De Cómo la Monarquía es Pésima si no Soy el Rey Sebastián Rodríguez Cárdenas No concibo realmente como existen monarquías hoy en día. El título dice bastante pues de facto sí, me gustaría ser rey, pero en calidad de no serlo y (puedo decirlo con toda seguridad) teniendo en cuenta que no tengo esperanzas de configurarme como tal, es más que volitivo, imperativo pronunciarme sobre un tema como la monarquía. Tomándolo históricamente, la figura del rey se vio investida por la gracia divina en todos los aspectos y por lo tanto, el pueblo, incapaz de oponerse a sus dioses, aceptaban la dominación pseudo - carismática del monarca que se les imponía. Desde un punto de vista antropológico, el rey viene siendo un monumento erigido como forma suprema de expresión estatal, de comportamiento tal que instituya en la “plebe” un sentimiento de entrega al monumento tal cual es; no se alaba al rey – hombre, sino la corona como institución, nuevamente, de dominación en el sentido weberiano. Lo que me causa intriga y quizás un poco de náuseas es que nada justifica realmente que un hombre, por el simple hecho de ser hijo de…, ostente la posición de “ser supremo” dentro de la sociedad en la cual convive. Ahora bien, la procedencia familiar influye en la política actual de una manera evidente, y tampoco pretendo alabar a la democracia como último bastión del “zoon politikon”, pero un mínimo de avance sociológico si se manifiesta cuando la gente, sin caer en populismos, busca una representación colectiva y no una muestra de poder incognoscible. No es consecuente que siga dándose la monarquía, cuando se ve claramente el despilfarro monetario de los principitos, no precisamente los de Saint-Exupéry, y la población padeciendo miseria, que repito no es justificable en ningún sistema político, pero con menor razón por el simple hecho de tener sangre “real”. El Estado se sustenta por sí mismo en la sociedad, en la representación de voluntades, y estoy seguro que no me equivoco al decir que todos querríamos ser reyes y sino todos, una gran mayoría; luego entonces cuando todos tenemos la voluntad de ser rey, ninguno puede serlo más que por la fuerza, la intervención divina o, en términos más modernos, la incoherencia política, o en palabras más detalladas, la tradición, que predica que con su pérdida o contradicción se pierde igualmente la identidad histórica del pueblo que lleva consigo la monarquía. Por supuesto, falso. Se dirá que la monarquía no es absoluta, que hay constitución y/o parlamento, pero curiosamente las mismas constituciones consagran las “irresponsabilidad” del rey y su supremacía humana sobre el resto de la especie. Esto dice bastante, en realidad, no cabe en la realidad pensar que el rey no tenga responsabilidad alguna cuando entre todos, debería ser el que la posea en mayor cantidad. Es un hecho además que existen países en los cuales hay jefe de gobierno y jefe de Estado y por ende, existe rey y presidente; sin embargo no se puede alimentar la jefatura de Estado en el rey toda vez simplemente por el hecho de tal, en primer lugar porque caeríamos en la dicotomía medieval y colonial de “el rey reina pero no gobierna” y, si se me permite, si el rey no gobierna, no hay necesidad de rey. Si lo que se propone es dividir el ejecutivo en las categorías ya mencionadas bien puede funcionar el voto popular o representativo, pero no la procedencia familiar del primero o del segundo. La monarquía aristotélica se daba tras un proceso casi dialéctico (aunque parezca contradictorio) en el cual el rey llegaba como solución a la demagogia y a la oclocracia; los ciclos se revelaban en sucesiones de decadencia no en sucesiones hereditarias, como si no fuera poco, el “rey” aristotélico viene siendo la figura del dictador romano; una sola persona dotada de facultades extraordinarias utilizadas para poner fin, de nuevo, a la degradación democrática o aristocrática saliendo un poco del esquema. Dicha monarquía eventualmente cargada de poder se volvería tiranía y empezaría un nuevo ciclo; maravilloso. No es posible legitimar una monarquía, por legal que sea, que provenga de una herencia per se, Los príncipes hoy en día se dedican a gastar en la consecución de una buena princesa y un buen lugar para vacacionar, ya no están entrenados ni para reinar, ni mucho menos para gobernar. Lo que más paradójico encuentro es que la gente celebre la vulgaridad con la que se derrochan los recursos estatales, la alegría del matrimonio del príncipe embarga el pueblo de sus miserias y problemas cotidianos; sería difícil encontrar algo ligeramente más absurdo. Para concluir puedo decir que la monarquía es pésima, de hecho, una aberración jurídico – política de la modernidad, justificada en el irracional proceder de la tradición que, curiosamente, gobierna, sin sentido, pero gobierna.