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Cincuenta años después de la época de auge del jazz en el hotel Dumont, el inmortal brujo Magnus Bane sabe que el icono de Manhattan está en declive. El otrora hermoso hotel Dumont se ha vuelto algo deteriorado, una ruina, algo tan muerto cómo puede un lugar estar. Pero a los vampiros no les importa… Julio de 1977 Q ué es lo que haces? ―preguntó la mujer. ―Esto y aquello ―dijo Magnus. ―¿Trabajas en el mundo de la moda? Te ves como si lo hicieras. ―No ―dijo él―. Yo soy la moda. Fue una observación cursi, pero pareció deleitar a su compañera de asiento en el avión. En realidad, el comentario había sido una especie de prueba. Todo parecía deleitar a su compañera; la parte de atrás del asiento en frente de ella, sus uñas, su copa, su propio cabello, el cabello de los demás, la bolsa para vomitar... El avión había estado en el aire sólo una hora, pero la compañera de Magnus se había levantado cuatro veces para usar el baño. Cada vez había salido momentos después frotando su nariz ferozmente y visiblemente crispada. Ahora estaba inclinada sobre él, su cabello rubio alado mojándose con la copa de champaña de Magnus, su cuello apestando a Eau de Guerlain. El rastro débil de polvo blanco todavía colgando de su nariz. Él podría haber hecho este viaje en segundos con tan sólo pasar por un Portal, pero había algo placentero en las aeronaves. Eran encantadoras, íntimas, y lentas. Puedes conocer a personas. Magnus disfrutaba conocer personas. ―¿Pero tu atuendo? ―dijo ella―. ¿Qué es? Magnus miró su traje de vinilo de gran tamaño a cuadros rojos y negros con una camiseta hecha trizas por debajo. Era parte corriente del escenario punk londonés, pero eso todavía no había llegado a Nueva York. ―Hago relaciones públicas ―dijo la mujer, aparentemente olvidando su pregunta―. Para discotecas y clubes. Los mejores clubes. Aquí. Aquí. Escarbó en su bolso gigante, y se detuvo un momento cuando encontró sus cigarrillos. Se puso uno entre los labios, lo encendió, y continuó buscando hasta que sacó una pequeña caja de tarjetas con forma de caparazón de tortuga. La abrió y eligió una tarjeta que decía: ELECTRICA. ―Ven ―dijo, dándole golpes a la carta con una uña larga y roja―. Ven. Está inaugurando. Va a estar bár-baro. Muuuucho mejor que Studio 54. Oh. Discúlpame un segundo. ¿Quieres? Le mostró un pequeño frasco en la palma de su mano. ―No, gracias. Y luego estaba nuevamente saliendo a tropezones del asiento, su bolso chocando con el rostro de Magnus mientras volvía al baño. Otra vez los mundanos se habían vuelto muy interesados por las drogas. Pasaban por estas etapas. Ahora era la cocaína. Él no había visto tanta cantidad de esta cosa desde el cambio de siglo, cuando la habían metido en todo; tónicos y pociones e incluso en la Coca-Cola. Pensó por un momento que habían dejado atrás lo de esta droga, pero había vuelto, y con toda la fuerza. Las drogas nunca le habían interesado a Magnus. Un buen vino, absolutamente, pero se mantuvo alejado de pociones y polvos y píldoras. No tomabas drogas y hacías magia. Además las personas que se drogaban eran aburridas. Irremediable e inexorablemente aburridas. Las drogas las volvían o muy lentas o muy rápidas, y hablaban mayormente sobre drogas. Y luego o las dejaban (un proceso bastante horrible) o morían. No había un paso intermedio. Como todas las etapas mundanas, esto también desaparecería. Con suerte pronto. Cerró sus ojos y decidió dormir el camino a través del Atlántico. Londres había quedado atrás. Ahora era hora de volver a casa. Saliendo de JFK, Magnus tuvo el primer recuerdo de por qué se había ido sumariamente de Nueva York dos veranos atrás. Nueva York era malditamente caliente en verano. Estaba apenas rozando los cien grados1, y el olor a gasolina de avión y los gases de escape mezclados con los gases pantanosos que impregnaban esta parte alejada de la ciudad. Él sabía que el olor sólo empeoraría. Se unió una cola para esperar un taxi con un suspiro. Este era tan cómodo como cualquier caja de metal dejada al sol, y su chofer sudoroso sumaba al perfume general del aire. ―¿Hacia dónde, amigo? ―preguntó, notando el atuendo de Magnus. ―La esquina de Christopher y la Sexta Avenida. El taxista gruñó y encendió el taxímetro, y luego salieron hacia el tráfico. El humo del cigarrillo del taxista iba directamente hacia la cara de Magnus. Levantó un dedo y lo hizo salir por la ventana. El camino desde JFK hacia Manhattan era extraño, pasando por barrios familiares y franjas desoladas, y por extensos cementerios. Era una tradición antigua. Mantén a los muertos fuera de la ciudad, pero no tan lejos. Londres, donde había estado recientemente, estaba rodeada de viejos cementerios. Y Pompeya, que había visitado hacia unos meses, tenía una avenida entera para los muertos, tumbas conduciendo directamente hasta las paredes de la ciudad. Pasando todos los barrios de Nueva York y los cementerios, al final de la multitudinaria autopista, brillado en la distancia, estaba Manhattan. Sus chapiteles y picos prendiéndose para la noche. De la muerte a la vida. No había planeado mantenerse alejado de la ciudad por tanto tiempo. Iba a hacer un corto viaje hacia Monte Carlo... pero luego, estas 1 Cien grados Fahrenheit equivalen a 37,78 grados Celsius. cosas pueden pasar. Una semana en Montecarlo se transforma en dos en la Riviera, lo que se transforma en un mes en París, y dos meses en Toscana, y luego terminas en un bote que se dirige a Grecia, y después vuelves a París para la temporada, y vas a Roma un rato, y a Londres... Y a veces te vas accidentalmente por dos años. Pasa. ―¿De dónde eres? ―preguntó el taxista, mirando a Magnus por el espejo retrovisor. ―Oh, de por ahí. De aquí mayormente. ―¿Eres de aquí? ¿Te habías ido? Te ves como si te hubieras ido. ―Por un tiempo. ―¿Has oído acerca de los asesinatos? ―No he leído un periódico en bastante tiempo. ―Dijo Magnus. ―Un lunático. Se hace llamar el Hijo de Sam. También lo han llamado el asesino del calibre cuarenta y cuatro. Va por ahí disparándole a parejas en los caminos de amantes2, ¿sabes? Bastardo enfermo. Muy enfermo. La policía no lo ha atrapado. No hacen nada. Maldito bastardo. La ciudad está llena de ellos. No tendrías que haber vuelto. Los taxistas de Nueva York, siempre como rayitos de sol. Magnus se bajó en la esquina rodeada de árboles de la Sexta Avenida y la calle Christopher, en el corazón de la Villa Oeste. Aún en la caída de la noche el calor era abrasador. Aunque parecía alentar la atmósfera para una fiesta en el barrio. La Villa había sido un lugar interesante antes de que se haya ido. Parecía que en su ausencia las cosas habían subido de nivel en cuanto a festejos. Hombres disfrazados 2 En inglés, lovers’ lane; son los lugares donde parejas van usualmente en un vehículo a besarse o tener relaciones. Por ejemplo, estacionamientos. caminaban por la calle. Las veredas de los cafés estaban repletas. Había una atmósfera de carnaval que Magnus encontró instantáneamente invitadora. El departamento de Magnus no tenía ascensor, estaba en el tercer piso de una de las casas de ladrillos que surcaban la calle. Se dejó entrar y corrió suavemente por los escalones, lleno de buen humor. El humor se le esfumó cuando llegó al departamento. Lo primero que notó, al otro lado de su puerta, fue un olor fuerte y feo, algo podrido mezclado con algo como zorrino, mezclado con otras cosas que no tenía deseos de saber. Magnus no vivía en un departamento apestoso. Su departamento olía a pisos limpios, flores e incienso. Puso la llave en la cerradura, y cuando trato de empujar la puerta para abrirla, se trabó. Tuvo que empujarla con fuerza para que se abriera. La razón quedó inmediatamente clara; había cajas de botellas de vino vacías del otro lado. Y para su sorpresa el televisor estaba prendido. Cuatro vampiros estaban tirados sobre su sofá, mirando caricaturas con la mirada vacía. Supo de inmediato que eran vampiros. La falta de color bajo la piel, la pose lánguida. Incluso estos vampiros ni se habían molestado en limpiar la sangre de las comisuras de sus bocas. Todos tenían rastros secos de esa cosa por todos sus rostros. Había un disco dando vueltas en el reproductor. Había alcanzado el final y estaba trabado en la franja vacía del final, silbando gentilmente en tono de desaprobación. Sólo una de los vampiros se dio vuelta para mirarlo. ―¿Quién eres? ―le preguntó ella. ―Magnus Bane. Vivo aquí. ―Oh. Volvió a mirar las caricaturas. Cuando Magnus se fue dos años atrás, había dejado el departamento a cargo de un ama de llaves, la señora Milligan. Había mandado dinero cada mes para pagar las boletas y la limpieza. Claramente ella había pagado las boletas. La electricidad funcionaba. Pero no había limpiado, y probablemente la señora Milligan no había invitado a estos cuatro vampiros a quedarse y hacer del lugar un basurero. En cada lugar que Magnus miraba había signos de destrucción y decaimiento. Una de las sillas de la cocina había sido rota y estaba tirada en partes por el suelo. Las otras estaban llenas de periódicos y revistas. Había ceniceros repletos, y ceniceros improvisados, y luego sólo rastros de cenizas y platos llenos de colillas de cigarrillos. Las cortinas de la sala de estar estaban torcidas y despedazadas. Todo estaba torcido, y otras cosas simplemente faltaban. Magnus tenía muchas piezas de arte preciosas que había coleccionado a lo largo de los años. Buscó una de sus piezas favoritas de porcelana de Sevres que había mantenido en una mesa del vestíbulo. Eso, por supuesto, había desaparecido. Y la mesa también. ―No quiero ser descortés ―dijo Magnus, mirando infelizmente una pila de basura apestosa en una de las esquinas de su mejor alfombra persa―, pero ¿puedo preguntarles por qué están en mi casa? Esto le ganó una mirada nublada. ―Vivimos aquí ―dijo la niña que estaba al final, la osada que podía dar vuelta su cabeza. ―No ―dijo Magnus―. Creo que recién expliqué que vivo aquí. ―No estabas aquí. Así que vivimos aquí. ―Bueno, he vuelto. Así que tienen que hacer otros arreglos. No hubo respuesta. ―Déjame ser más claro ―dijo parándose en frente de la televisión. Luz azul crepitaba de entre sus dedos―. Si están aquí, deben saber quién soy. Deben saber de qué soy capaz. ¿Tal vez quieran que convoque a alguien para que los ayude a salir? ¿O tal vez pueda abrir un Portal y mandarlos al otro lado del Bronx? ¿Ohio? ¿Mongolia? ¿A dónde les gustaría que los deje? Los vampiros del sofá no dijeron nada por un minuto o dos. Luego lograron mirarse mutuamente. Hubo un gruñido, un segundo gruñido, y luego se levantaron del sofá con tremenda dificultad. ―No se preocupen por sus cosas ―dijo Magnus―. Se las enviaré después. ¿Al Dumont? Hacía mucho tiempo que los vampiros habían reclamado el viejo y maldito Hotel Dumont. Era la dirección general de todos los vampiros de Nueva York. Magnus los miró más de cerca. Nunca había visto vampiros como estos. Parecían estar... ¿enfermos? Los vampiros no se enfermaban realmente. Tenían hambre, pero no se enfermaban. Y estos vampiros se habían alimentado. La evidencia estaba por todos sus rostros. Además estaban sacudiéndose un poco. Considerando el estado de su lugar, no sentía ganas de preocuparse por su salud. ―Vamos ―dijo uno de ellos. Salieron al descanso y bajaron las escaleras arrastrando los pies. Magnus cerró la puerta con firmeza y, con un movimiento de su mano, movió un lavabo cubierto con mármol para bloquearla desde dentro. Al menos eso había sido muy pesado o robusto para romper o quitar, pero estaba llena de ropa vieja y sucia que parecía estar cubriendo algo que instintivamente supo no quería ver. El olor era terrible. Eso tendría que irse primero. Una chispa de azul golpeó el aire, y el olor fue reemplazado por el suave aroma de jazmín de noche. Sacó el disco del reproductor. Los vampiros habían dejado una pila de álbumes. Dio una ojeada y eligió el nuevo disco de Fleetwood Mac que todo el mundo estaba escuchando. Le gustaba. Había un sonido levemente mágico en la música. Magnus barrió su mano por el aire nuevamente, y lentamente el departamento comenzó a arreglarse. Como muestra de agradecimiento, mandó la basura y las variadas pilas desagradables al Dumont. Después de todo había prometido mandarles las cosas. A pesar de la magia que había usado en su aire acondicionado de ventana, a pesar de la limpieza, a pesar de todo lo que había hecho, el departamento seguía sintiéndose pegajoso y sucio y desagradable. Magnus durmió poco. Se rindió alrededor de las seis de la mañana y salió en busca de café y desayuno. De todas formas seguía con el horario de Londres. Afuera en las calles, algunas personas claramente estaban volviendo a casa por la noche. Había una mujer cojeando con un zapato de taco y un pie descalzo. Había tres personas cubiertas en brillantina y sudor saliendo de un taxi en su esquina, todas estaban usando boas de plumas. Magnus se acomodó en una cabina en la esquina de un comedor del otro lado de la calle. Era lo único que estaba abierto. Sorprendentemente estaba lleno. Otra vez, la mayoría de las personas parecían estar en el final de sus días, no el comienzo, y estaban engullendo panqueques para absorber el alcohol de sus estómagos. Magnus había comprado un periódico junto a la caja registradora. El taxista no había estado mintiendo, las noticias de Nueva York eran malas. Había dejado una ciudad en problemas y había vuelto a una ciudad rota. La ciudad estaba en ruinas. La mitad de los edificios del Bronx se habían quemado. La basura se apilaba en las calles porque no había dinero para la recolección. Asaltos, asesinatos, robos... y sí, alguien llamándose a sí mismo el Hijo de Sam y diciendo ser el agente de Satán estaba corriendo por ahí con una pistola y disparándole a gente al azar. ―Pensé que eras tú ―dijo una voz―. Magnus, ¿dónde has estado, hombre? Un hombre joven se deslizó del otro lado de la cabina. Vestía vaqueros, un chaleco de cuero sin camisa, y una cruz de oro en una cadena alrededor de su cuello. Magnus sonrió y dobló su diario. ―¡Greg! Gregory Jensen era un hombre lobo joven y extremadamente guapo con cabellos rubios hasta los hombros. El rubio no era el color de pelo favorito de Magnus, pero a Gregory le sentaba definitivamente bien. Magnus había tenido una especie de enamoramiento por un tiempo, un enamoramiento que eventualmente dejó ir cuando conoció a la esposa de Greg, Consuela. El amor de los hombres lobos era intenso. No te acercabas. ―Te lo dije ―Greg sacó el cenicero de debajo de la rocola de la mesa y se encendió un cigarrillo―. Las cosas han estado alocadas recientemente. Lo digo enserio, alocadas. ―¿En qué sentido? ―Los vampiros, amigo ―Greg dio una larga pitada―. Hay algo malo en ellos. ―Encontré algunos en mi departamento cuando volví anoche ―dijo Magnus―. No parecían bien. Eran desagradables, para empezar. Y parecían enfermos. ―Están enfermos. Se están alimentando como locos. Se está poniendo feo, hombre. Se está poniendo feo. Te lo estoy diciendo... Se inclinó sobre la mesa y bajó la voz. ―Los cazadores de sombras se nos van a venir encima si los vampiros no se controlan. En este momento no estoy seguro si los cazadores saben lo que está pasando. La tasa de asesinatos en la ciudad es tan alta que tal vez no lo saben. Pero no pasará mucho tiempo hasta que lo descubran. Magnus volvió a sentarse en su asiento. ―Usualmente Camille mantiene las cosas bajo control. Greg se encogió de hombros pesadamente. ―Sólo puedo decirte que los vampiros comenzaron a aparecer en todos los clubes y las discotecas. Aman esas cosas. Pero luego comenzaron a atacar a la gente todo el tiempo. En los clubes, en las calles. La policía de Nueva York cree que los ataques son asaltos raros, así que por el momento se mantuvo en silencio. Pero cuando los cazadores de sombras se enteren, nos van a caer encima. Se están volviendo gatillo fácil. Cualquier excusa. ―Los Acuerdos prohíben... ―Los Acuerdos mi trasero. Te lo estoy diciendo, no va a pasar mucho tiempo hasta que empiecen a ignorar los Acuerdos. Y los vampiros los violaron tanto que cualquier cosa puede pasar. Te lo digo, todo está loco. Un plato de panqueques fue dejado en frente de Magnus, y él y Greg dejaron de hablar por un momento. Greg apagó su cigarrillo apenas fumado. ―Debo irme ―dijo―. Estaba patrullando para ver si alguien había sido atacado, y te vi por la ventana. Quería decirte hola. Es bueno volver a verte. Magnus dejó cinco dólares en la mesa y alejó los panqueques. ―Iré contigo. Quiero verlo con mis propios ojos. La temperatura se había disparado en la hora que había estado en el comedor. Esto amplificaba la peste de la basura desbordante; derramándose de los botes de basura (que sólo la cocinaban e intensificaban el perfume), bolsas apiladas en las cunetas. Basura tirada simplemente a la calle. Magnus se paró sobre los envoltorios de hamburguesas, latas y periódicos. ―Dos áreas básicas para patrullar ―dijo Greg prendiéndose otro cigarrillo―. Esta y el oeste del medio de la ciudad. Vamos calle por calle. De aquí voy hacia el oeste. Hay muchos clubes de este lado junto al río, en el distrito empaquetador de carne. ―Está bastante cálido. ―Este calor, hombre. Creo que podría ser el calor volviéndolos locos. Les pasa a todos. Greg se quitó su chaleco. Hay ciertamente peores cosas que caminar con un hombre hermoso sin camisa en una mañana de verano. Ahora que ya es una hora más civilizada, hay personas afueras. Parejas gay caminando de la mano, al aire libre, durante el día. Eso era bastante nuevo. Incluso cuando la ciudad parecía estar cayéndose a pedazos, algo nuevo estaba pasando. ―¿Ha hablado Lincoln a Camille? ―preguntó Magnus. Max Lincoln era la cabeza de los hombres lobo. Todos solo le llamaban por su apellido, que quedaba con su cadavérica alta estructura y rostro barbudo, y, como el más famoso de los Lincoln, él era un famoso líder calmado y resuelto. ―Ellos no hablan ―dijo Greg―. Ya no. Camille viene por aquí por los clubs, y eso es todo. Tú sabes cómo es ella. Magnus lo sabía muy bien. Camille siempre había sido un poco distanciada, al menos a los extraños y a los conocidos. Ella tenía un aire de realeza. La privada Camille era una bestia enteramente diferente. ―¿Qué hay con Raphael Santiago? ―pregunto Magnus. ―Se ha ido. ―¿Ido? ―Los rumores dicen que lo han mandado fuera. Yo oí eso de una persona del mundo mágico. Ellos claman que lo han oído de algunos vampiros que habían caminado por Central Park. Él debió de haber sabido que era lo que estaba pasando y tuvo un par de palabras con Camille. Ahora se ha ido. Esto no encajaba bien. Ellos caminaron a través de la Villa, por las tiendas, los cafés hacia el Distrito de Empaquetamiento de Carne, con sus calles adoquinadas y desusadas bodegas. Muchas de esas eran ahora clubs. Había un sentimiento de desolación ahí en la mañana, solo los restos de las fiestas abandonadas y el río corriendo lentamente a lo largo más abajo. Incluso el río parecía resentir el calor. Checaron en todos los lugares, en los callejones, a lado de la basura. Buscaron debajo de las vans y camiones. ―Nada. ―dijo Greg mientras miraba de cerca y picaba la última pila de basura en el último callejón. ―Supongo que fue una noche tranquila. Es tiempo de registrarse, es tarde. Esto requirió una caminata rápida en un incluso más alto calor. Greg no podía pagar un taxi, y se rehusó a que Magnus lo hiciera, así que Magnus infelizmente se unió a la caminata todo el camino hacia la calle Canal. La guarida de los hombres lobo estaba oculta detrás de la fachada de un restaurante solo para llevar, en Chinatown. Un hombre lobo estaba parado detrás del mostrador, debajo del menú y una muestra de fotos de varios platillos chinos. Ella miro hacia Magnus. Cuando Greg asintió, ella los dejo pasar y había una puerta que daba a una instalación mucho más grande, la vieja Segunda Estación de Policía (Las celdas eran de mucha utilidad en luna llena). Magnus siguió a Greg por el pasillo débilmente iluminado al cuarto principal de la estación, que estaba ya lleno. La manada se había juntado, y Lincoln estaba parado en lo alto de la habitación, oyendo un reporte y asintiendo gravemente. Cuando él vio a Magnus, él levanto la mano por saludo. ―De acuerdo ―dijo Lincoln―. Parece que todos estamos aquí. Y tenemos un invitado. Muchos de usted conocen a Magnus Bane. Él es un hechicero, como pueden ver, y un amigo de esta manada. Esto fue aceptado rápidamente, y hubo asentimiento y saludos de todas partes. Magnus se inclinó contra una cabina de archivos cerca del final de la habitación para observar los procedimientos. ―Greg ―dijo Lincoln―. Tú fuiste el último en venir. ¿Algo? ―No. Mi parte está limpia. ―Bien, pero desafortunadamente hubo un incidente. ¿Elliot?, ¿Quieres explicarnos? Otro hombre lobo dio un paso al frente. ―Encontramos un cuerpo ―dijo―. En el centro, cerca de “Le Jardin”, definitivamente un ataque vampiro. Una clara marca en el cuello. Nosotros le rebanamos la garganta para que las de perforación se escondieran. Hubo un gruñido general alrededor del cuarto. ―Eso mantendrá las palabras “asesino vampiro” fuera de los periódicos por un tiempo ―dijo Lincoln―. Claramente las cosas se han puesto peores y ahora alguien está muerto. Magnus oyó varios comentarios en susurros acerca de vampiros, y algunos en voz alta. Todos los comentarios contenían blasfemia. ―Ok ―Lincoln pone sus manos arriba y calla los sonidos generales de consternación―. Magnus, ¿Qué es lo que piensas de esto? ―No lo sé ―dijo Magnus―. Yo solo acabo de llegar. ―¿Habías visto algo como esto?, ¿Ataques masivos y al azar? Todas las cabezas se voltearon en su dirección. Él se calmó a si mismo contra la cabina de archivos. Él no estaba todavía listo para dar una presentación de las maneras de los vampiros a esa hora de la mañana. ―He visto conductas malas ―dijo Magnus―. Realmente depende. He estado en lugares donde no hay fuerza de los policías, y no hay Cazadores de Sombras cerca, así que algunas veces se les puede salir de las manos. Pero nunca había visto nunca nada como esto que está pasando aquí, o en ninguna área desarrollada. Especialmente no tan cerca de un Instituto. ―Necesitamos hacernos cargo de esto. ―dijo una voz en alto. Varias voces de asentimiento se repitieron alrededor de la habitación. ―Hablemos afuera. ―dijo Lincoln a Magnus. Él asintió hacia la puerta y los hombres lobo se apartaron para que Magnus pudiera pasar. Lincoln y Magnus obtuvieron un poco de café quemado en un la tienda de la esquina y se sentaron en la escalera de entrada enfrente de una tienda de acupuntura. ―Algo está mal con ellos ―dijo Lincoln―. Sea lo que sea, les pega rápido, y les pega fuerte. Si tuviéramos esta clase de vampiros enfermos causando este tipo de derramamiento de sangre… eventualmente tendríamos que actuar, Magnus. No podemos seguir permitiéndolo. No podemos dejar que los asesinatos pasen y no podemos correr el riesgo de traer a los Cazadores de Sombras por aquí. No podemos tener problemas como estos comenzando de nuevo. Terminará mal para todos nosotros. Magnus examino una rajadura en el escalón de abajo. ―¿Has contactado al Praetor Lupus? ―preguntó. ―Por supuesto. Pero no podemos identificar quien está haciendo esto. Esto no parece el trabajo de un polluelo solitario. Estos son múltiples ataques en múltiples lugares. La única suerte para nosotros es que todas las víctimas han estado bajo varias substancias así que no pueden articular bien lo que les ha pasado. Si uno de ellos dice vampiro, la policía pensará que paso porque estaban drogados. Pero eventualmente la historia comenzará a tomar forma. La prensa se enterará de ello, y los Cazadores de Sombras se enteraran de ello, y toda la cosa escalara rápidamente. Lincoln estaba en lo cierto. Si esto seguía, los hombres lobo estarían en su derecho para actuar. Y entonces habrá sangre. ―Tú conoces a Camille ―dijo Lincoln―.Tú podrías hablar con ella. ―Yo conocía a Camille. Tú probablemente la conoces mejor que yo en este punto. ―Yo no sé cómo hablarle a Camille. Ella es una persona difícil para comunicarse. Yo ya hubiera hablado con ella si supiera cómo. Y nuestra relación no es exactamente la misma como la que tú tienes. ―Nosotros realmente no nos llevamos ―dijo Magnus―. No hemos hablado por varias décadas. ―Pero todo mundo sabe que ustedes dos fueron… ―Eso fue un largo tiempo atrás. Cientos de años atrás, Lincoln. ―Para ustedes dos, ¿Ese tipo de tiempo siquiera importa? ―¿Qué quisieras que le diga? Es un poco duro caminar después de tanto tiempo y solo decir: Deja de atacar personas. Además, ¿Cómo has estado tú desde el cambio de siglo? ―Si hay algo mal, tal vez tú podrías ayudarlos. Si ellos solo se sobrealimentan, ellos necesitan saber que estamos preparados para actuar. Y si tú te preocupas por ella, que yo pienso que lo haces, ella merece esta advertencia. Sería bueno para todos nosotros ―él puso su mano en el hombro de Magnus―. Por favor ―dijo―. Todavía es posible que nosotros podamos resolver esto. Pero si esto sigue, todos sufriremos. Magnus tenía muchos ex. Estaban dispersos a través de la historia. Muchos de ellos eran memorias, hace tiempo muertas. Algunos de ellos eran ahora muy viejos. Etta, uno de sus amores pasados, estaba ahora en una casa de retiro y ya no lo reconocía. Se había vuelto muy doloroso visitarla. Camille Belcourt era diferente. Ella había venido a la vida de Magnus debajo de una luz de lámpara de gas, luciendo majestuosa. Eso había sido en Londres, y eso había sido un mundo diferente. Su romance había pasado en la niebla. Había pasado en carruajes saltando a lo largo de las calles adoquinadas, en asientos cubiertos en terciopelo color ciruela damascano. Ellos se habían amado en el tiempo de las criaturas de reloj, antes de las guerras mundanas. Parecía que había más tiempo entonces, tiempo para llenar, tiempo para gastar. Y ellos lo llenaron. Y lo gastaron. Se habían separado mal. Cuando amas a alguien tan intensamente y esa persona no te aman de la misma manera, es imposible separarse bien. Camille había llegado a Nueva York en los finales de 1920, justo cuando la crisis había estado pasando y todo se estaba cayendo en pedazos. Había tenido un gran sentido del drama, y una gran nariz para los lugares que estaban en crisis y en necesidad de una mano que los guiara. En poco tiempo se había convertido en la cabeza de los vampiros. Tenía un lugar dentro del famoso edificio “El Dorado” en lo alto del lado Oeste. Magnus sabía dónde estaba, y ella sabía dónde estaba Magnus. Pero ninguno de los dos tenía se había contactado con el otro. Ellos se habían topado por puro accidente, en varios clubs y eventos a través de los años. Ellos habían intercambiado un simple asentimiento. Esa relación estaba terminada. Era un cable vivo que no debía ser tocado. Magnus sabía que era la única tentación en su vida que tenía que dejar sola. Y aun así, ahí estaba él, justo 24 horas después de regreso a Nueva York, entrando a “El Dorado”. Este era uno de los mejores edificios de apartamentos de arte Deco. Estaba justo en la parte Oeste de Central Park, ignorando la presa. “El Dorado” era el hogar del dinero viejo y las celebridades. El uniformado portero estaba entrenado a no mirar el atuendo o aspecto mientras se viera que las personas habían venido al edificio con una razón legitima. Para la ocasión, Magnus había decidido saltarse su nueva apariencia. No había nada punk ahí, o vinyl, o de red. Esa noche era un traje Halston, negro con grandes solapas suaves. Esto paso el examen, y él obtuvo un asentimiento y una ligera sonrisa. Camille vivía en el piso veintiocho en la torre norte, un silencioso de paneles de roble y un elevador de cobre que te llevaba arriba en uno de los más caros bienes raíces en Manhattan. Las torres estaban hechas para pequeños y muy íntimos pisos. Algunos tenían uno o dos residentes. Había dos en este caso. Camille vivía en el 28C. Magnus podía oír la música filtrándose desde debajo de la puerta. Había un olor fuerte de humo y un rastro de perfume de quien sea que había pasado ese camino. A pesar del hecho que había actividad dentro, tomó tres minutos de tocar a la puerta antes de que alguien contestara. Él se sorprendió al reconocer esa persona de inmediato. Era el rostro de hace tiempo. En ese tiempo la mujer había tenido un bob cut 3negro y había usado un vestido flapper4. Ella había sido joven entonces, y mientras había retenido la juventud básica (los vampiros realmente no envejecían), ella se veía vestida del mundo. Ahora su cabello estaba decolorado al rubio y alineados en largos y pesados rizos. Ella usaba un vestido dorado ajustado que daba un vistazo a sus rodillas y un cigarro colgaba de un lado de su boca. ―Bien, bien, bien ¡Es el hechicero favorito de todos! No te había visto desde que estabas manejando ese bar clandestino. Ha sido un largo tiempo. ―Lo ha sido ―dijo Magnus―. ¿Daisy? ―Dolly ―ella abrió la puerta un poco más―. Miren todos quien es. La habitación estaba llena de vampiros, todos estaban vestidos extremadamente bien. Magnus tenía que darles crédito por eso. Los hombres vestían los trajes blancos que estaban de moda en esa temporada. Las mujeres todas tenían fantásticos vestidos de disco, en general blancos o dorados. La mezcla de spray de cabello, humo de cigarro, incienso, colonias y perfumes le quito el aliento un momento. Aparte de los fuertes olores, había una tensión en el aire que no tenía bases reales. Magnus no era ningún extraño para los vampiros, y aun así este grupo estaba tieso, mirándose los unos a los otros. Mirando de un lado a otro. Esperando algo. No había tampoco una invitación. ―¿Está Camille dentro? ―pregunto finalmente Magnus. Dolly ladeo su cadera contra la puerta. 3 4 Bob cut es un peinado corto popular entre las mujeres durante la década de los 20. Es un estilo de vida de las mujeres en las que ya no usaban corsé y usaban faldas cortas. ―¿Qué te traer por aquí esta noche, Magnus? ―He regresado de unas extensas vacaciones. Me pareció correcto venir a visitarla. ―¿De verdad? En la parte de atrás alguien bajó el tocadiscos hasta que la música fue apenas audible. ―Alguien llame a Camille. ―dijo Dolly sin voltearse. Ella permaneció donde estaba, bloqueando la entrada con su diminuto cuerpo. Cerró un poco la puerta para reducir el espacio que tenía que llenar, aunque continúo sonriéndole a Magnus de una manera que era un poco inquietante. ―Solo un minuto. ―dijo ella. En la parte de atrás alguien se movió hacia el pasillo. ―¿Qué es esto? ―dijo Dolly sacando algo del bolsillo de Magnus― ¿Eléctrica? No había oído hablar de este club. ―Es nuevo. Declaran ser mejores que Estudio 54. No he ido a ninguno, así que no sé. Alguien me dio los pases. Magnus había guardado los pases dentro de su bolsillo mientras había salido de la puerta. Después de todo, él había hecho el esfuerzo de vestirse bien. Si este recado terminaba tan mal como él pensaba que lo haría, sería agradable tener que ir a algún lugar después. Dolly agitó los pases como un abanico suavemente enfrente de su rostro. ―Tómalos. ―dijo Magnus. Era evidente que Dolly ya los había tomado y no pretendía devolvérselo, así que le pareció educado hacerlo oficial. El vampiro emergió del pasillo y consulto con algunos otros en el sofá y alrededor de la habitación. Luego un vampiro diferente vino a la puerta. Dolly se paró detrás de la puerta por un momento, cerrándola más. Magnus oyó unos murmullos. Después la puerta se abrió de nuevo, lo suficientemente amplia para admitirlo dentro. ―Es tu noche de suerte ―dijo ella―. Por aquí. La alfombra blanca de pared a pared era tan peluda y gruesa que Dolly se bamboleaba en sus tacones altos para atravesarla. La alfombra tenía manchas por todo el lugar, bebidas derramadas, polvo, y charcos de cosas que él suponía que era sangre. Los sofás blancos y sillas estaban en una situación similar. Había muchas plantas altas, palmeras en macetas y helechos estaban todos secos y caídos. Varias pinturas en las paredes estaban torcidas. Había botellas y vasos vacíos con vino seco en el fondo por todos lados. Era el mismo tipo de desorden que Magnus había encontrado en su apartamento. Más perturbador era el silencio de todos los vampiros en la habitación que lo miraban mientras estaba siendo dirigido a lo largo del pasillo por Dolly. Y entonces ahí estaban en el sofá, un montón de humanos inamovibles, subyugados, sin lugar a duda, todos deslumbrados y caídos, sus bocas colgando abiertas, con moretones y heridas en sus cuellos, brazos y manos que lucían bastante horribles. La mesa de cristal enfrente de ellos tenía una buena cantidad de polvo blanco y algunas hojas de afeitar. El único sonido era la tenue música y un bajo retumbo de un trueno afuera. ―Por aquí. ―dijo Dolly, llevándose a Magnus por su manga. El pasillo estaba oscuro, y había ropa y zapatos por todo el piso. Sonidos amortiguados venían de las tres puertas a lo largo del pasillo. Dolly caminó justo al final, a una puerta doble. Ella golpeo la puerta una vez y empujo para abrirla. ―Adelante. ―dijo ella, aun sonriéndole con su extraña pequeña sonrisa. En un duro contraste de lo visto de todo en la sala de estar, ese cuarto era el lado oscuro del apartamento. La alfombra era negro índigo, como el mar de una pesadilla. Las paredes estaban cubiertas con un profundo papel tapiz plateado. Las sombras de las lámparas estaban todas cubiertas por chales y mantas oro y plateadas. Las mesas eran todas de espejo, reflejando la vista de ida y vuelta de nuevo. Y en el medio de todo esto estaba una masiva cama negra con sabanas negras y una pesada cubierta de oro. Sobre ella estaba Camille, en un kimono de seda color durazno. Y cien años parecieron desvanecerse. Magnus se sintió incapaz de hablar por un momento. Parecía que incluso podrían haber estado en Londres de nuevo, todo el siglo veinte envuelto en una bola y arrojado lejos. Pero entonces el presente llego chocando de nuevo cuando Camille empezó a gatear torpemente en su dirección, deslizándose en las sabanas de seda. ―¡Magnus!, ¡Magnus!, ¡Magnus!, ¡Ven aquí!, ¡Ven!, ¡Siéntate! Su cabello rubio-plateado estaba largo y abajo luciendo salvaje. Ella palmeo el final de la cama. Esa no había sido la bienvenida que él había esperado. Esa no era la Camille que él recordaba, o incluso la que él había visto de paso. Mientras hacia su camino hacia la cama, vio un bulto de ropa, luego se dio cuenta que era un humano en el piso, boca abajo. Magnus se acercó gentilmente y tocó la masa de cabello largo y negro para así voltear el rostro de la persona y poder apreciarlo. Era una mujer, y aun había algo de calidez en ella, y un débil pulso golpeando en su cuello. ―Esa es Sarah. ―dijo Camille, cayendo hacia la cama y colgando su cabeza al final de la cama para mirar. ―Te has estado alimentando de ella. ―dijo Magnus―. ¿Es una donante dispuesta? ―Oh, ella lo ama. Ahora, Magnus… Tú te ves maravilloso por cierto, ¿Ese es un Halston?... Nosotras estamos a punto de irnos. Y tú vienes con nosotras. Ella se deslizo de su cama y tropezó su camino hacia su masivo closet. Magnus oyó ganchos moviéndose a lo largo de la vía. Sarah tenía perforaciones por todo su cuello, y ahora estaba sonriéndole débilmente a Magnus y empujando su cabello hacia atrás, ofreciéndole una mordida. ―No soy un vampiro. ―dijo él, descansando su cabeza gentilmente en el suelo―. Y tú deberías de irte de aquí, ¿Quieres mi ayuda? La chica hizo un sonido que era solo entre una risa y un gemido. ―¿Cuál de estos? ―dijo Camille mientras venía tropezando fuera del closet, sosteniendo dos casi idénticos vestidos negros de noche. ―Esta chica está débil ―dijo él―. Camille, le has quitado mucha sangre.Necesita un hospital. ―Ella está bien. Déjala sola. Ayúdame a escoger un vestido. Todo de esta conversación estaba mal. Esto no era como la reunión debía haber sido. Debería haber sido incomoda; debería de haber tenido muchas pausas extrañas y momentos de doble significado. En vez de eso, Camille actuaba como si solo hubiera visto a Magnus ayer. Como si fueran simplemente amigos. ―Estoy aquí porque hay un problema, Camille. Tus vampiros están matando personas y dejando sus cuerpos en la calle. Se están sobre alimentando. ―Oh, Magnus ―Camille sacudió su cabeza―. Yo tal vez puedo estar a cargo, pero yo no los controlo. Uno tiene que permitirles una cierta cantidad de libertad. ―¿Esto incluye matar mundanos y dejar sus cuerpos en la acera? Camille ya no estaba escuchando. Ella había dejado los vestidos en su cama y estaba escogiendo entre una pila de zarcillos. Mientras tanto Sarah estaba intentando arrastrarse a la dirección de Camille. Sin siquiera mirarla, Camille puso un cristal lleno de polvo blanco en el piso. Sarah fue a por él y empezó a inhalarlo. Y entonces Magnus entendió. Mientras que las drogas humanas no funcionaban en Subterráneos, no había forma de saber qué pasaría cuando esa droga corriera a través de un sistema circulatorio humano y luego fuera ingerida mediante esa sangre. Todo tenía sentido. El desorden. El comportamiento confuso. La alimentación frenética en los clubs. El hecho de que todos ellos se veían tan enfermos, que sus personalidades parecían haber cambiado. Había visto esto miles de veces en mundanos. Camille lo miraba ahora, su mirada estaba fija. ―Sal con nosotros esta noche, Magnus ―susurró Camille―. Eres un hombre que conoce lo que es pasarla bien. Yo soy una mujer que hace pasarla bien. Sal con nosotros. ―Camille, tienes que parar. Tienes que saber lo peligroso que es esto. ―No va a matarme, Magnus. Eso es imposible. Y tú no entiendes cómo se siente. ―La droga no puede matarte, pero otras cosas pueden. Si continúas así, sabes que hay personas allá afuera que no puede dejar que asesines mundanos. Alguien actuará. ―Deja que lo intenten ―dijo ella―. Puedo encargarme de diez Cazadores de Sombras una vez que tenga algo de esto. ―Puede que no sea… Camille se tiró al suelo antes de que pudiera terminar y enterró su cara en el cuello de Sarah. Sarah se sacudió una vez y gimió, luego se quedó en silencio e inmóvil. Escuchó el enfermizo sonido de la bebida, la succión. Camille levantó su cabeza, con sangre alrededor de su boca, corriendo por su barbilla. ―¿Vienes o no? ―dijo―. Simplemente me encantaría llevarte al Estudio 54. Nunca has tenido una noche afuera como una de las nuestras. Magnus tuvo que forzarse a sí mismo para seguir mirándola de esta manera. ―Déjame ayudarte. Unas pocas horas, unos pocos días… podría sacar esto de tu sistema. Camille arrastró el dorso de su mano a través de su boca, manchando su mejilla de sangre. ―Si no vas a venir, entonces permanece fuera de nuestro camino. Considera esto una advertencia amable. ¡Dolly! Dolly ya estaba en la puerta. ―Creo que ya terminaste aquí ―dijo. Magnus observó a Camille hundir sus dientes en Sarah de nuevo. ―Sí ―dijo―. Creo que lo he hecho. Afuera, un aguacero estaba cayendo. El portero sostuvo un paraguas encima de la cabeza de Magnus y pidió un taxi para él. La incongruencia entre la cortesía de la planta baja y lo que había visto arriba era… No era algo para ser pensado. Magnus entró en el taxi, anunció su destino, y cerró sus ojos. La lluvia tamborileaba sobre la cabina. Se sentía como si la lluvia estuviera golpeando directamente en su cerebro. Magnus no estuvo sorprendido de encontrar a Lincoln sentándose en las escaleras frente a su puerta. Con cansancio lo llevó adentro. ―¿Y bueno? ―dijo Lincoln. ―No está bien ―respondió Magnus, quitándose su chaqueta empapada―. Son las drogas. Están alimentándose de la sangre de las personas que toman drogas. Debe estar intensificando su necesidad y disminuyendo su control de impulso. ―Tienes razón ―dijo Lincoln―. Eso no está bien. Pensaba que tenía algo que ver con las drogas, pero pensé que eran inmunes a cosas como la adicción. Magnus sirvió una copa de vino para cada uno, y se sentaron y escucharon la lluvia por un momento. ―¿Puedes ayudarla? ―preguntó Lincoln. ―Si ella me lo permite. Pero no puedes curar a un adicto que no quiere ser curado. ―No ―dijo Lincoln―. He visto eso yo mismo con los nuestros. Pero lo entiendes… no podemos dejar que este comportamiento continúe. ―Sé que no pueden. Lincoln terminó su copa y la bajó gentilmente. ―Lo siento, Magnus. De verdad lo siento. Pero si vuelve a pasar, necesitas dejárnoslo a nosotros. Magnus asintió. Lincoln le dio un apretón en el hombro, y luego salió. Magnus se guardó los siguientes días para sí mismo. El clima era brutal, cambiando de calor a tormenta. Intentó olvidar la escena en el apartamento de Camille, y la mejor forma de olvidar era mantenerse ocupado. No se había ocupado de su trabajo realmente en dos años. Había clientes que llamar. Había hechizos que estudiar y traducciones que hacer. Libros que leer. El apartamento necesitaba una redecoración. Había restaurantes nuevos y bares nuevos y gente nueva… Cada vez que paraba, la imagen de Camille en cuclillas sobre la alfombra, la chica frágil en sus brazos, el espejo lleno de droga, la cara de Camille cubierta de sangre. El desastre. El hedor. El horror. Las miradas vacías. Cuando pierdes a alguien por su adicción, y había perdido a muchos, pierdes algo muy valioso. Los viste caer. Esperaste a que tocaran el fondo. Era una espera terrible. Lo que pasaba ahora no era su problema. No tenía duda de que Lincoln y los licántropos se pondrían a cargo, y mientras menos supiera, mejor. Lo mantenía despierto en las noches. Eso, y los truenos. Dormir sólo era un infierno, por lo que decidió no dormir solo. Aún se despertaba. Era la noche del trece de julio, trece de la fortuna. La tormenta eléctrica era increíblemente fuerte, más fuerte que el aire acondicionado, más fuerte que la radio. Magnus estaba terminado una traducción y estaba a punto de salir para cenar, cuando las luces parpadearon. La radio se atenuó y se apagó. Luego todo se volvió brillante mientras la electricidad aumentaba en los cables. Y después… Apagado. Aire acondicionado, luces, radio, todo. Magnus movió su mano distraídamente y encendió una vela en su escritorio. Los apagones no eran inusuales. Pasó un momento antes de que se diera cuenta de que todo estaba muy callado y bastante oscuro, y había voces gritando afuera. Fue hacia la ventana y la abrió. Todo estaba oscuro. Las luces de las calles. Cada edificio. Todo excepto los faros de los autos. Tomó la vela y cuidadosamente bajó los dos tramos de escaleras hacia la calle y se unió a la masa de gente. La lluvia había parado, sólo había truenos gruñendo en el cielo. Nueva York... estaba apagada. Todo estaba apagado. No había horizonte. No había brillo del edificio Empire State. Era una oscuridad completa. Y una palabra era gritada de ventana a ventana, de calle a auto a umbrales… APAGÓN. Las fiestas empezaron casi a la vez. Era la tienda de helados en la esquina la que superaba, vendiendo todo lo que tenían a diez centavos el cono, y luego sólo le daban el helado a cualquiera que llegara con un tazón o una taza. Luego los bares comenzaron a repartir cócteles en vasos de papel a los transeúntes. Todos salieron a las calles. La gente puso radios de batería en las ventanas, así que había una mezcla de música y noticias. El apagón había sido causado por el impacto de un rayo. Toda Nueva York estaba apagada. Pasarían horas, ¿días? antes que el servicio fuera restaurado. Magnus volvió a su apartamento, sacó una botella de champaña de su refrigerador, y regresó a su pórtico para beberla, compartiéndola con algunas personas que pasaban. Hacía demasiado calor para permanecer adentro, y lo que había afuera era muy interesante como para perdérselo. La gente comenzó a bailar en la acera, y él se les unió por un rato. Le aceptó un Martini a un agradable joven con una sonrisa hermosa. Entonces hubo un siseo. La gente se reunió alrededor de uno de los radios, uno que transmitía las noticias. Magnus y su nuevo amigo, que se llamaba David, se les unieron. ―...endios en los cinco distritos. Más de cien incendios han sido reportados en la última hora. Y tenemos múltiples reportes de saqueos. Disparos están siendo intercambiados. Por favor, si está afuera esta noche, tenga extremo cuidado. A pesar de que todos los policías han sido llamados al deber, no hay suficientes para… Otra radio, a unas cuantas yardas de distancia, en una estación diferente, daba un reporte similar. ―...ientos de tiendas han sido asaltadas. Hay reportes de total crisis en algunas áreas. Se le recomienda altamente que se quede en su hogar. Si no puede llegar a su hogar, busque refugio en… En el corto silencio, Magnus pudo oír sirenas en la distancia. La Villa era una comunidad cerrada, así que celebraba. Pero ese no era el caso en toda la ciudad. ―¡Magnus! Magnus se volteó para encontrar a Greg abriendo su paso entre el grupo. Sacó a Magnus de la multitud, hacia un espacio callado entre dos autos estacionados. ―Pensé que eras tú. Todo está pasando. Han perdido la cabeza. El apagón… los vampiros se están volviendo locos en este club. Ni siquiera puedo explicarlo. Está en la Décima Avenida y por una manzana. No hay taxis con este apagón. Tienes que correr. Ahora que Magnus intentaba llegar a un sitio, se dio cuenta de la locura de las calles oscuras. Ya que no había semáforos, gente común estaba intentando guiar el tráfico. Los autos estaban congelados en un sitio o iban demasiado rápido. Algunos estaban estacionados hacia adentro, sus luces fronteras usadas para iluminar tiendas y restaurantes. Todos estaban afuera, todo Village había salido de todos los edificios, y no había habitaciones en ningún lado. Magnus y Greg tenían que zigzaguear a través de la gente, a través de los autos, tropezando en la oscuridad. Las multitudes disminuían un tanto mientras se acercaban al río. El club estaba en uno de los almacenes de empacado de carne antiguos. La fachada de ladrillo industrial había sido pintada de plateado, y la palabra ‘‘ELECTRICA’’ junto con un rayo, estaba por encima de la vieja puerta de servicio. Dos licántropos estaban en frente de ésta, sosteniendo linternas, y Lincoln esperaba a un lado. Estaba sumergido en una conversación con Consuela, quien estaba a cargo después de él. Cuando vieron a Magnus, Consuela se hizo a un lado hacia una furgoneta que esperaba, y Lincoln se acercó. ―Es lo que temíamos ―dijo Lincoln―. Esperamos demasiado. Los licántropos vigilando la entrada se separaron, y Lincoln empujó las puertas. Dentro del club había una oscuridad profunda, a excepción del brillo de las linternas de los licántropos. Había un fuerte olor a licor mezclado y derramado y algo desagradablemente ácido y acre. Magnus alzó sus manos. Las luces neón al rededor del lugar zumbaban y brillaban. Las luces de trabajo se encendieron, de un fluorescente poco favorecedor, bombardearon. Y la bola de disco se coló a la vida, girando lentamente, enviando miles de puntos de luz reflejada colorida alrededor del lugar. La pista de baile, hecha de largos cuadrados de plástico colorido, también eras iluminada desde arriba. Lo que hizo que la escena fuera aún más terrible. Había cuatro cuerpos, tres mujeres y un hombre. Todos se veían como si hubieran corrido por varios puntos de salida. Su piel era del color de la ceniza, marcada por todos lados con moretones de un púrpura verdoso y montones de marcas, y estaban llamativamente iluminados por las luces rojas, amarillas y azules por encima de ellos. Había muy poca sangre. Sólo unos cuantos pequeños charcos aquí y allá. No era cercana a la cantidad de sangre que debía haber. Una de las mujeres muertas, notó Magnus, tenía un largo cabello rubio familiar. La había visto por última vez en el avión, dándole los pases… Magnus tenía que voltear rápidamente. ―Todos fueron drenados ―dijo Lincoln―. El club no ha abierto para la noche aún. Estaban teniendo problemas con el sistema de sonido incluso antes del apagón, entonces las únicas personas aquí eran los empleados. Dos allá… Apuntó a la plataforma elevada del DJ con el montón de tocadiscos y altavoces. Algunos licántropos estaban ahí arriba examinando la escena. ―Dos detrás de la barra ―continuó―. Otro corrió y se escondió en el baño, pero la puerta fue derribada. Y estos cuatro. Nueve en total. Magnus se sentó en una de las sillas cercanas y puso su cabeza en sus manos por un momento para reorganizarse. Sin importar lo mucho que vivas, nunca te acostumbras a ver cosas terribles. Lincoln le dio un momento para que se pusiera en orden. ―Esto es mi culpa. Cuando fui a ver a Camille, uno de ellos tomó los pases a este lugar de mi bolsillo. Lincoln tomó una silla y se sentó al lado de Magnus. ―Eso no hace que sea tu culpa. Te pedí que hablaras con Camille. Si Camille vino aquí por ti...no hace que la culpa sea de ninguno de nosotros, Magnus. Pero ahora puedes ver que esto no puede continuar. ―¿Qué planeas hacer? ―dijo Magnus. ―Hay incendios esta noche. Por toda la ciudad. Tomamos esta oportunidad. Quemamos este lugar. Creo que sería mejor para las familias de las víctimas pensar que sus seres queridos murieron en un incendio, en vez de… Indicó la terrible escena detrás de ellos. ―Tienes razón ―dijo Magnus―. No le vendría ningún bien a nadie ver a un ser querido de esta manera. ―No. Y ningún bien vendría de la policía si ven esto. Haría que la ciudad entrara en un completo pánico, y los Cazadores de Sombras se verían forzados a venir aquí. Mantenemos esto en silencio. Lidiamos con esto. ―¿Y los vampiros? ―Vamos a ir y retenerlos, y encerrarlos aquí mientras se quema el lugar. Tenemos permiso del Praetor Lupus. El clan entero se ha de tratar como infectado, pero trataremos de estar juiciosos. La primera que atraparemos, sin embargo, será Camille. Magnus exhaló lentamente. ―Magnus ―dijo Lincoln―, ¿qué otra cosa podemos hacer? Es la líder del clan. Necesitamos que esto termine ahora. ―Dame una hora ―dijo Magnus―. Una hora. Si puedo sacarlos de las calles en una hora… ―Ya hay un grupo dirigiéndose al apartamento de Camille. Otro irá al Hotel Dumont. ― ¿Hace cuánto se marcharon? ―Hace media hora. ―Entonces me voy ahora ―Magnus sostuvo―. Debo intentar hacer algo. ―Magnus ―dijo Lincoln―, si te pones en el medio, la manada te removerá de la situación. ¿Comprendes eso? Magnus asintió. ―Iré cuando terminemos aquí ―dijo Lincoln―. Iré al Dumont. Ahí es donde terminarán de todas maneras. Un Portal era requerido. Debido a la situación en las calles, había todo tipo de posibilidades de que los hombres lobo no hubieran llegado al apartamento de Camille todavía, si ahí era donde ella estaba. Sólo necesitaría alcanzarla. Pero antes de que siquiera pudiera comenzar a dibujar las runas, escuchó una voz en la oscuridad. ―Estás aquí. Magnus giró sobre sus talones y tiró una mano para iluminar el callejón. Camille se movía hacia él, tambaleante. Estaba usando un largo vestido negro, más bien, era un vestido que ahora se había vuelto negro por la cantidad de sangre en él. Aún estaba empapado y pesado, y se pegaba a sus piernas mientras avanzaba. ―Magnus… ―su voz era gruesa. Manchas de sangre cubrían el rostro de Camille, sus brazos, su cabello rubio plateado. Puso una mano en un muro para apoyarse mientras se movía hacia él en una serie de pasos pesados y parecidos a los de un bebé. Magnus se acercó a ella lentamente. Tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca, se rindió en hacer el esfuerzo de estar de pie y se cayó. Él la atrapó a mitad de camino hacia el suelo. ―Sabía que vendrías ―dijo ella. ―¿Qué has hecho, Camille? ―Estaba buscándote...Dolly dijo que estabas...que estabas aquí. Magnus gentilmente la bajó al suelo. ―Camille… ¿sabes qué ha pasado? ¿Sabes qué has hecho? El olor que venía de ella era nauseabundo. Magnus respiraba con dureza a través de su nariz para mantenerse firme. Los ojos de Camille rodaban hacia atrás de su cabeza. La sacudió. ―Tienes que escucharme ―dijo él―. Intenta mantenerte despierta. Necesitas convocarlos a todos. ―No sé dónde están...están en todos lados. Está tan oscuro. Es nuestra noche, Magnus. Para mis pequeños. Para nosotros. ―Debes de tener tierra de tumba ―dijo Magnus. Esto obtuvo un asentimiento flojo. ―Bien. Obtendremos la tierra de tumba. La usarás para convocarlos. ¿Dónde está la tierra de tumba? ―En la cripta. ―¿Y dónde está la cripta? ― El cementerio...Green-Wood...Brooklyn… Magnus se puso de pie y comenzó a dibujar las runas. Cuando terminó y el Portal empezó a abrirse, levantó a Camille del suelo y la agarró apretadamente. ―Piensa en ella ahora ―dijo él―. Tenla clara en tu mente. La cripta. Considerando el estado de Camille, esta era una petición arriesgada. Cargándola más cerca, sintiendo la sangre en su ropa filtrarse a su camisa...Magnus entró. Ella inclino su cabeza hacia arriba. Estaba llorando. Camille no lloraba. Incluso bajo estas circunstancias, Magnus se sintió conmovido. Todavía quería consolarla, quería tomarse el tiempo de decirle que todo iba a estar bien. Pero todo lo que pudo decir fue: ―¿Tienes la llave? Ella sacudió su cabeza. No había mucha posibilidad de eso. Magnus puso su mano en la cerradura asegurando las amplias puertas de metal, cerró sus ojos, y se concentró hasta que sintió la luz chasquear bajo sus dedos. La cripta era de aproximadamente ocho pies cuadrados y estaba hecha de concreto. Las paredes estaban lindadas con estantes de madera, del piso al techo. Y esos estantes estaban llenos con pequeños viales de vidrio con tierra. Los viales variaban un poco ― algunos eran de un grueso verde, o de un marchito amarillo con burbujas visibles. Había botellas más delgadas, algunas extremadamente pequeñas, y algunas diminutas botellas marrones. Las más antiguas estaban tapadas con tapones. Algunas tenían tapones de vidrio. Las más nuevas tenían tapas atornilladas. Los años también se veían en la capa de polvo, mugre y la cantidad de telarañas entre ellas. En el fondo, no serías capaz de sacar algunas de las botellas de los estantes por lo abundante que era la acumulación de residuos. Había una historia sobre el vampirismo de Nueva York que probablemente habría interesado a muchos, probablemente era algo que valía la pena estudiar… Magnus sacó sus manos, y con un sólo estallido de luz azul, todos los viales explotaron a la vez. Hubo una fabulosa tos de suciedad y vidrio. ―¿A dónde van a ir a parar? ―le preguntó a Camille. ―Al Dumont. ―Por supuesto ―Dijo Magnus―. Ellos y todos los demás. Nosotros vamos allí, y tú vas a hacer lo que yo diga. Necesitamos hacer esto bien, Camille. Tienes que intentarlo. ¿Lo entiendes? Ella asintió una vez. Ésta vez Magnus tenía el control del Portal. Ellos emergieron en la Calle 116, en medio de lo que parecía ser un disturbio a alta escala. Había fuego, los ecos de los gritos y los vidrios rompiéndose iban de un lado de la calle al otro. Nadie se dio cuenta del hecho de que Magnus y Camille estaban, de repente, en el medio. Estaba muy oscuro, y todo estaba demasiado enloquecido. La temperatura era mucho peor en ésta área, y Magnus sintió su cuerpo entero empapado con sudor. Había dos camionetas aparcadas directamente frente al Dumont, y una inconfundible multitud de hombres lobos ya estaba reunida allí. Tenían bates de baseball y cadenas. Eso era todo lo que se veía. Había indudablemente algunos contenedores con agua bendita. Ya había mucho fuego alrededor. Magnus haló a Camille detrás de la cubierta de un Cadillac aparcado que ya tenía todas las ventanas rotas. Alcanzó una puerta y la abrió. ―Métete ―le dijo a Camille―. Y no te levantes. Están detrás de ti. Déjame ir y hablar con ellos. Incluso mientras Magnus hacía su camino alrededor del auto, Camille encontró la fuerza para gatear a través del vidrio desparramado del asiento frontal y estaba cayendo a través a ventanilla del conductor. Cuando Magnus trató de meterla de vuelta adentro, ella lo empujó. ―Aléjate, Magnus. Es a mí a quien quieren. ―Pero ellos van a matarte, Camille. Pero ya la habían visto. Los hombres lobos cruzaron la calle con los bates listos. Camille sostuvo su mano. Muchos vampiros habían llegado al frente del hotel. Muchos otros ya habían luchado, y muchos otros estaban tumbados, todavía, en la acera. Algunos otros estaban siendo sostenidos. ―Vayan dentro del hotel ―Ella ordenó. ―Camille, nos van a quemar a todos ―dijo alguien―. Míralos. Mira lo que está pasando. Camille miró a Magnus, y él entendió. Ella le estaba dejando esto a él. ―Vayan dentro ―dijo ella de nuevo― No es una pregunta. Uno por uno durante el curso de las siguientes horas, todos los vampiros de Nueva York, sin importar en qué condición estaban, aparecieron en los escalones del Dumont. Camille, inclinándose hacia las puertas en busca de apoyo, les indicó ir adentro. Pasaron a través del grupo de hombres lobos con sus bates y cadenas, luciendo cautelosos. Era casi el amanecer cuando los últimos grupos aparecieron. Lincoln llegó al mismo tiempo. ―Faltan algunos ― dijo Camille cuando él bajó de su auto. ―Algunos están muertos ―Lincoln respondió―. Tienes a Magnus para agradecerle de que no hay más muertos. Camille asintió una vez, luego fue adentro del hotel y cerró las puertas. ―¿Y ahora? ―Lincoln dijo. ―No puedes curarlos sin su consentimiento, pero puedes secarlos. Van a quedarse encerrados allí hasta que estén limpios ―Magnus dijo. ―¿Y si no funciona? Magnus miró a la averiada fachada del Dumont. Alguien, se dio cuentan, había cambiado la n por una r. Dumort. Hotel de la muerte. ―Veamos lo que pasa ―Magnus dijo. Por tres días, Magnus mantuvo las defensas en el Dumont. Fue varias veces por día. Los hombres lobos patrullaban el perímetro a toda hora, asegurándose de que nadie saliera. En el tercer día, justo después del atardecer, Magnus liberó la guarda de la puerta central y entró, y luego la selló detrás de él. Claramente había habido un procedimiento de organización de trabajo en el interior del hotel. Los vampiros que no se habían visto afectados por la droga; estaban sentados en el lobby, y en los balcones y escalones. La mayoría estaban durmiendo. Los hombres lobos ahora les permitían levantarse. Con Lincoln y sus asistentes a su lado, pasó por los escalones que habían conducido casi cincuenta años atrás, al salón de baile del Dumont. Una vez más las puertas estaban selladas, esta vez con una cadena. ―Trae las pinzas de la camioneta ―Lincoln dijo. Había un realmente terrible olor saliendo de debajo de la puerta. Por favor, Magnus pensó. Que esté vacío. Por supuesto el salón no estaría vacío. Era un tonto deseo que todos los eventos de los últimos tres días simplemente no hubieran pasado. Porque al final nada es peor que ver la caída de alguien a quién amas. Era de alguna manera, peor que perder un amor. Hacía que todo pareciera cuestionable. Hacía que el pasado fuera amargo y confuso. El hombre lobo regresó con las pinzas y rompió la cadena, que cayó al suelo con un hueco ruido metálico. Un par de los vampiros no afectados se habían relegado al fondo a mirar, y ellos estaban congregados a espaldas de los hombres lobo. Magnus abrió la puerta de un empujón. El piso de mármol blanco del salón de baile estaba hecho trizas. ¿Había sido realmente hace cincuenta años, aquí mismo, donde Aldous había abierto el Portal al Vacío? Los vampiros estaban dispersados por toda la habitación, tal vez treinta en total. Estos eran los enfermos, y todos ellos estaban en un profundo estado de sufrimiento. El olor sólo era suficiente para hacer sentir náuseas a cualquiera. Y los hombres lobos llevaron sus manos a sus caras para bloquearlo. Los vampiros no se movieron y no saludaron. Sólo algunos levantaron sus rostros para ver qué estaba pasando. Magnus caminó entre ellos, mirando a cada uno. Encontró a Dolly cerca del centro de la habitación, inmóvil. Encontró a Camille tumbada detrás de una de las largas cortinas que colgaban al final del salón. Como los demás, ella estaba rodeada por un número de nauseabundos charcos de sangre vomitada. Sus ojos estaban abiertos. ―Quiero caminar ―dijo―. Ayúdame, Magnus. Ayúdame a caminar un poco. Necesito verme fuerte. Había firmeza en su voz, dejando de lado el hecho de que ella estaba demasiado débil como para siquiera levantarse por sí sola. Magnus se agachó y la levantó, luego la apoyó mientras ella caminaba, con tanta dignidad como podía, entre los cuerpos desplomados de su clan. Él cerró las puertas de nuevo cuando se fueron. ―Arriba ―ella dijo―. Alrededor. Necesito caminar. Escaleras arriba. Él podía sentir el esfuerzo de ella mientras subía cada escalón. A veces él estaba prácticamente cargándola. ―¿Recuerdas ―dijo ella―, al Viejo Aldous abriendo el Portal aquí…? ¿Recuerdas? Tuve que advertirte sobre lo que él estaba haciendo. ―Lo recuerdo. ―Incluso los mundanos sabían mantenerse alejados del lugar y dejarlo pudrirse. Odio que algunos de mis pequeños vivan en lugares deteriorados, pero es oscuro. Es seguro. Era muy difícil hablar y caminar al mismo tiempo, así que ella se silenció y se reclinó contra el pecho de Magnus. Cuando alcanzaron el piso más alto, se apoyaron contra el pasamanos y miraron hacia abajo a los restos del lobby del hotel. ―¿Realmente nunca se nos fue, no? ―Dijo ella―. Realmente nunca ha habido otro… no como tú. ¿Es lo mismo para ti? ―Camille… ―Sé que no podemos volver el tiempo atrás. Lo sé. Sólo dime que nunca ha habido nadie como yo. La verdad es que había habido muchos otros. Y mientras Camille estaba ciertamente sola, había habido mucho amor, por lo menos por el lado de Magnus. Aún así había cientos de años de dolor en esa pregunta, y Magnus se preguntó si tal vez él no había estado tan sólo en su sentimiento. ―No ―Magnus dijo―. Nunca ha habido nadie como tú. Ella pareció ganar algo de fuerza con esa respuesta. ―Nunca estuvo predestinado a pasar ―ella dijo―. Había un club en el centro donde algunos mundanos disfrutaban siendo mordidos. Ellos tenían las drogas en sus sistemas. Son un bastante poderosas, estas sustancias. Sólo tomo un poco. Me dieron como regalo algo de la sangre infectada. No sabía lo que estaba bebiendo, sólo sabía qué efecto tenía. No sabía que éramos capaces de ser adictos. No lo sabíamos. Magnus miró al techo chamuscado. Viejas heridas. Realmente nunca se iba. ―Voy a… Voy a hacer dar la orden, ―ella dijo―. Lo que pasó aquí nunca va a pasar otra vez. Tienes mi palabra. ―No es a mí a quién le tienes que decir eso. ―Dile al Praetor ―ella respondió―. Diles a los Cazadores de Sombras si debes. No va a pasar de nuevo. Renunciaría a mi vida antes de permitirlo. ―Probablemente sería mejor si hablaras con Lincoln. ―Luego hablaré con él. El manto de dignidad había regresado a sus hombros. A pesar de todo lo que había pasado, ella todavía era Camille Belcourt. ―Deberías irte ahora ―ella dijo―. Esto ya no es para ti. Magnus titubeó un momento. Algo, alguna parte de él quería quedarse. Pero encontró que ya estaba descendiendo la escalera. ―Magnus ―Camille lo llamó. Él volteó. ―Gracias por mentirme. Siempre fuiste muy amable. Yo nunca lo fui. Eso es por lo que nunca pudimos ser, ¿no es así? Sin contestar, Magnus se volteó y continuó bajando las escaleras. Raphael Santiago lo pasó en su camino hacia arriba. ―Lo siento ―Raphael dijo. ―¿Dónde has estado? ―Cuando vi lo que estaba pasando, traté de frenarlos. Camille intentó hacerme beber algo de la sangre. Ella quería a todos en su círculo interno participando. Estaba enferma. Había visto cosas así antes y sabía cómo iba a terminar. Así que me fui. Volví cuando un vial de mi tumba se rompió. ―Nunca te vi entrar al hotel ― Magnus dijo. ―Entré a través de una ventana rota del sótano. Creí que era lo mejor permanecer oculto por un tiempo. He estado cuidando de los enfermos. Ha sido bastante desagradable, pero… Él miro hacia arriba, sobre el hombro de Magnus, en la dirección de Camille. ―Debo irme ahora. Tenemos mucho que hacer. Vete, Magnus. No hay nada para ti aquí. Raphael siempre había sido capaz de leer a Magnus demasiado bien. Magnus tomó su decisión cuando estaba yendo a casa en el taxi. Una vez que estuvo dentro de su apartamento, se preparó sin vacilar, reuniendo todo lo que necesitaría. Iba a necesitar ser muy específico. Lo escribiría todo. Luego llamó a Catarina. Bebió algo de vino mientras esperaba a que llegara. Catarina era la amiga más verdadera y cercana de Magnus, aparte de Ragnor (y esa relación estaba casi siempre en un estado de constante cambio). Catarina era la única que había recibido cartas o llamadas mientras él se había ido en su viaje de dos años. Él no le había, sin embargo, contado que estaba en casa. ―¿En serio? ―Ella dijo cuando él abrió la puerta―. ¿Dos años, y luego vuelves y ni siquiera me llamas por dos semanas? ¿Y luego es “Ven a verme, te necesito”? Ni siquiera me dijiste que estabas en casa, Magnus. ―Estoy en casa ―Él dijo, dándole lo que él consideraba como su sonrisa más ganadora. La sonrisa tomó un poco de esfuerzo, pero con suerte pareció genuina. ―Ni siquiera trates esa sonrisa conmigo. Yo no soy una de tus conquistas, Magnus. Soy tu amiga. Se supone que comamos pizza, no enrollarnos. ―¿Enrollarnos? Pero yo… ―No. ―Ella levantó un dedo en advertencia―. Quise decirlo. Casi no vengo. Pero sonabas tan patético por teléfono que tuve que venir. Magnus examinó su camiseta de arcoíris y su overol rojo. Ambos resaltaban fuertemente sobre su piel azul. El contraste hería los ojos de Magnus. Él decidió no comentar su atuendo. Los overoles rojos estaban de moda. Sólo que no la mayoría de la gente era azul. La mayoría de la gente no vivía en un arcoíris. ―¿Por qué me miras así? En serio, Magnus… ―Déjame explicarme ―él dijo―. Luego grítame todo lo que desees. Y él le explicó. Y ella escuchó. Catarina era una enfermera, y una buena oyente. ―La memoria habla ―ella dijo, sacudiendo su cabeza―. No es realmente fuerte. Soy una curandera. Tú eres el que maneja todo este tipo de cosas. Si lo hago mal… ―No lo harás. ―Podría. ―Confío en ti. Toma. Él le alcanzó a Catarina el arrugado papel. En éste estaba la lista de todas las veces que había visto a Camille en Nueva York. Cada vez en todo el siglo veinte. Esas eran las cosas que tenían que quedar atrás. ―Sabes, hay una razón por la que podemos recordar ―dijo ella suavemente. ―Eso es mucho más fácil cuando tu vida tiene una fecha de expiración. ―Eso debe ser más importante para nosotros. ―La amaba ―él dijo―. No puedo quedarme con lo que vi. ―Magnus… ―O tú haces esto o intento hacerlo por mí mismo. Catarina suspiró y asintió. Ella examinó el papel por un largo momento, luego tomo las sienes de Magnus muy gentilmente. ―¿Recuerdas que eres muy afortunado de tenerme, cierto? ― ella dijo. ―Siempre. Cinco minutos después Magnus estaba desconcertado al encontrar a Catarina sentada a su lado en el sillón. ―¿Catarina? ¿Qué…? ―Estabas durmiendo ―ella dijo―. Dejaste la puerta abierta y entré. Tienes que asegurar tu puerta. Ésta ciudad está loca. Puede que seas un brujo, pero eso no significa que no puedan robarte tu estéreo. ―Generalmente la aseguro ―Magnus dijo, frotando sus ojos―. Ni siquiera me di cuenta que me dormí. Cómo sabías que estaba… ―Me llamaste y dijiste que estabas en casa y que querías ir por una pizza. ―¿Lo hice? ¿Qué hora es? ―Hora de una pizza ―ella contestó. ―¿Yo te llamé? ―Ajá ―Ella se levantó y le tendió su mano para ayudarlo a levantarse―. Y has estado de vuelta hace dos semanas y recién me llamaste esta noche, así que estas en problemas. Sonabas apenado por teléfono pero no lo suficiente. Más humillación va a ser necesaria. ―Lo sé. Lo siento. Estaba… Magnus buscó las palabras. ¿Qué había estado haciendo en las últimas semanas? Trabajando. Llamando clientes. Bailando con algunos bellos extraños. Algo más también, pero él no podía recordarlo. No importaba. ―Pizza ―ella dijo de vuelta, impulsándolo en sus pies. ―Pizza. Por supuesto. Suena bien. ―Oye, ―ella dijo mientras él cerraba la puerta―. ¿Has oído algo de Camille recientemente? ―¿Camille? No la he visto en por lo menos… ¿Ochenta años? ¿Algo así? ¿Por qué me estas preguntando sobre Camille? ―Por nada ―ella dijo―. Su nombre sólo vino a mi mente. De todas formas, tú pagas. Fin Traducción Alu Viclun Bornt0fight Mara Corrección HaniaCM98 Ale MCM Mafe Herondale Diseño Tessa_ Moderadora Dany D’Herondale Nota Importante Esta traducción no tiene fines de lucro; es el producto de un trabajo realizado por un grupo de aficionadas que buscan ayudar por este medio a personas que por una u otra razón no pueden disfrutar de maravillosas obras como esta. Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción recibió, ni recibirá ganancias monetarias por su trabajo. El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y su respectiva editorial. Ministry Of Lost Souls