JESÚS DE AZARET, MÍSTICO Y PROFETA DEL REIO DE DIOS El objetivo de mi intervención es presentar a Jesús como místico y profeta del reino de Dios. No pretendo desarrollar una exposición exhaustiva. El marco de esta Semana nos invita a aproximarnos a Jesús subrayando aquellos aspectos que más pueden interpelar al monacato cristiano en la Iglesia actual y en medio de la sociedad contemporánea. Creo que no hay nada más urgente ni más decisivo para la Iglesia y para el monacato cristiano que volver a Jesús. El itinerario que seguiremos es sencillo. En primer lugar, veremos a Jesús enraizado en la tradición de los místicos y profetas de Israel. Nos acercaremos enseguida a él como místico y profeta del reino de Dios. Ahondaremos, luego, en su pasión por Dios y su compasión por las víctimas, auténtico núcleo de su experiencia mística y de su actividad profética. Por último, nos detendremos en dos dimensiones básicas: la crítica radical y la esperanza nueva que introduce Jesús como místico y profeta del reino de Dios. Concluiré mi ponencia sugiriendo algunas preguntas en torno a la conversión del monacato actual a Jesús. 1. Enraizado en la tradición de los místicos y profetas de Israel Según los evangelios, los campesinos de la Galilea de los años treinta ven en los gestos y las palabras de Jesús la actuación de un 1 profeta que los impacta: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» 1. Lo mismo piensan quienes lo siguen de cerca: «fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo» 2. El mismo Jesús no duda en identificarse como profeta. Es y actúa como profeta. Por eso mismo es rechazado en su propia tierra 3. Jesús es, al mismo tiempo, un «místico». El término no es bíblico, pero expresa bien la experiencia de amistad íntima con Dios que viven los profetas de Israel y que los capacita para presentarse en medio del pueblo como portadores de su Palabra. Jesús es un contemplativo que vive una experiencia única de intimidad con Dios su Padre, que lo configura como profeta del reino de Dios. Albert olan habla de la «la forma extraordinariamente sencilla en que la profecía y la mística forman un todo inseparable en la vida y en la espiritualidad de Jesús» 4. En la tradición bíblica no existe antagonismo entre mística y profecía. Al contrario, es impensable que alguien pueda ser profeta y decir al pueblo cómo se ven las cosas desde el corazón de Dios, sin haber tenido un encuentro especial con él. Y es impensable también que alguien pueda ser místico con experiencia auténtica del 1 Lucas 7, 16. Ver Marcos 6, 15; 8, 27 – 28. Lucas 24, 19. 3 «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (Lucas 4, 24). Este refrán popular es anterior a Jesús, pero es casi seguro que fue él quien se lo aplicó a sí mismo. 4 Albert Nolan, Jesús hoy. Una espiritualidad de libertad radical. Sal Terrae. Santander, 2007, 107. 2 2 Dios vivo, sin que su vida se convierta en presencia profética que llama a la conversión y a la esperanza 5. Recordemos a Moisés, el primer profeta de Israel. Antes de actuar en medio del pueblo, vive una experiencia fascinante de Dios en la zarza ardiendo. No sólo queda sobrecogido por el misterio insondable de Dios: «Yo soy el que soy». Al mismo tiempo, escucha el corazón de Dios que dice: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarlo de la mano de los egipcios y para subirlo a una tierra buena y espaciosa» 6. La tradición lo recordaba como un gran místico: «El Señor hablaba con él cara a cara, como habla alguien con su amigo» 7, y como un gran profeta: «o ha vuelto a surgir en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara» 8. Es el trato amistoso con Dios el que convierte a Moisés en el profeta que comunica al pueblo la Ley del Señor, lo libera de la esclavitud de Egipto y lo guía por el desierto hacia la tierra prometida. Recordemos también a Elías, un profeta muy querido en Galilea. La tradición lo describe como amigo de Dios y profeta audaz. Elías busca a Dios, sube hasta el Horeb, se pone ante la montaña santa y escucha su presencia, no en el huracán ni en el terremoto o el fuego, sino «en el susurro de una brisa suave» 9. Esta proximidad al Misterio lo convierte en profeta audaz, con fuerza 5 Es iluminadora la terminología bíblica. El profeta es un «nabí», es decir, alguien que ha sido «llamado» por Dios para escuchar un mensaje que ha de comunicar en su nombre. Pero se le llama también «ro’eh» y «hozeh», es decir, un «vidente» que, desde Dios, ve lo que otros no pueden ver. 6 Éxodo 3, 1 – 15. 7 Éxodo 33, 11. 8 Deuteronomio 34, 10 9 1 Reyes 19, 9 – 14. 3 para denunciar la idolatría a los baales y la injusticia, y para defender a los pobres contra los poderosos 10. De él se dice que «su palabra quemaba como una antorcha» 11. Con ambos profetas, Moisés y Elías, fue relacionado Jesús por las primeras generaciones cristianas que veían en él un místico y un profeta más grande que ellos. Según un relato elaborado a la luz de la Pascua, la intimidad de Jesús con Dios trasforma su rostro y lo transfigura, mientras los de Moisés y Elías permanecen apagados. Enseguida, la voz que viene de la nube advierte a los discípulos que sólo Jesús es el Hijo amado de Dios, no Moisés ni Elías. Han de escucharle a él: «Éste es mi Hijo amado. Escuchadle» 12. En Jesús culmina la tradición místico-profética de Israel. Es significativo observar que los profetas utilizan con frecuencia esta expresión: «Así dice el Señor». Su palabra no nace de su propia iniciativa sino de la iniciativa de Dios. Ellos sólo son sus portadores. Jesús, por el contrario, se expresa en un lenguaje que no tiene paralelismos en la tradición bíblica: «En verdad, en verdad, yo os digo». Su unión con Dios es total. No necesita hablar en su nombre. En su palabra está hablando Dios. En él hay algo más que un profeta. Jesús no es una voz, como puede ser Juan Bautista, el profeta del desierto. Es la Palabra de Dios hecha carne 13. 10 1 Reyes 17 – 19. Jesús ben Sirá 48, 1. 12 Marcos 9, 2 – 8; Mateo 17, 1 – 8; Lucas 9, 28 – 36. Es sabido que Mateo parece presentar a Jesús como el «nuevo Moisés» prometido en Deuteronomio 18, 15, mientras Lucas dibuja su actuación profética sobre el trasfondo de Elías. El cuarto evangelio, por su parte, afirma: «La ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado de Jesucristo» (Juan 1, 17). 13 Según el cuarto evangelio, el Bautista es «la voz del que grita en el desierto» (1, 23) mientras Jesús es la «Palabra de Dios hecha carne» (1,14). 11 4 Los místicos y profetas no son nombrados por ninguna autoridad para vivir su misión. Su autoridad proviene y se basa en su experiencia de Dios. No forman parte de la estructura de la autoridad social ni de la institución religiosa. A diferencia de los reyes o los sacerdotes del templo, los profetas y místicos de Yahvé no son ordenados o ungidos por nadie. Su presencia en medio del pueblo se debe a la acción de Dios, empeñado en alentar y guiar a su pueblo con su Espíritu. No es extraño que casi siempre vivan en tensión y hasta en fuerte conflicto con la autoridad social o religiosa 14. La actuación de Jesús se enmarca en esta tradición místico-profética de Israel. Jesús no es sacerdote del templo ni maestro de la ley; no pertenece al entorno de Antipas ni del Sumo Sacerdote; no es miembro del grupo saduceo ni del Sanedrín. Es un hombre de pueblo, trabajador de la construcción, oriundo de una aldea desconocida de la Baja Galilea, que actúa movido por el Espíritu de Dios, vive en tensión con la autoridad política y religiosa, y muere crucificado por el representante del imperio y los sacerdotes del templo. No es el momento de exponer la actuación de los místicos y profetas de Israel, pero quiero recordar dos rasgos esenciales que nos permitirán luego ahondar en la dimensión mística y profética de Jesús. La presencia de místicos profetas responde a situaciones socio-políticas y religiosas diferentes, pero se produce de ordinario en medio de una sociedad injusta que ha olvidado la Alianza con 14 Junto a los «profetas de Yahvé», en la tradición bíblica se habla también de los «profetas de Baal» que no escuchan al Dios de la Alianza sino a los «baales»; se agitan en torno a sus altares, promueven la idolatría y no sirven a los pobres. Se habla también de los profetas de profesión o «hijos de los profetas» que actúan de forma corporativa, como una clase social muy integrada; no viven de una llamada personal de Dios ni hablan desde la pasión por la justicia. Entre ellos destacan los «profetas de la corte» que no defienden la Alianza ni defienden a los pobres, sino que sirven al rey y le dicen lo que desea escuchar. 5 Dios, y en el seno de una religión vacía de pasión por Dios, e indiferente a las víctimas de esa injusticia. Es entonces cuando aparecen los místicos profetas con una doble misión: ser llamada audaz al cambio, y anuncio libre y liberador de la novedad de Dios. Su vida se pude resumir en estos dos rasgos: presencia alternativa que invita a la conversión a Dios y espíritu dinamizador que rompe la indiferencia y abre un futuro nuevo a la acción de Dios 15. En medio de una sociedad injusta donde los poderosos y satisfechos no tienen conciencia de estar arrebatando el pan a los pobres, donde las gente buscan su propia seguridad silenciando el sufrimiento de los que lloran, donde se renuncia a la compasión a cambio de bienestar, el místico profeta ofrece una forma alternativa de percibir la realidad y se esfuerza para que el pueblo y sus dirigentes puedan contemplar su propia historia a la luz de la compasión de Dios y de su deseo de justicia. Más allá de los gestos espectaculares o de la indignación airada, lo que caracteriza a Isaías o Jeremías, a Miqueas o Amos es una existencia, una actitud, una manera de leer y de vivir la realidad desde Dios, una presencia alternativa que invita al cambio y llama a la conversión. Por otra parte, cuando la religión se acomoda a un estado de cosas injusto; cuando los intereses religiosos no coinciden ya con los intereses de la justicia de Dios; cuando la crítica no puede ser practicada desde el templo pues ha desaparecido la pasión por el Dios de los pobres sustituido por el Dios del orden; cuando el culto de una religión estática, controlada por otros intereses, no promueve el encuentro místico con el Dios vivo; cuando la religión es 15 Walter Brueggemann, La imaginación profética. Sal Terrae. Santander, 1986, p. 30 – 50. 6 utilizada para cerrar el paso a toda novedad considerándola un peligro y una amenaza para el orden; cuando ya apenas nadie recuerda que Dios es libre y puede actuar al margen y hasta en contra de esa religión que lo mantiene «cautivo», aparece el místico profeta. Su presencia trae un aire nuevo pues vive desde el Espíritu de Dios; sacude la indiferencia y el autoengaño de casi todos; rompe esa insensibilidad ante Dios y ante los pobres, que está en el centro de los corazones y de las instituciones; libera a la religión de la apatía, la despierta de su ilusión de eternidad y absoluto, recordando el señorío del único Dios; introduce imaginación y audacia para pensar el futuro de Dios con libertad. Su vida es una Buena Noticia pues pone una esperanza nueva buscando con todas sus fuerzas que la justicia y la compasión de Dios penetren en la historia. Jesús, como vamos a ver, es la culminación y plenitud de esta corriente mística y profética que atraviesa la historia de Israel llamando al cambio y a la conversión, y abriendo caminos a la novedad de Dios. Sólo él puede ser llamado místico y profeta del reino de Dios. 2. Místico y profeta del reino de Dios Jesús no es un maestro que propone una doctrina sobre Dios. No pretende en ningún momento sustituir la concepción tradicional de Dios por otra nueva. Su Dios es el Dios de Israel: el único Señor, creador de los cielos y de la tierra, el Dios de la Alianza, el liberador de su pueblo querido. Nunca discute sobre Dios con ningún sector judío. Todos creen en el mismo Dios. Lo peculiar y 7 diferente es su experiencia de Dios, su forma de captarlo y de vivirlo. El centro de la experiencia mística de Jesús no lo ocupa propiamente Dios sino «el reino de Dios», pues Jesús no separa nunca a Dios de su proyecto de trasformar el mundo. No lo contempla encerrado en su misterio insondable, olvidado del sufrimiento humano, sordo a los clamores de los pobres. Lo experimenta comprometido por un mundo más humano. Lo vive como la presencia buena de un Padre que busca abrirse camino en el mundo para humanizar la vida. Una presencia de Padre que él acoge como hijo fiel, dejándose llenar por su Espíritu y dedicándose enteramente a buscar una vida más digna, más justa, más liberada, más amable y dichosa para todos, empezando por los últimos. Por eso, Jesus sorprende a todos afirmando algo que ningún místico o profeta de Israel se había atrevido a declarar: «Ya está aquí Dios, con su fuerza creadora de justicia, tratando de reinar entre nosotros». Éste es el contenido nuclear de su experiencia mística y de su acción profética. Dios está ya actuando de manera salvadora. Su reinado ha comenzado a abrirse paso. Su fuerza liberadora se ha puesto ya en marcha. Jesús la está ya experimentando y quiere contagiar a todos su experiencia. Todavía es como un grano insignificante de mostaza, pero su fuerza está actuando ya de manera secreta en la historia como un trozo de levadura que, oculto en la masa, la va trasformando desde dentro. Todo es pequeño y casi imperceptible. Se necesita una experiencia mística semejante a la de Jesús para captarlo: se 8 necesita contemplar el lugar privilegiado que ocupan los últimos en el corazón de Dios, tener oído para escuchar el sufrimiento humano como lo escucha él, abrir bien los ojos para mirar el mundo con la mirada compasiva con que él lo mira, leer con atención los signos de su presencia liberadora en el mundo. Pero el reino de Dios ya está aquí. No es un sueño lejano ni una teoría hermosa. Es la presencia salvadora de Dios que hay que buscar, acoger y promover 16. Esta experiencia mística del reino de Dios lleva a Jesús a asociar a Dios con la vida. Los dirigentes religiosos de Israel asocian a Dios con su sistema religioso y no tanto con la vida y la felicidad de la gente: lo primero y más importante para ellos es dar gloria a Dios asegurando el culto del templo, observando la ley y cumpliendo el sábado. Jesús, por el contrario, asocia a Dios con la vida: lo primero y más importante para él es que los hijos e hijas de Dios gocen de una vida más digna y más justa. Esto es lo nuevo. Jesús implica a Dios no con la religión sino con la vida: lo más importante para Dios es la vida de las personas, no la religión; la curación de los enfermos, no el sábado. Los sectores más religiosos de Israel se sienten urgidos por Dios a cuidar la religión del templo y la observancia de la ley. Jesús, por el contrario, se siente enviado por Dios a promover su justicia y anunciar la liberación 17. 16 Se suele describir la experiencia mística de formas diversas: «Experiencia de la presencia de Dios en el espíritu por el gozo interior que de ella procura un sentimiento íntimo» (Taulero); «Advertencia amorosa de Dios presente» (Juan de la Cruz); «Experiencia fruitiva de lo Absoluto» (Jacques Maritaine); «Conocimiento de Dios que consiste en una determinada experiencia de unión con lo divino» (Juan Martín Velasco); «Experiencia plena de la Vida» (Raimon Panikkar). Además de señalar la unión con lo divino, la experiencia de la presencia de Dios, su carácter fruitivo o la experiencia plena de la Vida, para aproximarnos a la experiencia mística de Jesús habría que hablar explícitamente de la comunión con el proyecto salvador de Dios para la humanidad. 17 Ch. Duquoc, Dios diferente. Sígueme. Salamanca, 1978, 39 – 55. 9 Lucas lo ha captado muy bien cuando presenta a Jesús en la sinagoga de Nazaret aplicándose a sí mismo estas palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena oticia, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» 18. Jesús, lleno del Espíritu de Dios se siente impulsado a introducir en el mundo la «Buena oticia» para los pobres, «liberación» para los cautivos, «luz» para los ciegos, «libertad» para los oprimidos, «gracia» para los desgraciados. Esta experiencia mística del reino de Dios marca y configura la actividad profética de Jesús. El Dios contemplado por él es una poderosa fuerza de trasformación. Su presencia es siempre provocativa e interpeladora: atrae a la conversión. El reino de Dios no es una fuerza conservadora, sino una llamada al cambio: «El reino de Dios está cerca: cambiad de manera de pensar y de actuar, y creed en esta buena noticia» 19. Ante la irrupción del reino de Dios no cabe la pasividad. Dios tiene un gran proyecto: a los que lloran los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. No es posible vivir encerrados en la búsqueda de la propia perfección. Hay que construir un mundo nuevo, como lo quiere Dios. La irrupción de su reino está pidiendo un cambio. Toda mística o profecía que sea seguimiento de Jesús ha de estar orientada a «entrar» en el reino de Dios, dejarse trasformar por su dinámica y contribuir a humanizar la vida haciéndola mejor, más justa, más digna y dichosa. 18 Lucas 4, 16 – 22. La escena es probablemente una composición de Lucas, pero recoge bien la experiencia de Jesús al aplicarle el texto de Isaías 61, 1 – 2. 19 Así resume Marcos 1, 15 el mensaje de Jesús. 10 Jesús, el profeta del reino, no llama simplemente a buscar a Dios, como se dice de ordinario en las corrientes místicas de las diversas religiones, sino a «buscar primero el reino de Dios y su justicia» 20. No llama a «convertirse» a Dios sin más, sino que pide «entrar» en el reino de Dios 21. A mi juicio, la cuestión más grave de la mística y la profecía cristianas es cómo «entrar» primero en el reino de Dios, considerando que otras cosas que nos parecen y son importantes, se darán por añadidura. 3. Pasión por Dios, compasión por las víctimas En el núcleo de esta experiencia del reino de Dios que vive Jesús está como centro y principio dinamizador su pasión por Dios y su compasión por los últimos. La compasión que moviliza toda la actuación profética de Jesús no es sino expresión de su pasión mística por un Dios compasivo. Un Dios indiferente al sufrimiento humano, el Dios de la ley, del orden o del culto, no podría generar la actividad profética que caracteriza a Jesús. Jesús vive a Dios como compasión. El núcleo de su experiencia mística no es un Dios encerrado en su propio misterio, indiferente o desentendido del sufrimiento de sus criaturas, interesado sólo por su honor, su gloria, su sábado, su culto o su templo. En su misterio más insondable Dios es compasivo (rahum). Lo que le define no es el poder o la sabiduría como a las divinidades paganas del imperio romano. Jesús capta y vive su realidad 20 Mateo 6, 33. Los profetas de Israel llaman a la conversión (teshubá) que consiste en abandonar los caminos desviados y «volver» (schub) al Dios de la Alianza. Jesús llama a creer en la Buena Noticia del reino de Dios, salir de otros reinos (Dinero, Cesar…) y «entrar» en el reino de Dios. 21 11 insondable como bondad y compasión. La compasión es el modo de ser de Dios, su primera y última reacción ante sus hijos e hijas, su manera de ver la vida y de mirar a las personas. Dios lo vive todo desde la compasión. Y es precisamente esta compasión lo que atrae su corazón hacia los últimos, los que más sufren, los olvidados por la injusticia, la indiferencia y el olvido de la naturaleza, la historia, los imperios y las religiones. Las parábolas más bellas y conmovedoras que salieron de labios de Jesús fueron las que narró para comunicar a todos su experiencia de la insondable compasión de Dios 22. Esta mística de la compasión de Dios está en el origen y trasfondo de toda su actuación profética. Jesús habla a las gentes porque «siente compasión» al verlos como ovejas sin pastor 23. Cura a los enfermos, leprosos y desquiciados porque «se le conmueven las entrañas» 24. Él es el primero que «se conmueve» ante el sufrimiento y abandono de los heridos que encuentra en la cuneta de los caminos, y se acerca a ellos sin dar rodeos como los sacerdotes del templo. Él «se conmueve» al ver llegar a los pecadores y prostitutas y los acoge a su mesa como el «padre bueno» de la parábola 25. Esta experiencia de la compasión de Dios hace de Jesús un «místico de ojos abiertos» que se siente afectado por el sufrimiento de la humanidad. Como ha repetido tantas veces Johann Baptist Metz, la mística de Jesús no es una mística de ojos cerrados, vueltos 22 Lucas 15, 11 – 32; 10, 30 – 36; 18, 9 – 14; Mateo 20, 1 – 15. Marcos 6, 34. 24 Marcos 1, 41; 9, 22; Mateo 9, 36; 14, 14; 15, 32; 20, 34; Lucas 7, 13. 25 Los evangelios emplean el mismo término «splanchnízomai» para hablar de la compasión de Dios en las parábolas y de la compasión de Jesús en su actuación. En hebreo «compasivo» (rahum) es quien siente el sufrimiento o la desgracia de los demás desde sus entrañas (rahamim). 23 12 hacia otra parte, sino una mística de ojos abiertos al sufrimiento humano 26. Contemplando la mirada de Dios Jesús aprende a mirar el mundo con compasión. Su primera mirada no es al pecado que hay en el mundo sino al sufrimiento generado por ese pecado. Su mirada no se centra en su propio sufrimiento sino en el de las víctimas inocentes. Para Jesús el mayor pecado, el que más hiere el corazón de Dios es introducir injustamente sufrimiento en sus hijos e hijas o contemplarlo con indiferencia. Nada ofende más a Dios que el no trascender nuestro propio sufrimiento, el vivir encerrados en la búsqueda del propio bienestar, indiferentes al sufrimiento ajeno. Desde su experiencia mística, Jesús lanzó este grito profético a todos sus seguidores: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» 27. Para captar mejor cómo la pasión mística por Dios la vive Jesús como compasión activa hacia los que sufren, vamos a considerar brevemente tres aspectos más concretos. Jesús vive al Dios compasivo como «Amigo» apasionado de la vida de sus hijos y sufre al ver la distancia enorme que hay entre el sufrimiento de estos hombres, mujeres y niños hundidos en la enfermedad y la vida que Dios quiere para sus hijos e hijas. Experimenta al Espíritu que desciende sobre él en el Jordán como espíritu de gracia y de vida. Se siente lleno del Espíritu del Padre no para condenar y destruir sino para curar, liberar de «espíritus malignos» y potenciar la vida. Para Jesus, Dios es una Presencia 26 Desde los años de 1980, J. B. Metz viene utilizando la expresión «mística de ojos abiertos» para subrayar lo específico de la mística bíblica del sufrimiento frente a otras formas de mística oriental. Ver su última obra: «Memoria passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista». Sal Terrae, Santander 2007, sobre todo 160 – 183. 27 Lucas 6, 36. 13 buena que bendice la vida y quiere la curación. Por eso bendice a los enfermos considerados socialmente como malditos. Impone sus manos sobre ellos porque quiere envolver en la ternura y la compasión de Dios precisamente a los que no pueden recibir su bendición ni siquiera en el templo, pues sus puertas les están cerradas. Y, cuando conmovido hasta sus entrañas, logra contagiarles su fe en el Dios Amigo de la vida y se produce la curación, proclama proféticamente que su experiencia de Dios se va haciendo realidad: «Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que está llegando a vosotros el reino de Dios» 28. Jesús contempla, experimenta y hace realidad el reino de Dios curando vida 29. Jesús experimenta al Dios compasivo como el Dios de los pobres, los pequeños, los débiles. Así lo vive y así lo proclama: «Dichosos los que no tenéis nada porque de vosotros es el Dios que viene a reinar» 30; «Dejad que los niños vengan a mí… porque de los que son como éstos es el reino de Dios» 31. Bendito sea el Padre que se revela a los «pequeños» antes que a los sabios y entendidos 32. Jesús contempla los nombres de todos ellos grabados en el corazón de Dios. Los que no interesan a nadie le interesan a él. Los que no tienen a nadie que los defienda le tienen a él como Padre. Los que sobran en los imperios construidos por los hombres tienen en su corazón un lugar privilegiado. Por eso, Jesús les hace un sitio preferente en su vida. Se identifica con los últimos de aquellas 28 Fuente Q (Mateo 12, 28 // Lucas 11, 20). De Jesús quedó el recuerdo de que «ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él» (Hechos de los apóstoles 10, 38). 30 Lucas 6, 20. 31 Marcos 10, 14. 32 Fuente Q (Lucas 10, 21 // Mateo 21, 25). 29 14 aldeas pobres de Galilea e invita a sus seguidores a vivir como ellos. Caminarán descalzos como esos vagabundos que no tienen un denario para comprarse un par de sandalias de cuero; prescindirán de la túnica de repuesto, la que sirve para protegerse del frío de la noche cuando duermen al raso; no llevarán siquiera un zurrón con provisiones. Vivirán como los más desposeídos sin tener «dónde reclinar su cabeza» 33. Esta vida pobre de Jesús y de los suyos no es austeridad; es su manera de implicarse en la realidad de los últimos. Su solidaridad con los pobres no es una vaga «simpatía» vivida ante Dios desde la oración o la liturgia. Desde su experiencia del Dios de los pobres, Jesús es incapaz de distanciarse del horror de la realidad que viven muchos de ellos. Su vida pobre es su forma de participar de manera realista en la indefensión, la vulnerabilidad y las amenazas que padecen tantos desgraciados. Jesús, profeta pobre del Dios de la compasión, vive entre los pobres, conoce su hambre, sus lágrimas y sufrimiento, estrecha contra su pecho a los niños y niñas desnutridos de la calle, y, con su actuación, pone a los terratenientes de Galilea, a las familias herodianas de Tiberíades y a los sacerdotes del templo mirando hacia los últimos. Jesús experimenta al Dios compasivo como acogida y perdón inmerecido a todos. Dios no es propiedad de los buenos. Su amor está abierto también a los malos. El «hace salir su sol sobre buenos y malos. Manda la lluvia sobre justos e injustos» 34. Dios ofrece a todos el sol, la lluvia y la vida como un regalo, rompiendo nuestra tendencia a discriminar a quienes nos parecen indignos. Jesús capta 33 Lucas 9, 58. Mateo 6, 45; Lucas 6, 35. Así contemplaba probablemente Jesús la salida del sol, cuando levantándose de madrugada, centraba su corazón en Dios para recitar el Shemá y las dieciocho Bendiciones (Marcos 1, 35). 34 15 en el corazón de Dios un proyecto integrador donde los santos no condenen a los pecadores, los puros no discriminen a los impuros, los privilegiados no desprecien a los indeseables, los fuertes no abusen de los débiles, los varones no sometan a las mujeres. Dios no bendice la exclusión ni la discriminación, no separa ni excomulga. Dios abraza, acoge, perdona. Movido por esta experiencia de Dios, Jesús se presenta como el profeta de la acogida, que se acerca a los impuros, toca con sus manos a los leprosos, acoge en su entorno a las mujeres, convive con los olvidados por la religión y se sienta a comer con pecadores, indeseables y excluidos. El místico que experimenta a Dios como compasión se convierte en profeta «amigo de pecadores». Su actuación profética en nombre del Dios de la compasión, no del Dios de la ley y el orden, va creando comunión, no separación ni exclusión. Va construyendo fraternidad, igualdad y acogida mutua. Jesús no crea comunión excomulgando a los indignos, sino sentándose a la mesa con ellos para comunicarles su experiencia de un Dios que busca a sus hijos perdidos como un pastor a sus ovejas descarriadas. Nadie es insignificante para él. A nadie da por perdido. Nadie vive olvidado por Dios. Sus hijos e hijas lo deben saber. 4. La crítica radical de Jesús Su pasión mística por el Dios compasivo y su actuación como profeta de la compasión hacen de la existencia de Jesús una crítica radical a la cultura dominante que lo rodea. El profeta del reino de Dios grita que el dolor de los inocentes ha de ser tomado en serio por el imperio de Roma y por la religión de Jerusalén. No puede ser aceptado como algo normal; es 16 inaceptable ante Dios. La indiferencia ha de ser reemplazada por la compasión; la atención al que sufre ha de ocupar el lugar de la insensibilidad: «Sed compasivos como vuestro Padre del cielo» 35. Este es siempre el grito profético de quien sigue a Jesús. Si no hay este grito, no hay profecía cristiana. Los reinos levantados por los hombres no se construyen ni se sostienen sobre la base de la compasión. De ordinario, la compasión activa es lo único que no está permitido al estructurar el orden y la legalidad. Todo se escucha antes que el sufrimiento de las personas. Lo que no se tolera es la solidaridad con el sufrimiento de las víctimas del orden establecido. Este orden defendido por el poder político o religioso pervive gracias a su capacidad para acallar los gemidos y proseguir normalmente como si no hubiera dolientes, ni víctimas ni llantos de ninguna clase. Y se siente amenazado cuando alguien se atreve a expresar y solidarizarse con los gemidos de las víctimas, cuestionando y anunciado el final de ese orden injusto. Esto es precisamente lo que hace Jesús: reaccionar ante la indiferencia. Las cosas no son como las quiere Dios. En Galilea no reina la compasión ni la justicia. Hace tiempo que la política de Roma y de sus clientes herodianos viene oprimiendo cruelmente a los más débiles, mientras que los dirigentes religiosos del templo se han desentendido de su sufrimiento. ¿Cuál es la dinámica de esta crítica profética de Jesús? 36 Antes que nada, Jesús interioriza en su propia persona y su propia historia el sufrimiento y la marginación de todas las víctimas 35 36 Lucas 6, 36. W. Brueggemann, o. c., 95 – 115. 17 que la cultura dominante (familias herodianas, poderosos terratenientes, escribas y maestros de la ley o sacerdotes del templo) niega, oculta o ignora con su indiferencia. Lo hace a partir de su experiencia de un Dios compasivo que quiere hacer justicia con su fuerza salvadora. Dios es Dios. Su compasión ha de ser liberada de todo concepto de la divinidad distorsionado por el poder político o religioso. Dios es libre para oír y responder al clamor de los que sufren. Jesús sintoniza místicamente con este Dios y se pone al servicio de su irrupción liberadora. Hay que introducir en el mundo su justicia y compasión como alternativa a cualquier política de opresión a los débiles. Hay que introducir su libertad y su compasión en cualquier religión estática, celosa del orden y de la ley, pero desentendida del sufrimiento de los inocentes. Desde su comunión íntima con Dios, Jesús hace su lectura profética de lo que está sucediendo. Lee los signos de los tiempos. Capta con lucidez la injusticia que se está cometiendo con los campesinos de Galilea. Ve que si todo sigue así, no hay esperanza de futuro para los oprimidos ni desde el poder político ni desde la religión del templo. No se le escapa tampoco el clima de inseguridad, la crisis religiosa, las reacciones fanáticas y la tentación de la violencia que se respira en diferentes sectores. Por eso, alza Jesús su voz mientras otros permanecen callados por su inconsciencia, ceguera o cobardía. Lo hace identificado con las víctimas, participando de su aflicción, conmovido por su sufrimiento, compadecido de un pueblo que vive perdido, como «ovejas sin pastor», llorando por Jerusalén que «no conoce los 18 caminos de la paz porque están ocultos a sus ojos» 37. Aquí está la novedad. Jesús actúa desde la aflicción. No es éste el estilo del poderoso que pretende mantener el control político o religioso. Es el estilo del profeta de la compasión. El poderoso no llora. El profeta sí. La autoridad profética de Jesús es nueva. No se parece a la de los escribas y maestros de la ley 38. Proviene de Dios y se manifiesta como autoridad de los que sufren. Nadie la puede discutir. Esta autoridad «débil» de los que sufren es la única autoridad universal por encima de cualquier poder político y religioso, el único criterio insoslayable y exigible a cualquier cultura, cualquier política o cualquier experiencia religiosa 39. Esta autoridad de los que sufren carga los gestos de bondad que hace Jesús de una fuerza crítica radical. Cura a los enfermos en sábado porque ni la ley más sagrada está por encima del sufrimiento de los desgraciados: «Dios creó el sábado por amor al hombre y no al hombre por amor al sábado» 40. Toca a los leprosos, se acerca a los impuros, acoge a los excluidos del templo, come con pecadores despreciados por todos porque, a la hora de practicar la misericordia, el malo y el indigno tienen tanto derecho como el bueno a ser acogidos con compasión. Jesús vive, además, como amigo de pecadores. Ofrece el perdón de Dios gratuitamente a quienes no lo merecen. No les exige bautizarse en el Jordán ni subir al templo a ofrecer sacrificios de expiación. Nadie puede controlar el perdón de Dios. Nadie dispone de un sistema 37 Lucas 19, 42. Marcos 1, 22 39 J. B. Metz, o. c., 111, 173 – 174. 40 Marcos 2, 27. 38 19 perdonador que esté por encima de la compasión libre y liberadora de Dios. La crítica radical de Jesús alcanza su culminación cuando es crucificado en una Jerusalén indiferente al reino de Dios y al sufrimiento de los inocentes. Es ahí donde se revela de manera definitiva su pasión por el reino de Dios y su compasión por todas las víctimas cuya aflicción asume hasta el final. Su petición de perdón al Padre para los verdugos que lo crucifican es, al mismo tiempo, un gesto de compasión y un acto último de crítica que afirma la insensatez del poder político y religioso: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» 41. Su grito a Dios pidiendo alguna explicación a tanta injusticia y abandono, y su entrega confiada al Padre quedan ahí en labios del crucificado reclamando una respuesta nueva de Dios por encima de la muerte: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¿Por qué nos has abandonado?; «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», Padre en tus manos quedan nuestras vidas 42. 5. La esperanza nueva de Jesús El místico y profeta de Dios ejerce a un tiempo la crítica y la dinamización de la esperanza. No hay verdadera crítica en nombre de Dios sin esperanza. Una sociedad sin pasión por Dios y sin compasión por las víctimas necesita ambas cosas: una crítica que genere una conciencia alternativa y de cambio, y una dinamización de la esperanza que abra caminos a la novedad de Dios. 41 42 Lucas 23, 34. Marcos 15, 34; Lucas 23, 46. 20 La esperanza muere para todos cuando las expectativas de cambio para los pobres son mínimas o no existen. Así sucede en Galilea. El imperio romano pretende que la «pax romana», instaurada por Augusto, es la paz plena y definitiva; la religión del templo pretende que la «Torá» de Moisés es inmutable y eterna. No hay lugar para un futuro que cuestione el presente y promueva un camino diferente. Mientras tanto, los últimos, es decir, los excluidos del imperio y los olvidados por el templo, están condenados a vivir sin esperanza. Puede haber alguna mejora en la «pax romana», puede cumplirse de manera más escrupulosa la «Torá», pero nada cambia para los pobres. Las cosas son como son. El presente es para siempre. Está prohibido introducir cambios radicales porque, si este presente se viene abajo, no hay nada más. No hay nada nuevo, no hay otra esperanza. En esta sociedad y en esta religión no es posible imaginar un nuevo comienzo. Es inconcebible experimentar algo realmente nuevo que no sea prolongación o continuidad de lo que existe. Nadie imagina alternativas reales, y, sobre todo, los dirigentes políticos y religiosos no están dispuestos a aceptarlas si hacen su aparición. La cultura dominante no permite novedad alguna. Nadie cree en nuevas promesas. No se sabe cómo y de dónde podría brotar una esperanza nueva para los pobres y para esa sociedad indiferente y descreída. Nadie sabe cómo se podría despertar la pasión por Dios. Entonces, sin el horizonte de novedad alguna, la vida se convierte en desesperación para los pobres y en frustración y cinismo para los demás. 21 Lo primero que hace Jesús es contradecir la conciencia dominante según la cuál no es posible la novedad. El reino de Dios está ya irrumpiendo. Un mundo cerrado a esta presencia nueva de Dios es falso. Esta sociedad construida por una política que no admite una crítica de fondo y por una religión segura de sí misma, que ni siquiera sospecha la interpelación de Dios desde los pobres, no responde a la voluntad del Padre. Es el momento de buscar «vino nuevo en odres nuevos» 43. Es posible un nuevo mundo, es posible un hombre nuevo. Las parábolas de Jesús y sus gestos de bondad no hacen sino sugerir cómo sería la vida si nos comprometiéramos a construirla tal como la quiere Dios. Jesús, además, expresa públicamente las esperanzas y anhelos de los últimos, que están hasta tal punto negados y reprimidos que ya ni parece que existen. Se niega a aceptar la interpretación cerrada de la realidad que se hace desde el poder político y religioso; se resiste a sumarse al pesimismo o la desesperanza general. Sus bienaventuranzas son una provocación a una esperanza nueva y desconcertante: «Dichosos los pobres porque de vosotros es este Dios que quiere reinar en el mundo; dichosos los que tenéis hambre porque Dios os quiere ver comiendo; dichosos los que lloráis porque Dios os quiere ver riendo» 44. Sus gritos subversivos introducen una novedad que nadie es capaz de imaginar: «los últimos serán los primeros y los primeros últimos» 45; «quienes se ensalcen serán humillados y quienes se humillen serán ensalzados» 46. Los publicanos y las prostitutas entran en el reino de Dios antes que los 43 Marcos 2, 22. Ver Lucas 6, 20 – 21. 45 El dicho de Jesús aparece con pequeñas modificaciones en Marcos 10, 31; Mateo 19,30; 20, 16; Lucas 13, 30. 46 Lucas 14, 11; 18, 14; Mateo 23, 12. 44 22 dirigentes religiosos 47. Hay que crear un mundo nuevo en el que será grande quien se ponga a servir y será primero quien se haga esclavo de todos 48. Esta realidad nueva hacia la que apunta Jesús es una verdadera revolución: el mundo al revés. Exactamente lo contrario de la «pax romana» y de la religión del templo. En el imperio los últimos son y serán siempre los últimos; en el templo entrarán siempre antes los dirigentes religiosos, no los publicanos y las prostitutas. El mensaje de Jesús sólo lo entienden y acogen los pobres que suspiran por algo nuevo, pues el presente les resulta insoportable. Lo entienden también y lo acogen quienes se identifican con ellos, se convierten al reino de Dios y entran en su dinámica tras las huellas de Jesús. Esta esperanza nueva que Jesús introduce en el mundo sólo es posible proclamarla desde un Dios que no abandona a las víctimas. Un Dios libre para seguir la llamada de su corazón, un Dios que no tiene por qué acomodarse a las ideas de quienes ostentan el poder, ni seguir las expectativas y los caminos que le marcan los dirigentes religiosos. A este Dios le hace presente Jesús cuando parecía ya olvidado por el poder o domesticado por la religión. Esta novedad que proviene de Dios es la fuente de energía que puede despertar nueva esperanza. La novedad de la salvación no viene de nosotros. Sólo es posible porque Dios es Dios, y Dios es fiel a sus promesas. La resurrección de Jesús, desautorizando al representante del imperio romano y a las autoridades del templo, constituye la intervención definitiva de Dios abriendo un nuevo y definitivo 47 48 Mateo 21, 31. Marcos 10, 43 – 44. 23 futuro para la humanidad. Esta resurrección no puede ser afirmada, explicada ni celebrada desde nosotros, sino desde una acción nueva de Dios. La única que puede poner esperanza última en nuestros corazones porque revela y pone de manifiesto el amor insondable de Dios hacia Jesús, hacia las víctimas con las que él se identifica e incluso hacia los verdugos para los que pide perdón al Padre porque «no saben lo que hacen». 6. La conversión al Jesús místico y profeta del reino de Dios No es éste el momento ni yo la persona indicada para ahondar en la interpelación que Jesús, profeta y místico del reino de Dios, significa hoy para la mística y la profecía del monacato y, menos aún, para señalar los caminos concretos por los que sería necesario impulsar la conversión del monacato actual a Jesucristo. Sólo diré en voz alta algunas de las preguntas que quedan resonando dentro de mí después de esta reflexión. * Sin duda, el monacato es uno de los espacios eclesiales donde con más pasión y sinceridad se busca hoy a Dios. Sin embargo, la pregunta es inevitable. Esta búsqueda monástica, ¿está centrada en el reino de Dios y su proyecto de un mundo más justo para todos, comenzando por los últimos, o tiende, una y otra vez, a orientarse por inercia tradicional a la unión con Dios y al propio proyecto de perfección personal y comunitaria? * Las estructuras, tradiciones y formas del monacato actual, ¿favorecen y desarrollan en las monjas y los monjes la experiencia del Dios de la compasión y la justicia o, más bien, la del Dios de la 24 religión y del orden? Esa pasión por Dios, vivida con tanta sinceridad por los monjes y monjas, ¿genera en los monasterios una compasión activa por las víctimas inocentes que sufren en el mundo de hoy, o más bien, ese rasgo profético supremo de la compasión de Dios por los pobres queda diluido y como ocultado por la forma de entender y de vivir el carisma monástico? * La mística que se cultiva en los monasterios en estos tiempos de crisis, ¿es una «mística de ojos abiertos» que mira al mundo moderno con compasión, compartiendo con más verdad que nunca el sufrimiento, la inseguridad y vulnerabilidad de los últimos, o es una «mística de ojos cerrados», vueltos hacia nosotros mismos, incapaces de trascender nuestros propios problemas, preocupaciones e incertidumbres? * La estructura actual de la vida monástica, ¿propone de hecho la apertura a la libertad de Dios, capaz de abrir espacios nuevos a su reino, o desarrolla más bien un monacato estático e inmutable donde es difícil dar por terminado lo que ya no genera vida, o imaginar nuevos comienzos a un seguimiento monástico más fiel a Jesús? ¿Qué puede significar para las actuales generaciones de monjes y monjas la llamada incesante de Jesús a buscar «vino nuevo en odres nuevos»? * ¿Dónde, cómo, desde qué actitudes y en qué clima se ha de ir preparando de manera humilde y germinal una conversión radical del monacato actual a Jesús, místico y profeta del reino de Dios? ¿Qué es prioritario promover ahora mismo con lucidez, realismo y espíritu evangélico en las comunidades, para imaginar, desear y dar 25 pasos concretos hacia un monacato más centrado en el servicio al reino de Dios? ¿Qué necesitamos? ¿Un mayor número de vocaciones para que este monacato subsista inmutable durante el mayor tiempo posible, o preparar nuestro corazón y suscitar entre nosotros vocaciones de místicos profetas que escuchen lo que el Espíritu está diciendo hoy a las comunidades monásticas? Una fuente evangélica, anterior a Mateo y Lucas, recoge unas palabras que se remontan a Jesús: «Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre» 49. No sólo hay que pedir. Además, hay que buscar y llamar a la puerta. ¿Sabemos qué pedir en estos momentos? ¿Vivimos buscando? ¿Estamos llamando a alguna puerta? José Antonio Pagola Salamanca, 31 de agosto de 2007 49 Fuente Q (Lucas 11, 9 // Mateo 7, 7 – 8) 26