1 ORIENTACIÓN SOCIOLABORAL BASADA EN ITINERARIOS: UN CAMINO PARA LA INTEGRACIÓN DE LOS CONTEXTOS EDUCATIVO Y SOCIAL PARA LA INSERCIÓN LABORAL Juan Carlos Ceniceros Estévez Coordinador de Programas de Orientación Sociolaboral a Colectivos con dificultades de inserción de la Fundación Tomillo El contexto social y económico ha cambiado en las últimas décadas. Estos cambios, propios de la era posindustrial, implican cambios sustanciales en el análisis que se debe realizar con el fin de modificar y adecuar la intervención que desde los contextos educativo y social ha de establecerse. La puesta en marcha de una nueva ley de educación, nunca exenta de grandes confrontaciones de intereses e ideológicos –como así de ideológica es la educación, pues es la raíz de la difusión y la perdurabilidad de los valores que queremos conformen nuestra sociedad– ha permitido ir aproximando la intervención educativa a estos nuevos contextos, incorporando en la redacción de esa ley nuevas fuentes teóricas desarrolladas en la última mitad del siglo veinte, especialmente el constructivismo y el paradigma cognitivo. La polémica LOCE viene a remediar, no con menos confrontación y polémica, una serie de medidas que enmienden algunos aspectos de la LOGSE. Desde la intervención social, nos encontramos, también, en un buen momento para realizar cambios y adecuar nuestras prácticas a los nuevos contextos. Esta favorable situación viene dada, especialmente, a través del impulso dado gracias a las políticas europeas en materia de empleo, reforma económica y cohesión social. Sin embargo, una estrecha mirada sobre esos cambios sociales obliga a imantarnos a viejas prácticas, aquellas que con tanto éxito –pues permitieron alcanzar el Estado de Bienestar– se realizaron a lo largo de las últimas décadas del siglo veinte y que impiden, desde esa inercia, avanzar nuevos modelos y actuaciones de intervención. El carácter conservador de nuestras prácticas y la cara infraestructura en la que se asientan fosilizan con premura nuestro trabajo en ambos contextos. Los marcos teóricos que encuadran nuestro trabajo, los modelos de intervención que se derivan de esos marcos teóricos, las herramientas de trabajo y las actuaciones que cristalizan esos modelos,… seguramente no puedan dar nunca más que una respuesta aproximada a las necesidades que tenemos que cubrir. Pero dar respuestas aproximadas no es prejuicioso, pues no se nos pueden pedir más que intervenciones suficientemente buenas1 a la realidad. El problema está en cómo de aproximadas son nuestras prácticas a objetos de intervención cambiantes y el grado de holgura y falta de adecuación a esos objetos sobre los que recaen nuestras actuaciones concretas. Hasta ahora, confío en que es así, estamos dando esas respuestas suficientemente acertadas que aproximan nuestras prácticas a las necesidades demandadas en la sociedad, y esto a pesar de las dilatadas confrontaciones que se producen, incluso, en el seno de estos mismos ámbitos de intervención. Ámbito educativo y ámbito social son dos contextos de intervención condenados a entenderse como parte de un continuo de intervención, aún conservando sus propios objetivos, pues uno apoya, facilita y estimula la maduración y el crecimiento y, el otro, recupera desde la disfunción social, pero ambas con un mismo fin: ofrecer un espacio para que las personas se sitúen en una situación privilegiada que les posibilite el ejercicio de la ciudadanía. Desde la Fundación Tomillo, conscientes de la necesidad de imbricar ambos contextos de intervención, el educativo y el sociolaboral, ha generado desde su área social un espacio donde integrar ambas prácticas. En las siguientes páginas voy ha hacer una reflexión sobre los aspectos que han permitido crear esta integración, tanto del ámbito educativo como del sociolaboral, los presupuestos desde donde desarrollamos nuestra intervención y la función que 1 Parafraseando a Winnicott cuando habla de la madre suficientemente buena porque sabe identificarse con el bebé, nutrirle afectivamente y, a la vez, ir generando un espacio de separación y frustración que ayude al niño en su crecimiento afectivo y maduración. Utilizo esta expresión de Winnicott para nuestras prácticas pues relaja nuestras expectativas idealizadas de dar respuestas idóneas y perfectas a una realidad cambiante que requiere de cierta holgura desde la intervención social y educativa 2 cumplen en este cometido de integración los programas de orientación sociolaboral, echando, antes que nada, una mirada crítica hacia ese contexto social hacia el que van destinadas nuestras actuaciones. LA NUEVA CUESTIÓN SOCIAL Y LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR: LA ORIENTACIÓN SOCIOLABORAL ANTE NUEVOS RETOS DE INTERVENCIÓN Hoy somos herederos de aquella intervención sociolaboral que se desarrolló en los ochenta. Aquella intervención, que claramente debemos reconocer como exitosa, se generó como una respuesta a un desempleo cuantitativo dramático como consecuencia de la confluencia de varios elementos socioeconómicos. Las largas colas de las oficinas de empleo estaban llenas de desesperanza y necesitadas de una recualificación ocupacional que favoreciera el acceso a las escasas oportunidades de empleo de una economía de servicios cada vez más fortalecida. La respuesta de los profesionales de aquel entonces, sin demérito del apoyo dado por los políticos, fue clara y contundente. Las acciones fueron destinadas a actuar sobre esa desocupación masiva con recursos que procuraran la flexibilización ocupacional de las personas atendidas, la recualificación profesional o el acceso, en su caso, a una cualificación que facilitara la libre competencia por oportunidades de empleo, éstas siempre escasas. Hoy el testigo es nuestro y, sin embargo, nos encontramos dando con frecuencia aquellas mismas respuestas a una situación de desempleo diferente. A sabiendas que juicios de estas características son siempre parciales y, seguro, injustos, pero creo que muchos profesionales nos sorprendemos cuando experimentamos el sopor de estar repitiendo lo que en otros momentos nos funcionó. Sin embargo, también creo que esa repetición se realiza con un talante renovador y, no me cabe la menor duda, con muchas dosis de creatividad para afrontar nuevos retos, nuevas realidades sociales que requieren de nuestro ingenio e imaginación, al modo en cómo se dio respuesta en aquellos otros momentos. El impulso dado a la economía de servicios, la recomposición económica de nuestras empresas, el acceso a nuestra vida cotidiana de las nuevas tecnologías de la comunicación, el maniaco crecimiento dado durante unos años a las llamadas ‘puntocom’ y su falso presupuesto de nueva economía virtual basada en el B2B y el B2C 2, cuyo descalabro fue fácilmente reabsorbido por empresas de la mal llamada economía tradicional,… han generado empleo y ha permitido la absorción de gran número de desempleados, aunque bien es cierto que un empleo frágil y precario3. Esta situación obliga a realizar un nuevo balance sobre el tipo de desempleo que tenemos que abordar desde nuestras entidades sociales y corporaciones locales, cuyo dramatismo no está tanto en las cifras, esto es, no es un problema de cantidad de desempleo. La desmaterialización y los nuevos objetos de trabajo (clientes, necesidades, diversificación y personalización de productos/servicios, etc.) hace que los empleadores pongan el acento no tanto en los conocimientos y las destrezas en orden a lo productivo como en las competencias, muchas de ellas personales y de carácter cultural, que excluye a personas de la posibilidad de acceder a oportunidades de empleo. Esta nueva situación de desempleo, nos descubre bolsas de inempleables4. Se ha pasado, pues, de un desempleo cuantitativo, del que se dijo que era estructural de nuestra economía 5, a un desempleo cualitativo al que dirigimos hoy con urgencia nuestra miradas. Son los colectivos en situación o en riesgo de exclusión social y laboral quienes sufren ese desprecio por nuestra economía y cuya intervención requiere, por nuestra parte, de ese nuevo esfuerzo creativo en las actuaciones concretas. Sin embargo, así planteado –seguro que alguien lo está pensando– no es más que una simplificación del problema. Nuevas formas de suburbanización engalanada por modernos edificios para la protección oficial para el realojo, nuevas formas de pobreza encubierta bajo el palio del sobreendeudamiento hipotecario y crediticio (una forma perversa por cuanto genera la sensación de riqueza en bienes, creándonos la idea de ser más ricos cuanto más 2 Business to business (B2B), Business to consumer (B2C). Más adelante justificaremos cómo esa fragilidad en el empleo y la incertidumbre que genera sobre el futuro de las personas se encuentra en el centro de la nueva cuestión social. 4 Utilizando el título de una sabrosa publicación realizada por Equipo Promocions (1999), ‘El empleo de los inempleables’. 5 Y que no deja de transmitir fatalmente la idea de su asunción como algo natural por parte de políticos y empresarios. 3 3 pobres somos, con el único motivo de mover y dinamizar, y de nuevo de una forma ficticia, la economía), nuevas fuentes de migración económica como consecuencia de esa distribución regresiva de la riqueza de forma globalizada, fórmulas forzadas de paridad entre géneros que no hacen más que volver a enmascarar la pertinaz diferencia de género,… son algunos de los síntomas que debemos contemplar pues resiginifican el problema de otra manera. Una lectura rápida de ellos nos llevaría a la errónea interpretación de estar nombrando de otra manera los viejos problemas diana de la intervención social. Pero frente a la cuestión social con que se denominaba a los problemas sociales devenidos de la industrialización, podemos decir que estamos, tomando las palabras de P. Rosanvallón (1995), ante una nueva cuestión social6. Esta nueva cuestión social tiene como clave fundamental que aquello que ha sido fuente primordial de crecimiento y progreso económico y tecnológico, como es la mercantilización de las relaciones sociales y el desarrollo de individualismo7, ha permitido hacer más grandes esas desigualdades, a pesar de que nuestro imaginario social, en términos de Castoriadis, está impregnado de una especie de burguesía o clase media generalizada que no es más que el espejismo de una fragilidad grave. Así, no podemos obviar nuevas formas de endeudamiento y violencia, de desigualdad ante el empleo y la condición asalariada y la creciente incertidumbre sobre el futuro que se cierne sobre muchos de nosotros, que dan la pauta de lo que es esa nueva cuestión social. Quisiera repetir esta idea que nos ofrece Rosanvallón: explotación, pobreza y exclusión no son palabras que evoquen, desde la historia, el mismo problema pero con diferente vocablo, sino que presentan distintas realidades. Y lo quiero subrayar porque no estamos ante un espejismo, sino que el concepto de exclusión hace referencia a esa nueva cuestión social que requeriría de un análisis con mayor profundidad. Bien es cierto que la estrechez de estas páginas impide una mayor profundización, pero esta idea marca sobremanera aquella otra que pone de manifiesto que nuestros viejos métodos de intervención, todos los que se dan en las actuaciones de gestión social tradicionales, son a todas luces ineficaces (Rosanvallón, 1995). Nuestra intervención, dentro de la orientación sociolaboral, es modesta, pues sólo puede acometer una parte mínima de la cuestión social que se dibuja, pero debemos emprender con merecida tenacidad otro tipo de actuaciones, siquiera sean de denuncia, que delimite realmente el problema. Nuestras miradas, y la de los estados, se han dirigido con frecuencia sobre la exclusión, pero eso es poner el énfasis de nuestras actuaciones sobre los márgenes del problema. Este acentuado énfasis sobre la exclusión, si bien es necesario, no debe huir de ponerlo sobre el centro de la cuestión social. Hoy, la naturaleza de los procesos de exclusión no pueden ser cifradas en términos estadísticos como parte de un colectivo, miopía que sufrimos por el empeño puesto en las estadísticas gracias a la sociología tradicional, sino que todos los procesos de exclusión se dibujan con trazos individuales comunes, de carácter biográfico, que tienen cierta relación con desencajes profesionales y rupturas familiares y sociales. La soledad, la desesperanza y la incertidumbre son los sentimientos que tiñen las subjetividad de muchas de las personas que atendemos y lo único que generan es un pesimismo paralizante, a veces vergonzante, y un sentimiento devaluado de ellas mismas. Por eso cada día somos más los que creemos que en el centro de esa nueva cuestión social, y sin quitar importancia al dramatismo de miles de personas que se encuentran en desempleo, se encuentra la fragilización generalizada del empleo y la incertidumbre sobre el futuro laboral (Robert Castel, 1999). Sé que así planteada la cuestión es ciertamente pesimista, y aun a riesgo de no reflejar acertadamente la realidad, prefiero que ese tinte pesimista esté presente en nuestras reflexiones como defensa contra la fantasía maníaca de encontrarnos en una de las primeras economías del mundo donde es inapreciable el dolor, la incertidumbre y la soledad. La cuestión es compleja y, como siempre, requiere no sólo de reflexión, también de un diálogo entre todos los actores sociales para resolver un problema conformados por múltiples aristas que hay que limar. A problemas 6 ROSSANVALLÓN, Pierre (1995) La nueva cuestión social. Repensar el estado providencia. Editorial Manantial. Buenos Aires. 7 Si bien es cierto que las grandes transformaciones de la Revolución Industrial se produjeron en los procedimientos manufactureros y en la producción fabril, así como en el auténtico cambio dentro del ámbito agrario, la más importante de las revoluciones se produjo en la lógica mercantil. A través de ella, todos los elementos que entran a formar parte de lo productivo participan de la ley de la oferta y la demanda. Este presupuesto, incluso después del mayor cambio que se ha producido después de esa Revolución Industrial, las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento, sigue imperando si cabe con más ahínco gracias a las políticas neoliberales. 4 complejos todos sabemos que se deben dar respuestas complejas. En nuestra mano está acometer estos nuevos retos con nuevos impulsos. EL CONCEPTO DE ITINERARIO Y LA RECUPERACIÓN DE LA ACCIÓN ORIENTADORA PARA LA INTERVENCIÓN SOCIOLABORAL. La orientación sociolaboral surgió a principios del siglo pasado al amparo de políticas sociales con la finalidad de adecuar a los jóvenes a un mundo laboral profundamente transformado por la Revolución Industrial y los cambios realizados por el capitalismo en los procesos productivos. Los Gobiernos fueron haciéndose cargo de una asistencia social, hasta entonces recluida tras los conventos e instituciones benéficas y la alta burguesía, con el fin de conseguir el Estado del Bienestar. Entre otros, dos situaciones son las que disparan la puesta en marcha de este tipo de intervención: la necesidad de disponer de mano de obra preparada a los cambios productivos que se habían generado debido a la expansión del capitalismo (Álvarez Rojo, 1984) y la exigencia por parte de los movimientos sociales de la búsqueda de cohesión social que favoreciera el bienestar y desarrollo económico de los países, es decir, el equilibrio entre el capital y la clase obrera que permitiera disolver conflictos en una sociedad de clases (Mª Luisa Rodríguez, 1995). Más que la orientación sociolaboral, si bien que con este tinte tan específico, surge la acción orientadora al amparo de los Servicios Sociales. Esta acción orientadora, tan nuestra en sus orígenes y tan propia de nuestra intervención8, se fue institucionalizando con los años hacia el ámbito educativo por entenderse que era el espacio ideal para ello9; esto es, lo que comenzó siendo una intervención asociada a la acción social para facilitar la integración laboral, la Administración acabo institucionalizándola pero exclusivamente a través del ámbito escolar. La consecuencia es clara: la intervención sociolaboral, genuinamente en la base de la acción orientadora, durante años se ha visto desheredada del marco contextual que la originó. Los duros años de la crisis petrolífera en los años setenta y los aún más duros de la reconversión industrial (reindustrialización) de los años ochenta vertieron a las arcas del paro más de dos millones de puestos de trabajo. La grave situación de desempleo generada se acrecentó con la crisis que se produjo a partir de 1992 en la que no sólo no se producía empleo sino que se destruía. Ante este panorama, ya en los años ochenta, se empezaron a crear las primeras empresas de inserción situadas en los márgenes de las ciudades para dar apoyo en el empleo a una población dañada tanto por una economía incapaz de crear oportunidades laborales como por la droga, una extrema vulnerabilidad social y la desesperación 10. A estas experiencias le siguió el diseño de un tipo de acciones intermedias entre la formación y la generación de experiencias reales de empleo a través de los programas de Casas de Oficios, las Escuelas Taller y los Talleres de Empleo. La formación ocupacional cobró un espectacular crecimiento como acciones privilegiadas para adecuar los niveles de competencias técnicas de la población desempleada a las nuevas exigencias en los perfiles ocupacionales que los cambios tecnológicos, el desarrollo del sector de servicios y la modernización empresarial habían llevado en esos años. Se corona este desarrollo espectacular de la intervención y la orientación sociolaboral, a mediados de los noventa, con la puesta en marcha, a través de los fondos estructurales europeos, de las entonces llamadas acciones SIPE, hoy acciones OPEA. Este vertiginoso crecimiento y espectacular desarrollo de la intervención sociolaboral vino a crearse con el fin de apoyar a una situación de desempleo severa. Pero es más. Es la historia de un éxito, pues muestra la gran capacidad de respuesta que en su día tuvieron quienes apostaron por un tipo de intervención. Así, la intervención 8 Buena prueba de ello son los diferentes centros que se impulsaron en todos los países. En España, en concreto en Barcelona, se creó ya en 1908 el Museo Social desde donde se intentaba facilitar ayuda a la clase trabajadora. 9 Los institutos y centros que se empezaban a crear en España para realizar esa actividad orientadora, fueron regulados institucionalmente dentro de los Institutos y pasaron a depender del Ministerio de Instrucción Pública durante la IIª República. Hoy, con la LOGSE se da un último paso en esa institucionalización pues incorpora definitivamente la figura del orientador dentro del sistema educativo de una manera definitiva y estable. 10 La Fundación Tomillo fue pionera en esta actividad para la inserción. Casi 20 años después se regula este tipo de actividad de inserción. 5 sociolaboral resurge en estas últimas décadas con renovado vigor dispuesta a dar respuestas concretas a necesidades concretas. Hoy, el testigo de ese desarrollo lo tenemos nosotros, los/las profesionales de la intervención y orientación sociolaboral. En el ánimo de la Fundación Tomillo –que hemos sido testigos y, también, protagonistas de este resurgir de la intervención sociolaboral desde los inicios– está continuar avanzando en esas metodologías y estrategias. Desde nuestro trabajo diario hemos ido creando un Centro para el empleo en donde integrar diferentes acciones, todas ellas destinadas a distintos ámbitos y objetos de intervención, con el fin de intentar dar respuestas globales a las necesidades de las personas en relación con la inserción sociolaboral y socioeducativa. Desde la formación ocupacional a la formación reglada (Garantía Social, Formación Profesional) o la formación en Certificaciones Profesionales (Cisco y Microsoft) para jóvenes que abandonaban prematuramente el sistema educativo, desde un Centro de Información Juvenil a un Servicio de empleo pasando por un espacio cibernético de acceso público, desde empresas de economía social (jardinería, ayuda a domicilio o limpiezas) a programas de orientación e información para el empleo, desde acciones concretas para el desarrollo de aspectos personales relacionados con la ocupabilidad a acciones de intervención con los centros educativos del barrio y otras entidades para la promoción social y cultural de jóvenes entre culturas, desde acciones destinadas a la brecha digital y la divulgación tecnológica al fomento de actividades para la integración de población inmigrante, desde el asesoramiento a entidades sociales y las ONG al fomento del autoempleo o la detección de actividades para la gestión de microcréditos grupales, … todas ellas actividades encaminadas a dar respuestas a las necesidades en relación con el empleo. Pero estas necesidades son singulares y diversas, y las respuestas serán siempre parciales y, en muchos casos insuficientes. En la inquietud por intentar aportar respuestas más globales, esto es, hilvanar todas estas actuaciones, vino en mientes el concepto de itinerario, el cual, en nuestro propio imaginario, suponía la respuesta a la búsqueda de esas soluciones globales. Sin embargo, este concepto aplicado a nuestro trabajo cotidiano, lejos de aportarnos soluciones, cuestionó nuestras prácticas en la orientación sociolaboral. Si bien es un término que incluimos en nuestro vocabulario cotidiano, en la práctica diaria paralizó nuestra acción a favor de una reflexión seria, crítica y serena que tanto estábamos necesitando. Al menos, en la Fundación Tomillo, es un término que nos ha permitido, no tanto el desarrollo de una metodología, que probablemente no tenga mucho de original, como la generosa aportación de restaurar algunas perspectivas que estaban ya ahí y rescatarlas en nuestro trabajo cotidiano: la acción orientadora. LA APLICACIÓN DEL CONCEPTO ‘ITINERARIO’ FACILITA UNA CRÍTICA A LAS PRÁCTICAS HABITUALES DENTRO DE LA INTERVENCIÓN SOCIOLABORAL… Lo cierto es que la aplicación del concepto de itinerario nos puso de manifiesto algunos elementos que iban a imposibilitar realizar una orientación para que la persona hiciera sus propios itinerarios. Sin abundar mucho en este tema, y sólo como muestra, algunos de estos elementos son: Recursos poco adecuados: estos recursos (acciones formativas, acciones grupales de orientación, etc.) están poco articulados entre sí, rígidos y no son constantes. Necesitamos, pues, recursos más adecuados constantes y tejidos en red desde todas las entidades sociales y corporaciones públicas. Formación ocupacional anquilosada en conocimientos y destrezas, formación propia de la era industrial, sin ocuparse del desarrollo competencial de las personas, propia de la era de servicios. Necesitamos apropiar para nuestra intervención el concepto más globalizador de ‘competencia’ utilizado desde la gestión de los Recursos Humanos. 6 Primacía de los recursos: Desde la orientación se pone excesivo énfasis en los recursos y acciones obviando con frecuencia el recurso más inmediato que posee la persona atendida: el/la orientador/a mismo/a. Necesitamos recuperar la relación entre orientador/a y orientado/a. Basamos nuestra intervención de asesoramiento en discursos unidireccionales o una especie de ‘pedagogía del sermón. Necesitamos construir otro tipo de relacionados con una ‘pedagogía del acompañamiento’. Intervenciones puntuales al servicio de la ansiada inserción laboral: todos nuestros esfuerzos orientadores quedan fagocitados bajo el imperativo de la inserción laboral. Necesitamos redefinir nuestros objetivos a la luz de una nueva idea de ‘ciudadanía’. Usamos como esquema de nuestras intervenciones los propios de los procesos de selección. Excesivo énfasis, pues, en el curriculum vitae y en el desarrollo de habilidades para resolver satisfactoriamente los sofisticados procesos de selección. Necesitamos apoyar otros aspectos de la persona en un proceso de construcción de itinerarios. Con frecuencia tratamos de eludir aspectos personales con el prejuicio de no estar llamados a entrar en otras esferas de la persona que no sean las directamente relacionadas con el empleo. Necesitamos tener configurar nuestras intervenciones desde una concepción global de la persona. Del paternalismo al tecnicismo: imperan los modelos asistencialistas o, como contra, un maternaje excesivo en nuestra intervención. Necesitamos modelos centrados en la persona que supongan una ayuda profesionalizada de apoyo y acompañamiento en sus procesos. Ante la insuficiencia de las prácticas que estábamos llevando a cabo, y a fin de crear una metodología que permitiera integrar en los procesos que planteaban las personas atendidas, el concepto de ‘itinerario’ nos permitió recuperar la acción orientadora como clave esencial del trabajo a realizar. Es decir, aquella acción orientadora que surgió a principios del s. XX, como hemos señalado en los párrafos de arriba; acción orientadora hoy enriquecida con aportes de diferentes corrientes de pensamiento de las ciencias humanas y sociales (el psicoanálisis, las corrientes humanista y la aportación a la relación de ayuda de C. Rogers, el constructivismo y la Psicología cognitiva), ciencias (antropología, pedagogía y Psicología) y disciplinas afines (orientación psicopedagógica, trabajo social, Psicología clínica, la selección de personal y gestión de recursos humanos, etc.). … Y NOS PERMITE RESCATAR LA ACCIÓN ORIENTADORA PARA LA INTERVENCIÓN SOCIOLABORAL. Al menos así lo hemos entendido desde la Fundación Tomillo. Si en algo da luces este concepto de ‘itinerario’ con relación a nuestra intervención es en la necesaria recuperación de la acción orientadora en sí misma. El concepto de orientación sociolaboral da la impresión de ser un sombrero de tres picos, donde todos y cada uno de los términos que la componen poseen pareja importancia. Sin embargo, en el trabajo diario, todos sabemos que el último de ellos, ‘lo laboral’, suele fagocitar a los otros dos. Este hecho convierte, con frecuencia, a nuestras entidades más en agencias de colocación que en recursos para el empleo de carácter social y a nuestra profesión la acerca más a la gestión del empleo que a la orientación en sí misma. Creo que esta preeminencia de la laboral frente a los otros dos términos acaba desenfocando nuestra labor como orientadores y provocando cierta miopía en nuestra intervención, además de hacer soberanamente aburrido nuestro trabajo. Seguramente, para muchos de nosotros, esta profesión no la hemos elegido; nos ha elegido ella a nosotros. Pero es nuestra obligación dignificarla y enriquecerla, situarla en el lugar donde nos marca su origen histórico: ‘el ámbito social’. ‘Lo social’ nos puede dar una óptica diferente; desde luego más enriquecedora. Resaltar este segundo término del concepto ‘orientación sociolaboral’, situarlo en el mismo nivel que ‘lo laboral’ nos permitirá recuperar el concepto de ‘ciudadanía’ y desatar al empleo como único objetivo para convertirlo, de esta manera, en vehículo vehículo privilegiado pero no el único- de nuestra actuación, a través del cual facilitar que las personas encuentren su lugar, sujetas a derechos y deberes, en la sociedad. Sin querer abundar en la idea de ‘ciudadanía’ 11, me parecía necesario traerlo aquí para situar esta reflexión en el centro del concepto de ‘orientación sociolaboral’. 11 Para profundizar en este concepto acudir a “Orientación Sociolaboral Basada en Itinerarios”, Fundación Tomillo, 2003. 7 Así, desde estos dos términos, ‘lo laboral’ y ‘lo social’, podemos delimitar nuestros objetivos en el trabajo diario. Sin embargo, hay un tercer término en el que quiero centrarme aún más y que merece un lugar privilegiado a la hora de configurar nuestras funciones y actuaciones específicas: ‘la orientación’. ¿Nuestro trabajo consiste en que las personas encuentren trabajo o en que sean autónomas a la hora de buscarlo?; ¿Debemos ayudar a que las personas definan simplemente su objetivo ocupacional –que en sí ya puede tener grandes dificultades- o a que las personas recuperen o reformulen sus propios proyectos vitales donde el empleo va a ser parte importante?; las competencias profesionales sobre las que queremos incidir ¿de verdad se implican exclusivamente en ámbitos laborales o, por otro lado, son fundamentales para vivir nuestro espacio vital y social con mayor satisfacción?; ¿es posible que las dificultades laborales, los problemas que las personas puedan tener en ese ámbito, sean formas que tienen de resolver dificultades también en su vida cotidiana y, por lo tanto, requiere una actuación más globalizadora o integradora por nuestra parte?, etc. Tal vez no haya estado afortunado en cómo he formulado estas preguntas, pero en su contenido quisiera plasmar un ‘ir más allá’ que la simple actuación sobre lo ‘laboral’. Recuperar la acción orientadora para nuestro trabajo diario exige partir de una definición de lo que es orientación. Una definición amplia de orientación nos la da A. Pérez (1984) cuando dice que es un proceso de ayuda profesionalizada hacia la consecución de promoción personal y de madurez social 12. A lo largo del siglo XX –como ya hemos señalado– se ha producido una cierta usurpación de esta acción orientadora por el ámbito de actuación educativa 13. Si bien es verdad que probablemente ése sea un espacio privilegiado para realizar esta acción orientadora, también es verdad que no es el único. Por ello, recuperar su historia, el origen desde el que surgió la acción orientadora, nos ha permitido devolver, con legitimidad, la posibilidad de realizarla dentro del ámbito de lo social. Esta acción orientadora, recuperada para la intervención sociolaboral, nos marca una serie de principios que, inevitablemente, van a condicionar las funciones y roles del orientador sociolaboral, los ámbitos y niveles de intervención, así como las herramientas de valoración diagnóstica y las estrategias de intervención. Mª Luisa Rodríguez, autora de referencia en España que ha dedicado gran parte de su esfuerzo investigador, divulgativo y docente a la orientación vocacional y profesional, ha sintetizado los principios que rigen la acción orientadora en siete puntos concretos (Mª Luisa Rodríguez, 1996). Éstos siete puntos son: (1) la orientación se ocupa del desarrollo de las personas estimulando sus potencialidades; (2) la acción orientadora descansa en procesos de conducta individual, enseña a desarrollarse direccionalmente más que a ubicarse en un final previsto; (3) la orientación se centra en un proceso continuo de confrontación y encuentro consigo mismo y se dirige hacia la propia responsabilidad, a la toma de decisiones, a la acción progresiva y al futuro; (4) la orientación debe ser estimulante, alentadora e incentivadora, se debe centrar en el objeto, propósito o incidente en la toma de decisiones responsable, enseñando a utilizar la información y a clarificar las propias experiencias; (5) debe ser cooperativa, nunca aislada ni obligatoria, así el orientador es un colaborador y asesor; (6) en un proceso de ayuda en momentos clave, se trata de asesorar periódica e intermitentemente; (7) reconoce la dignidad y la valía de las personas y su derecho a elegir; incluye a todas las personas, con su problemática, y que tengan deseos de acrecentar su desarrollo escolar y/o laboral. Estos siete puntos son resumidos por esta autora en tres principios: principio de prevención, para ‘anticipar circunstancias obstaculizadoras y problemáticas’; principio de desarrollo, principio que ‘promueve la educación integral de la persona; y principio de intervención social, con el cual se actúa ‘hacia la consecución de cambios’. Ahí, en esta constelación de principios, situamos el diseño y desarrollo de una metodología y procedimiento de asesoramiento y orientación con el fin de que la persona construya su propio itinerario hacia la mejora de la empleabilidad y la inserción. 12 Tomada de Rodríguez Moreno, 1994. Se ha institucionalizado la acción orientadora, como dice A. Rojo (1994), a través de una ‘confluencia’ de la acción orientadora hacia un ámbito que se ha creído natural para realizar estas actuaciones: el ámbito educativo. 13 8 ‘ORIENTACIÓN SOCIOLABORAL BASADA EN ITINERARIOS’, UNA PROPUESTA METODOLÓGICA DE INTERVENCIÓN. En la búsqueda de una definición de itinerarios nos encontramos con definiciones bastante descriptivas de lo que era un itinerario pero que poco nos aportaban a los intereses que nos movían en la Fundación Tomillo a la hora de aplicar este concepto a nuestra intervención. Estas definiciones, por lo general eran todas similares a esta: conjunto de actividades secuenciadas que las personas atendidas que deben recorrer con el fin de facilitarles recursos para su inserción. Este tipo de definiciones, si bien creemos que son acertadas, tan sólo se quedaban en una somera descripción. Nosotros necesitábamos otra que estuviera más en consonancia con esa acción orientadora que queríamos recuperar y con las reflexiones que nos había dejado el concepto de ‘itinerario’ aplicado a nuestra intervención. Por ello, nos enfrentamos a la necesidad de definir el concepto de ‘itinerario’ en términos de procesos, dentro de una concepción más amplia y que diera cabida al desarrollo de un procedimiento concreto de actuación. Así entendíamos que si por itinerario hacíamos referencia a ‘un enfoque de la orientación sociolaboral centrado en la persona que permite construir un proceso con carácter pedagógico y encaminado a un cambio de una situación actual a otra deseada’ estábamos más en consonancia con nuestras intenciones. De esta definición me gustaría resaltar tres elementos concretos: Proceso: no es una intervención puntual, sino que la orientación sociolaboral basada en itinerarios era una actuación dinámica, continua y focalizada en metas concretas, donde estaban implicados distintas esferas de la persona, no sólo aquellas estrechamente ligadas a lo laboral. Carácter pedagógico: incita al desarrollo, adquisición de competencias para llevar a cabo un proyecto personal, para la configuración o recuperación de esos proyectos. Cambio: la definición que Brandsford y Stein (1984) nos dan de lo que significa ‘problema’, definición dada en términos de ‘cambio’, se ajustaba sobremanera a muchas de las demandas que nos encontrábamos en nuestros programas. Al final, siempre supone un cambio y esto nos permitía tener presente en todo el proceso otro tipo de conceptos relevantes: resistencias al cambio, estrategias para el cambio, proceso de toma de decisiones para el cambio, recursos personales para el afrontamiento con autonomía de ese cambio, ajuste de expectativas y realidad para contextualizar el cambio, recursos para situarse sin ansiedad ante la complejidad de lo nuevo que supone un cambio, etc.… Aquí, pues, es donde encontramos la clave de la intervención: ¿cómo nos situamos ante los deseos e intereses de los demás cuando se plantean o se ven obligados a realizar un cambio?, ¿cómo nos posicionamos ante la demanda del otro como orientadores?, ¿qué ritmos debemos adoptar para facilitar a las personas esos cambios sin que la ansiada inserción laboral que nos marcan los programas fuercen dichos ritmos?, etc. Desde este punto, bien que muy esquemáticamente presentado, el concepto de itinerario cuestiona nuestro propio rol como profesionales. Desde la Fundación Tomillo entendemos que ‘si nuestro trabajo consiste en fomentar la autonomía, recuperar la capacidad para tomar decisiones y responsabilizarse cada no de su propio proyecto vital, asumiendo todas las circunstancias que caracterizan las situaciones personales y sociales, el orientador nunca tiene que dar soluciones. Nuestro trabajo consistirá en facilitar los recursos y proponer los métodos para que sea cada persona quien busque esa solución o se dé una respuesta a su demanda. Tan es así, que se puede casi afirmar que lo importante no es qué hacemos con la demanda del otro, de la persona que tenemos enfrente, sino cómo nos situamos ante esta demanda como orientadores’14. 14 “Orientación Sociolaboral Basada en Itinerarios”, Fundación Tomillo, 2003. 9 El procedimiento metodológico15 de intervención que hemos desarrollado en la Fundación Tomillo obliga a contemplar esos interrogantes, a respetar el ritmo, los plazos, los intereses, las necesidades y las dificultades que todas las personas, todas en mayor o menor grado, tenemos. En el siguiente esquema situamos gráficamente este procedimiento de intervención y presento esquemáticamente la metodología: Recursos para el itinerario 1 Grupos de Orientación Fase de Acoda PROCEDIMIENTO METODOLÓGICO DE INTERVENCIÓN Entrevista de Acogida Entrevista de Diagnóstico Entrevista de Devolución Tutorías de Búsqueda Experiencias facilitad. Taller Habilidades 2 Intermediación laboral: Ofertas de empleo Fase de Desarrollo Entrevistas de Seguimiento Entrevistas de Mantenimiento Formación Ocupac. Entrevistas de Renovación Compromiso Formación a Medida Taller Igualdad Oport. Empleo Tutorizado 3 Fase de Cierre Entrevista de evaluación y cierre Entrevista de Seguimiento Este procedimiento parte de las siguientes premisas: 1) 2) 3) 4) 5) La persona participante es la única protagonista de la intervención de tal manera que sus decisiones, intereses y objetivos son siempre respetados (aunque en algunos casos el orientador debe ayudar a la persona a realizar los ajustes oportunos). La participación en el programa tiene carácter voluntario. Un proceso de orientación sólo tiene sentido si la persona siente la necesidad, percibe la oportunidad y considera que es el momento de participar. En nuestra metodología entendemos que intervenimos dentro de un proceso de cambio que la persona realiza, esto es, nuestra intervención tiene un carácter procesual; proceso que, en algunos casos, no empieza cuando la persona se incorpora a nuestro programa y que, generalmente no termina cuando finaliza nuestra intervención. Fomento de la autonomía de la persona (no se trata tanto que el orientador resuelva y decida por la persona como que la persona atendida se sienta apoyada y acompañada en la búsqueda de soluciones). Desarrollo de la responsabilidad (evitar cualquier tinte de obligatoriedad, la persona atendida está y permanecerá en el programa porque considera que lo necesita y aporta). La ejecución de este procedimiento tiene, metodológicamente, los siguientes elementos: 1) 2) 3) 15 Recuperando la TUTORIZACIÓN de los procesos: se trata de descentrar una intervención tradicional centrada en acciones y recursos, para llevar al centro de la orientación misma la relación entre orientador/a y orientado/a. Dando mayor relevancia al TRABAJO EN EQUIPO: frente a la importancia que cobra la relación entre orientador/a y orientado/a, como mecanismo de control el equipo ayuda a evitar los sesgos propios de ese tipo de intervención. Se realiza un DIAGNÓSTICO DE LA EMPLEABILIDAD desde las primeras entrevistas con los objetivos de: 1. Conocer las posibilidades, limitaciones y fortalezas de las mujeres atendidas. 2. Favorecer y facilitar que las personas atendidas puedan tomar decisiones con respecto a su itinerario. Ibidem Recursos en otros centros 10 4) 3. Que la persona atendida conozca sus posibilidades ocupacionales para desarrollar a través de su itinerario. Ofrecimiento a las personas participantes en nuestros programas de participación en otro tipo de ACTIVIDADES PARA LA PROMOCIÓN SOCIAL Y CULTURAL con el fin a consolidar redes sociales de apoyo y una mayor participación ciudadana. LA EVALUACIÓN Y EL DIAGNÓSTICO COMO SOSTÉN DE UN PROCEDIMIENTO DE INTERVENCIÓN. Una disciplina se va construyendo en la medida en la que va adecuando sus actuaciones concretas a los objetos sobre las que recaen. Con el ánimo de delimitar estos objetos, aspectos concretos sobre los que intervenir en orientación sociolaboral, y antes de abordar tanto el desarrollo de una herramienta de diagnóstico, como las estrategias para la mejora de la empleabilidad, voy a resumir estos aspectos concretos a la luz de los ámbitos que alumbran la acción orientadora recuperada. En cuanto a las estrategias de diagnóstico y mejora de la empleabilidad, trataré sucintamente de desarrollar la idea de que la mejor estrategia para un diagnóstico reposa más en la metodología que en la herramienta en sí, así como que la mejor estrategia para la mejora de la empleabilidad reposa en ese diagnóstico entendido dinámicamente como un proceso continuo de evaluación. Tomando en consideración los ámbitos de intervención en orientación sociolaboral, cualquier proceso de orientación y asesoramiento destinado a la construcción de itinerarios para la mejora de la empleabilidad y la inserción laboral, debe iniciarse con un proceso diagnóstico. Sin embargo, este proceso diagnóstico no se agota en sí mismo, sino que es una parte primera de todo un proceso de evaluación que se debe seguir a lo largo de toda la intervención. A la hora de diseñar una herramienta que facilite este diagnóstico, no se debe olvidar ese proceso más amplio que es el de la evaluación. Por ello, esa herramienta debe de estar conformada como un registro acumulativo donde ir recogiendo incidentes, avances, situaciones (anecdotario), observaciones que se vayan produciendo a lo largo de todo el proceso. Esto tiene una clara implicación: el proceso de diagnóstico no es un hecho separable del proceso de orientación, sino que es una acción de orientación en sí misma, que debe llevar a la persona a encontrarse con sus experiencias del pasado, a confrontarse con su realidad, a comprender más la situación en la que se encuentra. Se puede decir, que el proceso diagnóstico finaliza en el momento que finaliza el proceso de orientación. El/la destinatario/a de un diagnóstico no debe estar en que el/la orientador/a obtenga información relevante para conocer más a su orientado/a; el/la destinatario/a de ese diagnóstico es la persona atendida, por lo tanto se debe de realizar una entrevista de devolución con la información obtenida. Y la finalidad del diagnóstico siempre será esclarecer las fortalezas y las carencias para promover estrategias de intervención y facilitar la toma de decisiones. A la hora de considerar el diagnóstico hay dos aspectos importantes: el diseño y conceptualización de una herramienta o instrumento diagnóstico, por un lado, y la metodología a utilizar para la obtención de la información sobre la base de ese instrumento, por otro lado. En cuanto al diseño y conceptualización (qué recoger, qué medir, qué valorar, qué variables tener en cuenta,...) de la herramienta requiere una reflexión profunda de lo que se entiende por empleabilidad, de las variables que inciden en esa empleabilidad y de los ámbitos sobre los que recaerán las acciones concretas de nuestra intervención. Con toda seguridad no puede establecerse un diagnóstico único para todos los programas, todos los colectivos y todas las entidades; sin embargo, es necesario encontrar consensos entre todos los/las profesionales sobre esos aspectos conceptuales de la herramienta. Este tipo de herramienta se puede completar con medidas cualitativas estandarizadas que existen en el mercado siempre que el/la orientador/a estime oportuno. 11 Así, pues, en la construcción de una herramienta no estandarizada, en su diseño, debemos considerar diferentes elementos: Registros de datos, Genogramas, Informes, Observaciones, Variables de medida, Balance, Grado de definición de su proyecto personal. En cuanto a la metodología empleada, si cabe, tiene más importancia que los diferentes elementos que entran a formar parte del diseño del diagnóstico. Mª Luisa Rodríguez (1995) señala: ‘Actualmente se admite que la evaluación de una persona no es algo mecánico, ni analítico a ultranza, que intervenga sobre ella como si fuera un objeto mensurable. Si no, todo lo contrario, la evaluación deviniese un proceso dinámico que dependería de cómo interactuasen contexto y atributos individuales’. Desde esta perspectiva, el diagnóstico como un ‘proceso dinámico’, los elementos subjetivos, las percepciones y sensaciones del/la orientador/a tienen tanta importancia, en la medida en que son signos y fuentes de información a considerar en el proceso de diagnóstico, como tienen riesgos de sesgo. En la Fundación Tomillo, como parte integrante de la metodología a emplear, utilizamos el Estudio de Caso por parte del equipo de orientadores y orientadoras, para evitar los sesgos que se puedan producir por el/la orientador: su propia biografía, sus experiencias previas, su pericia como orientador/a y el tipo de vínculo realizado con la persona atendida que dependerá de las características personales del orientador/a. Pero no sólo estos aspectos pueden suponer un grave sesgo en la valoración del grado de empleabilidad de la persona y en la detección de sus necesidades. El proceso diagnóstico no sólo se centra en la persona. En la valoración de esa empleabilidad entran a formar parte el grado de conocimiento que la persona tenga del mercado laboral, de las fluctuaciones y cambios de ese mercado en el ámbito local, de los requisitos exigidos por los empleadores y del grado de conocimiento de la ocupación y/o profesión de interés de la persona atendida. En cuanto a la importancia de la metodología estriba en la necesidad de que el orientador no caiga cautivo de la propia herramienta en sí, esto es, el sujetarse demasiado en la obtención de los datos concretos rigidifica nuestra postura ante la persona a valorar y perder información muy valiosa para un diagnóstico. En la intervención sociolaboral basada en itinerarios, el diagnóstico es un proceso que no se agota en una sola entrevista, sino que es un proceso vivo que finaliza cuando finaliza el proceso de orientación. Para la elaboración de nuestra herramienta diagnóstica, y a modo de resumen de lo planteado con relación a esa herramienta, partimos de varias premisas: 1.) El diagnóstico es parte del proceso de orientación, proceso dinámico en sí mismo y punto de partida para otro de evaluación más amplio que abarque toda la intervención. 2.) El diagnóstico se realiza con la finalidad de que la persona se conozca un poco más y ayude a confrontar y comprender determinados aspectos de su vida. 3.) La finalidad del diagnóstico es la toma de decisiones por parte de la persona. 4.) El diagnóstico tiene carácter subjetivo y posee sesgos que pertenecen al propio orientador: conocimiento que el orientador tiene del mercado, sus propias experiencias y biografía, sus características de personalidad, por ello hay que introducir el estudio de caso entre el equipo como parte insoslayable del diagnóstico. 5.) La herramienta debe tener: recogida de datos y análisis de los mismos, valoración de variables, anecdotario, … 6.) Un proceso de diagnóstico debe estimar datos de su biografía, emociones, actitudes, pensamientos, características y rasgos más evidentes, aptitudes e intereses, sociabilidad... 7.) En determinados casos hay que introducir la dimensión cuantitativa a través de pruebas estandarizadas. 8.) Debe permitir recoger observaciones, registros de datos, escalas y cuestionarios, técnicas para la autobiografía. 9.) El instrumento debe tener registros acumulativos para valorar los cambios producidos en todo el proceso de evaluación. ¿Cómo se imbrica este diagnóstico de la empleabilidad con un proceso más global de evaluación, proceso que está en la base de todo el itinerario?. Para finalizar y no extendernos más sobre el tema, presentamos un esquema para que se vea gráficamente en qué momentos ir realizando ese proceso de evaluación: 12 Evaluación, feedback y Toma de decisiones en la realización de algún recurso. Firma de compromiso. Evaluación, feedback y Toma de decisiones en la realización de algún recurso. Firma de compromiso. Evaluación, feedback y Toma de decisiones en la realización de algún recurso. Firma de compromiso. Evaluación, feedback y Toma de decisiones en la realización de algún recurso. Firma de compromiso. Entrev. Evaluación y cierre ETC.... Acción mantenimiento empleo Entrev. Renov. Y compromiso empleo FASE DE CIERRE Acción formativa o de búsqueda de Entrev. Renov. Y compromiso empleo Acción formativa o de búsqueda de Entrev. Renov. Y compromiso empleo FASE DE DESARROLLO ITINERARIO Acción formativa o de búsqueda de Entrev. Devolución Entrev. Diagnóstico Entrev. Acogida FASE DE ACOGIDA Evaluación de todo el ciclo del itinerario y feedback final de todo el proceso emprendido desde sus inicios. Acción orientadora y acompañamiento: un maridaje facilitador de la intervención sociolaboral. ¿Qué es acompañar si no una actividad encaminada a apoyar un proceso de crecimiento hacia una mayor autonomía?, ¿qué es acompañar si no fortalecer y vigorizar la capacidad de las personas para tomar decisiones por sí mismas?, ¿qué es acompañar si no facilitar la activación de aspectos personales que permitan a la persona definir más nítidamente sus proyectos vitales y mirar con mayor confianza hacia el futuro?,… Preguntas como estas, que no son más que afirmaciones por mi parte, nos ayudan a rescatar el acompañamiento como base fundamental de un proceso hacia la inserción social y laboral. La acción orientadora debe tomar claramente esta óptica del acompañamiento para su intervención, frente a esa otra pedagogía del sermón que tantas veces se utiliza. Acompañar es ser testigos de un proceso, un mirar hacia los esfuerzos del otro, un situarse en medio de sus dudas e inseguridades sin querer dilucidarlas suplantando el protagonismo de la persona, más bien llevados por nuestro propio temor a sentirnos perdidos, a no dar, con cierta omnipotencia, respuestas y soluciones rápidas y eficaces, impidiendo que la persona construya su camino, haga su itinerario. Si como planteo yo aquí, el acompañamiento no es parte de un menú, sino que es la esencia de la acción orientadora, ¿desde qué lugar se plantea el acompañamiento?, ¿a qué lugar es precipitado el profesional?, ¿qué se entiende por estrategia para un acompañamiento?, ¿qué tipo de estrategias existen?. Todas ellas preguntas que me permitirán seguir presentando una concepción del acompañamiento pero que difícilmente pueden encontrar respuesta aquí. Es difícil que se pueda pergeñar una única estrategia que defina y acote los postulados básicos de un acompañamiento social y laboral, pues esta actividad entrañaría una implicación básica en términos, casi, de posición ética desde la que ensayar respuestas de intervención. A la hora de plantear qué es y cómo se hace un acompañamiento, qué beneficios tiene y cuáles son los elementos que nos permiten discernir entre una intervención por el acompañamiento y otro tipo de intervenciones, es decir, previo a la realización de un cierto esfuerzo sistematizador, creo necesario tratar de dilucidar cuál es nuestro posicionamiento confrontando dos particularidades metodológicas: por un lado, aquella que estandariza y generaliza sus presupuestos, conocimientos, métodos y objetivos de intervención; y, por otro lado, lo que podría entenderse como una intervención caso por caso o caso único. Ninguna de las dos posturas es ineficaz, ambas pueden ser practicadas a sabiendas de los inconvenientes que cada una tiene. Así, en la primera postura, si establecemos estrategias estandarizadas y universalizadoras para un acompañamiento, sería necesario establecer unos presupuestos arriesgados, por cuanto esta estrategia partiría de una saber previo de cómo son y qué les ocurre a las personas que atendemos, cómo van a evolucionar y cuál es el 13 abanico de resultados previstos que permita evaluar el proceso. Este posicionamiento no deja de ser presuntuoso, minimizando la imprevisión y reduciendo directivamente la intervención. En la segunda postura, si como señalamos es acompañamiento no es tanto marcar una senda con un final previsible, sino subirse al galope de los sueños, ilusiones, desencantos y dificultades de las personas atendidas en la búsqueda de sus propios intereses proyectados hacia el futuro, un proyecto vital. En esta postura, el acompañante nunca puede alzarse con el mando y la dirección del proceso. Aquí no existe estrategia si no es aquella que la persona decide seguir, y el final es un imprevisto del que el acompañante se convierte en testigo que ayuda, apoya, asesora y vigoriza los procesos individuales y singulares. La primera postura, más científica, favorece la investigación y el desarrollo de herramientas y estrategias desde las que se pierde cierta singularidad. La segunda postura, más ingenua, promueve que la dirección del proceso lo tenga la persona con el riesgo de convertirse en un laissez faire con la posibilidad de perder de vista las metas y objetivos. Decía más arriba que adoptar una de estas dos posturas exige un posicionamiento ético y modula un enfoque básico de la intervención. Estoy seguro que debemos continuar ensayando prácticas que nos permitan en algún momento dilucidar cuál de las dos posturas es la más oportuna o en qué momento y para qué situaciones son eficaces una y otra. Sin embargo, a parte de esta disparidad de posturas, algunas FUNCIONES PARA EL ACOMPAÑAMIENTO deben ser comunes, sobre todo aquellas que diseñan las funciones del acompañante sociolaboral. Se me ocurre que alguna de estas funciones, aunque no tienen por qué ser las únicas, son: 1) El/la orientador/a como contenedor de ansiedades e inseguridades de la persona atendida. a. Ante sí mismo/a: El acompañante es sostén frente al desaliento, los temores, las inseguridad,… que surgen de sí mismo, de esferas de su personalidad que va descubriendo o que se van poniendo en juego en el camino hacia la inserción o en el puesto de trabajo. La contención iría por el camino de proveer claves a la persona para que comprenda qué le está ocurriendo y por qué suceden ese tipo de emociones ante lo nuevo o lo desconocido. b. Ante lo nuevo: Igualmente, ayudar a la persona a situarse sin ansiedad ante nuevos escenarios, a exponerse a los mismos sabiendo y conociendo qué hay de nuevo y cómo es eso que es nuevo. 2) El/la orientador/a como modelo para la identificación (se ofrece como tal) a. La intervención constante con el/la orientador/a sitúa a la persona ante un mundo nuevo y ordenado, que funciona con agenda y horarios y que tiene unas claves y hábitos de relación que suelen ser generalizables en los ámbitos social y laboral. Hábitos, por ejemplo, como dar la mano para saludar, signos de cortesía, higiene, ropa adecuada, estilo de comunicación,… b. El/la orientador/a muestra a la persona atendida modos de actuar y reaccionar en diversas situaciones de la vida cotidiana y laboral a los que la persona atendida no está acostumbrada, rompiendo modelos estereotipados de vinculación. c. El/la orientador/a ejerce como una figura auxiliar del Yo por cuanto puede asumir funciones que el yo de la persona atendida no puede desarrollar para llevar a cabo determinadas actividades. 3) El/la orientador/a como refuerzo y apoyo a. El desarrollo de aspectos personales para el ejercicio de una ocupación y del yo social, alentando la capacidad creativa en desmedro de aspectos más desajustados, canalizando inquietudes, intereses y afinidades con las aptitudes de la persona atendida. En ocasiones, la persona puede que no esté en el momento de manifestar intereses y desarrollar capacidades, por lo que forzar el acompañamiento en esta línea puede hacer precipitar en la persona atendida a la angustia o despertar inseguridades. b. Apuntalar las fortalezas, desvelar las carencias y tonificar el abanico de posibilidades y el repertorio de recursos que la persona posee para que vaya logrando mayor autonomía. c. Percibir, reforzar y desarrollar la capacidad creativa de la persona atendida en su proceso de toma de decisiones y resolución de problemas. 4) El/la orientador/a como gestor de información para incrementar mayor comprensión 14 a. b. c. 5) Ofrecer información para una mayor comprensión del entorno en el que se va a desenvolver y en el que va a desarrollar sus actividades. Ofrecer constante retroalimentación sobre su comportamiento, avances, niveles de compromiso y autonomía, sobre cómo gestiona su propio proceso y aprendizaje. Señalamientos que faciliten a la persona comprender con mayor nitidez algunas de sus reacciones, dificultades y comportamientos. El/la orientador/a como agente resocializador a. Establecer redes de relaciones, ampliarlas, desarrollarlas y estabilizarlas como un objetivo básico para algunas de las personas con las que trabajamos. b. Fomentar el vínculo con las instituciones a través de su participación en ámbitos laborales, entidades para participación social y en centros para la promoción cultural.