En busca de un niño lector Autores: Sergio Andricaín Antonio Orlando Rodríguez –¿Puede atenderme un momento? –Sí, claro. –Necesito que me ayude. –Si está a mi alcance, con mucho gusto. Vamos a ver, ¿de qué se trata? –Dígame, ¿qué debo hacer para que mi hijo lea...? Este diálogo se ha repetido una y otra vez en diferentes talleres que, sobre el tema de los padres y la conducta lectora de los niños, hemos impartido. Una vez concluidas las sesiones, madres y padres de familia han hecho un aparte con nosotros para solicitarnos consejo, instrucciones más específicas para conseguir inculcar hábitos de lectura a sus hijos. Los conceptos expresados durante las charlas no les parecen suficientes. Tal vez los hallan demasiado "generales" y ellos precisan, con urgencia, una orientación más concreta, más directa. Las teorizaciones sobre los intereses en las distintas etapas del desarrollo de la infancia, los criterios sobre la función del texto y de la imagen gráfica dentro del libro infantil e, incluso, las sugerencias de títulos que se pueden adquirir en las principales librerías, les parecen bien, pero ellos desean algo más directo y práctico. Esos padres, que llegan a nosotros alarmados porque sus niños desdeñan olímpicamente la lectura o cada vez se alejan más de ella, en realidad esperan recibir algo más que una instrucción. Esperan que les entreguemos una fórmula mágica, una receta infalible: el remedio que logre transformar a sus hijos en voraces lectores en un abrir y cerrar de ojos, de la noche a la mañana. ¡Ah, qué más desearíamos nosotros que podemos compartir ese invalorable secreto con los asistentes a los talleres! ¡Qué maravilloso sería poder escribir a continuación el siguiente subtítulo: Sortilegio para que su hijo se convierta en un gran lector ...y a renglón seguido, explicar, como quien orienta el modo de preparar en la cocina una salsa o algún postre delicioso, de qué forma hacer que un niño indiferente a la magia de los libros, aprenda a descubrir el encanto de esos preciados objetos. Pero tal pretensión es imposible. Digámoslo ya, desde estas primeras páginas, para que nadie construya castillos en el aire: tal fórmula mágica no existe. No se ha inventado todavía y, lamentablemente, tenemos razones para sospechar que no se inventará jamás. No hay recetas ni esquemas para lograr que se haga realidad, en un dos por tres, un estrecho vínculo emocional, intelectual y lúdico entre el niño y la lectura. Lograr tal conquista es posible, por supuesto, pero siempre a mediano o largo plazo, con esfuerzo y persistencia. Y para alcanzar el triunfo, se requiere estudiar y analizar los casos de forma individual, aislada, recordando en todo momento que cada niño es un pequeño universo y que, por lo tanto, se hace necesario diseñar una táctica específica para persuadirlo, en el microcosmos del hogar, de que leer es algo no sólo útil, sino entretenido y hermoso. Fórmulas mágicas no las hay. Existen, eso sí, recomendaciones que pueden servir de sustento, de indispensable cimiento, a nuestra estrategia. Es importante, por ejemplo, saber qué tipo de obras suelen preferir los muchachos en los distintos estadios de su maduración intelectual y psicológica. Si bien es cierto que siempre existen diferencias dentro de las regularidades de cada edad, esos intereses temáticos pueden ser una valiosa pista para llegar a nuestro objetivo. Cuando el niño está en la etapa preescolar, le entregaremos libros profusamente ilustrados, donde aparezcan los elementos constitutivos de su mundo inmediato y circundante (la familia, los objetos de la casa, los animales doméstico o que ya conoce por sus visitas al zoológico, etc.). Ya se le pueden leer, así mismo, cuentos muy cortos y simples, que de algún modo se relacionen con sus escasas vivencias. Son recomendables en las primeras edades las rimas y cuentos versificados, donde las asonancias y similicadencias proporcionen al lenguaje esa musicalidad y ritmo que tanto agradan al menor. Les encantan, igualmente, las historias de repeticiones, en las que se reiteran alguna frase o peripecia a lo largo de la trama, como ocurre en el cuento "La cucarachita Martina", por ejemplo. También llaman su atención aquellas narraciones con sonidos onomatopéyicos. Más adelante, cuando ya el niño se desempeña como lector autónomo, se recomiendan textos sencillos, ágiles, que no se regodeen en extensas explicaciones o descripciones, donde la acción sea lo fundamental. Entre los siete y diez años de edad, la fantasía suele ser muy atractiva para ellos. Es la etapa de poner a su alcance los cuentos de hadas y de animales personificados, las leyendas y mitos, las historias llenas de absurdos y de imaginación. La fantasía alternará con la realidad y serán recomendables buenas dosis de humor. A medida que aumente el dominio de la lectura, las obras irán ganando en complejidad. A partir de los diez años, es notorio el gusto por los libros de carácter más realista y, en especial, por los de aventuras. Detectives, piratas, náufragos, cosmonautas, caballeros andantes, atraen a los niños con sus venturas y desventuras. También son recomendables las obras sobre la naturaleza, que describen la existencia de los animales en su entorno natural. Y, claro, resulta ya insoslayable la temática del amor. Los enigmas y misterios, las tramas parapsicológicas, gustan a los preadolescentes; del mismo modo que las obras en que ven reflejadas sus problemáticas, los conflictos a que se enfrentan en la escuela y en el hogar durante esa etapa de transición, en que empiezan a dejar atrás la infancia para entrar en la juventud. Hoy en día, buena parte de las editoriales que producen obras para el público infantil y juvenil, ponen en las contraportadas de los libros rótulos recomendando las edades apropiadas para su lectura. Esas sugerencias deben tomarse en cuenta, pero teniendo siempre presente que sólo son eso: sugerencias, guías. No es de extrañar que un niño se apasione por un libro que, supuestamente, está concebido para un lector mayor o menor que él. Es necesario tomar en cuenta, además, una serie de pequeños detalles que a veces pasamos por alto, sin prestarles suficiente atención, por considerarlos de poca importancia. Detalles que, sin embargo, con su presencia constante y discreta, pueden ejercer una influencia sumamente benéfica para nuestro propósito: la necesidad del ejemplo, de la existencia de un espacio físico para los libros en el seno del hogar, la urgencia de enaltecer la imagen del libro como objeto de valor dentro del mundo contemporáneo. Así pues, si bien no es posible entregar un conjuro mágico que, como el abracadabra de los magos, haga comprender a nuestros niños las bondades de la lectura y los confine para siempre a la inefable esclavitud del amor a los libros, sí podemos compartir una serie de recomendaciones útiles en torno a esta problemática. Lineamientos que, aplicados de modo no mecánico a nuestros cuadros personales, nos ayudarán en la tarea de diseñar las tácticas encaminadas a conseguir que los niños establezcan un nexo profundo y perdurable con la lectura. ¿Qué recursos pueden ayudarnos a lograr que el pequeño no-lector, o lector a regañadientes, o neolector, adopte sólidos hábitos de lectura? De eso conversaremos aquí, y ahora. Pero comencemos de una vez, y hagámoslo por el principio. Algunas definiciones Si vamos a hablar de la lectura, de cómo promover desde el hogar firmes hábitos lectores en los niños, se impone precisar algunos términos. Por ejemplo: ¿qué significa leer? En cualquier diccionario podremos hallar una acepción de ese verbo. Pero a los efectos de nuestros intereses, recordemos esta definición que resume, en muy pocas palabras, el sentido de esa acción humana: Leer es interpretar la palabra escrita y construir su significado. En la tarea de acercar a los más jóvenes a la lectura, los padres no se encuentran solos. En esa batalla pueden hallar el apoyo de importantes aliados, como los maestros y los bibliotecarios. Cada quien en su terreno, y con las armas propias de su condición, puede hacer mucho. Lo ideal es que esos tres factores (hogar-escuela-biblioteca) conjuguen sus empeños. Y acá se impone una definición más: ¿qué es promoción de la lectura? Como tal entendemos la ejecución de un conjunto de acciones sucesivas y sistemáticas, de diversa naturaleza, encaminadas todas a despertar o fortalecer el interés por los materiales de lectura y su utilización cotidiana, no sólo como instrumentos informativos o educacionales, sino como fuentes de entretenimiento y placer. Los padres se relacionan con los niños antes que cualquier otro miembro de la sociedad. Ellos son, pues, los primeros promotores de lectura, los que siembran tempranamente (o no) la semilla del amor al libro, los que más pueden hacer para cultivar desde la más temprana infancia esos hábitos. Y para terminar con las definiciones, precisemos que formar hábitos de lectura es lograr que el individuo recurra regularmente, y por su propia voluntad, a los materiales de lectura como medio eficaz para satisfacer sus demandas cognoscitivas y de esparcimiento. Tener claridad sobre estos tres conceptos nos permitirá trabajar con mayor eficacia para conseguir nuestro propósito: lograr un niño lector. Hijo de gato... ¿caza ratón? En la educación infantil, el ejemplo es un recurso de extraordinario valor. Si el niño, desde sus primeros años de existencia, observa cotidianamente en la casa normas y modelos de conducta relacionados con distintas actividades, de manera instintiva, orgánica, tenderá a imitarlos. ¿No imitan los menores el modo en que se conducen los adultos, no tratan de copiar la forma en que se mueven, visten y hablan? Los niños intentan reproducir el comportamiento de sus mayores a la hora de comer. ¡Cuántas veces nos hemos reído al ver cómo intentan llevarse a la boca los alimentos con una cuchara que aún no pueden manejar por sí mismos, o cuando los sorprendemos maquillándose igual que mamá o afeitándose como han visto hacerlo a papá! En la formación de los hábitos alimenticios de un niño es fundamental la referencia que él obtiene de los mayores que lo rodean. Le gusta lo que ellos le han enseñado a paladear; hereda, así mismo, el rechazo a determinados sabores y texturas. Si en la casa todos ingieren sin reticencia los diversos vegetales, es muy posible que el niño adopte esta norma sin necesidad de imponérsela, de forma natural, por obra del ejemplo. Algo así sucede con la lectura. Cuando, desde que abre sus ojos a la vida, el niño encuentra la presencia del libro como un elemento insoslayable dentro de su entorno, se está contribuyendo a establecer un vínculo natural y cotidiano con el acto de leer. El niño que ve leyendo a sus padres, exigirá también un libro o un periódico para sostenerlo delante de su nariz (con frecuencia al revés) y jugar a que él también comparte la placentera experiencia de la lectura. Es altamente recomendable poner al alcance de los más pequeños, libros resistentes, de colores llamativos, de cartón o plástico, que ellos puedan palpar, manipular e incluso morder con entera libertad, en un feliz ejercicio cognoscitivo; enseñarles el modo en que se sostiene los libros, de qué forma se pasan las páginas ; ayudarlos a descubrir los colores, leer juntos los dibujos. Antes de proponernos influir sobre la conducta lectora de nuestros muchachos, debemos realizar un análisis autocrítico profundo: ¿Hay libros en la casa? ¿Existe algún espacio donde se les coloque y cuide? ¿Qué tiempo dedicamos habitualmente nosotros, como adultos, a leer? Si no hay libros u otros materiales de lectura en el hogar (revistas, periódicos, cómics, etc.), si rara vez o nunca tenemos tiempo para sentarnos a disfrutar de la palabra escrita, será conveniente que comencemos a reflexionar acerca de esto: "¿Con qué moral puedo reprochar a mi hijo que no lea lo suficiente, si él puede observar con claridad que la lectura tampoco es algo indispensable ni vital para mí?" No se trata de predecir, mecánicamente, que todo hijo de padres lectores será, a su vez, un empedernido lector. Sabemos que la realidad es mucho más compleja, y que con frecuencia no sucede así, debido a disímiles razones. Pero, en cualquier caso, la ley de las probabilidades nos permite aseverar que existen bastantes posibilidades de que un "hijo de lector, lea libros". Desde la cuna... ...empieza a cultivarse el amor por la palabra, por la belleza y musicalidad del lenguaje. Cuando el niño viene al mundo y la madre lo arrulla con nanas, está depositando en él la simiente del gusto por la expresión literaria. Cuando le canta: Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño? Por una manzana que se le ha perdido. O: Este niño lindo que nació de noche quiere que lo lleven a pasear en coche. Este niño lindo que nació de día quiere que lo lleven a la dulcería. Viejas tonadas que nadie sabe a ciencia cierta quién inventó, expresiones del folclor, joyas de la poesía popular. Con ellas el niño comienza a nutrirse, junto con las sustancias alimenticias que le entrega la madre, del tesoro de la literatura infantil de origen tradicional. ("El folclor es la literatura infantil por excelencia", aseveraba la poetisa chilena Gabriela Mistral.) No faltará algún escéptico que piense: "¡Pero, para qué perder el tiempo cantando o recitando a un niño de brazos! ¡Un bebé no entiende el sentido de las frases!" De acuerdo, no logra captar el significado de las palabras, pero sí se enriquece con la musicalidad de los fonemas, con la afectividad de las inflexiones vocales, y ese sustrato será de gran importancia cuando crezca y ya su relación con los vocablos sea más rica y compleja. Coplas, rimas, retahílas, trabalenguas irán ganando en complejidad a medida que el niño crezca habituado a disfrutarlos. Hay quienes van más allá y recomiendan que se empiece a hablar al niño, a arrullarlo, cuando aún permanece en el vientre materno. El cuento de viva voz Contar cuentos, coinciden en afirmar numerosos expertos, es uno de los recursos de mayor eficacia para lograr que el niño se sienta atraído por la literatura y por los libros. Según la psicóloga ecuatoriana Mercedes Falconí, cuando la madre narra un relato a su hijo "se produce una interacción afectiva irrepetible. Es el momento de mayor confianza, intimidad y comunicación entre padres e hijos. Es el momento en que la Caperucita Roja o la Bella Durmiente cobran vida en la imaginación de los niños, porque la palabra dicha no sólo enriquece su mundo y sus sueños, sino que les permite disfrutar, comunicar, sentir, vivir en armonía". Cuando los muchachos escuchan cuentos con regularidad, suele despertarse en ellos el deseo de leer por sí mismos. A esas narraciones orales, que pueden ser versiones de historias que hemos leído o tramas que vamos improvisando con entera libertad, sigue un segundo paso: la lectura de cuentos tomados de libros o publicaciones periódicas. En esta fase, el niño se relaciona por vez primera, a través del intermediario adulto, con el lenguaje escrito, con sus peculiaridades sintácticas y su mayor riqueza de vocabulario. Así, empieza a familiarizarse con giros y palabras que no son las que se utilizan habitualmente en el habla oral, y que hallará cuando pueda leer por sí mismo. Oír cuentos prepara a los niños para comprender y disfrutar los futuros textos escritos que le saldrán al encuentro cuando ya sea capaz de leer por sí mismo. El gusto por la lectura no es innato: hay que cultivarlo. Compartir la aventura de leer Cuando el niño está aprendiendo a leer, es conveniente acompañarlo y compartir con él esa aventura. El padre debe estar cerca, brindando su apoyo y estímulo al novel lector, explicando las palabras difíciles que aparezcan en el texto, comentando su contenido, relacionándolo con las experiencias vitales y sentimientos del pequeño lector. Es recomendable que, si van a leer un cuento, por ejemplo, con frecuencia lo hagan juntos, entre los dos. Esa co-lectura en voz alta, alternándose fragmentos del relato, es muy estimulante para el niño, que se siente seguro y retado a sortear las dificultades del desciframiento de los signos de la escritura. Si le obsequiamos un cuento y él se muestra reticente a leerlo porque lo encuentra demasiado extenso, le propondremos: "Tú lees una página y yo leo otra". Esta técnica, conveniente para los muchachos que todavía no tienen absoluto dominio de la lectura y, por lo tanto, se fatigan más, no debe desdeñarse en edades mayores. Tener un colector resulta siempre muy grato, pues esa lectura "a cuatro ojos" constituye un acto profundamente afectivo y de comunión. De la misma manera que cuando el niño aprende a caminar lo sostenemos y estamos pendientes para ayudarlo si sufre una caída, es aconsejable acompañarlo también cuando empieza a leer. ¿Acaso no es esa otra forma de caminar por la vida? Ser colectores de nuestros hijos cuando se enfrentan a sus libros iniciales, felicitarlos por sus progresos, despertar en ellos el entusiasmo por el texto literario, es de gran utilidad. No lo dejemos solo mientras da sus primeros pasos autónomos por el universo de la palabra escrita. Un ratico para la lectura Ya se sabe que, en el ajetreado mundo contemporáneo, los padres con mucha frecuencia pasan más horas fuera que dentro del hogar. Sin embargo, aun así es necesario hallar un tiempo, aunque sea pequeño, para dedicarlo cada día a la lectura. Transforme ese ratico en algo especial. Seleccione un sitio grato, acomódese en él acompañado de su pareja e hijos. Y todos reunidos, a gusto, lean algún material de su preferencia (libros, periódicos, revistas, cómics), bien sea de forma individual o colectiva. Lo importante es que la lectura se asocie a sensaciones de armonía, seguridad, calidez, placer. No le imponga sus gustos Ayude a su hijo a tomar conciencia de que el universo temático de los libros y demás materiales de lectura es infinito. Ponga a su alcance obras de diferentes géneros literarios (narrativa, verso, teatro, artículo, etc.) y estimúlelo a ejercer un criterio de selección de acuerdo con sus inclinaciones. Si un texto no le agrada, no vale la pena continuar leyéndolo a disgusto cuando existen tantísimas obras donde escoger. No trate de imponer sus gustos a su hijo. Usted es usted, y él es él. Lo que a usted le parece muy hermoso, interesante y conveniente, a él puede resultarle horrible y aburrido. Si usted prefiere las lecturas sobre determinado tema y él, en cambio, se inclina por otro, permítale ejercer su derecho a seleccionar con libertad lo que lee. Ni obligación ni castigo La lectura tiene que ser incorporada a las costumbres del niño como un acto voluntario, como algo que se realiza por placer. Nada se conseguirá tratando de que lea mediante prohibiciones ("¡Si no lees no te dejaré salir a jugar!" o "¡Ponte a leer o no tendrás televisión!"); con esas amenazas lo único que logrará será que el niño rechace de plano la lectura, y que la sienta como una tortura o una obligación. Un poco en broma, pero muy en serio, el escritor y pedagogo italiano Gianni Rodari comentó que ordenar leer es "el método más eficaz si se quiere que los niños aprendan a odiar los libros: es seguro al ciento por ciento y facilísimo de aplicar". Cuando su hijo se porte mal, no lo reprenda diciéndole: "¡Y ahora mismo vas para tu cuarto y te pones a leer!" La lectura no puede ser nunca un castigo, tiene que ser vivenciada como una fiesta, un don, un premio. Un puñado de recomendaciones Para contribuir a que su hijo guste de la lectura, tenga presente y ponga en práctica, siempre que le resulte posible, las siguientes recomendaciones: · El libro debe ser visto en el hogar como un objeto valioso, preciado, importante. Utilice libros como premio, como regalo para estimular al chico. · Nunca compare las habilidades de su hijo como lector con las de otros niños que a su juicio lean más rápido y mejor. Cada lector tiene su ritmo y sus peculiaridades, ¿por qué ponerlos a competir entre sí? Unos aprenden a leer primero, y otros después; a unos les cuesta más, a otros menos. Pero suprimamos las comparaciones, que a nada conllevan, a no ser a molestar y desestimular. No interrumpa al niño cuando lea en voz alta para hacerle correcciones: al contrario, felicítelo por sus avances. · Es recomendable que exista un rinconcito dedicado a los libros –de no ser posible una biblioteca– en la casa. Invite a su hijo a que coloque sus libros en uno de los estantes, junto a los de las personas mayores. Enséñele a cuidarlos y valorarlos. Si un libro se estropea, invítelo a repararlo juntos. · Haga que su hijo le acompañe en sus visitas a librerías y bibliotecas. · Al seleccionar un libro para su hijo, recuerde que el principal criterio será el placer que pueda experimentar al leerlo. No se deben escoger los libros para niños ateniéndonos a las enseñanzas morales o didácticas que puedan contener sus páginas, sino a su capacidad de entretener y a su calidad literaria. · Aunque su hijo ya sea capaz de leer por sí mismo, no pierda la costumbre de leerle en alta voz. A todos, aunque seamos adultos, nos agrada escuchar cuentos y versos. · Comente sus lecturas con el niño. Háblele acerca del libro que está leyendo y pídale que él le cuente, a su vez, acerca de lo que lee. Ese diálogo será muy fructífero y enriquecedor. · Cuando el niño termine alguna lectura, nunca lo someta a un interrogatorio o examen. Mejor busque un momento oportuno para conversar con él sobre la obra, cuál personaje le agradó más y por qué, qué haría si se viera en esa situación, etc.; es decir, compartan impresiones y criterios. También pueden hacer dramatizaciones, imitar las voces de los distintos personajes, dibujarlos, construir títeres, inventar otros finales a la historia y especular acerca de lo que sucedió en ese universo de ficción más allá del punto final del autor. · Si usted no lee, le resultará difícil convencer a un niño de que leer es algo útil y agradable. Si se encuentra usted en ese caso, ¿por qué no trata de descubrir, junto con su hijo, el encanto de la lectura? © Sergio Andricaín, Antonio Orlando Rodríguez Este artículo se encuentra incluido en las siguientes publicaciones: · Cuentos para leer tú y yo. San José, Costa Rica: La Nación, 1993. · Ese universo llamado lectura. San José, Costa Rica: Oficina de Educación de la Unesco para Centroamérica y Panamá, 1993. · Revista Hojas de lectura, Bogotá, N° 24, 1993. · Leer para leer. Bogotá: Colcultura, Cerlalc, 1995. Este texto puede ser citado, siempre que se den los créditos a los autores y se indique su fuente de procedencia.