MIL METROS DE CERÁMICA “Desplazamientos” se llama la sugestiva exposición que el ceramista Carlos Runcie Tanaka viene presentando en la galería del Museo de la Nación. La muestra ha concitado una atención inusitada y vale la pena verla para descubrir en ella los rastros del pasado de un artista cuyos ancestros provienen de lugares tan distantes como disímiles: Inglaterra y Japón. “Hay en la playa de Cerro Azul en Cañete, una pequeña rotonda con un obelisco que conmemora el desembarco del primer grupo de inmigrantes japoneses que llegó al Perú, en la nave Sakura Maru, el tres de abril de 1899. Alrededor del obelisco sobre la rotonda, hay miles de pequeños cangrejos calcinados por el sol…”. Este breve texto sirve para que Carlos Runcie Tanaka introduzca al espectador en una especie de cápsula espacial en donde el tiempo se encuentra detenido sobre un paisaje de la costa peruana. Esto, sin embargo, ocurre en una galería del Museo de la Nación. Se puede hasta percibir el olor a fruto marino en medio de un mar de cangrejos reales o modelados en cerámica – agua, tierra y fuego – o, como en la mitología oriental, suspendidos en el firmamento intentando atrapar la luna, arte del origami. Vasijas de estructura ancestral, seres mitológicos petrificados, figuras circulares, sugerente iluminación, todo da una idea de quietud, de espacio capturado. Sólo hay una imagen que se mueve, que no cesa de moldear objetos, vasijas, platos, jarrones. Seres ciertos e irreales entran y salen del horno, de las manos del imaginativo ceramista Carlos Runcie Tanaka, peruano de ascendencia nipona y británica, quien expone un conjunto de sentimientos expresado en cerámica, en cuatro salas del Museo de la Nación. “Desplazamientos” se denomina la muestra con la que Runcie Tanaka rinde tributo a sus abuelos, a la costa que los recibió y a los orígenes de la vida: el mar. “Hace dos años, corriendo olas en Pasamayo, el fuerte oleaje me mantuvo a merced del mar el tiempo suficiente para sentirme fuera de este mundo. Cuando, finalmente, quedé varado en la arena, me vi rodeado por miles de cangrejos. Ellos y yo compartíamos la misma experiencia”, relata el artista a modo de explicación. La experiencia no se quedó atrapada en la mente de Carlos Runcie, sino que viajó hacia el Cerro Azul de 1899 año en que Shinichi Tanaka, su abuelo, llegó al Perú. Es decir, se desplazó de un continente a otro, de una realidad a otra. Shinichi transformó una parte de la avenida Pardo en Miraflores, en un jardín muy frecuentado por la burguesía limeña de principios de siglo. Carlos debe a otro desplazamiento, su apellido paterno, el del ciudadano británico Walter Runcie Stockhausen, pionero de la aerofotografía en el Perú, socio, amigo y contertulio del piloto Elmer Faucett, precursor de la aviación comercial peruana. Dos razas de lejanos idiomas se fundieron en esta tierra por la misma vía, el mar, donde se funda la vida y es ese el objeto de esta original muestra donde los ceramios de Carlos Runcie Tanaka ocupan un espacio de mil metros. “Es una forma de expresar el respeto que siento por la cultura precolombina peruana y también por la japonesa – confiesa Carlos –. He vivido algunos años en Japón, done absorbí esa especie de pasión religiosa, ese respeto que va más allá del quehacer humano”. En el taller-vivienda de Carlos Runcie Tanaka, lo primero que impacta a los sentidos es la honesta convivencia del arte utilitario (vajilla, fuentes, jarrones) con el simbolismo ornamental, la vida evidenciada por una sociedad de cactus de variadas formas, colores y tamaños y la muerte representada por los fósiles y objetos fúnebres, huacos y ceramios de diversas culturas de la costa peruana. “Estos son mis compañeros, mis inspiradores”, dice acariciándolos con la mirada. Frente a unas vasijas de cuello estrangulado, como formas humanas sin cabeza, Carlos Runcie explica: “Así como el escultor parte del cuerpo humano para elaborar sus trabajos, el ceramista parte de la vasija que, a su vez, es la abstracción del cuerpo humano” – prosigue – “En cada una de estas vasijas, hay una acción detenida, son como fardos, envolturas, en los que se conserva la forma humana inerte”. Sería imposible describir cada uno de los objetos que se multiplican e inundan las piezas del hogar del artista, como en una exposición permanente, como en un templo consagrado al arte. Hasta los artículos domésticos irrelevantes como son el lavabo, el grifo de agua, o el urinario instalado en el taller, tienen el sello artístico del ceramista. Más que ceramista, Carlos Runcie Tanaka se considera un inventor de formas, un intérprete de mitos antiguos y de sentimientos presentes. “La idea es salir de los cánones tradicionales de la cerámica – dice respondiendo a la interrogante acerca de su tendencia a lo circular – y descubro que los círculos logran detener una presencia muy fuerte que se emparenta con lo precolombino, es un motivo que se usa mucho en la cerámica Chavín y, también, en el movimiento del agua”. “Mi trabajo – prosigue Carlos – busca retratar un tiempo, registrarlo y hacer que se mantenga vivo para que trascienda. Es el legado que rescato de mis abuelos”. Antes de interesarse por las formas forjadas a barro y fuego, Carlos estudió Filosofía en Universidad Católica y, antes de eso aún, fabricaba sueños musicalizados y los cantaba. Era pues un cantautor. “Mi vida está hecha de cambios constantes. Esta misma muestra, en la que he trabajado con ilusión durante ocho meses y de la que en un momento me sentí satisfecho, ya salió de mí. Son ahora las personas que asisten a ella quienes la hacen suya”, refiere mientras nos guía al salón de sus reliquias tutelares: anteojos de aviación, una antigua cámara fotográfica con fuelle, recortes periodísticos en los que aparecen sus abuelos, el jardinero y el aerofotógrafo. El pasado presente de Runcie Tanaka. La obra de Carlos no es un descubrimiento reciente. Su trabajo en cerámica ha cumplido 17 años, así silenciosamente, aunque ha realizado exposiciones en Cuenca (México, 1992), Washington (EE.UU., 1989), La Habana (Cuba, 1989, ’91, ’94), Florencia (Italia, 1985), Caracas (Venezuela, 1989) y en varias galerías de Lima y del interior del país. En Japón fue alumno de los maestros Tsukimura Masahiko y Shimaoka Tatsuzo, considerados “tesoros nacionales vivientes” por entendidos y amantes del arte ceramista. Es, precisamente, en la tierra del Sol Naciente, donde adquirió el hábito de usar el corte estilo militar: “Perdí una apuesta. A partir de entonces, cumplo la promesa de cortarme el cabello cada diez días. Es, además, una decisión de despojo, de dejar atrás vivencias negativas”, afirma. Los “Desplazamientos” de Carlos Runcie Tanaka permanecerán en la galería del cuarto piso del Museo de la Nación, hasta el cuatro de julio entrante. Después se desplazará a Nueva York. Advertencia: no busque lo estrictamente funcional, ni lo puramente estético. El artista no cree en las definiciones estrictas de los ámbitos en el arte. “Lo más importante – afirma – no es el hecho acontecido, sino la ejecución, el reinterpretar constantemente la naturaleza”. Maruja Muñoz. Diario LA REPÚBLICA. Lima, 26 de junio de 1994.