7. ENTRE EL SABER Y LAS INQUISICIONES De entrada, pensar la cuestión del “ethos” del maestro, significa ponderar la trasgresión. El maestro, mediador de la cultura, es ese sujeto que incita al hombre a ser como los dioses. Es él quien puede legarle al hombre el único rango de inmortalidad que posee: la probabilidad y el poder de la escritura, esa prótesis maravillosa que nos perpetúa en el tiempo, conectándonos, por mediación de nuestros textos, con los hombres por venir; ese instrumento que nos concede la única relación posible con los muertos, el cobijo de eso que ellos dejaron escrito. Empero, como el saber está prohibido por los poderosos, ser maestro es asumir conscientemente un riesgo; es no sólo un oficio peligroso, sino un menester que evidencia, por sí, la más incierta y azarosa condición de la existencia del hombre como sujeto. Prometeos que somos los maestros, vamos sembrando humanidad al precio de nuestro propio desastre. Las articulaciones del saber con el poder, pero también con el juego y la alegría desatada, en la construcción de espacios de cotidianidad —allí donde el hombre se reproduce íntegro— están sumergidas en la mar de contradicciones esenciales. Hacen parte de lo censurado y de lo perseguido. En el acumulado occidental, las relaciones del juego, el saber y la alegría, respecto a los dioses, han sido algo más que accidentadas y expuestas. Así, en nuestras mitologías el saber ha sido censurado. Se ha instaurado —como un presupuesto de su existencia— siguiendo el cauce de toda traza de dominación y opresión. La separación del juego, la risa y la alegría, respecto del conjunto de la práctica social, es un hecho asumido como una matriz primigenia de toda tiranía, de todo vasallaje y señorío1. En esta dinámica primitiva, el castigo al saber se ha erigido, incluso, como una vía posible en la constitución de los sujetos. El saber está proscrito y, cuando se permite su existencia, es atado a la tortura y al asesinato (simbólico o real). Hemos desarrollado en otro lugar2, a manera de ejemplo, los casos típicos de Yavé, Zeus, Tepeu y Gucumatz. Ellos adoptan, cada uno en su propia saga el mismo modus operandi: Como sabemos, Adán y Eva podían comer de todos los frutos pero tenían prohibido comer del árbol de la ciencia, del árbol del bien y del mal3. Se les había separado de la conciencia moral tanto como del saber, se les había impedido que “abrieran los ojos”4. El Edén, el paraíso, era la ignorancia misma y la ausencia de conciencia. La serpiente indica a Eva el engaño de Yavé. De este modo clandestino, la mujer moviliza a la humanidad venidera en procura del saber y la conciencia moral, tomando el fruto prohibido y dándole de él a su marido. Cuando, finalmente, Yavé se enteró del asunto, los expulsó antes que ocurriera que, alargando su mano, tomaran “también del árbol que conserva la vida”, y comiendo de él pudieran vivir “para siempre”5. La deidad no podría tolerar unidos al saber, la conciencia moral y la inmortalidad; porque, eso, es lo específico de los dioses. Es muy significativo que, antes de expulsar a los habitantes del Edén, este Dios destruye el ocio de la humanidad y la condena a trabajar, “a regresar al polvo”, a ganarse el pan con el sudor de la frente. Si algo queda claro en el relato bíblico es este aspecto: Yavé siempre supo que, para cultivar la obediencia irrestricta de los hombres, debía mantener el ocio separado del saber; dándoles el ocio, tenía que mantener prohibido el saber. Por eso, mientras existió el ocio del Edén, estaba prohibido comer del fruto del árbol de la ciencia. Pero, luego, cuando el hombre ya ha accedido a la conciencia moral, y al saber (puesto que sabe “del bien y del mal”), es condenado a trabajar, a fatigarse, a caer bajo la tutela moderna de los “hombres grises”6, como castigo a su deseo, y a su fraudulenta apropiación del saber. El conocer estará atado a la fatiga. VALLEJO OSORIO, León. El juego Separado. Tercer Mundo ediciones; Santafé de Bogotá: 1997 Ibid 3 Génesis. 2. 9 4 Génesis 3. 1-6. 5 Génesis 3, 22 6 Cf: VALLEJO OSORIO. Ob Cit. Pág. 49. Alusión a la metáfora continuada que representa, en “Momo” de Michael Ende, la expoliación ejercida por ese tipo de hombres que se roba el tiempo de los demás y lo acumula para alimentarse de él. 1 2 Sabía y asumía Yavé, además, otra característica de los dioses. Ellos son, deben ser, sabios e inmortales. Si los hombres tienen la posibilidad de llegar a ser inmortales, tanto como pudieron a acceder a la ciencia, si a la conciencia moral (distinguir entre el bien y el mal) se le agrega el gobierno de la vida y de la muerte, nada habrá que diferencie a estos seres de los dioses, y estos últimos se quedarán sin quién pueda venerarlos. El saber prohibido primero, y luego separado del ocio, unido a la obturación de toda posibilidad de inmortalidad, mantendrá el orden, perpetuará la condición humana en una índole dependiente y sujeta. Lo mismo ocurre con Prometeo. Es terriblemente sancionando porque osa entregar el fuego y el saber a los hombres7. Como vemos, tanto la serpiente como Prometeo son castigados por “abrirle los ojos” y el entendimiento a los hombres, por “hacer que, viendo, sí vieran”8. Éste puede aparecer como un sesgo mesiánico: Prometeo da el conocimiento a los hombres. Por tanto el conocimiento es algo que el hombre no elabora, sino que le es entregado-ya-hecho al hombre. Sin embargo, hay aquí otro matiz que se genera en la lectura: estando el conocimiento “afuera”, el hombre tiene que apropiarse de él, vale decir, internalizarlo. Más aún, siendo hijos de Deucalión, nietos de Prometeo, los nuevos hombres nacen con la posibilidad de conocer, herederos de un fundamento, de un acumulado, que les permite transformar el mundo, por cuanto en adelante todo dependerá de su esfuerzo, de su trabajo. Tal como lo recordamos en nuestro “El juego separado”, la figura que liga el “abrir” o “cerrar los ojos” con la sabiduría o su prohibición por parte de los dioses, se encuentra también en la mitología Quiché, donde se presenta en una variante: El Creador y el Formador (Tepeu y Gucumatz), hicieron propicia la aparición de los primeros hombres del maíz, creándolos ya sabios. Eran, pues, desde el principio, hombres buenos y hermosos “...dotados de inteligencia”. Tanto que cuando estos hombres, por primera vez vieron “al punto se extendió su vista, alcanzaron a ver, alcanzaron a conocer todo lo que hay en el mundo”9. A tal punto resultaba eficaz su mirada que “las cosas ocultas [por la distancia] las veían todas, sin tener primero que moverse”. Así, era grande su sabiduría, y “su vista llegaba hasta los bosques, las rocas, los lagos”. Indudablemente que “en verdad eran hombres admirables Balam-Quitzé, BalamAcab, Mahucutah e Iqui-Balam”. El relato Quiché cuenta cómo los dioses, conscientes de semejante perspectiva de los primigenios hombres del maíz, celebraron un consejo y, democráticamente, decidieron que no era posible tolerar esta condición mediante la cual simples criaturas podrían llegar a aspirar a la dimensión de dioses. Por orientación de este consejo, el Corazón del Cielo “les echó [a los primeros hombres] un vaho sobre los ojos, los cuales se empañaron como cuando se sopla sobre la luna de un espejo” y entonces “sus ojos se velaron y sólo pudieron ver lo que estaba cerca”. Así fue “destruida la sabiduría y todos los conocimientos de los cuatro hombres, origen y principio [de la raza quiché]”. En este sentido, nuestra apuesta inicial es esta: Preguntar por el ethos del maestro significa preguntar por la condición de existencia de un extraño ser que se juega la vida propiciando el fruto prohibido contra la razón de los poderosos. Los maestros se convierten en el blanco de las razones del poder, vale decir en el fácil blanco de todo proyectil incubado contra la mera posibilidad del hombre nuevo, por estos días en que se escuchan las “nuevas” trompetas de la postmodernidad convocando a que aceptemos —como consigna “neo”liberal de la “nueva era”— la infamia del “derecho” (que tienen sólo los pobres) a la ignorancia. ESQUILO. Prometeo encadenado. Losada; Buenos Aires: 1973 Cf: BRAUNSTEIN, Néstor. El problema (o el falso problema)de la “relación del sujeto y el objeto”. En: BRAUNSTEIN et al. Psicología: Ideología y ciencia. Siglo XXI Editores; México: 1976. 9 RECINOS, Adrián (traductor). Popol Vuh “Las antiguas historias del Quiché. Fondo de Cultura Económica; Santafé de Bogotá: 1993. Pág 105. 7 8