Al inicio de la XXXIII Semana de Estudios Monásticos Homilía del 31 de agosto de 2011 en Salamanca - Miércoles XXII (Año II) (Textos: 1Col 1, 1-8 / Lc 4, 38-44) También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, que para eso me han enviado… Estas palabras de Jesús que acabamos de escuchar, queridos hermanos y hermanas, colocan rápidamente nuestra Semana Monástica bajo la perspectiva adecuada. Si atendemos al texto original griego, Jesús habla propiamente de “la buena noticia del reino de Dios”. Esta expresión tiene su paralelo en esa otra que encontramos al inicio del evangelio de Marcos y que afirma literalmente que “Jesús anunciaba en Galilea la buena noticia de Dios”. Dichas expresiones nos remiten, sin lugar a dudas, al corazón del Evangelio. He ahí, pues, nuestro tesoro: la buena noticia de Dios, cuyo reino está entre nosotros. Un tesoro que no debemos intentar “retener”, como pretendía la gente que acompañaba a Jesús, sino un gran don que únicamente se conserva cuando se comparte. Tal es la lógica del Evangelio: aquello que no se da, se pierde. Todos los que nos hemos reunido aquí y vamos a pasar estos días juntos nos podríamos preguntar: ¿por qué este encuentro? ¿Qué es lo que nos ha “atraído” hasta Salamanca, a pesar de nuestras múltiples ocupaciones? Mejor aún: ¿qué es lo que en el fondo andamos buscando? Para aquellos que intentamos vivir según la tradición monástica, la respuesta es simple pero esencial: buscamos a Dios. Y ¿por qué lo buscamos? Porque existe, y su existencia es una “buena noticia” para la humanidad. A pesar de las dificultades, los monjes y las monjas sabemos por experiencia que nada nos ha aportado tanto como consagrar nuestra vida a esta búsqueda. En la cultura actual existe el sentimiento difuso de que sacarse a Dios de encima supone liberarse de una pesada carga, como si una vida humana vivida desde Dios y para Dios fuese incompatible con la libertad y la felicidad. Los monjes y las monjas quisiéramos atestiguar más bien lo contrario: que decir sí a Dios descubre horizontes de sentido insospechados que abren caminos de profunda humanidad… Esta “buena noticia” tiene la capacidad de alcanzar a todos, creyentes y no creyentes, cuando los cristianos dejamos entrever con nuestra vida y con nuestra palabra que este Dios “amigo de los hombres” se ha revelado plenamente en Jesús de Nazaret. Ahí nuestro tesoro resplandece más que nada en el mundo. El misterio de la condición humana, visto desde Cristo, queda iluminado de una forma inigualable: ¡el Evangelio aporta tanta vida, tanta luz! Poder seguir a Jesús es entonces pura gracia, un regalo in- merecido. Lo constatamos sobre todo cuando, contra toda evidencia, su compañía es capaz de sacar lo mejor de nosotros. Quizá la experiencia más conmovedora de la fe cristiana se da cuando el mal, a pesar de su fuerza sobrecogedora, no nos mata la esperanza; o cuando el sufrimiento, más que destrozarnos, nos transforma a niveles muy profundos. Por eso los cristianos confesamos que Jesús es el redentor del pecado y de la muerte, Aquel que restaura la bondad originaria del corazón humano... Volver siempre a lo esencial -que Dios existe y que su existencia es “buena noticia”- debe centrar nuestras vidas, en un mundo necesitado de sentido. Cuando en la actualidad la presencia de Dios parece oscurecerse, más vale encender una luz, por pequeña que sea, que maldecir las tinieblas. Dios no puede “obrar su Reino” en esta tierra si nosotros no le damos paso a través de nuestros corazones entregados. Sin duda, no somos mejores que los demás, pero… ¡hemos recibido tanto! que no podemos menos que compartir nuestro tesoro. Un día comprenderemos que nuestra pobreza ha sido nuestra verdadera grandeza, y reconoceremos que Dios no ha dejado nunca de tendernos su mano. Se trata, pues, de volver día tras día a nuestro “primer amor”, cuando el Señor pasó a nuestro lado y nos llamó por nuestro nombre, y nosotros respondimos que sí. Cuando confiamos en Él, todo es posible. Desde entonces nuestras vidas no nos pertenecen y por eso hoy estamos aquí. Joan-Carles Elvira, osb (Montserrat) Presidente de la Sociedad de Estudios Monásticos