Einführungskurs in das spanische Recht, in spanischer Sprache Dr. Fernando Esteban de la Rosa Universität Würzburg, SS 2013 I. PANORÁMICA DE LA HISTORIA CONSTITUCIONAL ESPAÑOLA 1. Los sustratos del constitucionalismo español Tras la decadencia que conoció después de su hegemonía mundial en los siglos XVI y XVII, España sufrió un importante apartamiento de Europa. No obstante, comenzará a acercarse nuevamente a la corriente europea, en el terreno de las ideas y las instituciones, a mediados del siglo XVIII. Dentro de estas ideas, que se basaban en el culto a la razón y en la fe en el progreso, destaca especialmente la que se refiere al movimiento constitucional propio de la época. España adopta el constitucionalismo muy tempranamente, lo que viene a significar que se sitúa entre los primeros países del mundo que llegan a poseer una constitución escrita. Primero fue la revolución americana, con la constitución de los Estados Unidos de 1787. Le sigue la constitución francesa de 1791. A ello seguirá España, primero en 1808 con la carta otorgada en Bayona por los Bonaparte, y ya como fruto de fuerzas nacionales, por la histórica Constitución de Cádiz de 1812. A pesar de esta temprana entrada en la corriente constitucional que se irá extendiendo a lo largo de los siglos XIX y XX, a prácticamente todos los países del mundo, la historia constitucional española no ha sido ni lineal ni estable. Desde la constitución de 1812 hasta llegar a nuestros días, España ha conocido nueve constituciones, alguna constitución no promulgada, varios proyectos de constitución, y numerosas reformas constitucionales. Esta circunstancia nos aparta de los casos insólitos de Estados Unidos, con constitución escrita, o Gran Bretaña, con constitución consuetudinaria, los cuales no han conocido más que una constitución en toda su historia, y nos acerca a Francia en donde se rebasa ampliamente el número de las españolas. Antes de exponer brevemente las diferentes constituciones que llegaron a tener vigencia en España, conviene explicar las causas de la inestabilidad constitucional española. Entre los sustratos sobre los que gira el movimiento constitucional en España, y que explican en gran parte la inestabilidad señalada, hay que contar la lucha constante por aclarar y concretar algunos conceptos-instituciones que definen tradicionalmente la historia de España como Nación: la Monarquía y el regionalismo. Sobre todo, las dicotomías Monarquía tradicional versus Monarquía nacional (o nacionalizada), y la de centralismo versus regionalismo, es lo que explica sobremanera el sentido del constante movimiento pendular constitucional y la orientación de la vida política española. A lo que habría que añadir, como tercer factor, la posición de la Iglesia Católica. A. Monarquía tradicional, Monarquía nacional, República y Dictadura La Monarquía en España ha sido, por razones históricas, una de las piezas básicas de las constituciones, que han tratado de entenderla bien como una institución al servicio 2 de la Nación (Monarquía nacionalizada), o bien como una institución de la que dependía la Nación. La Nación sería el conjunto de súbditos pasivos (Monarquía tradicional). Por una parte, las Constituciones de 1812, 1837 y 1869 entendían, de acuerdo con la concepción de la Monarquía nacional, que su mantenimiento sólo se justificaba si junto a ella, se depositaba la soberanía en la Nación, si se establecían ciertas prevenciones para impedir una actuación inconstitucional de la Corona, si se reconocía la división de poderes, así como ciertos derechos y libertades que sirviesen de límite al poder. Por otra parte, las Constituciones de 1834, 1845 y 1876 descansaban en la vieja idea de que el Rey era el centro del poder del Estado, de que no debía haber en consecuencia ninguna división de poderes y de que los límites al poder que representan las libertades debían ser lo más restrictivos posibles. Ahora bien, cuando ni siquiera la primera concepción señalada, esto es, la monarquía nacional pudo llegar a satisfacer mínimamente los deseos democráticos del pueblo, entró en juego la forma republicana de Gobierno, primero con el proyecto de Constitución de 1873 de la I República, y después con la Constitución de 1931, que dio lugar a la II República. En ambos casos se fue mucho más allá en la concepción democrática de la organización política de la sociedad, de lo que podía suponer la forma más avanzada de la Monarquía nacional. Por otro lado, y en sentido inverso, cuando la Monarquía tradicional no era suficiente para garantizar la posición hegemónica de las clases dominantes, se recurrió a la Dictadura, primero en 1923 con el General Primo de Rivera, y después, como consecuencia de la Guerra Civil, con el General Franco. La explicación de porqué no se impuso en España, de forma estable, una de las dos concepciones de la Monarquía puede encontrarse en dos importantes factores: uno sería la debilidad de la tendencia de la Monarquía nacionalizada o su sustitutivo la República, y otro, la fortaleza de la corriente de la Monarquía tradicional: El primero se debe, posiblemente, a la ausencia de una revolución burguesa en España. En efecto, el atraso industrial de España, en relación con los otros países europeos, originó la ausencia de una fuerte clase burguesa capaz de imponer los valores clásicos de esta clase. Las clases medias en España, durante todo el siglo XIX y parte del XX, no tuvieron la solidez y valentía necesarias para consolidar el régimen democrático liberal. La fuerza de la clase aristocrática comportó la marginación de las clases populares de la vida política. El segundo factor que ha contribuido a la fortaleza de la concepción tradicional de la Monarquía, habría que buscarlo en su estrecha relación con la implantación de la Iglesia y la religión Católica en España. La doctrina del origen divino del poder, base de la concepción de la Monarquía absoluta, tuvo en España fuerte arraigo merced al peso de la Iglesia. Durante todo el siglo XIX y gran parte del XX ha tenido especial fuerza la relación Rey-Estado-Iglesia. De hecho, en la progresista Constitución de Cádiz, el artículo 12 señalaba que “la religión de la Nación Española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera”. B. Regionalismo versus centralismo 3 Aunque España se anticipa a otros países europeos en la obtención de su unidad política, se diferenciará porque se trataba de una entidad nacional muy compleja, basada en la existencia de pueblos diferenciados por sus peculiaridades históricas, geográficas, culturales y hasta lingüísticas en algunos casos. La unidad, pues, no significó homogeneidad, y desde el siglo XV hasta el siglo XVIII se mantuvo más o menos vivo el reconocimiento de los hechos regionales, a través de la lengua propia, las instituciones propias o la diferenciación jurídica. La llegada de los Borbones –y concretamente tras los Decretos de Nueva Planta de 1715 y 1716- significó la desaparición de este reconocimiento respecto de algunas regiones. Por ejemplo, Valencia perdió de forma definitiva su Derecho foral. Cataluña, si bien inicialmente también lo perdió, volvió a recuperarlo, si bien en tal modo que no fue posible su modificación o desarrollo, al perderse la potestad normativa. El golpe mortal a la realidad regional, que había subsistido en forma de derechos forales durante el Antiguo Régimen, ocurrirá con la adopción del constitucionalismo. Las ideas revolucionarias francesas fueron seguidas por los constituyentes de 1812, los cuales, olvidándose del tradicional contexto regional español, adoptaron unos criterios de unificación territorial y administrativa basados en la existencia de una ley única para un solo Estado. A partir de esta fecha, confirmada sobre todo por la división territorial provincial que introduce Javier de Burgos en 1833, hasta el estallido republicano de 1873, las diferentes constituciones de ese período ignorarían el hecho regional. Lo cual no implica que semejante dato hubiera desaparecido de la realidad española, como lo demuestra la existencia de las guerras carlistas. Fracasado por sus excesos el primer intento de resolver constitucionalmente el problema regional (Constitución non nata de 1873, I República), la Constitución de 1876, fruto de la Restauración de Cánovas del Castillo, vuelve a ignorarlo totalmente. Pero durante toda la vigencia de esta Constitución se asiste una y otra vez a las reivindicaciones regionales, especialmente en Cataluña y, en menor medida, en el País Vasco. El intento de resolución de tales conflictos se encuentra en la misma base del nacimiento de la II República. La Constitución de 1931 se planteaba nuevamente el problema regional, y lo intentaba resolver mediante la concesión de autonomía político-administrativa a las regiones que voluntariamente lo solicitaran. Pero este nuevo intento se saldará, como es sabido, con un nuevo fracaso que desembocará en la Guerra Civil de 1936-1939. A partir de esa fecha, el régimen que instaura el General Franco rechazará todo reconocimiento regional, reimplantando el Estado unitario y haciéndolo rígidamente centralista. Ello no sólo no logrará extirpar dicha tendencia, sino que, al contrario, será el mejor caldo de cultivo para su resurgimiento y extensión a otras regiones que hasta entonces no habían testimoniado tal tipo de reivindicaciones. En consecuencia, el regionalismo, en tanto que factor permanente de la historia española, seguirá sin resolverse hasta la aparición de la constitución de 1978, contribuyendo esencialmente a nuestra constante inestabilidad constitucional. 2. Las fases constitucionales 4 La incapacidad para implantar en España una Monarquía nacionalizada, con los elementos democratizadores que la misma comporta, y el permanente e irresuelto problema regional, nos explican claramente la corta vida de nuestras constituciones. En cada fase constitucional se asiste al enfrentamiento dialéctico de dos constituciones que representan cada una de ellas bien la España progresista y moderna, bien la España tradicional y atrasada. A. Fase de iniciación constitucional Vamos a examinar de cada constitución la situación política que la precede, los principios ideológicos que asume, con especial alusión a los derechos individuales básicos en ella reconocidos y tutelados, los órganos del Estado regulados constitucionalmente, y el sistema electoral recogido en la propia constitución o desarrollado por ella misma o por la correspondiente ley electoral. a) La Constitución de 1812 La lucha contra los franceses, que se inicia con el levantamiento popular del 2 de mayo de 1808, da lugar a un movimiento revolucionario en España contra el absolutismo político, y origina el comienzo de un proceso constituyente. La Constitución de 1812 (llamada “la Pepa” por haber sido aprobada el 19 de marzo, día de San José), representa un avance progresista fundamental para la modernización de la vida política española, pues supuso el motivo fundamental del nacimiento del liberalismo español. - Principios ideológicos: La Constitución de 1812 declara que la soberanía reside en la Nación (soberanía nacional). La Nación se considera como órgano distinto y superior a los ciudadanos que la integran, y origen de todo el poder del Estado. El rey no es titular de la soberanía y está limitado por la Constitución y sometido a ella. Las Cortes lo reconocen como rey de España, pero no como rey absoluto, sino constitucional: es rey por la gracia de Dios y la constitución. Se opera así el cambio de la Monarquía absoluta a la Monarquía constitucional; y precisamente al negarse Fernando VII a su vuelta de Francia a jurar la constitución, ésta fue derogada y la Monarquía absoluta restaurada. La Constitución reconoce la división de poderes (el legislativo corresponde a las Cortes con el rey, la potestad ejecutiva al rey y la judicial a los tribunales). Se recoge también el principio de la confesionalidad católica referido a la Nación (art. 12). Se consagra también el principio de rigidez constitucional, fijándose una serie de dificultades a la posibilidad de reformar la Constitución. - Órganos constitucionales Los principales órganos del Estado son las Cortes, el rey y los tribunales de justicia. 5 Las Cortes son la reunión de todos los diputados que representan la Nación. Aparte de poseer la función de crear leyes, las Cortes disponían de funciones de orden económico y financiero, de administración y de fomento. Se le encomiendan también funciones de control sobre órganos ejecutivos. Existe una Diputación Permanente que actuará desde la disolución de unas Cortes hasta la apertura de las siguientes, con el encargo de velar sobre la observancia de la Constitución y de las leyes. El rey era el titular del poder ejecutivo (hacer ejecutar las leyes), extendiéndose su autoridad a la conservación del orden público y de la seguridad del Estado. A pesar de la división de poderes, el rey tenía facultad para hacer a las Cortes propuestas de ley, y podía asimismo negarse a sancionar una ley aprobada en Cortes. Si las Cortes volvían a aprobar el mismo texto, podía el rey por segunda vez devolverlo y denegarle su sanción; pero si las Cortes lo aprobaban y se lo remitían por tercera vez, tenía el rey necesariamente que otorgar la sanción. La potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales pertenecía exclusivamente a los tribunales, los cuales no podían ejercer otras funciones que la de juzgar y hacer que se ejecutase lo juzgado. - Sistema electoral Quedaba también contenido en la propia constitución el sistema electoral para la elección de diputados a Cortes. El sistema estaba basado en el sufragio censitario, lo cual implicaba que para ser elegido diputado era necesario tener una renta anual proporcionada, procedente de bienes propios. Lógicamente sólo era reconocido el sufragio masculino, siendo entonces inimaginable el voto femenino. - Vigencia La Constitución de 1812 estuvo vigente en un primer período desde 1812 a 1814; en una segunda etapa, desde el 10 de marzo de 1820 hasta el 1 de octubre de 1823, en el llamado trienio liberal; y en un tercer momento desde 1836 hasta la promulgación de la siguiente constitución, el 18 de junio de 1837. b) El Estatuto Real de 1834 A la muerte de Fernando VII en 1833, se planteó la dialéctica entre el absolutismo, aparentemente inviable, y la posibilidad de volver a la Constitución de 1812, con su liberalismo radical. Entre una y otra posibilidad, un grupo de políticos liberales, pero moderados, intentaron una vía media. El Estatuto Real promulgado el 10 de abril de 1834 fue la norma básica de la nueva situación. Por su origen es una “Carta Otorgada”, pues no procede de una voluntad popular constituyente, sino de la decisión de la reina madre y de sus más directos colaboradores. Por su contenido ideológico, supone un punto de transacción entre los principios de la sociedad del Antiguo Régimen y principios liberales. Por todo ello, desde un punto de vista sociológico, el Estatuto significó un pacto entre parte de la nobleza y de la jerarquía eclesiástica del Antiguo Régimen y la burguesía más conservadora. 6 El Estatuto de 1834 estructuraba las Cortes en dos Cámaras: el Estamento de Próceres y el Estamento de Procuradores. El Estamento de Próceres estaba compuesto por los obispos y arzobispos, los Grandes y nobles con título, y un número ilimitado de próceres elegidos por el rey entre propietarios de tierras, de fábricas o de establecimientos mercantiles, entre españoles elevados en dignidad o entre personas de renombre y celebridad adquiridos en la enseñanza, las ciencias o las letras. Se trataba de una cámara estamental. En segundo lugar, para ser miembro del Estamento de Procuradores hacía falta tener una renta anual elevada. Inicialmente se estableció un sistema electoral indirecto y censitario, pues sólo podían intervenir como votantes un número muy limitado de los mayores contribuyentes de cada pueblo. Ambas Cámaras, que introducen el bicameralismo en España, no se configuran como un auténtico poder legislativo, sino que aparecen como órganos de colaboración con el rey en la tarea de crear leyes. Por ello, por no contener una declaración de derechos y por no emanar de la Nación, sino del poder real, el Estatuto Real de 1834 no puede ser considerado como una verdadera constitución. B) Fase de reafirmación constitucional Tras el pronunciamiento de La Granja en agosto de 1836, es proclamada de nuevo la constitución de Cádiz de 1812, lo que supone la vuelta a un Estado liberal carente de las ambigüedades del Estatuto, en tanto que reunida la Nación en Cortes manifieste su voluntad. Una de las características del siglo XIX español, sobre todo hasta 1868, consiste en la vinculación entre Constitución y facción o partido político triunfante. Cada partido hacía, desde el poder, su Constitución e incluía en ella algún precepto que la hacía inaceptable para los demás partidos. Ello desencadenó la inestabilidad constitucional, porque al ocupar el nuevo partido triunfante los resortes del poder, lo primero que hacía era sustituir la constitución por otra también hecha a su medida. Ello era debido, también, al escaso arraigo popular de los sucesivos textos constitucionales. Como cada constitución no fue el resultado de un auténtico y profundo proceso constituyente en el que interviniesen amplias capas de la población española, ninguna contó con el respaldo popular ni suscitó verdadero entusiasmo. De este modo, las constituciones se convirtieron en documentos hechos a la medida de cada partido, esto es, en cómodos instrumentos de gobierno de vida necesariamente efímera. a) La Constitución de 1837 (liberalismo moderado) A diferencia de la Constitución de 1812, en la de 1837 la burguesía revolucionaria hizo importantes concesiones a los moderados. Es decir, la reforma de la Constitución de 1812 no consistió en acentuar su radicalismo liberal, sino en atenuarlo. Se vuelve al reconocimiento de la soberanía nacional, que ahora se proclama en el mismo Preámbulo, al principio de una cierta separación de poderes y a la exposición de ciertos derechos y libertades, propios de la época. 7 No obstante, el texto establecía algunas diferencias sustanciales, como la adopción del bicameralismo (Congreso y Senado). El Senado se componía de los individuos nombrados por el rey a propuesta de los electores de cada provincia. Por este modo de selección de los senadores, el Senado no llegó a ser una cámara dependiente enteramente del rey ni una asamblea de dignidades, pero tampoco era una cámara representativa. El Congreso de diputados se elegía con arreglo a sufragio censitario. La propiedad y la capacidad continuaron siendo los criterios utilizados para conceder el derecho de sufragio, y que el aumento del número de electores, aun siendo relativamente importante, mantuvo el cuerpo electoral en unos límites bajísimos. La participación electoral afectaba en la época del Estatuto al 0,15 por ciento de la población, mientras que en 1837 alcanzó al 3,9 por ciento, y en 1843 el 4,32 por ciento. Otros cambio sustancial es el reconocimiento de ciertos poderes al rey, así como el fortalecimiento de sus facultades. El rey podía suspender y disolver el Congreso; tenía como cada cámara, la iniciativa legislativa, entendiéndose este derecho como ilimitado, lo cual significaba que poseería un derecho de veto frente a textos aprobados por las Cortes, pero no que satisficieran los deseos o los intereses de la Corona. El principio de confesionalidad sancionado en Cádiz fue sustituido en la Constitución de 1837 por una fórmula ambigua (art. 11), que declaraba que la religión católica es la que profesan los españoles. Frente al principio de rigidez constitucional establecido por la Constitución de Cádiz de 1812, la Constitución de 1837 instaura el principio de flexibilidad. Nada se dice en ella sobre cómo ha de reformarse la ley constitucional, y ello se interpretó como indicación de que podía ser reformada a través del proceso legislativo ordinario. Ahora bien, como en éste el rey tenía una participación destacadísima, esto significaba poner en manos del rey la iniciativa de la reforma constitucional y también (acaso con más graves consecuencias) concederle la posibilidad de vetar cualquier reforma. Todo ello, como es obvio, encajaba mal en el aparente principio de soberanía nacional. Estas principales alteraciones introducidas en la Constitución de 1837 la convierten en un texto ideológica, política y técnicamente distinto al de 1812. Y, desde luego, de un liberalismo mucho menos auténtico. b) La Constitución de 1845 La Constitución de 1845 aparece vinculada al cambio en la titularidad efectiva del poder real, en concreto, es consecuencia de la mayoría de edad de Isabel II y de su entronización activa (1843), con el consiguiente acceso de los moderados al poder. La Constitución de 1845 se limita a moderar los aspectos progresistas de la Constitución de 1837. Entre los cambios introducidos cabe destacar los siguientes: 1. Desaparece la soberanía nacional para dejar paso a la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. 8 2. Se fortalece la religión católica y se define como oficial, mediante la sustitución de la fórmula ambigua de la Constitución de 1837 por una que declara de forma inequívoca del carácter confesional del Estado (art. 11). 3. Se recortan algunos derechos y libertades y, en especial, la libertad de imprenta. 4. Se reforma el Senado, que vuelve a ser nombrado por el rey a semejanza de lo que ocurría en el Estatuto de Próceres de 1834. De este modo, la intervención real en el poder legislativo fue decisiva. 5. Se restringe el derecho de sufragio. A través de la ley electoral de 18 de marzo de 1846 se restringe el derecho de sufragio activo, atribuyéndolo únicamente a los que pagasen contribuciones muy altas y a un número muy restringido de capacidades. Si con la ley electoral de 1837 los progresistas habían elevado la participación electoral hasta, aproximadamente, el 5 por ciento de la población, con las restricciones de la ley moderada de 1846 se bajó el nivel de participación hasta el 1 por ciento. Estamos en presencia del sufragio censitario en su forma más pura y extremada. 6. Se reducen las competencias de los Ayuntamientos. 7. En la regulación directa de los poderes del rey en cuanto titular del ejecutivo, no hubo modificaciones importantes. Como la Monarquía conservó las mismas atribuciones de iniciativa y sanción legislativa, la posibilidad de disolver el Congreso y, por supuesto, el derecho a nombrar y separar libremente a los ministros, sus poderes constitucionales eran, en suma, amplísimos. C) Fase Revolucionaria Como consecuencia de los levantamientos populares que exigían una democratización de la vida política, Isabel II se ve obligada a salir del país. Ello da paso a un período revolucionario que rompe con la alternancia ideológica anterior. a) La Constitución de 1869 (liberalismo radical) Abandonado el trono, se produjo la asunción de la soberanía por la Nación. Como principal acto de este gobierno fue la promulgación del Decreto de 9 de noviembre de 1868, por el que se establecía el sufragio universal masculino. Con arreglo a este sistema electoral fueron convocadas Cortes Constituyentes, cuya elección tuvo lugar en enero de 1869. Las Cortes elegidas abrieron sus sesiones el 11 de febrero de 1869, y abordaron como tarea principal la redacción de una nueva constitución. La Constitución fue promulgada por el gobierno el 5 de junio de 1869. - Principios ideológicos y derechos individuales El texto de 1869, aun manteniendo el esqueleto de la de 1837, se radicaliza y, por encima de reconocer la soberanía nacional, aumenta considerablemente el catálogo de derechos y libertades fundamentales, amplía el sufragio universal hasta el máximo que permitía la época (de Congreso y Senado), restringe los poderes del rey, al mismo tiempo que fortalece el papel del Consejo de Ministros y regula, por último, la 9 responsabilidad política del Gobierno ante las Cortes. Se reconoce también el principio de división de poderes, potenciándose el poder judicial. La Constitución reconoce de nuevo el principio de unidad de códigos y de jurisdicción como necesario instrumento para lograr la igualdad jurídica y la defensa judicial de los derechos. Por primera vez en la historia constitucional española los derechos individuales están ampliamente recogidos en una extensa parte dogmática (título I: de los españoles y sus derechos). En ella obtienen explícito reconocimiento diversos derechos procesales-penales, la libertad de domicilio, la propiedad privada, la libertad de expresión, de reunión y de asociación y, muy destacadamente, la libertad de cultos, aunque combinada ésta con la obligación asumida por el Estado de sufragar los gastos de la Iglesia Católica. Esta amplia enumeración de derechos, y en especial el de sufragio y los de asociación y reunión, significaron la articulación constitucional de la ideología liberaldemocrática. Por vez primera el juego político quedaba abierto al pueblo, al mismo tiempo que las asociaciones de defensa profesional o de clase (los sindicatos) gozaban de protección constitucional. - Bicameralismo La Constitución de 1869 quiso que la cámara alta, el Senado, significara un punto de equilibrio entre su base electoral popular (elección por sufragio universal masculino) y el carácter selectivo de los requisitos exigidos para poder ser elegido senador. Esta fue tal vez la principal concesión hecha a los grupos y partidos más conservadores. El Congreso estaba compuesto por diputados elegidos en proporción de uno por cada 40.000 habitantes. Con arreglo a la Constitución y a la ley electoral de 23 de junio de 1870, cualquier ciudadano mayor de edad y en pleno goce de sus derechos civiles podía intervenir en las elecciones a diputados y podía asimismo ser elegido diputado a Cortes. La realidad social y la mentalidad dominante en el país en este momento hacían impensable el sufragio femenino. En conclusión, la Constitución de 1869 representa el más serio intento por constituir al país democráticamente. La Constitución estuvo vigente durante la regencia del General Serrano y el Gobierno del General Prim, mientras se buscaba rey para España. Mantuvo también su vigencia durante el corto reinado de Amadeo I de Saboya (desde el 2 de enero de 1871 hasta su abdicación, fechada en Madrid el 11 de febrero de 1873). b) Proyecto de Constitución de la I República La llegada de la I República española supone una vía adecuada para resolver el viejo problema regional que la Monarquía no había querido reconocer. La Asamblea Constituyente de julio de 1873 lleva a término su mandato y elabora un Proyecto de Constitución en el que se define a España como República Federal, integrada por diecisiete Estados, que se daban su propia Constitución y que poseían órganos 10 legislativos, ejecutivos y judiciales, de acuerdo con un sistema de división de competencias entre la Federación y los Estados miembros. Supone el intento primero de dar solución constitucional al problema regional, rompiendo con el tradicional centralismo que no había logrado erradicar las aspiraciones de los diversos pueblos que integran España. D) Fase de la Restauración: Cánovas del Castillo y la Constitución de 1876 Tras el golpe de Estado del General Pavía, de 3 de enero de 1874, que acabó con la República federal, y restableció la República unitaria, el 29 de marzo de 1874, el General Martínez Campos proclama rey a Alfonso XII. La Constitución de 1874 fue preparada por una comisión extraparlamentaria siguiendo las directrices señaladas por el presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo. La constitución fue aprobada en Cortes formadas con arreglo a la Constitución de 1869, y al sufragio regulado por la ley de 23 de junio de 1870. La Constitución de 1876 fue la de más larga vigencia. Estuvo en vigor durante el reinado de Alfonso XII (hasta 1885), la minoría de edad de Alfonso XIII (hasta 1902), y, ya durante el reinado personal de Alfonso XIII, desde 1902 hasta el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera (1923). La Constitución de 1876 encaja en el molde moderado de la de 1845. Entre sus rasgos distintivos cabe destacar los siguientes: 1. Se adopta el principio de la soberanía compartida del rey con las Cortes 2. Proclama nuevamente la confesionalidad católica del Estado, atenuándola con un reconocimiento restringido de la libertad de cultos. 3. Se vuelve a una concepción conservadora del Senado, cuyos miembros son fundamentalmente nombrados por el rey, el cual ve aumentar sus poderes con respecto a la anterior constitución, al igual que sucedió con la Constitución de 1845. Por ejemplo, el rey asume competencia para la iniciativa legislativa y puede negar la sanción, vetando así leyes aprobadas por las Cortes. 4. La Constitución reconocía, en principio, bastantes de los derechos individuales protegidos por la Constitución de 1869, pero con el importantísimo freno impuesto en el artículo 14, al reservar a futuras leyes ordinarias la regulación de los mismos, advirtiendo que nunca podrían ejercerse con menoscabo de los derechos de la nación ni de los atributos del poder público. La ley reguladora del derecho de asociación tardó once años en ser promulgada (ley de asociaciones de 1887). 5. El juego político se basará en el sistema de turnos entre los dos partidos predominantes: el conservador de Antonio Cánovas del Castillo, y el progresista de Antonio Sagasta, que se apoyarán en un sistema electoral corrupto y de carácter caciquil. 6. En relación con el sistema electoral, se sigue el modelo de sufragio censitario, aunque se dejó abierta la puerta constitucional para una eventual implantación del sufragio universal. Tras la primera ley electoral de 1878, el Gobierno de 1890 logró que se 11 aprobara en Cortes una nueva ley electoral, de 26 de junio de 1890, en la que se reconocía el sufragio universal. Podían votar todos los españoles varones mayores de 25 años y en el pleno uso de sus derechos civiles. Pese a lo cual, las elecciones continuaron siendo falseadas desde el Ministerio de Gobernación. En definitiva, el régimen de la Restauración no logró resolver los dos viejos problemas del constitucionalismo español: la nacionalización de la monarquía y la estructura regional del Estado. El último intento para superar la crisis de la Monarquía tradicional será la Dictadura de Primo de Rivera, a partir de 1923. E) La Constitución de 1931 Tras las elecciones municipales de 12 de abril de 1931, y la salida de España del rey Alfonso XIII, el 14 de abril fue proclamada la II República en España. El Gobierno provisional se comprometió desde el primer momento a convocar Cortes Constituyentes. En las elecciones del 28 de junio de 1931, el triunfo electoral correspondió a los socialistas y a los diversos partidos republicanos, cuya coalición dominó frente al resto de los partidos. Esta coalición se produjo durante el período constituyente y durante el bienio izquierdista bajo la presidencia de Azaña en el Gobierno de 1931 a 1933. La Constitución de 1931 es en cierto modo el resultado de esa alianza, basada en elecciones indiscutiblemente libres. La nueva Constitución fue aprobada y sancionada el 9 de diciembre de 1931. De la Constitución de 1931 cabe señalar las siguientes características básicas: 1. Se trata de una Constitución popular, democrática, pues arrancaba del propio pueblo. Como consecuencia del proceso constituyente, su artículo 1 establecía el principio de que todos los poderes de los órganos del Estado emanan del pueblo. Para la elección de los diputados que habían de ejercer la potestad legislativa establecía el “sufragio universal, igual, directo y secreto”. Por primera vez en la historia de España se contempla también el voto femenino. 2. La Constitución enumeraba una amplia serie de garantías y derechos individuales, como fines y límites del poder del Estado. Era un texto de avanzado contenido social. Se reconocía la propiedad privada, pero estableciéndose un procedimiento de expropiación forzosa sin necesidad de indemnización previa; al mismo tiempo, se admitía la posibilidad de nacionalizar los servicios y las explotaciones que afectasen al interés común, y la de que el Estado interviniera en la explotación y coordinación de empresas. Por primera vez se fijaban constitucionalmente límites a la propiedad individual y se subordinaba la riqueza del país a los intereses de la economía nacional. A las libertades ya declaradas en la Constitución de 1869, propias de las constituciones liberales, se añaden en la de 1931 derechos de contenido social y económico, tendentes a hacer efectiva la protección estatal de los trabajadores. 3. El Estado quedaba integrado por municipios mancomunados en provincias, y por las regiones que se constituyan en régimen de autonomía. Para acceder a dicha autonomía, se estableció un procedimiento especial, en el que era precisa la aprobación final en las Cortes del Estatuto de Autonomía. Para distribuir las competencias de los respectivos órganos regionales o de los del Estado, los artículos 14 y siguientes de la constitución establecían una serie de materias de competencias exclusiva del Estado, tanto en lo 12 relativo a la legislación como en lo concerniente a la ejecución de las normas legisladas; un segundo grupo de materias en las que al Estado correspondía necesariamente la legislación, pudiendo atribuirse a las regiones la ejecución de las leyes; y un tercer grupo de cuestiones sobre las que podría corresponder a las regiones autónomas tanto la legislación como la ejecución de las leyes, conforme a lo que dispusieran los respectivos Estatutos aprobados por las Cortes. En ningún caso se admitía la federación entre regiones autónomas. En función de estos criterios y de las negociaciones pertinentes, fueron aprobados el Estatuto de Cataluña (ley de 15 de septiembre de 1932), el del País Vasco (ley de 6 de octubre de 1936) y, en principio, el de Galicia, si bien éste, aprobado por plebiscito el 28 de junio de 1936, no llegó a ser sancionado por las Cortes. Los anteproyectos de Estatutos de Autonomía de Valencia, Aragón y Andalucía no llegaron a ser sometidos a aprobación. - Órganos constitucionales 1. El poder ejecutivo se comparte entre el Presidente de la República y el Presidente del Gobierno. El Presidente del Consejo de ministros y los ministros constituían el Gobierno. Al presidente se le atribuye la función de dirigir y representar la política del Gobierno. Al Consejo de ministros corresponde la función de elaborar proyectos de ley, dictar decretos, ejercer la potestad reglamentaria y deliberar sobre todos los asuntos de interés público. 2. El poder legislativo reside en las Cortes, que ahora forma una sola cámara, rompiendo así con la tradición constitucional del bicameralismo. Para garantizar la continuidad de los poderes de las Cortes cuando éstas estuvieran disueltas o cerradas se creó la Diputación Permanente de las Cortes, compuesta como máximo por 21 diputados. 3. La función de administrar justicia corresponde a los jueces y tribunales 4. Se crea el Tribunal de Garantías Constitucionales, cuya misión principal es resolver los recursos por causa de inconstitucionalidad de leyes ordinarias, amparar las garantías individuales y resolver los conflictos de competencia entre el Estado y las regiones autónomas. 5. El art. 125 trataba de la reforma constitucional, permitiendo tan solo la reforma parcial y fijando para ello unos requisitos difícilmente alcanzables. Para aceptar la necesidad de la reforma, se exigía que estuviesen de acuerdo en ello las dos terceras partes de los diputados; si se producía este acuerdo, había que disolver esas Cortes y convocar elecciones para formar nuevas Cortes, las cuales “en funciones de Asamblea Constituyente”, procederían a decidir sobre los artículos que hubieran de suprimirse, reformarse o adicionarse. La Constitución de 1931 era, pues una constitución rígida en grado sumo. El Régimen de la II República conoció, a lo largo de su corta duración, numerosos conflictos sociales y políticos, que desembocaron en el levantamiento militar que dio origen a la Guerra Civil de 1936-1939. 13 F) Fase del Estado nacionalista y de la restauración democrática El Régimen del General Franco quedó en cierta forma institucionalizado a través de las llamadas “Leyes Fundamentales” que, escalonadas en el tiempo, seguirían las orientaciones políticas de cada momento. Se promulgaron siete Leyes Fundamentales. El conjunto de estas leyes, tras la puesta al día que representó la Ley Orgánica del Estado, funcionó más o menos aparentemente hasta 1975, pero siempre encuadrando a un régimen autoritario, con claras limitaciones a la libertad, sin partidos políticos, y dentro de un Estado confesional. La muerte del General Franco en noviembre de 1975 puso en funcionamiento los mecanismos sucesorios y se proclamó rey de España a Juan Carlos de Borbón. En el mismo Discurso de la Corona, pronunciado el día de su acceso, el nuevo monarca definió las líneas maestras de la concepción de su futuro reinado. Ante la presión de la oposición, que reivindicaba la ruptura total con el sistema anterior, el primer Gobierno de Adolfo Suárez decidió utilizar la vía de la ruptura reformista o reforma rupturista, sirviéndose de los mecanismos de las Leyes Fundamentales del franquismo, para acabar sometiendo al pueblo español, mediante referendum, la aprobación de la ley para la reforma política. Esta Ley aparecía como norma- puente para pasar del régimen autoritario a otro democrático, a través de la convocatoria de unas nuevas Cortes democratizadas que tendrían como finalidad la de convertirse en Constituyentes. Adoptándose, pues, el sufragio universal y el pluralismo político, se celebraron el 15 de junio de 1977, las primeras elecciones democráticas en España en 40 años. ***** Bibliografía: A. Ruiz Robledo: Compendio de Derecho Constitucional Español, Valencia, Tirant Lo Blanch, 2006, pp. 31-42.