LA MUJER EN LA GERMANIA DE TÁCITO O EL JUEGO DE UNA PARADOJA I.− INTRODUCCIÓN En la Germania Tácito nos muestra algunos rasgos de la vida de los germanos. Sus ideas están teñidas de un gran subjetivismo, pero que sin duda tienen un gran valor histórico. En este estudio nos hemos centrado en la mujer, tal como Tácito nos la presenta, tratando de comprender su postura, actitudes y pensamientos sobre el tema que nos ocupa. Hemos tratado de ir más allá, no sólo fijándonos en la mujer del mundo germano, sino que también hemos indagado, aunque someramente, cómo han ido evolucionando esas ideas de Tácito sobre la mujer a lo largo de la historia hasta llegar a la situación actual. II.− SOCIEDAD GERMÁNICA Los germanos fueron gente dedicada a la tierra y al ganado, cobrando gran importancia la relación hombre−trabajo−tierra−ganado−aprovechamientos. En general, la posesión de oro y plata no les preocupó, salvo a aquellos que recibían fuertes influencias de los romanos por su cercanía con ellos. La permuta y la compraventa eran relativamente escasas y sólo engendraban una cierta forma de contrato real. Hay que señalar también que usaban la permuta de mercancías en la vida comercial, aunque de una forma simple y algo anticuada, excepto en las fronteras. La sociedad se estructuraba en asociaciones familiares, lo que se denomina sippe. La sippe tomaba parte de la vida económica, religiosa, militar y jurídica. Por una parte la sippe se utiliza para establecer la relación de cualquier persona concreta con sus antepasados, y por otra la sippe actúa como estirpe reuniendo a mujeres y hombres descendientes de un tronco masculino común. Las sippen se agrupan en corporaciones comarcales o de valle, que a su vez se aglutinan en pueblos. Los pueblos se agruparon en confederaciones populares. Según Tácito, los pueblos germanos no habitaban en ciudades, sino que vivían dispersos y separados. La construcción de sus casas era muy rudimentaria; no conocían la mampostería ni las tejas. Guardaban la cosecha en cuevas subterráneas para evitar que se la robaran. La tierra se repartía entre las familias y las unidades de linaje. Las familias la trabajaban para autoabastecerse, y las unidades de linaje (sippen) las utilizaban en usos comunes. La técnica agrícola obligaba a una estrecha colaboración entre cada familia y el grupo al que pertenecía, puesto que tenían que compaginar siembras, cosechas, pastoreo etc. La guerra actúa como empresa colectiva. Sus armas son de una técnica muy elemental. Los conflictos, ya sean públicos o privados, los resuelven con las armas, las cuales jamás abandonan. Tanto les gusta la guerra a los jóvenes nobles que en caso de reinar la paz en su pueblo, irían a otro en busca de guerra. Si no guerrean, no se ocupan de otra cosa que no sea dormir y comer, encargando los menesteres propios del hogar a la mujer y a otros elementos débiles de la familia, como niños, discapacitados, etc. Tácito nos describe lo que se denomina el señorío particular, institución política ejercida por un notable y acompañado por un séquito o grupo de gente libre, más bien desarraigada de la comunidad, pero ligada a aquél en cuanto guerrero valeroso por medio de un vínculo personal de extraordinaria amplitud y solidez, que obliga a toda clase de servicios, sobre todo armados. En la obra Tácito nos habla en varias ocasiones de la asamblea germánica; en ella se resuelven juicios 1 decidiéndose las penas para cada delito cometido (horca, sanciones si el delito era leve, etc.). También en la asamblea se eligen a los dignatarios que imparten justicia, quienes tendrían un consejo de cien hombres del pueblo. Así, la asamblea era la colectividad que escuchaba problemas, oía y debatía opiniones y propuestas, y luego daba su parecer y criterios resolutorios. Las decisiones de la asamblea se respetaban con cierto aire reverencial y sacro. El que dirige la asamblea busca saber, indaga, pregunta el parecer de la asamblea, y cuando ésta toma una decisión, lo que se hace con ello es manifestar aprobación. Así nacería el Derecho germánico, no sólo de las costumbres, sino también de las decisiones de la asamblea como un conjunto de normas emanadas con carácter colectivo del pueblo. Dando como resultado un derecho consuetudinario, oral, popular, simbólico y formalista, concebido como manifestación de la voluntad colectiva, en orden a la equidad, la justicia, y mantenimiento de la paz general entre individuos y comunidades iguales entre sí. No sólo figuraba la asamblea como institución política, también hay que señalar al rey y al jefe. El rey elegido de la nobleza no tenía un poder absoluto ni arbitrario. La figura del rey no progresó en todos los pueblos por igual, lo que tuvo como consecuencia la continuidad de una sociedad profundamente libre allí donde no consolidó la concentración de poder. Tácito muestra el carácter originario de las monarquías germánicas al calificarlo de autoridad para persuadir, y no de potestad para mandar. El jefe, elegido por su valor en la asamblea, se encargaba de la administración de justicia pero siempre asesorado por el pueblo. Los sacerdotes también estaban dotados de poder, pues podían castigar, pegar, etc., a los culpables de delito, pero esto siempre lo harían por mandato de los dioses. Los germanos eran religiosos. Creían en una serie de dioses a los que conmemoraban mediante cánticos. Los dioses participaban en la vida popular, en tanto en cuanto acudían a ellos para resolver dudas personales, o para saber el resultado de una guerra importante, por ejemplo. Los esclavos trabajaban como uno más en la familia, junto con la mujer y los hijos. No tenían costumbre de maltratarlos. No trataban de mostrar su superioridad frente a ellos. Los libertos no estaban muy por encima de los esclavos, pues no gozarían nunca de reconocimiento en la vida social y pública. III.− LA MUJER EN LA OBRA Tácito nos muestra a la mujer como un personaje de gran importancia dentro del mundo germano. Mientras la gran mayoría de los hombres se dedican a la guerra, la mujer cuidará de su hogar y de sus hijos. Con toda tranquilidad y sin escandalizarse, curarán las heridas de sus maridos cuando vengan ensangrentados de la guerra y les darán ánimos cuando vayan a ella. De gran relevancia son las palabras de aliento que la esposa da a su marido cuando se dirige a la batalla, pues se cree que en esos consejos y respuestas hay algo santo y profético. La mujer se casará y tendrá hijos. Ese es su destino y así lo quieren ellas. La soltera se quedara al cuidado de su padre esperando con gran deseo casarse algún día. La esposa dirige y cuida la casa, el hogar y los campos, aunque sea el marido el que tenga el verdadero poder y mando. La mujer siempre estará subordinada al hombre. El matrimonio es un vínculo heterosexual y generalmente bilateral, aunque podía ser poligámico para el marido. Era una institución muy respetada. Los adulterios eran escasos, y aquellos que se descubriesen eran castigados con una pena muy dura. Es más, en algunas tribus sólo las vírgenes se casaban recibiendo un solo marido, así como un solo cuerpo y una sola vida. Tácito llama dote marital al wittum o precio, confundiéndola con la dote romana. De esta forma nos relata cómo el marido aporta la dote a la mujer, no teniendo esos regalos como fin el deleite femenino ni su uso como adorno para la recién casada, sino que lo que reciben lo deben entregar intacto y sin menoscabo a sus hijos para que lo perciban sus nueras y vaya a parar más tarde a sus nietos. Este wittum o precio tenía la 2 finalidad de constituir una reserva económica en caso de viudedad, lo que se entiende perfectamente situándonos dentro de un contexto donde la guerra actúa como empresa común. Se trata de que la mujer no sea ajena a la guerra. En la ceremonia nupcial se les advertirá de todo lo que tendrán que soportar, y ello sin menoscabo del papel de madres. Ellas criarán a sus hijos no dejándolos en manos de criadas o nodrizas. Esa mujer que se queda al cargo del hogar, de los campos y de sus hijos mientras el marido está en la guerra, tendría que tener una gran fuerza interior para poder soportar las presiones que todo ese trabajo conlleva. Inferior en todo momento al hombre, se ensalzaría la figura femenina en forma de diosas. Diosas a las que los germanos rendían culto y conmemoraban. He aquí una de las principales contradicciones con la que nos encontramos al profundizar en este tema. Asumen el papel de madres y esposas, trabajadoras y obedientes a las órdenes del marido. Ello no podía ser de otra forma, dada la época y mundo del que hablamos. Habrían de pasar muchos siglos para que se comenzase a reconocer socialmente ese trabajo realizado en el hogar por una mujer, siempre a la sombra de su marido. IV.− EVOLUCIÓN DE LOS DERECHOS DE LA MUJER No podemos marcar exactamente en qué momento comenzaron las mujeres a despertar y a rebelarse contra esas situaciones de clara inferioridad con relación al hombre. La Historia, escrita casi siempre, por no decir siempre, por hombres, se refiere desde tiempos muy antiguos a la voluntad de ciertos grupos de mujeres de no aceptar ni resignarse a seguir sufriendo situaciones injustas, desequilibradas, y en tantas ocasiones humillantes e inhumanas. Pero la gran Historia ha enterrado nombres femeninos que sobresalieron en el mundo del comercio, de las artes o de la política, como Juana de Arco, Teresa de Avila, etc. Pero en el primitivo mundo germano hombres y mujeres asumían su papel de poder y sumisión, respectivamente, como si las cosas estuviesen así establecidas, sin ninguna posibilidad de cambio. También en el mundo romano la mujer, en general, tendría un papel secundario. Sólo los hombres podían ocupar cargos sociales importantes, como el de senador o pretor. Los hombres estarían por un lado, y las mujeres, los hijos y los débiles por otro, formando parte de un grupo distinto y sometido al poder del padre de familia. Esta desigualdad entre hombres y mujeres en el mundo germano se comprende, aunque no se justifica, dada la situación de continua beligerancia en la que la fuerza física resultaba, entre otros muchos, un elemento discriminatorio de especial trascendencia. Los hombres, fuertes luchaban; las mujeres, consideradas como débiles, se encargaban del hogar y de los hijos . Hizo falta una larga evolución en la sociedad para advertir los primeros cambios en estas posturas preestablecidas. En un principio incluso se discutió si la mujer tendría alma. Mucho parece que costó admitir que sí, que tenía alma igual que el hombre. Bien, ya tiene alma, pero es inferior al hombre: tiene menos capacidad intelectual, menos fuerza física, y, además, vale para muy pocas profesiones. Cada peldaño que la mujer ha logrado subir en su lucha por la equiparación y la igualdad con el hombre, le ha costado, por decirlo con palabras de Machado, sangre, sudor y lágrimas. Sin duda alguna, ha sido la generalización de la cultura en el mundo de la mujer lo que más ha favorecido su lucha por la igualdad. Una evolución que implicaba la necesidad de una culturización de las mujeres. Sería entonces cuando éstas dejarían de aceptar esa sumisión y tomarían parte de la vida social, cultural y política al igual que los hombres. En el Renacimiento, cuando el mundo occidental se amplía con el descubrimiento de nuevas tierras y con los primeros estudios modernos sobre el Universo, surgen escritos de mujeres que reivindican la igualdad de educación para las niñas y que se enfrentan a las tradicionales injusticias en la discriminación laboral. 3 Ya entonces las mujeres reivindicaban unos derechos, que modernamente denominamos derechos humanos, cuya formulación parcial, en el plano individual o colectivo, puede bucearse incluso en las más remotas civilizaciones. En definitiva, la lucha era por encontrar la igualdad, por el reconocimiento legal, no sólo entre hombres y mujeres, sino también entre pobres y ricos, en definitiva, igualdad entre las personas. Una amplificación de miras que ennoblecía aún más, si cabe, la batalla por la igualdad de derechos entre los seres humanos, desgraciadamente todavía muy lejos de alcanzarse de forma plena en todo el mundo. Desde el tercer milenio a. C., en Egipto y Mesopotamia existen testimonios escritos que legitiman el uso de la fuerza cuando se utiliza para garantizar los derechos de los pobres, los débiles y los desposeídos. Entre los años 800 y 200 a. C., la capacidad de reflexión humana llegó a uno de sus grados más altos. En la India surge Buda. En Persia enseña Zaratustra. En Palestina aparecen los profetas. En Grecia encontramos a Homero, Parménides, Heráclito, Platón y Aristóteles. En Roma, a los estoicos. La consciencia humana alcanza notable plenitud. El concepto de hombre, entendido como ser libre, queda en este periodo claramente establecido. Consecuentemente, la denuncia del derecho de los hombres frente a la arbitrariedad del poder es una constante en el pensamiento de esta época. Pero no se trata de todos los hombres. Los derechos reconocidos y proclamados corresponden según el pensamiento de entonces, sólo a los hombres libres. Paradójicamente, la sociedad del mundo antiguo, a la vez que alcanza las cumbres del humanismo, se organiza sobre una forma de producción que supone el desprecio absoluto de los derechos humanos: la esclavitud, la desigualdad radical por origen. Será en el siglo XVIII cuando se cree la esperanza liberadora de las mujeres gracias a las ideas enciclopedistas. En Francia y en Inglaterra participaron activamente en los movimientos radicales cuando triunfa la nueva clase, la burguesía, que en un principio se declaraba igualitaria y no excluía a nadie. Sin embargo, pronto se verá que las mujeres incluidas en la burguesía, continuaban marginadas del poder político y jurídico, pasando aquellas a formar parte de la población inactiva. La Revolución industrial acelera el proceso de marginación de la mujer, recluyéndola en los roles sexuales de esposa y madre. Las ideas igualitarias del siglo XVIII, que desembocaron en la Revolución francesa, despertaron grandes esperanzas entre las mujeres. Durante todo el siglo XIX, la lucha de las primeras feministas se centraría, sobre todo, en conseguir el pleno acceso al mundo de la educación, al profesional sin exclusiones y al de la vida pública, y, primordialmente en la obtención del voto femenino. Había surgido una nueva consciencia, cuyas voces no serían ya aisladas o individuales. Se trataba de la consciencia colectiva de la mujer moderna. V.− COMENTARIO PERSONAL La opresión que han vivido y que todavía viven las mujeres, se desarrolla en todos los sectores de nuestra sociedad, en la escuela, en el trabajo, en la calle y en el hogar. La misoginia se transforma muchas veces en una actitud claramente antifeminista. Es necesario vencer el miedo al feminismo a través del conocimiento de las raíces de la opresión femenina, la más antigua y universal. Ahora bien, conocer estas causas no deben llevar a la mujer actual de nuevo al lamento, a presentarse como víctima de su propia condición. Sería demasiado fácil decir que la mujer sólo tiene que luchar contra el hombre para llegar a ser libre. También tiene que luchar contra sí misma. Ser mujer hoy en día, no es nada fácil. Pero tampoco lo es ser hombre. En realidad lo que es difícil es llegar a comportarse y a ser considerados como seres humanos, tanto las mujeres como los hombres. Las mujeres tienen ante sí un gran desafío. Si bien hoy es posible saber por qué han sido consideradas como el sexo de segundo orden, sería triste trasladar este conocimiento a la escueta venganza sexual. Los hombres y las mujeres son las personas que pueblan el mundo. Pueden desaparecer las ideologías, las clases sociales e incluso los pueblos. Pero los sexos, no. La lucidez y la razón no son atributos exclusivamente masculinos. 4 Pero tampoco el sentimiento y las emociones lo son femeninos. Son atributos humanos y son las personas, sean mujeres u hombres, las que pueden perfeccionarlos. Claro que las mujeres tienen ante sí pocos modelos conocidos que puedan seguirse. Claro que casi todo está todavía por hacer. Pero sólo aquellas mujeres que se respetan a sí mismas pueden optar por su propia libertad y autonomía. No todas las mujeres son iguales, y, como individuos poseen su personal concepción del mundo. El feminismo como consciencia y como lucha presenta varias opciones. Y depende de la libre voluntad de las mujeres elegir aquella que se estime más justa. Las mujeres tienen que luchar contra su propia inseguridad, contra la victimización interiorizada, y muchas veces contra la resistencia del hombre a perder sus privilegios. Sin embargo, las mujeres, por ser mujeres, no son mejores que los hombres. También ellas son hostigadas por los valores morales de nuestra civilización, también pueden sentirse fascinadas por el poder, por el ansia de dominio y de opresión hacia otros seres más débiles, también pueden competir entre ellas y ser crueles e injustas. La única diferencia es que no han tenido para ello las mismas oportunidades, en la historia, que los hombres. No se nace feminista o antifeminista. Se trata de una elección que se asume, conscientemente, a lo largo de toda la vida. La asunción de la opresión en que vive la mujer comporta, también, la posibilidad de caer en el error, en la intolerancia, en el dogma, en la contradicción. Pero todo ello no invalida algo que es real: la situación dolorosa y humillante que vive, día a día, gran parte de los seres que forman la mitad de la humanidad. El feminismo que duda y reflexiona es el que avanza con más profundidad, puesto que parte, en realidad, de una nueva visión humanista del mundo actual. El miedo a la libertad es, en suma, miedo al error. Pero los errores y contradicciones en los que puede caer el feminismo no son motivos suficientes para atacarlo en su totalidad. A estas alturas, nadie puede negar que ha nacido de las más profundas y auténticas ansias de libertad de la mujer como ser humano. El día en que hombres y mujeres dejen de ser seres mutilados, el día en que el sexo no condicione el desarrollo total de las personas, el día en que la dominación y supremacía del varón pase a los anales de la historia y deje de ser presente, el día en que la comunicación entre los dos sexos nazca del respeto en los seres libres, aquel día el feminismo ya no tendrá razón de ser. VI. CONSIDERACIÓN FINAL Las 35 páginas de la Germania de Tácito me han servido como texto y pretexto para centrarme en el tema de la mujer. En principio despertaba mi curiosidad la idea de leer un escrito que, aunque breve, podría decir algo sobre la situación de la mujer en una sociedad tan antigua como la de los primitivos germanos. La verdad es que, en este sentido, mis expectativas han quedado un poco defraudadas, pues Tácito se limita simplemente a describir algunos aspectos de esa sociedad, sin otras reflexiones añadidas. Luego he pensado que no se le puede pedir más al texto de un historiador. No obstante lo dicho, sí resulta curioso observar, según nos cuenta Tácito, el papel de animadora que tenía la mujer en la primitiva sociedad germana. El valeroso guerrero necesitada de las palabras de aliento de la mujer antes de partir hacia el campo de batalla. Una vez más el fuerte necesita del débil, o aparentemente débil, para ser fuerte, o creerse que sigue siendo fuerte. Esas palabras de aliento son tomadas por los guerreros con verdadero respeto y convicción de que realmente les van a ser de gran valor en el logro de sus objetivos. Ellos están convencidos de que esas palabras y quienes las pronuncian están revestidas de un halo profético. Pues bien, es esta contradicción en la consideración de la mujer lo que más me ha impresionado en el texto de Tácito, pues por un lado tenemos esa mujer considerada realmente inferior al hombre y reducida exclusivamente al ámbito del hogar y la crianza de los hijos, aparte de sus funciones como enfermera tras las batallas, y por otro lado esa imagen próxima al profetismo −por sus palabras de aliento− que de ella tiene ese 5 mismo hombre que la considera inferior en tantos otros aspectos. ¡Qué curioso y qué contradictorio ese juego de aprecio y desprecio, de amor y temor! Después de tantos siglos, casi como hoy. ¿Qué tendrá la mujer, o el hombre, que ayer como hoy, produce tantas y tales paradojas? 6