1 HISTORIA DE LA VIDA CONSAGRADA II TEMA III LA EPOCA CONTEMPORANEA Los Institutos Seculares La posibilidad, tantas veces discutida, sobre la conveniencia y necesidad de que las asociaciones de laicos consagrados fueran reconocidas jurídicamente por la autoridad eclesiástica como verdaderos Institutos de perfección, dieron al fin como fruto el que el Papa Pío XII tipificara y configurara jurídicamente un nuevo estado de perfección en la iglesia: los Institutos Seculares. Esto lo hizo fundamentalmente con la Constitución apostólica Provida Mater Ecclesiae, del 2 de febrero de 1947. Ángela de Merici, ya en el siglo XVI, no pensaba en la fundación de ninguna Orden religiosa cuando, al fundar la Compañía de santa Úrsula, reunía a muchachas que se comprometían a vivir en virginidad y dedicarse al apostolado, desarrollando su vida en el mundo sin señal alguna externa que las distinguiera. Sin embargo, dadas las circunstancias del tiempo, se vio obligada por la autoridad eclesiástica a recluir a estas chicas en conventos, como ya se vio. Vicente de Paúl ¿pensaba, en el siglo siguiente, constituir en religiosos y monjas a sus miembros de la Congregación de la Misión y a sus Hijas de la Caridad? No, sino todo lo contrario: las celdas de sus Hijas habían de ser las casas de los pobres. Astuto como era, se las arregló para que no le pasara como a las Visitadoras de san Francisco de Sales, y supo situarse jurídicamente en el grupo de las Sociedades de Vida Común sin votos públicos. P.J. Picot de la Cloriviére S J. fundó dos sociedades, una masculina y otra femenina, cuyos miembros emitían los tres votos pero no vivían en común ni llevaban hábito alguno -las Hijas de la Caridad tampoco llevaban hábito, sino que vestían como las aldeanas de su tiempo-; pero esto lo hizo forzado por los avatares de la Revolución Francesa. En el XIX, Enrique de Ossó quería que sus Teresianas no fueran sino una asociación de maestras consagradas. La vida -que siempre va por delante del derecho- continuó. Nuevos grupos se formaron que ni tenían votos públicos (aunque sí privados) ni vivían en común. Ante tal situación, los codificadores del Código de Derecho Canónico se quedaron perplejos ante estos últimos grupos y no los admitieron entre los estados jurídicos de perfección. Estos, en el Código de 1917, se redujeron a dos: Institutos Religiosos y Sociedades de Vida Común. Los miembros de los primeros -subdivididos en Órdenes y Congregaciones- emitían votos públicos y vivían en común; los de los segundos 2 hacían vida común. Pero ¿qué hacer con aquellos grupos que ni emitían votos públicos ni vivían en común? Sencillamente dejarlos fuera de los estados canónicos de perfección. Tal vez no pudieron hacer otra cosa, dadas las circunstancias de los tiempos. Pero la vida, desde abajo, presionaba. Muchos dirigentes de estos grupos, cuyos miembros ni tenían votos públicos ni vivían en común ni llevaban hábito, se reunieron, ganaron la simpatía del Papa Pío XI y fueron dando pasos. El Cardenal Pacelli se interesó por el asunto y cuando, al año siguiente, fue elegido Papa con el nombre de Pío XII, mantuvo su interés. Dos años más tarde confió el estudio de esta cuestión a tres Sagradas Congregaciones simultáneamente: la del Santo Oficio, la del Concilio -la de cual dependían estos grupos o asociaciones- y la de los Religiosos. Como fruto de este estudio, en el cual fue decisiva la actividad del claretiano y futuro Cardenal Larraona, entonces subsecretario de la S.C. de los Religiosos, Pío XII publica la Provida Mater Ecclesia. Esta Constitución apostólica, después de hacer una larga exposición de motivos, promulga la Ley peculiar de los Institutos seculares. Pío XII, en efecto, comienza haciendo un recorrido por la acción de la jerarquía eclesiástica, respecto a los estados de perfección, desde el principio de la Iglesia. Todos saben -escribe- cuán estrecha e íntimamente va unida la historia de la santidad de la Iglesia y el apostolado católico con la historia y fastos de la vida religiosa canónica, que por la gracia continuamente vivificante del Espíritu Santo creció día a día con variedad admirable y se fortaleció más y más con nueva, más alta y más firme unidad. Nada tiene de extraño el que la Iglesia, siguiendo fielmente, aun en el campo del Derecho, el modo de conducta que la sabia Providencia divina claramente indicaba, se ocupara de propósito y ordenara de tal modo el estado canónico de perfección, que con toda razón quisiera edificar sobre él, como sobre una de las piedras angulares, todo el edificio de la disciplina eclesiástica. Cuando León XIII en su Constitución Apostólica Conditae a Christo de 8 de diciembre de 1900, admitió a las Congregaciones de votos simples entre las Religiosas en sentido estricto y el Código de Derecho Canónico recogió esta innovación, parecía que nada quedaba por añadir en la disciplina del estado canónico de perfección. Pero el benignísimo Señor... dispuso con el consejo de su admirable providencia divina que aun en el siglo (…), florecieran y florezcan en gran número almas selectas que no solamente arden en el deseo de la perfección individual, sino que permaneciendo en el mundo por una vocación especial de Dios, puedan encontrar óptimas y nuevas formas de asociación, cuidadosamente acomo dadas a las necesidades de los tiempos, que les permitan llevar una vida magníficamente adaptada a la adquisición de la perfección cristiana. Estas asociaciones se acercan a los estados canónicos de perfección. Por ello, Pío XII concluye solemnemente: Determinamos y decretamos llevar a cabo con los Institutos seculares lo mismo que nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII hizo con tanta sabiduría y prudencia con la Constitución Apostólica "Conditae a Christo" para las Congregaciones de votos simples. Así, pues, aprobamos por las presentes letras el Estatuto General de los Institutos Seculares. 3 En su artículo primero, la Ley define los Institutos seculares como sociedades, clericales o laicales, cuyos miembros, para adquirir la perfección cristiana y ejercer plenamente el apostolado, profesan en el siglo los consejos evan gélicos. En esta definición se indican los elementos constitutivos de los institutos seculares: la consagración, la secularidad y el compromiso apostólico. La consagración. En los Institutos seculares la asunción de los consejos evangélicos en su significado de total seguimiento de Cristo, con un compromiso incondicional de vivir poseídos por la presencia de Dios... constituye una verdadera consagración. Esta es, sobre todo, un acto de Dios que llama y se reserva para sí algunas personas radicalizando su consagración bautismal. Por ella se realiza una total y radical donación de sí mismo a Dios, queriendo vivir la caridad en el seguimiento de Cristo obediente, virgen y pobre. Esta consagración se da en los miembros de los Institutos seculares en una perspectiva de encarnación, para llevar el fermento al interior de los valores humanos y sociales. La secularidad. La consagración de los miembros de los Institutos seculares se realiza en el siglo, es decir, en el mundo social y desde dentro de él. Esto hace que se distingan de los que pertenecen a un Instituto religioso. Se puede así tener una presencia efectiva en las estructuras seculares para contribuir a ordenarlas según el plan de Dios; se trata de contribuir, a modo de fermento, en la santificación del mundo mediante el ejercicio de la propia profesión. Por otra parte, lo que distingue a un miembro de estos Institutos de los seglares que no lo son, es la consagración interna. Así es como se da en ellos una "secularidad consagrada" y una "consagración secular". El compromiso apostólico. Lo propio del compromiso apostólico de los miembros de los Institutos seculares es que lo ejercitan a título personal, es decir, sin implicar en él al propio Instituto, sino bajo la propia responsabilidad. Su actividad apostólica no está determinada desde la cúpula, sino desde la trama misma de la vida y desde sus circunstancias históricas. Inmersos en las relaciones familiares, profesionales, sindicales..., deben trabajar para el perfeccionamiento y santificación del orden natural, que constituye su primer campo de apostolado. Presentes donde el mundo se construye, realizan su aportación para que no se construya sin Dios, sino según el Dios de la revelación cristiana. Es la línea que años más tarde marcaría el Concilio Vaticano II en su Constitución Gaudium et spes. Esta vocación exige madurez y sentido de la responsabilidad. Es una vocación propia y original. Con voto, juramento o promesa, cada miembro de un Instituto secular se compromete a vivir según los consejos evangélicos su propia secularidad. Un año después de la Provida Mater escribió Pío XII un "motu propio" titulado Primo felicitet con fecha 12 de marzo de 1948, en el que, a la vez que daba gracias a Dios por los frutos ya obtenidos y reafirmaba que el surgimiento de los Institutos seculares se debía a una especial acción del Espíritu Santo, puntualizaba algunos extremos para que tantos Institutos nacidos por doquier por la consoladora efusión 4 de este Espíritu de Jesucristo sean dirigidos eficazmente según las normas de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia. En la primera de estas puntualizaciones, Pío XII mandaba que las sociedades católicas que reunían los requisitos propios de los Institutos seculares no pudieran permanecer como simples asociaciones de fieles, sino que necesariamente se habían de erigir como Institutos, seculares. En la segunda, insiste en el carácter secular de estos institutos, en el cual consiste toda la razón de su existencia; dicha secularidad ha de abarcar no sólo el ejercicio de la propia perfección evangélica, sino también todo el apostolado de sus miembros. La quinta puntualización confía la dirección universal de los Institutos Seculares a la Sagrada Congregación de Religiosos, en cuyo seno establece una comisión especial para ellos. Siete días después de este motu propio, la Sagrada Congregación de los Religiosos emanaba una Instrucción en la que, con el título Cum Sanctissimus, publicaba un reglamento para aplicar más pormenorizadamente las prescripciones del Papa. Con estos documentos de los años 1947 y 48 se puede decir que ha acontecido un salto cualitativo en la legislación eclesiástica, en cuanto ésta reconoce la posibilidad de una total consagración para los que eligen permanecer en el mundo, es decir, en cuanto conjuga secularidad y consagración como elementos constitutivos de los nuevos institutos. Este salto cualitativo ha sido ulterior y continuamente precisado por sucesivas intervenciones de Pablo VI y Juan Pablo II. Para Pablo VI, el alma de los Institutos Seculares ha sido el anhelo profundo de una síntesis; el deseo ardiente de la afirmación simultánea de dos características: la total consagración de la vida según los consejos evangélicos, y la plena responsabilidad de una presencia y de una acción transformadora desde dentro del mundo para plasmarlo, perfeccionarlo y santificarlo. En esta síntesis no puede menos de verse la profunda y providencial coincidencia entre el carisma de los Institutos seculares y una de las líneas más importantes y más claras del Concilio: la presencia de la Iglesia en el mundo. Juan Pablo II, por su parte, dirigía, el 28 de agosto de 1980, un discurso a los participantes en el Congreso Mundial de los Institutos seculares: vuestro estado de vida consagrada constituye un don particular que el Espíritu Santo ha hecho a nuestro tiempo para ayudarle a "resolver la tensión entre apertura real a los valores del mundo moderno (auténtica secularidad cristiana) y plena y profunda entrega de corazón a Dios (espíritu de consagración). Hay un compromiso, por tanto a promover las realidades de orden natural, y hay un compromiso a hacer intervenir los valores de la fe, los cuales deben unirse e integrarse armónicamente en vuestra vida, a la vez que constituyen su orientación de fondo y su aspiración constante. En 1983 se promulgaba el nuevo Código de Derecho canónico. Este Código -a diferencia del anterior, de 1917- recoge ya, orgánica y sistemáticamente, la nueva 5 forma de vida consagrada representada por los Institutos Seculares. Pero no sólo lo acoge, sino que, de tal manera comprende su carácter, que, en el libro II, parte III, cambia incluso la rúbrica tradicional "De Religiosis" (acerca de los Religiosos), para sustituirla por la de De Institutis Vitae Consecratae (sobre los institutos de Vida Consagrada), dentro de la cual quedan tipificados en paridad dos clases de Institutos: los Institutos Religiosos y los Institutos Seculares; debidamente separados ambos de las Sociedades de Vida Apostólica (antes llamadas Sociedades de Vida Común), que no son propiamente Vida Consagrada sino que se aproximan (c. 731)- a ella. Dentro de esta acertada sistematización, el Código dedica sobriamente 21 cánones a los Institutos Seculares (cc. 710-730). El canon 710 cuasi define con exactitud lo que es un instituto secular. Es -dice- un Instituto de vida consagrada, en el cual los creyentes que viven vida seglar tienden a la perfección de la caridad y se esfuerzan en trabajar por la santificación del mundo, especialmente desde dentro. Sus miembros (c.711) conservan su propia condición, y asumen la praxis de los consejos evangélicos (c. 712), por lo que una persona casada no puede ser miembro en sentido estricto de un Instituto secular. Del apostolado trata el canon 713, el cual en su párrafo primero determina que los miembros de estos Institutos expresan la propia consagración en la actividad apostólica, y, a modo de fermento, procuran imbuir todas las cosas con el espíritu evangélico, para robustecimiento y crecimiento del Cuerpo de Cristo. El cuidado de la vida fraterna que no debe asemejarse a la vida comunitaria propia de los religiosos- es el contenido del canon 716. El importante canon 719 determina los ejercicios de vida espiritual de sus miembros, mientras que los cánones 727 y 724 tratan de la formación de éstos. Los restantes cánones tratan del régimen interno (717), de la administración (718), de la admisión de miembros (720-721), de la incorporación al Instituto (723), de la posibilidad de tener miembros asociados (725), de la eventual separación del Instituto y del tránsito a otro Instituto. *** Concluyo con las palabras que, con ocasión de la promulgación del nuevo Código, el papa Juan Pablo II dirigió a los Institutos Seculares: La novedad del don, que el Espíritu Santo ha hecho a la fecundidad perenne de la Iglesia, en respuesta a las exigencias de nuestro tiempo, sólo se capta si se comprenden bien sus elementos constitutivos en su inseparabilidad: la consagración y la secularidad; el consiguiente apostolado de testimonio, de compromiso cristiano en la vida social y de evangelización; la fraternidad, que, sin estar determinada por una comunidad de vida, es verdaderamente comunión; la misma forma exterior de vida, que no los distingue del ambiente en el que están presentes.