[Las Crónicas de Bane 09] La postura final del Instituto de Nueva York

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SINOPSIS
M
agnus conoce a Valentine en batalla mientras
el Círculo ataca a los Subterráneos de la ciudad
de Nueva York.
En el momento del Levantamiento, El Círculo de
Valentine va tras los subterráneos de Nueva York, y
los Cazadores de Sombras del Instituto deben decidir
si unirse a él, o luchar junto a Magnus y los de su
especie.
Esta es la primera vez que Magnus ve a Jocelyn,
Luke y Stephen... pero no la última. No pasa mucho
tiempo antes de que Jocelyn vaya en su búsqueda...
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Ciudad de Nueva York, 1989
E
l hombre estaba demasiado cerca. Estaba de pie junto
al buzón a unos dos metros de Magnus y comía un
desmañado perro caliente de Gray's Papaya cubierto
con chile. Cuando hubo acabado, abolló el envoltorio manchado
de chile y lo tiró en el piso en dirección a Magnus, luego tiró de un
agujero en su chaqueta de mezclilla y no desvió su mirada. Se
parecía a la mirada que algunos animales les lanzan a sus presas.
Magnus estaba acostumbrado a cierta cantidad de atención.
Su forma de vestir la atraía. Usaba unos Doc Martens plateados,
pantalones vaqueros rasgados artísticamente que eran tan
enormes que sólo un delgado y brillante cinturón plateado los
prevenía de que se cayeran, y una playera rosa tan grande que
exponía su cuello y una franja bastante grande de su pecho; la
clase de vestimenta que hacía que las personas pensaran en la
desnudez. Pequeños aretes rodeaban una de sus orejas,
culminando con uno más grande colgando de su lóbulo, un arete
con la forma de un gran gato plateado coronado y sonriente. Un
collar de plata con una cruz ansada descansaba sobre su corazón,
y se había puesto una chaqueta negra entallada, adornada con
un chorro de cuentas para complementar el atuendo más que
para protegerse del aire de la noche. El traje estaba completo
por un peinado Mohawk que alardeaba una franja color rosa
profundo.
Y estaba apoyado contra la pared exterior de la clínica West
Village mucho después del atardecer. Eso era suficiente para
sacar lo peor de algunas personas. La clínica trataba pacientes
con enfermedades venéreas. La moderna casa de la plaga. En
lugar de mostrar compasión, o buen juicio, o preocupación,
muchas personas miraban a la clínica con odio y disgusto. En
cada era se creían tan cultos, y en cada era se tambaleaban por
ahí entre casi la misma oscuridad de ignorancia y miedo.
―Bicho raro ―dijo finalmente el hombre.
Magnus ignoró esto y continuó leyendo su libro, It's Always
Something de Gilda Radner, bajo la tenue luz fluorescente de
la entrada a la clínica. Ahora irritado por la falta de respuesta,
el hombre comenzó a murmurar una serie de cosas en voz baja.
Magnus no podía oír lo que estaba diciendo, pero podía hacer
una conjetura. Insultos sobre la sexualidad percibida de
Magnus, sin duda.
―¿Por qué no sigues tu camino? ―dijo Magnus, dando
vuelta la página calmadamente―. Conozco un salón de
belleza que está abierto toda la noche. Pueden arreglarte esa
uniceja en un santiamén.
No era lo correcto para decir, pero a veces estas cosas salían.
Podías soportar cierta cantidad de ignorancia ciega y estúpida
sin quebrarte un poco.
―¿Qué dijiste?
Dos policías pasaron en ese momento. Echaron un vistazo en
dirección a Magnus y el extraño. Había una mirada de
advertencia hacia el hombre, y una de desagrado levemente
escondido hacia Magnus. La mirada le dolió un poco, pero
Magnus estaba tristemente acostumbrado a este trato. Había
jurado hace largo tiempo que nunca nadie lo iba a cambiar;
por un lado los mundanos que lo odiaban, por el otro los
Cazadores de Sombras que estaban cazándolo.
El hombre se alejó, pero se dio vuelta a mirarlo un par de
veces.
Magnus metió el libro en su bolsillo. Eran casi las ocho en
punto y estaba realmente oscuro como para leer, y ahora
había sido distraído. Dio un vistazo a su alrededor. Sólo unos
años atrás, esta había sido una de las esquinas más vibrantes,
celebradoras y creativas de la ciudad. Buena comida en cada
esquina, y parejas paseando. Ahora los cafés parecían
escasamente habitados. Las personas caminaban con urgencia.
Tantos habían muertos, tantas personas maravillosas. Desde
donde estaba parado, Magnus podía ver tres departamentos
anteriormente ocupados por amigos y amantes. Si fuera a doblar
la esquina y caminar por cinco minutos, pasaría frente a otra
docena más de ventanas oscuras.
Los mundanos morían tan fácilmente. Sin importar cuántas
veces lo haya visto, nunca se hacía más fácil. Ya había vivido por
siglos, y seguía esperando que la muerte se vuelva más fácil.
Normalmente evitaba ésta calle por esta misma razón, pero
esta noche estaba esperando a que Catarina termine su turno en
la clínica. Cambió el peso de un pie al otro y ajustó su chaqueta
sobre su pecho, arrepintiéndose por un momento de haber
elegido su ropa por la moda en lugar de por calidez y
comodidad. El verano se había quedado hasta tarde, y luego los
árboles cambiaron el color de sus hojas con rapidez. Ahora esas
hojas estaban cayendo rápido y las calles estaban vacías y sin
refugio. El único punto colorido era el mural de Keith Haring en
la pared de la clínica; brillantes figuras de caricatura en colores
primarios bailando juntas, un corazón flotando sobre todas ellas.
Los pensamientos de Magnus fueron interrumpidos por la
repentina reaparición del hombre, que claramente le había dado
vuelta a la cuadra y pensado de más sobre el comentario de
Magnus. Esta vez el hombre caminó hacia Magnus y se paró
directamente frente a él, casi cara a cara.
―¿En serio? ―dijo Magnus―. Vete. No estoy de humor.
En respuesta el hombre sacó una navaja y la abrió. La cercanía
entre ellos significaba que nadie más podía verla.
―¿Te das cuenta… ―dijo Magnus, sin mirar a la punta de la
cuchilla justo debajo de su rostro―, que al estar parado así, las
personas van a creer que nos estamos besando? Y eso es
terriblemente embarazoso para mí. Tengo mucho mejor gusto
en cuanto a hombres.
―¿Crees que no lo haré, bicho raro? ¿Crees...
La mano de Magnus se elevó. Un relámpago azul caliente se
esparció de entre sus dedos, y en el próximo segundo su agresor
estaba volando de espalda por la acera, luego cayendo y
golpeando su cabeza contra un hidrante. Por un momento,
cuando la figura del hombre no se movió de la posición boca
abajo en la que estaba, a Magnus le preocupó haberlo matado
por accidente, pero luego lo vio darse vuelta. Miró a Magnus
con los ojos entre cerrados, una combinación de terror y furia
evidente en su rostro. Claramente estaba un poco asombrado
por lo que había pasado. Un hilo de sangre caía por su frente.
En ese momento emergió Catarina. Evaluó rápidamente la
situación, fue directamente hacia el hombre caído y pasó su
mano sobre su cabeza, deteniendo el sangrado.
―¡Quítate de encima! ―gritó él―. ¡Saliste de ahí! ¡Quítate
de encima! ¡Tienes la cosa en todo tu cuerpo!
―¡Idiota! ―dijo Catarina―. Así no es como te contagias de
HIV. Soy enfermera. Deja que...
El extraño empujó a Catarina y se puso de pie. Desde el otro
lado de la calle, algunos transeúntes miraban el intercambio
con cierta curiosidad. Pero cuando el hombre se alejó a
tropezones, perdieron el interés.
―De nada ―le dijo Catarina a la figura que se alejaba―.
Bruto.
Se dio vuelta hacia Magnus. ―¿Estás bien?
―Estoy bien ―dijo él―. Él es el que estaba sangrando.
―A veces desearía poder dejar a alguien así desangrarse
―dijo Catarina, sacando un pañuelo y limpiándose las manos―.
manos―. Como sea, ¿qué estás haciendo aquí?
―Estoy aquí para asegurarme de que llegues a casa.
―No necesitas hacer eso ―dijo ella con un suspiro―. Estoy
bien.
―No es seguro. Y estás exhausta.
Catarina estaba inclinándose levemente hacia un lado.
Magnus le tomó la mano. Estaba tan cansada que por un
momento Magnus vio caer el glamour, vio un atisbo de azul en
la mano que estaba sosteniendo.
―Estoy bien ―dijo ella nuevamente, pero sin mucha
convicción.
―Sí ―dijo Magnus―. Obviamente. Sabes, si no comienzas a
cuidar de ti misma, me forzarás a ir a tu casa y hacer mi
mágicamente asquerosa sopa de atún hasta que te sientas mejor.
Catarina rio. ―Cualquier cosa menos la sopa de atún.
―Entonces comeremos algo. Vamos. Te llevaré a Veselka.
Necesitas un poco de gulash y una gran rebanada de pastel.
Caminaron hacia el este en silencio, sobre pilas resbaladizas de
hojas húmedas y aplastadas.
Veselka estaba silencioso, y consiguieron una mesa junto a la
ventana. Las únicas personas que estaban a su alrededor
hablaban en ruso, en voz baja, fumaban, y comían rollos de
repollo. Magnus pidió un poco de café y rugelach. Catarina comió
un gran tazón de borsch, un gran plato de pierogis fritos con
cebollas y salsa de manzana, una guarnición de albóndigas
ucranianas, y bebió algunos rickeys de cereza y limón. No fue
hasta que ella acabó estos y pidió un plato de postres de blinis de
queso que encontró la fuerza para hablar.
―Es feo allí ―dijo―. Es difícil.
Había poco que Magnus pudiera decir, así que se limitó a
escuchar.
―Los pacientes me necesitan ―dijo ella, pinchando con el
sorbete el hielo de su copa vacía—. Algunos de los doctores,
personas que deberían ser sensatos, ni siquiera tocan a sus
pacientes. Y es tan horrible esta enfermedad. La forma en que
simplemente se consumen. Nadie debería morir así.
―No ―dijo Magnus.
Catarina pinchó el hielo un rato largo y luego se recostó en
el respaldo de la cabina y suspiró profundamente.
―No puedo creer que los Nefilim estén causando problemas
ahora, de todas las veces ―dijo ella, pasando una mano por su
rostro―. Niños Nefilim, no menos. ¿Cómo puede estar siquiera
pasando?
Ésta era la razón por la que Magnus había esperado en la
clínica para acompañar a Catarina a su casa. No era porque
el barrio era peligroso, porque no lo era. La había esperado
porque ya no era seguro para los Subterráneos estar solos. Él
apenas podía creer que el mundo de las sombras estaba en
caos y terror por las acciones de una banda de estúpidos
jóvenes Cazadores de Sombras.
Cuando había escuchado los rumores por primera vez, hacía
apenas unos meses, Magnus había rodado sus ojos. Una
manada de Cazadores de Sombras apenas de veinte años,
apenas algo más que niños, se estaba rebelando contra las
leyes de sus padres. Gran cosa. La Clave y el Pacto y los trucos
de los respetados mayores siempre le habían parecido a
Magnus la receta perfecta para una revolución juvenil. Este
grupo se llamaba a sí mismo el Círculo, según un reporte de los
Subterráneos, y eran liderados por un joven carismático
llamado Valentine. El grupo reunía a algunos de los más
brillantes y mejores de su generación.
Y los miembros del Círculo estaban diciendo que la Clave no
trababa lo suficientemente duro con los Subterráneos. Así es
cómo se giró la rueda, supuso Magnus, una generación contra la
siguiente; desde Aloysius Starkweather, quien había querido las
cabezas de los hombres lobo en la pared, hasta Will Herondale,
quien había tratado, y nunca conseguido, esconder su corazón
abierto. La juventud de hoy pensaba que la política de la Clave
de tolerancia fría era muy generosa, aparentemente. La
juventud de ahora quería pelear contra monstruos, y había
decidido convenientemente que las personas como Magnus eran
monstruos, todas. Magnus suspiró. Ésta parecía como una
temporada de odio para todo el mundo.
El Círculo de Valentine no había hecho mucho aún. Tal vez
nunca harían mucho. Pero habían hecho suficiente. Habían
vagado por Idris, viajado por Portales y visitado otras ciudades
en misiones de ayudar a los Institutos de allí, y en cada ciudad a
la que habían ido, Subterráneos habían muerto.
Siempre hubo Subterráneos que rompieron los Acuerdos, y los
Cazadores de Sombras los hacían pagar. Pero Magnus no había
nacido ayer, ni siquiera en este siglo. No creía que fuera
coincidencia que a cualquier lugar donde Valentine y sus amigos
fueran, la muerte los seguía. Estaban buscando cualquier excusa
para limpiar al mundo de los Subterráneos.
―¿Qué quiere este chico Valentine? ―preguntó Catarina―.
¿Cuál es su plan?
―Quiere la muerte y destrucción de todos los Subterráneos
―dijo Magnus―. Su plan probablemente sea el de ser un gran
idiota.
―¿Y qué si sí vienen aquí? ―preguntó Catarina―. ¿Qué harán
los Whitelaw?
Magnus había vivido ya unas décadas en Nueva York, y
había conocido a los Cazadores de Sombras del Instituto de la
ciudad todo ese tiempo. En las últimas décadas el Instituto
había sido dirigido por los Whitelaw. Siempre habían sido
diligentes y distantes. A Magnus nunca le había gustado
ninguno de ellos, y a ninguno de ellos le había gustado Magnus.
Él no tenía pruebas de que ellos pudieran traicionar a un
Subterráneo inocente, pero los Cazadores de Sombras le tienen
tanta estima a su clase y su sangre, que Magnus no estaba
seguro de que los Whitelaw lo harían.
Magnus había ido a reunirse con Marian Whitelaw, directora
del Instituto, y le había dicho de los reportes de los Subterráneos
de que Valentine y sus pequeños ayudantes estaban
asesinando Subterráneos que no estaban rompiendo los
Acuerdos, y luego que los miembros del Círculo le estaban
mintiendo a la Clave al respecto.
―Ve a la Clave ―Magnus le había dicho―. Diles que
controlen a sus mocosos revoltosos.
―Ten a tu revoltosa lengua bajo control ―Marian Whitelaw
había dicho fríamente―, cuando hables de tus superiores,
brujo. Valentine Morgenstern es considerado un Cazador de
Sombras muy prometedor, como lo son sus jóvenes amigos. Yo
conocía a su esposa, Jocelyn, cuando era una niña; es una chica
dulce y encantadora. No dudaré de su bondad. Ciertamente
no sin ninguna prueba y basándome solamente en los chismes
maliciosos del mundo de las sombras.
―¡Están matando a mi gente!
―Están matando Subterráneos criminales, en total
conformidad con los Acordes. Están mostrando fervor ante la
persecución del mal. Nada malo puede salir de eso. No
esperaría que lo entiendas.
Por supuesto que los Cazadores de Sombras no creerían que
sus mejores y más brillantes se habían puesto un poco demasiado
demasiado sanguinarios. Por supuesto que aceptarían las excusas
excusas que Valentine y los otros les dieran, y por supuesto
creerían que Magnus y cualquier otro Subterráneo que se
quejara simplemente quería que los criminales escapen a la
justicia.
Sabiendo que no podían pedir ayuda a los Cazadores de
Sombras, los Subterráneos habían tratado de poner a sus propios
guardaespaldas en su lugar. Un lugar seguro había sido
preparado en Chinatown, por medio de una amnistía entre la
enemistad constante entre los hombres lobo y los vampiros, y
todo el mundo vigilaba.
Los Subterráneos estaban solos. Pero, ¿no habían estado
siempre solos?
Magnus suspiró y miró a Catarina sobre sus platos.
―Come ―le dijo―. Nada está pasando ahora. Es posible que
nunca pase algo.
―Asesinaron un vampiro rogue en Chicago la semana pasada
―dijo ella, cortando un blini con un tenedor―. Sabes que
querrán venir aquí.
Comieron en silencio, pensativo por parte de Magnus y
exhausto por Catarina. La cuenta llegó, y Magnus pagó. Catarina
no pensaba demasiado en cosas como el dinero. Era una
enfermera en una clínica con pocos recursos, y él tenía abundante
dinero en efectivo a mano.
―Tengo que volver ―dijo ella. Se fregó el rostro soñoliento con
una mano, y Magnus vio trazos azul claro en la punta de sus
dedos, el glamour desvaneciéndose incluso mientras hablaba.
―Vas a ir a casa a dormir ―dijo Magnus―. Soy tu amigo.
Te conozco. Te mereces una noche de descanso. Deberías
pasarla entregándote a lujos desenfrenados como dormir.
―¿Y qué si pasa algo? ―preguntó―. ¿Y qué si ellos vienen?
―Puedo hacer que Ragnor me ayude.
―Ragnor está en Perú ―dijo Catarina―. Dice que
encuentra muy pacífica la ausencia de tu presencia detestable,
y estoy citando. ¿Podría venir Tessa?
Magnus sacudió su cabeza.
―Tessa está en Los Ángeles. Los Blackthorn, los
descendientes de la hija de Tessa, manejan el Instituto allí. Tessa
quiere echarles un ojo.
Magnus se preocupaba por Tessa, también, escondiéndose
sola cerca del Instituto de Los Ángeles, aquella casa en las
colinas altas junto al mar. Ella fue la bruja más joven con la
que Magnus se sentía tan cercano como para llamarla una
amiga, y ella había vivido durante años con los Cazadores de
Sombras, donde no podía practicar su magia en la medida que
Magnus, Ragnor o Catarina podían. Magnus tuvo horribles
visiones de Tessa lanzándose a una pelea entre Cazadores de
Sombras. Tessa nunca permitiría a uno de los suyos ser
lastimado si podía sacrificarse ella misma en su lugar.
Pero Magnus conocía y le gustaba el Gran Brujo de Los
Ángeles. Él no dejaría que Tessa resultara herida. Y Ragnor era
lo suficientemente astuto que Magnus no se preocupaba
demasiado por él. Él nunca bajaría su guardia en cualquier
lugar donde no se sintiera completamente a salvo.
―Entonces sólo somos nosotros ―dijo Catarina.
Magnus sabía que el corazón de Catarina yacía con los
mortales y que estaba más involucrada por el bien de la amistad
que por pelear con Cazadores de Sombras. Catarina tenía sus
propias batallas que luchar, su propio suelo para pararse. Era
más héroe que cualquier Cazador de Sombras que Magnus
hubiera conocido jamás. Los Cazadores de Sombras habían sido
elegidos por un ángel. Catarina misma había elegido luchar.
―Parece una noche tranquila ―dijo él―. Vamos. Termina y
déjame llevarte a casa.
―¿Esto es caballerosidad? ―dijo Catarina con una sonrisa―.
Pensé que eso estaba muerto.
―Como nosotros, nunca muere.
Caminaron de vuelta por el camino por el cual habían venido.
Estaba completamente oscuro ahora y la noche había decidido
volverse fría. Había un indicio de lluvia. Catarina vivía en un
departamento simple y algo destartalado sin ascensor en la calle
Veintiuno Oeste, no muy lejos de la clínica. La estufa nunca
andaba y los botes de basura del frente siempre estaban
rebalsando, pero nunca pareció importarle. Tenía una cama y un
lugar para su ropa. Eso era todo lo que necesitaba. Llevaba una
vida más simple que Magnus.
Magnus volvió a casa, a su departamento bajando a la
Greenwich Village, en la calle Christopher. Su departamento
tampoco tenía ascensor y saltó los escalones de a dos por vez. A
diferencia del de Catarina, su lugar era extremadamente
habitable. Las paredes eran luminosas y pintadas de alegres
sombras de rosas y amarillo margarita, y los muebles del
departamento eran cosas que había coleccionado a través de los
años: una maravillosa mesa pequeña francesa, algunos sofás
victorianos, y un sorprendente dormitorio art deco hecho
enteramente de vidrios espejados.
Normalmente, en una vigorizante noche temprana como esta,
Magnus se serviría una copa de vino, pondría un álbum de Cure
en su reproductor de CD, subiría el volumen al máximo, y
esperaría que empiece el negocio. La noche era comúnmente su
hora de trabajo; tenía muchos clientes sin cita, y siempre había
investigación para hacer o lectura para ponerse al día.
Ésta noche, se hizo una taza de café fuerte, se sentó en el
asiento de la ventana y miró abajo hacia la calle. Ésta noche,
como cualquier otra desde que los murmullos oscuros de los
sanguinarios jóvenes Cazadores de Sombras habían empezado,
se sentaba, miraba y pensaba. Si el Círculo sí iba ahí, como
parecía que harían eventualmente, ¿qué pasaría? Valentine
tenía un odio especial por los hombres lobos, decían, pero había
matado a un brujo en Berlín por invocar demonios. Magnus
había sido conocido por invocar demonios, uno o veinte.
Era extremadamente probable que si venían a Nueva York,
fueran por Magnus. Lo sensato probablemente sería irse,
desaparecer en los campos. Se había conseguido una pequeña
casa en Florida Keys para escapar de los brutales inviernos de
Nueva York. La casa estaba en una de las islas más pequeñas y
poco habitadas, y él también tenía un buen bote. Si algo pasaba,
podría subirse y acelerar hacia el mar, en dirección al Caribe o
Sudamérica. Había hecho una maleta varias veces y luego había
desempacado.
No había punto en huir. Si el Círculo continuaba su campaña
de supuesta justicia, harían del mundo entero un lugar inseguro
para los Subterráneos. Y no había forma de que pudiera vivir
consigo mismo si huyera y sus amigos, como Catarina, fueran
dejados atrás para defenderse. No le gustaba la idea de que
Raphael Santiago o cualquier vampiro fuera asesinado tampoco,
o cualquiera de las hadas que conocía que trabajaban en
Broadway o las sirenas que nadaban en el East River. Magnus
siempre había pensado en sí mismo como una piedra rodante,
pero había estado viviendo en Nueva York por mucho tiempo.
Se encontró a sí mismo queriendo defender no sólo a sus amigos,
sino también a su ciudad.
Así que iba a quedarse, y esperar, y tratar de estar listo para
cuando el Círculo llegara.
La espera era lo más difícil. Tal vez fue por eso que había
hablado con ese hombre en la clínica. Una parte de Magnus
quería que la batalla llegue. Se estiró y flexionó los dedos, una
maraña de luz azul salía entre ellos. Abrió la ventana y respiró
algo del aire nocturno, el cual olía a una mezcla de lluvia, hojas
y pizza del lugar de la esquina.
―Ya háganlo ―le dijo a nadie.
El niño apareció bajo su ventana alrededor de la una de la
mañana, justo cuando Magnus finalmente había sido capaz de
distraerse a sí mismo y empezado a traducir un viejo texto
griego que había estado en su escritorio por semanas. Magnus
de casualidad miró hacia arriba y notó al chico paseando con
confusión afuera. Tenía nueve, tal vez diez años, un pequeño
vándalo callejero de East Village con una remera de Sex Pistols
que probablemente le pertenecía a un hermano mayor, y un
par de holgados pantalones de gimnasia grises. Tenía un corte
de cabello desigual y casero. Y no usaba ningún abrigo.
Todas estas cosas agregadas a un niño en problemas, y la
apariencia general de espabilado además de una cierta fluidez
al caminar sugerían hombre lobo. Magnus abrió la ventana.
―¿Buscas a alguien? ―dijo.
―¿Eres el Magnífico Bane?
―Seguro ―dijo Magnus―. Digamos que sí. Espera. Abre la
puerta cuando zumbe.
Resbaló por el asiento de la ventana y fue al timbre de la
puerta. Escuchó las rápidas pisadas. El niño estaba en un apuro.
Tan pronto como Magnus abrió la puerta, el niño ya estaba
adentro. Una vez dentro y en la luz, la verdadera extensión de la
angustia del niño fue clara. Sus mejillas estaban altamente
ruborizadas y manchadas con marcas de lágrimas secas. Estaba
sudando a pesar del frío, y su voz temblaba y era urgente.
―Tienes que venir ―dijo mientras se tropezaba―. Tienen a
mi familia. Están aquí.
―¿Quiénes están aquí?
―Los locos Cazadores de Sombras por los que todos están
histéricos. Están aquí. Tienen a mi familia. Tienes que venir ahora.
―¿El Círculo?
El niño sacudió la cabeza, no en desacuerdo sino que con
confusión. Magnus podía ver que no sabía qué era el Círculo, pero
la descripción encajaba. El niño tenía que estar hablando del
Círculo.
―¿Dónde están? ―preguntó Magnus.
―En Chinatown. El refugio ―el niño casi temblaba con
impaciencia―. Mi mamá escuchó que esos locos estaban aquí.
Ya mataron a un puñado entero de vampiros en el Harlem
Hispano más temprano esta noche, dijeron que por matar
mundanos, pero nadie escuchó de ningún mundano muerto, y un
hada dijo que habían venido a Chinatown por nosotros. Así que
mi mamá nos trajo a todos al refugio, pero entonces entraron por
la fuerza. Me escapé por una ventana. Mi mamá dijo que viniera
contigo.
La historia entera fue pronunciada en un apuro tan enredado
y frenético que Magnus no tuvo tiempo para desenredarla.
―¿Cuántos son ustedes? ―preguntó.
―Mi mamá, mi hermano y hermana y otros seis de mi
manada.
Entonces nueve hombres lobo en peligro. La prueba había
llegado, y había llegado tan rápido que Magnus no tuvo tiempo
para realmente repasar sus sentimientos o pensar un plan.
―¿Escuchaste algo de lo que dijo el Círculo? ―preguntó
Magnus―. ¿El Círculo acusó a tu familia de hacer qué?
―Dijeron que nuestra antigua manada hizo algo, pero no
sabemos nada sobre eso. No importa, ¿no es así? ¡Los matan
igual, eso es lo que dicen todos! Tienes que venir.
Tomó la mano de Magnus y tiró de él. Magnus se alejó del niño
y alcanzó una lapicera y papel.
―Tú ―dijo, escribiendo la dirección de Catarina―, tú ve aquí.
No vayas a ningún otro lugar. Quédate ahí. Hay una agradable
dama azul ahí. Yo iré al refugio.
―Voy contigo.
―O haces lo que digo o no voy ―dijo bruscamente Magnus―.
No hay tiempo para discutir. Tú decides.
El niño se tambaleaba al borde de las lágrimas. Secó sus ojos
toscamente con el dorso de su mano.
―¿Los salvarás? ―preguntó―. ¿Lo prometes?
―Lo prometo ―dijo Magnus.
Cómo iba a hacerlo, no tenía idea. Pero la batalla había
llegado. Finalmente la batalla había llegado.
La última cosa que hizo Magnus antes de irse fue escribir los
detalles: dónde estaba el refugio (un almacén), qué temía que el
Círculo planeara hacer con los hombres lobo del interior. Dobló el
pedazo de papel en forma de ave y lo envió, con un chasquido
de sus dedos y un estallido de chispas azules. La delicada ave de
papel daba vueltas en el viento como una pálida hoja, volando
a la noche y hacia las torres del Manhattan, que cortaban la
noche como dagas brillantes.
No sabía por qué se había molestado en mandarle un mensaje
a los Whitelaw. No pensaba que fueran a venir.
Magnus corrió por Chinatown, bajo los carteles de neón que
parpadeaban y chisporroteaban, a través del smog amarillo de
la ciudad que colgaba como fantasmas mendigando a los
transeúntes. Corrió por un grupo de gente inhalando en una
esquina, y entonces finalmente llegó a la calle en la que el
almacén estaba, su techo de lata repiqueteaba en el viento
nocturno. Un mundano lo habría visto más pequeño de lo que
en realidad era, en mal estado y oscuro, sus ventanas tapadas.
Magnus vio las luces; Magnus vio la ventana rota.
Había una pequeña voz en la cabeza de Magnus que pedía
precaución, pero Magnus había oído con gran detalle lo que el
Círculo de Valentine le había hecho a los vulnerables
Subterráneos cuando los encontraban.
Magnus corrió hacia el refugio, casi tropezándose con sus Doc
Martens sobre el pavimento resquebrajado. Alcanzó las puertas
dobles, halos, payasos y espinas pintados con aerosol, y tiró la
puerta para abrirla.
En la sala principal del refugio, con sus espaldas contra la
pared, estaban parados un grupo de hombres lobo, aún en su
forma humana, la mayoría de ellos, aunque Magnus podía ver
las garras y dientes en algunos agachándose en posición
defensiva.
Rodeándolos había una multitud de jóvenes Cazadores de
Sombras.
Todos se voltearon y miraron a Magnus.
Incluso si los Cazadores de Sombras hubieran estado esperando
una interrupción, y los hombres lobo hubieran estado esperando
un salvador, aparentemente nadie estaba esperando todo el rosa
estridente.
Los reportes sobre el Círculo eran ciertos. Tantos de ellos eran
desgarradoramente jóvenes, una nueva generación de
Cazadores de Sombras, brillantes nuevos guerreros que
acababan de llegar a la adultez. Magnus no estaba sorprendido,
pero encontró triste y exasperante que ellos tiraran el brillante
inicio de sus vidas por la borda por este odio sin sentido.
Al frente de la multitud de Cazadores de Sombras estaba un
pequeño grupo de personas que, a pesar de ser jóvenes, tenían
un aire de autoridad a su alrededor; el círculo interior del Círculo
de Valentine. Magnus no reconoció a nadie que se ajustara a la
descripción que había oído del líder.
Magnus no estaba seguro, pero pensó que el líder actual del
grupo era, o el hermoso chico de cabello dorado y profundos y
dulces ojos azules, o el joven a su lado con el cabello oscuro y el
angosto e inteligente rostro. Magnus había vivido un largo
tiempo, y podía decir qué miembros de un grupo eran los líderes.
Ninguno de los dos se veía imponente, pero el lenguaje corporal
de todo el resto los señalaba a ellos. Estos dos estaban flaqueados
por un joven y una mujer, ambos de cabello oscuro y feroces
rostros como de águilas, y detrás del hombre de cabello negro
estaba un hermoso joven de cabello rizado. Detrás de ellos había
unos seis más. Al otro extremo de la sala había una puerta, una
puerta simple en lugar de doble como por la que Magnus había
entrado, una puerta interna que llevaba a otra cámara. Un
rechoncho joven Cazador de Sombras se paró frente a ella.
Había demasiados de ellos para luchar, y también eran tan
jóvenes y nuevos de las aulas de Idris que Magnus nunca los
habría conocido. Magnus no había enseñado en la academia de
Cazadores de Sombras por décadas, pero recordaba los salones,
las lecciones del Ángel, las respingadas caras jóvenes bebiendo
cada palabra sobre su deber sagrado.
Y estos nuevos adultos Nefilim habían salido de sus aulas para
hacer esto.
―¿El Círculo de Valentine, supongo? ―dijo, y vio como todos
se sacudían con sus palabras, como si pensaran que los
Subterráneos no tenían sus propias formas de pasarse
información cuando estaban siendo cazados―. Pero no creo ver
a Valentine Morgenstern. He oído que tiene suficiente carisma
como para sacar a las aves de los árboles y convencerlas de vivir
bajo el mar, es alto, es devastadoramente hermoso, y tiene
cabello rubio blanquecino. Ninguno de ustedes encaja con esa
descripción.
Magnus se detuvo.
―Y tampoco tienen cabello rubio blanquecino.
Todos se veían estupefactos porque les hablaran de esa forma.
Ellos eran de Idris, y sin duda conocían brujos, brujos como
Ragnor, quien se aseguraba de ser profesional y educado en
todos sus negocios con los Nefilim. Marian Whitelaw podría
haberle dicho a Magnus que controle su lengua rebelde, pero no
se habría sorprendido con su manera de hablar claro. Estos
estúpidos niños estaban satisfechos odiando desde la distancia,
pelear y nunca hablar con Subterráneos, nunca arriesgarse a ver
a sus enemigos como personas.
Pensaban que lo sabían todo, y sabían tan poco.
―Soy Lucian Graymark ―dijo el joven del rostro delgado y
astuto al frente del grupo. Magnus había oído ese nombre antes;
el Parabatai de Valentine, segundo al mando, más querido que
un hermano. A Magnus no le gustó tan pronto como habló―.
¿Quién eres tú para venir aquí e interferir con nosotros en el
ejercicio de nuestro deber jurado?
Graymark mantuvo su cabeza alta y habló con una voz clara
y autoritaria que ocultaba su edad. Cada pulgada suya se veía
como el perfecto hijo del Ángel, severo y despiadado. Magnus
miró por encima de su hombro hacia los hombres lobo,
agrupados en el fondo de la sala.
Magnus levantó su mano y pintó una línea de magia, una
barrera brillante de azul y dorado. Hizo que la luz brille tan
ferozmente como lo haría una espada del ángel, y bloqueó el
camino de los Cazadores de Sombras.
―Soy Magnus Bane. Y ustedes están entrando sin autorización
a mi ciudad.
Eso consiguió un poco de risas.
―¿Tu ciudad? ―dijo Lucian.
―Tienen que dejar ir a estas personas.
―Esas criaturas ―dijo Lucian―, son parte de la manada de
lobos que mató a los padres de mi Parabatai. Los rastreamos
hasta aquí. Ahora podemos exigir justicia como Cazadores de
Sombras, ya que es nuestro derecho.
―¡No matamos ningún Cazador de Sombras! ―dijo la única
mujer entre los hombres lobo―. Y mis hijos son inocentes. Matar
a mis hijos sería asesinato. Bane, tienes que hacer que deje ir a
mis hijos. Tiene mi...
―No escucharé más tu lloriqueo de perro ―dijo el joven con
la cara de halcón, el que estaba parado al lado de la mujer de
cabello negro. Se veían como un conjunto, y las expresiones en sus
caras eran idénticamente feroces.
Valentine no tenía fama por su compasión, y Magnus no tenía
ninguna seguridad de que su Círculo perdonara a los niños.
Los hombres lobo podrían haber cambiado parcialmente de
humanos a su forma de lobo, pero no se veían listos para luchar,
y Magnus no sabía por qué. Eran demasiados Cazadores de
Sombras para Magnus como para estar seguro de que tendría
éxito luchando por su cuenta. Lo mejor que podía esperar era
distraerlos con conversaciones, y esperar que pudiera inspirar
duda en algunos del Círculo, o que Catarina vendría o los
Whitelaw, y podrían posicionarse con los Subterráneos y no su
propio tipo.
Parecía una esperanza muy remota, pero era todo lo que
tenía.
Magnus no podía evitar volver a mirar al joven de cabello
dorado al frente del grupo. Había algo terriblemente familiar en
él, como también la sugerencia de ternura en su boca, y dolor en
el azul profundo que manaba de sus ojos. Había algo que hacía
que Magnus lo mirara como la única posibilidad de que el Círculo
cambie su propósito.
―¿Cuál es tu nombre? ―preguntó Magnus.
Aquellos ojos azules se estrecharon.
―Stephen Herondale.
―Solía conocer a los Herondale muy bien, hace mucho tiempo
―dijo Magnus, y vio que era un error por el modo en que
Stephen Herondale se estremeció. El Cazador de Sombras sabía
algo, había oído algún susurro oscuro sobre su árbol genealógico,
y estaba desesperado por probar que no era cierto. Magnus no
sabía cuán desesperado debía estar Stephen Herondale, y no
tenía deseo de averiguarlo. Magnus continuó, dirigiéndose a
todos cordialmente:
―Siempre he sido amigo de los Cazadores de Sombras.
Conozco muchas de sus familias, desde hace cientos de años.
―No hay nada que podamos hacer para corregir los
cuestionables juicios de nuestros ancestros ―dijo Lucian.
Magnus odiaba a este tipo.
―También ―continuó Magnus, deliberadamente ignorando a
Lucian Graymark―, encuentro su historia sospechosa. Valentine
está listo para cazar a cualquier Subterráneo bajo cualquier
pretexto vago. ¿Qué le habían hecho los vampiros que mató en
el Harlem?
Stephen Herondale frunció el ceño, y miró a Lucian, el cual se
veía agitado, pero dijo:
―Valentine me dijo que fue a cazar algunos vampiros que
habían roto los Acuerdos allí.
―Oh, los Subterráneos son todos tan culpables. Y eso es muy
conveniente para ustedes, ¿no es así? ¿Qué hay de sus hijos? El
chico que fue a buscarme tenía alrededor de nueve años. ¿Había
estado cenando carne de Cazador de Sombras?
―Los cachorros roen cualquier hueso que sus mayores traigan
a casa —farfulló la mujer de cabello negro, y el hombre a su lado
asintió.
―Maryse, Robert, por favor. ¡Valentine es un hombre noble!
―dijo Lucian, su voz alzándose mientras se volteaba para
dirigirse a Magnus―. No le haría daño a ningún niño. Valentine
es mi parabatai, mi más amado hermano guerrero. Su lucha es
la mía. Su familia ha sido destruida, los Acuerdos han sido
violados, y él merece y tendrá su venganza. Hazte a un lado,
brujo.
Lucian Graymark no tenía la mano en un arma, pero Magnus
vio que, detrás de él, la mujer de pelo negro, Maryse, tenía una
cuchilla brillante entre sus dedos. Magnus volvió a ver a
Stephen y se dio cuenta exactamente por qué su cara le era
tan familiar. Cabello dorado y ojos azules. Era una versión
etérea y delgada de un joven Edmund Herondale, como si este
hubiese vuelto desde el cielo, el doble de angelical. Magnus no
se había visto a Edmund por mucho tiempo, pero él había sido
el padre de Will Herondale, quien había sido uno de los muy
pocos Cazadores de Sombras que Magnus había considerado
un amigo.
Stephen vio la mirada de Magnus. Sus ojos se habían
estrechado tanto que ahora su dulce azul se había perdido, y
parecían negros.
―¡Suficiente de este juego con un peón del demonio! ―dijo
Stephen. Sonó como si estuviera citando a alguien, y Magnus
estaba seguro de saber a quién.
―Stephen, no ― ordenó Lucian, pero el rubio ya había
lanzado un cuchillo en dirección a uno de los hombres lobo.
Magnus agitó su mano y envió el cuchillo directo al suelo,
luego miró a los hombres lobo. La mujer que había hablado
antes le dirigió una mirada intensa, como si estuviera tratando
de transmitir un mensaje con sus ojos.
―Esto es en lo que se han convertido los jóvenes Cazadores
de Sombras, ¿en serio? ―preguntó Magnus―. Déjenme ver,
¿cómo era su pequeño cuento para dormir sobre lo especial y
maravillosos que son? Ah, sí. A través de los años su mandato
ha sido proteger a los humanos, pelear contra las fuerzas
malévolas hasta que finalmente se desvanezcan y el mundo
pueda vivir en paz. No parecen tan interesados en la paz o en
proteger a nadie. ¿Por qué están peleando, exactamente?
―Estoy peleando por un mundo mejor para mí y para mi
hijo ―dijo la mujer llamada Maryse.
―No tengo interés en el mundo que quieres ―le dijo
Magnus―, o sobre tu mocoso sin duda repelente, podría añadir.
Robert sacó una daga de su manga. Magnus no estaba
preparado para gastar toda su magia desviando dagas, así que
levantó una mano en el aire, y la luz en la habitación se apagó.
Sólo el ruido y el brillante neón de la ciudad entraba,
inhabilitando la iluminación lo suficiente para ver, pero Robert
lanzó la daga de todas formas. Ahí fue cuando el cristal de las
ventanas se rompió y oscuras formas entraron inundando la
habitación: la joven Rachel Whitelaw llegó rodando por el piso
frente a Magnus, y recibió la cuchilla destinada a él en su hombro.
Magnus podía ver mejor que la mayoría en la oscuridad. Vio
que, más allá de toda esperanza, los Whitelaw habían venido.
Marian Whitelaw, la cabeza del Instituto; su esposo, Adam; el
hermano de Adam; y los jóvenes primos Whitelaw a quienes
Marian y Adam habían adoptado después de la muerte de sus
padres. Los Whitelaw ya habían estado peleado esta noche. Su
equipo estaba manchado de sangre y estropeado, y Rachel
Whitelaw estaba claramente herida. Había sangre en el cabello
gris y estropeado de Marian, pero Magnus no pensó que era
suya. Marian y Adam Whitelaw, Magnus sabía, no habían
podido tener sus propios hijos. El asunto era que ellos amaban a
los jóvenes primos que vivían con ellos, y siempre hacían
alborotos por cualquier joven Cazador de Sombras que viniera
a su Instituto. Los miembros del Círculo deben haber sido amigos
de los primos Whitelaw, criados juntos en Idris. El Círculo estaba
exactamente diseñado para ganar la simpatía de los Whitelaw.
Y, de todas formas, estaban en pánico. Ellos no podían ver
como Magnus. No sabían quién los estaba atacando,
que alguien había venido a la ayuda de Magnus. Magnus vio
oscilación y el estruendo de las espadas enfrentándose, tan
fuerte que era casi imposible escuchar a Marian Whitelaw
gritar órdenes al Círculo de parar y tirar sus armas. Él se
preguntó cuáles miembros del Círculo se habían dado cuenta
de con quién estaban luchando. Conjuró una pequeña luz en
la palma de su mano y buscó a la mujer lobo. Necesitaba saber
por qué los hombres lobo no atacaban.
Alguien lo tiró al piso. Magnus miró fijamente a los ojos de
Stephen Herondale.
― ¿Siquiera has dudado acerca de todo esto? ―Magnus dijo
en una exhalación.
―No ―jadeó Stephen―, he perdido demasiado, he
sacrificado demasiado por esta buena causa para darle la
espalda ahora.
Mientras hablaba, blandió su cuchillo hacia la garganta de
Magnus. Magnus hizo que la empuñadura se calentase en las
manos del joven hombre hasta que la dejó caer.
De repente, a Magnus no le importó lo que Stephen había
sacrificado, o el dolor en sus ojos azules. Él quería que Stephen
se fuera de esta tierra. Magnus quería olvidar que alguna vez
había visto el rostro de Stephen Herondale, tan lleno de odio y
tan recordativo a rostros que Magnus había amado. El brujo
convocó un nuevo hechizo en sus manos y estuvo a punto de
arrojarlo a Stephen, cuando un pensamiento lo detuvo. No
podría mirar a Tessa otra vez si asesinara a uno de sus
descendientes.
Entonces Marian Whitelaw se puso entre la luz del conjuro
brillando en la palma de Magnus, y el rostro de Stephen se puso
blanco con sorpresa.
―¡Señora, es usted! No deberíamos… Somos cazadores de
sombras. No deberíamos estar peleando por ellos. Son
Subterráneos ―siseó Stephen―, se volverán en tu contra como
los perros traicioneros que son. Es su naturaleza. No vale la pena
pelear por ellos. ¿Qué dice?
―No tengo ninguna prueba de que estos hombres lobo
violaran los Acuerdos.
―Valentine dijo ―comenzó Stephen, pero Magnus escuchó la
incertidumbre en su voz. Lucian Graymark tal vez creía que sólo
perseguían a Subterráneos que violaban los Acuerdos, pero
Stephen al menos sabía que estaban actuando como justicieros
en vez de unos Cazadores de Sombras que protegieran las leyes.
Stephen había estado haciéndolo, de la misma manera.
―No me importa lo que Valentine Morgenstern diga. Yo digo
que la Ley es dura… ―respondió Marian Whitelaw. Sacó su daga,
la balanceó y la puso en contra de la de Stephen. Sus ojos se
encontraron, brillando, por encima de las cuchillas. Marian
continuó suavemente―,… pero es la Ley. No vas a tocar a estos
Subterráneos mientras yo o cualquiera de mi sangre esté vivo.
El caos estalló, pero las fantasías más oscuras de Magnus habían
demostrado que él estaba equivocado. Cuando se unió a la
lucha, allí había Cazadores de Sombras a su lado, peleando con
él en contra del Círculo, peleando por los Subterráneos y los
Acuerdos de paz que todos habían aceptado.
La primera víctima fue la más joven de los Whitelaw. Rachel
Whitelaw arremetió contra la mujer llamada Maryse, y la
ferocidad del ataque tomó tan por sorpresa a Maryse que Rachel
casi la tuvo. Maryse tropezó y se levantó con algo de esfuerzo,
buscando torpemente una nueva cuchilla. Luego el hombre de
cabello negro, Robert, quien Magnus pensó era su esposo, se lanzó
hacia Rachel, y la atravesó con la daga.
Ella se dejó caer, la punta de la cuchilla del hombre
perforándola como un alfiler, como si fuera una mariposa.
―¡Robert! ―dijo Maryse suavemente, como si no pudiera
creer que esto estaba sucediendo.
Robert desvainó su espada del pecho de Rachel y ella cayó
al suelo.
―Rachel Whitelaw ha sido asesinada por un Cazador de
Sombras. ―gritó Magnus, e incluso entonces pensó que Robert
tal vez gritaría que estaba defendiendo a su esposa. Magnus
pensó que los Whitelaw habrían dejado sus espadas en lugar
de desparramar más sangre Nefilim.
Pero Rachel había sido el bebé de la familia, la mascota
preferida de todos. Los Whitelaw rugieron un reto y se
arrojaron a la lucha con el doble de ferocidad. Adam
Whitelaw, un terco hombre mayor con cabello blanco quien
parecía siempre seguir las iniciativas de su esposa, arremetió en
contra del Círculo de Valentine, dándole vueltas a una brillante
hacha por encima de su cabeza, cortando a todos los que
estaban detrás de él.
Magnus se acercó en dirección a los hombres lobo, a la mujer
que fue la única que permaneció humana, aun cuando sus
dientes y garras estaban creciendo rápidamente.
―¿Por qué no están luchando? ―demandó.
La mujer lobo lo fulminó con la mirada como si él fuera
imposiblemente estúpido.
―Porque Valentine está aquí, ―dijo bruscamente―,
porque tiene a mi hija. Se la ha llevado, y dijeron que si nos
movíamos para seguirla, la matarían.
Magnus no tuvo un instante para pensar en lo que le haría
Valentine a una indefensa niña Subterránea. Alzó una mano,
arremetió en contra del fornido Cazador de Sombras hacia la
única puerta al final de la habitación, y luego Magnus corrió en
en dirección a la puerta.
Escuchó los gritos detrás de él, de los Whitelaw demandando.
―Bane, ¿dónde estás? ―y un grito, Magnus pensó, de Stephen,
diciendo―: ¡Va tras Valentine! ¡Mátenlo!
Detrás de la puerta, Magnus escuchó un horrible pero bajo
sonido, y la abrió de un empujón.
Al otro lado de la puerta había una habitación pequeña y
ordinaria, del tamaño de un dormitorio, aunque no había
ninguna cama, sino dos personas y una sola silla. Había un
hombre alto con una cascada de cabello rubio blanquecino,
usando la ropa negra de Cazador de Sombras. Estaba inclinado
sobre una niña que lucía como de doce años. Ella estaba
amarrada a la silla con cuerdas de plata, y hacía un terrible
sonido muy bajo, un cruce entre un gemido y un rugido.
Sus ojos estaban brillando, y Magnus pensó por un momento
que la luz de la luna los convertía en espejos.
Su error duró el más breve de los instantes. Luego, Valentine se
movió ligeramente y el brillo de los ojos de la chica se resolvió
ante la vista de Magnus. No eran sus ojos. El brillo de la luna eran
monedas de plata presionadas a los ojos de la chica, pequeños
hilos de humo se escapaban por debajo de los brillantes discos
mientras los pequeños sonidos escapaban de entre sus labios.
Estaba tratando de reprimir el sonido del dolor, porque estaba
demasiado asustada de lo que Valentine podría hacerle a
continuación.
―¿A dónde fue tu hermano? ―demandó Valentine, y los
sollozos de la chica continuaban, pero no dijo una palabra.
Magnus sintió por un momento como si se hubiese convertido
en una tormenta, nubes negras encrespadas, el golpe de un
trueno y el destello de un relámpago y todo lo que la tormenta
quería era dar un salto a la garganta de Valentine. La magia
Magnus arremetió casi por su propia voluntad, saltando desde
ambas manos. Lucía como un relámpago, quemando tan azul
que era casi blanco. Golpeó a Valentine, haciéndolo perder el
equilibrio hacia la pared. Valentine golpeó la pared tan fuerte
que un crujido resonó y se deslizó hacia el piso.
Esa única acción le costó demasiada energía, pero no podía
pensar en eso ahora. Corrió hacia la silla de la chica y lanzó la
cadena lejos de ella, luego tocando su rostro con una dolorosa
gentileza.
Ella estaba llorando ahora, más libremente, estremeciéndose
y sollozando por debajo de sus manos.
―Silencio, silencio. Tu hermano me ha enviado. Soy un brujo,
estás a salvo ―murmuró, agarrando la parte posterior de su
cuello.
Las monedas le estaban haciendo daño, tenían que ser
retiradas. Pero, ¿y si quitarlas le hacía más daño? Magnus
podía curar, pero nunca había sido tan bueno en eso como
Catarina, y no sanaba hombres lobo muy a menudo. Eran
demasiado resistentes. Sólo podía esperar que ella lograra
resistir.
Levantó las monedas tan gentilmente como pudo, y las tiró
hacia la pared.
Era muy tarde ya. Había sido muy tarde incluso antes de que
él llegara. La niña estaba ciega.
Sus labios se abrieron.
―¿Mi hermano está a salvo? ―dijo.
―Tan seguro como podría estar, dulzura ―dijo Magnus―.
Te llevaré con él.
No había terminado de decir “él” cuando sintió la fría cuchilla
incrustarse en su espalda, y su boca llenarse con sangre.
―¿Lo harías? ―preguntó Valentine en su oído.
La cuchilla salió de su cuerpo, hiriendo tanto en su salida como
lo hizo en la entrada. Magnus apretó los dientes; agarró con más
fuerza el respaldar de la silla, arqueándose para proteger a la
niña; y volteó su cabeza para enfrentar a Valentine. El hombre
de cabello blanco se veía mayor que cualquiera de los otros
líderes, pero Magnus no estaba seguro si realmente era más viejo,
o si su frialdad simplemente hacía parecer su rostro como tallado
en mármol. Quería golpearlo.
La mano de Valentine se movió, y Magnus sólo pudo
arreglárselas para atrapar su muñeca antes de que la cuchilla se
incrustara en su corazón.
Magnus se concentró e hizo el agarre de su mano quemar,
electricidad azul rodeando sus dedos. Hizo que el ardor fuera
como el toque de plata que había quemado a la niña, y sonrió
al escuchar el siseo de dolor de Valentine.
El Cazador de Sombras no había preguntado su nombre como
los otros; no veía a Magnus como una persona. Valentine
simplemente lo observaba con ojos fríos, de la misma forma que
alguien podía mirar a un animal repugnante en su camino que
impidiera su progreso.
―Te estás metiendo con mis asuntos, brujo.
Magnus escupió sangre en su cara.
―Estás torturando una niña en mi ciudad, Cazador de
Sombras.
Valentine usó su mano libre para atestarle un golpe que lo
envió tambaleando hacia atrás. Valentine lo siguió, y Magnus
pensó bien. Significaba que se alejaría de la niña.
Estaba ciega, pero era una niña lobo; el olfato y el oído tan
importantes para ella como su vista. Podía correr, y volver con
su familia.
―Pensé que jugábamos a decir lo que la otra persona era y
qué estaban haciendo ―dijo Magnus―. ¿Me equivoqué?
Déjame tratar de nuevo. ¿Estás rompiendo nuestras leyes
sagradas, troglodita?
Dirigió su mirada a la niña, esperando a que corriera, pero
parecía estar congelada por el terror. No se atrevió a gritarle,
por miedo a dirigir la atención de Valentine nuevamente hacia
ella.
Magnus levantó una mano, creando un hechizo en el aire,
pero Valentine lo vio venir y lo esquivó. Saltó en el aire y rodeó
la pared con la ligereza de un Nefilim, para luego embestir a
Magnus. Derribó las piernas del brujo, y cuando este cayó, lo
pateó excepcionalmente fuerte. Desenvainó una espada y
atestó un golpe. Magnus rodó de manera que la espada le
causó un refilón en el área de las costillas; cortando tela y piel,
pero sin dañar órganos vitales. No esta vez.
Magnus realmente esperó no morir allí, en ese frío almacén,
lejos de todos los que amaba. Trató de levantarse del piso, pero
estaba resbaloso con su propia sangre, y los restos de magia
que tenía no eran suficientes para curar o luchar, mucho menos
para ambas.
Marian Whitelaw estaba frente a él, sus cuchillas
desenvainadas y runas nuevas reluciendo en sus brazos. Su
cabello brillaba plateado en su borrosa visión.
Valentine balanceó su espada, y la cortó casi en dos.
Magnus carraspeó, perdiendo la idea de salvación casi tan
rápido como la había encontrado, y volteó su cabeza hacia el
sonido de más pisadas.
Fue un tonto por esperar otro rescatista. Vio uno de los
miembros del Círculo, parado en la puerta con sus ojos centrados
hacia la niña lobo.
―¡Valentine! ―gritó Lucian Graymark. Corrió hacia la niña;
Magnus se tensó, preparándose para saltar, y luego se congeló en
su sitio al ver a Lucian tomar a la niña y voltearse hacia su líder―.
¿Cómo pudiste? ¡Es una niña!
―No, Lucian. Es un monstruo en la forma de una niña.
Lucian estaba sosteniendo a la niña, su mano en su cabello,
acariciándola para calmarla. Magnus empezó a pensar que
pudo haber juzgado mal a Lucian Graymark.
El rostro de Valentine estaba tan blanco como el hueso. Se veía
más que nunca como una estatua. Cuando habló, lo hizo con
lentitud.
―¿No me prometiste obediencia incondicional? Dime, ¿de qué
me sirve un segundo al mando que me desacredita de esta
forma?
―Valentine, te amo, y comparto tu aflicción ―dijo Lucian―.
Sé que eres un buen hombre. Sé que si te detienes y piensas, verás
que esto es una locura.
Cuando Valentine dio un paso hacia él, Lucian retrocedió.
Curvó su mano de manera protectora sobre la cabeza de la niña
mientras ella se aferraba a él, poniendo sus pequeñas piernas
alrededor de su cintura, su otra mano oscilando como si fuera a
alcanzar su arma.
―Muy bien ―dijo Valentine con gentileza, al fin―. Que sea
a tu manera.
Se hizo a un lado para dejar a Lucian Graymark pasar por
la puerta y salir al corredor, de vuelta al cuarto donde los
hombres lobo pensaron que estarían a salvo. Dejó a Lucian
llevar a la hija de los lobos de vuelta con ellos, y lo siguió a la
distancia.
Magnus no confió en Valentine por un momento. No
consideró que la niña estaba a salvo hasta que la vio en los
brazos de su madre.
Lucian Graymark le dio a Magnus el tiempo suficiente para
reunir su magia. Se concentró, y sintió su piel unirse mientras su
poder se drenaba.
Se levantó del piso y corrió tras ellos.
La batalla en la otra habitación se había aligerado, porque
habían demasiados muertos. Alguien se las había arreglado para
volver a encender las luces. Había un lobo muerto en el piso,
transformándose pulgada a pulgada en un pálido joven. Otro
joven yacía muerto a su lado; uno del Círculo, y en la muerte no
se veían tan diferentes.
Muchos de los Cazadores de Sombras del Círculo de
Valentine seguían en pie. Ninguno de los Whitelaw lo estaba.
Maryse Lightwood tenía su rostro entre sus manos. Algunos de
los otros estaban temblando visiblemente. Ahora las sombras y
el frenesí de la batalla habían disminuido, y ellos quedaron
expuestos a la luz para ver lo que habían hecho.
―Valentine ―dijo Maryse, su voz implorante mientras su líder
se acercaba―. Valentine, ¿qué hemos hecho? Los Whitelaw están
muertos… Valentine…
Todos observaban a Valentine mientras se acercaba,
agrupados a su alrededor como niños asustados en vez de
adultos. Valentine debió haberlos reunido de muy jóvenes,
Magnus pensó, pero se encontró a sí mismo incapaz de importarle
si les habían lavado el cerebro o los habían engañado, no después
de lo que habían hecho. Parecía que no había compasión en él.
―No han hecho nada más que tratar de defender la Ley
―dijo Valentine―. Saben que los traidores a los nuestros deben
pagar algún día. Si ellos hubieran elegido hacerse a un lado,
confiar en nosotros, los hijos del Ángel, todo habría salido bien.
―¿Y qué con la Clave? ―dijo el hombre con rizos, una nota de
desafío en su voz.
―Michael ―murmuró el esposo de Maryse.
―¿Qué con ellos, Wayland? ―Valentine preguntó, su voz
afilada―. Los Whitelaw murieron por culpa de los hombres lobo.
Es la verdad, y eso vamos a decirle a la Clave.
El único del Círculo de Valentine que no estaba escuchando
desesperadamente era Lucian Graymark. Fue hacia la mujer
lobo y depositó a la niña pequeña en sus brazos. Magnus oyó la
respiración ahogada de la mujer cuando vio los ojos de su hija.
La escuchó empezar a llorar suavemente. Lucian permaneció
junto a la madre y la hija, luciendo profundamente consternado,
luego cruzó el piso con un paso repentinamente decidido.
―Vámonos, Valentine ―dijo ―. Todo esto con los Whitelaw
fue… fue un terrible accidente. No podemos tener al Círculo
sufriendo por eso. Deberíamos irnos ahora. Estas criaturas no
merecen tu tiempo, ninguna de ellas. Estos hombres lobo son sólo
unos desamparados que se separaron de su manada. Tú y yo
iremos hoy a cazar al campamento de los hombres lobo donde
yace la verdadera amenaza. Vamos a aniquilar juntos al líder
la manada.
―Juntos. Pero mañana por la noche. ¿Puedes venir a casa
esta noche? ―Valentine preguntó en voz baja―, Jocelyn tiene
algo que decirte.
Lucian sujetó el brazo de Valentine, claramente aliviado.
―Por supuesto. Lo que sea por Jocelyn. Lo que sea por
cualquiera de ustedes. Lo sabes.
―Mi amigo ―dijo Valentine―, lo sé.
Valentine palmeó el brazo de Lucian, pero Magnus vio la
mirada del primero. Había amor en esa mirada, pero también
había odio, y el odio estaba ganando. Era tan claro como el
toque plateado en la parte negra de los ojos de Valentine.
Había muerte en esos ojos.
Magnus no estaba sorprendido. Había visto a muchos
monstruos que podían amar, pero sólo unos pocos habían
dejado que el amor los cambiara, y habían sido capaces de
convertir ese amor por una persona en bondad para muchos.
Recordó el rostro de Valentine cuando el líder del Círculo
cortó a Marian Whitelaw en sangrientos pedazos, y se preguntó
cómo sería vivir con alguien como Valentine, se preguntó cómo
sería para su esposa, a quien Marian había descrito tan
adorablemente. Podías compartir la cama con un monstruo,
posar tu cabeza en la misma almohada junto a un monstruo
que tiene su cerebro lleno con asesinato y locura. Magnus lo
había hecho.
Pero un amor tan ciego no dura. Un día levantas tu cabeza
de la almohada y ves que estás viviendo una pesadilla.
Lucian Graymark podría ser el único del Círculo por el que
valiera la pena preocuparse, y Magnus podría apostar que
estaba prácticamente muerto.
Magnus había estado tan terriblemente equivocado al dejar
que el pasado lo engañara, había estado equivocado al pensar
que quien tenía un poco de bondad en sí era Stephen Herondale.
Miró a Stephen, a su hermoso rostro y su débil boca. Magnus tuvo
un repentino impulso de decirle al Cazador de Sombras que
conoció y amó a su ancestro, que Tessa estaría tan decepcionada
de él. Pero no quería que el Círculo de Valentine recordara o
fuera tras Tessa.
No dijo nada. Stephen Herondale había escogido su lado, y él
había escogido el suyo.
El Círculo de Valentine se retiró del almacén, marchando como
un pequeño ejército.
Magnus corrió hacia donde yacía el viejo Adam Whitelaw en
una piscina de sangre, su brillante hacha tirada, desganada e
inmóvil, en la misma piscina oscura.
―¿Marian? ―Adam preguntó. Magnus se arrodilló en el
charco, sus manos buscando, tratando de encontrar y cerrar las
peores heridas. Había tantas… demasiadas.
Magnus miró a los ojos de Adam, que estaban perdiendo la luz,
y supo que Adam leyó la respuesta en su rostro antes de que
pudiera siquiera pensar en mentirle.
―¿Mi hermano? ―Adam preguntó―. ¿Los. . . los niños?
Magnus miró alrededor en la habitación a los muertos. Cuando
miró de nuevo, Adam Whitelaw había vuelto su rostro y puesto
su boca de forma que no demostrara ni dolor ni pena, y al final
levantó una mano y tomó la de Magnus, luego descansó su
cabeza contra el brazo de Magnus.
―Es suficiente, brujo ―dijo, su voz rasposa―. No... no viviría
si pudiera elegir ―tosió, un terrible sonido húmedo, y luego
cerró sus ojos.
―Ave atque vale, Cazador de Sombras ―Magnus
murmuró―. Tu Ángel estaría orgulloso.
Adam Whitelaw no pareció escuchar. Fue sólo un momento
después, cuando el último de los Whitelaw murió en brazos de
Magnus.
La Clave creyó que los Whitelaw habían sido asesinados por
hombres lobo, y nada de lo que Magnus dijo hizo ninguna
diferencia. No esperaba que le creyeran. Difícilmente sabía por
qué habló, excepto que los Nefilim preferían claramente que
se quedara callado.
Magnus esperó a que el Círculo regresara.
El Círculo no volvió a Nueva York, pero Magnus los vio una
vez más. En el Levantamiento.
No mucho después de esa noche en el almacén, Lucian
Graymark desapareció como si hubiese muerto, y Magnus
asumió que así era. Luego, un año después, Magnus escuchó
sobre Lucian de nuevo. Ragnor Fell le dijo a Magnus que había
un hombre lobo que había sido Cazador de Sombras, y que
estaba diciendo que el momento había llegado, que los
Submundos debían estar listos para luchar contra el Círculo.
Valentine develó su plan y armó a su Círculo para el momento
en que los Acuerdos de paz entre los Nefilim y los Submundos
serían firmados de nuevos. Su Círculo liquidó a Cazadores de
Sombras y Submundos sin reparo en el Gran Salón del Ángel.
Gracias a la advertencia de Lucian Graymark, los Submundos
fueron capaces de llegar al Salón y sorprender al Círculo de
Valentine. Habían sido avisados y estaban fuertemente armados.
Los Cazadores de Sombras sorprendieron a Magnus entonces,
como los Whitelaw lo sorprendieron antes. La Clave no abandonó
a los Submundos para unirse al Círculo. La gran mayoría de ellos,
la Clave y los líderes de los Institutos, tomaron la decisión que los
Whitelaw habían tomado antes. Lucharon por sus propios aliados
y por la paz, y el Círculo de Valentine fue vencido.
Pero una vez que la batalla había terminado, los Cazadores
de Sombras culparon a los Subterráneos por las muertes de
muchos de los suyos, como si la batalla hubiera sido idea de ellos.
Los Cazadores de Sombras se enorgullecían de su justicia, pero
ésta era demasiado cruel para el gusto de Magnus.
Las relaciones entre los Nefilim y el mundo de las sombras no
mejoraron. Magnus no creía que fueran a hacerlo.
Especialmente cuando la Clave envió a los miembros que
quedaban del Círculo, los Lightwood y otro miembro del Círculo
llamado Hodge Starkweather, a la ciudad de Magnus, a expiar
sus crímenes dirigiendo el Instituto de Nueva York como exiliados
de la Ciudad de Cristal. Los Cazadores de Sombras eran
demasiado escasos luego de la masacre, y no podían ser repuestos
sin la Copa Mortal, la cual parecía haber desaparecido con
Valentine. Los Lightwood sabían que habían sido tratados
misericordiosamente por sus conexiones en la Clave, y que si
cometían un solo desliz, la Clave los aplastaría.
Raphael Santiago, de los vampiros, quien debía a Magnus un
favor o veinte, reportó que los Lightwood eran distantes pero
escrupulosamente justos con cada Subterráneo con quien tenían
contacto. Magnus sabía que tarde o temprano él tendría que
trabajar con ellos, aprendería a ser civilizado con ellos, pero
preferiría que fuera tarde. Todo el sangriento asunto de la
tragedia del Círculo de Valentine había terminado, y Magnus
hubiera preferido no mirar hacia atrás a la oscuridad, sino
hacia adelante y esperar claridad.
Por más de dos años luego del Levantamiento, Magnus no
vio a nadie del Círculo de Valentine de nuevo. Hasta que la
vio.
New York City, 1993
L
a vida de los brujos era una de inmortalidad, magia,
glamour y entretenimiento a través de los años.
A veces, sin embargo, Magnus quería quedarse adentro y mirar
televisión en el sofá como todos los demás. Estaba acurrucado en
el sofá con Tessa, y estaban mirando un vídeo de Orgullo y
Prejuicio. Tessa estaba quejándose desde hacía un tiempo sobre
cómo el libro era mejor.
―Esto no es lo que Jane Austen hubiera querido ―le dijo―. Si
pudiera ver esto, estoy segura que habría estado horrorizada.
Magnus se levantó del sofá y fue a pararse junto a la ventana.
Estaba esperando a que trajeran algo de comida China, y se
estaba muriendo de hambre luego de un largo día de ociosidad
y desenfreno. Sin embargo, no vio a ningún repartidor. La única
persona en la calle era una mujer joven cargando un bebé bien
protegido contra el frío. Caminaba rápido, probablemente
camino a casa.
―Si Jane Austen viera esto ―dijo Magnus―. Asumo que
habría gritado “¡Hay pequeños demonios en esta pequeña caja!
¡Consigan un pastor!” y golpeado la televisión con su paraguas.
El timbre de la puerta sonó, y Magnus se alejó de la ventana.
―Finalmente ―dijo, tomando un billete de diez dólares de la
mesa junto a la puerta, y le abrió al hombre de la entrega ―.
Necesito algo de carne y brócoli antes de poder enfrentar más al
señor Darcy. Es una verdad universalmente conocida que si miras
demasiada televisión con el estómago vacío, tu cabeza se cae.
―Si tu cabeza se cae ―dijo Tessa―. La industria de la
peluquería caería en una depresión económica.
Magnus asintió y tocó su cabello, el cual estaba ahora a la
altura de la barbilla. Abrió la puerta, todavía en su pose, y se
encontró a sí mismo observando a una mujer con una corona
rizos rojos. Sostenía un bebé. Era la mujer que había visto en la
calle momentos antes. Magnus estaba anonadado de ver a
alguien en su puerta quien se veía tan… mundana.
La joven mujer estaba vestida en pantalones descuidados y
una camiseta mal teñida. Ella bajó su mano, la cual había sido
levantada para tocar a la puerta, y Magnus vio el reflejo de
desvanecidas y plateadas cicatrices en su brazo. Magnus había
visto demasiadas de ellas como para equivocarse.
Ella llevaba las Marcas de la Alianza, llevaba los restos de
viejas runas en su piel como recuerdos. Entonces, por lo menos
no era una mundana. Era una Cazadora de Sombras, pero una
Cazadora de Sombras sin Marcas recientes, para nada
preparada para el combate.
Ella no estaba aquí por los asuntos oficiales de los Cazadores
de Sombras. Tenía problemas.
―¿Quién eres? ―demandó Magnus.
Ella tragó y respondió.
―Soy… era Jocelyn Morgenstern.
El nombre trajo memorias de unos años antes. Magnus
recordó la cuchilla enterrándose en su espalda y el sabor de la
sangre. Lo hizo querer escupir.
La esposa del monstruo en su puerta. Magnus no podía dejar
de mirarla.
Ella lo miraba también. Lucía estupefacta por sus pijamas.
Magnus estaba francamente ofendido. No había invitado a
ninguna esposa de líderes de culto locos de odio a venir y juzgar
su guardarropa. Si él quería abstenerse de la camiseta y usar
pijamas rojizos y brillantes con un estampado de osos polares
negros y una chaqueta de dormir de seda negra, podía hacerlo.
Ninguna de las otras personas que habían sido lo suficientemente
suficientemente afortunados para ver a Magnus en sus pijamas
se había quejado.
―No recuerdo ordenar la esposa de un maniático malvado
―dijo Magnus―. Era definitivamente carne y brócoli. ¿Qué hay
de ti, Tessa? ¿Tú ordenaste la esposa de un maniático malvado?
Él abrió más la puerta para que Tessa pudiera ver quién
estaba ahí. Nada fue dicho por un momento. Luego vio un bulto
cubierto en los brazos de Jocelyn. Fue en ese momento en el que
recordó que había un bebé.
―Vengo aquí, Magnus Bane ―Jocelyn dijo ―, a rogar por tu
ayuda.
Magnus apretó el borde de la puerta hasta que sus nudillos se
volvieron blancos.
―Déjame pensarlo ―dijo―. No.
Fue interrumpido por la voz de Tessa, suave.
―Déjala pasar, Magnus.
Magnus se dio la vuelta para mirar a Tessa.
―¿En serio?
―Quiero hablar con ella.
La voz de Tessa había adquirido ese tono extraño. También, el
hombre de la entrega había aparecido en el vestíbulo llevando
su bolsa de comida. Magnus asintió hacia Jocelyn indicándole que
entrara, tomó los diez dólares y cerró la puerta en la cara del
hombre confundido antes de que tuviera tiempo de entregar la
comida.
Ahora Jocelyn se mantenía algo incómoda junto a la puerta.
La pequeña persona en sus brazos pateó sus pies y dobló sus
piernas.
―Tienes un bebé ―dijo Magnus, señalando lo que era obvio.
Jocelyn se movió incómodamente y estrechó a su bebé en su
pecho.
Tessa se acercó a ellos en silencio y permaneció junto a
Jocelyn. Incluso aunque estaba usando leggins negras y una
camiseta gris muy grande que decía WILLIAM QUIERE UNA
MUÑECA, siempre tenía un aire de formalidad y autoridad a
su alrededor. La camiseta, como era, resultaba ser un estatuto
feminista de que a los chicos les gustaba jugar con muñecas y
a las chicas con autos, pero Magnus sospechaba que la había
elegido en parte por el nombre. El esposo de Tessa había estado
muerto hacía tanto tiempo que su muerte traía recuerdos
felices en vez de la cruda agonía que había sentido por años
después de su muerte. Otros brujos habían amado y perdido,
pero pocos eran tan desesperadamente leales como Tessa.
Décadas después no había permitido que nadie se acercara lo
suficiente para ganar su corazón.
―Jocelyn Fairchild ―dijo Tessa―. Descendiente de Henry
Branwell y Charlotte Fairchild.
Jocelyn parpadeó, como si no hubiera esperado una lectura
de su propia genealogía.
―Así es ―dijo cautelosamente.
―Los conocí, ya ves ―explicó Tessa―. Eres muy parecida a
Henry.
―¿Los conociste? Entonces debes ser…
Henry había estado muerto por ya casi un siglo, y Tessa
aparentaba unos veinticinco años.
―¿Eres una bruja, también? ―Jocelyn preguntó con
desconfianza. Magnus vio sus ojos descender desde la cabeza de
Tessa hasta sus pies, buscando la marca del demonio, la señal que
indicaría a los Cazadores de Sombras de que ella era impura,
inhumana y tenía que ser despreciada. Algunos brujos podían
esconder sus marcas bajo su ropa, pero Jocelyn podía mirar a
Tessa tanto como quisiera y nunca encontraría la marca.
Tessa no se impuso a sí misma a propósito, pero era claro, de
repente, que Tessa era más alta que Jocelyn y que sus ojos grises
podían ser muy fríos.
―Lo soy ―dijo Tessa―. Soy Theresa Gray, hija de un Demonio
Mayor y Elizabeth Gray, nacida como Adele Starkweather, una
de los tuyos. Fui la esposa de William Herondale, quien era la
cabeza del Instituto de Londres, y fui la madre de James
Herondale y Lucie Blackthorn. Will y yo criamos a nuestros hijos
Cazadores de Sombras para proteger mundanos, para vivir bajo
las Leyes de la Clave y la Alianza, y para mantener los Acuerdos.
Habló en la forma que mejor conocía, en la manera de los
Nefilim.
―Una vez, viví con los Cazadores de Sombras ―añadió
suavemente ―. Una vez, habría parecido una persona para ti.
Jocelyn lucía perdida, en la forma en la que la gente lucía
cuando aprendían algo tan raro que todo el mundo lucía poco
familiar.
―Entiendo que encuentres mis crímenes contra los Submundos
imperdonables ―dijo Jocelyn―. Pero no tengo a donde más ir. Y
necesito ayuda. Mi hija necesita su ayuda. Es una Cazadora de
Sombras, y la hija de Valentine. No puede vivir entre los de su
tipo. Nunca podremos volver. Necesito un hechizo para sellar sus
ojos de todo excepto el mundo mundano. Puede crecer segura y
feliz ahí. Nunca necesitará saber lo que era su padre ―Jocelyn
casi se ahogó, pero levantó su barbilla, y agregó―: O lo que su
madre hizo.
―De modo que vienes a pedírnoslo a nosotros ―dijo
Magnus―, los monstruos.
―No tengo nada en contra de los Subterráneos ―dijo
Jocelyn finalmente―. Yo... mi mejor amigo es un Subterráneo,
y no creo que él esté tan cambiado, no es tan diferente de la
persona a la que siempre quise. Me equivoqué. Voy a tener que
vivir para siempre con lo que hice. Pero, por favor, mi hija no
hizo nada.
Su mejor amigo, un Submundo. Magnus supuso que se
trataba de Lucian Graymark y que todavía estaba vivo,
aunque nadie le hubiese visto tras el levantamiento. Magnus
tuvo una mejor impresión de Jocelyn cuando habló sobre su
mejor amigo. La gente había dicho que ella y Lucian habían
planeado derrotar a Valentine juntos, aunque Jocelyn no había
estado para confirmar el rumor después de la batalla. Magnus
no había visto a Jocelyn durante el Levantamiento. No sabía si
creer ese rumor o no.
Magnus siempre había considerado que la justicia de los
Cazadores de Sombras se parecía más a la crueldad y no
quería ser cruel. Miró el desesperado y cansado rostro de la
mujer y el bulto en sus brazos. Él no podía ser cruel. Creía en la
posibilidad de la belleza cuando se enfrentaba a la realidad
tan horrible.
―Dijiste que estabas casada con un Herondale ―dijo
Jocelyn apelando a Tessa. Su voz era muy tenue, como si ella
pudiese ver la debilidad de este argumento―. Stephen
Herondale era mi amigo...
―Stephen Herondale me habría matado si alguna vez me
hubiese conocido ―dijo Tessa―. No habría sido seguro para
mi vivir entre la gente como tú o como él. Soy una bruja, esposa
y madre de guerreros que lucharon y murieron y nunca se
deshonraron a sí mismos como tú. He usado engranajes, cuchillas
y todo lo que deseaba era vencer el mal para poder vivir y ser
feliz con los que amaba. Esperaba hacer este mundo mejor y más
seguro para mis hijos. Por culpa del Círculo de Valentine la línea
Herondale, la línea de los hijos de mis hijos, se ha acabado. Esto
ha sucedido por tu culpa y la de tu marido. Stephen Herondale
murió con odio en su corazón y sangre de los míos en sus manos.
No puedo imaginar manera alguna más horrible para poner fin
a la línea de Will y mía. Voy a tener que llevar por el resto de mi
vida la herida que el círculo de Valentine me ha hecho, y viviré
para siempre.
Tessa hizo una pausa y miró el desesperado y pálido rostro de
Jocelyn, añadiendo con más suavidad.
―Pero Stephen Herondale tomó sus propias decisiones, y has
tomado otras opciones además de la de odiar. Sé que Valentine
no habría sido derrotado sin tu ayuda. Y tu hija no ha hecho nada
malo.
―Eso no quiere decir que ella tenga derecho a nuestra ayuda
―interrumpió Magnus. No quería rechazar a Jocelyn pero
todavía había una persistente voz en su interior que le avisaba
de que ella era su enemigo―. Además, yo no suelo tener caridad
con los Cazadores de Sombras y dudo que ella tenga dinero para
pagar por mi ayuda. Los fugitivos pocas veces tienen buenas
financiaciones.
―Encontraré el dinero ―dijo Jocelyn―. No quiero caridad, y
no soy una Cazadora de Sombra a partir de ahora. No quiero
tener nada más que ver con los Cazadores de Sombras. Quiero
ser otra persona. Quiero criar a mi hija y que sea otra persona,
no ligada a la Clave o extraviada por nadie. Quiero que sea más
valiente que yo, más fuerte que yo y que permita que nadie
decida su destino por ella.
―Nadie podría pedir más que eso para su hijo ―dijo Tessa
y se acercó más―. ¿Puedo cogerla?
Jocelyn dudó por un momento, sosteniendo el pequeño bulto
que era el bebé. Luego, lentamente y a regañadientes, con
movimientos casi espasmódicos, se inclinó hacia delante y puso
a su hija con enorme cuidado en brazos de aquella mujer a la
que acababa de conocer.
―Es preciosa ―murmuró Tessa. Magnus no sabía si Tessa
había tenido algún bebé en las últimas décadas, pero movió al
niño hacia su cadera y mantuvo firme el abrazo sobre ella, con
el aire amoroso e instintivo de un padre. Magnus la había visto
así alguna vez con alguno de sus nietos―. ¿Cómo se llama?
―Clarissa ―dijo Jocelyn mirando a Tessa atentamente, y
luego, como si estuviera contando un secreto, dijo―: Le llamo
Clary.
Magnus miró por encima del hombro de Tessa hacia el rostro
de la niña. Era mayor de lo que pensaba, pequeña para su
edad, pero su rostro había perdido la infancia: debía tener
cerca de dos años y ya se parecía a su padre. Parecía una
Fairchild. Tenía rizos pelirrojos, del mismo color que los había
tenido Henry, agrupados en su pequeña cabeza y ojos verdes,
como vidrio claro y joyas brillantes, y parpadeada mirando con
curiosidad a su alrededor. No parecía tener ningún problema
en ser entregada a un extraño.
Tessa cogió la manta del bebé de la forma más segura que
pudo y el pequeño dedo de Clary se cerró decididamente
alrededor del dedo de Tessa. La niña movió el dedo de Tessa
de un lado a otro, como mostrando su nueva posesión.
Tessa sonrió al bebé con una brillante y lenta sonrisa y le susurró
"Hola, Clary". Estaba claro que Tessa acababa de tomar una
decisión. Magnus se inclinó ligeramente sobre su hombro,
apoyado en Tessa y se asomó para ver el rostro de la niña. Hizo
un gesto para captar su atención, moviendo los dedos por lo que
todos sus anillos brillaron bajo la luz. Clary rio, con sus dientes
como perlas y la más pura alegría, y Magnus sintió que el nudo
de resentimiento se aflojaba en su pecho.
Clary se retorció para que le dejasen en el suelo pero Tessa
entregó la pequeña a Jocelyn por lo que la madre de Clary tuvo
que decidir por sí misma si debía dejarla en el suelo o no. Jocelyn
no quería tener a su hija andando de un lado para otro en la
casa de un brujo.
Jocelyn miró alrededor con aprensión, pero o bien decidió que
era un lugar seguro para la pequeña o la forma en la que Clary
se retorcía le hizo ver que era terca y que tendría que darle
libertad. Puso a Clary en el suelo y esta salió dando tumbos con
determinación fuera de su alcance. Se pararon a mirarle
mientras agarraba el libro de Tessa, un candelabro de Magnus
(que Clary masticó pensativa durante un momento) y una
bandeja de plata que Magnus había dejado bajo el sofá durante
un momento.
―Cosas curiosas ¿verdad? ―preguntó Magnus. Jocelyn miró
hacia él. Sus ojos se habían fijado con ansiedad en su hija. Magnus
se encontró sonriendo―. No es mala ―le aseguró―. Podría
llegar a ser una aventurera.
―Quiero que crezca segura y feliz ―dijo Jocelyn―. No quiero
que tenga aventuras. Las aventuras hacen que la vida sea cruel.
Quiero que tenga una vida mundana, tranquila y dulce, y
esperaba que no fuera capaz de ver el Mundo de las Sombras.
No es un mundo para un niño. Pero nunca he tenido suerte con
la esperanza. Esta tarde le he visto tratando de jugar con un
hada. Necesito que me ayudes, necesito que le ayudes, tú
puedes cegarle a todo esto, ¿verdad?
―¿Si puedo arrancar una parte esencial de la naturaleza de
tu hija y torcerla de una forma que se adapte mejor? ―le
preguntó Magnus―. Si quieres que finalmente caiga en la
locura...
Lamentó sus palabras tan pronto como las había
pronunciado. Jocelyn le miró fijamente con el rostro pálido,
como si le hubiese golpeado. Pero Jocelyn Morgenstern no era
el tipo de mujer que lloraba, no era el tipo de mujer que se
rompiese o Valentine la hubiese roto hacía tiempo. Se mantuvo
alta y preguntó.
― ¿Hay algo más que pueda hacer?
―Hay... algo más que podemos probar ―dijo Magnus.
No dijo que lo haría. Mantuvo la mirada en la niña y el
pensamiento en la joven licántropo que Valentine había
cegado, en Edmund Herondale despojado de sus marcas siglos
atrás y de James y Lucy Herondale y todos los que ellos habían
dado a luz. Él no les quitaría un niño a los Cazadores de
Sombras, para quienes la Ley estaba antes que la misericordia.
Clary espió al pobre gato de Magnus. El Gran Catsby, ya
entrado en años, yacía boca abajo sobre un cojín de terciopelo,
su cola gris esponjosa estaba sobre él. Los adultos vieron el
inminente desastre. Dieron un paso hacia delante, pero Clary
ya había tirado firmemente de la cola del Gran Catsby, con el
aire seguro de una condesa que alarga la mano para alcanzar
la campana con la que llama a su doncella.
El Gran Catsby dio un maullido de protesta por la
indignación, se volvió y arañó a Clary, que comenzó a gritar.
Al instante Jocelyn se encontraba de rodillas, junto a Clary, su
cabello rojo como un velo sobre su hija, como si pudiera apartar
de alguna manera a Clary del resto del mundo.
―¿Tiene una parte de banshee? ―preguntó Magnus sobre el
intenso grito. Clary sonaba como una sirena de policía. Magnus
se sentía como si fuera a ser arrestado por la vigésimo séptima
vez. Jocelyn le miró a través del cabello y Magnus alzó las manos
en señal de rendición―. Disculpa, pero las líneas de sangre de los
hijos de Valentine son cualquier cosa menos pura.
―Vamos, Magnus ―dijo Tessa en voz baja. Había amado a
más Cazadores de Sombras de los que Magnus había conocido.
Ella se paró junto a Jocelyn. Puso la mano sobre el hombro de
ella.
―Si quieres que tu hija esté a salvo no podrás cegar solamente
su propia vista. Necesitará ser protegida de lo sobrenatural, así
como de cualquier demonio que pudiera venir a llevársela.
―¿Y qué Hermana de Hierro o Hermano Silencioso haría esa
ceremonia por mí sin llevarse a Clary y entregarla a la Clave?
―exigió Jocelyn―. No, no puedo correr el riesgo. Si ella no sabe
nada del Mundo de las Sombras estará a salvo.
―Mi madre era una cazadora de sombras que no sabía nada
del mundo de las sombras ―dijo Tessa―. Eso no impidió nada.
Jocelyn miró a Tessa con horror, obviamente capaz de adivinar
la historia de lo que había sucedido: un demonio había
conseguido tener acceso a una mujer Nefilim sin protección y
Tessa había sido el resultado.
Hubo un silencio. Clary se había vuelto a curiosear a Tessa
cuando ella se había acercado, olvidando sus gritos. Levantó sus
regordetes brazos hacia Tessa. Jocelyn dejó a esta tomar en
brazos a su hija de nuevo, y esta vez Clary no trató de zafarse de
ella. Clary se limpió la cara contra la camiseta de Tessa. Parecía
ser un gesto de afecto. Magnus esperaba que nadie le ofreciera
a Clary y su condición pegajosa.
Jocelyn parpadeó y empezó, lentamente, a sonreír. Magnus
notó por primera vez que era hermosa.
―Clary nunca conocerá a los Fairchild.
Tessa miró a Jocelyn con sus ojos grises claro. Magnus pensó,
en este caso, que Tessa estaba viendo más de lo que realmente
parecía.
―Quizás. Voy a ayudarte con la ceremonia ―prometió―.
Conozco a un Hermano Silencioso que guardará el secreto si se
lo pido.
Jocelyn bajó la cabeza.
―Gracias, Theresa Gray.
Magnus pensó en lo indignado que habría estado Valentine
viendo a su mujer suplicar a Subterráneos, viendo a su hija en
brazos de un brujo. El pensamiento de Magnus de responder a
la apelación de Jocelyn con crueldad retrocedió un poco más.
Esto parecía el tipo de venganza que deseaba conseguir para
probar, incluso tras la muerte de Valentine, lo equivocado que
él había estado.
Se acercó a las dos mujeres y la niña, miró a Tessa y asintió.
―Bueno, entonces ―dijo Magnus―. Parece que vamos a
ayudar a Jocelyn Morgenstern.
Jocelyn se estremeció.
―No me llames así, soy...Soy Jocelyn Fairchild.
―Pensé que no querías volver a ser una Cazadora de
Sombras nunca más ―dijo Magnus―. Si no quieres que te
encuentren cambiar tu apellido me parece el primer paso, uno
bastante elemental. Confía en mí, soy un experto. He visto una
gran cantidad de películas de espías.
Jocelyn le miró escéptica y Magnus rodó los ojos.
―Yo tampoco nací con el nombre "Magnus Bane" ―dijo―. Se
me ocurrió ponerme uno nuevo por mi cuenta.
―En realidad, yo nací como Tessa Gray ―dijo Tessa―. Pero
tú puedes elegir el nombre que te parezca mejor. Siempre he
dicho que hay una gran cantidad de poder en las palabras, eso
significa que también la hay en los nombres. Un nombre que elijas
por ti misma puede contar la historia de lo que será tu destino, y
de que intenciones tienes de llegar a ser.
―Llámame Fray. Permíteme unir juntos el nombre de los
Fairchild, mi familia perdida, y los Gray. Porque eres... de una
familia amiga ―dijo Jocelyn, hablando con súbita firmeza.
Tessa sonrió a Jocelyn, mirándole sorprendida pero contenta y
Jocelyn sonrió a su hija. Magnus vio la determinación en su rostro.
Valentine había querido aplastar el mundo que Magnus conocía.
Pero esta mujer había ayudado a que lo aplasten a él, y ahora
estaba mirando a su hija como si pudiera crear otro mundo
brillante, nuevo, sólo para Clary, para que Clary nunca tenga
que ser alcanzada por la oscuridad del pasado.
Magnus sabía lo que era querer olvidar algo con tanta fuerza
como quería Jocelyn, conocía el impulso apasionado de proteger
lo que se amaba.
Quizás ninguno de los niños de la nueva generación, esa
pequeña pelirroja, las medias hadas Helen y Mark Blackthorn en
el Instituto de Los Ángeles o incluso los hijos de Maryse Lightwood
que crecerían en Nueva York, lejos de la ciudad de Cristal, nunca
tendrían que saber la verdad sobre el horrible pasado.
Jocelyn acarició el rostro de la niña y todos observaron como el
bebé sonreía y su rostro se iluminó con la alegría de vivir. Ella era
una historia en sí misma que recién comenzaba, dulce y llena
de esperanza
―Jocelyn y Clary Fray ―dijo Magnus―, es un placer
conocerlas.
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Nota Importante
Esta traducción no tiene fines de lucro; es el producto de un
trabajo realizado por un grupo de aficionadas que buscan ayudar
por este medio a personas que por una u otra razón no pueden
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Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción
recibió, ni recibirá ganancias monetarias por su trabajo.
El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y
su respectiva editorial.
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