Homilía en la Misa de institución de lectores y acólitos

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Ministerios en la Iglesia
Homilía en la Misa de institución de lectores y acólitos
Catedral de Mar del Plata, 5 de febrero de 2013
En esta semana vocacional, asistimos a la institución de dos lectores y dos acólitos.
Se trata de cuatro seminaristas que reciben sus respectivos ministerios como parte de su
camino hacia la meta final del sacerdocio.
Es sabido que desde muy antiguo la Iglesia instituyó algunos ministerios para rendir
debidamente el culto a Dios y para servir al Pueblo de Dios. Estos con frecuencia se
conferían con un rito especial, mediante el cual el fiel que los recibía quedaba agregado
a una clase u orden para desempeñar una determinada función eclesiástica.
Con el paso del tiempo, aquellos ministerios o servicios más vinculados con la
liturgia fueron considerados como pasos previos a la recepción de las órdenes sagradas.
Es así que dentro de la tradición de la Iglesia de rito latino comenzó a hablarse de
“órdenes menores” para designar los oficios del ostiario, del lector, del exorcista y del
acólito. Correlativamente se hablaba de “órdenes mayores” en relación con el
subdiaconado, el diaconado y el presbiterado.
Ha sido el siervo de Dios, papa Pablo VI, quien en el año 1972, siguiendo el sentir
de muchos pastores y algunos indicios del Concilio Vaticano II, decidió reformar las
llamadas órdenes menores y el subdiaconado, manteniendo lo más útil y apropiado y
estableciendo lo que debía exigirse a los candidatos al Orden sagrado.
De este modo, se conservaron y adaptaron los ministerios vinculados con el servicio
de la Palabra de Dios y del altar. Las funciones que anteriormente asumía el subdiácono,
quedaron integradas en los ministerios del lector y del acólito. Ya no se habla de
“ordenación” ni de “órdenes menores” sino de “institución” y de “ministerios”, los
cuales también pueden ser conferidos a laicos. De este modo, recién se considera clérigo
a quien ha recibido el diaconado.
En el motu proprio Ministeria quaedam, Pablo VI explica el sentido de esta reforma
con estas palabras, que a su vez remiten a la constitución Lumen gentium: “Así
aparecerá también mejor la diferencia entre clérigos y seglares, entre lo que es propio y
está reservado a los clérigos y lo que puede confiarse a los seglares cristianos; de este
modo se verá más claramente la relación mutua, en virtud de la cual el ‘sacerdocio
común de los fieles y sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes
esencialmente y no sólo en grado, se ordenan sin embargo el uno al otro, pues ambos
participan a su manera del único sacerdocio de Cristo’ ” (LG 10).
El oficio o ministerio del lector se ejerce en la lectura de la Palabra de Dios en la
asamblea litúrgica. A él le compete proclamar las lecturas bíblicas, menos el Evangelio,
en la Misa y en las demás celebraciones sagradas. En ausencia del salmista, recitará el
salmo interleccional. También a él corresponde proclamar las intenciones de la oración
universal de los fieles en ausencia del diácono o cantor, e instruir a los fieles para la
digna recepción de los sacramentos.
Queridos Gastón y Juan Cruz, al conferirles el ministerio del lectorado, les recuerdo
que la Iglesia les pide la práctica de la lectura frecuente, orante y repetida de la Sagrada
Escritura, hábito que habrá de acompañarlos toda la vida dentro del servicio eclesial.
Los exhorto, por tanto, a volverse más conscientes de la responsabilidad adquirida. No
se trata sólo de leer, sino de proclamar también con la vida. Importa mucho que sepan
proclamar con claridad, ritmo adecuado y buena dicción el texto inspirado por Dios.
Pero más aún importa que se muestren en la vida como buenos discípulos del Señor.
Que lo mismo que Jesús, puedan decir ustedes, con las palabras del Evangelio que
hemos proclamado: “Mi enseñanza no es mía sino de aquel que me envió. El que quiere
hacer la voluntad de Dios conocerá si esta enseñanza es de Dios o si yo hablo por mi
cuenta. El que habla por su cuenta busca su propia gloria, pero el que busca la gloria de
aquel que lo envió, ese dice la verdad y no hay nada de falso en él” (Jn 7,16-18).
Queridos Cristian y Sebastián, el ministerio de acólito los aproxima y compromete
más con el altar del Señor y la celebración de los sagrados misterios. Quedan instituidos
para todo lo relativo al servicio del altar. Es propio del acólito “asistir al diácono y al
sacerdote en las funciones litúrgicas, principalmente en la celebración de la Misa;
además distribuir, como ministro extraordinario, la Sagrada Comunión cuando faltan los
ministros o están imposibilitados por enfermedad, avanzada edad o ministerio pastoral,
o también cuando el número de fieles que se acerca a la Sagrada Mesa es tan elevado
que se alargaría demasiado la Misa. En las mismas circunstancias especiales se le podrá
encargar que exponga públicamente a la adoración de los fieles el Sacramento de la
Sagrada Eucaristía y hacer después la reserva; pero no que bendiga al pueblo”
(Ministeria quaedam § VI).
El esmero por la celebración y la conciencia del carácter sagrado de la misma, ha de
inspirar el ejercicio de este ministerio. En palabras del papa actual, Benedicto XVI, hoy
es más urgente que nunca devolver a la liturgia su carácter de acción sagrada por
excelencia. Se trata de una preocupación que lo anima desde hace muchas décadas y
que se expresa en afirmaciones fuertes como ésta: “Estoy convencido de que la crisis
eclesial en que nos encontramos hoy, depende en gran parte del hundimiento de la
liturgia (…). Por todo esto tenemos necesidad de un nuevo movimiento litúrgico que
haga revivir la verdadera herencia del concilio Vaticano II” 1.
Están llamados a ser “un ejemplo de seriedad y devoción en el templo sagrado”
(Ministeria quaedam § VII). Con las palabras de la Iglesia, pediré a Dios que “sean
asiduos servidores del santo altar, distribuyan con fidelidad el Pan de Vida a sus
hermanos y acrecienten constantemente su fe y caridad para consolidar la Iglesia”
(Pontifical).
Y ahora, queridos hermanos, me dirijo a todos los que participan de esta Eucaristía,
a fin de ahondar la conciencia de la inquietud vocacional que debe estar presente en
todos los bautizados. Lo hago espigando de mis propias palabras que les he dirigido en
mi último mensaje vocacional: “La inquietud por el número suficiente de vocaciones de
especial consagración dentro de la Iglesia, debe estar presente en todo cristiano. Nuestro
corazón no sería de verdad ‘católico’ si en él no sintiéramos el eco de las palabras de Jesús: ‘La
cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos’ (Lc 10,12)”.
1
J. RATZINGER, Mi vida. Recuerdos (1927-1977). Madrid, Encuentro, 1997; p. 125.
2
“Sin los ministros de la Iglesia, no habría Eucaristía ni perdón de los pecados; la gracia de
los sacramentos no vivificaría a los fieles; el Evangelio no tendría predicadores ni intérpretes
genuinos; y las ovejas del rebaño de Cristo se dispersarían al carecer de un pastor que las
congregue en el único rebaño querido por el Señor. ¡Cuántas localidades anhelan hoy la
presencia de un sacerdote que habite en forma estable en medio de ellos y no lo tienen!
¡Cuántos niños y jóvenes crecen sin que alguien los convoque para proponerles el camino de la
fe, la senda de los grandes ideales del Evangelio, de una vida digna, donde el amor a Dios y a
los demás despierte las mejores energías para construir un mundo distinto!”
La solución al problema vocacional comienza poniendo en práctica el pedido del Señor:
“Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Lc 10,2). Las
vocaciones son regalo que hay que pedir con perseverancia.
“Pero también implican una responsabilidad de nuestra parte. Responsabilidad del joven,
varón o mujer, que es llamado para un seguimiento más radical de un Maestro que sabe
recompensar a quien responde y se entrega con libertad y generosidad. Responsabilidad de su
entorno inmediato, eclesial, familiar y social que deben favorecer en diversa medida la opción
vocacional. Responsabilidad de los pastores de la Iglesia y de los miembros de las comunidades
de religiosos, religiosas, institutos de vida consagrada en su amplia variedad, quienes deben
facilitar las condiciones para la maduración y el necesario discernimiento eclesial de las
auténticas vocaciones”.
Para los seminaristas que hoy reciben ministerios y para todos los aquí presentes, en el
nombre de Jesús el Buen Pastor, imparto mi cordial bendición.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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