Pablo Riberi ∗ Derecho y Política, Tinta y Sangre I. Exordio Hobsbawn escribió: [..“el pasado es, una dimensión permanente de la conciencia humana, un componente obligado de las instituciones, valores y demás elementos constitutivos de la sociedad humana”. 1 No huelga notar a propósito de ello, que para la memoria colectiva de una comunidad política determinada, la Constitución propone una narrativa trascendente, prestigiosa. Quizá por ello, siquiera las conciencias más díscolas, ni los iconoclastas más radicales han podido deshilachar por completo todos los hilos invisibles que todavía les atan a un cuadro atávico de expectativas y valores constitucionales de referencia. Si tal como ha sucedido en nuestro país, los derechos fundamentales fueron escritos con sangre, en verdad, es poco plausible que el análisis teórico deba monopolizado por algunos reconocidos especialistas del derecho. Las variadas interpretaciones sobre hechos pretéritos, instituciones y normas sociales que han afectado la llamada Constitución material, necesariamente tienen una relevancia, significado y sentido conflictivos. Luego, toda nueva reflexión proyectiva en torno a una sumatoria contingente de representaciones futuras sobre instituciones, normas, principios y valores, de alguna manera, no es otra cosa que un ejercicio retórico para intentar adelantar un pasado ya temido o deseado. Aunque no lo queramos, pensar nuestra Constitución: la de ayer, la de hoy y la de mañana, es un poco pensarse con otros. Pensar la Constitución es descentrarse y situarse más allá de nuestras convicciones y certezas más íntimas. La Constitución Argentina en el año 2020, de algún modo, es un “locus” para vislumbrar un posible estado de situación cívica. Es una excusa para pensarnos en un tiempo ausente, junto a instituciones, normas, relaciones ∗ Pablo Riberi es Profesor Adjunto de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. Profesor Titular de Derecho Constitucional de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Córdoba. 1 HOBSBAWN, Eric, Sobre la Historia, p. 23, Crítica, Barcelona, 2004. 1 civiles que están y seguirán estando sometidas a asedios y amenazas. El único vector constante que puede permitirnos compartir un mismo plan de viaje con quienes tienen visiones antagónicas de bien moral, precisamente es la Constitución. 2 Política y Derechos Es sabido que la Constitución Norteamericana sancionada el 1 de marzo de 1781, se componía exclusivamente de los artículos de la Constitución. Recién en 1791, se adicionaron las primeras 10 enmiendas, el “Bill of Rights”. Más allá de la excesiva rigidez del modelo norteamericano y el complejo proceso de ratificación seguido por los estados de la Unión, el debate sobre cuáles derechos debían verse plasmados en la Constitución, en realidad, fue un telón de fondo que abrió interesantes estudios histórico constitucionales que exceden los propósitos de este texto. Los franceses, a la inversa, el 26 de agosto de 1789 sancionaron primero la Carta de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Seguidamente, el 3 de septiembre de 1791, sancionan la Constitución Francesa. Los sucesivos intentos republicanos con sus nuevas constituciones, salvaron tenazmente el maravilloso texto de la declaración que todos conocemos. Contrariamente a ambas secuencias, las partes dogmática y orgánica de la Constitución Argentina, nacieron juntas. No es casualidad que quisiésemos ser república y que la misma fuera una alternativa revolucionaria. Luego, el ejercicio del llamado “poder de policía” en sentido amplio; pensando también la interpretación armónica de normas tales como los artículos 1, 14, 19, 28, 31 y 33 CN, “vis à vis” las amplias atribuciones de los Poderes constituidos – fundamentalmente, teniendo en miras las atribuciones del Poder Legislativo en materia de derecho de fondo-, revela que una concreta representación de tensiones y litigios estuvieron presentes en el diseño constitucional de 1853. 2 Alberdi y Nino han utilizado la figura de la Constitución como “Carta de Navegación”. Asimismo y con una metáfora similar, es muy interesante la comparación que propone Virgilio Zapatero entre la Constitución y el ancla sagrada que tenían los navíos antiguos. 2 En particular, llama mi interés la tensión interna que describe el artículo 33 de la CN. 3 El reconocimiento de derechos “no enumerados” está sometido a condiciones de posibilidad muy precisas. Una membrana o válvula inteligente, por medio de nuevos derechos, permite reforzar la dignidad de las personas, claro está. Pero atención, está permitido hacerlo en la medida que dicha apertura debía sea interpretada de acuerdo a unas claves y credenciales “políticas” de legitimidad y procedencia. La subordinación condicionada de potenciales reconocimientos de derecho a “la soberanía del pueblo y a la forma republicana” -según remata la regla aludida-, establece un criterio genealógico de ingreso o exclusión de un limitado universo de verbos y acciones que pueden ser vistos como derechos. En rigor de verdad, esta es una declaración dogmática que revela una concepción secular, agonal y pública del proceso de positivización o adjudicación de derechos. Tengo la impresión por lo tanto, que la gran mayoría de los republicanos apuestan a unas virtudes y a una deliberación pública para promover el autogobierno y el “buen-gobierno”. En esta intención, se advierte por ejemplo, que en sociedades complejas como la nuestra, es necesario evitar se consoliden situaciones o estructuras de poder o dominación auto-interesadas. 4 Para un republicano entonces, en términos constitucionales, resulta muy importante distinguir analíticamente “obediencia” de “consentimiento”. 5 La Carta de Navegación de los Argentinos: ¿Quién la Hace? ¿Cuáles son las claves de la letanía republicana que pretendo destacar? A contramano del constitucionalismo legal –el “neo”, el “viejo”; todos los criptoconstitucionalismos-, noto que existe un empobrecido concepto de 3 Aunque en tonos menos “jus-naturalistas”, sin lugar a dudas que esta norma se ve inspirada en la Enmienda IX de la Constitución Norteaméricana. 4 Cfr. PETTIT, Philip, Republicanismo, Paidós, Barcelona, 1999. 5 Por caso, desde el pensamiento clásico y por razones opuestas, tanto los discípulos de Sócrates como Antígona tuvieron buenas argumentos para no acatar leyes injustas. De todos modos, me parece un error habitual en este debate reducir el problema de la “obediencia” a una dialéctica antagónica entre positivistas jurídicos y “jusnaturalistas” meta-legalistas. Más allá del específico conflicto entre normas seculares y divinas; entre ética y ley, parece plausible que otras razones en juego pueden ser más dirimentes a la hora de reclamar el deber de obediencia a la ley. La pregunta entonces sería: ¿Cuándo y por qué un individuo puede dejar de acatar la ley?; o mejor ¿cuáles serían las condiciones políticoconstitucionales necesarias y suficientes para que un agente racional se encuentre legitimado a “no” cumplir la ley? 3 república, democracia y política. Así, desde la perspectiva del sujeto, el debate académico se concentra en promover “activismo” o “fidelidad”; algunos otros en cambio, evaluando la Constitución como objeto, claman por una “Living Constitution” o por la restauración del texto histórico. 6 Cualquiera sea el énfasis, sería importante preguntarse si el vigente proceso de emancipación del pensamiento constitucional de sus fundamentos políticos y democráticos, en verdad es un hecho positivo. Aun cuando asumo la necesaria dimensión normativa de un orden constitucional, de todos modos, me hago cargo de un concreto escepticismo “epistémico” sobre la auténtica naturaleza y sobre extensión exacta de los derechos humanos. Más allá de esta incapacidad personal, las convicciones y valores que dan sentido a mis acciones cotidianas se identifican con el legado liberal de derechos. 7 El compromiso con los derechos humanos de todos modos, puede mostrarse aun más robusto, si los contenidos discernidos en la Constitución, en realidad, pasan a ser vistos como parte de un producto “militante”; una alternativa “política” que nace fundamentalmente, a partir de todas las luchas, resistencias y conquistas populares. 8 Pero aun en este 6 Mi impresión es que un liberalismo extremo y todos los modos anti-republicanos se empeñan en combatir la noción de comunidad política. Para desincentivar la “cosa pública”, estos discursos proponen estilos “crípticos” –ocultos- de justificación de sus ideas de Constitución. Irónicamente, Scalia, alguna vez ha sostenido que una “buena constitución es una constitución que está muerta”. Pero los “originalistas”, a su modo, al igual que los “perfeccionistas” -a la Dworkin por caso- terminan en última instancia desbarrancándose en excesos esotéricos o argumentos de autoridad para secuestrar la inteligencia de la Constitución del control político y ciudadano. Claramente, ambas posturas son partidarias de una idea “imperial” del Poder Judicial. Ciertamente además, ambas posiciones coinciden en sobrevalorar las capacidades cognitivas y metafísico-epistémicas de los jueces que “vigilantes” repiten que la “constitución es, lo que los jueces dicen que es”. Para abundar en el concepto de criptoconstitucionalismo ver RIBERI, Pablo, “Poder Constituyente Derivado: Un Mito del Criptoconstitucionalismo”, http://jornadas.aadconst.org/ponencias-1.html-. Asimimo ver RIBERI, Pablo, “Delimiting Constitutional Limits as a Democratic Constitutionalism Sees Fit”, http://www.enelsyn.gr/en/workshops/workshop9(en).htm. 7 Decía Berlin, es realmente civilizado quien está dispuesto a dar la vida por cosas sobre las que no cree del todo. Asimismo, para profundizar estas ideas sugiero ver RIBERI, Pablo, Disenso, Pesimismo y Desconfianza dentro de los Límites de las Reglas Constitucionales, ps.195-217, en BERGMAN Marcelo y ROSENKRANTZ, Carlos, Confianza y Derecho en América Latina, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 2009. 8 Es muy interesante la distinción que ensaya Pierre Rosanvallon entre un liberalismo utópico frente a otro positivo. A diferencia del “liberalismo utópico”, que es antipolítico y partidario de la racionalidad económica, el “liberalismo positivo” cree que la conquista de los derechos es una tarea incremental, imperfecta, política e irrenunciable de la ciudadanía. Ver. ROSANVALLON, Pierre, Le Capitalisme Utopique, p.158, Editions du Seuil, Paris, 1999. Asimismo, es muy reveladora en particular la tónica que intenta Ruti Teitel. Esta autora propone comparar los antecedentes europeos y norteamericanos sobre 4 escenario aterrador, fascinante, incierto, sigue siendo verdaderamente difícil estar completamente seguro sobre cuáles exactamente, por cuanto tiempo y hasta dónde, derechos y bienes colectivos –incluso los que yo disfruto-, deben tener eficacia. El liberalismo en general, clama la consigna del “consenso infinito”. 9 Todos tenemos que estar de acuerdo con todos, empezando lógicamente por los especialistas. La política en cambio, se materializa en el conflicto. Luego, si en el liberalismo extremo entiende que la razón autónoma puede identificar un catalogo único de derechos, es lógico también inferir que un juez Hércules puede estar llamado a encontrar siempre la respuesta infalible. Sin duda que es atractiva esta alternativa. Sin embargo, la misma me motiva no pocas suspicacias y vacilaciones. ¿Por qué vacilo? Y bien, creo que todavía hoy la “Política” tiene un dominio central dentro del Derecho Constitucional. Es más, la “Política” -y las mayorías que la protagonizan-, tienen registros para desconfiar sobre las soluciones y certezas vigentes. No cabe duda entonces, que la Política hace “ruido”, y muy a menudo, se vuelve inoportuna y hasta puede perturbar derechos legítimos y/o razonables pretensiones de minorías. Luego, en contraposición a las posturas que reclaman la necesidad de asegurar el “coto vedado”, desoyendo el temor “contramayoritario” y a contramano del furor anti-político, mis vacilaciones me hacen preferir las respuestas que ensaya un constitucionalismo de corte popular. 10 Vale decir, valoro un paradigma democrático y populista de libertad de expresión bajo dos paradigmas diversos. a Cfr. TEITEL, Ruti, Militating Constitutional Democracy: Comparative Perspectives, paper presentado en el VII Congreso Mundial de Derecho Constitucional, Atenas 11-15 de Junio de 2007. 9 En contraposición a esta idea ver HAMPSHIRE, Stuart, La Justicia es Conflicto, Editorial Siglo XXI, Madrid, 2002. 10 Sobre qué es el “constitucionalismo popular” hay literatura más que interesante. Para precisar algunos términos de ese debate sugiero leer el texto de Roberto Gargarella. GARGARELLA, Roberto, “El nacimiento del constitucionalismo popular. Sobre The People Themselves de Larry Kramer (cita incompleta). Aun discrepando mucho con la analítica de presentación y con sus conclusiones, puede verse GARCÍA MANSILLA, Manuel José, El Estado Actual del Debate sobre el Control Judicial de Constitucionalidad en los Estados Unidos, -Separata-, Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, Buenos Aires, 2008. A título de ejemplo, pueden nombrarse algunos autores y obras que en sus matices advierten sobre la necesidad de volver al cultivo del republicanismo, clamando por recuperar un “constitucionalismo popular”. Asimismo sugiero repasar algunas exponentes destacados como: KRAMER, Larry, The People Themselves, Oxford University Press, 2004; TUSHNET, Taking the Constitution Away from the Courts, Princeton University Press, 1999; DEVINS, Neil & FISHER, Louis, The Democratic Constitution, Oxford University Press, 2004; BELLAMY Richard, Political Constitutionalism, Cambridge University Press, 2007. 5 legitimidad para la Constitución de los argentinos. Más aun, tengo la convicción de que un dominio “político”, dialógico, es imprescindible para reconocer un telón de fondo “igualitario” de legitimidad. El abstracto “deber de obediencia a la Constitución”, solo puede justificarse, cuando son fundamentos políticos los que permitieron establecer derechos y bienes colectivos de referencia. Sin la invención unitaria de ese sujeto ficticio llamado “Pueblo”; sin esa “representación” distorsionada de si mismo, el recurso de recomponer el conflicto y los consensos en un ambiente común de pertenencia, es realmente muy difícil de alcanzar. Me parece en consecuencia, que incorporar la ficción de la “comunidad política”, el Pueblo, ha sido una invención eficiente para ligar un nacimiento -“ursprung”- constitucional, con diversas formas epigonales de reconversión de conflictos no dirimentes. Desde esos pactos y vicarias representaciones locales, hasta el presente, ese “Pueblo” –siempre distorsionado- no es, pero es, el sujeto que legitima la Constitución. Luego, pensar la Constitución a partir de las disputas internas; de sucesivas invisibilidades sociales y económicas que todavía no pueden incorporarse a esa designación en primera persona en plural, en verdad es un elemento que solo la Política puede resolver. Lamentablemente, transitamos un camino inverso. Mi sospecha es que cierto vacío comunitario viene afectando los dispositivos deliberativosigualitarios de funcionamiento de la soberanía popular. Una vacuidad cívica que se apoya en el temor al populacho; en el pánico a los excesos de la pasión civil desatada. La estrategia no es que el astuto Ulises voluntariamente se ate al mástil. La idea es menos transparente. La realidad es que se intenta engrillar a King Kong para luego tirar la llave al mar. La república sin alma, es un rótulo que justifica el tiempo “pos-democrático” que vivimos. Aupadas a esta tónica desafiante, cierta euforia anti-política ha desembarcado en las playas del Derecho Constitucional. 11 Lógicamente, la preeminencia de filosofía y la metapolítica por sobre la política; la extensión de una mano invisible autorizada a promover “gangas” de derechos, ha logrado finalmente “apreciar” en posición de privilegio, el valor relativo de algunas opiniones de prestigio. El liberalismo 11 RANCIÈRE. Jacques, El Desacuerdo –Política y Filosofía-, p.146, Nueva Visión, Buenos Aires, 2007 6 extremo y diversos modos de individualismo, ningunean entonces a la “política” y a las letanías republicanas populistas. El abuso de la palabra “consenso” y justicia ha terminado banalizado el sentido de la Política. Así, la misma se ha visto colonizada y privatizada en múltiples causas singulares. De algún modo, la Política fue la historia por la igualdad y la libertad de todos. Pero ello ya no es más vista de ese modo. Pocos valoran la “Política” y son menos aun, los que creen que ella debe ser el campo apropiado para resolver las diferencias constitucionales profundas. Obviamente, las hipótesis de conflicto permanente son también inaceptables para quienes quieren ganar de una vez y para siempre la batalla de “su” Derecho. Estigmatizando a quienes desafían solipsistas representaciones de género, de clase, de tranquilidad bucólica anti-industrialista, en tanto igualitaristas voraces, muchos liberales “bien intencionados” terminan empero minando la más elemental igualdad constitucional; terminan denigrando la igualdad en los derechos políticos. 12 Naturalmente que la “política” –alguna vez hecha por ciudadanos-, ha ido convirtiéndose en el imaginario de la gente, en un territorio dominado por farsantes o incautos. Una rémora necesaria y soportable en tanto y en cuanto especialistas de la economía y el derecho, puedan mantener a raya los ímpetus populistas. Cuando el conflicto y el debate dejan de ser valorados, en rigor de verdad, queda poco espacio para que los auténticos postergados logren visibilidad. Si no hay compromiso con la idea del “bien común”, lógicamente, no puede haber bien común. Luego, tampoco habrá razones para empresas colectivas asociadas a vagas consignas tales como “progreso social”, “desarrollo económico”, “virtud cívica”. 13 En realidad, cuando la Constitución 12 Esta igualdad supone asumir el principio y la regla de la mayoría como fundamento democrático de la soberanía popular. Dada la igualdad de los hombres, un hombre es igual a un voto. Dado que no existe método confiable alguno capaz de mostrar la superioridad moral o intelectual de dos sujetos que discrepan, la presunción de legitimidad que se sigue del voto mayoritario, es un “factum” que solo argumentos muy sofisticados: sobre condiciones muy especiales, puede alterar la universalidad de esta intuición. 13 Hobsbawn ha escrito con sagacidad: “.. [Creo que una de las pocas cosas que se interponen entre nosotros y un descenso acelerado hacia las tinieblas es la serie de valores que heredamos de la Ilustración del siglo XVIII. Es una opinión que no está de moda en la actualidad, toda vez que se rechaza la Ilustración porque se la considera superficial, intelectualmente ingenua o una conspiración de hombres blancos y ya fallecidos que usaban peluca y se proponían aportar el fundamento intelectual del imperialismo occidental”.HOBSBAWN, Eric, Sobre la Historia, p. 254, (Crítica, Barcelona, 2004). 7 pierde sus fundamentos políticos, un curioso fenómeno acontece. Cuando ello sucede, el orden social carece o guarda ficticios vínculos interpersonales. Cuando ello sucede, son descartables las virtudes y las normas sociales. Cuando ello sucede, las responsabilidades sociales y políticas pasan a ser simples y fungibles cargas personales que pueden ser compensadas por otros medios. Berger y Luckmann han advertido que “… [en todas las sociedades hay procesos de generación de sentido, incluso si no se han desarrollado instituciones especializada para la producción del mismo”. 14 Mi sensación es que es poco reconfortante pensar la Constitución actual, o la dentro de una década, sin fijar nuestra atención sobre cuales “circunstancias políticas” merodean los desacuerdos y la multiplicación pretensiones y disensos competitivos. En ese escenario, me parece fundamental que nuestras pretensiones de derecho pueden llegar a ser sometidas a amplios procesos de deliberación cívica. 15 Ahora, ¿cuál es ese telón de fondo que da sentido a las prácticas sobre acuerdos y desacuerdos constitucionales? Sin duda que es lo “Político”. Y en este marco, Hannah Arendt aclaró que en nuestra cultura, el “sentido” de la Política, precisamente, no es otra cosa que la “libertad”. 16 Aun quienes no creemos en éticas sustantivas, o quienes desconfiamos de los discursos que relatan cuales son los derechos “naturales” inmodificables, aun así -y tal lo dicho-, no podemos desconocer que la justificación de la Constitución, requiere una dimensión normativa de comprensión. Sin duda y por definición, una 14 BERGER, Peter L. y LUCKMANN, Thomas, Moderenidad, Pluralismo y Crisi de Sentido. La Orientación del hombre Moderno, p. 108, (Ed. Paidós, Barcelona, 1997) 15 RIBERI, Pablo, Op.Cit, nota 7. 16 Se interroga Arendt: “.. [A la pregunta por el sentido de la política hay una respuesta tan sencilla y tan concluyente en sí misma que se diría que otras respuestas están totalmente de más. La respuesta es: el sentido de la política es la libertad”. Cfr. ARENDT, Hannah, ¿Qué es la Política?, ps.61-62, Paidós, 2005. Cabe aclarar que en esta alusión adquiere especial significación la noción clásica de “libertad positiva” en esta alusión. Al respecto, son dignas de atención las palabras de Berlin. Escribe este autor: “.. [The liberals of the first half of the nineteenth century correctly foresaw that liberty in this “positive” sense could easily destroy too many of the “negative” liberties that they held sacred. They pointed out that the sovereignty if the people could easily destroy that of individuals”. BERLIN, Isaiah, Four Essays on Liberty, p.163, Oxford University Press, 1988. 8 Constitución no puede ser “decisionismo puro”. 17 De todos modos y más allá de ello, para una sensibilidad democrática-deliberativa que incorpore las experiencias republicanas y las aspiraciones democráticas de las mayorías, las ideas de “bien moral” y los derechos reconocidos, llevan necesariamente en su interior, imperfecciones y posibles caducidades que a todos debieran importar. Al fin y al cabo, y aun para el caso en que un sujeto no pueda imponer sus razonables puntos de vista, dadas ciertas condiciones de libertad e igualdad, ¿qué otra cosa puede reforzar la identidad constitucional y el deber de obediencia a la ley, si no es exactamente, la certeza de pertenecer a un universo político común, donde el conflicto y el debate nos mantiene unidos con quienes son nuestros semejantes? 18 La Constitución en Tiempos Posdemocráticos Si la Ley es una expresión democrática y plural de una comunidad política, está claro también que diversas ideas de bien moral deben coexistir y articularse dentro de los canales de la Constitución y de acuerdo a condiciones “políticas” de legitimidad. Esto es, es necesario que un “ethos deliberativo” prohíje condiciones imparciales de justificación de la obligación política. Téngase presente además, que desde tiempos pretéritos, la “soberanía popular” ha sido una poderosa intuición apoyada sobre el principio de “publicidad” y la máxima “quod omnes tangit ab ómnibus tractari et aprobari debet” (todos deben participar y decidir en aquellas decisiones que les afectan). Antes de las formas democráticas modernas, “política” y “deliberación” ya habían sido reconocidas como conceptos básicos para justificar pretensiones de autogobierno, libertad e igualdad civil. 17 Schauer advierte que la idea misma de un intérprete con potestades restringidas, se desprende inevitablemente de la idea de regla o de sistema de reglas. Nino destacaba más básicamente que lo que la Constitución es, no podía estar extrañada de lo que la misma debe ser. 18 En este punto autores como Strauss o Gadamer advierten en coincidencia que se ha perdido el horizonte clásico de la “filosofía política”. Para el primero, hoy, quienes dicen hacer filosofía política realidad hacen historia sobre el pensamiento filosófico ajeno. Cfr. STRAUSS, Leo, El Renacimiento del Racionalisto Político Clásico, Amorrortu, Buenos Aires, 2007. En el mismo tono Gadamer advierte otro acontecimiento importante. Afirma este autor: “(que) la tradición de la filosofía política que se remonta a Aristóteles, sucumbió finalmente a la presión del concepto moderno de ciencia. El vuelco desde la “política”, disciplina de la filosofía práctica” en vigor aun hasta bien entrado el siglo XIX […], hacia la politología o la ciencia política es expresión locuaz de ello. Cfr. cita traída por KERVÉGAN, Jean François, Hegel, Carl Schmitt –lo político: entre especulación y positividad-, p.15, Escolar y Mayo, Madrid, 2007. 9 Alejado de esta realidad, la Constitución es hoy un objeto jurídico dominado por la opinión de expertos y abogados. Es un dato plausible –al menos para mí, que muchas aspiraciones normativas de nuestra Constitución se encuentran debilitadas o muy maltrechas. Lejos del impulso romántico de los primeros atisbos del constitucionalismo revolucionario; alejados del pueril optimismo racional-normativista; desencantados también de la retórica huera de cierto positivismo analítico, la Constitución actual se muestra desnuda, despojada de toda sustancia política. Es pleno también que en tanto consignas teóricas, las palabras “soberanía popular”, “república”, han variado en su significado. Muy a menudo estos procesos de resignificación han sido la resultante de interesados procesos “deconstructivos” lingüísticos para adecuar el entendimiento académico, a los predicados hegemónicos de la teoría constitucional. Más allá de ello, estos conceptos, al igual que las referencias a la democracia deliberativa o al constitucionalismo popular por ejemplo, pueden seguir significando muchas cosas. No hay espacio para precisar todos los usos lingüísticos que integran las referencias aludidas en el párrafo anterior. De todos modos mi esfuerzo se concentra en un aspecto común a estos tres factores. La idea es la siguiente: Si la deliberación es uno de los fundamentos más plausibles de legitimidad para la democracia; si para evitar las “condiciones de dominación y privilegio”, la república merece ser vista como un mecanismo igualitario -aunque “imperfecto”- que promueve el autogobierno, la pregunta insoslayable que sigue es sencilla. ¿Es legítimo independizar la “adjudicación” –creación, extensión y aplicación- de derechos constitucionales al margen de los fundamentos “políticos” de la Constitución? Más concretamente y en términos de un constitucionalismo popular y republicano, ¿es correcto aislar la lectura de la primera parte del artículo 33 CN, de su segunda parte? Mi impresión es que la lógica adversarial que proponen los disidentes, inconformistas y pesimistas es valiosa. Naturalmente, una lectura fragmentada de esta regla, es desde mi punto de vista un opción poco plausible. 19 19 Dice Waldron “sin política y sin leyes la moralidad es un una ciencia frívola”. Cfr. WALDRON, Jeremy, Law and Disagreement, Oxford University Press, 1999. 10 República y Responsabilidad La “Política” es un ámbito complejo. Entre otras cosas, la política permite comprender y procesar las pasiones humanas. Los agentes morales, no son sujetos racionales que siempre pueden dominar el oficio subterráneo de las pasiones más viscerales. Las pasiones colectivas ciertamente, muy a menudo contribuyen a proponer valores y objetivos sociales desatendidos. 20 La Constitución en el 2020, quisiera –ya lo he dicho-, puede permitirnos reflexionar sobre cierta dimensión de sentido; sobre ciertos valores y aspiraciones abandonadas. Naturalmente, toda argumentación –y esta también-, solo se hace cargo de apenas un selecto grupo de razones que acuden en auxilio o defensa de la tesis o de las creencias específicas que están en juego. Más aun, es imposible que las creencias o juicios valorativos puedan llegar a satisfacer todos los criterios de validez que pudieran tener los lectores. Siquiera es factible que mis convicciones y juicios valorativos puedan llegar a ser considerados creencias o juicios de valores justificados por muchos de Ustedes. De todos modos, espero al menos que se advierta cuál es el horizonte de sentido de estas líneas. Y en esa tesitura, invito a pensar que el vacío político debilita no solo el valor de la Constitución, sino también, afecta potenciales mecanismos de progreso y consolidación de derechos humanos. De acuerdo a esta situación entonces, este texto busca enfatizar algunas atávicas intuiciones y fundamentos constitucionales derivados de la voz “Política”. Conforme se ha dicho, reivindico un paradigma “popular” de constitucionalismo” y más concretamente, una noción “deliberativa” de “democracia” y “república”. Luego, para ser república, los ciudadanos debemos hacernos cargo de algunas responsabilidades concretas. Y sobre esto digo: 20 El carro tirado por los dos corceles que pinta Platón en el “Fedro”, como metáfora del alma humana, muestra las contradicciones que a menudo embargan el corazón de los hombres. Uno de esos animales es un hermoso y brioso caballo blanco. Un animal de esbelto cuello que sin necesitar la amenaza del látigo corre dócilmente de acuerdo a la voluntad del jinete. El otro corcel en cambio, es un caballo negro, mal proporcionado, que siempre necesita el golpe de fusta para hacerle seguir la carrera y el camino escogido. Si el hombre que lleva dicho carro viene a ser la razón o el alma humana que desea desandar el camino correcto, las pasiones positivas y los buenos impulsos morales están representados por el caballo blanco. Por el contrario, las pasiones más irracionales y los apetitos más bajos de los hombres son representados por el caballo negro. El constitucionalismo republicano reconoce esta doble naturaleza en nuestra especie. Cfr. PLATÓN, “Diálogos, p.637 , Editorial Porrúa, Méjico, 1991 11 1. No hay responsabilidad sin libre albedrío. No hay ciudadanía sin individuos autónomos que piensen y actúen dentro de un rango de libertad e igualdad previsibles; 2. Sin expectativas morales y legales provenientes de la comunidad política, es muy difícil en verdad, que pueda haber cultura y prácticas constitucionales centradas en la responsabilidad de funcionarios y de individuos; 3. Sin conexión entre “malas intenciones” -sobre bases psicológicas o espirituales-, con grados concretos de “culpas” legales y morales, es muy difícil justificar reproches. En una república, la legitimidad de la fuerza coactiva del Estado, necesariamente debe verse inscripta dentro de condiciones institucionales de legalidad. Ahora bien, la “razón práctica” no siempre está dispuesta a explicar el papel que las pasiones humanas juegan a la hora de tomar decisiones colectivas. Y en este escenario, una democracia deliberativa y plural, debe hacerse cargo la siguiente pregunta: ¿Qué función asignamos a nuestras emociones y pasiones a nivel de las motivaciones que desatan acciones intencionales en el dominio público? Sin duda que según sea la manera de explicar y/o justificar las motivaciones encontradas a nivel de nuestra razón práctica, las pasiones pueden ganar o perder relevancia teórica. Esto es importante pues atrincheradas detrás de convicciones y creencias populares –o de minorías organizadas-, el discurso del derecho no debe disimular las auténticas razones hegemónicas que a menudo se ocultan. En este territorio entonces, para resolver potenciales conflictos valorativos, se advierten dos alternativas fundamentales. Por un lado, quienes siguiendo una impronta kantiana se pronuncian a favor de un sesgo racionalista autónomo. Por otro lado, quienes fieles a una impronta más bien humeana, niegan esta preponderancia y admiten la influencia de las emociones en los procesos deliberativos. 21 Tengo la impresión de que en ese “racionalismo”, una suerte de escepticismo emocional da sustento a juicios normativos pretensiosos. En contrapartida, quienes rechazan el temperamento racionalista, desacreditan precisamente esta sesgada y ambiciosa inclinación a simplificar la naturaleza humana. 21 WALLACE, Jay, “Cómo Argumentar sobre la Razón Práctica”, en Cuadernos de Crítica, p.35, Nro.53, UNAM, Mexico, 2006. 12 Aun cuando es plausible que no todas las acciones humanas pueden ser justificadas ni mucho menos explicadas analíticamente, los liberales extremos y los partidarios del “criptoconstitucionalimo” en general, se empecinan en reservarse para si mismo, el derecho a adjudicar derechos. En claves filosóficas, ellos prefieren concentrar sus argumentos dentro de círculos académicos y judiciales. Consecuentemente, en esos ámbitos se someten a discusión la corrección o veracidad de herméticas conclusiones sobre Derecho. La racionalidad endogámica de los predicados obtenidos, se validan de tal suerte, como los juicios analíticos de la geometría. En esa tendencia, es obvio también, una razón práctica “individualista” –aislada-, es capaz de identificar y ordenar baluartes éticos y derechos universalizables, en progresiva y expansiva extensión de casos a principios. Los “humeanos” en cambio, sienten el impulso de cotejar sus provisorias conclusiones con las de otros sujetos. La motivación, para esta postura, no sería tanto un fenómeno intelectual, exclusivamente interior al agente racional. Quizá por esta sencilla razón, un “humeano” esta normalmente dispuesto a distinguir razones “internas” y “externas” para la acción. No se olvide, para Hume, “la razón era esclava de las pasiones”. Luego, es lógico notar, los juicios normativos más modestamente, solo atinan a incorporar una analítica separada de procesos psíquicos/espirituales vis à vis, el plano externo de motivaciones que están asociadas a objetivos y valores comunitarios de referencia. Más allá de las diferencias entre kantianos y humeanos, tengo la convicción de que los juicios normativos “prudenciales” o sobre “principios”, no pueden de una vez y para siempre, explicar y justificar porque un derecho debe prevalecer sobre otros; o porque unos bienes colectivos deben someterse a los dictados de abstractas teorías de justicia. Por el contrario, un republicano – humeano-, conciente de la falibilidad de la razón práctica, advierte de todos modos, que más allá de la imperfección de las instituciones y de los procesos colectivos de toma decisiones, no es posible enajenar las responsabilidades deliberativas que tiene como ciudadano. 22 22 El “minimalismo” que por caso defiende Cass Sunstein, es una alternativa hermenéutica interesante. En rigor de verdad, se trata de una práctica, diría de un estilo prudente que permite ubicar la tarea judical dentro de una teoría institucional de división de poderes. A diferencia del activismo o del “self-restain”, el minimalismo se adecua mejor a ellos propósitos de un constitucionalismo democráctico y popular. 13 La diversidad de fines y objetivos alternativos, en verdad, son horizontes que sirven a una razón práctica abierta al diálogo. Sin dicha dinámica además, la deliberación pública pierde relevancia. No es un hecho casual que la mayoría de los republicanos todavía manifiesten un compromiso moral con el ideario e la “Ilustración”. Difícilmente un republicano exhiba poses posmodernas o se le vea partidario de un relativismo ético extremo. En condiciones deliberativas y de tolerancia, es natural verle en cambio, involucrado en diversas discusiones sobre valores. Luego, el “escepticismo” que describo, es una idea regulativa que solo impacta sobre el valor y alcance que merecen los contenidos concretos de la razón práctica. Diría por ello, que con los pies puestas sobre la realidad, los republicanos (humeanos) resisten la tendencia a reducir la evaluación de toda “argumentaciones” a una mera opción entre pretensiones o “deseos” competitivos. Esta disposición ha venido empobreciendo la matriz de muchos razonamientos jurídicos, toda vez que, la mayoría de las posturas de inspiración racionalista-liberal, coinciden en desconocer una posible analítica de motivos más amplios. De paso, si todo es una puja de deseos, no tiene sentido saldar “racionalmente” las diferencias. En realidad es un modo de descalificar modos dialógicos de argumentación. Luego, creencias e intereses, se ven siempre reducidos a esa condición de “deseo”. Claro un deseo experimentado por seres que se reputan autónomos y libres. Y es en base a esta simplificación, es evidente además, que muchas “razones dirimentes” dejan de ser presentados como auténticos dilemas morales. Si todos los sujetos son racionales y “egoístas”, una razón práctica autónoma, Mientras que el “self-restain” y el “activismo” pueden ser tanto conservador como liberales, cualquiera sea el caso -con fundamentalistas y perfeccionistas a la cabeza-, los “minimalistas” prefieren en cambio evitar excederse en la adjudicación de derechos y en la elaboración de principios y reglas interpretativas. Lógicamente, ello les permite asumir la débil legitimidad y la clara provisionalidad que naturalmente exhiben los fallos judiciales; aun las sentencias de la Suprema Corte. En este temperamento, Sunstein rescata el valor de los llamados acuerdos teóricos mínimos que permiten la consagración de derechos y la obtención de no pocos bienes colectivos. Esta situación por cierto, es también expresiva de la vigencia de la “Política”. Concientes de que podemos estar equivocados, el “minimalismo” da pasos muy certeros para evitar desmesuras antidemocráticas. Reconoce por cierto, que los órganos más representativos pueden reasumir el debate sobre las posiciones asumidas por el tribunal, sin que por ello, la opinión de ninguno de los Poderes deba tener la última palabra. SUNSTEIN, Cass, Radicals in Robes, Basic Books, New York, 2005. 14 perfectamente puede sentirse autorizada a resolver la puja de pretensiones cuando la puja, en realidad, se da sobre simples magnitudes de “deseos”. Pero los juicios morales y los conflictos de derechos en general, suelen ser más apremiantes. De hecho, revelan a menudo un estado psicológico problemático donde competitivas opciones ponen a los sujetos en posición de preferir, maximizar o resignar no solo deseos íntimos, sino también, intereses o creencias que están forjados en el tiempo. Además, los juicios normativos que ensayan los operadores del derecho y los individuos en general, a menudo se recuestan sobre un conjunto de información y conocimientos deficientes o directamente falsos. Obviamente tengo la impresión de que es un error simplificar la estructura racional de las motivaciones en disputa, como si todas pudieran ser reducibles a una puja de “deseos conmensurables”. Esto tiene trascendentes consecuencias prácticas, claro está. No se olvide por ejemplo, que para la racionalidad económica, cuando los individuos son auténticamente racionales, los individuos deben esgrimir todos por igual, los mismos “deseos básicos”. En consecuencia, admitir que la motivación existe exclusivamente dentro de la voluntad del individuo, es asumir que no hay razones externas a la autonomía de la voluntad y a la razón práctica individual. Y si bien es cierto que toda razón puede ser vista como un deseo motivado, en realidad, el uso lingüístico que aquí tiene la palabra “deseo” es bastante vago. Como se ha dicho, la acción motivada puede apoyarse también en intereses o conveniencias; factores estos que muy a menudo desbordan el peso específico de los deseos concretos del agente. Tengo la impresión entonces, que los intereses y fundamentalmente las creencias que dan motivo a la acción individual y colectiva, no son otra cosa que simples estados mentales en cuya virtud, las decisiones de los agentes morales precipitan decisiones y responsabilidades. Las “creencias” en particular son representaciones parciales sobre la mecánica, el valor y el sentido del mundo. Las creencias se nos presentan como contenidos más bien estáticos. Las creencias individuales, colectivas, constitucionales, son estados mentales más o menos precisos, a partir de los cuales nuestros comportamientos pueden volverse previsibles y justificables; quizá exigibles. A 15 la hora de legislar o de impartir justicia, donde hay expectativas cívicas y hay sujetos empeñados en motivar sus actos intencionales en función de estas expectativas, las creencias pueden llegar a transformarse en un punto de apoyo sólido para tomar decisiones que demandan sacrificios o restricciones al disfrute de bienes. La “Política” ofrece un territorio adecuado para que razón y pasión alimenten los disensos. Los necesarios conflictos de la sociedad civil, permiten a su vez la visibilidad de móviles e intenciones ocultas. La Política puede procesar pacíficamente muchos de ellos. El Derecho puede hacer otro tanto. De modo que cuando detrás de deseos, intereses y creencias, aparecen las auténticas motivaciones de la acción colectiva, es pleno también, que un proceso deliberativo puede ayudar a fortalecer la aceptación de las consecuencias. Como decía el viejo Aristóteles, “cuando decidimos después de deliberar, deseamos de acuerdo con la deliberación” (E.N.1113ª 13-14). 23 En Política, no hay nada resuelto definitivamente, con perfección. El ámbito donde la palabra, la igualdad y conciencia colectiva se reconocen, es la Política. Epílogo: Aristóteles, supo decir con mucha razón que “la política tiene necesidad de fundamentos políticos” (απο τεσ φισεοσ αυτεσ και τεσ αλεζειοσ). Desde mi punto de vista esta una proposición plausible y necesaria. Luego, desde tiempos pretéritos, quienes ejercían autoridad y representación, eran individuos cuyos conocimientos y habilidades debían verse acreditados en el espacio público. Saber sobre la naturaleza de las cosas, según Aristóteles, es saber reconocer cuales son las auténticas creencias morales de una comunidad civilizada. Ahora bien, el exacto valor de las cosas, la geométrica latitud que deben tener los derechos que se solapan, no puede ser definida por el juicio autorizado de un especialista, un juez, un sabio. En un estado plural y democrático, el deber de obediencia de los individuos reposa precisamente, en garantías y condiciones “procedimentales” constitucionales, legales y políticas de igualdad, tolerancia y respeto. 23 ARISTÓTELES, Etica Nicomaquea, p.188, Gredos, Madrid, 1993. 16 La sustancia política que legitima un orden constitucional plural y democrático, no es otra cosa que el mismo “desacuerdo”. No son los “acuerdos”, sino más bien, la mecánica que propone el disenso, lo que refuerza la igualdad y el imperio de la legalidad. 24 Porque el disenso y el desacuerdo son valiosos y dan cuerpo a la libertad política en el debate, es necesario entonces que nunca olvidemos los fundamentos políticos que legitiman la Constitución y el mencionado deber de obediencia. Sin igualdad y sin deliberación, no hay espacio público ni Política. Como enseñara el viejo Aristóteles y nos lo recuerda Rancière -o Waldron-, solo porque hay desacuerdo entonces, las leyes y la Política gozan de prestigio. 25 La Constitución por lo tanto, la de hoy y la de los próximos años, no debe ser pensada como un documento oculto y amarillento. Un evangelio secuestrado por los intérpretes seculares de la moral civil. La norma fundamental de un país no debe verse reducida a un conjunto de reglas “crípticas”; unas fórmulas esotéricas de Derecho, que solo mandarines y especialistas pueden descifrar y administrar. La Constitución, a decir verdad, es algo más que una norma abstracta, sin dimensión histórica, política, de ciudadanía. Bobbio advertía que la democracia es “Poder en público”. 26 En consecuencia la Constitución tampoco debe convertirse en una tabla mágica, 24 Cfr. RIBERI, Pablo, “Cuando las Uvas están Agrias y los Limones están Dulces (sobre Conformismo, Comodidad y Disenso Democrático); en la Revista de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional, Debates de Actualidad, Año XIX-Nro.192, Nov.2003-Marzo2004, ps.52-57. 25 La filosofía y el derecho como observa Rancière reducen y expulsan los desacuerdos. En consecuencia, aun cuando la filosofía y el derecho pueden ayudar a mejorar el debate, a menudo, ambos tienden a ingresar en el terreno de la política para así poder zanjar los desacuerdos que se suscitan. Si A y B discrepan sobre lo qué es “blanco”, es bien posible que haya un malentendido o un desconocimiento de una de las partes. Pero atención no hay que confundir el “desacuerdo” político con los “desacuerdos” por desconocimiento de una de las partes que debate desde el error, la mala fé o la insanía. Los desacuerdos constitucionales que nos interesan en rigor de verdad, son los desacuerdos políticos en torno a la justicia y al “bien común”. Cfr. RANCIÈRE, Jacques, El Desacuerdo, p. 11, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996. En torno a la discusión sobre qué debe primar si la democracia (y la política democrática) o la filosofía, es un debate atrapante que ha ocupado mentes tan brillantes como la de Richard Rorty. Al respecto ver RORTY, Richard, “La Prioridad de la Democracia sobre la Filosofía”, en Objetivismo, Relativismo y Verdad, ps. 239-267, Paidós, 1996. En relación a la posición de Aristóteles en esta materia quizá puede ser útil repasar algunas reflexiones que ya he hecho específicamente en otro trabajo que a continuación cito. Ver. RIBERI, Pablo, “La Comunidad en Aristóteles de la Virtud a la Política”; Revista Foro de Córdoba, N° 50, (IX), año 1998, ps. 313|334, Advocatus, (Córdoba, 1998). Finalmente ver WALDRON, Jeremy, Law and Disagreement, Oxford University Press, 1999. También, WALDRON, Jeremy, The Dignity of Legislation, Cambridge University Press, 1999. 26 Ver BOBBIO, Norberto, Teoría General de la Política, p.418, Editorial Trotta, Madrid, 2003. 17 donde verdades absolutas banalizan la libertad de quienes aman o resisten sus preceptos. La tolerancia y los disensos profundos, son consecuencia y nunca antecedentes de una cultura constitucional, democrática, republicana. La constitución, si es democrática y republicana, al fin y al cabo, es un definido producto de civilización. En la república debe haber Política. Pero en la república no hay garantía de justicia, ni de riqueza ni de esplendor. Tampoco hay garantía de meritocracia, honestidad, siquiera de concordia. La Constitución republicana es realmente valiosa cuando induce a transparentar las tensiones estables entre razón práctica, moral pública, autonomías individuales y las exigencias hermenéuticas del derecho vigente. Luego, el “politeísmo de los valores” del cual nos hablaba Max Weber, en rigor de verdad, es algo más que un “factum” complementario del dispositivo político-deliberativo-democrático. Dado los múltiples y hasta contradictorias ideas de “bien moral” que exhibe toda comunidad republicana-democrática, los fundamentos “políticos” de referencia son imprescindibles. 27 27 En este punto sería interesante incorporar algunas nociones de “Patriotismo Constitucional” y sus vínculos con la tradición republicana. Sobre la idea de “Patriotismo Constitucional” sugiero revisar el trabajo de quien acuñó este término: Dolf Sternerberger. Cfr. STERNERBERGER, Dolf, Patriotismo Constitucional, p. 83, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2001. Asimimo, BOBBIO, Norberto, VIROLI, Maurizio, “Diálogo en Torno a la República”, p. 11 (Criterios TusQuets Editores, Barcelona, 2002. Por último es provocadora la crítica que ensaya Ernesto Laclau al sentido habermasiano de este concepto. Ver LACLAU, Ernesto, La Razón Populista, p. 247, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005. 18