[Las Crónicas de Bane 08] Qué regalarle al Cazador de Sombras que lo tiene todo

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M
agnus Bane podría o no estar saliendo con Alec
Lightwood. Pero, definitivamente necesita encontrarle el
obsequio de cumpleaños perfecto. Octava aventura en
las Crónicas de Bane.
Situado entre Ciudad de cenizas y Ciudad de cristal, el brujo
Magnus Bane está determinado a encontrar el mejor obsequio de
cumpleaños posible para Alec Lightwood, el Cazador de Sombras con
el que podría estar saliendo, o no. Y también, tiene que lidiar con el
demonio que ha evocado para un cliente muy irritante. . .
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M
agnus se despertó con la suave y dorada luz del mediodía
filtrándose por su ventana y con su gato durmiendo sobre su
cabeza.
Presidente Miau algunas veces demostraba su cariño de esta desafortunada
manera. Magnus, de manera gentil, pero firmemente, desenredó al gato de su
cabello; sus pequeñas garras haciendo más daño aún, mientras Presidente era
removido con un largo y triste llanto felino de incomodidad.
Después el gato saltó a la almohada, aparentemente completamente
recuperado de su terrible experiencia, y luego saltó de la cama. Cayó al piso con
un suave golpe y se estrelló con un grito de guerra en su plato de comida.
Magnus rodó en la cama, de modo que yacía de costado a través del
colchón. La ventana que daba a su cama era un vitral. Diamantes dorados y
verdes se desplazaban por sus sábanas, descansando cálidamente sobre su piel
desnuda. Levantó la cabeza de la almohada y se dio cuenta de lo que estaba
haciendo: buscando en el aire un rastro de olor a café.
Esto había pasado algunas veces durante las últimas semanas. Magnus
tropezando hasta la cocina, hacia el rico olor del café, colocándose una bata de su
amplia y variada selección, para luego ir a encontrar a Alec. Había comprado una
cafetera porque Alec parecía constantemente afligido por su mágicamente sutil
robo de tazas de café y té del “MuddTruck”. La máquina era una molestia pero
Magnus estaba contento de haberla comprado. Alec, debía saber que la cafetera
era para él y su delicada sensibilidad moral. Parecía tener una sensación de
comodidad sobre la cafetera como no lo tenía con nada más, preparando café sin
preguntar si podía, y llevándole a Magnus una taza cuando estaba trabajando.
Con las demás cosas en el apartamento de Magnus, Alec todavía era cuidadoso,
tocándolas como si no tuviera derecho a ellas, como si fuera un invitado.
Y por supuesto era un invitado. Solo que Magnus tenía un deseo irracional
de que Alec se sintiera como en casa en su apartamento, como si eso significara
algo, como si le diera a Magnus algún derecho sobre Alec o que indicara que
Alec quería algún derecho sobre él. Magnus suponía que eso era. Quería
desesperadamente que él quisiera estar ahí, y que se sintiera feliz estándolo.
No podía secuestrar al hijo mayor de los Lightwood y quedárselo como
decoración de la casa. No obstante, Alec se había quedado dormido dos veces, en
el sofá, no en la cama. Una, después de una larga y lenta noche de besos, y otra
cuando había venido a tomar un café, claramente exhausto después de un largo
día cazando
demonios. Se había
deslizado
a la inconsciencia
casi
instantáneamente. Magnus también había comenzado a dejar la puerta principal
abierta, ya que nadie le robaría al Gran Brujo de Brooklyn y Alec algunas veces
llegaba temprano en la mañana.
Cada vez que Alec se había quedado un rato, o en las mañanas después de
que había dormido ahí, Magnus se había despertado con el sonido y el olor de él
preparándole café, aunque sabía que Magnus podía conseguir café mágicamente.
Alec lo había hecho solo unas pocas veces. Únicamente había estado ahí unas
cuantas mañanas; no era algo a lo que Magnus debiera estar acostumbrado.
Claro que Alec no estaba ahí hoy, porque era su cumpleaños, y él iba a estar
con su familia. Y, Magnus, no era exactamente el tipo de novio que puedes llevar
a tus salidas familiares. De hecho, hablando de salidas familiares, los Lightwood
ni siquiera sabían que Alec tenía un novio, mucho menos uno que también era
brujo, y Magnus no tenía idea de si algún día lo sabrían. No era algo con lo que
presionara a Alec. Él sabía, por todo el cuidado que Alec tenía, que aún era muy
pronto.
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No había razón para que Magnus saliera de la cama. Deambular por la sala,
la cocina, e imaginar a Alec agachado en la alacena, preparando café y usando un
horrible suéter, con toda su atención en la simple tarea. De verdad usa horribles
suéteres, pensó. Estaba consternado de que ese pensamiento trajera con él una
oleada de afecto.
No era culpa de los Lightwood. Obviamente ellos proveían a su hermana,
Isabelle, y a Jace Wayland, con dinero suficiente para utilizar atuendos
espectaculares. Magnus sospechaba que la madre de Alec le compraba su ropa, o
que la compraba él mismo, pero solo con fines prácticos. ¡Oh!, mira qué lindo,
en el gris no se nota mucho el icor. Y entonces, usaba esa horrible y funcional
ropa una y otra vez, sin siquiera notar que el tiempo las estaba deshilachando o
desgastando, y causándoles hoyos.
Contra su voluntad, Magnus encontró sus labios curvándose en una sonrisa,
mientras rebuscaba su gran taza azul que decía “MEJOR QUE GANDALF” con
letras grandes y brillantes al frente. Estaba atontado; había sido oficialmente
sublevado por sí mismo.
Tal vez estaba atontado, pero tenía otras cosas en que pensar el día de hoy,
además de Alec. Una compañía mundana lo había contratado para invocar un
demonio Cecaelia. Por la cantidad de dinero que le estaban pagando, y
considerando que los demonios Cecaelia eran demonios menores que apenas
podían causar algún escándalo, Magnus había accedido a no hacer preguntas.
Sorbió su café y contempló su atuendo para invocar demonios del día. Invocar
demonios no era algo que Magnus hiciera constantemente, considerando que era
técnicamente extremadamente ilegal. Él no tenía un gran respeto por la Ley, pero
si la iba a romper, quería verse bien haciéndolo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del timbre. No había
dejado la puerta abierta para Alec hoy, y levantó las cejas ante el sonido. La
señora Connor llegaba veinte minutos antes.
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A Magnus le desagradaba profundamente la gente que llegaba temprano a
las reuniones de negocios. Era tan malo como llegar tarde, porque hacía ver mal a
todos los demás, e incluso peor, la gente que llegaba temprano siempre actuaba
terriblemente superior acerca de su mala habilidad para tomar el tiempo.
Actuaban como si moralmente fuera más correcto levantarse temprano que
quedarse despierto hasta tarde, incluso aunque hicieras la misma cantidad de
trabajo en la misma cantidad de tiempo. Para Magnus esta era una de las grandes
injusticias de la vida.
Era posible que estuviera un poco irritable por no poder terminar su café
antes de tener que lidiar con asuntos de trabajo.
Dejó entrar a la representante de la compañía. La señora Connor resultó ser
una mujer en sus treintas, que hacía notar su nombre irlandés. Tenía el abundante
cabello rojo recogido en un nudo, y el tipo de piel blanca impenetrable que
Magnus podía apostar que nunca se bronceaba. Estaba usando un traje azul
cuadrado que parecía costoso, y miraba con extremado recelo el atuendo de
Magnus.
Esta era la casa de Magnus, ella había llegado temprano, y él se sentía
totalmente en su derecho de estar vestido en nada más que pantalones de pijama
de seda negros, decorados con un patrón de tigres y flamencos bailando. Se dio
cuenta de que los pantalones se estaban resbalando un poco hacia abajo por su
cadera y los subió. Él vio la mirada de desaprobación de la señora Connor
deslizarse por su pecho desnudo, y apresurarse por la suave piel café donde
debería estar un ombligo. La marca del demonio, como su padrastro le había
llamado, pero lo mismo había dicho acerca de los ojos de Magnus. A Magnus le
había dejado de importar hace mucho tiempo lo que los mundanos pensaran de
él.
―Caroline Connor ―dijo la mujer; no le ofreció la mano―, gerente
general y vicepresidenta de mercadeo de Empresas Sigbal.
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―Magnus Bane ―dijo Magnus―. Gran Brujo de Brooklyn y campeón de
scrabble.
―Usted está altamente recomendado, he escuchado que es un hechicero
extremadamente poderoso.
―Brujo, en realidad.
―Esperaba que fuera…
Ella hizo una pausa como alguien eligiendo entre una selección de
chocolates, de la cual estaba extremadamente indecisa. Magnus se preguntaba
cuál escogería, cuál marca de mago confiable esperaba ella; vejez, barba, ser
blanco. Magnus había encontrado muchas personas en el mercado para ser un
sabio. No tenía tiempo para esto.
Aun así debía admitir que tal vez esto no era lo más profesional que había
hecho.
―¿Usted esperaba que yo, tal vez ―sugirió lentamente―, usara una
playera?
La señora Connor levantó sus hombros con un ligero estremecimiento.
―Todo el mundo me dijo que usted hacía excéntricas elecciones de moda,
y estoy segura que ese estilo de cabello es muy moderno ―comentó―. Pero
francamente, parece que un gato estuvo durmiendo en su cabeza.
Magnus le ofreció a la señora Connor un café, el cual rechazó. Todo lo que
aceptaría sería un vaso con agua. Magnus estaba sospechando más y más de ella.
Cuando salió de su habitación usando unos pantalones de piel marrón y un
brillante suéter de cuello colgado que venía con una pequeña y alegre bufanda a
juego, Caroline lo miró con tal frialdad que sugería que no pensaba que esto
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fuera una gran mejoría con respecto a sus pantalones de pijama. Magnus ya había
aceptado el hecho de que nunca habría una eterna amistad entre ellos y eso no le
rompía el corazón.
―Así que, Caroline ―él dijo.
―Prefiero señora Connor ―dijo ella, sentada muy en la orilla del sofá de
terciopelo dorado de Magnus. Miraba los muebles alrededor con tanta
desaprobación como había mirado el pecho desnudo de Magnus, como si pensara
que algunos estampados y una lámpara con campanas fueran de alguna manera
equivalentes a las orgías romanas.
―Señora Connor ―Magnus corrigió rápidamente. El cliente siempre tenía
la razón, y esa era la política de Magnus hasta que el trabajo estuviera terminado,
momento en el que rechazaría volver a trabajar para esa compañía.
Ella sacó un expediente de su portafolio, un contrato en una carpeta verde
oscuro la cual extendió a Magnus para que la hojeara. Magnus había firmado
otros dos contratos la semana pasada, uno grabado dentro del tronco de un árbol
en las profundidades de un bosque alemán, bajo la luz de la luna nueva, y otro
con su propia sangre. Los mundanos eran tan pintorescos.
Magnus lo miró. Invocar demonio menor, propósito misterioso, cantidades
obscenas de dinero. Listo, listo y listo. Lo firmó con un ademán y lo devolvió.
―Bueno ―dijo la señora Connor entrelazando las manos en su regazo―.
Quisiera ver al demonio ahora, si no le molesta.
―Toma algo de tiempo preparar el pentagrama y el círculo de invocación
―dijo Magnus―. Probablemente quiera ponerse cómoda.
La señora Connor parecía asombrada y descontenta.
―Tengo una reunión para el almuerzo ―apuntó―. ¿Hay alguna manera de
acelerar el proceso?
―Eh, no. Esto es magia negra, señora Connor ―dijo Magnus―. No es lo
mismo que ordenar una pizza.
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La boca de la señora Connor se cerró como una pieza de papel siendo
doblada a la mitad.
―¿Sería posible que yo volviera en unas horas?
La convicción de Magnus de que las personas que llegaban temprano a las
reuniones de negocios no tenían respeto por el tiempo de las demás personas,
estaba siendo confirmada. Por otro lado, él no quería que esta mujer estuviera en
su casa más tiempo del necesario.
―Váyase ―dijo Magnus, manteniendo su voz tranquila y encantadora―.
Cuando regrese, habrá un demonio Cecaelia aquí para que haga con él lo que
desee.
―Casa Bane ―murmuró Magnus mientras que la Señorita Connor se iba,
su voz no era lo suficientemente baja como para poder estar seguro de que ella no
lo oiría―. Los mejores demonios, a su servicio.
Él no tenía tiempo para sentarse a quejarse, pues había trabajo por hacer.
Magnus comenzó a organizar su círculo de velas negras; dentro del círculo talló
un pentagrama, usando una rama de serbal recién cortada por manos de hadas.
Todo el proceso duró un par de horas antes de que estuviese listo para comenzar
con su cántico.
―¡Iam tibi impero a praecipio, maligne spiritus1! Yo te invoco por el poder
de la campana, el libro y la vela. Yo te invoco desde el vacío etéreo, desde las
oscuras profundidades. Yo te invoco, Elyaas que nadas en los mares de las almas
eternamente ahogadas. Elyaas, que estás al acecho entre las sombras que rodean
al Pandemonium. Elyaas, que te bañas entre lágrimas y juegas con los huesos de
los marineros perdidos.
Magnus arrastró las palabras, golpeando su taza con las uñas y examinando
su astillado esmalte verde. Él se sentía orgulloso de su trabajo, pero esta no era
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A ti, te ordeno, espíritu del mal.
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una de sus partes favoritas de este empleo, ni uno de sus clientes favoritos y
tampoco era el día para ello.
El dorado suelo de madera empezó a echar humo y el humo que comenzó a
elevarse olía a azufre. Pero el humo ascendía en volutas sombrías. Magnus sintió
una resistencia mientras acercaba hacia él la dimensión del demonio, como un
pescador jalando una caña y sacando un pez que da pelea.
Era demasiado temprano en la tarde para esto. Magnus habló en un tono de
voz más alto, sintiendo aumentar el poder dentro de él, como si su sangre
estuviese en llamas, lanzando chispas desde el centro de su ser hacia el espacio
entre los mundos.
―Como el destructor de Marbas, te invoco. Te invoco a ti como el hijo del
demonio que puede hacer que tus mares se sequen como desiertos. Te invoco a ti
por mis propios poderes y por el poder de mi sangre, y tú sabes quién es mi
padre, Elyaas. No desobedecerás, no osarás desobedecerme.
El humo ascendió más y más, se convirtió en un velo y detrás de este, por
un momento, Magnus vislumbró otro mundo. Entonces el humo se volvió
demasiado denso como para ver a través de él. Magnus tuvo que esperar hasta
que el humo menguase y tomara forma; no una forma humana, para ser exactos.
Magnus había convocado muchos demonios asquerosos en su vida. El
demonio anfisbena tenía las alas y el torso de un enorme pollo. Las historias
mundanas decían que tenía la cabeza y la cola de una serpiente, pero eso en
realidad no era verdad. Los demonios anfisbena estaban cubiertos por tentáculos,
con un tentáculo más largo que los demás, conteniendo un ojo y una boca con
unos colmillos cortantes. Magnus podía ver como la confusión había empezado a
aparecer.
Los demonios anfisbena eran los peores, pero los demonios cecaelia
tampoco eran sus favoritos, pues no eran agradables estéticamente hablando y
dejaban baba por todo el piso.
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La forma de Elyaas era más como una mancha que como alguna otra cosa.
Su cabeza era algo así como la de un hombre, pero con sus ojos verdes
acomodados muy juntos en el centro de su cara, y un orificio triangular que sirve
a la vez como nariz y como boca. No tenía brazos. Su torso estaba truncado
abruptamente y sus miembros inferiores te hacían recordar a un calamar, con sus
tentáculos duros y cortos. Y desde la cabeza hasta sus rechonchos tentáculos
estaba recubierto por una baba verde-negruzca, como si hubiese salido de un
fétido pantano y estuviese transpirando por cada poro la putrefacción.
―¿Quién invoca a Elyaas? ―preguntó en una voz que sonaba como la voz
normal de un hombre, aunque algo alegre, con una ligera insinuación de que
estaba siendo oída bajo el agua. Era posible que su voz sonase así simplemente
porque tenía la boca llena de baba. Magnus vio la lengua del demonio, como la
de un humano aunque verde y terminada en un grueso punto, destellando entre
sus afilados diente manchados por la baba, mientras él hablaba.
―Yo lo hago ―dijo Magnus―. Pero, prefiero creer que ya habíamos
aclarado eso cuando te estaba invocando y tú te comportaste recalcitrante.
Habló alegremente, pero la llama blanca-azulada de las velas respondió a
sus emociones y se contrajo formando una jaula de luz alrededor de Elyaas que lo
hizo quejarse. De cualquier, forma su baba no tenía efecto sobre su fuego.
―¡Oh, vamos! ―gruñó Elyaas―. ¡No seas así! Estaba en camino. Me
retrasé por unos asuntos personales.
Magnus rodó los ojos. ―¿Qué estabas haciendo, demonio?
Elyaas se veía sospechoso, si es que podías ver bajo la baba. ―Tenía una
cosa. Así que, ¿cómo has estado, Magnus?
―¿Qué? ―preguntó Magnus.
―Ya sabes, desde la última vez que me invocaste. ¿Cómo lo has pasado?
―¿Qué? ―preguntó Magnus de nuevo.
―¿No te acuerdas de mí? ―dijo el demonio de los tentáculos.
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―Yo invoco a muchos demonios ―dijo Magnus débilmente.
Hubo una larga pausa. Magnus miraba fijamente el fondo de su taza de café
y esperando desesperadamente que apareciese más. Esto era algo que muchos
mundanos también hacían, pero Magnus tenía algo que esos imbéciles no. Su
taza se llenó lentamente de nuevo, hasta que estuvo rebosante del oscuro y
delicioso líquido. Sorbió un poco y miró a Elyaas, que estaba moviéndose
incómodo continuamente de tentáculo a tentáculo
―Bueno ―dijo Elyaas―. Esto es incómodo.
―No es nada personal ―dijo Magnus.
―Quizás si refresco un poco tu memoria ―sugirió amablemente Elyaas―.
¿Me invocaste cuando estabas en busca de un demonio que maldijo a un Cazador
de sombras? ¿Bill Herondale?
―Will Herondale ―dijo Magnus.
Elyaas golpeó sus tentáculos como si fuesen dedos. ―Yo sabía que era algo
así.
―Sabes ―dijo Magnus―, creo que si me acuerdo, lo lamento por eso. Me
había dado cuenta de una vez que no eras el demonio que estaba buscando.
Parecías un poco azul en uno de los dibujos, pero obviamente no eres azul y yo
estaba malgastando tu tiempo. Fuiste bastante comprensivo con eso.
―No pienses en ello ―Elyaas ondeaba un tentáculo―. Esas cosas pasan y
yo puedo lucir azul, tú sabes, con la luz adecuada.
―La iluminación es importante, es verdad ―dijo Magnus.
―Así que, ¿qué le pasó a Bill Herondale y a la maldición que le puso el
demonio azul? ―el interés del demonio cecaelia parecía genuino.
―Will Herondale ―dijo Magnus de nuevo―. De hecho es una larga
historia.
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―Tú sabes, a veces nosotros, los demonios, fingimos que estamos
maldiciendo a las personas, pero en realidad no lo hacemos ―dijo Elyaas
charladoramente―. Como sólo por placer. Eso es típico de nosotros, ¿lo sabías?
―Me lo pudiste haber dicho hace un siglo o dos ―observó fríamente
Magnus.
Elyaas negó con la cabeza, sonriendo con una sonrisa adornada por la baba.
―El viejo truco de fingir maldecir, es un clásico. Muy cómico ―pareció notar la
expresión no impresionada de Magnus por primera vez―. Por supuesto que no
desde tu punto de vista.
―¡No fue nada cómico para Bill Herondale! ―dijo Magnus―. Oh, mierda.
Ahora me lo pegaste.
El teléfono de Magnus sonó desde el estante en el que lo había dejado,
Magnus hizo su camino a por él y estaba fascinado cuando vio que era Catarina.
Había estado esperando su llamado.
Entonces se dio cuenta que el demonio lo estaba mirando curiosamente
―Lo siento ―dijo Magnus―. ¿Te molesta si contesto?
Elyaas ondeó un tentáculo.
―Oh no, para nada, adelante.
Magnus presionó la tecla de llamada del teléfono y caminó hacia las
ventanas, lejos del demonio y sus humos de azufre.
―¡Hola, Catarina! ―dijo Magnus―, estoy tan alegre de que por fin me
hayas devuelto la llamada.
Pudo haber puesto un poquito de énfasis en el "por fin".
―Sólo lo hice porque dijiste que era urgente ―dijo su amiga, que era
primero una enfermera y luego una bruja. Magnus no creía que hubiese tenido
una cita en quince años. Antes de eso ella había tenido un prometido con el que
tenía intenciones de casarse, pero nunca había encontrado el momento adecuado,
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y eventualmente él murió de viejo, esperando por ese día en el que ella señalara
una fecha.
―Es urgente ―dijo Magnus―, tú sabes que he estado pasando algo de
tiempo con uno de los Nefilim del Instituto de Nueva York.
―Un Lightwood, ¿cierto? ―preguntó Catarina.
―Alexander Lightwood ―dijo Magnus, y se horrorizó ligeramente al oír
cómo su propia voz se suavizaba tan sólo con su nombre.
―No creí que tuvieses tiempo, con todas las cosas que tienes en tus manos.
Era cierto, la noche en que Magnus había conocido a Alec había pretendido
tan sólo hacer una fiesta, tener algo de diversión y fingir el papel del brujo lleno
de alegría de vivir hasta que pudiese sentirla. Recordaba cómo en el pasado, cada
unos cuantos años, solía sentirse inquieto y hambriento de amor, y comenzaba a
buscar la posibilidad de amar en hermosos extraños. Pero de alguna forma, en
estos tiempos, no había pasado. Había pasado los 80's en una extraña nube de
miseria, pensando en Camille, la vampira que había amado hacía más de una
década. No había amado a nadie más, no había amado realmente a nadie que lo
hubiese amado de vuelta, desde Etta en los 50's. Etta había muerto desde hacía
años, varios años y lo había dejado antes de morirse. Desde entonces había
habido algunas aventuras, por supuesto, amantes que lo habían decepcionado y a
quienes él hubo decepcionado, caras que ahora apenas recordaba, destellos de
brillo que habían centellado e ido apagándose incluso cuando se les acercaba.
Él no había dejado de querer amor. Él, de alguna manera, tan sólo había
dejado de buscarlo.
Se preguntaba si uno podía estar exhausto sin saberlo, si la esperanza podría
perderse, no toda de una vez sino escaparse lentamente, día a día, y desvanecerse
antes de que te hayas dado cuenta.
Entonces Clary Fray había aparecido en su fiesta, la chica cuya madre le
había estado ocultando toda su vida su linaje de Cazadora de Sombras. Clary
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había sido llevada a Magnus para que él pudiese escudar su memoria y ocultar su
vista, una y otra vez mientras que ella crecía, y Magnus lo había hecho. No era
una cosa terriblemente buena que hacerle a una chica, pero su madre había estado
preocupada por ella, y Magnus no creía que fuese un momento adecuado para
rehusarse. Aun así, Magnus no había sido capaz de detenerse al formar una
opinión personal sobre el asunto. Ver a un niño crecer, año tras año, había sido
algo nuevo para él, así como haber sentido el peso de sus recuerdos en sus
manos. Había empezado a sentirse un poco culpable, también había querido saber
qué sería de ella y se había comenzado a preguntar qué sería lo mejor para ella.
Magnus había estado interesado en Clary, la pequeña pelirroja, que se había
convertido en una pequeña pelirroja ligeramente más grande, pero él no había
pensado que pudiese estar terriblemente interesado en los compañeros que ella se
había buscado. No el mediocre chico mundano; no el Jace Wayland de ojos
dorados, que le recordaba demasiado a Magnus sobre un pasado que desearía
olvidar; y ciertamente ninguno de los hermanos Lightwood, el chico y la chica de
cabello oscuro, cuyos padres Magnus tenía razones para repugnar.
No tenía mucho sentido para él que sus ojos hubiesen sido atraídos por
Alec, una y otra vez. Alec se había quedado atrás de su pequeño grupo y no había
hecho ningún esfuerzo por atraer las miradas. Tenía una impresionante
combinación de colores, la rara combinación de cabello negro y ojos azules, que
había sido siempre la favorita de Magnus, y Magnus suponía que esa había sido
la primera razón por la cual él había mirado hacia donde estaba Alec. Era raro ver
la coloración que era tan distintiva en Will y su hermana, hace tantos miles de
años atrás, y que estuviese en alguien con un apellido tan diferente...
Entonces Alec había sonreído con una de las bromas de Magnus, y su
sonrisa había encendido una lámpara en su solemne rostro, haciendo sus ojos
azules más brillantes y momentáneamente arrebatándole el aliento a Magnus. Y
Magnus hubo mantenido la atención, vio un centelleo de interés correspondido
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en los ojos de Alec, una mezcla de culpa, intriga y placer ante la atención de
Magnus. Los Cazadores de Sombras eran tan anticuados con esas cosas, lo cual
era decir intolerante y de mirada estrecha, tal y como actuaban ante todo. Magnus
había sido abordado por Cazadores de Sombras antes, por supuesto, pero siempre
en una forma secreta y furtiva, como siempre, casi como si le estuviesen
haciendo a Magnus un gran favor, y como si el toque de Magnus, aunque fuese
deseado, los pudiese manchar. (Magnus siempre los había rechazado.) Había sido
toda una conmoción ver esos sentimientos expuestos e inocentes en una hermosa
cara de niño.
Cuando Magnus le había guiñado un ojo a Alec y le dijo que lo llamara,
había sido un impulso temerario, quizás un poco más que un capricho. Pero él
definitivamente no había esperado ver al Cazador de Sombras un par de días
después en su puerta, pidiéndole una cita. Ni tampoco había esperado que la cita
hubiese sido tan espectacularmente bizarra, o que después de la cita Alec le
gustase tanto.
―Alec me tomó por sorpresa ―le dijo finalmente Magnus a Catarina, lo
que había sido un gran eufemismo y tan verdadero, que se sentía demasiado
revelador.
―Bueno, me parece una idea muy loca, pero esas usualmente funcionan
para ti ―dijo Catarina―. Entonces, ¿cuál es el problema?
Esa era la pregunta del millón de dólares. Magnus decidió sonar casual
sobre ello. Esto no era algo por lo que él debería estarse preocupando tanto como
lo estaba haciendo, y quería consejos, pero no quería dejarle saber a nadie,
mucho menos a Catarina, lo mucho que le importaba.
―Me alegra que lo preguntes, verás ―dijo Magnus―, hoy es el
cumpleaños de Alec, tiene 18 años y me gustaría comprarle un regalo; porque la
celebración del cumpleaños de alguien es un momento tradicional para darle
regalos, y estos indican tu afecto por ellos. Pero, y para este punto me hubiese
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gustado que me hubieses llamado antes, no tengo ninguna idea de que comprarle,
y apreciaría si me dieras algunos consejos. El problema es que, a él no parecen
importarle mucho las cosas materiales, incluida la ropa, cosa que no entiendo,
aunque lo encuentro extrañamente encantador. Es imposible comprarle algo. Las
únicas cosas nuevas que le he visto son armas y los nunchakus no son para nada
un regalo romántico. También me preguntaba, si tú creías que conseguirle un
regalo me haría parecer ansioso y alejarlo. Sólo nos hemos estado viendo por
poco tiempo, y sus padres ni siquiera saben que a él le gustan los hombres,
mucho menos que le gustan los hechiceros degenerados, y quiero ser sutil.
Quizás no comprarle un regalo sería un error. Es posible que él pensase que soy
muy intenso. Y como tú bien sabes, Catarina, yo no soy intenso. Yo soy liberal.
Soy un hastiado de lo sofisticado y no quiero que tenga la idea equivocada sobre
mí o que piense que el regalo significa más de lo que debería. Quizás un regalo
simbólico. ¿Tú que piensas?
Magnus tomó un respiro profundo, eso había salido un poco menos frío,
calmado, bien razonado y sofisticado de lo que él había esperado.
―Magnus ―dijo Catarina―, tengo vidas que salvar.
Luego le colgó.
Magnus se quedó mirando el teléfono con incredulidad. Nunca hubiese
pensado que Catarina le haría eso a él. Eso parecía alguna crueldad de Waton.
Pero, él no había sonado tan mal por teléfono.
―¿Es Alec tu amante? ―pregunto Elyaas, el demonio tentáculo.
Magnus lo miró fijamente. No estaba preparado para que nadie le dijese
"amante" a con una nota rebosante de baba tras la palabra. Sintió que nunca
estaría listo.
―Debería darle una mezcla musical ―dijo Elyaas―. Los chicos aman las
mezclas musicales, son las cosas 'de moda' en este momento.
―La última vez que fuiste invocado, ¿fue en los 80's? ―preguntó Magnus.
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―Puede que lo haya sido ―dijo Elyaas defensivamente.
―Las cosas han cambiado.
―¿La gente todavía escucha Fleetwood Mac2? ―preguntó el demonio.
Había un tono lastimero en su voz―. Me encanta el Mac.
Magnus ignoró al demonio, que en voz baja había comenzado a cantar una
canción viscosa para sí mismo. Magnus estaba contemplando su propio y oscuro
destino. Tenía que aceptarlo. No había manera de evitarlo. No había nadie más a
quien pudiera recurrir.
Iba a tener que llamar a Ragnor Fell y pedir consejos sobre su vida
amorosa.
Ragnor estaba pasando mucho tiempo últimamente en Idris, la ciudad de
cristal de los cazadores de sombras, donde los teléfonos, la televisión y el
Internet no funcionaban, y donde Magnus imaginó, los elegidos del Ángel tenían
de recurrir a grabados en madera pornográficos cuando querían descansar
después de un largo día de cazar demonios.
Ragnor había usado su magia para instalar un teléfono, pero no podía
esperar que se la pasara alrededor de este todo el santo día. Así que Magnus se
sintió profundamente agradecido cuando el teléfono de Ragnor de hecho sonó y
el brujo de hecho contestó.
―Ragnor, gracias a Dios ―dijo.
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Fleetwood Mac es una banda de blues y rock
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―¿Quién es? ―preguntó Ragnor―. ¿Es Valentine? Estoy en Londres y
Tessa en el Amazonas. No hay manera de contactar con ella. Muy bien. Déjame
terminar con esto rápido. Llama a Catarina, y estaré contigo en…
―Ah ―dijo Magnus―, no hay necesidad de eso. Aunque gracias por tu
salto inmediato en mi ayuda, mi dulce príncipe esmeralda.
Se produjo una pausa. Entonces Ragnor dijo, de manera mucho menos
interesada y con voz mucho más gruñona.
―¿Por qué me molestas, entonces?
―Bueno, me necesito algunos consejo ―dijo Magnus―. Así que me dirijo
a ti, como uno de mis amigos más antiguos y queridos, como un brujo
compatriota y compañero de confianza, como el formal brujo de Londres en el
que tengo confianza implícita.
―Tus adulaciones me ponen nervioso ―dijo Ragnor―. Esto significa que
quieres algo. Sin duda algo horrible. No me convertiré en un pirata contigo otra
vez, Magnus. No me importa cuánto me pagues.
―No iba a sugerirlo. Mi pregunta es más de... carácter personal. No
cuelgues. Catarina fue muy antipática.
Hubo un largo silencio. Magnus jugueteó con las cortinas de la ventana,
mirando el almacén convertido en su apartamento. Cortinas de encaje se agitaban
con la brisa de verano que entraba por una ventana abierta cercana a la calle.
Trató de ignorar el reflejo del demonio en su propia ventana.
―Espera ―dijo Ragnor, y empezó a reírse con disimulo. ―¿Se trata de tu
novio Nefilim?
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―Nuestra relación es todavía indefinida ―dijo Magnus con dignidad.
Entonces apretó el teléfono y susurró. ―¿Y cómo sabes los detalles privados
sobre mi vida personal con Alexander?
―Ooooooh, Alexander ―dijo Ragnor con voz cantarina―. Yo sé todo.
Raphael llamó y me lo dijo.
―Raphael Santiago ―dijo Magnus, pensando tristemente en el actual líder
del clan de vampiros de Nueva York―. Tiene un ingrato corazón negro, y un día
será castigado por esta traición.
―Raphael me llama todos los meses ―dijo Ragnor― Él sabe que es
importante preservar las buenas relaciones, por lo que mantenemos una
comunicación regular entre las diferentes facciones del Submundo. Podría añadir,
que Raphael siempre recuerda acontecimientos importantes en mi vida.
―¡Se me olvidó tu cumpleaños una vez hace sesenta años! ―dijo
Magnus―. Tienes que olvidarlo.
―Fue hace cincuenta y ocho años. Y Raphael sabe que necesitamos
mantener un frente unido contra los Nefilim y no, por ejemplo, salir a escondidas
con sus hijos menores de edad ―Ragnor continuó.
―¡Alec tiene dieciocho años!
―Lo que sea ―dijo Ragnor―. Raphael nunca saldría con un cazador de
sombras.
―Por supuesto, ¿por qué iba a hacerlo, cuando los dos están enamorados?
―preguntó Magnus―. Ooooh, Raphael es siempre muy profesional. Ooooh,
Rafael y yo estamos planeando una boda de junio. Además, Raphael nunca
saldría con un cazador de sombras, porque Raphael tiene una política de no hacer
nada que sea impresionante.
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―Aguantar runas no son las únicas cosas que importan en la vida ―dijo
Ragnor.
―Lo dice alguien que está malgastando su vida ―le dijo Magnus―. Y de
todas formas, no es como... Alec es....
―Si me hablas de tus empalagosos sentimientos por uno de los Nefilim, me
volveré doblemente verde y enfermo ―dijo Ragnor―. Te lo advierto.
Doble verde sonaba interesante, pero Magnus no tenía tiempo que perder.
―Está bien. Sólo asesórame en este caso práctico ―dijo Magnus―. ¿Debo
comprar un regalo de cumpleaños? Y si es así, ¿qué debe ser?
―Acabo de recordar que tengo unos asuntos muy importantes que atender.
―dijo Ragnor.
―No ―dijo Magnus―, espera. No hagas esto. Confié en ti.
―Lo siento, Magnus, pero se está cortando la llamada.
―¿Tal vez un suéter de cachemira? ¿Qué piensas acerca de un suéter?
―Oops, túnel ―dijo Ragnor, y el tono de una llamada terminada resonó en
los oídos de Magnus.
Magnus no sabía por qué todos sus amigos inmortales tenían que ser tan
crueles y horribles. El asunto importante de Ragnor era probablemente una
reunión para escribir un libro de quemaduras con Raphael. Magnus podía verlos
ahora, compartiendo un banco y garabateando felizmente sobre el estúpido
cabello de Magnus.
Magnus se alejó de esta visión privada, por la visión real de lo estaba
sucediendo en su departamento. Elyaas estaban generando más y más baba.
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Estaba llenando rápidamente el pentagrama. El demonio Cecaelia se revolcaba
en la materia.
―Creo que deberías comprarle una vela perfumada. ―Elyaas propuso, con
la voz más viscosa por momentos. Hizo un gesto con sus tentáculos con
entusiasmo para ilustrar su punto―. Los hay de muchos olores interesantes,
como el arándano y azahar. Esto le traerá serenidad y va a pensar en ti cuando se
vaya a dormir. A todo el mundo le gustan las velas perfumadas.
―Necesito que te calles ―dijo Magnus―. Tengo que pensar.
Se dejó caer en el sofá. Magnus debería haber esperado que Raphael, el
sucio y traidor, hubiese informado de su romance a Ragnor.
Magnus recordó la noche en que llevó a Alec a Taki’s. Por lo general, iban
a los lugares frecuentados por los mundanos. Las guaridas del Submundo llenas
de hadas, hombres lobo, hechiceros y vampiros, podían hacer que los
comentarios llegaran a sus padres, claramente ponía a Alec nervioso. Magnus no
pensó que Alec entendiera cuánto prefieren los Submundo mantenerse aparte de
los asuntos de un cazador de sombras.
La cafetería estaba llena. El centro de atención era un peri y un hombre lobo
que tenían algún tipo de disputa territorial. Nadie prestó ninguna atención a Alec
y Magnus, en absoluto, excepto Kaelie, la pequeña camarera rubia, que había
sonreído cuando habían llegado y que había estado muy atenta.
―¿La conoces? ―preguntó Magnus.
―Un poco ―dijo Alec―. Ella es parte nixie. Le gusta Jace.
| 24
Ella no era la única a quien le gustaba Jace, Magnus pensó. No veía porque
todo ese alboroto. Aparte del hecho que Jace tenía una cara como la de un ángel
y abdominales impresionantes.
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Magnus comenzó a contarle a Alec una historia acerca de un club nocturno
nixie en el que había estado una vez. Alec estaba riendo cuando Raphael
Santiago entró por la puerta del café con sus más fieles seguidores vampiros, Lily
y Elliot. Raphael vio a Magnus y Alec, y arqueó sus delgadas cejas golpeando el
nacimiento del pelo.
―No, no, no, y no ―dijo Raphael, y de hecho dio varios pasos hacia la
puerta―. Dense la vuelta, todo el mundo. No quiero saber esto, me niego a ser
consciente de ello.
―Uno de los Nefilim ―dijo Lily, la chica mala, mientras tamborileaba sus
brillantes uñas azules sobre la mesa con―. Vaya, vaya.
―¿Hola? ―dijo Alec.
―Espera un minuto ―dijo Raphael―. ¿Eres Alexander Lightwood?
Alec se veía más aterrorizado a cada momento.
―¿Sí? ―dijo, como si no estuviera seguro. Magnus pensó que podría estar
considerando la posibilidad de cambiar su nombre a Horace Whipplepool y huir
del país.
―¿No tienes doce? ―Raphael exigió―. Recuerdo claramente que tenías
doce.
―Uh, eso fue hace mucho tiempo ―dijo Alec.
Él parecía asustado. Magnus suponía que debía ser inquietante ser acusado
de tener doce por alguien que parecía un muchacho de quince años.
Magnus podría haber encontrado la situación divertida en otro momento,
pero miró a Alec. Los hombros de Alec estaban tensos.
Conocía a Alec lo suficientemente bien, a estas alturas, como para saber lo
que estaba sintiendo, los impulsos contradictorios que combatían en él. Era
consciente, la clase de persona que creía que las demás personas a su alrededor
era más importantes que él, que ya creía que estaba defraudándolos a todos. Y era
honesto, el tipo de persona naturalmente abierta sobre todo lo que quería y sentía.
Las virtudes de Alec le habían creado una trampa: estas dos cualidades
habían colisionado dolorosamente. Sentía que no podía ser sincero sin
decepcionar a todos los que amaba. Era un dilema espantoso para él. Era como si
el mundo hubiera sido diseñado para hacerlo infeliz.
―Déjalo en paz ―dijo Magnus y tomó la mano de Alec sobre la mesa. Por
un momento los dedos de Alec se relajaron bajo los de Magnus, comenzaron a
enrollarse alrededor de ellos, sosteniendo su mano. Luego miró a los vampiros y
apartó la mano.
Magnus había conocido a un montón de hombres y mujeres a través de los
años que habían tenido miedo de quiénes eran y qué querían. Había amado a
muchos de ellos, y le habían hecho daño todos ellos. Había amado los tiempos en
el mundo terrenal cuando la gente era menos miedosa. Amaría un mundo donde
pudiera llegar a un lugar público y tomar la mano de Alec.
Eso no hacía que Magnus se sintiera más amable hacia los cazadores de
sombras por ver a uno de sus guerreros tocados por el Ángel temer por algo
como esto. Si creían que eran mucho mejor que todos los demás, deberían, al
menos, ser capaces de hacer que sus propios hijos se sintieran bien respecto a
quienes eran.
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Elliot se apoyó contra el asiento de Alec, sacudiendo la cabeza para que sus
delgados rastas se batieran sobre su cara.
―¿Qué pensarían tus padres? ―preguntó con fingida solemnidad.
Era divertido para los vampiros. Pero no era gracioso para Alec.
―Elliot ―dijo Magnus―. Eres aburrido. Y no quiero escuchar que has
estado contando cuentos tediosos por el lugar. ¿Me entiendes?
Él jugaba con una cuchara, chispas azules viajando desde sus dedos hacia la
cuchara y de regreso.
Los ojos de Elliott decían que Magnus no sería capaz de matarlo con una
cuchara. Los ojos de Magnus invitaban a Elliott a probarlo.
Raphael perdió la paciencia, lo que ciertamente era como un desierto
perdiendo agua.
―Dios3 ―espetó Raphael, y los otros dos vampiros se estremecieron―, no
estoy interesado en sus sórdidos encuentros o sus elecciones de vida
constantemente trastornadas, y ciertamente no estoy interesado en entrometerme
en los asuntos de los Nefilim. Es en serio lo que dije. No quiero saber acerca de
esto. Y no sabré acerca de esto. Esto nunca pasó. No vi nada. Vamos.
Así que ahora Raphael había ido corriendo a informar a Ragnor. Así eran
los vampiros: siempre yendo a la yugular, literal y metafóricamente. Estaban
arruinando su vida amorosa; además de ser unos desconsiderados invitados en las
fiestas; habían metido sangre en su equipo de sonido, durante su última fiesta y
convirtieron al amigo idiota de Clary, Stanley, en una rata, lo cual fue sólo de
mala educación. Magnus no volvería a invitar a ningún vampiro a sus fiestas.
3
En español, en el original.
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Serían hombres lobo y hadas todo el tiempo. Aunque fuera un infierno sacar
pelaje y polvo de hada del sillón.
Magnus y Alec permanecieron sentados en un silencio breve después de
que los vampiros salieron, y entonces algo más pasó. La pelea entre el peri y el
hombre lobo se salió de las manos. La cara del hombre lobo cambió, gruñendo, y
el peri volteó la mesa. Se escuchó un choque.
Magnus se volteó ligeramente hacia el sonido y Alec actuó. Se levantó de
un salto, con un cuchillo en una mano, y la otra mano yendo hacia un arma en su
cinturón. Se movió más rápido de lo que cualquier otro en el cuarto (hombre
lobo, hada, o vampiro) se pudo haber movido.
Y se movió automáticamente al frente del reservado donde Magnus estaba
sentado, situando su cuerpo entre Magnus y la amenaza sin siquiera pensarlo.
Magnus había visto cómo Alec actuaba con sus compañeros Cazadores de
Sombras, con su hermana y su parabatai, más cercano que un hermano. Él
cuidaba sus espaldas, vigilándolos, comportándose en todo momento como si sus
vidas valieran más que la suya.
Magnus era el Gran Brujo de Brooklyn, y por siglos él había tenido poder
más allá de los sueños, no sólo de mundanos, sino de la mayoría del Submundo.
Ciertamente no necesitaba protección, y nadie siquiera había pensado nunca en
ofrecérsela, mucho menos un Cazador de Sombras. Lo mejor que podías esperar
de un Cazador de Sombras, si eras del Submundo, era que te dejaran solo. Nadie
había tratado de protegerlo, que él pudiera recordar, desde que era pequeño. Él
nunca había querido que alguien lo hiciera, no desde que había sido un niño que
tuvo que correr a la fría misericordia del santuario de los Hermanos Silenciosos.
Eso había sido hacía mucho tiempo en un país muy lejano, y Magnus nunca
quiso ser débil de nuevo. Aun así, ver a Alec saltar a defenderlo causó que
Magnus sintiera una punzada en el centro de su pecho, dulce y dolorosa al mismo
tiempo.
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Y los clientes de Taki’s se alejaron de Alec, del poder angelical revelado en
una repentina llamarada de furia. En ese momento nadie dudó que él pudiera
vencerlos a todos.
El peri y el hombre lobo se escabulleron a esquinas contrarias del
restaurante. Y entonces, precipitadamente, salieron del edificio. Alec se sentó en
la cabina, frente a Magnus, y le dedicó una sonrisa avergonzada.
Era extraña, y asombrosa, y terriblemente simpática, como Alec mismo.
Entonces Magnus arrastró fuera a Alec, lo empujó contra la pared de
ladrillo del Taki debajo del chispeante y volteado letrero, y lo besó. Los ojos
azules de Alec, que habían estado encendidos con furia angelical, de pronto eran
tiernos, y estaban oscurecidos con pasión. Magnus sintió el ágil cuerpo
musculoso de Alec contra el suyo, sintió sus tiernas manos deslizándose por su
espalda. Alec lo besó de vuelta con entusiasmo demoledor, y Magnus pensó, Sí,
este es, este encaja, después de todos los tropiezos y la búsqueda, y aquí está.
―¿Qué fue eso? ―preguntó Alec luego de un buen rato, con los ojos
brillando.
Alec era joven. Magnus nunca había sido viejo, nunca había sabido cómo el
mundo reaccionaba ante ti cuando eres viejo. Y tampoco había tenido permitido
ser realmente joven por mucho tiempo. Ser inmortal significaba estar alejado de
ese tipo de preocupaciones. Todos los mortales a los que Magnus había amado se
habían visto más jóvenes y viejos que él, ambos al mismo tiempo. Pero Magnus
estaba profundamente consciente de que esa era la primera vez que Alec salía
con alguien, que hacía algo. Él le había dado a Alec su primer beso. Magnus
quería ser bueno para él, no cargarlo con el peso de sentimientos, de los que Alec
podría no recuperarse.
―Nada ―mintió Magnus.
| 29
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Pensando acerca de esa noche en el Taki’s, Magnus se dio cuenta de cuál
sería el regalo perfecto para Alec. También se dio cuenta de que no tenía idea de
cómo dárselo.
En el único pedazo de suerte, en un terrible día lleno con baba y amigos
crueles, en ese preciso momento, el timbre sonó.
Magnus cruzó el piso fácilmente en tres zancadas y gritó en el
intercomunicador.
―¿QUIÉN SE ATREVE A MOLESTAR AL GRAN BRUJO?
Hubo una pausa
―Enserio, si eres un testigo de Jehová…
―Ah, no ―dijo una voz de chica, suave, confiada, y con la ligera y extraña
inflexión de Idris. ―Soy Isabelle Lightwood. ¿Te importa si paso?
―Para nada ―dijo Magnus, y presionó el botón para dejarla entrar.
Isabelle Lightwood caminó derecho hacia la máquina de café y se sirvió a sí
misma una taza sin preguntar si podía. Ella era ese tipo de chica, Magnus pensó,
del tipo que toma lo que quiere y asume que estás encantado de que a ella le
apetezca tomarlo. Ella ignoró meticulosamente a Elyaas; solo le dio una mirada
cuando entró al apartamento de Magnus y aparentemente decidió que preguntar
sobre la presencia de un demonio con tentáculos sería descortés y probablemente
aburrido.
Ella se veía como Alec; tenía sus pómulos, piel pálida como de porcelana, y
cabello negro, aunque ella lo llevaba más largo y cuidadosamente estilizado. Sus
ojos eran diferentes, brillantes y negros, como ébano lacado: hermosos e
indestructibles. Ella se veía como si fuera capaz de ser tan fría como su madre,
como si pudiera ser tan propensa a la corrupción como muchos de sus ancestros
lo habían sido. Magnus había conocido a muchos Lightwood, y no había estado
terriblemente impresionado por la mayoría. No hasta ahora.
Isabelle saltó a la barra, estirando sus largas piernas. Ella vestía vaqueros y
botas con tacones de punta, y un top de seda rojo oscuro que combinaba con el
collar de rubí en su garganta, que Magnus había comprado por el precio de una
casa en Londres hacía más de cien años. A Magnus le gustaba más como se veía
en ella. Se sentía como ver cómo a la descarada, burlona y risueña sobrina de
Will, Anna Lightwood (una de los pocos Lightwood que le habían agradado)
llevándolo cien años antes. Eso le encantó, lo hizo sentirse como si hubiera sido
importante en ese espacio del tiempo, para esas personas. Él se preguntó qué tan
horrorizados estarían los Lightwood si supieran que ese collar una vez había sido
un disoluto regalo de amor de un brujo para una vampira homicida.
Probablemente no tan horrorizados como lo estarían si se enteraran de que
Magnus estaba saliendo con su hijo.
El encontró los audaces ojos negros de Isabelle, y pensó que ella podría no
estar horrorizada de saber de dónde venía su collar. Pensó que podría divertirle
eso. Tal vez algún día se lo diría.
―Entonces… hoy es el cumpleaños de Alec ―anunció Isabelle.
―Estoy enterado ―dijo Magnus.
No dijo nada más. Él no sabía lo que Alec le había contado a ella; sabía lo
terriblemente que él la amaba y quería protegerla, no decepcionarla, así como no
quería decepcionar a ninguno de ellos y profundamente temía que lo haría. Los
secretos no encajaban bien con Magnus, quien le había guiñado a Alec la primera
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noche que lo había visto; cuando Alec había sido sólo un chico guapo mirándolo
con tímido interés. Pero, era más complicado ahora, cuando supo que él podía
resultar herido, cuando Magnus supo cuánto le importaría a él si Alec resultaba
herido.
―Sé que ustedes dos están… viéndose ―dijo Isabelle, escogiendo sus
palabras cuidadosamente pero aun viendo a Magnus a los ojos. ―No me
importa. Me refiero a que, no me molesta. En absoluto.
Ella le arrojó desafiantemente las palabras a Magnus. No había necesidad
de ser desafiante con él, pero entendió por qué lo era; entendió que ella debía
practicar las palabras desafiantes que le tendría que decir a sus padres algún día,
si se quedaba del lado de su hermano.
Ella se quedaría a su lado. Ella amaba a su hermano.
―Es bueno saberlo ―dijo Magnus.
Él sabía que Isabelle Lightwood era hermosa, y había pensado que se veía
fuerte y divertida… sabía que ella era alguien con quien no le molestaría tomar
una copa o ir a una fiesta. Él no sabía que había profundo amor y lealtad en ella.
No era experto en leer los corazones de los Cazadores de Sombras, detrás
de sus suaves fachadas angelicalmente arrogantes. Pensó que tal vez eso había
sido por lo que Alec lo había sorprendido tanto; lo había encontrado mal parado,
Magnus se había tropezado con sentimientos que no había planeado tener. Alec
no tenía una fachada en absoluto.
Isabelle asintió, como si entendiera lo que Magnus le estaba diciendo.
―Yo pensé… me parecía algo importante decirle eso a alguien, en su
cumpleaños ―dijo ella―. No se lo puedo decir a nadie más, a pesar de que
quiera. No es como si mis padres o la Clave me escucharan. ―Isabelle frunció
los labios mientras hablaba de sus padres y la Clave. A Magnus le estaba
agradando más y más esta chica―. Él no puede decirle a nadie. Y tú no se lo
dirás a nadie, ¿verdad?
| 32
―No es mi secreto para contarlo ―dijo Magnus.
A él podía no gustarle andar a escondidas por ahí, pero no contaría el
secreto de alguien. Y menos aún si había riesgo de causarle dolor o miedo a Alec.
―En verdad te gusta, ¿cierto? ―Isabelle preguntó―. Mi hermano.
―Oh, ¿te referías a Alec? ―replicó Magnus―. Creí que te referías a mi
gato.
Isabelle se rio y pateó una de las puertas del gabinete de Magnus con uno de
sus tacones de punta, descuidada y radiante.
―Vamos ―dijo ella―. Te gusta.
―¿Vamos a hablar de chicos? ―inquirió Magnus― No me había dado
cuenta, y en realidad no estoy preparado. No podrías venir en otra ocasión,
¿cuándo esté en pijamas? Podríamos hacernos faciales caseros y peinarnos entre
los dos, y solo entonces te diré que pienso que tu hermano es totalmente de
ensueño.
Isabelle pareció complacida, aunque un poco desconcertada.
―La mayoría va a por Jace. O por mí ―ella agregó, despreocupadamente.
Alec le había dicho lo mismo una vez a Magnus, pareciendo aturdido por el
hecho de que esperara verlo a él en lugar de a Jace.
Magnus no planeaba hablar acerca de por qué prefería a Alec. El corazón
tenía sus motivos, y rara vez eran razonables. Podrías también preguntar por qué
Clary no había creado un gracioso triángulo amoroso teniendo un flechazo con
Alec, ya que era ―en la obviamente parcial opinión de Magnus―
extremadamente guapo, y siempre había sido hosco con ella, lo que a varias
chicas les gusta. Te gusta la gente que te gusta.
Magnus tenía sus razones en cuanto a eso. Los Nefilim eran precavidos,
eran arrogantes, debían ser evitados. Incluso los Cazadores de Sombras que
Magnus había conocido y le habían gustado habían sido, todos, un helado de
problemas con una cereza de oscuros secretos encima.
| 33
Alec era diferente al resto de cazadores de sombras que Magnus había
conocido antes.
―¿Puedo ver tu látigo? ―preguntó Magnus.
Isabelle pestañeó, pero para hacerle justicia, no puso reparos. Desenroscó el
látigo y lo enredó alrededor de sus manos por un momento, como un niño
jugando a hacer cunitas.
Magnus lo tomó con cuidado, lo puso sobre sus manos como una serpiente,
y lo llevó hacia la puerta de su armario, la cual abrió. Sacó una poción especial,
una por la cual había pagado una suma exorbitante y que estaba guardando para
una ocasión especial. Los Cazadores de Sombras tienen sus runas que los
protegen. Los brujos tienen su magia. A Magnus siempre le había gustado más su
magia que la de ellos. Sólo los Cazadores de Sombras pueden soportar las runas,
pero él podía darle magia a cualquier persona. Inclinó la poción (polvo de hadas
y sangre, tomados de uno de los antiguos rituales, hematita, eléboro y otras
cosas) sobre el látigo.
En una situación extrema esta arma no te fallará; en la hora más oscura
esta arma abatirá a tu enemigo.
Magnus le llevó nuevamente el látigo a Isabelle cuando hubo terminado.
―¿Qué le hiciste? ―preguntó Isabelle.
―Le di un pequeño toque extra ―dijo Magnus.
Isabelle lo estudió con sus ojos entrecerrados. ―¿Y por qué harías eso?
―¿Por qué viniste a decirme que sabías lo de Alec y yo? ―preguntó
Magnus―. Es su cumpleaños. Eso significa que las personas que se preocupan
por él quieren darle lo que él más desea. En tu caso, aceptación. En el mío, sé que
lo más importante para él en el mundo es que tú estés a salvo.
Isabelle asintió, y sus ojos se encontraron. Magnus había dicho demasiado,
y él temía que ella pudiera ver más.
| 34
Ella se lanzó desde la encimera hasta la mesita de café cubierta de
alabastro, y garabateó algo en el anotador de Magnus.
―Este es mi número.
―¿Puedo preguntarte por qué estás dándomelo?
―Bueno, guau, Magnus, sabía que tenías cientos de años y todo, pero
esperaba que estés al corriente con la tecnología moderna ―Isabelle le mostró su
teléfono para ilustrar su punto, y lo agitó―. Es para que puedas llamarme o
mandarme un mensaje. Si alguna vez necesitas ayuda de los Cazadores de
Sombras.
―¿Yo? ¿Necesitar ayuda de Cazadores de Sombras? ―inquirió Magnus,
incrédulo―. Durante estos... tienes razón, cientos de años, déjame decirte que he
notado que invariablemente es mucho más probable que sea al revés. Asumo que
a cambio querrás mi número, y también puedo apostar, basándome en nada más
que en la pasajera amistad con tu círculo de amigos, que te vas a meter en
problemas y necesitar mi experta ayuda mágica a menudo.
―Sí, tal vez ―dijo Isabelle con una sonrisa elegante―. Soy una conocida
chica problemática. Pero no te di mi número porque quisiera ayuda mágica, y sí,
entiendo que el Gran Brujo de Brooklyn probablemente no necesite la ayuda de
un puñado de Nefilims menores de edad. Estaba pensando que, si vas a ser
importante para mi hermano, deberíamos tener la oportunidad de ponernos en
contacto. Y estaba pensando que tal vez lo querrías tener si... si quisieras
contactarme sobre Alec. O si yo necesitaba contactarte a ti.
Magnus entendió lo que la chica quería decir. Su número era bastante fácil
de conseguir; el Instituto lo tenía. Pero al darle el suyo, Isabelle le estaba
ofreciendo un gratuito intercambio de información sobre la seguridad de Alec.
Los Nefilims llevaban vidas peligrosas; persiguiendo demonios, acosando el
Submundo en busca de infractores de la ley, sus cuerpos con la rapidez de los
ángeles y marcados con runas siendo la última línea de defensa para el mundo
| 35
mundano. La segunda vez que Magnus había visto a Alec, este estaba muriendo
por el veneno de un demonio.
Alec podría morir en cualquier momento, en cualquiera de las batallas
futuras. Isabelle era la única de los cazadores de sombras en saber a ciencia cierta
que había algo entre Magnus y Alec. Sería la única en saber que si él moría,
Magnus era alguien al que necesitaba avisarle.
―Está bien ―dijo él lentamente―. Gracias, Isabelle.
Ella parpadeó.
―No hay necesidad de agradecerme. Te volveré loco antes de tiempo.
―Estaré esperando ―dijo Magnus mientras ella se alejaba en sus tacones
altos y armados. Admiraba a cualquiera que pudiera armonizar belleza y utilidad.
―A propósito, ese demonio está chorreando baba en todo el piso ―dijo
Isabelle, asomando su cabeza nuevamente a través de la puerta.
―Hola ―dijo Elyaas, y la saludó con un tentáculo.
Isabelle lo miró con desdén, y luego le levantó una ceja a Magnus. ―Sólo
pensé que debía decírtelo ―dijo, y cerró la puerta.
―No entiendo el punto de tu regalo ―dijo Elyaas―. ¿Ni siquiera va a
saber de él? Simplemente deberíassss haber elegido las flores. Las rosas rojasss
son muy románticas. O tal vez tulipanes si crees que las rosas dicen que sólo lo
quieres para tener ssssexo.
Magnus yacía en su sofá dorado y contemplaba el cielorraso. El sol estaba
cerca del horizonte, un destello de pintura dorada pintada por una mano
descuidada sobre el horizonte de Nueva York. La figura del demonio se había
vuelto más y más gelatinosa mientras el día progresaba, hasta que parecía nada
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más que una pila de baba al acecho. Probablemente Caroline Connor no volvería.
Posiblemente Elyaas ahora viviría con él. Magnus siempre pensó que Raphael
Santiago era el peor compañero de cuarto que pudiera tener. Posiblemente estaba
a punto de ser demostrado lo contrario.
Deseó, con un ansia tan profunda que lo sorprendió, que Alec estuviera allí.
Magnus recordó un pueblo de Perú cuyo nombre en Quechua significaba
"lugar tranquilo". Recordó incluso más vívidamente haber estado obscenamente
ebrio e infeliz sobre su fallo amoroso de aquel entonces, y los pensamientos
nostálgicos que habían recurrido a él a través de los años, como un invitado no
deseado colándose entre sus puertas: que no había paz para él, ningún lugar
tranquilo, y que nunca lo habría.
Excepto que se encontró recordando estar acostado en la cama con Alec
―con sus ropas puestas, descansando en la cama una tranquila tarde. Alec riendo
con su cabeza echada hacia atrás, las marcas que Magnus le había dejado en su
cuello, bien definidas.
El tiempo era algo que se movía a trancas y barrancas para Magnus,
disipándose como la niebla o arrastrándose como cadenas, pero cuando Alec
estaba allí, el tiempo de Magnus parecía acompasarse con el de él, como dos
corazones latiendo en sintonía. Se sentía anclado por Alec, y todo su ser se sentía
inquieto y turbulento cuando él no estaba ahí, porque él sabía cuán diferente era
cuando Alec estaba allí, cómo el mundo tumultuoso se calmaría con el sonido de
su voz.
Era parte de la dicotomía de Alec lo que lo había tomado desprevenido y le
había fascinado; que parecía mayor para su edad, serio y responsable, y que aun
así se adentraba al mundo con una tierna maravilla que renovaba las cosas. Alec
era un guerrero que le llevó paz a Magnus.
Mientras yacía en el sofá, lo reconoció. Sabía por qué había estado
actuando como loco y molestando a sus amigos por un regalo de cumpleaños.
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Sabía por qué, en un ordinario día de trabajo desagradable, cada uno de sus
pensamientos habían sido interrumpidos por uno de Alec, con un anhelo
insistente por él. Esto era amor, nuevo y brillante y aterrador.
Él había pasado por cientos de desamores, pero se encontró preocupado
cuando pensó sobre Alexander Lightwood rompiendo su corazón. No sabía cómo
este chico con el cabello negro revuelto y sus preocupados ojos azules, con sus
manos firmes y su rara pero dulce sonrisa, que era menos extraña ante la
presencia de Magnus, había adquirido tal poder sobre él. Alec no había tratado de
conseguirlo, nunca había parecido saber que lo tenía o tratado de hacer algo con
él.
Tal vez no lo quería. Posiblemente Magnus estaba siendo un tonto, como lo
había sido tantas otras veces. Él era la primera experiencia de Alec, no un novio.
Él todavía estaba cuidando su primer enamoramiento, de su mejor amigo, y
Magnus era un experimento cauteloso, un paso alejado de la seguridad que el
dorado y muy amado Jace representaba. Jace, que parecía un ángel; Jace, quien,
como un ángel, como el mismo Dios, nunca podría devolver el amor de Alec.
Magnus simplemente podría ser una caminata por el lado salvaje, una
rebelión de uno de los hijos más cuidadosos de Idris antes de que Alec volviera a
retroceder al secreto, la prudencia. Magnus recordó a Camille, quien nunca lo
había tomado en serio, que nunca lo había amado en absoluto. ¿Cuánto más
probable era que un Cazador de Sombras se sintiese de esa forma?
Sus pensamientos melancólicos fueron interrumpidos por el sonido del
timbre.
Caroline Connor no ofreció ninguna excusa por su tardanza. En efecto, pasó
campante junto a Magnus como si él fuera el portero, y comenzó inmediatamente
a explicar su problema al demonio.
―Soy parte de Pandemonium Enterprises, que atiende a un sector
determinado de los ricos.
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―Aquellos que han usado su dinero e influencia para comprar
conocimiento sobre el Mundo de las Sombras ―dijo Magnus―. Estoy al tanto
de su organización. Existe desde hace bastante tiempo.
La señora Connor inclinó su cabeza. ―Mi área en particular es proveer
entretenimiento para nuestros clientes en un ambiente náutico. Mientras que hay
otros cruceros en el muelle de Nueva York, nosotros proveemos a nuestros
clientes con una comida gourmet servida en nuestro yate con una vista de los
habitantes más mágicos de la ciudad; nixies, kelpies, sirenas, y variados y
diversos espíritus de agua. La damos una experiencia muy exclusiva.
―Suena con clase ―gorjeó Elyaas.
―De todos modos, no queremos hacerla una experiencia muy exclusiva en
la que sirenas rebeldes arrastren a nuestros clientes adinerados al fondo del río
―dijo la señora Connor―. Desafortunadamente, a algunas de las sirenas no les
gusta ser observadas, y esto ha estado ocurriendo. Simplemente quiero que uses
tus poderes infernales para despachar esta amenaza al crecimiento económico de
mi compañía.
―Espera un segundo. ¿Quieres maldecir a las sirenas? ―demandó
Magnus.
―Podría maldecir algunas sirenas ―dijo Elyaas convenientemente―.
Seguro.
Magnus lo miró.
Elyaas encogió sus tentáculos. ―Soy un demonio ―dijo―, maldeciré a
una sirena. Voy a maldecir a un cocker spaniel. No me importa nada.
―No puedo creer que he pasado un día entero mirando baba salir del suelo
por ninguna razón. Si me hubieras dicho que el problema eran sirenas enojadas,
podría haberlo arreglado sin convocar un demonio para maldecirlas ―dijo
Magnus―. Tengo muchos contactos dentro de la comunidad de las sirenas, y si
eso fallara, siempre están los Cazadores de Sombras.
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―Oh, sí. Magnus está saliendo con un cazador de sombras ―añadió
Elyaas.
―Esa es información personal que agradecería que no compartas ―dijo
Magnus―. ¡Y no estamos saliendo oficialmente!
―Mis órdenes fueron para que convocaras un demonio ―dijo la señora
Connor secamente―. Pero si puedes resolver el problema de una manera más
eficiente, brujo, estoy totalmente de acuerdo. Preferiría no maldecir a las sirenas.
A los clientes les gusta mirarlas. Tal vez se pueda arreglar alguna recompensa
monetaria. ¿Tenemos que modificar tu contrato, brujo? ¿O estás de acuerdo con
los mismos términos?
Magnus se sintió algo tentado de discutir por una suba en la paga, pero ya
les estaba cobrando una suma satisfactoriamente descabellada, y quería evitar
que maldijeran a las sirenas de Nueva York. Parecía que eso podía ponerse bien
feo en poco tiempo.
Aceptó firmar el contrato modificado, él y la señora Connor se dieron la
mano, y ella se despidió. Magnus esperó no tener que volver a verla otra vez.
Otro día. Otro dólar. (Bueno, otra pila enorme de dólares. Las habilidades
especiales de Magnus no salían baratas.)
Elyaas parecía extremadamente malhumorado por habérsele negado la
oportunidad de causar caos en la ciudad de Magnus.
―Gracias por ser un inútil durante todo el día ―dijo Magnus.
―Buena suerte con uno de los elegidos por el Ángel, hijo del demonio
―dijo Elyaas, su voz de pronto considerablemente más nítida y menos babosa―.
¿Crees que él hará otra cosa más que despreciarte en el fondo de su corazón? Él
sabe dónde perteneces. Todos lo sabemos. Tu padre te tendrá al final. Algún día
tu vida aquí parecerá un sueño, como un estúpido juego de niños. Un día el Gran
Oscuro vendrá y te arrastrará abajo y abajo, con nosotrosss...
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Su voz sibilante se perdió en un grito mientras que las llamas de las velas se
elevaron cada vez más alto hasta que lamieron el techo. Luego se desvaneció,
con su último grito en el aire.
―Deberías haber comprado una vela aromáticaaaa...
Magnus procedió a abrir cada ventana del departamento. El olor persistente
a sulfuro y baba apenas había comenzado a desaparecer cuando sonó el teléfono
en su bolsillo. Magnus lo sacó de allí, no sin dificultad; sus pantalones eran
apretados porque sentía una responsabilidad ante el mundo de verse maravilloso,
pero eso no dejaba mucho lugar en sus bolsillos. Su corazón se saltó un latido
cuando vio de quién era la llamada.
―Hey ―dijo Alec cuando Magnus respondió, su voz profunda y tímida.
―¿Por qué estás llamando? ―preguntó Magnus, asaltado por el temor
repentino de que su regalo de cumpleaños hubiera sido descubierto
inmediatamente de alguna manera y que los Lightwood estuvieran mandando a
Alec a Idris por los hechizos hechos en látigos por un brujo desatento, lo que él
no podría explicar.
―Uhm, puedo llamar en otro momento ―dijo Alec, sonando
preocupado―. Estoy seguro de que tienes cosas mejores que hacer...
No lo dijo de una manera en que algunos de los antiguos amantes de
Magnus lo hubieran hecho, acusando o demandando alivio. Lo dijo de manera
bastante natural, como si aceptara que ese era el modo en que el mundo
funcionaba, que él no sería la prioridad de nadie. Hizo que Magnus quisiera
calmarlo diez veces más de lo que habría hecho si Alec lo hubiera deseado
aunque sea ligeramente.
―Por supuesto que no, Alexander ―dijo―. Sólo estaba sorprendido de oír
de ti. Imaginé que estarías con tu familia por el gran día.
―Oh ―contestó. Sonaba tímido y complacido―. No esperaba que lo
recordaras.
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―Puede que se me haya pasado por la cabeza una o dos veces el día de hoy
―dijo Magnus―. Así que, ¿has estado disfrutando de un maravilloso día con los
Cazadores de Sombras? ¿Alguien te ha dado un hacha gigante dentro de un
pastel? ¿A dónde vas a ir a celebrar?
―Emm ―dijo Alec―, como que... ¿fuera de tu departamento?
El timbre sonó. Magnus presionó el botón para dejarlo entrar, sin habla por
un momento porque había querido a Alec allí desesperadamente, y allí estaba. Se
sentía más como magia que cualquier cosa que él pudiera hacer.
Y Alec estaba allí, parado frente la puerta abierta.
―Quería verte ―dijo Alec con una simplicidad devastadora―. ¿Está bien?
Puedo irme si estás ocupado o algo así.
Debía estar lloviendo un poco afuera. Había brillantes gotas de agua en el
cabello enmarañado de Alec. Estaba usando una sudadera que Magnus pensó
podría haber encontrado en un basurero, y jeans desgarbados, y su rostro estaba
iluminado sólo porque estaba mirando a Magnus.
―Creo ―dijo Magnus, empujando a Alec hacia él por las tiras de la
horrible sudadera gris―, que podrías persuadirme de limpiar mi agenda.
Luego Alec lo estaba besando, y sus besos eran desinhibidos y
absolutamente sinceros, todo su desgarbado cuerpo de guerrero enfocado en lo
que quería, todo su corazón abierto también ante él. Por un momento largo,
salvaje y eufórico, Magnus creyó que Alec no quería nada más que estar con él,
que no serían separados. No por un largo, largo tiempo.
―Feliz cumpleaños, Alexander ―murmuró Magnus.
―Gracias por recordarlo ―susurró Alec.
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Staff
Moderadora
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Dany D’ Herondale
Diseño
Tessa_
Traducción
Michelle Bane
AleDuchannes
Giss
MaidOfHope
Alu
Correción
Ale MCM
Alu
EnchantedCrown
Síguenos para las próximas entregas de Las Crónicas de Bane
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é
Ciudad de Hueso
Ciudad de Ceniza
Ciudad de Cristal
Ciudad de los Ángeles caídos
Ciudad de las Almas perdidas
í
Ángel mecánico
Príncipe mecánico
Princesa mecánica
ó
Lo que realmente sucedió en Perú
La Reina Fugitiva
Vampiros, panecillos y Edmund Herondale
El heredero de Medianoche
El Ascenso del Hotel Dumort
Salvando a Raphael Santiago
La Caída del Hotel Dumort
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Esta traducción no tiene fines de lucro; es el producto de un trabajo realizado por
un grupo de aficionadas que buscan ayudar por este medio a personas que por
una u otra razón no pueden disfrutar de maravillosas obras como esta.
Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción recibió, ni recibirá
ganancias monetarias por su trabajo.
El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y su respectiva
editorial.
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