[Las Crónicas de Bane 02] La Reina fugitiva

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STAFF
Moderadoras
Alis OrVa
Daniela Castro
Traducción
Alina Pachano
Carolina León
Mercy Martinez
Corrección
Aly Abarzúa
Ak Bar
Diseño
Tessa Scott
Giuliana Siuce
The
Runaway
Queen
Cassandra Clare
Maureen Johnson
PARÍS
Junio 1791
H
abía un aroma en París en las mañanas de verano que Magnus
disfrutaba. Esto era sorprendente, porque las mañanas de
verano en París olían a queso expuesto al sol todo el día, y a
pescado, las partes menos deseables de los pescados. Olía a personas y a
todas las cosas que las personas producían -eso no se refiere a arte o a
cultura, si no a las cosas desagradables en cubos que eran aventadas por
las ventanas-. Estos eran interrumpidos por otros olores, y los olores
cambiaban rápidamente de calle en calle, o de edificio a edificio. El
aroma embriagador de una pastelería podría estar seguido por un
inesperado fuerte olor a gardenias en un jardín, lo cual daba paso al
desagradable olor a hierro de un matadero. París no estaba si no viva, con
el Sena bombeando como una grandiosa arteria, a las calles más anchas,
estrechándose en los callejones más pequeños... y cada pulgada de ello
tenía olor.
Olía todo a vida, la vida en cada forma y condición.
Los olores hoy, sin embargo, eran un poco fuertes. Magnus estaba
tomando una ruta desconocida, una que lo llevo por un camino tosco de
París. El camino aquí no estaba tan plano. Estaba brutalmente caliente
en el interior de su carruaje mientras iba saltando a lo largo del camino.
Magnus había animado a uno de sus magníficos abanicos, y le aleteaba
inefectivo, apenas moviendo la brisa. Estaba, si era completamente
honesto consigo mismo -y no lo quería ser-, algo acalorado para su nuevo
y colorido abrigo rayado de azul y rosa, hecho de satín y tafetán, y el
chaleco de seda bordado con una escena de pájaros y querubines. El
cuello de pajarita, la peluca, los pantalones, y los maravillosos guantes
nuevos del más delicado amarillo limón... todo era un poco cálido.
Aún así. Si uno puede verse así de fabuloso, entonces se tenía la
obligación de que fuera así. Uno debía de usarlo todo, o no debía de usar
nada entonces.
Se acomodó en su asiento y aceptó el sudor orgulloso, aliviado de que
viviera bajo sus principios, principios que eran muy bien recibidos en
París. En París las personas siempre estaban a la última moda.
Sombreros que llegaban hasta el techo y que tenían botes en miniatura;
las sedas chillonas, pintura blanca, mejillas sonrojadas en las mujeres y
hombres; las manchas decorativas de belleza; la sastrería; los colores...
En París uno podía tener los ojos de un gato —como los suyos— y decirle
a las personas que era un truco de moda.
En un mundo como este, había mucho trabajo para un brujo
emprendedor. La aristocracia amaba un poco de magia y estaban
dispuestos a pagar por ella. Pagaban por suerte en la mesa de juego. Le
pagaban para hacer a los monos hablar, para hacer a los pájaros cantar
sus piezas favoritas de ópera, para hacer que sus diamantes brillaran de
diferentes colores. Querían que corazones, copas de champán, y estrellas
aparecieran espontáneamente en sus mejillas. Querían deslumbrar a sus
invitados con fuego saliendo de las fuentes, y divertir a esos mismos
invitados teniendo sus divanes correteando por la habitación. Y sus listas
de peticiones para la habitación... bueno, él tomaba notas cuidadosas en
eso. No eran si no imaginativas.
En resumen, las personas de París y el pueblo real vecino de Versalles
eran las personas más decadentes que Magnus había conocido, y por esto
los veneraba profundamente.
Por supuesto, la revolución había puesto un poco de traba en esto.
Magnus era recordado diariamente por ese hecho, incluso ahora,
mientras corría las cortinas de seda azul del carruaje. Recibió unas
cuantas miradas penetrantes de los sin calzoncillos empujando sus
carretas o vendiendo su carne de gato. Magnus tenía apartamentos en el
Marais, en la calle Barbette, muy cerca del Hotel de Soubise, casa de su
viejo —y recientemente muerto— amigo el Príncipe de Soubise. Magnus
tenía una invitación abierta a caminar por los jardines o entretenerse allí
en cualquier momento que quisiera.
De hecho, podía entrar a numerosas de las grandes casas de París y ser
cálidamente recibido. Sus amigos aristócratas eran tontos, pero en su
mayoría inofensivos. Pero ahora era problemático ser visto con ellos.
Algunas veces era problemático ser visto. Ya no era bueno ser muy rico o
tener buenas conexiones. Las masas sucias, productoras del hedor,
habían tomado Francia, volcando todo en su sucio camino.
Sus sentimientos respecto a la Revolución estaban mezclados. La
gente tenía hambre. El precio del pan todavía estaba muy alto. No
ayudaba que la reina, María Antonieta, cuando se le dijo que las personas
no podían pagar por el pan, hubiese sugerido que comieran pastel
entonces. Era entendible para él que las personas demandaran y
recibieran comida, y leña, y todas las necesidades básicas de la vida.
Magnus siempre simpatizó por los pobres y miserables. Pero al mismo
tiempo, nunca había habido una sociedad tan maravillosa como la de
Francia con sus vertiginosos excesos. Y mientras que le gustaba la
emoción, también le gustaba tener un poco de sentido sobre lo que estaba
pasando, y ese sentimiento no estaba siendo muy surtido. Nadie sabía
quien estaba a cargo del país. Los revolucionarios peleaban todo el
tiempo. La constitución siempre estaba siendo escrita. El rey y la reina
estaban vivos y supuestamente todavía en el poder, pero eran
controlados por los revolucionarios. Periódicamente habría matanzas,
fuegos, o ataques, todo en el nombre de la liberación. Vivir en París era
como vivir en un polvorín que estaba encima de otros polvorines más, los
cuales estaban en un barco agitándose ciegamente en el mar. Siempre
estaba esa sensación de que un día las personas —las personas
indefinidas— decidirían matar a todo aquel que pudiera pagar un
sombrero.
Magnus suspiró y se ocultó del rango de los ojos que espiaban y puso
un pañuelo con esencia de jazmín en su nariz. Basta de peste y molestia.
Estaba por ver un globo.
Por supuesto, Magnus había volado antes. Había animado alfombras y
descansaba en los lomos de los pájaros que migraban. Pero nunca había
volado por medio de la mano humana. Esta cosa del globo era nueva y,
francamente, un poco alarmante. Sólo elevándose al aire en una fabulosa
y llamativa creación, con todo París mirándote...
Esto era, por supuesto, el porqué tenía que intentarlo.
La manía de los globos de aire caliente pasó de largo cuando fue por
primera vez la rabia de París, casi diez años atrás. Pero justo el otro día,
cuando Magnus había bebido quizá mucho vino, había mirado hacia
arriba y visto uno de esas maravillas con forma de huevo, de azul cielo,
pasando con rapidez, con sus ilustraciones doradas de los signos
zodiacales y flores de lis, y de repente había tenido el deseo de meterse en
su canasta y recorrer la ciudad. Era un capricho, y no había nada para
Magnus con más importancia que un capricho.
Se las había arreglado para encontrar a uno de los hermanos
Montgolfier ese mismo día y le había pagado con muchos Luis de oro por
un viaje privado.
Y ahora que Magnus estaba en camino para tomar dicho viaje en esta
tarde, recordó la gran cantidad de vino que había bebido en la tarde que
había armado todo esto.
Había sido mucho vino.
Su carruaje finalmente se vino a detener cerca del castillo de la
Muette, una vez un hermoso palacio, ahora cayéndose a pedazos. Magnus
salió a la pantanosa tarde y caminó hacia el parque. Estaba ese
sentimiento pesado y opresivo en el aire que hizo que la maravillosa ropa
de Magnus se sintiera pesada. Siguió el camino hasta que llegó al punto
de encuentro, en donde su globo y la tripulación lo esperaban. El balón
estaba desinflado en el pasto, la seda tan hermosa como siempre, pero el
efecto final no era tan impresionante como esperaba. Tenía mejores
batas a fin de cuentas.
Uno de los Montgolfieres -Magnus no podía recordar a cuál había
contratado- vino apresurado hasta él con una cara sonrojada.
—Monsieur Bane! Je suis désolé, Monsieur1, pero el clima... hoy no
cooperará. Es muy molesto. He visto la luz de un rayo en el
horizonte.
Justo en ese momento, tan pronto como las palabras fueron dichas,
hubo un trueno distante. Y el cielo tenía un tinte verdoso.
—Volar no es posible hoy. Mañana, tal vez. ¡Alain! ¡El globo!
¡Muévelo de una vez! —Y con eso, el globo fue enrollado y cargado a
un pequeño mirador.
Consternado, Magnus decidió dar una vuelta al parque antes de que el
clima empeorara. Uno podía ver a las más atractivas señoritas y los
caballeros caminando por allí, y parecía ser un lugar en donde las
personas venían cuando se sentían... amorosas. Ya no era un bosque y
parque privado, el bosque de Bolonia estaba ahora abierto para las
personas, que habían usados los maravillosos terrenos para papas para la
comida. También usaban algodón y se llamaban orgullosamente a sí
mismos ‘sin calzoncillos’. Usaba pantalones largos y propios de
trabajador, y le mandaron largas y críticas miradas a los propios y
exquisitos pantalones de Magnus, los cuales emparejaban con las rayas
rosas coloridas en su abrigo, y sus medias débilmente plateadas. Se
estaba volviendo realmente difícil ser maravilloso.
También, el parque parecía singularmente desprovisto de atractivas y
enamoradas personas. Era todo con largos pantalones y miradas largas y
1
“lo siento, señor”
personas murmurando acerca de la última fiebre revolucionaria. Los más
nobles parecían nerviosos y miraban hacia el camino cuando algún
miembro del tercer estado pasaba.
Pero Magnus vio a alguien que conocía, y no estaba contento por ello.
Viniendo hasta él a gran velocidad estaba Henri de Polignac, vestido en
negro y plateado. Henri era un subyugado de Marcel Saint Cloud, quien
era líder del más poderoso clan de vampiros en París. Henri era
terriblemente aburrido. La mayoría de los subyugados lo eran. Era difícil
tener una conversación con alguien que siempre estaba diciendo “El amo
dice esto” y “El amo dice eso”. Siempre rastreros. Siempre persistentes,
esperando a ser mordidos. Magnus se tuvo que preguntar qué estaba
haciendo Henri en el parque durante el día, la respuesta ciertamente era
mala. Cazando. Reclutando. Y ahora, molestar a Magnus.
—Monsieur Bane —dijo, con una corta inclinación.
—Henri.
—Ha pasado algo de tiempo desde que lo vimos.
—Oh —dijo Magnus alegremente. —He estado algo ocupado.
Negocios, ya sabe. Revolución.
—Por supuesto. Pero el amo siempre está diciendo lo mucho que ha
pasado desde la última vez que lo vio. Se estaba preguntando si
había desaparecido de la tierra.
—No, no —dijo Magnus. —Sólo ocupado.
—Como el Amo —dijo Henri, con una pequeña sonrisa maliciosa. —
Debería pasarse. El Amo va a tener una fiesta el lunes por la noche.
Estaría muy enfadado conmigo si no lo hubiera invitado.
— ¿En serio? —dijo Magnus, tragándose el ligero sabor amargo que
se le había subido a la boca.
—Definitivamente.
Uno no rechazaba una invitación de Saint Cloud. Al menos, no si uno
quería continuar viviendo contento en París. Los vampiros se ofendían
fácilmente, y los vampiros parisinos eran los peores de todos.
—Por supuesto —dijo Magnus, delicadamente sacando uno de
sus guantes amarillo limón de su mano, simplemente para hacer
algo. —Por supuesto. Estaré encantado. Muy encantado.
—Le diré al Amo que asistirá —replicó Henri.
Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, aterrizando
pesadamente en el abrigo delicado de Magnus. Al menos eso le permitió
despedirse rápidamente. Mientras se apuraba por el pasto, Magnus
levantó su mano. Chispas azules salieron de entre sus dedos e
instantáneamente la lluvia no lo golpeaba. Corrían por un toldo invisible
que había conjurado por encima de su cabeza.
París. Era problemática a veces. Tan política —Oh, sus zapatos... ¡sus
zapatos!— ¿Por qué había usado los de seda con los dedos curvados hoy?
Sabía que iba a ir a un parque. Pero eran nuevos y hermosos e
irresistibles. Tal vez era mejor, en el clima actual, considerar retirarse a
otro lugar más simple. Londres era un buen retiro. No tan a la moda,
pero no sin sus encantos. O podía ir a los Alpes... Sí, amaba el aire limpio
y fresco. O más lejos. Había pasado mucho tiempo desde que estuvo en la
India, después de todo. Y no podía resistir las joyas de Perú...
Quizá lo mejor era quedarse en París.
Se metió en el carruaje justo cuando el cielo se abría en verdad y la
lluvia golpeaba tan fuerte el suelo que no podía escuchar sus
pensamientos. Los asistentes de los creadores del globo apresuradamente
cubrieron los trabajos del globo y las personas se escabulleron hasta los
árboles. Las flores parecían brillar en el rocío del agua, y Magnus tomó
un gran, y profundo respiro del aire de París que amaba tan bien.
Mientras se alejaban, una papa golpeo el costado de su carruaje.
El día, en un sentido muy literal, parecía una bañera. Había solo una
cosa para ello, un largo y frío baño con una taza caliente de lapsang
souchong2. Se bañaría cerca de la ventana y bebería el té humeante, y
miraría la lluvia empapar París. Entonces se reclinaría y leería Le Pie de
Fanchette y Shakespeare por varias horas. Entonces, algo de champán
violeta y una hora o dos para vestirse para la ópera.
— ¡Marie! —llamó Magnus mientras entraba a la casa. — ¡Baño!
Tenía en el servicio a una pareja vieja, Marie y Claude. Eran
extremadamente buenos en sus trabajos, y los años de servicio en París
los habían dejado completamente incapaces de sorprenderse por
cualquier cosa.
De los muchos lugares en donde había vivido, Magnus encontraba su
casa de París como uno de los más placenteros. Ciertamente había
lugares con más grandiosa belleza natural, pero París tenía una belleza
innatural, la cual podría decirse que era mejor. Todo en la casa le daba
placer. El empapelado de seda en amarillo y rosa y en plateado y en azul,
las mesas de bronce, los relojes y espejos y la porcelana... Con cada paso
2
Un tipo de Té negro
que daba para adentrarse a la casa, al salón principal, recordaba lo bueno
del lugar.
Muchos de los subterráneos se mantenían lejos de París. Había
muchos hombres lobo en el país. Pero París, parecía, era el terreno de los
vampiros. Tenía sentido, en muchas maneras. Los Vampiros eran
criaturas corteses. Eran pálidos y elegantes. Disfrutaban de la oscuridad
y el placer. Sus miradas hipnotizantes —el encanto— encantaban a
muchos nobles. Y no había nada más placentero, decadente, y peligroso
que dejar que un vampiro bebiera tu sangre.
Se había salido un poco de las manos durante la fiebre de vampiros en
1787. Allí fue en donde las fiestas de sangre empezaron. Allí fue cuando
todos los niños desaparecieron y algunas otras personas jóvenes
regresaron a casa, pálidos y con las miradas ausentes de los subyugados.
Como Henri, y su hermana, Brigitte. Eran el nieto y nieta del Duque de
Polignac. Una vez miembros amados de una de las grandes familias de
Francia, ahora vivían con Saint Cloud y hacían sus negocios. Y los
negocios de Saint Cloud podían ser algo extraños. A Magnus no le
importaba un poco de decadencia, pero Saint Cloud era malvado. Los
Cazadores de Sombras en el Instituto de París parecían tener poco efecto
en lo que pasaba, posiblemente porque en París había muchos lugares en
los cuales esconderse. Había miles de catacumbas, y era extremadamente
fácil agarrar a alguien de la calle y arrastrarlo abajo. Saint Cloud tenía
amigos en lugares altos y bajos, y sería muy difícil ir tras él.
Magnus hacía todo lo que podía para evadir a los vampiros parisinos y
a los vampiros que aparecían en los bordes de la corte en Versalles. Nada
bueno venía de un encuentro.
Pero suficiente de eso. Hora del baño, el cual Marie ya estaba
llenando. Magnus tenía una gran bañera en su salón principal, justo en la
ventana, así podía ver la calle mientras se bañaba. Cuando el agua estuvo
lista, se sumergió y se preparó. Una hora o más tarde había dejado su
libro al lado y estaba mirando algunas nubes pasar mientras pensaba
ausentemente en la historia de Cleopatra disolviendo una invaluable
perla en una copa de vino. Llamaron a la puerta de la habitación, y
Claude entró.
—Hay un hombre que quiere verlo, Monsieur Bane.
Claude entendía que en el negocio de Magnus no era necesario pedir
nombres.
— Muy bien —dijo Magnus con un suspiro. —Condúcelo adentro.
— ¿El Monsieur recibirá a su visitante en el baño?
— El Monsieur lo está considerando —dijo Magnus, con un suspiro
más profundo. Era molesto, pero las apariencias profesionales
debían de mantenerse. Se salió, chorreando, y se puso una bata
de seda bordada de atrás con un pavorreal. Se tiró petulante en
una silla junto a la ventana.
— ¡Claude! —grito. — ¡Ahora! ¡Que entre!
Un momento más tarde la puerta se abrió de nuevo, y allí estaba
parado un muy atractivo hombre con cabello negro y ojos azules. Usaba
ropa de una obvia fina calidad. La sastrería era absolutamente deliciosa.
Estas cosas eran las cosas que Magnus deseaba que pasaran más
seguido. ¡Qué generoso podía ser el universo, cuando quería serlo!
Después de negarle su viaje en globo y dejarle el tan poco placentero
encuentro con Henri.
—Es el Monsieur Magnus Bane —dijo el hombre con certeza.
Magnus era raramente confundido. Los hombres altos, de piel
dorada y ojos de gato eran raros.
—Lo soy —replico Magnus.
Muchos de los nobles de Magnus había conocido tenían la mente
ausente de personas que nunca se habían encargado de asuntos de
importancia. Este hombre era diferente. Tenía un porte erguido y una
mirada de determinación. También, hablaba francés con un ligero
acento, pero qué tipo de acento, fue algo que Magnus no pudo identificar
inmediatamente.
—He venido a hablar con usted sobre un asunto de urgencia. No lo
haría normalmente... Yo...
Magnus conocía esta vacilación muy bien. Algunas personas estaban
nerviosas en la presencia de brujos.
—Está incomodo, Monsieur —dijo Magnus con una sonrisa. —
Permítame ponerlo más cómodo. Tengo un gran talento en esos
asuntos. Por favor, siéntese. Tome algo de champán.
—Prefiero estar parado, Monsieur.
—Como usted desee. Pero ¿podría tener el placer de saber su
nombre? —pregunto Magnus.
—Mi nombre es Conde Axel von Fersen.
¡Un conde! ¡Llamado Axel! ¡Un hombre militar! ¡Con cabello negro y
ojos azules! ¡Y en un estado de angustia! Oh, el universo sí que lo había
hecho. Al universo le llegarían flores.
—Monsieur Bane, he escuchado de sus talentos. No puedo decir si
creo lo que escuchado pero personas, racionales, inteligentes y
sensibles me han jurado que es capaz de cosas maravillosas más
allá de mi entendimiento.
Magnus extendió las manos en falsa modestia.
—Es todo cierto —dijo. —Mientras sea maravilloso.
—Dicen que puede alterar la apariencia de una persona por medio
de una especie de... conjurar un truco.
Magnus permitió que ese insulto pasara.
—Monsieur —dijo von Fersen. — ¿cuál es su opinión respecto a la
revolución?
—La revolución pasará sin importar mis sentimientos al respecto —
dijo Magnus fríamente. —No soy un hijo nativo de Francia, así que
no presumo tener opiniones en cómo la nación se conduce a sí
misma.
—No soy un hijo de Francia, tampoco soy de Suecia. Pero tengo
sentimientos sobre esto, sentimientos muy fuertes...
A Magnus le gustó cuando von Fersen habló acerca de sus
sentimientos muy fuertes. Le gustó mucho.
—Vengo aquí porque debo, porque usted es la única persona que
puede ayudar. Al venir aquí hoy decirle lo que le voy a decir, pongo
mi vida en sus manos. También arriesgo vidas mucho más valiosas
que la mía. Pero no lo hago tan ciegamente. He aprendido mucho
sobre usted, Monsieur Bane. Sé que tiene muchos amigos
aristócratas. Sé que ha estado en París por seis años, y que es muy
agradado y bien conocido. Y se dice que es un hombre de palabra.
¿Es usted, Monsieur, un hombre de palabra?
—Realmente depende de qué palabra —dijo Magnus. —Hay muchas
palabras maravillosas allí afuera...
Magnus se maldijo silenciosamente por su pobre conocimiento de
sueco. Podría haber añadido otra línea. Trató de aprender frases
seductivas en todos los idiomas, pero el único sueco que había necesitado
realmente fue: “¿Sirven algo además de pescado en vinagre? Y “Si me
envuelves en pieles, puedo pretender ser tu pequeño suave oso”.
Von Fersen se estabilizó visiblemente antes de hablar de nuevo.
—Necesito que salve al rey y a la reina. Necesito que preserve a la
familia real de Francia.
Bueno. Esto ciertamente era un giro inesperado. Como en réplica, el
cielo se oscureció de nuevo y había otro retumbar de un trueno.
—Ya veo —replico Magnus después de un momento.
— ¿Cómo le hace sentir esa declaración, Monsieur?
—Lo mismo de siempre —replicó Magnus, asegurándose de
mantener su fachada calmada. —Con mis manos.
Pero se sentía todo menos calmado. Las mujeres campesinas que
habían irrumpido en el palacio de Versalles y expulsado al rey y a la
reina, ahora vivían en Tulieries, ese palacio derrumbado en medio de
París. La gente que había hecho panfletos detallado los supuestos
crímenes de la familia real. Parecían enfocarse mucho más en la reina
María Antonieta, acusándola de las cosas más terribles, usualmente
sexual —No había forma posible de que ella pudiera haber hecho todas
las cosas que los panfletos declaraban. Los crímenes eran horribles,
demasiado inmorales, y físicamente demasiado exigentes. Magnus nunca
había intentado la mitad de ellos—.
Cualquier cosa relacionada con la familia real era peligrosa y mala de
saber.
Lo que lo hacía muy apetecible y era aterrador.
—Obviamente, Monsieur, he tomado un gran riesgo al decirle
todo eso a usted.
—Me doy cuenta de ello —dijo Magnus. — ¿Pero salvar a la
familia real? Nadie los ha lastimado.
—Eso sólo cuestión de tiempo —dijo von Fersen. Su emoción
trajo un sonrojo a sus mejillas que hizo que el corazón de
Magnus aleteara. —Son prisioneros. Reyes y reinas que son
prisioneros generalmente no son liberados para gobernar de
nuevo. No... No. Es sólo cuestión de tiempo para que la situación
se ponga más grave. Ya es intolerable, las condiciones en las que
son obligados a vivir. El palacio es sucio. Los sirvientes crueles y
burlones.
Cada
día
sus
posesiones
y
títulos
naturales
disminuyen. Estoy seguro... estoy muy seguro... de que si no son
liberados, no vivirán. Y no puedo vivir con ese conocimiento.
Cuando fueron arrastrados de Versalles, vendí todo y los seguí a
París. Los seguiré a donde sea.
— ¿Qué es lo que quiere que haga? —dijo Magnus.
—Me dijeron que puede modificar la apariencia por medio de...
alguna especie de... maravilla.
Magnus estaba feliz de aceptar esa descripción de sus talentos.
— Cualquier precio que desee, será pagado. La familia real de
Suecia también será informada de su gran servicio.
— Con todo el respeto debido, Monsieur —dijo Magnus. —No vivo
en Suecia. Vivo aquí. Y si hago esto...
— Si hace esto, hará el más grandioso servicio a Francia. Y cuando
la familia sea restaurada en su lugar propio, será honorado como
un gran héroe.
De nuevo, esto hizo poca diferencia. Pero lo que hacía diferencia era
von Fersen mismo. Eran los ojos azules, y el cabello negro y la pasión y el
obvio coraje. Era la manera en la que estaba parado alto y fuerte.
—Monsieur, ¿nos ayudará? ¿Tenemos su palabra, Monsieur?
También era una muy mala idea. Una terrible idea. Era la peor idea
que había escuchado alguna vez. Era irresistible.
—Su palabra, Monsieur —dijo Axel de nuevo.
—La tienes —dijo Magnus.
—Entonces vendré de nuevo mañana por la noche y le mostraré el
plan —dijo von Fersen. —Le enseñaré lo que debe de pasar.
—Insisto que cenemos juntos —dijo Magnus. —Si vamos a tomar
esta gran aventura juntos.
Hubo una momentánea pausa, y entonces Axel dio un corto
asentimiento.
—Sí —dijo. —Sí, acepto. Cenaremos juntos.
Cuando von Fersen se fue, Magnus se miró en el espejo por un largo
tiempo, buscando signos de locura. La magia involucrada era simple.
Podía meterse y salir del palacio y poner un simple glamour. Nadie lo
sabría.
Sacudió su cabeza. Esta era París. Todos sabían algo, de alguna forma.
Tomó un largo trago del ahora cálido champán violeta. Toda duda
lógica que tenía fue ahogada por el latido de su corazón. Había pasado
mucho tiempo desde que sentía la aceleración. En su mente ahora sólo
estaba von Fersen.
La noche siguiente, Magnus trajo la cena, cortesía del chef del hotel de
Soubise. Los amigos de Magnus permitían el uso del equipo de la cocina
y sus excelentes comidos cuando necesitaba poner una mesa
especialmente fina. Esta noche tenía delicada sopa de pichón, turbot,
pato rouen con naranja, ternera asada, judías verdes, alcachofa y una
mesa llena de bollos de crema, fruta y pastelillos. La comida era simple
de arreglar, sin embargo, vestirse no lo era. Absolutamente nada estaba
bien. Necesitaba algo coqueto y atrayente, y al mismo tiempo serio y de
negocios. Al principio parecía que el abrigo amarillo limón y pantalones
con el chaleco morado encajaban, pero entonces fueron descartados por
el chaleco verde lima y entonces los pantalones violetas. Se decidió por
un conjunto de simple azul cerúleo, pero no antes de haber vaciado su
guardarropa entero.
Esperar fue una deliciosa agonía. Magnus sólo podía caminar de un
lado a otro, mirando hacia la ventana, esperando a que el carruaje de von
Fersen llegara. Hizo incontables viajes al espejo, y luego a la mesa que
Claude y Marie habían puesto tan cuidadosamente antes de que los
mandara a retirarse por la noche. Axel había insistido en privacidad, y
Magnus estaba feliz de cumplir.
Precisamente a las ocho en punto un carruaje se detuvo enfrente de la
puerta de Magnus, y de él salió Axel. Incluso alzó la mirada, como si
supiera que Magnus estaría mirando, esperándolo. Sonrió en saludo, y
Magnus sintió una placentera sensación de enfermedad, un pánico...
Se apresuró para recibir a Axel por sí mismo.
—He despedido a mi personal por la noche, como pidió —dijo,
tratando de recuperar la compostura. —Pase. La cena está lista.
Disculpara la informalidad de mi servicio.
—Por supuesto, Monsieur —dijo Axel.
Pero Axel no se demoró en su comida, o se permitió a sí mismo los
placeres de beber su vino y tomar los encantos de Magnus. Se lanzó
directo a los asuntos. Incluso tenía mapas, los cuales desenrolló en el
sofá.
—El plan de escape ha sido desarrollado por varios meses —dijo,
tomando una alcachofa de un plato de plata. —Por mí, por algunos
amigos de la causa, y por la reina misma.
— ¿Y el rey? —pregunto Magnus.
— Su Majestad se ha... apartado de la situación de cierta manera.
Ha estado desalentado por la situación. Su Majestad la reina ha
asumido mucha responsabilidad.
— Parece tenerle mucho aprecio a... Su Majestad —notó Magnus
con cuidado.
— Es de admirarse —dijo Axel, pasándose la servilleta por los
labios.
— Claramente confía en usted. Debe de ser muy cercano.
— Con gracia me ha permitido su confianza.
Magnus sólo podía entrever. Axel no revelaba todo, lo cual lo hacía
todavía más atractivo.
—El escape será el domingo —siguió Axel. —El plan es simple, pero
exacto. Lo hemos arreglado de tal forma que los guardias han visto
a ciertas personas saliendo por ciertas salidas en ciertos momentos.
En la noche del escape, sustituiremos la familia por esas personas.
Los niños serán despertados a las diez treinta. El heredero será
vestido como una chica joven. Él y su hermana serán sacados del
palacio por la real gobernante, la marquesa de Tourzel, y se
encontrarán conmigo en el Gran Carrusel. Manejaré el carruaje.
Entonces esperaremos por Madame Elisabeth, hermana del rey.
Ella se irá por la misma salida que los niños. Cuando su Majestad
termine su coucher por la noche y lo dejen solo, también se irá,
disfrazado como el Chevalier de Coigny. Su Majestad la reina...
escapará al último.
— ¿María Antonieta se irá al último?
— Fue
su
decisión
—dijo
von
Fersen
rápidamente.
—Es
extremadamente valiente. Demanda ir al último. Si se descubre
que los otros desaparecieron, desea sacrificarse a sí misma con
el propósito de ayudar a su escape.
Estaba de nuevo esa pasión en su voz. Pero esta vez cuando miró a
Magnus, su mirada se quedó allí por un momento, fijada en las pupilas
similares a las de un gato.
—Así que, ¿por qué sólo quieres que se le haga un glamour a la
reina?
—Parcialmente tiene que ver con el tiempo —dijo Axel. —El orden
en el cual las personas deben de ser vistas viniendo y yendo. Su
Majestad el rey estará con personas justo después de su coucher, y
él se va instantáneamente después de eso. Sólo su Majestad la reina
estará sola en el palacio por cierto tiempo. Ella también es más
reconocible.
— ¿Más que el Rey?
— Pero por supuesto. Su Majestad el rey no es... un hombre guapo.
Las miradas no se detienen en su rostro. Lo que las personas
reconocen es su ropa, y el carruaje, todos los signos externos de
su estatus real. Pero su Majestad... su cara es reconocida. Su
cara es estudiada y pintada y dibujada. Su estilo es copiado. Ella
es hermosa, y su rostro ha quedado en la memoria de muchos.
— Ya veo —dijo Magnus, queriendo alejarse del tema de la belleza
de la reina. — ¿Y qué pasara con usted?
— Llevaré el carruaje lejos de Bondy —dijo, su mirada todavía en
Magnus. El continuó listando detalles, movimientos de tropas,
lugares para cambiar caballos, cosas de esa naturaleza. Magnus
no tenía interés en esos detalles. No podían mantener su interés
como la forma en la que la elegante tela de la camisa rozaba la
barbilla de Axel mientras hablaba. El grosor de su labio inferior.
Ningún rey o reina o palacio u obra de arte podían tener algo
para compararse con ese labio inferior.
— En cuanto a tu pago...
Estas palabras hicieron echarse atrás a Magnus.
— El asunto del pago es simple —dijo Magnus—. No necesito dinero...
— Monsieur (Monseñor) —dijo Alex, inclinándose hacia adelante—,
¡haces esto como un verdadero patriota de Francia!
— Hago esto —continuó Magnus con alma—, para desarrollar nuestra
amistad. Sólo pido volver a verte cuando esto este hecho.
— ¿Verme?
— Verte, Monsieur.
Los hombros de Axel se echaron un poco para atrás y miró abajo hacia
su plato. Por un momento Magnus pensó que había sido todo para nada,
que había hecho un mal movimiento. Pero entonces Axel miró hacia
arriba, y la luz de vela parpadeó en sus ojos azules.
— Monsieur —dijo, tomando la mano de Magnus a través de la mesa—
seremos los amigos más cercanos para siempre.
Esto era precisamente lo que Magnus quería escuchar.
El domingo por la mañana, el día del escape, Magnus se despertó con
el usual sonido de las campanas de la iglesia sonando en todo París. Su
cabeza estaba un poco densa y nublada de la larga noche con el Conde y
un grupo de actores de la Comédie—Italienne. Parecía que durante la
noche también había adquirido un mono. Se sentó en los pies de su
cama, comiendo felizmente el pan de la mañana. Magnus ya había tirado
la tetera que había traído Claude y había una pila de plumas de avestruz
trituradas en el medio del suelo.
— Hola —le dijo Magnus al mono.
El mono no contestó.
— Te llamaré Ragnor —añadió Magnus recostándose contra las
almohadas suavemente—. ¡Claude!
La puerta se abrió, y Claude entro. No parecía ni un poco sorprendido
por la presencia de Ragnor. Inmediatamente empezó su trabajo de
limpiar el té caído.
— Necesitaré que consigas una correa para mi mono, Claude, y
también un sombrero.
— Por supuesto, Monsieur.
— ¿Piensas que necesita un pequeño abrigo también?
— Tal vez no, con este clima, Monsieur.
— Tienes razón —dijo Magnus con un suspiro—. Hazle un simple traje
de vestir, como el mío.
— ¿Cuál, Monsieur?
— El rosa y plateado.
— Excelente elección, Monsieur —dijo Claude, empezando a trabajar
en las plumas.
— Y llévalo a la cocina y consíguele un desayuno apropiado, ¿sí?
Necesitará fruta y agua, y tal vez un baño fresco.
Para este punto, Ragnor había saltado del pie de la cama y estaba
yendo hacía una exquisita vasija Sevres de porcelana, cuando Claude lo
levantó como si hubiese sido un levantador de monos toda su vida.
— Ah —añadió Claude, alcanzándolo en su abrigo—, llegó una nota
para usted esta mañana.
Salió silenciosamente con el mono. Magnus abrió con violencia la nota.
Decía:
Hay un problema. Será
pospuesto hasta mañana.
Axel
Bueno, ahora los planes de la noche están arruinados. Mañana es la
fiesta de Saint Cloud. Ambas de esas obligaciones debían encontrarse.
Pero podía hacerse. Tomaría su carruaje al borde del palacio de
Tulieries, asistiría al negocio con la reina, volvería al carruaje, e iría a la
fiesta. Había tenido noches más agitadas.
Y Axel lo valía.
Magnus pasó la mayor parte del día y noche más preocupado por la
fiesta de Saint Cloud que por su negocio con la familia real. El glamour
sería fácil. La fiesta probablemente sería incómoda y algo angustiosa.
Todo lo que tenía que hacer era aparecer, sonreír, y charlar un poco, y
después podría irse.
Pero no podía escapar de cómo se sentía, que de algún modo esta noche
iría mal.
Pero primero, el pequeño asunto de la reina.
Magnus tomó su baño y se vistió después de la cena. En seguida dejó
su departamento silenciosamente a las nueve, instruyendo a su
conductor para que lo llevara a los alrededores del jardín Tulieries y
regresara a medianoche. Fue un viaje bastante familiar. Muchas personas
fueron al jardín con la "posibilidad de encontrarse con personas" dentro
de los topiarios. Caminó alrededor un poco, yendo a través del oscuro
jardín, escuchando los apagados ruidos de los amantes en los arbustos,
ocasionalmente mirando a hurtadillas para tener un pequeño vistazo.
A las diez y treinta se fue, siguiendo el mapa de Axel, al exterior de los
departamentos del hace mucho tiempo difunto Duque de Villequier. Si
todo iba de acuerdo al plan, la joven princesa y el delfín estarían saliendo
por esas puertas sin guardia pronto, con el delfín disfrazado de niña
pequeña. Si ellos no salían, el plan ya estaba frustrado.
Pero sólo unos minutos después de lo esperado, los niños salieron con
sus enfermeras, todos disfrazados. Magnus los siguió rápidamente
mientras caminaban a través de la fachada norte del patio, bajando por la
rue de l'Échelle, y al Gran Carrusel. Y ahí, con un carruaje sencillo, estaba
Axel. Estaba vestido como un tosco cochero parisino. Incluso estaba
fumando una pipa y haciendo bromas, todo en un perfecto acento del
bajo París, todo trazo de sueco se había ido. Ahí estaba Axel en la luz de
la luna, llevando a los niños al carruaje. Magnus se quedó sin habla por
un momento. La valentía de Axel, su talento, su caballerosidad... tiró del
corazón de Magnus de un modo levemente desconocido, e hizo muy
complicado poder ser cínico.
Los observó irse, y volvió a su tarea. Entraría a través de la misma
puerta. Aunque la puerta estaba sin guardia, Magnus necesitaba su
glamour para protegerse, para que cualquiera que lo observe sólo viera
un gran gato escabulléndose en el palacio a través de una puerta que
parecería abierta por completo.
Con miles de personas entrando y saliendo, y sin personal real para
limpiar—los suelos estaban sucios, con montones de barro y huellas
secas. Había un olor rancio sobre el lugar, una mezcla de humedad de,
humo, moho, y algunos orinales sin vaciar, algunos de los cuales estaban
sentado en los pasillos .No había luz, salvo la que sereflejaba desdelas
ventanas, en los espejos, y débilmenteamplificado concandelabrosde
cristal queestaban llenos detelarañasyatenuadospor el hollín.
Axel le había dado a Magnus un mapa dibujado a mano con
instrucciones muy claras sobre como atravesar lo que parecía una eterna
serie de arcos y grandes habitaciones ampliamente vacías, su dorado
mobiliario ausente o habiendo sido apropiado bruscamente por guardias.
Había unas cuantas puertas secretas ocultas en los paneles, por los que
Magnus pasó silenciosamente. Mientras se adentraba más profundo en el
palacio, las habitaciones se hicieron más limpias, las velas un poco más
frecuentes. Había aromas a comida cocinándose y humo de pipa y más
gente pasando.
Y entonces llegó a los aposentos reales. En la puerta por la cual le
dijeron que debía entrar, un guardia sentado al lado, ociosamente
silbando y pateando su silla. Magnus envió una pequeña chispa a la
esquina de la habitación, y el guardia se levantó para examinarlo.
Magnus deslizó la llave en la cerradura y entró. Estas habitaciones tenían
un silencio aterciopelado en ellas que se sentía antinatural e incómodo.
Olió humo de una vela recientemente extinguida. Magnus no estaba
intimidado por la realeza, pero su corazón empezó a latir un poco más
rápido a medida que alcanzaba la segunda llave que Axel le había dado.
Axel tenía la llave de los cuartos privados de la reina. De hecho era al
mismo tiempo emocionante e inquietante.
Y ahí estaba ella, Reina María Antonieta. Había visto imágenes de ella
muchas veces, pero ahora estaba frente a él, y completamente humana.
Eso era lo shockeante. La reina era humana, en su camisón. Había una
ternura en ella. Una parte, sin dudas, era simplemente el entrenamiento
que había tenido, su majestuoso porte y pequeños y delicados pasos.
Aunque las imágenes de ella nunca habían hecho justicia a sus ojos, los
cuales eran grandes y luminosos. Su cabello había sido cuidadosamente
peinado en un halo de claros rizos, sobre los cuales tenía una clara gorra
de lino. Magnus permaneció en las sombras y la miró pasearse en su
habitación, yendo de la cama a la ventana y de nuevo a la cama,
claramente aterrorizada por el destino de su familia.
— No notas nada, Madame —dijo él en voz baja. La reina se volteó
mientras él decía esto y miró la esquina de la habitación con
confusión, luego regresó a su paseo.
Magnus se acercó, y mientras lo hacía, pudo ver cómo la tensión de las
cosas había tomado cargo en la mujer. Su cabello estaba fino, y pálido,
volviéndose frágil y gris en partes. Aún así, su cara tenía un feroz y
determinado brillo que Magnus admiraba un poco. Pudo ver por qué
Axel se había enamorado de ella, había una fuerza ahí que nunca habría
esperado.
Movió sus dedos, y llamas azules crepitaron entre ellos. De nuevo la
reina se volteó con confusión. Magnus pasó su mano por la cara de ella,
cambiando su rostro de familiar y real a familiar y ordinario. Sus ojos
disminuyeron su tamaño y se hicieron oscuros, sus mejillas se volvieron
regordetas y fuertemente ruborizadas con rojo, su nariz aumentó su
tamaño y su barbilla retrocedió. Su cabello se volvió más débil y se
oscureció a castaño. Él fue un poco más allá de lo que era absolutamente
necesario, incluso alterando sus pómulos y orejas un poco hasta que
ninguno pudiera confundir a la mujer frente a él con la reina. Se veía
como se suponía que se debería ver, como una noble mujer rusa de
diferente edad, una vida completamente diferente.
Él creó ruido cerca de la venta para desviar su atención, y cuando su
espalda se volteó, él salió. Dejó el palacio a través de una salida
pesadamente concurrida detrás de los departamentos reales, donde la
reina dejó una puerta abierta para las entradas y salidas nocturnas de
Axel.
Era completamente simple y elegante, y un buen trabajo nocturno.
Magnus se sonrió, miró hacia la luna colgando sobre París, y pensó en
Axel, conduciendo en su carruaje. Después los pensamientos se
dirigieron en Axel haciendo otras cosas, en seguida se apresuró. Había
vampiros que debía ver.
Era afortunado que las fiestas de los vampiros empezaran tan tarde. El
carruaje de Magnus se detuvo en la puerta de Saint Cloud después de la
medianoche. Los sirvientes, todos vampiros, lo ayudaron en su carruaje y
Henri lo saludó desde la puerta.
— Monsieur Bane —dijo, con su pequeña sonrisa siniestra—. El
maestro estará tan complacido.
— Me alegro —dijo Magnus, apenas ocultando su sarcasmo. La ceja de
Henri se movió sólo un poco. Luego se volteó y extendió su brazo
hacia una chica de edad y apariencia similar, rubia, ojos vidriosos,
expresión dura y muy hermosa.
— ¿Conoces a mi hermana Brigitte?
— Por supuesto. Nos hemos encontrado varias veces, madeimoselle,
en tu... vida previa.
— Mi vida previa —dijo Brigitte con una pequeña risa tintineante—.
Mi vida previa.
La vida previa de Brigitte era una idea que seguía entreteniéndola,
mientras continuaba riéndose tontamente y sonriéndose. Henri puso su
brazo a su alrededor de un modo que no era completamente fraternal.
— El maestro generosamente nos ha permitido mantener nuestros
nombres —dijo—. Y estuve más complacido cuando me permitió
regresar a mi antigua casa y traer a mi hermana a vivir aquí. El
maestro es muy generoso de esta forma, como es en todas las
demás formas.
Esto causó en Brigitte otro ataque de risas tontas. Henri le dio una
palmadita juguetona en el trasero.
— Estoy absolutamente sediento —dijo Magnus—. Creo que tomaré
un poco de champagne.
A diferencia del lúgubre y pobremente iluminado Tulieries, la casa
Saint Cloud era espectacular. No calificaba como palacio, en términos de
tamaño, pero tenía la opulencia del decoro. Era una auténtica jungla de
patrones, con pinturas juntas marco a marco hasta el techo. Y todos los
candelabros de Saint Cloud brillaban y estaban llenos de velas negras,
chorreando su cera al suelo. La cera era instantáneamente levantada por
un pequeño ejército de subyugados. Unos pocos mundanos parásitos
cubrían el mobiliario, la mayoría sosteniendo vasos de vino, o botellas. La
mayoría desplomados con sus cuellos expuestos, sólo esperando,
rogando por ser mordidos. Los vampiros se quedaban en su propia parte
de la habitación, riéndose de ellos y señalando, como si estuviesen
eligiendo qué comer de una mesa de manjares.
En la sociedad mundana parisina, las grandes y empolvadas pelucas
habían pasado recientemente de moda, a favor de estilos más naturales.
En la sociedad de vampiros, las pelucas eran más grandes que nunca.
Una vampira tenía una peluca que tenía al menos seis pies de alto,
empolvada de un rosa claro, y sostenida por un delicado entramado del
cual Magnus sospechaba que eran huesos de niños. Ella tenía un poco de
sangre en la esquina de su boca, y Magnus no pudo descubrir si las rayas
rojas en sus mejillas eran sangre o un ruborizado extremo. (Como las
pelucas, los vampiros de París también estaban a favor del ligero estilo de
maquillaje passé, como los afilados puntos de rubor en sus mejillas,
posiblemente en burla a los humanos.)
Pasó un arpista con cara cenicienta, quien Magnus lo notó
severamente, había sido encadenado al piso por su tobillo. Si tocaba lo
suficientemente bien, podría mantenerse vivo por un tiempo para tocar
otra vez. O podría ser un tentempié nocturno. Magnus estaba tentado a
cortar la cadena del arpista, pero justo en ese momento, una voz sonó
arriba.
— ¡Magnus! Magnus Bane, ¿dónde has estado?
Marcel Saint Cloud se estaba inclinando sobre el pasamanos y
haciendo señas. A su alrededor, un grupo de vampiros miraba a
hurtadillas a Magnus sobre sus abanicos de plumas, marfil y huesos.
Saint Cloud era notablemente hermoso, aunque para Magnus era
doloroso admitirlo. Todos los ancianos tenían una apariencia especial en
ellos, un brillo que venía con la edad. Y Saint Cloud era anciano,
posiblemente uno de la primera corte de vampiros de Vlad. No era tan
alto como Magnus, pero era elegantemente huesudo, con pómulos
sobresalientes y largos dedos. Sus ojos eran completamente negros, pero
captaban la luz como vidrios espejados. Y su ropa... bueno, usaba el
mismo sastre que Magnus, así que por supuesto era maravillosa.
— Siempre ocupado —dijo Magnus, arreglándoselas para sonreír
mientras Saint Cloud y su grupo de seguidores descendían los
escalones. Se colgaban de sus zapatos, alterando su paso para
hacerlo al mismo tiempo que él. Aduladores.
— Te acabas de perder a Sade.
— Qué lástima —replicó Magnus. El Marqués de Sade era
decididamente un mundano espeluznante con la imaginación más
perversa con la que se había cruzado Magnus desde la Inquisición
Española.
— Hay algunas cosas que quiero mostrarte —dijo Saint Cloud,
poniendo un frío brazo alrededor de los hombros de Magnus—.
¡Cosas absolutamente maravillosas!
Una cosa que Saint Cloud y Magnus tenían en común era una gran
apreciación de moda mundana, mobiliario, y arte. Magnus tendía a
comprar los suyos, o recibirlos como pago. Marcel negociaba con los
revolucionarios, o con la gente de la calle que habían robado a grandes
casas y tomado cosas lindas de adentro. O sus subyugados le entregaban
sus posesiones. O las cosas simplemente llegaban a su casa. Era mejor no
hacer
muchas
preguntas
y
simplemente
admirar,
y
admirar
ruidosamente. Marcel tomaría como ofensa si Magnus no elogiaba cada
objeto. De repente, un coro de voces de afuera del patio estaba llamando
a Saint Cloud.
— Algo debe estar pasando —dijo Marcel—. Tal vez deberíamos
investigar.
Las voces eran agudas, ansiosas, y descompuestas. Todos los tonos
que Magnus no quería oír en una fiesta de vampiros. Esos tonos
significaban cosas muy malas.
— ¿Qué pasa, mis amigos? —dijo Marcel, caminando hacia el
vestíbulo del frente.
Había una maraña de vampiros parados de pie en los escalones
delanteros, con Henri a la cabeza. Algunos de ellos sostenían una figura
luchadora. Ella hacía chillidos estridentes desde una boca que sonaba
cubierta, aunque era imposible verla en el gentío.
— Maestro... —Los ojos de Henri eran amplios— Maestro, hemos
encontrado... No lo creerá, Maestro...
— Muéstrame. Tráelo adelante. ¿Qué es?
Los vampiros se ordenaron un poco y tiraron a la humana al espacio
despejado en el suelo. Todo lo que Magnus podría hacer era no hacer
ruidos de alarma, o soltar algo en absoluto.
Era María Antonieta.
Por supuesto, el glamour que le había puesto no tenía efecto en los
vampiros. La reina estaba expuesta, su cara blanca de la conmoción.
— Ustedes... —dijo ella, dirigiéndose a la multitud en una voz
temblorosa— Qué han hecho... Ustedes...
Marcel levantó una mano silenciadora, y para sorpresa de Magnus, la
reina dejó de hablar.
— ¿Quién la trajo? —Preguntó— ¿Cómo pasó esto?
— Fui yo, Monsieur —dijo una voz. Un elegante vampiro llamado
Coselle dio un paso hacia adelante—. Estaba caminando por la Rue
Du Bac, y no podía creer lo que veía en absoluto. Debía haber salido
de Tulieries. Estaba en la calle, Monsieur, lucía en pánico y
perdida.
Por supuesto. La reina no estaría acostumbrada a estar fuera en las
calles por su cuenta. Y en la oscuridad era fácil tomar el camino
equivocado. Había girado mal y había cruzado el Seine de alguna forma.
— Madame —dijo Marcel, bajando por las escaleras—. ¿O debería
decir "Su Majestad"? ¿Tengo el placer de dirigirme a nuestra
amada y más... ilustre reina?
Una risita por lo bajo proveniente de la habitación, pero aparte de eso,
no había ruido en absoluto.
— Soy ella —dijo la reina, levantándose—. Y demando...
Marcel volvió a levantar su mano, indicando silencio. Descendió el
resto de los escalones y caminó hacia la reina, se paró frente a ella, y la
examinó de cerca. Luego dio una pequeña reverencia.
— Su Majestad —dijo él—. Estoy emocionado más allá de las palabras
de que pudieras asistir a mi fiesta. Todos estamos emocionados
más allá de las palabras, ¿no es así, mis amigos?
Para entonces, todos los vampiros que podían entrar, se habían
reunido en la entrada. Aquellos que no podían, se inclinaban desde las
ventanas. Había aprobación y sonrisas, pero ninguna respuesta. El
silencio era terrible. Fuera de la pared del patio de Marcel, incluso París
mismo parecía haber caído en el silencio.
— Mi querido Marcel —dijo Magnus, forzando una risa—, odio
decepcionarte, pero esta no es la reina. Es la señora de uno de mis
clientes. Su nombre es Josette.
Mientras esta declaración parecía ser clara y obviamente falsa, Marcel
y los otros se mantuvieron en silencio, esperando escuchar más. Magnus
bajó los escalones, tratando de lucir divertido por este giro de los eventos.
— Es muy buena, ¿no es así? —Dijo— Atiendo muchos gustos, como
tú. Y tuve un cliente que deseaba hacerle a la reina lo que ella había
estado haciéndole a los franceses por muchos años. Fui contratado
para hacer una transformación total. Y debo decir, a riesgo de sonar
presuntuoso, que he hecho un excelente trabajo.
— Nunca te vi siendo modesto —dijo Marcel con una risa indirecta.
— Es una cualidad sobrevalorada —replicó Magnus encogiéndose de
hombros.
— Entonces ¿cómo explicas el hecho de que esa mujer dice que ella,
en efecto, es la Reina Marie Antoniette?
— ¡Soy la reina, monstruo! —Dijo ella, su voz ahora histérica— Soy la
reina. ¡Soy la reina!
Magnus tuvo la impresión de que ella no decía esto como un modo de
impresionar a sus captores, si no como una forma de asegurar su propia
identidad y cordura. Él dio un paso calmadamente frente a ella y paso sus
dedos frente a su cara. Cayó inconsciente al momento, desplomándose en
sus brazos.
— ¿Por qué —dijo, calmadamente volviéndose hacia Marcel— estaría
la reina de Francia vagando por esta calle, sin atención, en medio
de la noche?
— Una pregunta justa.
— Porque no era. Era Josette. Debía estar completa en todas las
formas. Al principio mi cliente quería que sólo se viera como la
reina, pero después insistió en el paquete completo, como si fuese.
Apariencia, personalidad, todo. Josette cree absolutamente que es
María Antonieta De hecho, estaba trabajando un poco en ella en ese
mismo aspecto cuando se asustó y escapó de mi departamento. Tal
vez me siguió hasta aquí. A veces mis talentos sacan lo mejor de mí.
Dejó a la reina suavemente en el suelo.
— También parece que tiene un leve glamour en ella —añadió Marcel.
— Para mundanos —dijo Magnus—. No puedes dejar que una mujer
se vea exactamente como la reina paseándose por las calles. Es uno
bastante leve, como un chal de verano. Se suponía que aún no debía
dejar la casa. Todavía estaba trabajando.
Marcel se agachó y tomó la cara de la reina con sus manos, girándola
de lado a lado, a veces mirando a la cara misma, a veces a su cuello. Un
largo minuto o dos pasaron en los que el grupo entero esperó por sus
siguientes palabras.
— Bueno —dijo Marcel finalmente, parándose de nuevo—. Debo
felicitarte por la excelente pieza de trabajo.
Magnus tuvo que prepararse para que su alivio no se viera.
— Todo mi trabajo es excelente, pero acepto tus felicitaciones —dijo
moviendo una mano descuidada en dirección a Marcel.
— Una maravilla como esta, sería un éxito tan grande tenerla en una
de mis reuniones. Así que realmente debo insistir en que me la
vendas.
— ¿Venderla? —dijo Magnus.
— Sí —Marce se inclinó y trazó su dedo en la línea de la mandíbula de
la reina—. Sí, debes hacerlo. Lo que sea que haya pagado tu cliente,
lo
duplicaré.
Pero
realmente
debo
tenerla.
impresionante. Lo que sea que te guste, lo pagaré.
— Pero, Marcel...
Es
un
poco
— Ahora, ahora, Magnus —Marcel lentamente movió un dedo—.
Todos tenemos nuestras debilidades, y nuestras debilidades deben
ser satisfechas si van a florecer. La tendré.
No serviría implicar que este cliente ficticio era más importante que
Marcel. Pensar. Tenía que pensar. Y sabía que Marcel lo estaba viendo
pensar.
— Si insistes —replicó Magnus—. Pero como dije, aún estaba
trabajando. Sólo me quedan unos toques finales por hacer. Aún
tienen unos hábitos desafortunados que quedaron de su vida
pasada. Todos esas peculiaridades de Versalles, hay tantas de ellas,
todas tienen que ser cosidas como un fino bordado. Y aún no he
firmado el trabajo. Me gustar firmar mi trabajo.
— ¿Cuánto tomaría esto?
— Oh, no mucho. La podría traer de vuelta mañana...
— Preferiría que se quede aquí. Después de todo, ¿cuánto te toma
firmar tu trabajo? —preguntó Marcel con una ligera sonrisa.
— Puede tomar tiempo —dijo Magnus, respondiendo con su propia
sonrisa conocida—. Tengo una firma exquisita.
— Cuando negocias con bienes usados, prefiero los que están en
inmaculada condición. No te demores en eso. Henri, Charles...
lleven a la Señorita arriba y pónganla en la habitación azul. Dejen
que el Monsieur Bane termine su firma. Estamos ansiosos de ver el
producto final prontamente.
— Por supuesto —dijo Magnus.
Lentamente siguió a los subyugados y a la reina que estaba
inconsciente.
Después de que Henri y Charles pusieron a la reina en la cama,
Magnus cerró la puerta y deslizó un gran armario para bloquearla.
Después abrió los postigos completamente. La habitación azul era un
cuarto en el tercer piso, una caída directa al patio de bienvenida. Esa era
la única forma de salir.
Magnus se permitió unos momentos para jurar antes de sacudir su
cabeza y volver a tomar el control de la situación nuevamente.
Probablemente podría salir pos sí mismo de esta, pero sacar a ambos, él y
la reina... y regresarle la reina a Axel...
Miró fuera de la ventana nuevamente, al suelo de abajo. La mayoría de
los vampiros habían vuelto a entrar. Aunque unos pocos sirvientes y
subyugados permanecieron para recibir a los carruajes. Hacia abajo no
funcionaría, pero arriba...
Arriba, en un globo, por ejemplo.
Magnus estaba seguro de una cosa, este trabajo sería difícil. El globo
mismo estaba del otro lado de París. Lo alcanzó con su mente y descubrió
lo que estaba buscando. Estaba enrollado en la marquesina en el Bois de
Boulgne. Lo enrolló en el césped, deseó que se inflara, le puso un
glamour para hacerlo invisible, y lo levantó del suelo. Lo sintió
levantarse, y lo guió hacia arriba, sobre los árboles del parque, sobre las
casas y las calles, cuidadosamente evitando las agujas de las iglesias y
catedrales, sobre el río.
Era fuertemente levantado y llevado fácilmente por el viento. Quería ir
hacia arriba en el cielo, pero Magnus lo mantuvo.
En algún punto se quedaría sin poder, y perdería la conciencia. Sólo
podía esperar que eso pasara después de este proceso, pero realmente no
había forma de saber. Mientras el globo se acercaba, hizo lo mejor para
hacer un glamour completo, haciéndolo invisible incluso para los
vampiros de abajo.
Lo observó viniendo a la ventana, y tan cuidadosamente como pudo, lo
guió más cerca. Se inclinó lo más que pudo y lo agarró. La canasta tenía
una pequeña puerta, la cual se las arregló para abrirla.
Cuando uno roba un globo volador y lo anima para volar sobre París,
uno debería, perfectamente, tener alguna idea de cómo un globo normal
funciona. Magnus nunca había estado interesado en la mecánica del
globo, su único interés era que los mundanos podían ahora volar en una
colorida pieza de seda. Así que cuando descubrió que la canasta tenía un
fuego, estaba consternado.
Probablemente la reina misma no era pesada, pero pesado era su
vestido, o cualquier cosa que estaba oculta o cosida en el, para su escape,
ciertamente lo era, y Magnus no tenía energía para desperdiciar.
Chasqueó sus dedos y la reina despertó. Justo a tiempo pasó un dedo por
sus labios y silencio el grito que estaba a punto de salir de su boca.
— Su Majestad —dijo, el cansancio pesaba en su voz—. No hay tiempo
para explicar, y no hay tiempo para presentaciones. Lo que tiene
que hacer es salir tan rápido como sea posible de esta ventana. No
puede verlo, pero hay algo que la atrapará. Pero debemos hacerlo
rápido.
La reina abrió su boca y, encontrando que no podía hablar, empezó a
correr por la habitación, agarrando objetos y arrojándoselos a Magnus.
Magnus se encogía mientras las vasijas golpeaban la pared junto a él. Se
las arreglo para atar el globo a la ventana con la cortina y agarró a la
reina. Empezó a darle puñetazos a Magnus. Sus puños eran pequeños y
claramente no estaba acostumbrada a este tipo de actividad, pero sus
golpes no eran completamente ineficaces. Sólo tenía poca fuerza, y ella
parecía estar corriendo por puro miedo, lo que aceleraba sus venas.
— Su Majestad —siseó—. Debe detenerse. Debe escucharme. Axel...
En la palabra "Axel", se congeló. Esto era todo lo que necesitaba. La
empujó contra la ventana. El globo, golpeado hacia atrás por la fuerza, se
movió un pie más o menos fuera de la ventana, así que se ella se
balanceaba mitad dentro, mitad fuera. Colgaba ahí, aterrorizada y
alcanzando algo que podía sentir pero no ver, resbaló un pie pateando el
aire y pegándole a un lado del edificio. Magnus tuvo que aceptar unas
pocas ráfagas de patadas en el pecho y cara antes de ser capaz de meterla
en la canasta. Sus faldas se revolcaron sobre su cabeza, y la Reina de
Francia se vio reducida a una pila de telas y dos piernas suspendidas.
Saltó a la canasta por sí mismo, cerró la puerta, y soltó el amarre de la
canasta con un profundo suspiro. El globo fue directo hacia arriba,
disparado sobre los techos. La reina se las había arreglado para darse
vuelta y gatear con sus rodillas. Ella tocó la canasta, sus ojos abiertos
como las maravillas de un niño. Se levantó lentamente y echó un vistazo
por el borde de la canasta, miró hacia abajo, y se desmayó de nuevo.
— Algún día —dijo Magnus, mirando a la arrugada persona real en sus
pies—, debo escribir mis memorias.
Este no fue el viaje en globo que Magnus había esperado.
Para empezar, el globo estaba bajo y lento de una forma suicida, y no le
gustaba nada la idea de caerse repentinamente en techos y chimeneas. La
reina se movía y gemía en el piso de la canasta, causando que se moviera
hacia adelante y atrás de una forma que daba nauseas. Un búho hizo un
ataque repentino. Y el cielo estaba oscuro, tan oscuro que Magnus no
tenía idea de dónde estaba yendo. La reina se quejó un poco y levantó su
cabeza.
— ¿Quién eres? —preguntó débilmente.
— El amigo de un amigo —replicó Magnus.
— ¿Qué estamos...
— Es mejor que no pregunte, Su Majestad. Realmente no quiere la
respuesta. Y pienso que estamos siendo llevados al sur, que es la
dirección completamente errónea.
— Axel...
— Sí —Magnus se inclinó y trató de distinguir las calles de abajo—. Sí,
Axel... pero aquí hay una pregunta... Si estuviese tratando de
encontrar, digamos, el Seine, ¿adónde miraría?
La reina bajó su cabeza.
Se las arregló para encontrar suficiente fuerza para restaurar el
glamour del globo, haciéndolo invisible para los mundanos. No tenía
suficiente energía para ponerse completamente un glamour a sí mismo
en el proceso, así que algunas personas pudieron disfrutar de la vista de
la parte superior de Magnus saliendo de la ventana del tercer piso en la
oscuridad. Algunos no desperdiciaban las velas, y consiguió una o dos
vistas muy interesantes.
Eventualmente, vio un negocio que conocía. Bajó el globo en la calle,
hasta que se viera más y más familiar, y después vio el Notre Dame.
Ahora la pregunta era... ¿Dónde bajar el globo? No podía simplemente
aterrizarlo en medio de París. Incluso uno invisible. París era
simplemente demasiado... puntiagudo.
Sólo había una cosa por hacer, y Magnus ya la odiaba.
— Su Majestad —dijo, pinchando a la reina con su pie—. Su Majestad,
debe despertar.
La reina se movió de nuevo.
— Ahora —dijo Magnus—, no le gustará lo que estoy por decir, pero
confíe cuando digo que es la mejor de varias terribles alternativas...
— Axel...
— Sí. Ahora, en un minuto estaremos aterrizando en el Seine...
— ¿Qué?
— Y sería muy bueno si pudiese sostenerse. Y supongo que su vestido
está lleno de joyas, así que...
El globo estaba cayendo rápido, y el agua estaba subiendo. Magnus les
navegó cuidadosamente a un punto entre los dos puentes.
— Lo puedes conseguir.
El globo simplemente cayó como una piedra. El fuego se apagó, y la
seda de inmediato cayó sobre Magnus y la reina. Magnus estaba casi sin
fuerzas, pero se las arregló para encontrar lo suficiente para desgarrar la
seda en dos para así no atraparlos. Nadó en su propio poder, tirando de
ella debajo de su brazo al banco. Ellos estaban, como había esperado,
muy cerca de las Tullerías3 y el muelle. Él la llevó hacia las escaleras y la
tiró.
— Quédate aquí— dijo, chorreando y jadeando.
Pero la reina estaba inconsciente de nuevo. Magnus la envidiaba.
Caminó por las escaleras y dio marcha atrás hacia las calles de París.
Axel probablemente habría estado dando vueltas a la zona. Habían
acordado que si algo salía mal, Magnus enviaría un destello azul en el
3
Antiguo palacio y residencia de los reyes de Francia, en París. Construido por encargo de Catalina de Médicis
(1564). Fue residencia de los Bonaparte. En 1871, durante la Comuna de París, fue incendiado.
cielo, como un fuego artificial. Así lo hizo. Luego se dejó caer al suelo y
esperó.
Unos quince minutos más tarde, un carruaje se detuvo, no el simple,
llano de antes sino una masiva, en negro y verde y amarillo. Uno que
podría fácilmente llevar a la mitad de una docena o más personas
durante varios días, en el más grande de los estilos posibles. Axel saltó
desde el asiento del conductor y se apresuró a Magnus.
— ¿Dónde está? ¿Por qué estás mojado? ¿Qué ha sucedido?
— Ella está bien"—, dijo Magnus, poniendo una mano. — ¿Este es el?
¿Una berlina4 de viaje? "
— Sí— dijo von Fersen. —Sus Majestades insisten. Y sería indecoroso
para ellos que lleguen en algo menos grande.
— Y es imposible no ser notado.
Por primera vez von Fersen parecía incómodo. Había odiado
claramente esta idea y había luchado contra ella.
—
—
—
—
Sí, bueno. . . este es el carruaje. Pero. . .
Ella está en las escaleras. Tuvimos que aterrizar en el río.
¿Aterrizar?
Es una larga historia—, dijo Magnus. —Digamos que las cosas se
complicaron. Pero ella está viva.
Axel se puso de rodillas delante de Magnus.
— Nunca serás olvidado por esto—, dijo Axel en voz baja— Francia lo
recordara. Suecia lo recordara.
4
*Berlina: carruaje francés, parecido a un sedán.
— No me importa si Francia o Suecia recuerda. Me importa si tú te
acuerdas.
Magnus estaba genuinamente sorprendido cuando fue Axel quien
instigó el beso-cuan repentino fue, cuan apasionado, cómo todo París, y
todos los vampiros, y el Sena y el globo y todo cayó y fueron solamente
los dos por un momento. Un momento perfecto.
Y fue Magnus quien lo rompió.
— Ve— susurró. —Necesito que estés a salvo. Ve.
Axel asintió, mirando un poco sorprendido por su propia acción, y
corrió hacia las escaleras del muelle. Magnus se levantó y con una última
mirada empezó a caminar.
Volver a casa no era una opción. Los vampiros de Saint Cloud’s
estaban probablemente en sus habitaciones en estos momentos. Tendría
que entrar hasta el amanecer. Pasó la noche en la petitemaison de
Madame de -, una de sus amantes más recientes. Al amanecer regresó a
sus aposentos. La puerta estaba entreabierta. Hizo su camino hacia
dentro cautelosamente.
— Claude— llamó, cuidadosamente manteniéndose en la piscina de la
luz del sol por la puerta. — ¡Marie! ¡Ragnor! "
— Ellos no están aquí, señor— dijo una voz.
Henri. Por supuesto. Estaba sentado en la escalera.
—
—
—
—
¿Les has hecho daño a ellos?
Tomamos a los llamados Claude y Marie. No sé quién es Ragnor.
¿Les has hecho daño a ellos?" —Dijo Magnus de nuevo.
Ellos están más allá del daño ahora. Mi amo me pidió que le
enviara sus saludos. Dijo que fueron un excelente banquete.
Magnus se sentía enfermo. Marie y Claude habían sido buenos con él, y
ahora. . .
— Al Amo le gustaría mucho verte—dijo Henri. —Por qué no vamos
allí juntos, ahora, y puedes hablar cuando se despierte esta noche.
— Creo que voy a declinar la invitación—dijo Magnus.
— Si lo hace, creo que encontraras en París un lugar más inhóspito
para vivir. ¿Y quién es ese nuevo caballero de los tuyos?
Encontraremos su nombre con el tiempo. ¿Entiendes?
Henri se levantó y trató de parecer amenazante, pero era un mundano,
uno oscuro de diecisiete años.
— Lo que creo, pequeño oscuro—, dijo Magnus, dando un paso más
cerca—Es que se te olvida con quien estás tratando.
Magnus dejó algunas chispas azules de película entre los dedos. Henri
retrocedió un paso.
— Vete a casa y dile a tu amo que he recibido su mensaje. He ofendido
que no tenía intención de dar. Voy a salir de París de una vez. El
asunto puede considerarse cerrado. Acepto mi castigo.
Se apartó de la puerta y extendió el brazo para indicar que Henri debe
salir.
Como había esperado, todo era un caos -muebles volcados, marcas de
quemaduras por las paredes, arte desaparecido, libros rallados. En su
alcoba había vino derramado sobre su cama y su ropa. . . . Por lo menos
él pensó que era vino.
Magnus no pasó mucho tiempo para recoger a través de los restos. Con
el movimiento de su mano, la chimenea de mármol se alejo del muro.
Cogió un saco cargado de Louis D’Ors5, un grueso rollo de asignados, y
una colección de anillos maravillosos de citrino, jade, rubí, y un
magnífico topacio azul.
Esta fue su póliza de seguro, en caso de que los revolucionarios han
allanado su casa. Vampiros, revolucionarios. . . todo era lo mismo ahora.
Los anillos fueron a sus dedos, los asignados a su abrigo, y el Louis D'Ors
en una hermosa cartera de cuero, que también había sido almacenada en
el interior de la pared para este mismo propósito. Metió la mano más
atrás en la abertura y produjo un último elemento-el Libro Gris,
encuadernado en terciopelo verde. Esto lo colocó cuidadosamente en el
bolso.
Oyó un pequeño ruido detrás de él, y Ragnor salió arrastrándose por
debajo de la cama.
5
Luis de oro. es un tipo de moneda de oro emitida en Francia a partir del reinado de Luis XIII en 1640, y que se
acuñó hasta 1793
— Mi pequeño amigo— dijo Magnus, recogiendo el mono asustado. —
Por lo menos sobreviviste. Ven. Nos iremos juntos.
Cuando Magnus oyó la noticia, se fue a lo alto en los Alpes,
descansando junto a un arroyo, aplastando algunos edelweiss bajo su
pulgar. Magnus había intentado evitar todas las cosas francesas por
semanas- gente francesa, comida francesa, noticias francesas. Él se había
entregado a la carne de cerdo y ternera machacada, baños termales, y la
lectura. Durante la mayor parte de este tiempo había pasado sus días solo
-con poco Ragnor- y en el silencio. Pero esa misma mañana un noble
escapado de Dijon había venido a quedarse en la posada donde Magnus
estaba viviendo. Tenía el aspecto de un hombre al que le gustaba hablar
largo y tendido, y Magnus no estaba de humor para tal compañía, por lo
que había ido a sentarse junto al arroyo. No se sorprendió cuando el
hombre lo siguió allí.
— ¡Tú! ¡Monsieur! —Llamó a Magnus mientras fumaba y resopló por
la ladera.
Magnus sacudió algunos edelweiss6 de su uña.
— ¿Sí?
— El dueño dice que vino recientemente de París, ¡Monsieur! ¿Es
usted mi compatriota?
Magnus llevaba una luz de glamour en el hotel, por lo que podría pasar
como un refugiado francés noble al azar, uno de los cientos que fluían en
la frontera.
— Yo venía de París— dijo Magnus evasivamente.
6
es una planta de la familia de las Asteraceae. Se trata de una flor que crece en pequeños grupos en las
praderas alpinas.
— ¿Y tienes un mono?
Ragnor estaba correteando alrededor. Se había acostumbrado a los
Alpes muy bien.
— Ah, Monsieur, ¡estoy tan contento de encontrarlo! Durante
semanas no he hablado con nadie de mi tierra. —Se retorció las
manos-—No sé qué pensar ni qué hacer en estos días. Estos
tiempos peligrosos ¡Tales horrores! ¿Usted ha oído hablar del rey y
la reina, sin duda? "
— ¿Qué pasa con ellos? —Dijo Magnus, manteniendo el rostro
impasible.
— Sus Majestades, ¡Dios los proteja! ¡Trataron de escapar de París!
Llegaron hasta la localidad de Varennes, donde se dice que un
trabajador postal reconoció el rey. Fueron capturados y enviados de
vuelta a París. ¡Oh, tiempos terribles!
Sin decir palabra, Magnus se levantó, recogió a Ragnor, y regresó a la
posada.
No quería pensar en ese asunto. En su mente, Axel y la familia habían
estado a salvo. Así era como había necesitado que fuera. Pero ahora.
Se paseó por la habitación, y, finalmente, escribió una carta a la
dirección de Axel en París. Luego esperó por la respuesta.
Pasaron tres semanas y entró una mano desconocida, de Suecia.
— Monsieur, Axel quiere que sepa que está bien, y devuelve la
profundidad de los sentimientos. El Rey y la Reina, como usted sabe,
están encarcelados en París. Axel se ha trasladado a Viena para
defender su causa ante el emperador, pero me temo que está decidido
a volver a París, a riesgo de su vida. Monsieur, como Axel parece
tenerle en alta estima, no le escriba a él y desalenté esta empresa. Es
mi amado hermano, y me preocupo por él constantemente.
Hubo una dirección dada en Viena, y la nota fue firmada simplemente
"Sophie". Axel regresaría a París. De eso, Magnus estaba seguro.
Vampiros, folklóricas hadas, hombres lobo, cazadores de sombras, y los
demonios, esas cosas tenían sentido para Magnus. Pero la tierra
mundana parecía no tener ningún patrón, ninguna forma. Su política de
azogue. Sus cortas vidas. . .
Magnus pensó una vez más al hombre de ojos azules, de pie en su sala.
Luego encendió una cerilla y quemó la nota.
Cassandra Clare es la autora del New York Times, USA
Today, Wall Street Journal, and Publishers Weekly mejor vendida
por la serie de Los Instrumentos y la trilogía de Los Artificios
Infernales.
Sus libros tienen más de 20 millones de copias impresas en el
mundo y ha sido traducido en más de 35 idiomas.
Cassandra vive en Western Massachusetts. Visítala
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de Sombras en Shadowhunters.com.
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Maureen pasa mucho de su tiempo en línea, que le valió algunas
dudosos y algunos no tan dudosos elogios, como ser nombrado una
de las personas del top 140 para seguir en twitter de Time magazine.
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