Capítulo 21 Entre dos hegemonías financieras: Los treinta gloriosos. Los más ardientes defensores del neoliberalismo están evidentemente incómodos cuando se los confronta con los resultados obtenidos por las economías capitalistas desarrolladas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 1970, en particular en Europa y en Japón: los famosos treinta años gloriosos. Su línea de defensa se construye alrededor del carácter necesariamente efímero del tipo de crecimiento y de progreso así registrado: lo que mal anda mal acaba. La demostración habría sido, según ellos, la crisis comenzada en los años 1970. A la izquierda, algunos continúan negando la prosperidad de este período, tomando como argumentos las formas de explotación más chocantes que aquélla no logró eliminar y que, por otra parte, habían sostenido ese progreso. Pero la nostalgia figura en el centro mismo del discurso de la gran mayoría. La prosperidad de los treinta gloriosos tuvo dos pilares: las condiciones excepcionalmente favorables del progreso técnico y el conjunto de instituciones y de políticas, que se ha convenido en calificar como keynesianas. En Europa y en Japón, la productividad del trabajo se ampliaba rápidamente y el alza de la relación capital-trabajo señalaba una rápida equiparación con la economía estadounidense por parte de los principales países desarrollados. Como en Estados Unidos, la productividad del capital era elevada. Tiempos felices. Estas evoluciones permitieron a las luchas sociales suscitar un alza sostenida del poder de compra de los asalariados, acompañada de un sistema de protección social 1. En ciertos países, el Estado inició igualmente políticas industriales cuyo objetivo era el desarrollo de sistemas productivos nacionales. A veces, componentes fundamentales del sistema productivo eran tomados a cargo directamente por el Estado en sociedades nacionales, en 1Es necesario distinguir aquí lo que permitieron los treinta gloriosos y aquello que lo hizo posible. No pensamos que el crecimiento de los salarios representó uno de los factores de prosperidad, sino, a la inversa, que la prosperidad había creado las condiciones para la obtención de las reivindicaciones salariales sin comprometer el crecimiento. Aquí hay una divergencia con la escuela de la Regulación que explica los treinta gloriosos, oponiéndolos a los años 1920, por el crecimiento simultaneo de la productividad del trabajo y de los salarios (R. Boyer, La théorie de la Régulation: une analyse critique: AGALMA-La Découverte, 1986). particular para ciertas industrias de base y de servicios públicos. Los acuerdos de Bretton Woods autorizaban las inversiones extranjeras, pero dejaban prácticamente a cada estado el manejo de su tasa de cambio y la capacidad de restringir temporalmente los movimientos de capital, cuando se hacía sentir la necesidad de reajustar las paridades (cuadro 18.3). Se creaban políticas de estabilización de la actividad y de estímulo del crecimiento, así como de promoción del pleno empleo. La inflación era tolerada y las tasas de interés mantenidas en niveles poco elevados, asegurando la transferencia de ingresos más favorables a los agentes inversores, tales como las empresas o a los particulares para la adquisición de sus viviendas. El enlace entre el curso del cambio técnico, por una parte, y las instituciones y políticas, por la otra, era tan fuerte que, cuando desaparecieron las condiciones favorables del progreso técnico y se afirmó la nueva crisis estructural, fracasaron los intentos de continuar las políticas anteriores. La prosperidad de los treinta gloriosos no estaba fundada en recetas generalizables a toda situación, a cualquier contexto, al menos sin alteraciones. No se debería sin embargo despreciar sus enseñanzas. Este capítulo se limita a recordar tres aspectos fundamentales de los treinta gloriosos: la gestión de las empresas, el papel del Estado y las modalidades de la internacionalización del capital. Uno de los aspectos del retroceso del poder del sector financiero fue la mayor autonomía de los ejecutivos (directivos, gerentes) con relación a los propietarios. No conocemos estudio alguno que permita hacer un balance cuantitativo de esta evolución en los años 1960 y 1970. No obstante, el hecho mismo fue reconocido sin ambigüedades por numerosos analistas, tanto en Estados Unidos como en Francia. Existe, en particular, en los Estados Unidos un conjunto considerable de estudios relativos al capitalismo gerencial, es decir un capitalismo donde la gestión - y el poder atado a ésta - son ejercidos de manera relativamente autónoma por cuadros asalariados. A la expresión capitalismo gerencial, preferimos capito-cuadrisme, pues el término cuadro remite a un encuadramiento más amplio que el de los gerentes, y así caracteriza mejor, en nuestra opinión, las sociedades contemporáneas. El debate sobre la cuestión del poder en las empresas nos remite a los sobresaltos de la primera mitad del siglo en cuanto a la transferencia del poder de los propietarios (los accionistas) hacia los gerentes (ejecutivos)2. La disciplina que el sector financiero impuso a 2 La referencia inevitable es A. Berle, G. Means, The Modern Corporation and Private Property, Londres: las empresas, en el neoliberalismo, es frecuentemente descripta por la expresión inglesa corporate governance. El primer término significa sociedad (por acciones) y el segundo control, gobierno, el hecho de imponer las reglas3. Se trata pues del poder dentro de las sociedades: ¿quién lo ejerce? ¿Con qué objetivos? El sector financiero reivindica, no hace falta decirlo, el restablecimiento del poder de los propietarios y la sumisión de los gerentes a los intereses de los accionistas, pero no el ejercicio directo de la gestión por los propietarios. Diversas variantes del poder gerencial, más o menos tecnocratitas o pluralistas, han sido presentadas. Algunos, como Kenneth Galbraith, prolongando las teorías de principio del siglo, vieron en los cuadros, en particular en los ingenieros, dirigentes que habían adquirido una amplia autonomía con respecto a los accionistas, y cuyos objetivos serían menos la rentabilidad que el crecimiento y progreso técnico4. La empresa era vista como un lugar de compromiso entre diversos sectores en ella implicados: propietarios, gerentes, asalariados y sindicatos, y poderes públicos. François Bloch-Lainé presentaba en estos términos a Francia, no tanto la que debería ser según sus anhelos, pero tal como era en los años 1960, y abogaba por un nuevo gobierno de empresa según sus propios términos5. En ella detectaba un fermento de socialización, una alternativa al colectivismo. Estos autores, como los primeros defensores de las tesis gerenciales a principios de siglo, veían en los cuadros (ejecutivos) dirigentes iluminados. Sean cuales fueren la terminología empleada y las reglas de ese capitalismo 6, es necesario subrayar que no solamente funcionó, sino que lo hizo de manera eficaz, tanto desde el punto de vista del progreso técnico como desde el crecimiento. ¡Sí, durante los treinta gloriosos, el poder de los accionistas fue ampliamente atemperado, sin que se detuviera el progreso! El papel económico del Estado desde la Segunda Guerra mundial forma parte de los temas más discutidos. No se insistirá aquí sobre las políticas macroeconómicas, ni sobre el Macmillan, 1932. 3T. Coutrot, L’entreprise néo-libérale, nouvelle utopie capitaliste? Enquête sur les mode d’organisation du travail, París: La Découverte, 1998; F. Morin, “Privatisation et dévolution des pouvoirs. Le modèle français du gouvernement d’entreprise”, Revue Economique, 6 (1996), p. 1253-1268. 4 J. K. Galbraith, The New Industrial State, Londres: Penguin Books, 1969. 5F. Bloch-Lainé, Pour une réforme de l’entreprise, Paris: Editions du Seuil, 1963. 6Se habló en Francia, de economía mixta o de tercera vía. desarrollo de sistemas de protección social. La participación del Estado en la dirección de la economía fue mucho más profunda: en todos lados, en Estados Unidos y en los otros países más avanzados, Europa y Japón. El Estado desempeñó un papel de primer plano en la investigación y el progreso técnico y, más generalmente, en el progreso de la industria. Estados Unidos no es la excepción a la regla: armamento, exploración espacial, electrónica... Los comandos del sector privado estimularon la actividad de las empresas y las nuevas tecnologías. Europa, Japón, luego países como Corea, fundaron su desarrollo en una investigación ampliamente financiada por el Estado y en políticas industriales. El caso del MITI (Ministry of International Trade and Industry) japonés ha sido frecuentemente analizado7: antes de la crisis japonesa, fascinaba la fulminante recuperación del retraso técnico que operó ese país y su capacidad de competir con la economía estadounidense, y esto tanto más cuanto esta estrategia de desarrollo estaba orientada hacia la exportación. El MITI fue creado en 1925. Como en el primer New Deal estadounidense (capítulo 19), el papel del Estado y de los cuadros técnicos y gerentes (frecuentemente llamados burócratas) fue en él central. Su acción estaba orientada hacia el crecimiento y el progreso técnico, con un espíritu muy pragmático. Basaba sus cálculos simultáneamente sobre las grandes firmas privadas y una fuerte intervención estatal. Cuando la crisis lo exigía, había que proteger a las pequeñas y medianas empresas; pero el mismo organismo actuaba igualmente a favor de la concentración. El proteccionismo era un elemento crucial. Se describe a veces la acción del MITI como la conducción de un gigantesco estudio de mercado mundial, que evoca ciertos aspectos de la planificación a la francesa, pero este estudio se completaba con gran número de incentivos, e incluso con la obligatoriedad. El desarrollo de un país como Corea se hizo según procedimientos análogos8. Un país como Suecia provee otro ejemplo del mayor interés. El gobierno social-demócrata sueco, apoyándose sobre un sindicato obrero, se encontró confrontado después de la guerra con la necesidad de asegurar la modernización de la economía. En el centro del dispositivo, se 7 Ver, por ejemplo, C. Sautter, Les dents du géant. Le Japón à la conquête du monde, París: Olivier Orban, 1987. 8Alice Amsden insiste en el papel preponderante de los cuadros técnicos, los ingenieros (Asia’s Next Giant, Oxford: Oxford University Press, 1989). Su análisis se sitúa pues en la continuidad de los desarrollos precedentes respecto a la autonomía gerencial. colocó el modelo Rehn-Meidner de 1951: una política de ingresos fijando la progresión de salarios pero cuyas miras eran también industriales. A fin de garantizar la unidad del mundo obrero, estaba garantizada la uniformidad de remuneraciones por un mismo trabajo. En su determinación, no se tenían en cuenta los resultados desiguales de las empresas: los salarios estaban fijados a un nivel que aseguraba la rentabilidad de las empresas más avanzadas. En el sector atrasado no se suponía que los bajos salarios debían paliar las insuficiencias técnicas y organizativas. El sector retrasado debía pues modernizarse o desaparecer. Las empresas más competitivas veían simultáneamente garantizada una cierta rentabilidad. Los licenciamientos eran inevitables, pero las políticas de estímulo a la inversión debían contribuir al mantenimiento del empleo, y esta vigilancia macroeconómica se acompañaba de ayuda para la orientación y la formación de los trabajadores que hubiesen perdido su empleo. Esas políticas se acompañaban con un control de la demanda para evitar una tendencia inflacionaria9. Esta política ilustra bien las potencialidades que encierra una vasta alianza entre los cuadros (burócratas) de los aparatos del Estado, los obreros y los sindicatos, y algunos responsables de las empresas, ejecutivos y propietarios. Se puede ver allí una superación del keynesianismo. El sector financiero desconfiaba de tales políticas en los años 1970, antes de retomar el mando. ¿Qué fuerzas impidieron la renovación y la extensión de tales experiencias? ¿Por qué, en particular los social-demócratas suecos no pudieron concebir otras políticas que la moderación salarial?: el sector financiero había, mientras tanto, retomado el control de la situación. Abstracción hecha de los fermentos de inestabilidad financiera contemporáneos, el sector financiero se jacta con o sin razón de estar en el origen del curso actual de la economía mundial, de la evolución favorable de las técnicas, de la rentabilidad y del crecimiento, por el papel que tuvo en las reestructuraciones y la concentración. En nuestros términos: no solamente sería uno de los factores originarios del bloqueo del salario, lo cual es un hecho, sino también del alza de la productividad del capital que comanda la de la tasa de ganancia. ¡La nueva eficiencia, es él! 9 A. Bergounioux, B. Manin, Le régime social-democrate, Paris: Presses Universitaires de France, 1989; G. M. Olsen, The Struggle for Economics Democracy in Sweden, Aldershot: Avebury, 1992. Esta es una cuestión delicada. Aunque toquen la técnica y a la organización, es decir, las tareas de los ejecutivos, las transformaciones que implica la salida de la crisis de los años 1970 son de tal amplitud que no podrían concretarse independientemente de los agentes que comandan las grandes reestructuraciones del sistema productivo. En la medida en que el sector financiero ocupa esta posición central, está en el centro del movimiento. El paralelo con la salida de crisis de principios de siglo es sorprendente (capítulo 17). A la pregunta de si el sector financiero puede reivindicar una contribución a las características favorables de la nueva fase del capitalismo debido al papel que desempeñó en las reestructuraciones, hay que sustituirla por otra: ¿una alternativa más radical, que afectase más profundamente la propiedad privada de los medios de producción, permitía prescindir del sector financiero? En ausencia de tal alternativa, no nos podría sorprender que el sector financiero haya estado implicado en actividades en las que conservaba el monopolio. Pero la experiencia de los treinta gloriosos nos enseña que en términos de cambio técnico y de reestructuración, las cosas hubieran podido ir muy rápido sin que el sector financiero estuviera en los comandos, pues en esos años es mucho lo que se hizo. Una de las razones que se dan del fracaso de las políticas keynesianas o de toda política alternativa es la mundialización. Estamos atrapados en un sistema internacional donde la libertad de maniobra de cada Estado es reducida. Es un hecho. Es bien conocido que toda anticipación de variación de las tasas de interés o de las tasas de cambio es seguida por movimientos de fondos capaces de desestabilizar las cotizaciones de cambio. En los mercados, las monedas y los créditos se negocian y renegocian constantemente. Para ciertos agentes, el problema es la previsión anticipada contra los riesgos de cambio o beneficiarse con condiciones de préstamos más ventajosas; para otros, ganar en estas transacciones. Esos mecanismos limitan, incluso impiden, las políticas autónomas. ¿Se podría concebir una mundialización que no fuese la mundialización neoliberal? Es necesario no confundir las instituciones de Bretón Woods tal como fueron concebidas al final de la guerra, el uso que se hizo de ellas en el curso de los treinta gloriosos, y el papel contemporáneo del FMI. Esas instituciones desempeñaron un papel central en la prosperidad de posguerra y en el desarrollo de Europa y de Japón (recuadro 18.3). No había ninguna necesidad en el abandono de las paridades monetarias fijas o los límites a la movilidad de capitales sino la que imponía la restauración de la preeminencia estadounidense. La crisis del dólar sugería reforzar las instituciones mundiales, que debían haber sido gobernadas por instancias internacionales más autónomas con relación a esos intereses particulares. Se siguió la política inversa. Las instituciones del tipo de las que se crearon en Bretton Woods, si fuese necesario reformadas, no prohibían la movilidad del capital y especialmente la inversión directa en el extranjero (pensar en la afluencia de capitales americanos en Europa entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la crisis, especialmente en Francia, a principios de la Quinta República). El desarrollo de las multinacionales no era incompatible con las políticas nacionales de desarrollo como lo atestiguaron, por ejemplo, los avances prodigiosos de la economía japonesa o de la economía coreana.