Los próximos trescientos años Alfredo Pastor Sobre la mesa de la cocina, una hormiga arrastra con esfuerzo una migaja de pan; se dirige a su hormiguero, siguiendo un trayecto conocido; pero acabamos de interponer, a cierta distancia, un obstáculo: un palillo. Si la hormiga se tomara la molestia de levantar la vista, corregiría desde ahora su trayectoria para sortear el obstáculo; como no puede hacerlo, ha de chocar con el palillo, y recorrerlo de uno a otro extremo, para lograr rodearlo y poder reanudar su viaje: ¡qué pérdida de tiempo, y cuánto esfuerzo inútil! 1. El telón de fondo Es por no hacer como la hormiga que nosotros, de vez en cuando, alzamos los ojos para contemplar el horizonte; como éste cambia muy despacio, sólo los visionarios acostumbran a pasar mucho tiempo con la vista en alto; los más de nosotros lo miramos sólo de tarde en tarde. Pero procesos como el del cambio climático nos han enseñado que los cambios pueden ser acumulativos, no lineales; por eso nos parece prudente levantar la vista más a menudo de lo que solíamos. A. La demografía No nos entretengamos en el horizonte geológico, el más distante de los que alcanzamos a ver, porque sus cambios son, casi siempre, demasiado lentos para sostener la atención del hombre de negocios, o demasiado rápidos para que podamos hacer nada; detengámonos en el círculo inmediatamente anterior, el demográfico: ahí ya observamos cambios a simple vista. Millones Escenario medio Escenario alto Escenario bajo 1950 2000 2050 2100 2300 2519 --------- 6071 6071 6071 8919 9064 8972 10633 14018 36444 7409 5491 2310 Cuadro 1: Proyecciones de la población mundial según tres escenarios Fuente: ONU, World Population to 2300 (2004) El Cuadro 1 nos recuerda el por qué de las proyecciones a muy largo plazo: diferencias que hoy nos parecen imperceptibles desembocan, si perduran, en mundos completamente 1 distintos: el del escenario alto, con una población seis veces superior a la actual, es casi inimaginable; el del medio es muy parecido al nuestro, aunque la supervivencia de una población un 50 por ciento superior a la actual con un nivel de vida más elevado presenta problemas hoy no resueltos; en el mundo que corresponde al escenario bajo, la población, no sólo ha dejado de crecer, sino que ha descendido a un nivel inferior al de 1950, y ello sin que haya intervenido ninguna catástrofe natural, ni ninguna conspiración como la que inventa Susan George en El informe Lugano: para pasar de un escenario a otro basta con suponer que el crecimiento demográfico de los siglos XIX y XX ha sido una anomalía, y que la Humanidad volverá, tarde o temprano, a cifras de crecimiento neto próximas a cero; o, por el contrario, que los últimos dos siglos representan una nueva era demográfica cuyas consecuencias perdurarán. El lector atento observará que la partida se decide durante los próximos cincuenta años: en 2100, la diferencia entre el escenario bajo y el alto es ya del 150 por cien; que el que pueda se mantenga ojo avizor duranto lo que nos queda de siglo. Quedémonos en el escenario medio –que debe ser el más probable- y veamos cómo se distribuye la población por áreas geográficas: En % de la población mundial 1950 2000 2050 2100 2300 Asia Africa Am. Lat. y Caribe Europa Norteamérica Oceanía 35,5 8,8 6,6 21,7 6,8 0,5 60,6 13,1 8,6 12,0 5,2 0,5 58,6 20,2 8,6 7,1 5,0 0,5 55,4 24,9 8,1 5,9 5,2 0,5 55,1 23,5 8,1 6,8 6,0 0,5 Cuadro 2: Distribución de la población mundial Fuente: ibid. Mire el lector la última columna: lo que llamamos Occidente –Europa y América del Norte, porque Oceanía apenas cuenta- representa, en 2300, un 15 por ciento de la población mundial: ¡menos de la mitad que la cifra de 1950! Leyendo hacia la izquierda, se observa que la mayor parte de esa pérdida de peso de Occidente se ha producido ya; que se consumará durante la segunda mitad de este siglo, y que se debe, esencialmente, al brusco estancamiento demográfico de Europa y a la aceleración de la expansión demográfica de Africa. Una mirada al horizonte demográfico nos advierte, pues, que estamos en una encrucijada; que la situación de hoy contiene el germen de posibilidades que no se nos habían ocurrido. Y nos obliga a encarar un hecho que, ya hoy, no admite discusión: la pérdida de peso demográfico de lo que aún llamamos nuestro mundo. 2 B. La desigualdad En el horizonte económico, la distribución de la renta se mueve despacio: sus cambios se hacen patentes en décadas .Nadie ignora la importancia de la distribución de la renta para la estabilidad social y política de un país; hoy, la distribución de la renta que importa a estos efectos es la distribución mundial, ya que tanto las noticias como la gente viajan más que antes. Nivel de renta per cápita Porcentaje de la población mundial Porcentaje del PIB mundial Renta baja (menos de 825$) 37 3 Renta media -media-baja (826-3.255$) -media-alta (3.256-10.085$) 47 38 17 10 9 7 Renta alta (más de 10.085$) 16 80 Ejemplos de países con renta de 3.500$: Brasil (3.090$), Rusia (3.490$) Ejemplos de países con renta de 10.100$: R. Checa (9.150$), Arabia Saudita (10.430$) Renta per capita más elevada: 56.430 $ (Luxemburgo) Renta per capita más baja: 90$ (Burundi) Luxemburgo/Burundi: 627. Cuadro 3: Población e ingreso per capita mundiales Datos de 2004, renta per capita según la metodología del Banco Mundial. Fuente: Banco Mundial, WDI, 2004. El Cuadro 32 nos recuerda lo que ya sabemos: la distribución de la renta es enormemente desigual.: los países de renta per capita baja y media-baja albergan el 75 por cien de la población mundial y se reparten el 13 por cien del PIB; en el otro extremo, los países de renta alta comprenden el 13 por ciento de la población y se reparten el 80 por ciento del PIB. Tanta desigualdad no parece eternamente soportable; ¿puede uno asegurar que va a menos? Según como se mire: estudios dignos de crédito indican que el grado de desigualdad ha ido disminuyendo a lo largo de las tres últimas décadas, si consideramos 3 el mundo en su conjunto; si miramos más de cerca, sin embargo, resulta que la disminución de la desigualdad mundial se debe en gran parte a la reciente prosperidad china; pero que China, a la vez que se ha enriquecido, se ha hecho mucho más desigual. Nos quedamos, pues, sin saber si la integración creciente de las economías nacionales en un mercado mundial –lo que llamamos globalización- va a resultar en una distribución más equitativa de los ingresos. C. Los movimientos migratorios Por último, los datos anteriores nos indican que, durante lo que queda de siglo, Africa va a ser a la vez el continente de mayor crecimiento demográfico y el más pobre: por consiguiente, seguirá siendo origen de grandes movimientos migratorios, cuyo destino preferente será Europa, el continente más próximo de entre los ricos. Para darnos una idea de la importancia de ese fenómeno, pensemos que EE.UU. ha acogido a 25 millones de habitantes durante la segunda mitad del siglo XX –unos 500.000 anuales- ; la cifra correspondiente a Europa, si la tendencia de los últimos años se mantiene, será bastante superior. La cultura de los países de origen, en su mayoría distinta de la nuestra; y los cambios en las actitudes sociales de los países de destino, donde la asimilación se percibe como una estrategia de integración en exceso autoritaria, hacen prever que la convivencia de los recién llegados presentará incógnitas no resueltas hasta ahora. Demografía, desigualdad, movimientos migratorios –y quizá, en el trasfondo, las manifestaciones, aún imprevisibles, del cambio climático- irán moldeando lo que será nuestro mundo durante los próximos años. La forma en que la evolución de cada una de esas variables va a afectar a nuestra vida cotidiana no nos es conocida: así como los meteorólogos no terminan de saber si un aumento de la media anual de las temperaturas quiere decir un aumento de la temperatura media diaria durante todos los días del año, o, por el contrario, una combinación de inviernos más fríos y veranos mucho más calurosos, así tampoco sabemos si con un mayor crecimiento irá disminuyendo o aumentando el grado de desigualdad en la distribución de la renta; en cuanto a los movimientos migratorios, es bien sabido que éstos no dependen sólo de factores económicos ; y, por consiguiente, es muy difícil su predicción más allá del corto plazo. De lo que no cabe duda es que la acción de esas variables configurará un mundo muy distinto del que hoy conocemos, y que no podemos hacer otra cosa que seguir esos cambios con toda la atención que podamos. 2. El horizonte macroeconómico El círculo inmediatamente anterior al demográfico es el dominio de las variables macroeconómicas: crecimiento, empleo, inflación y comercio internacional. Este escenario está hoy dominado por la persistencia de grandes desequilibrios macroeconómicos entre grupos de países, por una parte; y por el proceso de integración de China –en menor medida, también de la India- en el comercio mundial. 4 A. Los desequilibrios macroeconómicos El saldo de la balanza corriente de un país –la diferencia entre exportaciones e importaciones de bienes y servicios- nos indica si ese país gasta más de lo que ingresa –es decir, importa más de lo que exporta, y tiene un déficit de cuenta corriente- o gana más de lo que ingresa –es decir, exporta más de lo que importa, y registra un superávit por cuenta corriente. Rara vez ocurre que un país mantenga un perfecto equilibrio en sus cuentas externas durante mucho tiempo; lo normal es que presente un déficit unos años, y un superávit otros, de manera que, en promedio, su saldo por cuenta corriente esté próximo a cero. La situación actual es anómala porque se caracteriza por la presencia de un enorme déficit por cuenta corriente en un conjunto de países –que Martin Wolf agrupa en el que llama “bloque anglosajón”: EE.., Reino Unido y, circunstancialmente, España- al que corresponde un superávit gigantesco en otro conjunto de países, llamado, por simetría, “bloque eurasiático”: Europa, Rusia, China, India: Saldo por cuenta corriente, 2004 a 2005 (1) En mM de dólares EE.UU EE.UU. Reino Unido Australia Total bloque anglosajón Japón China Unión Europea Total Euroasiático En % del PIB -717 -44 -42,4 -6,3 -2,4 -5,8 -803,4 ---- 170,9 220,0 69,0 3,6 12,9 0,5 460,0 ---- Resto (2) 343,4 - --Pro memoria: Alemania 108,0 3,5 España -65,8 -5,2 (1): promedio de los doce meses anteriores a Abril de 2005; un signo más indica un superávit. (2) Sobre todo países productores de petróleo y otras materias primas. Cuadro 4: Los dos bloques de la economía mundial Fuente: The Economist, 8 de Julio de 2005 5 Estos desequilibrios son, no sólo de una magnitud sin precedentes, sino tambien crecientes; su persistencia puede explicarse, en gran parte, por el activismo monetario de la Reserva Federal, que, por lo menos desde la crisis del Sudeste asiático, y cumpliendo con su función, ha respondido a cualquier amenaza de recesión en la economía estadounidense inyectando liquidez; y por la estrategia de crecimiento del Sudeste asiático –y muy especialmente de China- centrada en el desarrollo del sector exportador. El resultado ha sido un empeoramiento progresivo de la posición externa de EE.UU., y una acumulación extraordinaria de reservas en los bancos centrales asiáticos. No cabe esperar que los mercados por sí solos lleven a cabo un ajuste suave de esos desequilibrios, ya que, por el momento, no actúan los mecanismos que suelen encargarse de reconducirlos: por el lado del bloque anglosajón, el déficit exterior no ejerce una presión al alza sobre los tipos de interés en EE.UU. –las siete subidas del tipo hasta el 3,75% no bastan para que podamos hablar de condiciones monetarias restrictivas-; si ésta se produjera, el enfriamiento de la economía que resultaría iría corrigiendo el déficit exterior; la presión no se produce en parte porque el dólar es moneda de reserva; y en parte porque países como China se prestan a seguir financiando un déficit que mantiene la actividad en su sector exportador. Por el lado del bloque asiático, la apreciación real de su moneda local –producida, bien por una revaluación, bien por la aparición de un diferencial de inflación positivo-, que iría reequilibrando su balanza externa al reducir las exportaciones y aumentar las importaciones, no se produce por la existencia, en gran parte del sudeste asiático, de grandes contingentes de mano de obra dispuesta a trabajar en el sector exportador sin ejercer presión al alza sobre los salarios. Tampoco es verosímil que un ajuste unilateral –una contracción del gasto en EE.UU., o una expansión de la demanda en Asia- baste, por sí sola, a corregir un desequilibrio de tal magnitud: todo indica que será preciso un cierto grado de cooperación entre ambos bloques para que el ajuste se lleve a cabo sin incidentes (y nada garantiza que esa cooperación vaya a ser suficiente); ya sabe el lector lo precarias que pueden ser esas cooperaciones. No sabemos, pues, si los ajustes se producirán de forma paulatina; si, por el contrario, es posible que bruscos movimientos de fondos den lugar a episodios como la crisis asiática de 1997; esta incertidumbre pesa sobre el sistema financiero internacional y dificulta su funcionamiento; aunque no puede considerarse como algo inevitable la aparición de una crisis. B. Perturbaciones comerciales Aunque hace casi una década que se habla de la irrupción de China en el escenario del comercio mundial, la eliminación, a primeros de 2005, de las cuotas a los productos textiles chinos parece haber pillado a todos por sorpresa (con la posible excepción de los importadores occidentales); y, sin embargo, no es más que el principio de un proceso que durará muchos años, y que habrá que aprender a gestionar. 6 El fenómeno no tiene, en sí, nada de insólito. La integración de China en el comercio mundial sólo se diferencia de la de Grecia o Portugal en dos aspectos: uno, que China es mucho mayor; otro, que la estrategia de desarrollo elegida por las autoridades chinas –que imitan en esto a Japón y a Corea del Sur- se basa, más que de lo que fue el caso en países como Grecia o España, en el desarrollo del sector exportador. Naturalmente, aunque la naturaleza del proceso sea conocida, esas diferencias cuantitativas importan. La reasignación de recursos necesaria para absorber los flujos comerciales procedentes de China –y de la India, aunque, por el momento, en mucha menor medida- será mucho mayor que en ocasiones anteriores; los perdedores –textil europeo y bienes de equipo chinos, por dar dos ejemplos- serán más en número; el proceso será mucho más largo; tanto, que puede que, en algún momento, cambien las reglas del juego, en beneficio de todos. La reacción suscitada, tanto en EE.UU. como en Europa, por el brusco aumento de las importaciones de textiles procedentes de China –aumento ya previsto desde hace años- puede haber sido sólo un movimiento táctico, sin otra finalidad que la de preparar un acuerdo que acompase los flujos comerciales a la capacidad de reasignación de recursos de los países de destino; es posible, por consiguiente –y seguramente sería de desear- que el proceso de integración no exceda la capacidad de la OMC y pueda ser gestionado a través de negociaciones normales. Pero la magnitud de las cifras y la duración del proceso no tienen precedentes, y hay que estar, pues, abiertos a la posibilidad que el proceso mismo dé lugar a un cambio en las reglas del juego: no hay que olvidar que, en definitiva, “el laissez-faire es una regla práctica, no una doctrina científica; es una regla, en general, buena; pero, como todas las buenas reglas prácticas, sujeta a excepciones.”1 3. El horizonte europeo Aunque Europa, de un tiempo a esta parte, parece empeñada en hacer de la irrelevancia su característica distintiva, lo cierto es que, tanto cuantitativa como cualitativamente, tiene un papel que desempeñar en el mundo que viene. Cuantitativamente, porque, si bien decir que Europa es la mayor economía del mundo es como decir que el Pacífico es el país más extenso del planeta, no es menos cierto que Europa contiene dos o tres de las grandes economías del mundo. Cualitativamente, porque, más allá de las diferencias que separan entre sí a los países que la integran, los europeos comparten una herencia cultural común, con la que pueden contribuir a la buena marcha de los asuntos del mundo. Pero, para que esas economías alcancen su potencial y la herencia europea sea tenida en cuenta, Europa debe afrontar dos desafíos: la construcción política y la reforma de su modelo económico –en especial, de su sistema de protección social. 1 J.E. Cairnes (1873); cit en N. BARR, The Economics of the Welfare State, p. xviii. 7 A. La construcción política El proyecto europeo está bajo los efectos del fallido intento de someter a la aprobación de los veinticinco Estados miembros de la UE un texto con pretensiones constitucionales. A estas alturas debería resultar evidente que el momento, en plena digestión de una ampliación que casi duplicaba el número de Estados miembros de la Unión, no podía estar peor elegido; aunque tambien es probable que el texto no hiciera sino exasperar a aquellos escasos votantes que lo hubieran leído. No hace falta decir que el fracaso del proyecto ha entristecido a los europeístas y llenado de júbilo a los partidarios de una Europa unida sólo en lo comercial; pero ni unos ni otros deberían considerar esa derrota –o esa victoria- como algo definitivo: lo mejor que puede ocurrir es que el proceso de construcción de un entre supranacional continúe, aunque no sepamos cuál será la forma que acabe por adoptar. En efecto: la Unión europea encierra demasiados elementos de inestabilidad para poder durar en su estado actual, y esta inestabilidad aumenta con el número de Estados miembros. Tome el lector el ejemplo de las importaciones chinas: la UE tiene una única voz en el terreno de la política comercial; y, sin embargo, sus intereses frente a la integración de la economía china no son homogéneos, porque no lo son las economías de sus Estados miembros: en algunos, como Alemania, dominan los ganadores potenciales del proceso de integración de la economía china; en otros, como Italia, los perdedores potenciales, sin llegar a ser mayoría, son bastante más numerosos. ¿A quién representará la voz única del Comisario europeo? En este caso, un apaño muy poco elegante ha dado una solución transitoria al conflicto; pero no hay que fiarse siempre de que alguna idea se nos ocurrirá en el último momento. Otro ejemplo bien conocido es el de la moneda única. Ya desde antes de su introducción, muchos pensaban que la Unión Monetaria no podía ser más que un paso hacia una unión política; que por sí sola no podía durar. Seis años más tarde, el euro parece estar demostrando ser viable; durante seis años, algunos países, como España, han estado disfrutando de las ventajas de una moneda estable, sin que ello haya perjudicado a otros, como Alemania. No obstante, la posibilidad de abandonar el euro ya ha sido anunciada por algún país, probablemente sólo de forma retórica; y con el aumento del número de miembros es posible, aunque no inevitable, que la Unión Monetaria sufra tensiones que dificulten su supervivencia. Pero la salida a esta inestabilidad no está en el regreso al modelo intergubernamental. Por seguir con el ejemplo de la Unión Monetaria, no hay que olvidar que ésta nace de un sistema menos estable –el SME- que proviene de la famosa serpiente monetaria, y que ésta, a su vez, es el primer intento de estabilizar las monedas europeas, a la deriva desde que EE.UU. dio por 8 periclitado el sistema de cambios fijos nacido en Bretton Woods en 1944. En cuanto a los problemas comerciales, los frutos del modelo intergubernamental en época de vacas flacas se vieron durante el período de entreguerras. La lección de la segunda mitad del siglo XX está bien clara: el modelo intergubernamental en Europa sólo ha ido bien bajo la tutela, directa y omnipresente, de los Estados Unidos. Si no se desea volver a ese régimen, sólo hay un camino a seguir: la integración creciente de los países de Europa en alguna construcción supranacional. Ese es un proceso largo y probablemente tortuoso, pero no hay que perder mucho tiempo tratando de imaginar alternativas que no existen. B. La reforma social En las dos economías de mayor peso dentro de la UE, las perspectivas de crecimiento van empeorando desde hace dos años; los brotes de optimismo que de vez en cuando se producen no tardan en verse desmentidos por nuevos datos. A primera vista pudiera uno pensar que el estancamiento económico de Francia y Alemania es debido, sencillamente, a que los europeos ya nos consideramos bastante ricos, y preferimos dedicar una mayor parte de nuestro tiempo a perseguir fines menos mundanos que una mayor prosperidad material. Pero vale la pena preguntarse, por si no fuera ése el caso, qué podríamos hacer para acercar a las economías europeas a un crecimiento mayor, que hiciera posible, por ejemplo, una disminución del desempleo. Un elemento central de la respuesta –no el único, pero sí indispensable- se halla en una reconsideración de nuestro modelo social. Atendiendo a los dos objetivos principales de un sistema de protección social, a saber: un nivel de empleo elevado y una distribución equitativa de la renta, un trabajo reciente de André Sapir distingue hasta cuatro modelos sociales en el ámbito europeo2: el nórdico, que alcanza buena puntuación en ambas asignaturas; el anglosajón (Reino Unido, Holanda, Portugal), que aprueba en empleo y suspende en equidad; el continental (Alemania, Francia, Bélgica), que hace justo lo contrario; y el mediterráneo (España, Italia, Grecia)…que suspende las dos. Según el trabajo, la solución requiere un mayor empuje de la liberalización de la economía, muy en particular en el ámbito de los servicios, como complemento a la revisión del modelo social. El trabajo anterior no es más que un apunte; pero su lectura debería contribuir a que Europa –y, muy en especial, España- se diera cuenta de lo mal preparada que está para los altibajos que estos años que vienen nos tienen preparados. 2 André SAPIR, Globalization and the Reform of European Social Models, 2005. 9 4. Conclusión Decir que nos hallamos en una encrucijada es repetir lo obvio. Convendrá el lector, sin embargo, en que durante las próximas décadas –si todo va bien- o durante los próximos años –si se precipitan los acontecimientos- algunas incógnitas de hoy se irán despejando: ¿Habrá alcanzado el crecimiento de la población un punto de inflexión? ¿Habremos sido capaces de ir administrando la globalización en beneficio de todos? ¿Habremos sabido conjugar eficiencia y equidad en nuestros sistemas de protección social? Hoy no podemos saberlo; pero sabemos –a diferencia de lo que le ocurre a la hormiga- que éstos son asuntos en los que hay que fijar la vista de vez en cuando, y a cuya buena marcha hay que procurar contribuir, si queremos que las cosas vayan como es debido. 23-9-05 10