LA GLOBALIZACIÓN Y EL ESTADO La globalización de la economía y de los mercados está teniendo y va a tener, aún en mayor medida, un impacto notable en la actual concepción del Estado, en sus funciones y en sus políticas, en su crecimiento así como, en su número, que va a exigir una profunda reestructuración y redefinición del mismo. Es decir, el mundo de la política y sus instituciones también va a experimentar cambios notables que no se pueden obviar y a los que me refiero someramente en este capítulo. La globalización y el número y tamaño de los Estados Si observamos el número de países que existían en 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, y que existe en la actualidad, vemos que su número se ha multiplicado por dos veces y media. En 1946 había 74 países y hoy son ya cerca de 200 y siguen naciendo países cada año. 1 Sin duda, los factores más importantes que han provocado esta tendencia han sido, de un lado, el proceso descolonizador en su más amplio sentido y, de otro, el creciente auge del nacionalismo, pero la globalización y la apertura de los mercados está permitiendo que dichos nuevos países puedan subsistir una vez separados o liberados de sus metrópolis o del país dominante. La descolonización de África dio origen a 48 nuevos estados. La desmembración del imperio soviético ha permitido el nacimiento de 15 nuevos países , Yugoslavia sólo ha pasado a convertirse en 5 países. Estos y otros muchos países tendrían grandes dificultades de supervivencia si no existiese una economía cada vez más abierta y globalizada en el mundo. Es decir, son los países pequeños los que tienen que vivir, por definición, del comercio ya que no disponen de recursos para ser mínimamente autosuficientes, y por tanto, son los que más se benefician de la globalización. (Alesina y Spolaore, 1997) En el mundo existen hoy 85 países de menos de 5 millones de habitantes, de los que 5 tienen menos de 2,5 millones de habitantes y 35 menos de medio millón. Estos pequeños países no sólo logran sobrevivir sino que tienden a ser más prósperos que los grandes. De los 10 mayores países del mundo con más de 100 millones de habitantes sólo son realmente prósperos Estados Unidos y Japón, seis de ellos (China, India, Indonesia, Pakistán, Bangladesh y Nigeria) tienen una renta per capita inferior a 1.000 dólares año, los dos 2 restantes Brasil y Rusia están por encima de los 5.000 y 2.000 respectivamente. Mientras que los diez más pequeños, es decir, de menos de 100.000 habitantes, sólo dos Kiribati y Tuvalu son pobres, es decir, están por debajo de los mil dólares de renta por habitante, mientras que el resto (St. Vincent, Tongo, Granada, Seychelles, Dominica, Antigua y Barbuda, St. Kitts y Nevis y Nauru) tienen unas rentas por habitante que oscilan entre 1.600 y 8.000 dólares años. Hay países pequeños muy ricos como Luxemburgo y Mónaco en Europa o Brunei, Singapur y Hong Kong en Asia. ¿Cómo pueden ser viables estos países? En primer lugar, por su apertura y dependencia del comercio y las finanzas internacionales. El porcentaje de importaciones sobre su PIB es, en media, un 60%, es decir, tres veces mayor que el de los países en desarrollo. En segundo lugar, se han beneficiado del enorme desarrollo de la tecnología de las comunicaciones y de los transportes y, en general, de la provisión de servicios con lo que pueden obtener todos aquellos recursos de los que carecen, desde recursos naturales hasta financieros o de información. En tercer lugar, tienden a ser más eficientes porque están más especializados en los servicios, que suelen tener una productividad mayor que la agricultura. En cuarto lugar, los más pobres tienen mayor facilidad, dada su pequeñez, para obtener ayuda extranjera ya que representa muy poco en volumen total pero para ellos es una parte importante de su PIB. Y, por último, pueden superar las desventajas políticas de ser pequeños, es decir, su falta de capacidad para negociar internacionalmente, incorporándose a áreas de integración política, de defensa 3 o económica más grandes, donde consiguen, además, un peso mayor en votos de los que les corresponde por su número de habitantes. ¿Qué repercusiones tienen estos procesos de cara al futuro? Hay tres especialmente relevantes. Por un lado, el que existan un elevado número de pequeños países y estados independientes, que sólo pueden sobrevivir en un mundo económico abierto y globalizado, es una garantía de que el proceso de globalización va a mantenerse ya que en ello les va su viabilidad. Los países pequeños, crecientes en número, presionarán para que los mercados continúen abiertos. Intentarán que el proceso de negociación comercial multilateral, a través de la OMC, se desarrolle a costa de la regionalización del comercio dominada por las grandes áreas de integración. Una marcha atrás sería letal para su supervivencia. Por otro lado, cuanto más abiertos son los países, más difícil es escapar a la democracia, los países más cerrados al comercio y la inversión internacionales son capaces de mantener dictaduras o dictablandas. Una vez abiertos, los mismos mercados se encargan de acabar con ellas. Uno de los aspectos positivos que ha tenido la crisis asiática es que ha acabado o está terminando con una serie de regímenes corruptos, poco transparentes y poco democráticos. Por último, existe también otra repercusión que es de enorme importancia política para muchos países incluido España. En un mundo cada vez más globalizado y más abierto es más fácil que se den situaciones de desintegración política. (Alesina, Spalaore y Wacziarg). La globalización va a tender a favorecer los procesos de separatismo. Muchas pequeñas regiones 4 homogéneas desde el punto de vista cultural, lingüístico o étnico pueden optar, democráticamente, por vivir independientes del país en el que están integradas. En un mundo más democrático y más abierto, las minorías podrán elegir más libremente independientes. su futuro siendo más autónomas o incluso El caso de la separación voluntaria de Eslovaquia siendo, además la parte menos rica de Checoslovaquia no hubiera sido posible en un mundo más cerrado y menos globalizado. La globalización y la erosión del Estado Nación Algunos de los substratos económicos y políticos del Estado Nación se vienen deteriorando con la apertura y la globalización económicas. La creciente liberalización del comercio y la inversión internacionales, unida a la caída de los costes del transporte y la mayor velocidad de suministros de bienes y servicios a cualquier país, desde cualquier país, ha demolido una de las bases del Estado Nación que era la idea del autoabastecimiento nacional. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy el consumo interno de bienes y servicios de un país se satisface cada vez en proporción creciente con importaciones y a precios cada vez más bajos o moderados. La idea del autoabastecimiento nacional se reduce a mantener algunos stocks estratégicos de petróleo, gas y granos. Incluso la Política Agraria Común basada en esta concepción antigua está probando que es cara e inviable a medio plazo. 5 El desarrollo de las tecnologías de la comunicación, el transporte y la información permite que los ciudadanos de todos los países se conozcan mucho mejor y esto hace cada vez más difícil el desarrollo del nacionalismo como elemento de cohesión del Estado Nación. Es muy difícil en la situación actual intentar demostrar que los ciudadanos de otro país son muy diferentes o peores que los del nuestro ya que no existen barreras para conocerse mutuamente y comprobar lo contrario. Sólo en países muy poco desarrollados o muy aislados pueden esgrimirse los tradicionales argumentos nacionalistas. Otro substrato del Estado Nación que se ha erosionado notablemente es de la seguridad nacional. Muy pocos países en el mundo pueden defenderse, por sí mismos, de un ataque con misiles nucleares o de una guerra química o bacteriológica. La dimensión de la seguridad nacional es de tal magnitud que los países tienen que defenderse integrados en organizaciones supranacionales e internacionales como el CSE o la OTAN. Ya casi ningún país es capaz de hacer frente en solitario a su propia seguridad. Lo mismo ocurre con los problemas del terrorismo, la droga o el medio ambiente que tienen una dimensión global y que sólo se pueden atacar desde la cooperación internacional o a través de organizaciones supranacionales y no en solitario. Esta creciente falta de independencia nacional para hacer frente a los problemas económicos, políticos y de seguridad hace que la idea del Estado Nación vaya deteriorándose paulatinamente y se vayan imponiendo las 6 grandes áreas de integración regional cuando no las organizaciones o instituciones supranacionales. Por otro lado, los ciudadanos son cada vez más exigentes con los políticos como resultado de la creciente democratización de los países y esto hace que los políticos tiendan a estar más cerca de los ciudadanos y, por tanto, que la Administración vaya descentralizándose poco a poco. Además, está surgiendo con la globalización un sentimiento defensivo cada vez más nacionalista o regionalista o localista. Muchos ciudadanos se sienten más vascos o catalanes que españoles. Lo mismo ocurre con los escoceses, bretones, lombardos o padanos, lo que induce, asimismo, a descentralizar el Estado. El principio de subsidiariedad, entronizado por el Tratado de la Unión Europea, está imponiéndose cada vez más en la gestión política y en las administraciones públicas. Sólo se eleva el nivel de la gestión a organizaciones o instituciones de mayor rango cuando se comprueba que no funcionan en el escalón administrativo menor. Todo lo que se pueda llevar a cabo eficientemente en el escalón local no debe hacerse en el provincial o regional, todo lo que se pueda desarrollar mejor en el escalón regional no debe hacerse desde la administración nacional y lo mismo se aplica sobre el nivel nacional respecto del supranacional. Estas dos tendencias hacen que paulatinamente se dé una desintegración creciente del Estado Nación tal como se había concebido originalmente tras la Revolución Francesa. Por un lado, se va cediendo soberanía por arriba a instituciones políticas supranacionales bien de carácter 7 regional, continental o mundial y, por otro, se va cediendo soberanía por abajo a los gobiernos regionales, provinciales o locales. Como señala Daniel Bell “el Estado Nación es demasiado pequeño para atender a los grandes problemas del mundo actual y demasiado grande para hacer frente a los pequeños problemas del ciudadano en el día a día”. (Bell, 1987). Esto no significa que el Estado Nación vaya a desaparecer en un futuro más o menos cercano, pero si que el proceso desintegrador descrito más arriba acabará por producir cambios muy importantes en su concepción y funcionamiento. De momento, este se defiende integrándose en áreas más poderosas pero a costa de ir perdiendo soberanía, es decir, de transformarse en parte de un futuro estado federal o confederal como ocurrirá inevitablemente en Europa en un futuro no muy lejano. La globalización y los límites al crecimiento del Estado A pesar de lo dicho hasta ahora, la experiencia no parece haber hecho mella en el Estado. El crecimiento en su tamaño a lo largo de este siglo ha sido espectacular, al menos en los países desarrollados. En los países de la OCDE, el gasto público ha pasado de un 9% del PIB a principios de siglo a un 46% del PIB en 1996. Sólo Estados Unidos, Japón, Australia y Nueva Zelanda mantienen un nivel inferior al 40%. 8 La regla de oro que subyace en este crecimiento permanente ha ido en contra de lo que la teoría política y económica sugieren. El Estado ha tendido a crecer en épocas de incertidumbre o de recesión o de guerra para compensar las dificultades que pueden sufrir todos o parte de sus ciudadanos, lo que en principio es correcto. Pero también ha tendido a crecer en tiempos de prosperidad con la justificación de que había que hacer más cosas para asegurar un mayor crecimiento a largo plazo del país. ¿Porqué el tamaño del Estado dentro de la economía ha seguido creciendo incluso con la creciente globalización? Porque la creciente apertura de las economías tiende a que el Estado sea mayor, por lo menos hasta ahora. Se han hecho una serie de correlaciones por diversos autores, especialmente Cameron (1978) y Rodrik (1996) demostrando que de todos los factores que podrían justificar dicho crecimiento del Estado la creciente apertura de las economías es el más evidente y el que da unos coeficientes de correlación más elevados. Para Cameron, la razón reside en que los países de la OCDE más abiertos al comercio y la inversión internacionales tienden a tener una mayor concentración empresarial, lo que hace que el nivel de sindicalización sea mucho mayor y que la demanda, en la negociación colectiva, de mayores transferencias por parte del Estado sea también creciente. Es decir, los sindicatos temen por el impacto del riesgo externo y la competittividad exterior sobre los trabajadores y exigen mayores transferencias en forma de subsidios 9 de desempleo, de formación, de pensiones, etc., con lo que el gasto en seguridad social aumenta con la apertura. Rodrik, cuyo análisis se extiende también a los países en desarrollo, encuentra que en estos países la correlación es más importante con los gastos de consumo del Estado que con las transferencias de la seguridad social. La razón residen en que los países en desarrollo tienen en general un sistema de transferencias mucho más rudimentario que el de los países desarrollados por falta de capacidad administrativa para aplicarlos. De ahí que recurran, como medio de reducir el mayor riesgo que la creciente apertura puede tener sobre las rentas de las familias, a ampliar el tamaño de las administraciones públicas que representan un empleo seguro y sin riesgo frente a la mayor competencia exterior. Por otro lado, los países con mayor nivel de desaqrrollo reducen dicho riesgo externo aumentando las transferencias a familias en términos de subsidios de desempleo y pensiones. En todos los casos la causalidad ha ido en el sentido de la apertura primero y respuesta del Estado después y no al revés, lo que demuestra que es el Estado el que intenta asegurar a sus ciudadanos y estabilizar su renta frente a la mayor competencia y riesgos externos que acarrea la apertura. Sin embargo esta justificación de un mayor Estado ligado a la creciente apertura ha sido criticada por Alesina y Wacziarg (1997) que distinguen entre 10 consumo del Estado y transferencias e introducen el factor del tamaño del Estado. De acuerdo con estos dos autores, el tamaño del país está negativamente correlacionado con el tamaño del Estado, y, a su vez, el tamaño del país está también negativamente correlacionado con la apertura comercial. Dado que en los bienes públicos existen costes fijos muy elevados y economías de escala ligadas a la no rivalidad de muchos de dichos bienes, los países pequeños tienden a tener un mayor peso del Estado en relación a su PIB. Existen bienes públicos e instituciones que cuestan igual, sea el país pequeño o grande, como un parlamento, un banco central, unos sistemas de determinación y recaudación de tributos. En otros casos los costes de determinados bienes públicos muestran economías de escala y crecen menos que proporcionalmente con el tamaño de las poblaciones,c omo es el caso de los parques, las bibliotecas, las carreteras, las telecomunicaciones, etc. Por todo ello, el coste de los bienes públicos es relativamente menor a su PIB o su base imponible en un país grande que en uno pequeño. Por otro lado, dado que los países pequeños tiende a ser más abiertos al comercio internacional, porque si no no subsistirían, y a tener un mayor Estado en términos de PIB por los altos costes fijos y las economías de escala de la provisión de bienes públicos, el argumento de Rodrik sólo vale para las transferencias a las familias pero no para el gasto en consumo de los Estados como estabilización de las rentas ante un mayor riesgo externo. En este último 11 caso el tamaño del país juega un papel tanto o más importante que la apertura comercial como factor determinante del tamaño del Estado. En todo caso, el resultado final del rápido crecimiento del Estado ha sido una crisis fiscal de la mayoría de los Estados que han acumulado una enorme deuda pública en relación con su producción de bienes y servicios. En los países de la OCDE la media de deuda pública en porcentaje del PIB alcanza ya el 70% y si a esto se añaden los compromisos futuros, ya devengados, de pagos de pensiones a sus ciudadanos, que aún no capitalizados, (por utilizar el sistema de reparto) la deuda potencial podría alcanzar porcentajes del 200% en muchos países industrializados. Esta crisis fiscal está creando un problema grave de rechazo del Estado por parte de los contribuyentes actuales que será mayor aún en los contribuyentes futuros que van a heredar una situación difícilmente sostenible sino se aumentan los impuestos. Fruto de esta mayor concienciación ciudadana sobre esta crisis está siendo el proceso creciente de privatizaciones y de desregulación en todos los países. Los gobernantes de cualquier signo político están unánimemente en contra de un Estado grande y caro y a favor de un Estado más pequeño y más eficiente. Dirigentes de centro izquierda tan importantes como Clinton, Blair o Prodi están claramente convergiendo con los de centro derecha en la concepción de lo que debe de ser el tamaño del Estado en el futuro, aunque no respecto de las funciones que este debe de desarrollar. 12 La globalización económica también tiene mucho que ver en este cambio de concepción sobre el Estado. Las razones son muy claras. En un mundo globalizado compiten las empresas fundamentalmente, pero también las regiones y los Estados. Un Estado grande con un gasto excesivo en relación a su producción reduce la competitividad de sus empresas ya que tiene que aumentar los impuestos y, por tanto, los costes de producción de las empresas que, al final, pueden perder su cuota de mercado y tener que cerrar o trasladarse a otro país donde las cargas impositivas y sociales sean menores. No hay que olvidar que los déficit públicos originados por un gasto elevado sólo se pueden financiar aumentando los impuestos ahora o aumentándolos más adelante y financiándose, entre tanto, con emisiones de deuda. La deuda de hoy es un impuesto en el futuro, especialmente ahora que esta no puede reducirse con inflación, es decir haciendo que la paguen los más pobres. Por otro lado, un Estado con un gasto excesivo y que tiene que colocar su creciente deuda a tipos de interés cada vez mayores produce un efecto de “expulsión” o “crowding out” de la inversión privada que encuentra más rentable y seguro invertir en instrumentos de deuda del Estado que en aumentar su producción o en ser más competitivo. Los Estados con una deuda muy elevada tienen además hipotecada una de sus funciones económicas esenciales que es la de hacer frente a los ciclos económicos aumentando el gasto público en fases de recesión para evitarla o 13 reducirla y gastando menos o recaudando más en épocas de expansión para evitar que el crecimiento sea excesivo y que su tasa supere la del crecimiento potencial generando inflación y pérdida de competitividad. Es decir, los llamados “estabilizadores automáticos” tan importantes para superar las fluctuaciones cíclicas de la economía han dejado de funcionar en la mayoría de los países de la OCDE porque su deuda creciente les obliga a gastar cada vez más en pagar sus intereses, cualquiera que sea la fase del ciclo. Por último, en un mundo globalizado, con libertad de movimientos de capital y creciente libertad de establecimiento, de las personas físicas y jurídicas hace que los sistemas fiscales de los Estados compitan entre ellos y, por consiguiente, que los países con tipos impositivos más elevados tiendan a perder base imponible y empleo a favor de otros países ya que los capitales, las personas de alta renta y las empresas trasladan su residencia a otros países con menor carga fiscal. En estos últimos diez años hemos visto como los tipos impositivos sobre los capitales, las empresas y las personas de alta renta han caído considerablemente. En los países de la OCDE el tipo del impuesto de sociedades ha caído de una media del 43% al 33% y el tipo del impuesto sobre la renta de las personas físicas ha caído de una media del 59% a otra del 42%. Esto se ha ido compensando con un aumento de los tipos de los impuestos indirectos que han aumentado de una media del 34% al 38% para poder mantener el gasto público y el servicio de la deuda. Pero esta compensación será cada vez más difícil ya que los impuestos indirectos, especialmente el 14 IVA, tienen también un impacto directo sobre los niveles de inflación a través del aumento de los precios de los bienes de consumo y de los servicios y, en última instancia, sobre la competitividad del país. (The Economist, 1997) La globalización y la fiscalización política de los Gobiernos La globalización económica ha introducido un elemento nuevo de gran importancia y es que ha permitido que exista un nuevo poder fiscalizador de los Estados que antes no existía: el de los mercados internacionales de capital. Además de los ciudadanos votantes nacionales, de la oposición política y de algunos organismos internacionales ha surgido este nuevo e importantísimo fiscalizador de la política económica de los gobiernos. Dichos mercados imponen una dura disciplina sobre los Estados y Gobiernos reaccionando con gran rapidez ante cualquier decisión de política económica que no sea creíble o que sea percibida claramente como negativa para el futuro de la economía del país en cuestión. Los gobiernos, por tanto, tienen que pensar cada vez que toman una decisión de política económica no sólo en la reacción de la oposición y de la opinión pública, sino también en la de los inversores nacionales e internacionales, de los analistas económicos y de las agencias de clasificación que observar y escrutan cada decisión importante que se toma. Así, los gobiernos que consiguen una buena credibilidad internacional se benefician de mayores y más baratos flujos de capitales y de inversión y, a la 15 larga, de un mayor crecimiento que aquellos otros que toman decisiones que los mercados financieros consideran que son poco creíbles o caprichosas o poco ortodoxas. Los problemas que plantea este nuevo poder fiscalizador de las tareas de gobierno son varios. El primero es que reacciona con enorme celeridad y puede castigar duramente cualquier medida de política económica que considere negativa a través de una retirada de la confianza y, por tanto, de los capitales invertidos creando una crisis económica inmediata al país en cuestión. Es decir, la reacción de los mercados es asimétrica en el tiempo. La confianza y credibilidad de los mercados tarda muchos años en conseguirse y pocos días en perderse. No es como en la política nacional, en la que los ciudadanos tienen que esperar para castigar una mala política económica del gobierno a que se convoquen nuevas elecciones o a que triunfe una moción de censura al gobierno por parte de la oposición para poder echarlo. Una rápida retirada de los capitales del país puede provocar una caída inmediata del gobierno como ha ocurrido recientemente en la crisis asiática. Es más, la asimetría es exactamente la contraria. Un político, en muy pocos meses y con un programa electoral atractivo, puede conseguir que los ciudadanos le voten y estar varios años en el poder aunque no lo haga bien y los ciudadanos tienen que esperar a echarle a que haya nuevas elecciones. Es decir, es más fácil y rápido generar la confianza de los ciudadanos y es más lenta la capacidad de reacción de los electores, una vez en el poder. 16 El segundo problema que se plantea es el de la soberanía de los Estados. Los gobiernos intentan, como pueden, reducir al máximo su dependencia de los mercados financieros globales y tratan de imponer medidas que obstaculicen los flujos de capital para evitar las crisis económicas que una rápida retirada de los mismos pueden ocasionar. Sin embargo, esto es tremendamente difícil ya que el hecho mismo de intentarlo pude provocar una crisis de confianza y a la larga una crisis de la economía. La argumentación de la soberanía se basa en la idea de que los gobiernos sólo son responsables frente a aquellos que los han elegido y frente a sus ciudadanos en general, y no frente a otros ciudadanos del mundo que controlan o gestionan los flujos internacionales de capital. Sin embargo, la pérdida de soberanía es un hecho y a menos que ocurra un cataclismo mundial o una reacción coordinada de todos los gobiernos , esta situación va a continuar siendo cada vez más importante. Ningún país o gobierno escapa a este nuevo poder fiscalizador. Vemos como incluso una potencia mundial como Japón, con una de las tasas de ahorro más elevadas del mundo y siendo un exportador neto de capitales puede sufrir una crisis de confianza en su política y ver como su moneda se desmorona como la de cualquier otro país de menor tamaño. ¿Qué papel le queda al Estado después de la globalización? Ante esta revolución globalizadora en los mercados internacionales a los Estados no les queda más remedio que redefinir sus funciones, su papel y su tamaño. Indudablemente, la globalización ha impuesto serios límites a las 17 ambiciones y el poder de los Estados y Gobiernos, fundamentalmente porque pone en competencia directa a unos con otros y los inversores pueden compararlos antes de decidir donde invertir libremente sus capitales. Sin embargo, esto no significa que el Estado o Gobierno no siga teniendo un papel importante que jugar. La menor efectividad de la política macroeconómica, tanto monetaria como fiscal, en una economía globalizada, hace que los gobiernos tengan que dedicar mayores esfuerzos a las políticas institucionales y microeconómicas. Lo que sin duda es muy positivo ya que tienen que hacer una política de permanente reforma y flexibilización de su economía para que pueda ser competitiva a través de un mejor funcionamiento de los mercados y de las empresas. Una buena educación, una formación de calidad, unas buenas infraestructuras, un sistema eficiente de salud, un sistema financiero saneado y bien supervisado, una justicia rápida e imparcial, una seguridad ciudadana, etc. son todos ellos elementos decisivos para salir favorecido de la globalización económica, obtener una mayor confianza y obtener recursos financieros estables y a precios razonables. (Chibber, 1997). La triple calamidad de la corrupción, la delincuencia y la inseguridad jurídica y policial, de la que sufren muchos países en desarrollo (y algunos más desarrollados) es enormemente disuasiva de la inversión internacional. 18 La mejor manera de que el Estado cumpla sus funciones, tendentes a un oportuno funcionamiento de los mercados es, en primer lugar, que establezca e imponga unas reglas objetivas de funcionamiento, con total apertura y transparencia. Para ello nada mejor que exista una clara colaboración entre el sector público y privado (sin que esto signifique colusión ni corrupción a costa del interés público) para que cada uno conozca cuales son las reglas del juego, cuales son sus fronteras y sus límites y actúen ambos con total transparencia y honestidad. (Stern y Stiglitz, 1998). Dicha colaboración abarca muchos aspectos. En primer lugar, requiere que sea el Estado, en última instancia, el que supervisa si las reglas de juego se cumplen y sanciona, en caso contrario, pero deja que el mismo sector privado se organice a otros niveles inferiores para facilitar la labor supervisora y sancionadora del Estado. En segundo lugar, debe de existir colaboración para que dichas reglas sean de aceptación internacional y no sean caprichosas. Aquí los organismos internacionales pueden dar unas pautas generales que se aplican a cada país de acuerdo con sus características peculiares. En tercer lugar, los problemas que superan las políticas de los Estados Nacionales tienen que ser tratados a través de la coordinación global de los mismos con la creación de unidades e instituciones supranacionales en las que estén representados y puedan hacerse frente, de manera globalizada, a los problemas derivados del medio ambiente, terrorismo, droga, e incluso de los 19 movimientos demasiado volátiles de los capitales a corto plazo que, como he señalado antes, por los problemas de comportamiento “de rebaño” causan excesivos y, muchas veces, poco justificados movimientos pendulares en sus flujos. En cuarto lugar, esta colaboración entre el sector público y privado debe de abarcar determinadas proisiones de servicios públicos que lomercadosvan expandiendo cada vez más. Me refiero a las áreas de educación, salud, seguridad social, pensiones, etc. En estos sectores tanto el Estado como el sector privado tienen que operar conjuntamente con la supervisión y sanción del primero, naturalmente. para evitar fallos de mercado Tiene que haber un claro equilibrio, unas fronteras muy claras y unas reglas de juego en la provisión pública y privada de la educación, de la salud y de la seguridad social bajo una regulación estatal o de organismos públicos independientes. El Estado tiene, además, tiene que seguir suministrando servicios ayudando y apoyando a todos aquellos que por razones de enfermedad, vejez o falta de medios se pueden encontrar marginados o excluidos de los servicios suministrados por el sector privado. El Estado debe asimismo de intervenir en todos aquellos ámbitos donde pueda reducir, por economías de escala e indivisibilidad de los bienes públicos, los costes de provisión de los servicios o los costes de transacción entre los agentes económicos. La mezcla de una provisión pública y privada dentro de unas reglas claras de juego que se impongan y se sancionen con rotundidad pueden ser un 20 elemento de mejora en la calidad de dicha provisión y también en su coste, con lo que salen ganando todos los ciudadanos. Es decir, la reforma del Estado para adaptarse a las nuevas tendencias de la globalización exige una mayor dedicación a las políticas microeconómicas y, al mismo tiempo una creciente colaboración entre el Estado y la sociedad civil, lo que hará que las reglas sean más objetivas y más transparentes, y que éstas se cumplan en mayor medida, lo que hará que la credibilidad de los Estados aumente y la confianza de los ciudadanos y de los mercados en las políticas y en los políticos sea mayor de la que es hoy, que es la única forma de salir beneficiado del proceso de creciente globalización. En definitiva, no por el hecho de ser más pequeño y más limitado en su actuación,. el Estado deja de ser menos importante. Tendrá menos funciones pero van a seguir siendo fundamentales para conseguir que el país salga más o menos beneficiado o perjudicado por el fenómeno creciente de la globalización económica. 21 BIBLIOGRAFIA ALESINA, ALBERTO Y SPOLAORE ENRICO (1997). “On the number and size of Nations”. Quaterly Journal of Economics. November. ALESINA, ALBERTO, SPOLAORE, ENRICO Y WACZIARG, ROMAIN (1997). “Economic Integration and PoliticalDesintegration” National Bureau of Economic Research. (5987) ALESINA, ALBERTO y WACZIARG, ROMAIN (1997). “Openess, country size and the Government”. National Bureau of Economic Research (6024) (Mayo). 22 BELL, DANIEL(1987). “The World and the United States in 2013” Daedalus, Verano. BARRO, ROBERT (1994) “Democracy and Growth” National Bureau of Economic Research. Working paper series nº 4909. CAMERON, DAVID (1978). “The expansion of the Public Economy” American Political Science Review. Nº 72. CHHIBER, AJAY (1997) “El Estado en un mundo en transformación”. 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