en las primeras fases de la discusión (los eufemismos sobre las etnias, los argumentos integradores y solidarios hacia los inmigrantes…) pudieran estar más motivados por el deseo de desactivar el “juicio externo” que por el intento de negociar la propia valía personal de cada participante ante el resto del grupo. Véase por ejemplo el siguiente fragmento del grupo de hombres, cuando uno de los líderes tecnócratas interrumpe con toses al otro líder, como señal de aviso para que cambie de tema, cuando éste alude a la contratación de inmigrantes sin ser dados de alta en la Seguridad Social (práctica conocida por toda la población nijareña, y justificada por muchos autóctonos; no creemos equivocarnos si atribuimos tal aviso a la presencia de los investigadores.). -Porque es la misma... lo mismo que suele pasar en el Campo de Níjar: “No, es que en su país, un rumano gana tres mil pesetas al mes y aquí está ganando cinco mil al día”. Sí, pero aquí cualquiera está ganando cinco mil al día y echa siete horas, u ocho horas, y ese hombre está echando diez por esas cinco mil pesetas, no está dao de alta... -(Toses) - y termino para... para que sigáis... (Grupo de hombres) En la primera fase de las discusiones, esta suerte de actitud defensiva aflora en ciertos momentos de forma sutil y puntual, en el seno de una producción discursiva que aún se genera en torno a marcos válidos de legitimidad de cada grupo. Pero cuando el marco legítimo deja de ser suficiente –y ello generalmente ocurre cuando el grupo acumula cierto grado de tensión tras narrar diversos episodios de abuso o conflicto entre inmigrantes y autóctonos- la conjura al “juicio externo” se realiza, en cambio, de forma explícita y continuada, y en ocasiones con virulencia. La estrategia discursiva local-comunitaria: la legitimidad vivencial. La quiebra de la legitimidad inicial y la aparición de los desajustes discursivos tienen lugar en los tres grupos de discusión vinculadas a la palabra “racistas”. En efecto, el término “racismo” había aparecido brevemente en alguno de los grupos en la fase de formalidad: los hombres hicieron un llamamiento fugaz a “superar el racismo”, y los adolescentes se distanciaron de los comportamientos racistas desde los referentes de lo aprendido en la escuela y “en la televisión”. En cambio, cuando en los tres grupos irrumpe explícitamente la exculpación ante la acusación tácita de racismo (que, aunque nunca haya sido enunciada, es dada por supuesta por el grupo en su conjunto) se expresa un grado de saturación –leve en los hombres, mucho más evidente en las mujeres y en los adolescentes- y se concreta la ruptura con el marco de legitimidad previo. -Porque tú puedes opinar de una cosa cuando la has visto con tus propios ojos. Y la has... la has visto objetivamente (…). “Venga, en Almería son racistas”. Pos no. Pa que haya gilipollas... (Grupo de adolescentes) -Yo no sé si esta gente del Norte de África, del Centro o del Sur, con medios [económicos y educativos] evolucionaría positivamente; o si es que tienen algo en el ADN [que les evita poder “civilizarse”] (...) Si lo digo, muchos dirán que soy racista. (Grupo de hombres) -Y luego nos dicen que somos racistas. (Grupo de mujeres) -No somos racistas, lo que no queremos es... pues lo que no queremos. (Grupo de mujeres) En el grupo de mujeres –en el que la fase de formalidad duró apenas unos minutos al inicio de la discusión- se rechaza más veces y de forma más explícita la acusación externa de racismo, en lo que constituye una apelación (a un interlocutor elíptico, en cualquier caso ajeno a la comunidad) para que compruebe que la población autóctona es la realmente desfavorecida. La queja suele vincularse al sentimiento de cierto “agravio comparativo” por sentirse en desventaja a la hora de acceder a trabajo, vivienda, ayudas institucionales… incluso para conseguir marido o mantener el matrimonio. -¿Racistas? -Lo que pasa es que... -Nosotros queremos nuestros derechos, igual que ellos; que ellos no nos quiten los derechos nuestros. Vamos, digo yo. -Queremos que nos respeten igual que nosotros respetamos a ellos. (Grupo de mujeres) Mientras desmienten que sean racistas, las mujeres del grupo abandonan las intervenciones formales de tolerancia y solidaridad (a veces, incluso, de compasión) que constituían su marco de legitimidad para albergar en su lugar una enumeración de las desventajas que supone convivir con los inmigrantes, dando paso a lo que constituye el discurso más excluyente de la muestra total de la investigación. Esta percepción de victimismo se construye sobre un esquema inamovible que jamás se pone en duda: un “ellos” frente a un “nosotros” cuyos intereses entran inevitablemente en conflicto. En este nuevo marco, las participantes se defienden ante lo que consideran una malinterpretación de ese supuesto observador impersonal y externo que les acusa, y se justifican con el argumento de que desde fuera se percibe como racismo lo que es en realidad una preservación de los propios derechos, una protección de una igualdad ultrajada por una competitividad que en múltiples ámbitos les perjudica, y una defensa del respeto que cualquier ser humano merece. Las mujeres nijareñas creen cumplir estas propuestas de respeto sin obtener el mismo trato. La exigencia está basada, por tanto, en una experiencia colectiva local que forma parte intrínseca de la comunidad, enmarcado en el “aquí-ahora”. Las mujeres rechazan las acusaciones de racismo que se realizan desde el exterior porque se hacen desde el desconocimiento real de la situación que allí se vive; ellas en cambio lo perciben sin dudarlo debido a que sienten un sinfín de perjuicios, lo que sólo puede entenderse desde la posición social que ocupan los lugareños. Por ello acuden a la tautología: No somos racistas, lo que no queremos es pues lo que no queremos. Asimismo, ante la aparición de tensiones internas entre las participantes debido a los intereses contrapuestos de las distintas clases sociales presentes en el grupo, las mujeres recompondrán el pacto social comunitario culpando a las instituciones y a los propios inmigrantes de los conflictos que han aflorado; ello recrudecerá la animadversión mostrada hacia los trabajadores extranjeros. Esta nueva legitimidad local y vivencial no aparece en el grupo de hombres, debido entre otros factores a la censura estructural impuesta por los líderes tecnócratas. Pero, como analizaremos a continuación, sí aflorará en el grupo de adolescentes, quienes la verbalizan más claramente: hay que estar aquí para saber lo que es. Es en el grupo de adolescentes donde mejor se observa cómo se quiebra el discurso “oficial”, lo que genera una búsqueda de una nueva legitimidad. A diferencia del referente agrícola y empresarial del grupo de varones o el referente comunitario de las mujeres, la actividad y estilo de vida de los adolescentes todavía se vincula más al instituto y los medios de comunicación, como fuente de una opinión de prestigio de la cual obtienen la legitimidad de su discurso. No es casualidad que sea en este grupo donde al inicio se señalen ambas fuentes de legitimidad: son adolescentes estudiantes de secundaria, lo que explica la referencia al sistema educativo; y están familiarizados, por su edad y generación, con la cultura audiovisual, en la que la televisión es un recurso primordial. La legitimidad escolar y mediática se asocia a afirmaciones de carácter general o teórico, a una perspectiva “distante” de su propia comunidad, y una actitud marcada por rasgos de análisis racional y ecuánime… En esta “toma de distancia”, cuanto más “fuera del conflicto” consiguen situarse, más aplicable resulta la estrategia de neutralidad; si bien, a la hora de comenzar a hablar de lo especifico y tangible (y de lo local, frente a lo global), aparecen las primeras excepcionalidades (lo que posibilitará la irrupción posterior del discurso localista en una fase marcada ya por la implicación). Los medios de comunicación fallarán finalmente como fuente de legitimidad en tanto que enjuician a la comunidad de la que forman parte, y con la que terminan identificándose a pesar de sus iniciales “jugadas” de distanciamiento hacia su entorno. La condena televisada a los brotes racistas del campo almeriense supone una ruptura con esa fuente de legitimidad para refugiarse en cambio en un discurso localista no muy diferente al de las mujeres, el cual se contrapone, precisamente por su carácter vivencial, a cualquier versión distante que pueda emanar de la televisión (u otras fuentes). La acusación pública “externa” contra la población de Almería se condensa en el grupo de adolescentes en María Teresa Campos, que es subnormal perdida esa tía. Campos dedicó a los sucesos de El Ejido, años antes de la fecha de celebración del grupo de discusión, un seguimiento desde su programa televisivo, y los calificó de racismo. Ello causó una gran reacción social en la provincia de Almería. Los adolescentes realizan las primeras alusiones a dicho acontecimiento desapasionadamente, aún en una fase marcada por cierta formalidad y con cierta distancia; pero señalando al mismo tiempo la conmoción social que generó, como se observa en la siguiente cita, donde la tensión se narra en tercera persona o en forma impersonal (“la gente”, “se hablaba”) y ellos se limitaban “a notarlo”. -Con la Campos, el tiempo ese [en el] que pasó [eso]... que dijo eso en la televisión, sí hubo... to la gente, se hablaba mucho de eso. -Sí, nosotros lo notamos. (Grupo de adolescentes) Sin embargo, más adelante, hacia el final de la discusión, la reacción de los adolescentes que conforman el grupo triangular es de indignación y rechazo a la presentadora. Las declaraciones de Campos no son válidas debido a su clase y residencia: ella vive en La Moraleja (lugar que alude no sólo a una lejanía geográfica con Almería y el consiguiente desconocimiento de su realidad, sino que representa una clase social privilegiada que no se ve afectada por los problemas de gente como los nijareños de a pie). Ella no puede tener una percepción justa de la situación, porque no ha de soportar los conflictos cotidianos que se han de soportar en Níjar: Ella no convive [con los inmigrantes] y no sabe lo que es. -BUENO, ESTO, IMAGINO, QUE A LA GENTE DE AQUÍ NO LE SIENTA... ESTO SERÁ BASTANTES PROBLEMAS. -No hay problemas. Eso lo dice la Campos esa en la televisión, que es subnormal perdida esa tía. Para esa sí somos racistas. -Anda ya. -Que se venga aquí. -Somos racistas, pero ella se va allí, a La Moraleja, allí con su chalé y su vecino de quinientos mil millones y entonces, tos a gustico. - ES DECIR, QUE NO HAY MÁS PROBLEMAS DE LO QUE SE CUENTA POR AHÍ. -Hay que vivirlo para saber lo que es. (Grupo de adolescentes) En virtud de una perspectiva local que ya observábamos en el grupo de mujeres, la posición de Campos es vista por los adolescentes como una opinión subjetiva, injusta y desconocedora de primera mano de una situación que rebosa de cualquier otro referente “políticamente correcto” difundido en los medios o en el sistema educativo: Hay que vivirlo para saber lo que es. Surge por tanto como legítimo el discurso vivencial que refleja la inmediatez real (“aquí y ahora”) característico del grupo de mujeres, al que los adolescentes, finalmente, también se acogen, porque, con sus defectos (con su posible injusticia, incluso) es el único que alude a la experiencia y a la necesidad de adaptarse a una realidad percibida como extrema, muy específica y particular, que les toca vivir a los nijareños de las clases medias: con este cambio de marco, los adolescentes dejan de hablar de la población (adulta) de Níjar en tercera persona y se incluyen en la comunidad: dejan de ser un “ellos” para convertirse en un “nosotros”. Por esa lejanía e ignorancia por parte de los periodistas, la legitimidad no puede encontrarse ya en la televisión (al menos para explicar un tema tan determinado como la inmigración); y, por extensión, tampoco será probable que la legitimidad se encuentre en ningún otro discurso “externo” y “de corrección política”, por mucho que se pretenda marcar como modélico. La legitimidad la da el vivir los sucesos desde dentro, según los participantes: el ser observador directo de la situación y el sufrirla, por su situación geográfica y social. Este enfoque empirista justifica el descrédito que merecen las opiniones de la presentadora. -Porque tú puedes opinar de una cosa cuando la has visto con tus propios ojos. Y la has... la has visto objetivamente, no subjetivamente como ella lo vio, ¿sabes? Ella vio que pasó las cosas [y decidió decir]: “Venga, en Almería son racistas”. Pos no. Pa que haya gilipollas... (Grupo de adolescentes) Dentro de la actitud subrayadamente “racional” y “ecuánime” de la que hacen gala durante la mayor parte de la discusión (en un rasgo claramente influido por la escolarización), los participantes huyen de generalizaciones (que sí se observan en otros discursos: “Aquí no somos racistas”, “racismo el de ellos [de los inmigrantes]”). Los adolescentes prefieren desarrollar el argumento de que existen racistas en Níjar, como en cualquier otro lugar, pero la mayor parte de la población no merece ese apelativo: más bien se diría que los nijareños reaccionan como mejor saben ante la enorme presión que supone la inmigración. -Hay racistas en todos los lados. A lo mejor... claro que habrá [aquí] racistas. Tampoco es como ella lo pinta, que ella en su casa no tiene ningún magrebí metido, eh, ¿sabes? Ni de vecinos, ni que le llevan el coche... Ninguno, fijo. Me juego el cuello. (Grupo de adolescentes) Este razonamiento no sólo legitima su posición, demostrando que no caen en ningún simplismo ni maniqueísmo; también lo esgrimen como arma arrojadiza, y exigen –a Campos, y también al mundo en general- es que no generalice (una exigencia que en su momento también esgrimieron, con sus peculiaridades, algunas participantes del grupo de mujeres). La moderación ante el tema de la migración, la aparente imparcialidad o, cuando menos, el respeto, habían sido las actitudes más características de los participantes durante toda la discusión. Habíamos vinculado esa potestad precisamente a la posición social “periférica” que, por motivos de edad, detentaban los participantes. La inmigración parecía ser un fenómeno visto “desde fuera”. Esta perspectiva les permitía sostener opiniones ecuánimes (neutrales, propias de un observador independiente, no insertado por completo en la comunidad) y, cuando fuera necesario, discursos polivalentes o modificables. En esa “distancia” era donde la escuela y la televisión aún constituían las fuentes del discurso legítimo. Pero más tarde adoptan la misma distancia ante las fuentes “externas” que promueven un discurso fiscalizador, ajeno e ilegítimo (una ilegitimidad que, según afirman, reside no sólo en el desconocimiento del que hacen gala los acusadores, sino en la privilegiada situación socioeconómica que detentan). En suma, toman distancia ante el problema socialmente construido por otros (“ellos”). Es el propio grupo de participantes quien aboga finalmente por considerar que el hecho de opinar sobre la situación de conflicto social “desde dentro” supone un criterio de objetividad. Ello, en el contexto local, les hace abandonar la periferia y les lleva a sumergirse en el discurso autóctono, el mismo que escuchan de la población de Níjar (en sus familias, en la calle, como espacios ahora contrapuestos al aula o la pantalla) y que reproducen en una toma definitiva de partido por lo local. Siendo aún ajenos (por su posición social de inactivos) al marco empresarial, acuden más fácilmente al discurso comunitario (propio de las mujeres de clase baja y media-baja), frente a la exclusión y acusación que perciben en las fuentes en las que habían buscado legitimidad. En un futuro, posiblemente, y una vez comiencen a hacerse cargo de los negocios familiares, las élites locales les instruirán en un nuevo discurso legitimador de inspiración empresarial (propio del grupo de hombres de clase media y media-alta). Al recorrer este camino abandonarán su privilegiada posición marginal (situada en el margen del discurso) y dejarán de ser adolescentes. Así se harán adultos. Ante la ruptura con la formalidad y con los marcos de legitimidad iniciales, estos grupos recurren a la estrategia de acercar la legitimidad a la práctica y la experiencia cotidiana –o, si utilizásemos la terminología de Martín, adaptan sus decires a los haceres. Con ese fin se reivindica la vivencia local, enraizada en el marco ético comunitario de las mujeres, y refugio de los adolescentes al perder legitimidad los agentes externos (no locales, no comunitarios) como la institución educativa y los mass media. La estrategia discursiva empresarial: la legitimidad tecnocrática. La estrategia de los hombres, en cambio es muy diferente y no consiste principalmente en adaptar la legitimidad a la práctica. Si bien las coartadas vivenciales aparecen en alguna ocasión en sus intervenciones, éstas no constituyen la estrategia principal. Su principal estrategia ante la pérdida de marcos legítimos implica la construcción social de un nuevo discurso legítimo que sí se expresa y que no depende de la experiencia vivencial para entenderse y compartirse. ¿De dónde se surte de legitimidad el nuevo discurso formal? A diferencia de lo que ocurre en el caso de los adolescentes, los líderes de opinión del grupo de hombres no aluden demasiado a los medios de comunicación o al conocimiento científico. Y a diferencia de las mujeres, apenas aluden a valores éticos o a referentes comunitarios. Su marco muestra más bien la aplicación de las pautas empresariales a casi cualquier tema –podríamos incluso reconocer pautas empresariales específicamente agrícolas, en consonancia con el sector económico más extendido en la zona. El “marco empresarial”, si bien es elemento unificador del grupo y rasgo común de todos sus componentes, es esgrimido con especial destreza por unos “asesores”, cuya instrucción y consejos “técnicos” al resto cumplen funciones de “consulting”: las intervenciones de los “líderes tecnócratas” delimitan la legitimidad del discurso de todo el grupo. Ante los retos y exigencias de un mercado de cada vez mayor alcance en un contexto empresarial que, respecto a otras latitudes, podemos catalogar de reciente expansión (con una trayectoria en términos comparativos relativamente corta) y protagonizada aún por una generación de propietarios agrícolas de formación tradicional, el ambicioso proceso de adaptación empresarial (tecnológica, económica, productiva, administrativa, etc.) ha sido muy probablemente tutelado por las instituciones y por la tecnocracia que integra las consultorías y las asesorías de la zona. Por tanto, las instrucciones de adaptación al nuevo orden económico “globalizado” vienen de la mano de una élite relacionada con la gestión, tanto pública (Ayuntamiento, Diputación…) como privada (empresas de servicios, gestorías…), quienes importan a la comarca un know-how externo y lo transmiten a los propietarios agrícolas, con resultados muy positivos en términos empresariales. En dicho proceso exitoso, esta “fuente de saber” se dota de progresiva legitimidad, y esta nueva élite termina por desbancar a las figuras locales de autoridad e influencia social que existían tradicionalmente. Martín señala la relevancia del especialista y su función en los procesos de cambio o mantenimiento cultural; en éstos se observa “un nivel constituido por los especialistas en la producción de bienes simbólicos” (Martín, 2008; p. 1059). En nuestra muestra, el grupo de hombres (y también en alguna medida el del grupo de adolescentes) son exponentes de elaboraciones culturales “adaptadas” al ámbito local nijareño, así como de jugadas (negociaciones, consensos, disensos, censuras…) desde las distintas posiciones sociales presentes en cada grupo. Esta adecuación ha estado estrechamente imbricada a la actividad profesional, cultura de clase, valores, etc. de los participantes, en el sentido que señala Martín: “A su vez, estas elaboraciones culturales serían difundidas a –o apropiadas por- distintos grupos de profanos, que las reinterpretarán y modelarán de acuerdo a sus distintas posiciones sociales, condiciones de vida, esquemas simbólicos previos, etc.” (Martín, 2008. pp. 1059-1060). De forma paralela, y como se señala en otros momentos de este texto, los adolescentes recogen con mayor permeabilidad las elaboraciones culturales de origen académico por su actividad de estudiantes y las de origen mediático por su edad y generación; los adultos empresarios en cambio, van incorporando aquéllas de origen tecnocrático. En los grupos de discusión puede vislumbrarse la negociación entre las distintas legitimidades (entre la de la cultura local previa y la nueva, pero también entre la confluencia de las nuevas elaboraciones entre sí). Martín apunta que la alianza y competencia entre especialistas, y también entre éstos y otros grupos externos (económicos, políticos…) nos explican la dinámica cultural. El autor también destaca la permanencia de ciertos elementos estables, que se relacionan en ocasiones con las redes comunitarias tradicionales. Además, la estabilidad de elaboraciones culturales se debe a “un trabajo social de solidificación, fijación, objetificación que los convierte en elementos persistentes” (Martín, 2008. p. 1060), fruto sobre todo de la codificación escritural por parte de las organizaciones burocráticas, y permanecerían así casi independientes del proceso de reactualización de formaciones simbólicas. Aquí cabe señalar los dispositivos que, en función de la categorización de ciertos rasgos pertinentes, construyen conceptos prioritarios que se imponen como dispositivos indiscutibles en el pensamiento, estructurando discursos, generando representaciones colectivas y produciendo prácticas sociales (Martín, 1999). En este sentido observamos como en nuestro trabajo de campo subyace en el discurso de los líderes continuas referencias a actitudes, valores y procedimientos asociados a la “buena gestión”, la “eficacia” y la necesidad de adaptar (y superar) unas desacreditadas fórmulas tradicionales (locales, atrasadas) a un nuevo escenario definido por la globalización (con sus consiguientes pautas: generales, novedosas, asociadas al desarrollo económico y a la eficacia, producidas por el vertiginoso –e inevitable- cambio social y económico mundial en el que urge insertarse a riesgo de perder el tren del progreso). Frente a la autoridad que confería la edad, la experiencia o las costumbres autóctonas, las nuevas categorías legitimadoras guardan relación con la actualización de los conocimientos en consonancia con “los tiempos”, la adaptación a nuevos valores y estructuras empresariales, la supervivencia en un mundo en continua transformación… Así, los empresarios locales son adoctrinados en nuevas prácticas “adecuadas” frente a conductas catalogadas como inapropiadas. Por tanto, de todos los ámbitos prestigiosos que doten de respaldo o distinción, los varones adultos de Níjar parecen preferir insertarse, por motivos obvios, en el marco empresarial que, frente a otros posibles ámbitos de prestigio –el académico, el científico, el religioso…- supone un referente con el que están familiarizados y que es distintivo de su modus vivendi, lleno de pautas en la que están sobradamente ejercitados, y que ha supuesto un modelo de mejora y de éxito en sus vidas. Se impone, por tanto, como el verdadero marco de prestigio. La funcionalidad de dicho referente se desdobla en diversos niveles, alcanzando al tema de la gestión de la inmigración y, de ahí, realizando un balance entre las ventajas y los costes de la presencia de trabajadores extranjeros en Níjar. El rechazo a la excesiva presencia de inmigrantes (que en el grupo de mujeres se muestra de forma más drástica y menos disimuladamente excluyente, aludiendo a una situación de conflicto que se percibe como insoportable) es abordada en cambio por los hombres de forma técnica y casi aséptica: lo que en otro caso sería una muestra de xenofobia con base en un expreso talante excluyente (que sí se muestra sin reparo en el grupo de mujeres) es, en el contexto discursivo que analizamos, una argumentación revestida de gestión de flujos de carácter completamente racional, llegando un participante a proponer en determinado momento desde un marco discursivo exquisitamente aséptico –sin abandonar un marco “empresarial” aparentemente “neutro”- una medida tan extrema como expulsar de España a todos los inmigrantes. No obstante, el consenso se establece posteriormente en torno a una medida más acorde con los principios de “buena gestión” empresarial: una regulación de flujos en función de la demanda de mano de obra con supervisión del Estado, siempre en función de las necesidades de mano de obra y atribuyendo al mismo tiempo a tal sistema una mejora en la inserción del inmigrante y una menor conflictividad interétnica. Confróntese tal argumentación con la esgrimida en el grupo de mujeres para justificar la regulación de flujos como mal menor frente a otras posibilidades: terminan considerándola sin gran convencimiento, pero siempre desde posiciones de tipo ético o como demostración de generosidad. El discurso de los empresarios nijareños, sin menoscabo de su repercusión política, no consiste tanto en un intento de camuflar con lenguaje empresarial un problema social o político, sino en aplicar a un tema dado determinados esquemas que a lo largo de su vida han aprendido a percibir como los más legítimos. En suma, el marco de “buena gestión empresarial”, el más característico y detectable de su discurso, no hace sino reflejar la realidad actual del municipio y su entorno, y en concreto la del sector económico más pujante de la comarca, la de la red relacional de empresarios y gestores, la de la actividad profesional de la población representada en el grupo… es decir, volviendo a las palabras de Martín, dicho marco se corresponde a las “posiciones sociales, condiciones de vida, esquemas simbólicos previos, etc.” del perfil del grupo de discusión estudiado. En lo referido a los adolescentes, si bien las pautas empresariales y las referencias al sector económico más pujante en Níjar están también presentes en su discurso (el vocabulario y las comparaciones agrícolas salpican a menudo sus intervenciones), lo están de forma muy tenue aún (presumiblemente este componente se desarrollará en su discurso a lo largo de su vida, al trabajar en las empresas de sus padres en la edad adulta). Conclusiones El estudio de caso nos lleva a concluir que, ante el desajuste que emana de la ruptura con los marcos de legitimidad, se desarrollan dos estrategias discursivas: una, reinterpretar la legitimidad para acercarla a la práctica (lo que hemos denominado en este texto la coartada de tipo vivencial). Otra, la construcción social de un nuevo discurso legítimo inspirado en el ámbito de prestigio más accesible a los participantes. Ambos tipos de estrategias conviven en distinta medida en los tres grupos aquí abordados, y no podemos caer en la tentación de creer que los discursos más legítimos copen la discusión de los empresarios o de los adolescentes escolarizados, o que los discursos locales-vivenciales caractericen en exclusiva a las amas de casa. Ambos discursos se modulan en diversos sectores sociales. Aún así, sí es cierto que los discursos locales-vivenciales parecen estar más presentes en las mujeres (frente a los hombres), en las clases baja y media-baja (frente a las clases media-alta y alta), en los adultos (frente a los jóvenes), en las personas conservadoras (frente a las progresistas) y en la población con bajo nivel educativo. Asimismo, el discurso local-vivencial es informal, frente a la mayor formalidad del discurso legítimo. El primero aflora en las actitudes de “espontaneidad”, mientras el segundo supone una cierta “elaboración”. El discurso local-vivencial es inmediato, apegado al “nosotros”, se vincula al ámbito doméstico, familiar y comunitario (frente a los discursos legítimos, que son públicos y, en cierta medida, externos). Tal vez relacionado con esto, el discurso local-vivencial es tradicional, frente a los discursos de reciente conformación que suponen una adaptación al cambio. Asimismo, el discurso local-vivencial cobra su legitimidad del consenso; el discurso tecnocrático-empresarial cobra su legitimidad de la distinción. El primero se formula contra la acusación externa o como respuesta a ella; el segundo se formula con vocación de desplazarla y sustituirla en los ámbitos de mayor prestigio social. Dicho esto, se observa que, en la segunda de ambas estrategias, el nuevo discurso legítimo se formula en torno a los ámbitos de mayor legitimidad y proyección del contexto social en el que discurso se produce y, también, en consonancia con el habitus del sector social influyente que lo produce. En el caso del Poniente almeriense, esta segunda estrategia acude al marco tecnocrático y empresarial propio de las nuevas élites locales para reconstruir esa nueva y necesaria legitimidad ante la gestación externa de un “problema social” que ha terminado por invalidar los marcos discursivos previos a la crisis. BIBLIOGRAFÍA: Goytisolo, J. y Naïr, S. (2003) “Contra la razón de la fuerza” en Goytisolo, J., España y sus Ejidos, Barcelona, HMR, pp. 30-31. Gutiérrez, A. (2002) Las prácticas sociales: Una introducción a Pierre Bourdieu, Madrid, Tierradenadie Ediciones. Labov, W. (1983) Modelos sociolingüísticos, Madrid, Cátedra. Labov, W. (1985) “La lógica del inglés no standard” en Educación y Sociedad nº 4, pp. 147-170. Lenoir, R. (1993) “Objeto sociológico y problema social” en Champagne, P., Lenoir, E. et al, Iniciación a la práctica sociológica, México, Siglo XXI, pp. 57-102 Martín Criado, E. 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