EL VALOR DE LA PALABRA Gna. Conxita Gómez i Subirà 0. PARA EMPEZAR En esta XXXIII Semana de Estudios Monásticos se nos ha ofrecido la posibilidad de reflexionar acerca del tesoro que nos ha sido dado y que por su magnitud y por nuestra condición, no podemos menos que desear compartir. El domingo 21 de agosto de 2011, en la Eucaristía con los jóvenes, el Papa Benedicto XVI, los exhortaba a no quedarse a Jesucristo para ellos, sino a proclamarlo. Para nosotros ese llamado es una consecuencia directa que emana de ese tesoro del que hemos estado hablando a lo largo de esta semana porque, como decía el Santo Padre, «quien descubre la verdad de Jesucristo no puede no darlo a conocer»1: sería una contradicción. Cuando, en Pentecostés, los apóstoles son conscientes del significado de la Pascua, no pueden hacer otra cosa que salir de su refugio, de ellos mismos, al encuentro de los demás, lanzándose a proclamar la Buena Nueva de un modo comprensible para sus interlocutores: «¿No son galileos estos que hablan? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en nuestra lengua materna?».2 Quien ha conocido a Jesucristo, quien ha dejado que su Palabra de Vida penetrase en sus entrañas, no puede evitar comunicarlo, necesita hacerse entender e ir más allá de si, porque el Misterio no le cabe dentro, le desborda: proclamar y comunicar se convierte en una necesidad vital, inexcusable que, si no se lleva a cabo, puede acabar marchitando, matando por dentro. En las tres comunicaciones de este último día de la Semana, quisiéramos resumir las facetas fundamentales de ese tesoro que queremos compartir: la vida de comunidad, la palabra de Dios y el primado de Dios. Hemos reflexionado ya sobre algunos aspectos de la vida comunitaria, acerquémonos ahora a algunas facetas de la Palabra de Dios. Unas facetas que manifiestan una Única Realidad Profunda y que trataré de un modo indistinto, consciente de que ello puede llevar a la ambigüedad pero asumiendo la dificultad de presentar una comunicación de veinte minutos sobre el valor de la Palabra con una precisión semántica y teológica adecuada. También debo advertir que, a menudo, hablaré ‘del hombre’ y en todo caso, cuando lo haga me estaré refiriendo a su naturaleza más profunda, entendiendo ‘hombre’ como ser humano, hombre y mujer, ish/ishá, en su raíz fundamental. Lo importante de esta comunicación querría haberse escrito entre líneas de un modo que el corazón fuera capaz de reconocer y más allá de lo que el texto desnudo, poco doctamente puede mostrar. Ojalá sea así… Cuando se habla de la Palabra se entra en Tierra Sagrada y nuestro Padre San Benito nos dice: «Ante todo, cuando te dispones a realizar cualquier obra buena, pídele con oración muy insistente que él la lleve a cabo»3. Quizá la mejor manera de abordar el tema y descalzarnos antes de hacerlo sea recurriendo a la misma Palabra para que ella siga trabajando en nosotros. Empezaremos con estos dos textos que quizá resuman lo que querría decir. «Cuando me hablabas, yo devoraba tus palabras; ellas eran la dicha y la alegría de mi corazón, porque yo te pertenezco, Señor y Dios todopoderoso»4 1 http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2011/documents/hf_benxvi_hom_20110821_xxvi-gmg-madrid_sp.html. Consultado el 26 de agosto de 2011. 2 Hch 2, 7-8 3 Santa Regla, Prólogo 4. 4 Jr 15, 16 «Que Dios, con toda la sabiduría y la inteligencia del Espíritu, os haga conocer plenamente lo que quiere de vosotros: que llevéis una vida digna del Señor, que lo complazca en todo. Así daréis frutos en todo tipo de buenas obras, creceréis en el conocimiento de Dios y su poder glorioso os fortalecerá para que seáis siempre pacientes y constantes con alegría»5. 1. ¿QUÉ QUEREMOS DECIR CUANDO DECIMOS ‘PALABRA’? La palabra es uno de los vehículos fundamentales de comunicación humana. Las palabras intentan expresar experiencias, sentimientos, imágenes, razones,… con la intención de poner en común y compartirlas con otras personas a las que reconocemos como tales. Tras ese intento de expresar, encontramos la similitud etimológica original entre palabra y parábola como comparación, como semblanza. ‘Palabra’ y ‘parábola’ tienen el mismo origen en el vocablo latín parabola que, a su vez, procede del griego παραβολή, comparación, semblanza6 y lanzar más allá. Según sus orígenes etimológicos, la palabra está condenada a apuntar similitudes y semblanzas. La palabra guarda una semblanza con lo que tratamos de comunicar, de expresar, pero no es idéntica a ello. La palabra humana siempre parece quedarse corta para ilustrar lo que querríamos que dijese. Intentan expresar ‘algo parecido’ a lo que sentimos, notamos, pensamos,… pero no lo pueden expresar ‘exactamente’ porque, probablemente no sea posible. Tienen la curiosa costumbre de quedarse cortas, de no ser iguales en todos los idiomas y no significar lo mismo para todas las personas. Por otro lado, la palabra exige un diálogo, un interlocutor que la escuche y la sepa interpretar. Alguien que haya vivido una experiencia similar a la propuesta, que conozca el idioma y el sentido y que tenga intención y voluntad de escuchar y acoger lo que oye. Cuando dos interlocutores hablan el mismo idioma, se sitúan en el mismo contexto y tienen deseo de escucharse mutuamente, entonces tiene lugar uno de los fenómenos más bellos y maravillosos de los que pueda ser testigo la humanidad: el diálogo, fundamento de toda comunión y de toda Comunidad. En ese sentido, toda palabra exige un silencio que la acoja y la escuche, que se atreva a interpretarla y a dejarse interpelar por ella, transformar. La palabra nace de lo más profundo de nuestro ser: para hablar necesitamos que el aire salga con la suficiente fuerza y potencia, que salga de nuestras entrañas y se abra paso por nuestro cuerpo, que debe vibrar con ella, acompañándola hasta el exterior. Y eso no nos pasa sólo a nosotros, también le ocurre a nuestro interlocutor. Algo así debe tomarse, forzosamente en serio. 2. LA‘PALABRA’ NO ES LO MISMO QUE ‘LA PALABRA’ Para nosotros ‘la palabra’ y ‘LA PALABRA’ no son lo mismo. La PALABRA es el tesoro, el don que da sentido a nuestra vida y que como don y, precisamente, por su valor, no podemos hacer otra cosa que compartirlo, simplemente, porque no es nuestro. Además, por otro lado, recordemos que, como dice San Benito, a partir de nuestra profesión el monje ha de vivir «sin 5 Col 1, 9b-11 Cf con http://es.wikipedia.org/wiki/Par%C3%A1bola_%28literatura%29 y http://etimologias.dechile.net/?palabra , consultado el 26.08.11. 6 reservarse nada de todos sus bienes, como quien sabe que desde ese día no tendrá potestad ni sobre su propio cuerpo»7 y ese “sin reservarse nada” incluye todo lo que recibe de Dios. Para nosotros la Palabra nunca se queda corta como ‘la palabra’ porque es la Vida, la fuente de nuestra alegría, el soplo creador, la promesa, el cumplimiento de la Alianza, la plenitud de la Humanidad, nuestra salvación. En definitiva: Jesucristo, de quien hablan las Escrituras. 3. BREVE HISTORIA DE ‘LA PALABRA’ Al principio la Palabra era Dios8. Dios hablaba y lo que decía era y era bueno9. Dijo al hombre10, le dio su aliento y el hombre fue. Pero el hombre no dijo nada. Parece que no tenía nada que decir. Al menos al principio11... Dios y el hombre eran dos. Uno separado del otro, por más que Dios intentara acercarse. Es interesante para ilustrar esta dualidad y la separación entre el hombre y Dios, echar un vistazo el fragmento de La Creación de Miguel Ángel Buonarroti, donde se ve a Dios con el brazo en tensión, haciendo todo lo posible por entrar en contacto con el dedo índice fláccido de un Adán que mira a Dios con un aire indolente. Quizá esta obra de arte sea un buen medio para intuir la naturaleza de la historia de las relaciones entre el hombre y Dios… Después de los primeros momentos de la creación, cuando Eva ya era y el hombre sintió que tenía compañía, empezó a hablar. Hasta entonces el hombre casi no habla en la Biblia. Pone nombre a los animales y poco más… no tiene nada que decir, nada que decir a Dios, su Creador. Cuando habla, empieza a hablando con Eva. Y, curiosamente, esta palabra acabará separándolos de sí mismos y de Dios. Cuando el hombre empieza a hablar, Dios parece quedarle ya un poco lejos, rápidamente aprende a temerlo y ya no está seguro de que Dios quiera escucharle. Por eso no le habla. Es Dios quien aún habla al hombre12. El hombre ha olvidado, en un instante, quién es él y quién es Dios. Es ese olvido el que hace que Dios empiece a hablar más asiduamente, más intensamente con el hombre. Dios busca al hombre13 , le habla, se manifiesta a él de todos los modos posibles e imaginables. Por todos los métodos14 que se le ocurren intenta que llegue su voz y el hombre pueda descubrir quiénes son ambos. Y así encontrar la senda de la plenitud, de la paz, del sentido… Dios, empeñado en hacerse entender y en darse y darse a conocer, finalmente, se hace hombre. A partir de aquel día, el hombre y Dios ya no fueron dos, sino uno. Porque la Palabra que era Dios se hizo carne15. Y haciéndose como nosotros, nos enseñó un nuevo lenguaje en el que 7 Santa Regla, LVIII, v.25. Cf. con el Evangelio de Juan: Jn 1, 1 9 Cf. con Gn 1, 1-31 10 Recordar que estamos hablando del hombre en su unidad, en su integridad, masculino y femenino, ish/ishá. 11 Se trata de un cierto juego de palabras con Gn 1, 1-31 y el prólogo del Evangelio de Juan. 12 Tras el pecado original, donde somos testimonios de la primera y única conversación larga entre Adán y Eva y tras la expulsión, el hombre no vuelve a hablar a Dios. Le ofrece sacrificios, pero no le habla. Es Dios quien habla primero a Caín… 13 Hombre: ser humano, humanidad en su sentido más profundo. 14 Todo el Antiguo Testamento no es otra cosa que ese deseo de Dios de manifestarse al hombre, de hacerle llegar su Palabra, de ser en él y de prometerle que acabará siendo en él. 15 Cf. con el prólogo del Evangelio de Juan. 8 ‘palabra’ y ‘PALABRA’ podían ser lo mismo. Era el lenguaje del Amor. Un Amor que da la vida gratis para que, perdiéndola, sea posible la Vida y una Vida nueva y desbordante. Y los que fueron testigos de ello empezaron, por primera vez desde que el mundo era mundo a hablar con sentido. Y esa Palabra que empezaba a habitar sus entrañas los movió a correr por los caminos proclamando la Buena Noticia que acababan de conocer en el sentido más bíblico de los posibles. 4. Y A NOSOTROS… ¿QUÉ? Todo eso, nosotros ya lo sabemos y hemos aceptado con todo nuestro corazón hacer vida de ello. Hasta aquí, no hemos dicho nada nuevo. Nosotros ya lo sabemos todo sobre la Palabra… Estamos en contacto con la Palabra todo el día: leemos las Escrituras, usamos los salmos para alabar, dar gracias, quejarnos y orar al Señor por todos nuestros hermanos. Gozamos del privilegio que nuestra jornada gire en torno a la Eucaristía… Vivimos en Comunidad y tenemos ocasión de servirnos las unas a las otras hasta verter la última gota de nuestra sangre. Poco a poco, lentamente… y así, lentamente, vamos aprendiendo que el secreto de nuestra vida es servir con una sonrisa y corazón alegre. Porque a eso es a lo que hemos sido llamadas: a la alegría. A menudo resulta extraño fijarse en las caras de los líderes religiosos. Sea cual sea la tradición religiosa, la confesión cristiana… ¡Qué pocas veces se los ve alegres! Y a nosotros, los cristianos, ¿se nos nota que vivimos contentos, como decía san Pablo? Cada vez que permitimos que la Palabra se encarne en nuestras entrañas, cualquier Juan con el que nos cruzamos, al reconocerlo va a saltar de alegría y las Elisabets a las que visitemos, no podrán menos que dar gracias a Dios por ello. Y, nosotros, además de guardar todo ello en nuestro corazón, no podremos menos que magnificar al Señor por las maravillas que obra en nosotros. Unas maravillas que son y que son gratis. Fruto del Amor. Y en esa visitación para la que alegremente hemos corrido a cruzar la montaña, día a día, vemos como la Palabra de Dios en el silencio y en la Liturgia van transformando nuestras vidas y nos van descubriendo su sentido y su valor. Esas maravillas que aprendemos a descubrir no son otro descubrimiento que la propia identidad, la de los demás y la de Dios. Día a día, vamos descubriendo a Jesucristo en el fondo de nuestro corazón y en el hermano desvalido e indefenso que tenemos al lado o en el que despierta lo peor de nosotros mismos. Sabemos que la Palabra trabaja en nuestro corazón y nos revela a Dios y a nosotros mismos que, poco a poco, vamos convirtiéndonos en Palabra capaz de reconocer a la Palabra cuando nos llama en su necesidad y cuando entra en diálogo con nosotros. Sabemos el valor del silencio que trabaja nuestro corazón y nos revela a Dios y a nosotros mismos y que nos convierte en Palabra capaz de reconocer a la Palabra que habita el silencio del que escucha. Hemos aprendido a escuchar y adivinar qué late en nuestro corazón y en el corazón de nuestros hermanos. Hemos aprendido que una sola palabra puede curar o enfermar. Y que depende de nosotros decirla. Hemos aprendido a escuchar la Palabra, que de verdad es posible descubrir la voz y la voluntad de Dios en la Escritura, en el hermano y en la propia vida. Hemos aprendido a descubrir y hemos descubierto qué significa ser amados radicalmente, plenamente, en todo nuestro ser. Hemos descubierto la ternura, la mansedumbre y la misericordia del Dios de Jesucristo, el Abbá. Una ternura, una mansedumbre y una misericordia con la que Jesucristo nos invita a vivir cada instante, cada día, toda la vida. Hemos descubierto que la Palabra de Dios no es sólo palabra sino acción, el dabar en su sentido más profundo. La palabra es acción y es acción fecunda. Y nosotros hemos aprendido a dejarnos fecundar por ella y a dar fruto. Sabemos que cada uno de nosotros somos Palabra encarnada y que lo somos y debemos serlo para todos aquellos que se cruzan con nosotros porque ellos también lo son y deben serlo para nosotros. Todo eso y mucho más es lo que sabemos, lo que vamos descubriendo y lo que estamos llamados a vivir como monjes y monjas, como cristianos y cristianas. Un verdadero tesoro… Pero nada de eso es nuestro ni hemos hecho nada para merecerlo. Es un regalo que hemos recibido y que Dios lleva desde el principio de la Creación intentando dárnoslo. Pero, como decíamos al principio, quien descubre ese tesoro, ese regalo,… quien, a fin de cuentas, descubre a Jesucristo, no puede hacer otra cosa que darlo a conocer. No puede quedárselo para él sólo, enterrándolo en el fondo de su corazón. Los regalos, los tesoros y todo lo bueno de la vida, sólo lo es en tanto que los compartimos. Sino, regalos, tesoros y todo lo bueno, se marchita, se aja, se pudre… 6. ¿QUÉ PODEMOS COMPARTIR? EL SILENCIO. ¡¿Cómo descubrir LA PALABRA sin SILENCIO?! Nuestro mundo tiene sed de silencio y no sólo nuestro mundo… Nosotros no vivimos en una especie de nube que nos prive del ruido. Nosotros también estamos sedientos de silencio. Y es nuestra búsqueda de la Palabra, nuestra búsqueda de Silencio, lo que debemos compartir. LA ESCUCHA. Aprender a escucharse uno mismo, a los demás, escuchar el palpitar profundo del mundo, de la naturaleza, de Dios… LAS ESCRITURAS. Descubrirlas, aprender a acercarse a Ellas, a descubrir en Ellas la voz del Dios Amor que nos habla y nos trabaja. LA LECTIO DIVINA. La lectio como modo de oración, como fuente de humanización, de configuración con Cristo. NUESTRA VIDA. Somos testimonios de Palabra viva y encarnada. Vivimos en monasterios, en espacios que interpelan e interrogan, que atraen y asustan. Nosotras vivimos al borde del abismo, a mitad de una montaña. En el pueblo de abajo y los que suben por la carretera se preguntan: ¿qué deben hacer allí esas monjas? Nuestra vida, aún sin darnos cuenta, nuestra existencia interroga, interpela, da testimonio: es. LA FRATERNIDAD. La vida de Comunidad como signo de que un nuevo mundo, otro mundo diferente al habitual es posible. Es posible que unas mujeres que no se conocían, procedentes cada una de su familia, con hábitos y costumbres diferentes, con una educación y una cultura diversa,… es posible que vivan juntas, que no se maten y que, además, se amen con ternura hasta el extremo de dar las unas por las otras hasta la última gota de nuestra sangre. Es posible. Y además un milagro del que somos testigos cada día. Aunque unos días o unos años el milagro queda mejor horneado que otros… 7. ¿CÓMO COMPARTIRLO? Sobre todo, creyéndonoslo. No quisiera trivializar. Ya nos lo creemos. Y hay mucha vida y autenticidad en nuestras casas. Pero a veces tenemos la tentación de rendirnos… y no podemos. Debemos creernos que lo que estamos viviendo tiene sentido y es de verdad. Compartimos el tesoro intentando vivirlo día a día con amor, alegría y, sobre todo, con muchísima paciencia, con una gran dosis de sentido del humor y intentando usar de la misericordia como Dios la usa con nosotros. Compartimos el tesoro cuando intentamos poner la Palabra, la Escrita y la Encarnada en el centro de nuestras vidas. Estando donde estamos y siendo quienes somos. Ni más ni menos. Explicando la importancia de la Palabra para nosotros. ¿Por qué es tan valiosa? Dando a conocer la lectio, compartiéndola. 8. Y ES QUE… El valor de la Palabra es que se hace carne y se da. Nos habla y nos muestra a Dios. Nos habla y nos muestra al hombre. Pero, sobre todo… se comunica y se proclama. Y si no hubiera sido así… ninguno de nosotros estaría ahora aquí.