MISA SEMANA DE LA FAMILIA En el evangelio que acabamos de escuchar se nos ha relatado el momento en que el niño Jesús, de 12 años de edad, se pierde en el Templo en medio de la preocupación de sus padres que no tenían idea de dónde estaba. El acontecimiento sucede en la época en que los niños comienzan a sentirse independientes. Lo primero que llama la atención en el texto es que, a pesar de su corta edad, Jesús estaba decidido a que el proyecto de su vida consistiría en consagrarse y entregarse por entero a su Padre Dios. Los padres entraron en conflicto con el niño Jesús porque no tenían aún la comprensión de una tal decisión, aunque la madre María parecía presentirla. La vocación de Jesús trascendía el medio familiar. Aquí hay algo muy valioso a decir para cada una de nuestras familias: la educación de los hijos va unida a una actitud de parte de los padres de sincero respeto a los proyectos que en ellos se van consolidando. Si no, es imposible que surja en el ámbito familiar la compresión y la confianza. Pero igual el conflicto se da. También en esto hay una enseñanza. No tenemos que tenerle miedo a los conflictos que puedan surgir en nuestras casas. Muchas veces son inevitables. Como es en este caso. El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. Después de que lo encuentran sigue un diálogo difícil que suena a desencuentro. Comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia que los padres habían experimentado. La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?”. Sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato. Estaban aprendiendo de su Hijo. Los padres ciertamente deben estar también dispuestos a aprender de sus hijos. A propósito de los conflictos una vez me tocó conversar con una mamá del colegio que se quejaba de que su hijo era insolente con ella y sin embargo, tan diferente era su actitud con los compañeros con los cuales se mostraba más amable y cariñoso. Yo le decía que siendo algo triste lo que me contaba, también era algo bonito pues sus hijos viven en un ambiente de mucha competencia, interés y soledad y donde deben disimular mucho sus defectos, porque de lo contrario los van a rechazar. En ese ambiente hostil la mamá es un oasis. Se presenta como el único ser humano donde un hijo puede desahogar sus frustraciones y rabias, donde puede darse el lujo de ser pesado y tener siempre la certeza de que lo van a seguir queriendo. Le decía a la mamá que más que lamentarse le enseñara a su hijo a amar más y a competir menos. María y José nos enseñan a las familias de hoy que éstas irán madurando en medio de perplejidades, angustias y alegrías. Las cosas en la vida se van poco a poco manifestándose más claras. Hay que saber, igual que María, conservar las cosas en el corazón. No es fácil entender los planes de Dios. Hay que esperar siempre que la semilla en nuestros hijos vaya fructificando en el tiempo y en la estación que Dios les tiene preparada. Nosotros en el colegio queremos que nuestros niños(as) y jóvenes vayan gestando un sueño que tenga que ver con el servicio a los demás. Despedimos cada año a los alumnos de cuarto medio animándolos a concretar su sueño. El sueño es un proyecto de vida. No se trata solamente de que los alumnos(as) elijan una carrera, que de por sí suena a cansancio, a agotamiento. Diseñar un proyecto de vida significa contactarse con los sueños más profundos en camino a descubrir la misión que tiene cada uno aquí en la tierra. No es simplemente buscar el éxito o la ganancia personal, porque todo eso suena a posible fracaso, a angustia agazapada de perder, a la posibilidad de equivocarse, a todo aquello que puede traer miedo e incertidumbre. Se trata de soñar en lo que regala calidad de vida, lo que garantiza sonreír 8 horas diarias, lo que hace que el tiempo pase volando y que haga sentirse plenamente vivo. No hay que olvidar que el Padre Hurtado desde pequeño fue elaborando su sueño en este lugar y paso a paso fue cumpliéndolo. ¡Tantas cosas que pudo realizar con su sueño! Es verdad que mientras más grande es el sueño, más obstáculos uno encuentra para hacerlo realidad, pero esta empresa termina haciendo inmensamente feliz porque el sueño del ignaciano es también el sueño de Jesús. Quien sirve siempre está con Jesús. Hay que darse tiempo para ir concretando todo esto. Hay que saber sentarse en la mesa en familia, tratarse bien, regalonearse entre todos, darse el tiempo para compartir con los abuelos, tratar de dosificar la tecnología en la casa (llámese internet, juegos o facebook) para, de ese modo, dar paso más a la conversación de sobremesa y a los juegos antiguos. No hay que contestar teléfonos mientras comemos para que los únicos ruidos que se escuchen sean los de nuestras voces. Debemos decirnos más seguido que nos queremos. Algo de estos consejos lo expresa también el apóstol Pablo en la primera lectura: “revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia…”. Son los criterios contundentes para llegar a formar una hermosa y santa familia.