LITERATURA Y VIOLENCIA EN COLOMBIA: LECTURAS Y CONTRALECTURAS1 Por: Jairo Hernán Uribe Márquez “Con Amor o con odio, pero siempre con violencia” CÉSARE PAVESE 1. DE PEROGRULLO La frase del epígrafe, escrita por el poeta italiano en su intenso recorrido hacia la negación de sí mismo, creo que ilustra muy bien los múltiples significados, posibilidades y dificultades, que conlleva el fenómeno de la ‘violencia’. La violencia (aunque no nos guste expresarlo en voz alta) se considera un principio esencial e insoslayable de la vida misma. La vida, claro está, es violencia, derroche, plétora, abundancia, exceso y desbordamiento. Inclusive, para muchos estudiosos del tema, la violencia no sólo es “el origen de la conciencia” (Zuleta) sino que es un “elemento de dinamización de las relaciones sociales” (Camacho). Quizá por esta razón cualquier asociación o relación que intentemos entre la violencia y la literatura deja siempre una sensación de perogrullada. Si aceptamos, por ejemplo, que la vida es violencia y coincidimos con la proposición de que “una de las múltiples versiones de lo real es la literatura” (De la Puente), caeremos en la más obvia de las tautologías: la literatura también es violencia. Por cierto, uno de nuestros críticos más conocidos, nos recuerda, con algo de violencia y siguiendo a Derrida, que “escribir es un acto agresivo; se viola, se mancha, se dejan vestigios” (Pineda Botero). Habrá que empezar, pues, por invocar a Perogrullo (patrón de los lugares comunes) y afirmar rotundamente que no hay literatura sin violencia y, viceversa, no hay violencia sin literatura. Establecidas rápidamente las dos perogrulladas básicas quiero leer, releer y contraleer con ustedes algunos momentos de la relación violencia- literatura en Colombia, bien para agradecer o rechazar el repaso de esos fragmentos, bien para analizar su influjo en nuestra sociedad y nuestra cultura o bien para exorcizar su persistencia. Ustedes dirán cuál de estos caminos vale la pena. 1 Conferencia leída por su autor en el auditorio del Banco de la República de Montería el día 6 de Septiembre de 2012, durante el XX Festival de Literatura de Córdoba, evento organizado por el Grupo de Arte y Cultura “El Túnel”. Por lo pronto pongo a consideración de todos ustedes una primera lectura en dos dimensiones, como texto y como música. Se trata del Canto General de Pablo Neruda, quizá la epopeya latinoamericana que mejor condensa y confronta nuestra historia de violencias individuales y colectivas. Lo que me interesa destacar en esta obra es que la violencia no sólo se expresa con magnífica poesía sino que permite entrever un camino de reivindicación y dignidad que muy pocas veces han reconocido y apreciado nuestros pueblos. No en vano Cortázar había dicho que esta obra fue “escrita para nuestra vergüenza y acaso, si alguna vez lo merecemos, para nuestra esperanza” (Cruz O.). Leamos y escuchemos, pues, dos fragmentos del tema “La united fruit co.”, en la versión de Mikis Theodorakis y en la voz de Rainer Scheerer. LA UNITED FRUIT CO. “Cuando sonó la trompeta, estuvo todo preparado en la tierra y Jehová repartió el mundo a Coca-Cola lnc., Anaconda, Ford Motors y otras entidades: La Compañía Frutera lnc. se reservó lo más jugoso, la costa central de mi tierra, la dulce cintura de América. (…) Mientras tanto, por los abismos azucarados de los puertos, caían indios sepultados en el vapor de la mañana: un cuerpo rueda, una cosa sin nombre, un número caído, un racimo de fruta muerta derramada en el pudridero”. (Pablo Neruda - Mikis Theodorakis) 2. MAYÚSCULAS Y MINÚSCULAS La infame ‘masacre’ que refiere Neruda, y que se ejecutó y se sigue ejecutando en muchos países del continente, corresponde a un período de nuestra historia fácilmente identificable: el de nuestras primeras luchas sindicales y, en particular, el de las huelgas bananeras de comienzos del siglo XX. La huelga del año 1928 duró cuatro meses, reunió a 32.000 trabajadores de la costa Caribe y fue la excusa para el vil asesinato, a manos del ejército colombiano, de más de 1.500 personas. Lo interesante es que, como señalan los expertos en el tema, se trata –apenas- de una pequeña porción de nuestras violencias, es decir, una expresión más de las diversas violencias que hemos padecido (Camacho). Y ni siquiera la más importante. Y mucho menos la que tiene relación directa con nuestra literatura. En fin, los investigadores distinguen, sumariamente, de entrada, dos tipos de violencia: violencia con v minúscula y Violencia con V mayúscula (Figueroa). La palabra violencia, con minúsculas, se refiere al estado de guerra y terror que hemos mantenido y soportado desde siempre (conquista, colonización, independencia, guerras civiles, enfrentamiento partidista, conflicto guerrillero, narcotráfico, paramilitarismo y crisis social actual, que algunos han llamado ‘permanente’). 3. UNA VORÁGINE Recordemos, solamente de paso, que el nacimiento de nuestra república tardó en consolidarse por cuenta y gracia de las 59 guerras civiles (según dice Escobar Mesa) que demolieron lo que restaba del siglo XIX. Si hemos de creerle a los historiadores, se trataba de una sociedad sumamente conservadora, pacata, mojigata e hipócrita (y hemos avanzado poco en esa dirección), pero que produjo una literatura que se congraciaba con las instituciones y valores correspondientes al canon de esos años. Por supuesto que hubo críticos y contraventores de ese estado de cosas y muchos de ellos ejercieron la literatura. Bástenos mencionar a los que, todavía hoy, se consideran los más sobresalientes: José Eustasio Rivera, León de Greiff, Tomás Carrasquilla y Luis Vidales. Cada uno de ellos encabezó, con estilo propio, una rebelión estética que cimentaría a su vez una tradición literaria diferente. De ese estado de guerra sobre el que se insiste en fundar una nación, a finales del siglo XIX, surge una obra especial, polémica y significativa: La Vorágine. Un repaso reciente a la obra de Rivera me hace pensar que, para tratarse de una obra pionera en el tema y escrita en 1924, su desconocimiento por parte de los colombianos es todavía un hecho inquietante e inaudito. Uno puede llegar a creer que la única parte que han leído nuestros paisanos (y buena parte de los críticos literarios) es aquella que encabeza la novela y que dice: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia” (Rivera). Por eso propongo otro fragmento, en el que se mencionan otros aspectos no menos importantes de esa ‘vorágine de violencia’: LA VORÁGINE –Fragmento“Reñimos a mordiscos y a machetazos, y la leche disputada se salpica de gotas enrojecidas. ¿Mas qué importa que nuestras venas aumenten la savia del vegetal? ¡El capataz exige diez litros diarios y el foete es usurero que nunca perdona! ¿Y qué mucho que mi vecino, el que trabaja en la vega próxima, muera de fiebre? Ya lo veo tendido en las hojarascas, sacudiéndose los moscones, que no lo dejan agonizar. Mañana tendré que irme de estos lugares, derrotado por al hediondez; pero le robaré la goma que haya extraído y mi trabajo será menor. Otro tanto harán conmigo cuando muera. Yo, que no he robado para mis padres, ¡robaré cuanto pueda para mis verdugos! (José Eustasio Rivera- 1924) 4. LA VIOLENCIA POLÍTICA Ahora bien, la palabra Violencia, con mayúscula, designa el lapso de violencia política conocido como ‘La Violencia’ o ‘la época de la Violencia’ y que tuvo lugar entre los años 1948 y 1968 (Celis). En todo caso se considera que la Violencia (con V mayúscula), o Violencia política (sectarista o partidista), ha sido el hecho socio-político e histórico más relevante y doloroso del siglo XX. En efecto, la Violencia con V mayúscula, marcadamente “partidista, campesina, ideologizada y atroz” (Celis), fue un período de conflicto irregular, disfrazado de guerra civil, propiciado por los dirigentes, altos miembros de la clase política, las Fuerzas Armadas, la Iglesia y la oligarquía colombiana, sectores pertenecientes a los dos partidos tradicionales: el conservador y el liberal. En esas dos décadas de violencia se produjeron, según estimativos moderados, más de doscientos mil muertos, dos millones de exiliados o desplazados, se afectaron cuatrocientas mil parcelas de tierra y hubo incontables pérdidas materiales (Escobar Mesa). Esta Violencia, a su vez, se suele dividir en tres etapas: la Violencia oficial ocurrida entre 1946 y 1953, de origen conservador y que incluye los últimos años del gobierno de Ospina Pérez, la muerte de Gaitán, el Bogotazo y el gobierno de Laureano Gómez; la Violencia militar- conservadora entre 1953 y 1958, durante el gobierno militar de Rojas Pinilla; y la violencia del frente nacional, de 1958 a 1968 (Escobar Mesa). 5. LOS ESTUDIOS ‘EN’ , ‘DE’ Y ‘SOBRE’ Aunque parezca irónico, este hecho nefasto (y todavía impune) de la violencia política en Colombia trajo grandes consecuencias para nuestra literatura, entre ellas: el nacimiento de varias tradiciones literarias, la explosión de poéticas y narrativas diversas y una enorme corriente de ensayos, estudios y estudiosos. Por eso es que en la historiografía literaria nacional se comienza a hablar de Literatura DE la violencia y literatura SOBRE la violencia, así como de unas narrativas EN la violencia, unas narrativas DE la violencia, y unas narrativas SOBRE la violencia, para distinguir tendencias, estilos, tópicos, intensidades, impactos, la gramática que las une y diferencia y sus características particulares. Cristo Figueroa afirma que estas narrativas de la segunda mitad del siglo XX constituyen un “hito fundamental de la literatura colombiana” (Figueroa). Por su parte, Augusto Escobar, estima que, con esta Violencia “se produce por primera vez una literatura con particularidades propias” (Escobar Mesa). Para probarlo Escobar aporta unos datos significativos y nos dice que entre 1949 y 1967 se publicaron “setenta novelas y centenares de cuentos”, en los que intervinieron 57 escritores. Igual de prolíficos y prolijos son los estudios que sobre la literatura de violencia, en especial sobre las narrativas de la violencia, se han escrito desde entonces 2. Muchos de estos estudios proveen lo que se denomina (también con la violencia propia del argot especializado) el ‘CORPUS’ o ‘cuerpo’ de cada período; que viene a ser lo que los lectores - más modestamente- llamamos el catálogo de obras o bibliografía. 6. EL MODELO HISTÓRICO-LITERARIO El investigador y teórico que logra reunir, en forma sistemática y analítica, la mayor parte de los estudios sobre el tema es, sin duda, el valluno Oscar Osorio. En sus textos, Osorio precisa las dos grandes tendencias del fenómeno (la histórica y la literaria) y propone los cuatro grupos o bloques que hacen posible un estudio detallado de la llamada Literatura de la Violencia (con V mayúscula) en Colombia. Les propongo enseguida que, siguiendo el modelo propuesto por Osorio, leamos y recordemos algunos textos esenciales de nuestras letras. 6.1-PRIMER GRUPO (Énfasis testimonial-histórico) / EL HECHO HISTÓRICO PRIMA SOBRE EL HECHO LITERARIO: Comprende y considera las primeras obras sobre la violencia. En ellas se impone el hecho histórico y por tanto su estilo es claramente testimonial. Novelas de este período son: Viento seco de Daniel Caicedo, Quién dijo miedo de Jaime Sanín Echeverry, Horizontes cerrados de Fernán Muñoz J., Viernes 9 de Ignacio Gómez Dávila, El Monstruo de Carlos H. pareja y El 9 de Abril de Pedro Gómez Correa. VIENTO SECO –Fragmento- 2 Se citan con frecuencia, tanto cronológica como temáticamente, los estudios realizados por Gerardo Suárez R, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Laura Restrepo, Lucila Inés mena, Manuel Antonio Arango, Augusto Escobar, Pablo González R., Bogdan Piotrowski , Jaime Alejandro Rodríguez, Oscar Osorio, Raymond Williams, Seymour Menton, María Mercedes Jaramillo, Cristo Rafael Figueroa, Carmiña Navia y otros autores menos conocidos y destacados. “De la masa se desprendió una mujer delgada y fina, vestida de negro, joven, de pelo castaño claro y ojos de sombra y agua. Con una voz clara y dulce atrajo la atención de los nuevos visitantes: ¿Van a entrar? ¿Piensan quedarse? ¿Son emigrados? -Sí, señorita, venimos de Ceylán y pensamos quedarnos, pero no encontramos acomodo. -¿De Ceylán? Son los primeros que llegan. ¿Cuándo los atracaron? -Anoche. Hará apenas veinticuatro horas. -Vengan. Ya haremos espacio. Y si no, nos turnamos para dormir…¿Han dormido? -No. No hemos pegado los ojos. -¡Pobres! Ni habrán comido. ¿Les mataron a alguien? -A todos los nuestros-dijo Pedro, pro primera vez consciente de su orfandad-. A nuestros papás, a los peones, a la hija de don Antonio, a todos los habitantes del pueblo…Creo que nos hemos salvado muy pocos de los mil vecinos de Ceylán. ¡Miento! Se salvaron, además, los godos y el cura”. (Daniel Caicedo – 1954) 6.2-SEGUNDO GRUPO (Interés sociológico) / HAY UN DISTANCIAMIENTO DEL HECHO HISTÓRICO Lo constituyen aquellas obras que intentan superar la inmediatez y precariedad estética del testimonio y buscan una dimensión literaria. Los ejemplos incluyen: La calle 10 de Manuel Zapata Olivella, El día del odio de José Antonio Lizarazo, Marea de ratas de Arturo Echeverry Mejía, El Cristo de espaldas y Siervo sin tierra de Eduardo Caballero Calderón. UN ACORDEÓN TRAS LA REJA “las mujeres azuzan a los hombres: -El pueblo no puede quedarse sin su músico. Los policías armados. Los grupos de campesinos en todas las esquinas cuando antes la presencia de los fusiles los disolvía. Las miradas rabiosas. Uno de los gendarmes despertó al cabo. -Ha vuelto a tocar. La música se mete en las cocinas y saca de ellas a las mujeres con estacas de leña. Bajo la estera y al almohada redescubren escopetas y machetes. El maestro no abre la escuela y los niños en la plaza comienzan a arrojar piedras contra las puertas de la cárcel: El cabo se despierta con la música. -Yo voy a enseñarle a tocar acordeón. En la calle, camino de la casa de calicanto, le sale al encuentro el hijo del difunto alcalde. Fue el primer tiro de la mañana. De la mañana que se despertó cantando. (Manuel Zapata Olivella) 6.3-TERCER GRUPO (el aporte literario) / EL HECHO LITERARIO SE IMPONE SOBRE EL HECHO HISTÓRICO: Está formado por obras que dan prioridad al hecho literario sobre el hecho histórico. Son novelas características de esta fase: La Hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora de Gabriel García Márquez, El día señalado de Manuel Mejía Vallejo y Mi capitán Fabián Sicachá de Flor Romero de Nhora. MI CAPITÁN FABIÁN SICACHÁ -Fragmento“-Perdone, señor, no fue mi intención…., esta gente de acá es muy apurada. -Señorita, no se preocupe. ¿Usted tiene también algún pariente ahí? -Sí…, casi. Pero dígame, ¿usted es de aquí? -Vengo de lejos a ver un hermano. Lo tienen encerrado hace tres años y todavía no le han dictado sentencia. -¡Ajá! ¿Y usted no le puede ayudar? -Escasamente vengo cada mes y eso con trabajo, porque vivo lejos y el bus me cuesta mucho. La fila avanzaba paso a paso. El hombre del pantalón de dril y Cleo cargaban y soltaban una y otra vez los paquetes en el suelo. (…) -¿Y por qué lo trajeron? – se aventuró Cleo. -Mató a su mujer. -¿Así de terribles son ustedes?”. (Flor Romero de Nohra -1968) 6.4-CUARTO GRUPO (el equilibrio) / HAY UN EQUILIBRIO ENTRE LO LIETARARIO Y LO HISTÓRICO: Incluye aquellas obras que intentan un equilibrio entre el hecho literario y el hecho histórico. Se destacan aquí novelas como: Cóndores no entierran todos los días y El último gamonal de Gustavo Álvarez Gardeazabal, Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón de Albalucía Ángel, Noche de Pájaros de Arturo Álape y Una y muchas guerras de Alonso Aristizabal. CÓNDORES NO ENTIERRAN TODOS LOS DÍAS –Fragmento- “En todas las cuadras de Tuluá, menos en la del colegio y en la de León maría Lozano, tuvo que entregar la bendición a un cadáver. Todos tenían la herida de bala en la nuca y estaban bien muertos. No cargaban papeles de identificación y a la hora del traslado al anfiteatro nadie los reconocía. (…) Los habían puesto unos encima de los otros, desnudos, boca arriba los de la derecha, boca abajo los de la izquierda. Para el que terminaba el montón había una sábana, para los otros el abrigo de la s moscas. (…) Por las ventanas de anjeo las caras curiosa vieron descargar cadáveres, pero nadie entraba porque en Tuluá nadie había perdido nada”. (Gustavo Álvarez Gardeazábal) - 1972 Como puede apreciarse en los fragmentos elegidos y leídos esta tarde, las investigaciones mencionadas señalan el carácter evolutivo y progresivo de estas narrativas, que parten de escritos muy simples (de escaso valor literario), atraviesan contextos e intereses cada vez más complejos y novedosos y producen, finalmente, obras de compleja estructura y alta calidad literaria. Una discusión de fondo, asociada a esta clasificación canónica, la propuso ‘Gabo’ en los años 60 cuando afirmó que hasta ese momento (mitad del siglo XX) en Colombia no había existido una tradición literaria nacional y que solamente allí, en ese momento histórico, había nacido la verdadera literatura colombiana, pues la historia previa se reducía a “cuatro aciertos individuales, a través de una maraña de falsos prestigios” (Gabo citado por Osorio). EL GRAN BURUNDÚN-BURUNDÁ HA MUERTO –Fragmento“A los que tienen el escrúpulo de su integridad, se les repetía: “En bocas cerradas no entran moscas”. A los cobardes ya los tímidos, se les repetía: “El silencio es oro”. (…) A los cavilosos se les repetía: “La mejor palabra es la que está por decir”. A los confiados se les repetía: “palabra de boca, piedra de honda”. A los testarudos se les repetía: “A dos palabras, tres porradas”.(…) A los que sólo anhelan seguridad, se les repetía: “palabras y plumas, el viento las tumba”. A los que querían amor, se les repetía: “palabras de santo, uñas de gato”. Así, infatigablemente, la palabra se combatía a sí misma”. (Jorge Zalamea -1952) A propósito, Oscar Osorio, en un estudio revelador y reivindicador (Osorio, 2005), no sólo sostiene que Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón fue la gran novela de la Violencia en Colombia sino que su autora, Albalucía Ángel, es una de las escritoras más brillantes de nuestra literatura. Osorio destaca que la novela tiene un tratamiento literario superior, involucra a todos los actores del conflicto, presenta múltiples versiones de los hechos, realiza un profundo diálogo entre lo individual y lo social y tiene una elaborada estructura que sabe equilibrar, con grandes logros narrativos, el hecho histórico y el hecho literario. EN LA QUEBRADA Yo estaba allí parada en el mojón tratando de juagar unos chiritos que había lavado en la mañana cuando sentí su sombra porque a ese diablo ni el ruido se le nota fue apenas el reflejo que percaté dentro del agua y entonces me voltié y se apareció de cuerpo entero Cristo bendito Jesús Credo mi Dios misericordia grité asustada poniéndome a temblar como una hoja pero él me hizo las señas de que calle la boca que yo no le hago nada y me pasó raspando se lo juro me volteó a ver de refilón y yo le vi muy claro esas cosas de aquí lo que se ponen lleno de balas cruzadas en el pecho con un sombrero alón vestido de blanco muy sangreyuca como cuando se tiene paludismo con los ojos chirriquiticos hundidos halconudos yo tiesa como un palo con las quijadas carraqueando el corazón saliendo por la boca las pantorrillas gelatina avemaríapurísima nunca en mi vida había sentido tanto susto. (Albalucía Ángel) Otro debate, similar al propuesto por Gabo, corrió (y sigue corriendo) por cuenta de los mismos teóricos y especialistas citados. Para ellos, y con diferencias en lapsos y en obras, NO son o NO constituyen ejemplos de literatura de la Violencia (con mayúscula) obras como: Sabor a mí (Silvia Galvis), Mambrú (R.H. Moreno Durán), Cien años de Soledad (Gabriel García Márquez ), La Casa Grande (Álvaro Cepeda Samudio), El Gran Burundún –Burundá ha muerto (Jorge Zalamea), Las memorias del odio (Rogerio Velásquez M.), Respirando el verano y Celia se pudre (Héctor Rojas Herazo) y muchas más que refieren violencias anteriores o posteriores o diversas a la violencia que generó una supuesta tradición literaria. ALLÁ EN EL GOLFO -Fragmento- “Por mi parte sentí que la borrachera se me esfumaba y una repugnancia invencible me dominaba. A Chavez no parecía sucederle lo mismo. Estaba congestionado, vociferante, irreconocible. Se sentó en una silla, frente a la mesa repleta de bebidas, vertió todo el contenido de una de las botellas, bebió de una vez lo suyo y en súbito impulso que me dejó pasmado sacó el revólver que portaba en el bolsillo trasero y, sin más preámbulos, ordenó a las mujeres que se desnudasen. Todavía recuerdo la abyecta sumisión de aquellas negras. El montoncito ruin que formaban todos sus harapos mezclados sobre el piso recién pulido; el acobardado grupo que hacían sus tres formas simiescas, sudorosas, pesadas y temblantes, tratando de de recatarse unas en otras, con ese dramático pudor de la fealdad que es el más impresionante de todos. Y aquella cara de mi amigo, dura y cruel, cuya barba de ocho días brillaba como de metal bajo la.luz viva.” (Adel López Gómez) 7. LAS GENERACIONES PERDIDAS Los críticos coinciden en manifestar que, entre las décadas de 1960 y 1970, se perfila y consolida una transición literaria que conecta la época de la Violencia (con mayúscula) con el ‘boom’ de las letras hispanoamericanas y la literatura de fin de siglo en Colombia. Esta nueva literatura sirve de transición a movimientos y momentos antagónicos: los que asumieron el compromiso político (en los años 60) y los que sufrieron su traición y decepción (a partir de los años 80). Se trata de la llamada, en ocasiones, literatura urbana o literatura citadina, literatura cosmopolita o literatura de la modernidad. Estas designaciones, por supuesto, han sido cuestionadas no sólo por su aparición tardía en los escenarios de nuestra cultura (como si la palabra ‘ciudad’ no se conociera en estos lares) sino porque crean la falsa impresión de que sólo en las ultimas décadas del siglo XX se vuelven material literario unas ‘metrópolis’ que ya lo eran y se habían afianzado como tales desde los años 20. Hablamos entonces de un nuevo período en nuestras literaturas, también imbricado de múltiples violencias, en el que intervienen escritores de amplio reconocimiento, escritores en proceso de maduración de sus obras y nuevos escritores con nuevas y polémicas propuestas. La ‘Generación desencantada’, nombre acuñado por el crítico Alvarado T. y que ubica obras publicadas entre los años 1970 y 1984, es responsable de uno de los mejores momentos de nuestras letras, tanto por su calidad como por su irreverencia y desafío a los cánones políticos y sociales del país. A esta generación pertenecieron o pertenecen Poetas como Giovanni Quessep, Harold Alvarado Tenorio, Alvaro Mutis, Juan Gustavo Cobo Borda, Fernando Arbelaez, Elkin Restrepo, Juan Manuel Roca, Mario Rivero, Raúl Gómez Jattin y María Mercedes Carranza, entre otras y otros. LA PATRIA “A menudo silban balas o es tal vez el viento que silba a través del techo desfondado. En esta casa los vivos duermen con los muertos, imitan sus costumbres, repiten sus gestos y cuando cantan, cantan sus fracasos. Todo es ruina en esta casa, están en ruina el abrazo y la música, el destino, cada mañana, la risa, son ruina las lágrimas, el silencio, los sueños. Las ventanas muestran paisajes destruidos, carne y ceniza se confunden en las caras, en las bocas las palabras se revuelven con miedo. En esta casa todos estamos enterrados vivos”. (María Mercedes Carranza) Estos escritores ‘desencantados’ -hijos y parientes del boom- entregaron también novelas significativas en las que se reconocen violencias no solamente vinculadas a factores políticos. Algunas de las más difundidas fueron: Breve historia de todas las cosas de Marco Tulio Aguilera G. (1975), Que viva la música de Andrés Caicedo (1977), El álbum secreto del Sagrado Corazón de Rodrigo Parra Sandoval (1979), Todo o nada de Oscar Collazos (1982), la trilogía Fémina suite de Rafael Humberto Moreno-Durán (1977-1983), El patio de los vientos perdidos de Roberto Burgos Cantor (1984), Sin remedio de Antonio Caballero (1984), Acelere de Alberto Esquivel (1985), Una y muchas guerras de Alonso Aristizábal (1985), Las puertas del infierno de José Luis Díaz Granados (1985), Tierra de leones de Eduardo García Aguilar (1986), Irene de Jorge Eliecer Pardo (1986), A la hora del té salen los fantasmas de Néstor Gustavo Díaz (1987), En diciembre llegaban las brisas de Marvel Moreno (1987) , Deborah Kruel de Ramón Illán Bacca (1990) y Las horas secretas (1990) de Ana María Jaramillo, entre muchísimos más libros. EL ATRAVESADO –Fragmento“Mi mamá me estaba contando una historia de cuando era chicoria, allí fue que los oí. Al principio creo que nadie les prestó atención, pero después cómo hacía uno si sonaban mínimo cada 10 minutos, unos lejos, otros cerca, y depende de la distancia uno podía oír los gritos. Por ejemplo estoy seguro que al Monito Grajales lo mataron en al esquina de casa, reconocí su voz, la discusión, después el quejido y el disparo y el silencio. Mi mamá me dijo que me cuidara pero que saliera a ver qué era lo que estaba pasando en las calles. Me lavé los dientes, bajé, y en la puerta me encontré nada menos que con Edgar, pálido como un habitante de la tumba, que me miró y me dijo pelado, no encuentro a Rebeca ni a nadie de la “Tropa Brava”. Había corrido desde Tropicana”. (Andrés Caicedo Estela) -1978 Otros autores de este mismo período privilegiaron el ‘cuento’ como género y como materia y estructura narrativa. Así tenemos obras como: La Noche de la Trapa de Germán Espinosa (1965), Cada Viga en su Ojo de Héctor Sánchez (1967), La M de las moscas de Helena Araújo (1970), Cosas de hombres de Jairo Mercado (1971), El festín de Policarpo Varón (1973), El último escalón de Nicolás Suescún (1974), Los sonidos del fuego de Luis Fayad (1974), ¿Por qué me llevas al hospital en canoa, papá? de David Sánchez Juliao (1975), Bahía Sonora de Fanny Buitrago (1975), El atravesado de Andrés Caicedo (1975), Las alabanzas y los acechos de Fernando Cruz Kronfly (1976), ¡Oh Gloria inmarcesible! de Albalucía Ángel (1979), Oscuras cronologías de José Luis Garcés G. (1980), Primer cuentario de Adalberto Agudelo D. (1981), Señales del desahucio de Oscar Jurado (1982) y La ternura que tengo para vos de Darío Ruiz Gómez (1982), entre muchos otros. CONVOCATORIA –Fragmento“A todas las convoco, a todas. Las que nos atacan a mansalva, las que se meten en nuestra cama y nos violan en la mitad del sueño, las desencadenadoras de desastres, las que encubren y las que desenmascaran, A todas las convoco, a todas las palabras, porque la poesía es libertina. (Oscar Jurado) 8. VANGUARDIAS DE FIN DE SIGLO En los bordes afilados del siglo XX y del XXI, hacen su aparición expresiones que anuncian el fin de la modernidad y el comienzo de otra era denominada vagamente como la ‘posmodernidad’. Escepticismo, desencanto, desarraigo y desilusión, son las sensaciones más frecuentes que produce esa palabra. Al influjo de la ‘posmodernidad’ se han establecido plenamente los tiempos del caos, de la deshumanización, del imperio de las tecnologías, de la masificación, de la alienación comercial y del mercado. Las dinámicas sociales son ahora las de la exclusión, la desesperanza y la criminalidad. Se producen nuevos ‘exilios’ y ‘desplazamientos’ promovidos en, por y a través de ‘la cambiante y monstruosa ciudad’ (Pineda Botero). Por ende, las estéticas se hacen más extremas y asumen la fealdad y lo grotesco como atributos que, por cierto, agregan nuevos matices a la ‘violencia’ de los argumentos. Rafael Chaparro, Nahum Montt, Adalberto Agudelo D., Eduardo García Aguilar, Philip Potdevin, Hugo Chaparro V., Pedro Badrán, Santiago Gamboa, Jorge Franco, Efraím Medina, Fernando Vallejo, Juan Gabriel Vásquez, Julio César Londoño, Enrique Serrano, Evelio Rosero, Octavio Escobar, Jaime Alejandro Rodriguez, Antonio Ungar, Laura Restrepo y Mario Mendoza, entre muchos más, conforman la ‘generación mutante’ (nombre que acuñó el crítico caldense Orlando Mejía R.) que reúne episodios y protagonistas más recientes de nuestra literatura, asociados tanto al fenómeno del narcotráfico como a las persistencias y novedades de la violencia. En estas narrativas el cine, la televisión, y la música aparecen como referentes comunes que no solamente reemplazan a los referentes clásicos sino que constituyen marcas de estilo. En esta dirección el crítico Mario Armando Valencia concluye que: “la nueva novela propone, conscientemente, y asume la narración como filmación verbal del mundo” (Valencia C.). Queda por examinar si estas narrativas vertiginosas (construidas como artefactos premeditados de profanación y transgresión) son una mordaz ironía de las exigencias que para nuestras identidades actuales impone el multiculturalismo y la globalización o son apenas un vehículo de sumisión a sus dictados. Sin olvidar que, como repite Medina: “en un país pacato y miserable como Colombia ser irreverente es la cosa más sencilla del mundo” (Araújo F.). ÉRASE UNA VEZ EL AMOR PERO TUVE QUE MATARLO –Fragmentos“Lo bueno es que escribir no sirve para nada de lo que uno quiere. Escribir es un límite, un dolor, un defecto más. (…) Cualquiera que chille puede ser llamado artista. He conocido gente por ahí sin oficio alguno y sin embargo llena de una vitalidad extraordinaria. Para mí son artistas. (…) Es lo que me emputa de la literatura literaria, en ésta los personajes son rígidos y deambulan por la trama como tarritos de conservas por los rieles de una fábrica: si se portan bien lo hacen de una forma cuadrada. Si son malos actúan perfectamente mal. Si son buenos y malos – a un tiempo- tienen una forma inequívoca de serlo. (…) Para evitar que entierren la novela hay que sacarla de ese pomposo ataúd llamado literatura”. (Efraím Medina) 9. DE LA NOVELA NEGRA A LA SICARESCA Algunos de los autores mencionados atrás, como Mendoza y Gamboa, transitan por un género antiguo: el de la novela negra, remozada en propósitos y lenguajes. Vallejo y Franco comprueban y llevan al extremo los rasgos y estilos del realismo sucio norteamericano. Ambas propuestas convierten al ‘sicario’ y al ‘sicariato’ en los temas de moda y anuncian lo que se ha considerado como la ‘sicaresca’ o la ‘literatura del sicariato’, narrativa que para estudiosas, como Margarita Jácome, constituye un ‘género eminentemente colombiano’ (Jácome). Oscar Osorio, por su parte, estima que en las últimas décadas la novelística sobre el sicariato “cuenta con una bibliografía cercana a las cuatro decenas”. No obstante considera excesivo darle crédito a las afirmaciones de origen que hacen los antioqueños, sabiendo que el tema y sus secuelas se han tratado desde mucho antes en otras ciudades del país (Osorio). Las obras pioneras de este sub-género fueron dos novelas, El sicario de Mario Bahamón Dussán (1988) y El pelaito que no duró nada de Víctor Gaviria (1991), así como un libro que navega entre la crónica y el testimonio: No nacimos pa´semilla de Alonso Salazar (1990). Sólo que estas dos últimas creaciones apelaban a una perspectiva de tipo sociocultural que no daría los dividendos espectaculares que dan hoy los melodramas de capos. SICARIO -Fragmento“Colombia, la república latinoamericana situada en la mitad del continente; patria de Córdova, de Rivera y de Barba Jacob; la del café, las esmeraldas, las orquídeas y desgraciadamente de la marihuana y de la coca, vivió en el séptimo año de la década de los ochenta de la presente centuria el más grande flagelo que un país sufriera jamás: la existencia de un temible personaje, al que comúnmente llamaron sicario (…) Era el producto lógico de una sociedad descompuesta, y la odiaba como el hijo deforme odia al padre de quien provienen sus taras. Olor fétido del pantano que se pudre. Eso era. Esta novela trata de la vida de ese terrible exponente de la especie humana”. (Mario Bahamón) Luego vendrían novelas como La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo (1994), Morir con papá de Óscar Collazos (1997), Rosario tijeras de Jorge Franco (1999) y Sangre ajena de Arturo Alape (2000). LA VIRGEN DE LOS SICARIOS -Fragmento“¿Qué le pedirá Alexis a la Virgen? Dicen los sociólogos que los sicarios le piden a María Auxiliadora que no les vaya a fallar, que les afine la puntería cuando disparen y que les salga bien el negocio […]. Por eso, Alexis luce tres escapularios, que son los que llevan los sicarios: uno en el cuello, otro en el antebrazo, otro en el tobillo y son: para que les den el negocio, para que no les falle la puntería y para que les paguen.” “Bueno parcero, aquí nos separamos, hasta aquí me acompaña usted. Muchas gracias por su compañía... Y que te vaya bien, que te pise un carro o que te estripe un tren”. (Fernando Vallejo) ROSARIO TIJERAS -Fragmento“Yo estaba tan absorto en lo que veía que pensé que la música que sonaba venía de afuera, pero cuando ella abrió su bolso y les entregó los CD’s me di cuenta de que la música salía de la misma tumba, una estridencia horrible que venía de un equipo protegido por unas rejas y camuflado entre flores. Rosario intercambió unas palabras con ellos, después se alejaron un poco, lo suficiente como para darle la privacidad necesaria para rezar. Yo también me acerqué, no me arrodillé pero pude leer lo que decía en la lápida:”Aquí yace un bacán”, y al lado del epitafio una foto de Johnefe, más bien borrosa y amarillenta. Me acerqué más a pesar del volumen del equipo. -Es su última foto-me dijo Rosario. -Parece muerto- dije. -Estaba muerto – me dijo mientras le bajaba un poco el volumen al aparato-. Fue cuando lo sacamos a pasear”. (Jorge Franco) Entre los textos de narrativa testimonial asociada a este tema destacamos: Siguiendo el corte (1989) y Trochas y fusiles (1994) de Alfredo Molano y Rostros del secuestro (1994) de Sandra Afanador. Desde los años ochenta, por cierto, se escriben biografías, crónicas y relatos documentales por parte de periodistas o profesionales prestigiosos. Recordemos títulos como Noches de humo (1989) de Olga Behar y La bruja: coca, política y demonio (1994) de Germán Castro Caicedo. A despecho de esta especie de ‘nueva literatura testimonial’, prosperan y pululan cientos de obras (de dudoso origen, intención y calidad), escritas por los mismos protagonistas de la violencia o por periodistas que sirven de amanuenses calificados. Discúlpenme, por favor, si omito sus títulos, pero creo que no se pueden considerar una literatura como tal sino, acaso, una serie de cachivaches propios de la barbarie o que se elaboran y esparcen a sus expensas. 10.GRAMÁTICAS DE LA VIOLENCIA Hablamos atrás de la distinción clásica, con fines analíticos, entre violencia con v minúscula y violencia con V mayúscula. Se comprenderá que no es la única diferenciación académica, pues, como se sabe todas las clasificaciones y estudios que se han realizado apuntan a la existencia de una ‘gramática de la violencia’, ‘gramática’ entendida como “una forma de nombrar la violencia, de tratarla, mencionarla, denominarla, etiquetarla y caracterizarla” (De La Puente). Escobar Mesa, por ejemplo, al referirse a la ‘Literatura DE la violencia’ (es decir aquella donde predomina el testimonio) retoma una estrategia de Barthes y recurre a la gramática presente en los títulos de las obras para dar cuenta del carácter precario de estas primeras narrativas (Escobar). El título, por sí mismo, anuncia la violencia: Ciudad enloquecida (1951), Sangre (1953), Las memorias del odio (1953) Los cuervos tienen hambre (1954), Tierra sin Dios (1954), Raza de Caín (1954), Los días de terror (1955), La sombra del sayón (1964), Sangre campesina (1965), etc. Si aplicamos este sistema al modelo que desarrollamos atrás, seguramente hallaremos muchas aperturas de sentido pero también múltiples restricciones. Así que mantengámoslo, pero con reservas. Otra interesante reflexión semántica tiene que ver con los nombres y apodos que fueron adquiriendo los protagonistas de la violencia a través de los años. Se ha comprobado que a partir del análisis de esos nombres es posible comprender mejor el rol que jugaron los protagonistas. Así, por ejemplo, en la Violencia política del siglo XX, las organizaciones enfrentadas, como comprobación de su origen partidista, detentaban nombres de organizaciones militares (autodefensas, guerrillas, ejércitos, etc.) y sus jefes llevaban motes de combatientes (comandantes, capitanes o soldados). Mientras que para el gobierno eran simplemente “chusmas, bandas o cuadrillas dedicadas al crimen y al pillaje económico” (Camacho). Otras diferencias, que van más allá de los lenguajes usados, se perciben, por ejemplo entre la semántica que permite diferenciar a los asesinos de ayer (pájaros) y a los de Hoy (sicarios). Veamos los rasgos que los caracterizan, acercan y distancian. PÁJAROS Y SICARIOS “El pájaro nace en el occidente de Caldas y es perfeccionado en el Valle. Integra una cofradía, una mafia de desconcertante eficacia letal. Primero opera solo en forma individual, con rapidez increíble, sin dejar huellas. Su grupo cuenta con automotores y "flotas" de carros comprometidos en la depredación, con choferes cómplices en el crimen, particioneros del despojo”. “El sicario es un pistolero al servicio del mejor postor: sin lealtades ni adhesiones a grupos organizados, indiferente respecto a sus víctimas, su actividad se materializa en un contrato por el cual ejecuta la muerte a cambio de una remuneración. (…) Tres actores centrales se conjugan en la actividad: el contratante, individuo o grupo organizado; el empresario organizador del "trabajo", y el ejecutante, último eslabón de esta cadena de muerte.” (Alvaro Camacho Guizado / El ayer y el hoy de la Violencia en Colombia: continuidades y discontinuidades) Cristo R. Figueroa, por su parte, expresa que ante el impacto tan fuerte de la violencia se produce una “contaminación de lenguajes, voces y discursos” (Figueroa). Por lo tanto se va extendiendo una ‘semántica’ particular (casi un dialecto, una jerga) que vuelve recurrentes (y de uso colectivo) expresiones como: “narcoguerrillas, campamentario (rutina guerrillera en un campamento), acciones humanitarias, guerrillas urbanas, armas de acompañamiento (ametralladoras), columnas militares, zona de distensión, derecho a no ser desplazado, mesas de diálogo, guerra de guerrillas, pesca milagrosa, campos de refugiados, operativo militar, paramilitar o guerrillero, zona roja, zona de despeje, tregua, capo, mula, uso privativo, crímenes de lesa humanidad, sicariato, etc” (Figueroa). Otra gramática, asociada a la literatura del ‘sicariato’ y de extensa difusión a través de los medios masivos de comunicación (especialmente el Cine y la televisión) es la inclusión en el habla cotidiana del llamado ‘parlache’, una violencia verbal que sacude y atenta contra la comunicación social. El ‘parlache’ se define como “un lenguaje metafórico sin estética pero con un profundo sentimiento de dolor y de tristeza” (González Rodas). Es un tipo de argot que, en palabras de Ángela Rengifo, hace evidente la ruptura de las estructuras sociales y el problema de la incomunicación entre éstas (Rengifo). Para estudiosas como Margarita Jácome el ‘parlache’ crea una ilusión de oralidad que no tiene una función social específica ni pretende dar voz a los marginados, por lo que se convierte en un ‘espectáculo’ más y entra en juego (y se confunde o mezcla) con ‘la sociedad de consumo, el nuevo periodismo y las narraciones light” (Jácome) EJEMPLOS DE PARLACHE A LO BIEN: según las reglas. BANDOLA: banda, grupo que se asocia para actividades delincuenciales. CARRO: preso al que pagan por matar o cobrar cuentas en la carcel. CUCHA- CUCHO: madre, padre. CHIMBA: bonita, algo que gusta. CHULO: muerto. ENCALETAR: esconder, guardar. FIERRO:, arma de fuego. FINCA: cárcel. GAGA: metralleta. LIGA: propina. LORA: navaja. MUÑECO: muerto. PARCERO O PARCE –PANA: amigo. PIYAMA DE MADERA: ataúd. SISAS: afirmación. TAMAL: gramo de perico. TOLA: pistola. TRAQUETO: sicario, matón. 11. CALDENSES Y CORDOBESES Antes de abordar este capítulo, debo advertir –muy respetuosamente- que los caldenses NO somos ‘paisas’. Los ‘paisas’ son las personas naturales de Antioquia. Yo soy caldense, manizaleño para más señas. Es cierto que algunos de mis ancestros eran oriundos de Medellín, pero mis demás parientes provenían del Cauca, Huila y Risaralda. También es cierto que la colonización antioqueña dejó su impronta cultural en Caldas. Pero no es menos cierto que ese rastro se fue haciendo más mestizo y complejo con el paso de los años y que a 163 años de fundada, nuestra región tiene suficiente identidad y mayoría de edad para seguir siendo confundida con y por los mismos ‘paisas’. Hecha esta aclaración y tratando de superar los prejuicios, estereotipos e ignorancias que todavía nos mantienen alejados unos de otros, propongo examinar algunos autores y rasgos de la literatura caldense y de la literatura cordobesa a la luz de este monstruo proteico de la violencia. Comencemos con la narrativa. Como resultado de cierto modernismo tardío que se vivió en Manizales en las primeras décadas del siglo XX, irrumpió en la escena literaria caldense una generación particular, conocida peyorativamente como los ‘Grecolatinos’ o ‘Grecoquimbayas’, y formada por intelectuales que hicieron de la literatura un medio para alcanzar y asegurar sus ambiciones políticas. El último exponente de dicho grupo (aunque de filiación liberal) fue Bernardo Arias Trujillo, autor de Risaralda (1935), novela criollista que expone la violencia colonizadora, ejercida esta vez por los propios manizaleños blancos en contra de las poblaciones negras de los valles del sur. Esta es la semblanza que Arias hace de los invadidos: RISARALDA -Fragmento“Los sopingos eran gente rascapulgas y quisquillosas, de una erudita barbarie. Malgeniados, la riña era su diversión y un hombre hacíase despreciable si alguna vez había sido derrotado o no había cometido siquiera un homicidio” (Arias Trujillo). No obstante lo dicho, y pese a tomar partido por el invasor, el escritor se permite reproducir esta queja profana: “Era que llegaban los eternos enemigos, a los dominios conquistados por el negro con bravura y con sudores. Era que arribaba la langosta blanca, era la raza maldita y perseguidora. Era todo lo que destruye, transfigura, daña, pudre, exprime, desordena y envilece” (Bernardo Arias Trujillo). Enseguida quiero dejar memoria de dos escritores opuestos que, a pesar de sus diferencias de fondo y de forma, propusieron obras singulares donde la violencia también ejerció su imperio. El primero es Iván Cocherín, seudónimo de Jesús González Barahona, prolífico y talentoso novelista que denunció, de forma explicita y valerosa, los dramas y procesos sociales de su tiempo. De su obra, desconocida, negada y menospreciada por años, quiero compartirles el siguiente trozo, tomado de su novela Túnel ( ), profética admonición que hoy, en manos de las multinacionales mineras, está a punto de acabar con su pueblo, con sus riquezas y con su historia. TÚNEL -Fragmento“A su padre se lo había tragado la roca millonaria. La roca llena de oro. El oro que sabe reír como una calavera macabra. El oro que nunca es de los mineros. El oro que no sabe hacerse en brazaletes para las hijas de los proletarios. Oro para las leontinas de los hacendados. Oro para el mango de los bastones de señores satisfechos. Oro para sonsacar la virtud de las obreras. Oro para pagar el trabajo de exóticas y dislocadas espías bailarinas. Oro para comprar patrias. Oro para hacer guerras fratricidas. Oro para pagar la complicidad de los grandes asesinos nocturnos. Oro para matar la conciencia revolucionaria de los obreros que no tienen un sentido de clase definido. A su padre lo había triturado la muerte con sus mandíbulas de oro. La muerte de los socavones hórridos” (Iván Cocherín) El otro autor que les propongo es Adel López Gómez, escritor ‘cuyabro’, es decir nacido en Armenia, pero quien vivió, escribió y murió en Manizales. No obstante haber sido el pionero de una cuentística regional que se difundió en el mundo entero, su nombre es escamoteado –muy frecuentemente- de los listados canónicos (hechos en las grandes capitales) y su obra vive también un anonimato injustificado. CHUNGA –Fragmento“Fue entonces, hacia las nueve de la mañana cuando pasó la gran hembra. Una a quien él no conocía ni había visto nunca. Tal vez de la cejita. Tal vez de Hoyofrío. Alta jarifa, tongoneante, de altivo pisar, un poco entrada en carnes y un mucho en pectorales esplendores. Chunga detuvo en el aire la puntada inminente, se trepó los anteojos sobre la frente, suspiró y dijo a la hermosa cuando ésta terminaba de pasar: -¡Adiós, linda! ¡Eso es pisar, carajo! Lo demás es dañar la acera. La mujer se detuvo un instante. Miró desdeñosamente al talabartero y dijo con olímpico desdén: -Pero ve este viejo baboso… Chunga se desentendió espectacularmente de la mujer, se levantó vivamente del taburete de vaqueta, tiró la obra al interior del taller, levantó la cabeza, se golpeó la frente con la diestra abierta y declamó dramáticamente: -¡Ah vejez jijueputa! (Adel López Gómez) En lo relativo a la poesía se dice -con cierta maledicencia, habitual en la antropofagia literaria colombiana- que los poetas en Caldas son ‘silvestres’, aludiendo con ello a su cantidad y calidad. Yo tengo que dejar constancia de que siempre hemos tenido poetas muy buenos y que sus obras valen por sí mismas y no requieren confirmaciones o validaciones de ninguna índole. Sin embargo, quisiera leer unos breves fragmentos de autores y obras de mi generación que pueden ofrecer un panorama de cómo se poetizan, en sus obras, algunas de nuestras violencias: COMBATIENTES DEL SIPIRRÁ - Épicas de guarapería --Fragmento“¡Oh, bebedores vergonzantes! ¡Oh, jubilosos lémures! “Hoy es ayer todavía, mañana será otro día”, consigna del desastre para quien vive el día como si fuese el último, pero también como si fuese el primero. Despreciables, despreciados, con la manta al hombro, que es su casa y su cama y su mortaja. Dormitan en los pasillos, los pastizales y las zanjas del camino, lugares donde habitan, solidarias, la caridad y la lástima. Aquí vienen los héroes de las batallas del Sipirrá, allá van las víctimas de estas guerras. (…) Eméritos solitarios, jubilosos jubilados en todas las derrotas, ¡marchad! Nunca adelante, siempre atrás, así el ciempiés no tenga reversa”. (Arcesio Zapata Vinasco) ATAÚD TALLADO A MANO 7 En ese instante justo de silencio infinito —obstinada insistencia del calor en lo triste—, después de los discursos en honor del cadáver y sus glorias, un bebé de seis meses bosteza y se devora a todo el mundo. (Flobert Zapata Arias) PIEDAD De sonidos de campana está hecho el día de labios que susurran de rodillas que se hincan de mujeres que claman por el paisaje y sus orillas por este silencio que cae como una lluvia dulce sobre los cuerpos que ahora yacen tendidos sosteniendo apenas con la mirada el cielo extenso el mar de la eternidad (Julio César Correa Díaz) ESTA ACIAGA CARRERA DE RELEVOS “Aunque las aves despojen de sus colores a tus recuerdos más hermosos; aunque presumas no necesitar ni un libro, ni una fe, ni un batón; aunque ellos, los que te han oprimido en una cárcel, en tu cuerpo, en tus sueños, se hallen exilados en los suburbios oscuros del presente, te hablo desde mi espejo de acero y te aludo desde la imprecación: a tu tiempo se le acabó tu cuerpo y las letras han sido como polvo de oro: no han servido para encontrarnos ni para alimentarnos”. (Carlos Mario Uribe A.) BUENOS AIRES “La atiende La Mona Tres veces viuda por cosas de celos Y otro chance le sobra a su larga hermosura Medio mundo en ella A lágrima tendida y a corazón abierto Se ha bebido las penas Con sahumerios y un brujo de Apía, por septiembre Le ahuyenta las malas fuerzas Las trazas malignas que dejan algunas almas negras Para ir a misa, los domingos, la cierra Y sagradamente el día primero de un muerto de la cuadra Desde hace 5 años, de su puño y letra Le tiene colgado un aviso: SE VENDE A Dios le rogamos que nunca lo logre”. (León Darío Gil Ramírez) No conozco la novela “El Monstruo” de Carlos H. Pareja (Simón latino), tampoco su poesía. Pero sé que constituye un hito costeño de la literatura, más allá incluso de los tópicos que nos convocan hoy. Autores cordobeses como Jairo Mercado, José Ramón Mercado, John Junieles, Leopoldo Berdella, Guillermo Valencia Salgado (Compae Goyo), Ricardo Vergara, José Manuel Vergara, Gustavo Tatis, Soad Louis Lakah, Naudín Gracián Petro y José Luis Garcés G., especialmente, se mencionan en ambientes y círculos académicos de mi ciudad como exponentes de la literatura cordobesa contemporánea, pero, con toda franqueza, su obra sigue siendo desconocida en mi región. Recientemente, gracias a un contacto realizado en la nube virtual (donde resistimos y porfiamos con una revista digital llamada ‘Babelia’), conocí algunas obras de José Luis Garcés González, anfitrión de estos encuentros, estudioso y creador, quien, además de poseer una obra seria y vigorosa, ostenta un lugar merecido en la literatura del Caribe colombiano. Y, gracias a esta amistad en línea, que hoy por fin se humaniza, recibí en mi casa los periódicos del grupo ‘El Túnel’ y pude conocer otras tradiciones, así como otras voces y ámbitos de la ‘sinuanía’. Por supuesto que, desde mis tiempos universitarios supe de Zapata Olivella, Artel, Rojas Herazo (a quien, como ocurre con autores del Viejo Caldas, consideramos parte sustancial de ustedes y de sus literaturas), Gómez Jattin y Sanchéz Juliao, quien –por cierto, en los últimos años de su vida- pasaba más tiempo en las montañas caldenses que en las riberas del Sinú. En sencillo reconocimiento a esas obras y autores, los invito a leer y a releer, seguramente releer, unos fragmentos que yo escogí arbitrariamente. CHANGÓ EL GRAN PUTAS - SOMBRAS DE MIS MAYORES –Fragmento“Vengan todos esta noche. ¡Acérquense! La lluvia no los moje ni los perros ladren ni los niños teman. ¡Traigan la gracia que avive mi canto! Sequen el llanto de nuestras mujeres de su maridos apartadas, huérfanas de sus hijos. Que mi canto eco de vuestra voz ayude a la siembra del grano para que el nuevo Muntu americano renazca del dolor sepa reír en la angustia tornar fuego en las cenizas en chispa –sol- las cadenas de Changó”. (Manuel Zapata Olivella) MENESTER “Por lo tanto medito las huelgas, me rasco los riñones, devoro montones de basura con mi olfato. Otro tanto las guerras, los heridos que bailan dulcemente en los periódicos, en sus islas de tinta, los hombres que bostezan en los parques, el niño sin nacer que llora, perfumado, en mi pañuelo. También los orinales en la tarde, oliendo con la muerte de los vivos. Todo esto es mi negocio, redondo y exclusivo, lo que ocupa mis sueños y mis ojos”. (Héctor Rojas Herazo) EL SUICIDA Airoso en su galope levantó la mano armada hasta su sien y disparó: suave derrumbe del caballo al suelo Doblado sobre un muslo cayó y sin un solo gemido se fue a galopar a las praderas del cielo (Raúl Gómez Jattin) ¿POR QUÉ ME LLEVAS AL HOSPITAL EN CANOA, PAPÁ? -Fragmento“-Por eso vas a saltar conmigo por el mercado ¿verdad? El padre respondió en un sonido seco: -Sí. -¿Y das gracias a Dios de que me hayan machetiado en sábado por la mañana ¿verdad? El padre guardó silencio. -Y si me hubieran herido un jueves hubieras esperado hasta el sábado para traerme ¿verdad? Porque el sábado es el día de mercado y hay más gente que nunca en el puerto ¿verdad? Para que muchos ojos vieran a tu hijo herido ¿verdad? El padre se quitó el tabaco de nuevo: -Hasta de pronto. Quién sabe y quizás sí- dijo. El hijo se quejó en un quejido largo y chillón. -Pues ándale y ve dándole a Dios gracias de que ese hijueputa hubiera machetiado a tu hijo en día de mercado. El padre dejó de remar por un momento: -Ande y vaya dándoselas usted, mijo”. (David Sánchez Juliao) VIAJEROS DE RÍO Los cadáveres amargos que viajan por el río van inflados de tiempo van arrugados de frío Después de beber a la fuerza en la profundidad de las aguas salen a la superficie prieta abiertos los ojos muertos hacia las nubes que pasan A veces los parroquianos los atraen hacia las barrancas y allí estacionan su muerte a la espera de alguna lástima Las gentes que se aproximan los miran con rostro serio Luego, se van con el miedo y con su cuota de misterio El río sigue arrastrando sangre con cadáveres amargos, hechos de una canción que sólo lleva palabras. (José Luis Garcés González) 12. SECUELAS Y APOSTILLAS “Siempre llega, según parece, el momento en que sólo se puede oponer a la violencia otra violencia; importa poco, en tal caso, el triunfo o el fracaso, siempre es ella la vencedora. (...) Cuanto más se esfuerzan los hombres en dominarla, más alimentos le ofrecen; convierte en medios de acción los obstáculos que se cree oponerle; se parece a un incendio que devora cuanto se arroja sobre él con la intención de sofocarlo” René Girard (La violencia y lo sagrado). Al fatalismo del epígrafe, que también es una perogrullada (la violencia engendra más violencia) prefiero oponer la idea de que si se conoce y confronta la violencia es posible combatirla, sofocarla y desterrarla. El ensayista Alvaro Camacho G., opina que la violencia no es una sola y que posee, en cada período histórico, sus circunstancias específicas. Para este investigador, es claro que “las violencias son diferentes y son el resultado de diferentes manifestaciones que permiten ver cambios notables en la estructura de de la sociedad colombiana” (Camacho). Yo me inclino, también, por adherir y seguir los caminos que propone dicha tesis. Por eso he rechazado la idea, bastante perversa, de que somos violentos por naturaleza y que, consecuentemente, nos hemos especializado en las peores y más infames expresiones de la barbarie. Por supuesto que hemos visto ejemplos -brutales y muy cercanos- de esas violencias y hemos sido y somos víctimas de sus acciones, omisiones y, a veces, de sus secuelas. También hemos comprobado que cada violencia crea siempre una respectiva tradición social y, casi de inmediato, una ‘tradición literaria’. ¿Con qué propósitos, con qué alcances y sentidos? Esas son preguntas de fondo que no se pueden eludir y que conllevan otras más: ¿Han servido de algo esas tradiciones y obras? ¿Han explicado la violencia? ¿Han contrarrestado, en algo, su macabro imperio? ¿Han exorcizado su persistencia o su progresión o su desbordamiento? ¿Han sugerido algún camino de catarsis personal o colectiva? ¿Han evitado el contagio y la creciente corrupción de la barbarie? No tengo ni hay respuestas fáciles a ese cuestionario. Uno se consuela pensando que toda escritura es una forma de ‘distanciamiento’ y que ese efecto primario es el más deseable para conjurar el espanto de los tiempos que vivimos. Pero, no nos engañemos, el distanciamiento también se convierte, desafortunadamente, en negación y, lo que es más inaceptable, en olvido. -En este contexto, Escobar Mesa sugiere que “el olvido ha sido el mecanismo de defensa utilizado por la clase dominante para negar una historia de explotación y atropellos” (Escobar Mesa) Osorio, por su parte, dice al respecto: “Los dirigentes políticos locales y nacionales fueron responsables directos de esta barbarie y ninguno de ellos ha asumido esa responsabilidad” (Osorio). En consecuencia, y para evitar ser señalados y juzgados, dicha violencia tenían que borrarla de la memoria colectiva por todos los medios a su alcance. Y hay, por cierto, pruebas contundentes de ese proceso deliberado y sistemático de censura y amnesia: la destrucción de ciertas novelas (Marea de ratas de Arturo Echevery Mejía 1960), la desaparición de revistas y artículos de prensa sobre el tema, la descalificación de libros y estudios especializados realizados por reconocidos académicos y las sanciones sociales (la persecución, el ‘ninguneo’ y el asesinato simbólico) a escritoras y escritores destacados (Albalucía Ángel, por ejemplo) (Osorio,2005). -Es un hecho comprobado, también, que las claves para entender nuestras violencias están relacionadas con en hechos y circunstancias que remiten a las pretensiones económicas de sus actores. Muchas veces se pasa por alto o se ignora, deliberadamente, que la violencia perseguía resultados económicos concretos: “expropiación de tierras mediante la expulsión violenta del campesinado, el robo de cosechas, la subvaloración de bienes para su compra a precios reducidos, el recurso a la contribución forzosa” (Camacho) y muchas otras acciones que disfrazaban los negocios con banderas de colores. Escobar Mesa, en su trabajo de investigación, asegura que la hecatombe fue social pero no económica y que “la barbarie no afectó a las clases dominantes ni al capital” (Escobar Mesa) A propósito, José Cardona López, al estudiar la irrupción del narcotráfico en Colombia y la manera como permeó todas las clases sociales, agrega una explicación parecida: el arribismo económico y la codicia de todos los actores y grupos sociales. Cardona resume este ciclo señalando que “los sectores marginados y la clase media ven en el negocio del narcotráfico la posibilidad de superar una tradición de miseria o de medianía; las clases altas se le adhieren clandestinamente para fortalecer el poder que desde siempre han detentado” (Figueroa). En efecto, los conflictos generados por la asunción del narcotráfico y sus correspondientes violencias, ya no tienen las motivaciones ideológicas y partidistas del siglo XX. Como dice Rodriguez, esa violencia se “desarrolla a través de mercenarios y sicarios cuya única motivación es el beneficio económico” (Rodriguez). -Expertos como Carlos Uribe Celis, explican que la violencia política de mediados del siglo XX fue posible por la confluencia de los siguientes factores: la exacerbación del sectarismo o partidismo, la intolerancia o incapacidad de respetar las ideas ajenas, el anti pluralismo, el excesivo deseo de detentar el poder y la exclusión” (Figueroa). A conclusiones parecidas llegaron también importantes estudiosos como Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña, (La Violencia en Colombia -1964), así como Paul Oquist (Violencia, conflicto y política en Colombia -1978), Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (Pasado y presente de la violencia en Colombia-1991). Lo cierto es que estos diagnósticos, realizados hace casi medio siglo, han sido sucesivamente menospreciados por aquellos sectores empeñados en mantener la guerra. -Una tesis bastante seria, respecto a la preferencia de nuestros escritores contemporáneos por posturas melancólicas, violentas y caóticas, la formula a su vez el crítico Rafael Gutiérrez Girardot en los siguientes términos: “El fracaso de los movimientos progresistas, la corrupción política, el narcotráfico y la posmodernidad (entendida como un clima de individualismo, hedonismo y banalidad) provocan un distanciamiento de las nuevas búsquedas, un abandono de los discursos latinoamericanistas y un retorno a las primeras vanguardias del siglo XX” (Gutiérrez). Esto llevaría, por supuesto, a la elaboración de narrativas antinacionales (como la de Vallejo), a la concreción de narrativas que van en contra de lo políticamente correcto (como Medina) y al crecimiento de narrativas que tienen como trasfondo una estética del mal (como Mendoza). A esta visión realista de Gutiérrez Girardot se oponen otros autores, como Alejandra Jaramillo, quien desde un punto de vista diferente, acaso más pesimista, afirma que todas estas narrativas, al perpetuar un trasfondo de dolor y melancolía y, por ende, al provocar una disminución del yo y de la autoestima, “acentúan la inmovilidad y la inacción en muchos de sus ciudadanos” (Jaramillo). -De otro lado, Rubén Jaramillo Vélez, para explicar nuestras violencias, actitudes antidemocráticas y traumatismos frecuentes, propuso la tesis de que a nuestro país había llegado tarde la llamada ‘modernidad’ y que, sin haberla experimentado e interiorizado, intentábamos dar el paso a la posmodernidad. Es decir, este pensador considera que la ausencia de modernidad o “el rechazo de la cultura de la modernidad” es la causa eficiente de nuestras actitudes antidemocráticas (Jaramillo Vélez). Sin duda que en esta dirección se halla la clave de nuestras desgracias y sus posibles soluciones. Camacho Guizado asegura que la consolidación de prácticas civilizatorias es la respuesta. Esto quiere decir reducir los privilegios obtenidos a partir de la fuerza y el poder y, lo que es más importante, democratizar las instituciones (que lo son solamente de palabra) y elevar los niveles de participación ciudadana en el conjunto de la vida social y política (Camacho Guizado). -Problematizar la realidad, provocar inquietudes, incitar al lector, pero –sobre todo – presentar una versión alternativa de la crónica oficial, son algunos de los elementos favorables que se le atribuyen a estas literaturas, independientemente del esfuerzo que hagan sus autores por negarlo o evitarlo. En los nuevos escenarios de violencia actual, además de la exigencia de silencio que hacen sus actores, hay un silencio –a veces forzado y a veces cómplice- de parte de los testigos. Pero también hay una farándula escabrosa, en la que los medios de comunicación juegan un papel sumamente cuestionable. Aquí es donde la literatura tiene mucho que aportar y suscitar. -Cristo Figueroa, por su parte, piensa que con estas literaturas queda en evidencia “la capacidad que ha tenido y tiene el discurso narrativo para reflejar, interpretar o resituar la violencia” (Figueroa). Esto significa no solamente que hay un progresivo enriquecimiento estético y formal de las narrativas asociadas a la violencia sino que tales obras proponen nuevos fenómenos históricos, así como espacios y actores sociales, lo cual revela “conflictos, traumas y secuelas individuales, familiares y colectivas antes desconocidos (Figueroa). -Las literaturas latinoamericanas que narran la violencia contemporánea, fruto del neoliberalismo y la globalización, han llegado a los límites máximos. De la Puente indica que estas obras recientes “tocan el límite corporal, el asco, que es el límite de lo decible y el límite mismo de la literatura (De La Puente)”. Como consecuencia de esta actitud, ya no son tanto una vanguardia o una pos vanguardia literaria, sino una ‘pos-literatura’, algo así como el fin de la literatura en los términos que siempre la hemos conocido. Esto lo sabe muy bien el mercado y por eso se aprovecha y sale a tentar a sus seguidores. -Antes de finalizar, anticipo una reflexión personal que puede ser la puerta a un debate colectivo más profundo: estas literaturas DE y SOBRE la violencia, independientemente de sus logros y alcances estéticos, no son solamente necesarias sino que se hacen indispensables. Escobar Mesa, entre otras cosas, plantea que, más allá de su función básica, que consiste en la integración y reconocimiento de determinada realidad, estas obras y autores proponen una conciencia más elevada del oficio literario y asumen la necesidad de ahondar sobre la realidad histórica que se vive para poder asumir y pensar la propia realidad cultural y “reivindicar la historia de un pueblo, sus luchas, agonías, nostalgias y contradicciones” (cita). -Un apunte al margen sobre la barbarie. Todos sabemos que las acepciones más frecuentes de esta expresión se relacionan con las nociones de ‘salvajismo’ y ‘crueldad’ que, generalmente, se le endilgan al ‘otro’, al extraño, al diferente y, por supuesto, al que ha sido excluido. Me gustaría, sin embargo, proponer otras dos definiciones basadas en la idea de que “no existe una definición de barbarie sin definición de cultura y, a la vez, no existe cultura que esté exenta de barbarie” (Aranda B.). Muchos pensadores contemporáneos, en este sentido, definen al ‘bárbaro’ como aquel individuo cercano, querido y reconocido, familiar a cada uno de nosotros, que - a pesar de todo- vulnera su propia cultura y ataca sus propios valores y derechos humanos. Otros pensadores (como Benjamin, Kertész, Adorno, Horkheimer), alegando que la civilización se ha vuelto enemiga de la cultura y que ha supeditado toda condición humana al progreso (cuando es el progreso el que debería supeditarse al hombre), estiman que la barbarie es el conformismo (la indiferencia, la anomia, la indolencia, la apatía) que hace posible este estado de cosas. En este último sentido es que acepto y utilizo la palabra barbarie. Y también, en este último sentido, creo que es necesario no solamente erradicar los actos y las prácticas que originan el sufrimiento sino, especialmente, los actos de humanidad que lo eviten. Es un aprendizaje ético que no hemos iniciado todavía. -¿Sufrimos una amnesia colectiva en Colombia? Ya escuchamos que existieron y existen políticas de negación, ocultamiento y olvido. Pero, ¿es cierto que más grande que nuestra memoria es nuestro olvido de la historia? Impunidad, miedo, vergüenza, asoman como razones para no creer en esas generalizaciones. En todo lo leído y escuchado, es notable que hayan hecho falta y sigan haciendo falta acciones colectivas, tanto de memoria como de justicia, verdad y reparación. Tenemos una memoria parcial, individual, mitificada, de la violencia. Lo correcto y lo urgente es hacerla pública y enfrentarla entre todos. Con la literatura y a través de ella es posible transitar ese camino. Se precisan más obras, libros y autores que se interesen en nuestras violencias. Pero también más lectoras y lectores que quieran iniciar, con ese pretexto, un aprendizaje de los rasgos que nos vinculan con la humanidad. APOSTILLA FINAL: Oscar Osorio, nos dejó un modelo de estudio pero también la siguiente advertencia, con cierto matiz de angustia: “sabemos que lo contado no alcanza, que el fenómeno es tan desventurado y escandaloso que la tarea noveladora está en ciernes, que la violencia es el drama más urgente que tenemos los colombianos y que mientras corran los ríos de sangre por las callejas de nuestras ciudades y nuestros campos, seguirán corriendo los ríos de tinta, y sólo mucho después de que se sequen los primeros se secarán los segundos (Osorio)”. BIBLIOGRAFÍA Araújo F., Orlando. Efraím Medina Reyes y la Nueva Novela del Caribe colombiano. 2003. En: http://www.ucm.es Aranda Brito, Leonardo. La actualidad de la barbarie. En: http://es.scribd.com Bahamón Dussan, Mario. El sicario. Cali: Orquídeas, 1988. Camacho Guizado, Álvaro. El ayer y el hoy de la violencia en Colombia: continuidades y discontinuidades. En: www.banrepcultural.org Cruz O.,Iván. 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