La globalización y la erosión del Estado Nación

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LA GLOBALIZACIÓN Y EL ESTADO
La globalización de la economía y de los mercados está teniendo y va a
tener, aún en mayor medida, un impacto notable en la actual concepción del
Estado, en sus funciones y en sus políticas, en su crecimiento así como, en su
número, que va a exigir una profunda reestructuración y redefinición del
mismo.
Es decir, el mundo de la política y sus instituciones también va a
experimentar cambios notables que no se pueden obviar y a los que me refiero
someramente en este capítulo.
La globalización y el número y tamaño de los Estados
Si observamos el número de países que existían en 1946, después de la
Segunda Guerra Mundial, y que existe en la actualidad, vemos que su número
se ha multiplicado por dos veces y media. En 1946 había 74 países y hoy son
ya cerca de 200 y siguen naciendo países cada año.
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Sin duda, los factores más importantes que han provocado esta
tendencia han sido, de un lado, el proceso descolonizador en su más amplio
sentido y, de otro, el creciente auge del nacionalismo, pero la globalización y la
apertura de los mercados está permitiendo que dichos nuevos países puedan
subsistir una vez separados o liberados de sus metrópolis o del país
dominante. La descolonización de África dio origen a 48 nuevos estados. La
desmembración del imperio soviético ha permitido el nacimiento de 15 nuevos
países , Yugoslavia sólo ha pasado a convertirse en 5 países. Estos y otros
muchos países tendrían grandes dificultades de supervivencia si no existiese
una economía cada vez más abierta y globalizada en el mundo.
Es decir, son los países pequeños los que tienen que vivir, por
definición, del comercio ya que no disponen de recursos para ser mínimamente
autosuficientes, y por tanto, son los que más se benefician de la globalización.
(Alesina y Spolaore, 1997)
En el mundo existen hoy 85 países de menos de 5 millones de
habitantes, de los que 5 tienen menos de 2,5 millones de habitantes y 35
menos de medio millón.
Estos pequeños países no sólo logran sobrevivir sino que tienden a ser
más prósperos que los grandes. De los 10 mayores países del mundo con
más de 100 millones de habitantes sólo son realmente prósperos Estados
Unidos y Japón, seis de ellos (China, India, Indonesia, Pakistán, Bangladesh y
Nigeria) tienen una renta per capita inferior a 1.000 dólares año, los dos
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restantes Brasil y Rusia están por encima de los 5.000 y 2.000
respectivamente. Mientras que los diez más pequeños, es decir, de menos de
100.000 habitantes, sólo dos Kiribati y Tuvalu son pobres, es decir, están por
debajo de los mil dólares de renta por habitante, mientras que el resto (St.
Vincent, Tongo, Granada, Seychelles, Dominica, Antigua y Barbuda, St. Kitts y
Nevis y Nauru) tienen unas rentas por habitante que oscilan entre 1.600 y
8.000 dólares años.
Hay países pequeños muy ricos como Luxemburgo y
Mónaco en Europa o Brunei, Singapur y Hong Kong en Asia.
¿Cómo pueden ser viables estos países?
En primer lugar, por su
apertura y dependencia del comercio y las finanzas internacionales.
El
porcentaje de importaciones sobre su PIB es, en media, un 60%, es decir, tres
veces mayor que el de los países en desarrollo. En segundo lugar, se han
beneficiado del enorme desarrollo de la tecnología de las comunicaciones y de
los transportes y, en general, de la provisión de servicios con lo que pueden
obtener todos aquellos recursos de los que carecen, desde recursos naturales
hasta financieros o de información.
En tercer lugar, tienden a ser más
eficientes porque están más especializados en los servicios, que suelen tener
una productividad mayor que la agricultura. En cuarto lugar, los más pobres
tienen mayor facilidad, dada su pequeñez, para obtener ayuda extranjera ya
que representa muy poco en volumen total pero para ellos es una parte
importante de su PIB. Y, por último, pueden superar las desventajas políticas
de
ser
pequeños,
es
decir,
su
falta
de
capacidad
para
negociar
internacionalmente, incorporándose a áreas de integración política, de defensa
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o económica más grandes, donde consiguen, además, un peso mayor en votos
de los que les corresponde por su número de habitantes.
¿Qué repercusiones tienen estos procesos de cara al futuro? Hay tres
especialmente relevantes. Por un lado, el que existan un elevado número de
pequeños países y estados independientes, que sólo pueden sobrevivir en un
mundo económico abierto y globalizado, es una garantía de que el proceso de
globalización va a mantenerse ya que en ello les va su viabilidad. Los países
pequeños, crecientes en número, presionarán para que los mercados
continúen abiertos.
Intentarán que el proceso de negociación comercial
multilateral, a través de la OMC, se desarrolle a costa de la regionalización del
comercio dominada por las grandes áreas de integración. Una marcha atrás
sería letal para su supervivencia. Por otro lado, cuanto más abiertos son los
países, más difícil es escapar a la democracia, los países más cerrados al
comercio y la inversión internacionales son capaces de mantener dictaduras o
dictablandas. Una vez abiertos, los mismos mercados se encargan de acabar
con ellas. Uno de los aspectos positivos que ha tenido la crisis asiática es que
ha acabado o está terminando con una serie de regímenes corruptos, poco
transparentes y poco democráticos.
Por último, existe también otra repercusión que es de enorme
importancia política para muchos países incluido España. En un mundo cada
vez más globalizado y más abierto es más fácil que se den situaciones de
desintegración política. (Alesina, Spalaore y Wacziarg). La globalización va a
tender a favorecer los procesos de separatismo. Muchas pequeñas regiones
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homogéneas desde el punto de vista cultural, lingüístico o étnico pueden optar,
democráticamente, por vivir independientes del país en el que están
integradas. En un mundo más democrático y más abierto, las minorías podrán
elegir
más
libremente
independientes.
su
futuro
siendo
más
autónomas
o
incluso
El caso de la separación voluntaria de Eslovaquia siendo,
además la parte menos rica de Checoslovaquia no hubiera sido posible en un
mundo más cerrado y menos globalizado.
La globalización y la erosión del Estado Nación
Algunos de los substratos económicos y políticos del Estado Nación se
vienen deteriorando con la apertura y la globalización económicas.
La creciente liberalización del comercio y la inversión internacionales,
unida a la caída de los costes del transporte y la mayor velocidad de
suministros de bienes y servicios a cualquier país, desde cualquier país, ha
demolido una de las bases del Estado Nación que era la idea del
autoabastecimiento nacional. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy el
consumo interno de bienes y servicios de un país se satisface cada vez en
proporción creciente con importaciones y a precios cada vez más bajos o
moderados. La idea del autoabastecimiento nacional se reduce a mantener
algunos stocks estratégicos de petróleo, gas y granos.
Incluso la Política
Agraria Común basada en esta concepción antigua está probando que es cara
e inviable a medio plazo.
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El desarrollo de las tecnologías de la comunicación, el transporte y la
información permite que los ciudadanos de todos los países se conozcan
mucho mejor y esto hace cada vez más difícil el desarrollo del nacionalismo
como elemento de cohesión del Estado Nación. Es muy difícil en la situación
actual intentar demostrar que los ciudadanos de otro país son muy diferentes o
peores que los del nuestro ya que no existen barreras para conocerse
mutuamente y comprobar lo contrario. Sólo en países muy poco desarrollados
o muy aislados pueden esgrimirse los tradicionales argumentos nacionalistas.
Otro substrato del Estado Nación que se ha erosionado notablemente es
de la seguridad nacional. Muy pocos países en el mundo pueden defenderse,
por sí mismos, de un ataque con misiles nucleares o de una guerra química o
bacteriológica. La dimensión de la seguridad nacional es de tal magnitud que
los
países
tienen
que
defenderse
integrados
en
organizaciones
supranacionales e internacionales como el CSE o la OTAN. Ya casi ningún
país es capaz de hacer frente en solitario a su propia seguridad. Lo mismo
ocurre con los problemas del terrorismo, la droga o el medio ambiente que
tienen una dimensión global y que sólo se pueden atacar desde la cooperación
internacional o a través de organizaciones supranacionales y no en solitario.
Esta creciente falta de independencia nacional para hacer frente a los
problemas económicos, políticos y de seguridad hace que la idea del Estado
Nación vaya deteriorándose paulatinamente y se vayan imponiendo las
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grandes áreas de integración regional cuando no las organizaciones o
instituciones supranacionales.
Por otro lado, los ciudadanos son cada vez más exigentes con los
políticos como resultado de la creciente democratización de los países y esto
hace que los políticos tiendan a estar más cerca de los ciudadanos y, por
tanto, que la Administración vaya descentralizándose poco a poco. Además,
está surgiendo con la globalización un sentimiento defensivo cada vez más
nacionalista o regionalista o localista. Muchos ciudadanos se sienten más
vascos o catalanes que españoles.
Lo mismo ocurre con los escoceses,
bretones, lombardos o padanos, lo que induce, asimismo, a descentralizar el
Estado. El principio de subsidiariedad, entronizado por el Tratado de la Unión
Europea, está imponiéndose cada vez más en la gestión política y en las
administraciones públicas.
Sólo se eleva el nivel de la gestión a
organizaciones o instituciones de mayor rango cuando se comprueba que no
funcionan en el escalón administrativo menor. Todo lo que se pueda llevar a
cabo eficientemente en el escalón local no debe hacerse en el provincial o
regional, todo lo que se pueda desarrollar mejor en el escalón regional no debe
hacerse desde la administración nacional y lo mismo se aplica sobre el nivel
nacional respecto del supranacional.
Estas
dos
tendencias
hacen
que
paulatinamente
se
dé
una
desintegración creciente del Estado Nación tal como se había concebido
originalmente tras la Revolución Francesa.
Por un lado, se va cediendo
soberanía por arriba a instituciones políticas supranacionales bien de carácter
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regional, continental o mundial y, por otro, se va cediendo soberanía por abajo
a los gobiernos regionales, provinciales o locales. Como señala Daniel Bell “el
Estado Nación es demasiado pequeño para atender a los grandes problemas
del mundo actual y demasiado grande para hacer frente a los pequeños
problemas del ciudadano en el día a día”. (Bell, 1987).
Esto no significa que el Estado Nación vaya a desaparecer en un futuro
más o menos cercano, pero si que el proceso desintegrador descrito más
arriba acabará por producir cambios muy importantes en su concepción y
funcionamiento. De momento, este se defiende integrándose en áreas más
poderosas pero a costa de ir perdiendo soberanía, es decir, de transformarse
en
parte
de
un
futuro
estado
federal o
confederal como ocurrirá
inevitablemente en Europa en un futuro no muy lejano.
La globalización y los límites al crecimiento del Estado
A pesar de lo dicho hasta ahora, la experiencia no parece haber hecho
mella en el Estado. El crecimiento en su tamaño a lo largo de este siglo ha
sido espectacular, al menos en los países desarrollados.
En los países de la OCDE, el gasto público ha pasado de un 9% del PIB
a principios de siglo a un 46% del PIB en 1996. Sólo Estados Unidos, Japón,
Australia y Nueva Zelanda mantienen un nivel inferior al 40%.
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La regla de oro que subyace en este crecimiento permanente ha ido en
contra de lo que la teoría política y económica sugieren. El Estado ha tendido
a crecer en épocas de incertidumbre o de recesión o de guerra para
compensar las dificultades que pueden sufrir todos o parte de sus ciudadanos,
lo que en principio es correcto. Pero también ha tendido a crecer en tiempos
de prosperidad con la justificación de que había que hacer más cosas para
asegurar un mayor crecimiento a largo plazo del país.
¿Porqué el tamaño del Estado dentro de la economía ha seguido
creciendo incluso con la creciente globalización?
Porque la creciente apertura de las economías tiende a que el Estado
sea mayor, por lo menos hasta ahora. Se han hecho una serie de
correlaciones por diversos autores, especialmente Cameron (1978) y Rodrik
(1996) demostrando que de todos los factores que podrían justificar dicho
crecimiento del Estado la creciente apertura de las economías es el más
evidente y el que da unos coeficientes de correlación más elevados.
Para Cameron, la razón reside en que los países de la OCDE más
abiertos al comercio y la inversión internacionales tienden a tener una mayor
concentración empresarial, lo que hace que el nivel de sindicalización sea
mucho mayor y que la demanda, en la negociación colectiva, de mayores
transferencias por parte del Estado sea también creciente. Es decir, los
sindicatos temen por el impacto del riesgo externo y la competittividad exterior
sobre los trabajadores y exigen mayores transferencias en forma de subsidios
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de desempleo, de formación, de pensiones, etc., con lo que el gasto en
seguridad social aumenta con la apertura.
Rodrik, cuyo análisis se extiende también a los países en
desarrollo, encuentra que en estos países la correlación es más importante con
los gastos de consumo del Estado que con las transferencias de la seguridad
social. La razón residen en que los países en desarrollo tienen en general un
sistema de transferencias mucho más rudimentario que el de los países
desarrollados por falta de capacidad administrativa para aplicarlos. De ahí que
recurran, como medio de reducir el mayor riesgo que la creciente apertura
puede tener sobre las rentas de las familias, a ampliar el tamaño de las
administraciones públicas que representan un empleo seguro y sin riesgo
frente a la mayor competencia exterior.
Por otro lado, los países con mayor nivel de desaqrrollo reducen dicho
riesgo externo aumentando las transferencias a familias en términos de
subsidios de desempleo y pensiones.
En todos los casos la causalidad ha ido en el sentido de la apertura
primero y respuesta del Estado después y no al revés, lo que demuestra que
es el Estado el que intenta asegurar a sus ciudadanos y estabilizar su renta
frente a la mayor competencia y riesgos externos que acarrea la apertura.
Sin embargo esta justificación de un mayor Estado ligado a la creciente
apertura ha sido criticada por Alesina y Wacziarg (1997) que distinguen entre
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consumo del Estado y transferencias e introducen el factor del tamaño del
Estado.
De acuerdo con estos dos autores, el tamaño del país está
negativamente correlacionado con el tamaño del Estado, y, a su vez, el tamaño
del país está también negativamente correlacionado con la apertura comercial.
Dado que en los bienes públicos existen costes fijos muy elevados y
economías de escala ligadas a la no rivalidad de muchos de dichos bienes, los
países pequeños tienden a tener un mayor peso del Estado en relación a su
PIB. Existen bienes públicos e instituciones que cuestan igual, sea el país
pequeño o grande, como un parlamento, un banco central, unos sistemas de
determinación y recaudación de tributos. En otros casos los costes de
determinados bienes públicos muestran economías de escala y crecen menos
que proporcionalmente con el tamaño de las poblaciones,c omo es el caso de
los parques, las bibliotecas, las carreteras, las telecomunicaciones, etc. Por
todo ello, el coste de los bienes públicos es relativamente menor a su PIB o su
base imponible en un país grande que en uno pequeño.
Por otro lado, dado que los países pequeños tiende a ser más abiertos
al comercio internacional, porque si no no subsistirían, y a tener un mayor
Estado en términos de PIB por los altos costes fijos y las economías de escala
de la provisión de bienes públicos, el argumento de Rodrik sólo vale para las
transferencias a las familias pero no para el gasto en consumo de los Estados
como estabilización de las rentas ante un mayor riesgo externo. En este último
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caso el tamaño del país juega un papel tanto o más importante que la apertura
comercial como factor determinante del tamaño del Estado.
En todo caso, el resultado final del rápido crecimiento del Estado ha sido
una crisis fiscal de la mayoría de los Estados que han acumulado una enorme
deuda pública en relación con su producción de bienes y servicios. En los
países de la OCDE la media de deuda pública en porcentaje del PIB alcanza
ya el 70% y si a esto se añaden los compromisos futuros, ya devengados, de
pagos de pensiones a sus ciudadanos, que aún no capitalizados, (por utilizar el
sistema de reparto) la deuda potencial podría alcanzar porcentajes del 200%
en muchos países industrializados.
Esta crisis fiscal está creando un problema grave de rechazo del Estado
por parte de los contribuyentes actuales que será mayor aún en los
contribuyentes futuros que van a heredar una situación difícilmente sostenible
sino se aumentan los impuestos.
Fruto de esta mayor concienciación ciudadana sobre esta crisis está
siendo el proceso creciente de privatizaciones y de desregulación en todos los
países. Los gobernantes de cualquier signo político están unánimemente en
contra de un Estado grande y caro y a favor de un Estado más pequeño y más
eficiente. Dirigentes de centro izquierda tan importantes como Clinton, Blair o
Prodi están claramente convergiendo con los de centro derecha en la
concepción de lo que debe de ser el tamaño del Estado en el futuro, aunque
no respecto de las funciones que este debe de desarrollar.
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La globalización económica también tiene mucho que ver en este
cambio de concepción sobre el Estado. Las razones son muy claras. En un
mundo globalizado compiten las empresas fundamentalmente, pero también
las regiones y los Estados.
Un Estado grande con un gasto excesivo en
relación a su producción reduce la competitividad de sus empresas ya que
tiene que aumentar los impuestos y, por tanto, los costes de producción de las
empresas que, al final, pueden perder su cuota de mercado y tener que cerrar
o trasladarse a otro país donde las cargas impositivas y sociales sean
menores. No hay que olvidar que los déficit públicos originados por un gasto
elevado sólo se pueden financiar aumentando los impuestos ahora o
aumentándolos más adelante y financiándose, entre tanto, con emisiones de
deuda. La deuda de hoy es un impuesto en el futuro, especialmente ahora que
esta no puede reducirse con inflación, es decir haciendo que la paguen los
más pobres.
Por otro lado, un Estado con un gasto excesivo y que tiene que colocar
su creciente deuda a tipos de interés cada vez mayores produce un efecto de
“expulsión” o “crowding out” de la inversión privada que encuentra más rentable
y seguro invertir en instrumentos de deuda del Estado que en aumentar su
producción o en ser más competitivo.
Los Estados con una deuda muy elevada tienen además hipotecada una
de sus funciones económicas esenciales que es la de hacer frente a los ciclos
económicos aumentando el gasto público en fases de recesión para evitarla o
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reducirla y gastando menos o recaudando más en épocas de expansión para
evitar que el crecimiento sea excesivo y que su tasa supere la del crecimiento
potencial generando inflación y pérdida de competitividad.
Es decir, los
llamados “estabilizadores automáticos” tan importantes para superar las
fluctuaciones cíclicas de la economía han dejado de funcionar en la mayoría de
los países de la OCDE porque su deuda creciente les obliga a gastar cada vez
más en pagar sus intereses, cualquiera que sea la fase del ciclo.
Por último, en un mundo globalizado, con libertad de movimientos de
capital y creciente libertad de establecimiento, de las personas físicas y
jurídicas hace que los sistemas fiscales de los Estados compitan entre ellos y,
por consiguiente, que los países con tipos impositivos más elevados tiendan a
perder base imponible y empleo a favor de otros países ya que los capitales,
las personas de alta renta y las empresas trasladan su residencia a otros
países con menor carga fiscal.
En estos últimos diez años hemos visto como los tipos impositivos sobre
los capitales, las empresas y las personas de alta renta han caído
considerablemente.
En los países de la OCDE el tipo del impuesto de
sociedades ha caído de una media del 43% al 33% y el tipo del impuesto sobre
la renta de las personas físicas ha caído de una media del 59% a otra del 42%.
Esto se ha ido compensando con un aumento de los tipos de los impuestos
indirectos que han aumentado de una media del 34% al 38% para poder
mantener el gasto público y el servicio de la deuda. Pero esta compensación
será cada vez más difícil ya que los impuestos indirectos, especialmente el
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IVA, tienen también un impacto directo sobre los niveles de inflación a través
del aumento de los precios de los bienes de consumo y de los servicios y, en
última instancia, sobre la competitividad del país. (The Economist, 1997)
La globalización y la fiscalización política de los Gobiernos
La globalización económica ha introducido un elemento nuevo de gran
importancia y es que ha permitido que exista un nuevo poder fiscalizador de los
Estados que antes no existía: el de los mercados internacionales de capital.
Además de los ciudadanos votantes nacionales, de la oposición política y de
algunos organismos internacionales ha surgido este nuevo e importantísimo
fiscalizador de la política económica de los gobiernos.
Dichos mercados imponen una dura disciplina sobre los Estados y
Gobiernos reaccionando con gran rapidez ante cualquier decisión de política
económica que no sea creíble o que sea percibida claramente como negativa
para el futuro de la economía del país en cuestión. Los gobiernos, por tanto,
tienen que pensar cada vez que toman una decisión de política económica no
sólo en la reacción de la oposición y de la opinión pública, sino también en la
de los inversores nacionales e internacionales, de los analistas económicos y
de las agencias de clasificación que observar y escrutan cada decisión
importante que se toma.
Así, los gobiernos que consiguen una buena credibilidad internacional se
benefician de mayores y más baratos flujos de capitales y de inversión y, a la
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larga, de un mayor crecimiento que aquellos otros que toman decisiones que
los mercados financieros consideran que son poco creíbles o caprichosas o
poco ortodoxas.
Los problemas que plantea este nuevo poder fiscalizador de las tareas
de gobierno son varios. El primero es que reacciona con enorme celeridad y
puede castigar duramente cualquier medida de política económica que
considere negativa a través de una retirada de la confianza y, por tanto, de los
capitales invertidos creando una crisis económica inmediata al país en
cuestión. Es decir, la reacción de los mercados es asimétrica en el tiempo. La
confianza y credibilidad de los mercados tarda muchos años en conseguirse y
pocos días en perderse. No es como en la política nacional, en la que los
ciudadanos tienen que esperar para castigar una mala política económica del
gobierno a que se convoquen nuevas elecciones o a que triunfe una moción de
censura al gobierno por parte de la oposición para poder echarlo. Una rápida
retirada de los capitales del país puede provocar una caída inmediata del
gobierno como ha ocurrido recientemente en la crisis asiática. Es más, la
asimetría es exactamente la contraria. Un político, en muy pocos meses y con
un programa electoral atractivo, puede conseguir que los ciudadanos le voten y
estar varios años en el poder aunque no lo haga bien y los ciudadanos tienen
que esperar a echarle a que haya nuevas elecciones. Es decir, es más fácil y
rápido generar la confianza de los ciudadanos y es más lenta la capacidad de
reacción de los electores, una vez en el poder.
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El segundo problema que se plantea es el de la soberanía de los
Estados.
Los gobiernos intentan, como pueden, reducir al máximo su
dependencia de los mercados financieros globales y tratan de imponer
medidas que obstaculicen los flujos de capital para evitar las crisis económicas
que una rápida retirada de los mismos pueden ocasionar. Sin embargo, esto
es tremendamente difícil ya que el hecho mismo de intentarlo pude provocar
una crisis de confianza y a la larga una crisis de la economía.
La
argumentación de la soberanía se basa en la idea de que los gobiernos sólo
son responsables frente a aquellos que los han elegido y frente a sus
ciudadanos en general, y no frente a otros ciudadanos del mundo que
controlan o gestionan los flujos internacionales de capital. Sin embargo, la
pérdida de soberanía es un hecho y a menos que ocurra un cataclismo
mundial o una reacción coordinada de todos los gobiernos , esta situación va
a continuar siendo cada vez más importante. Ningún país o gobierno escapa a
este nuevo poder fiscalizador.
Vemos como incluso una potencia mundial
como Japón, con una de las tasas de ahorro más elevadas del mundo y siendo
un exportador neto de capitales puede sufrir una crisis de confianza en su
política y ver como su moneda se desmorona como la de cualquier otro país de
menor tamaño.
¿Qué papel le queda al Estado después de la globalización?
Ante esta revolución globalizadora en los mercados internacionales a los
Estados no les queda más remedio que redefinir sus funciones, su papel y su
tamaño. Indudablemente, la globalización ha impuesto serios límites a las
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ambiciones y el poder de los Estados y Gobiernos, fundamentalmente porque
pone en competencia directa a unos con otros y los inversores pueden
compararlos antes de decidir donde invertir libremente sus capitales.
Sin
embargo, esto no significa que el Estado o Gobierno no siga teniendo un papel
importante que jugar.
La menor efectividad de la política macroeconómica, tanto monetaria
como fiscal, en una economía globalizada, hace que los gobiernos tengan que
dedicar mayores esfuerzos a las políticas institucionales y microeconómicas.
Lo que sin duda es muy positivo ya que tienen que hacer una política de
permanente reforma y flexibilización de su economía para que pueda ser
competitiva a través de un mejor funcionamiento de los mercados y de las
empresas.
Una buena educación, una formación de calidad, unas buenas
infraestructuras, un sistema eficiente de salud, un sistema financiero saneado y
bien supervisado, una justicia rápida e imparcial, una seguridad ciudadana, etc.
son todos ellos elementos decisivos para salir favorecido de la globalización
económica, obtener una mayor confianza y obtener recursos financieros
estables y a precios razonables. (Chibber, 1997). La triple calamidad de la
corrupción, la delincuencia y la inseguridad jurídica y policial, de la que sufren
muchos países en desarrollo (y algunos más desarrollados) es enormemente
disuasiva de la inversión internacional.
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La mejor manera de que el Estado cumpla sus funciones, tendentes a
un oportuno funcionamiento de los mercados es, en primer lugar, que
establezca e imponga unas reglas objetivas de funcionamiento, con total
apertura y transparencia.
Para ello nada mejor que exista una clara
colaboración entre el sector público y privado (sin que esto signifique colusión
ni corrupción a costa del interés público) para que cada uno conozca cuales
son las reglas del juego, cuales son sus fronteras y sus límites y actúen ambos
con total transparencia y honestidad. (Stern y Stiglitz, 1998).
Dicha colaboración abarca muchos aspectos. En primer lugar, requiere
que sea el Estado, en última instancia, el que supervisa si las reglas de juego
se cumplen y sanciona, en caso contrario, pero deja que el mismo sector
privado se organice a otros niveles inferiores para facilitar la labor supervisora y
sancionadora del Estado.
En segundo lugar, debe de existir colaboración para que dichas reglas
sean de aceptación internacional y no sean caprichosas. Aquí los organismos
internacionales pueden dar unas pautas generales que se aplican a cada país
de acuerdo con sus características peculiares.
En tercer lugar, los problemas que superan las políticas de los Estados
Nacionales tienen que ser tratados a través de la coordinación global de los
mismos con la creación de unidades e instituciones supranacionales en las que
estén representados y puedan hacerse frente, de manera globalizada, a los
problemas derivados del medio ambiente, terrorismo, droga, e incluso de los
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movimientos demasiado volátiles de los capitales a corto plazo que, como he
señalado antes, por los problemas de comportamiento “de rebaño” causan
excesivos y, muchas veces, poco justificados movimientos pendulares en sus
flujos.
En cuarto lugar, esta colaboración entre el sector público y privado debe
de abarcar determinadas proisiones de servicios públicos que lomercadosvan
expandiendo cada vez más.
Me refiero a las áreas de educación, salud,
seguridad social, pensiones, etc. En estos sectores tanto el Estado como el
sector privado tienen que operar conjuntamente con la supervisión y sanción
del primero, naturalmente. para evitar fallos de mercado Tiene que haber un
claro equilibrio, unas fronteras muy claras y unas reglas de juego en la
provisión pública y privada de la educación, de la salud y de la seguridad social
bajo una regulación estatal o de organismos públicos independientes.
El Estado tiene,
además, tiene que seguir suministrando servicios
ayudando y apoyando a todos aquellos que por razones de enfermedad, vejez
o falta de medios se pueden encontrar marginados o excluidos de los servicios
suministrados por el sector privado. El Estado debe asimismo de intervenir en
todos aquellos ámbitos donde pueda reducir, por economías de escala e
indivisibilidad de los bienes públicos, los costes de provisión de los servicios o
los costes de transacción entre los agentes económicos.
La mezcla de una provisión pública y privada dentro de unas reglas
claras de juego que se impongan y se sancionen con rotundidad pueden ser un
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elemento de mejora en la calidad de dicha provisión y también en su coste, con
lo que salen ganando todos los ciudadanos.
Es decir, la reforma del Estado para adaptarse a las nuevas tendencias
de
la
globalización
exige
una
mayor
dedicación
a
las
políticas
microeconómicas y, al mismo tiempo una creciente colaboración entre el
Estado y la sociedad civil, lo que hará que las reglas sean más objetivas y más
transparentes, y que éstas se cumplan en mayor medida, lo que hará que la
credibilidad de los Estados aumente y la confianza de los ciudadanos y de los
mercados en las políticas y en los políticos sea mayor de la que es hoy, que es
la única forma de salir beneficiado del proceso de creciente globalización.
En definitiva, no por el hecho de ser más pequeño y más limitado en su
actuación,. el Estado deja de ser menos importante. Tendrá menos funciones
pero van a seguir siendo fundamentales para conseguir que el país salga más
o menos beneficiado o perjudicado por el fenómeno creciente de la
globalización económica.
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