LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA DENTRO DEL ESTADO SOCIAL DE DERECHO por: CARLOS ALBERTO LARA ARIAS Abogado Docente El título del presente ensayo está íntimamente relacionado con el interrogante en torno a cuál es el papel que debe asumir el juez dentro del marco del “estado social de derecho”, pero también implica formular otras preguntas: ¿Cuáles son esos límites que aún en el estado social se imponen sobre el órgano judicial? ¿puede el juez hacer lo que el estamento representativo y la administración dejan de hacer? ¿judicializar las grandes tensiones e insatisfacciones sociales no produce una sobrecarga del sistema judicial? Partiendo de los planteamientos que alrededor del tema ha hecho la Corte Constitucional, podemos señalar que el juez está llamado a ser parte activa dentro del desarrollo del derecho, no un simple “aplicador” de normas, puesto que al ejercer su labor judicial no sólo se limita a una aplicación mecánica del texto legal, sino a su ponderación e interpretación de acuerdo con los principios y fines señalados por la Constitución, el concepto de estado social de derecho, y las características del caso concreto al cual esta avocado. Tal como lo plantea el alto tribunal, el juez en el “estado social de derecho” también es un portador de la visión constitucional del interés general. El juez, al poner en relación la Constitución –sus principios y sus normas- con la ley y con los hechos hace uso de una discrecionalidad interpretativa que necesariamente delimita el sentido político de los textos constitucionales. En este sentido la legislación y la decisión judicial son ambas procesos de creación del derecho.”1 Ahora bien, la conceptualización que implica el pasar de un ESTADO FORMAL DE DERECHO a un ESTADO SOCIAL DE DERECHO, conlleva redefinir el papel de las autoridades, de la función administrativa, en cuanto a los papeles que les corresponde asumir. Desde un punto de vista cuantitativo, el “estado social de derecho” implica garantizar unos estándares mínimos de salario, alimentación, salud, habitación, educación, asegurados para todos los ciudadanos por igual, bajo la idea de derecho y no de caridad. Desde un punto de vista cualitativo, el “estado social de derecho” implica la existencia de un estado constitucional democrático, el cual se funda en la existencia de nuevos valores-derechos consagrados por la segunda y tercera 1. Sentencia T-406 de junio 05 de 1992. M.P. Dr. Ciro Angarita Barón. generación de derechos humanos y se fortifica la creación de mecanismos de democracia participativa, de control político y jurídico en el ejercicio del poder y sobre todo, mediante la consagración de un catálogo de principios y de derechos fundamentales que inspiran toda la interpretación y el funcionamiento de la organización política. Esto implica una gran primacía de la parte filosófica de la Constitución, ya que es la que marca los fines y principios a los que debe tender y en los que debe inspirarse la actividad del Estado y sus agentes. Tal como lo ha dicho la Corte; “no es posible, entonces, interpretar una institución o un procedimiento previsto por la Constitución, por fuera de los contenidos materiales plasmados en los principios y derechos fundamentales.”2 Esta consagración de “estado social de derecho”, se traduce pues en la obligatoriedad de los organismos públicos de accionar para concretar un modo de vida público y comunitario que ofrezca a las personas las condiciones materiales para gozar de una igual libertad, dentro de un criterio de justicia, desarrollando para ello los fines esenciales del Estado indicados por el artículo 2º de la Constitución Política. Por lo anterior, las formas de creación y de interpretación del derecho cambian al unísono con el cambio de filosofía en los fines del estado. Esta nueva forma de interpretar el derecho se traduce en la “pérdida de la importancia sacramental del texto legal entendido como emanación de la voluntad popular y mayor preocupación por la justicia material y por el logro de soluciones que consulten la especificidad de los hechos.” 3 (negrillas fuera de texto). Esto marca la importancia que adquiere el juez en el “estado social de derecho”, puesto que si bien el cumplimiento de sus fines compete a la totalidad de las autoridades, es el juez (al desatar la controversia o caso concreto, en el que incluso una de las partes puede ser otro organismo estatal), el llamado a ser garante de la realización de la justicia material y de la preservación de los principios y valores constitucionales, que por su generalidad requieren de la consecuente interpretación en su aplicación al hecho específico. Es imposible exigir a la ley que prevea la totalidad de los hechos y circunstancias que puedan surgir en el conglomerado social. Se necesita entonces la aplicación de los principios y criterios finalistas constitucionales, que por su carácter general y abstracto requieren de un instrumento de aplicación concreta, en este caso el juez, para que el derecho consulte la realidad social, de la que no puede abstraerse. 2 3 Idem. Sentencia T-406 de 1992. Para su actividad los jueces parten entonces de la existencia del texto constitucional, en el cual se encuentran los principios, valores, derechos y criterios finalistas a aplicar, y paralelamente se enfrentan con la realidad social, con los hechos, y es sobre esta realidad social que el juez debe definir y construir los alcances de una interpretación coherente de la carta constitucional, con esa realidad fáctica que le rodea. En este esquema, y tal como lo plantea la Corte en la Sentencia T-406 de junio 5 de 1992, antes citada, “la doctrina de la separación de poderes ha variado sustancialmente en relación con la formulación inicial. Aquello que en un principio tenía como punto esencial la separación de los órganos, cada uno de ellos depositario de funciones bien delimitadas, ha pasado a ser, en la democracia constitucional actual, una separación de ámbitos funcionales dotados de un control activo entre ellos. Lo dicho está acorde, además, con una interpretación contemporánea de la separación de los poderes, a partir de la cual el juez pueda convertirse en un instrumento de presión frente al legislador, de tal manera que éste, si no desea ver su espacio de decisión invadido por otros órganos, adopte las responsabilidades de desarrollo legal que le corresponden y expida las normas del caso. Este contrapeso de poderes, que emergen de la dinámica institucional, es la mejor garantía de la protección efectiva de los derechos de los asociados.” Para algunos, el tan criticado “gobierno de los jueces”, implica una injerencia indebida en la órbita de los demás organismos estatales, pues debe limitarse a aplicar la ley existente y no asumir un papel audaz de creador e intérprete del derecho. Sin embargo, en una estructura jurídica fundada en el criterio de “estado social de derecho”, y basada en la existencia de un orden democrático constitucional, el juez quien está en contacto con la realidad social, es el llamado a interpretar ese catálogo social de derechos a propósito de ese hecho concreto que juzga, y en ocasiones ello implica, con el fin de garantizar la primacía de la constitución (artículo 4º), que deba recortar los desbordes de los otros organismos estatales e incluso que, más allá, llene vacíos dejados por éstos en los casos en que sea imprescindible para que prevalezca la Constitución, sin que esto implique la sustitución de ellos. Sin embargo esta potestad no es absoluta, ya que el juez no puede llegar hasta el punto de subvertir el orden constitucional mismo que propugna defender. En posterior sentencia, la Corte, tratando de precisar, ha expresado que “la jurisdicción constitucional y el conjunto de los instrumentos que componen su arsenal defensivo, asume y promueve el normal funcionamiento de los órganos del Estado y limita su intervención al control de los límites externos de su actuación, con miras a preservar la legitimidad constitucional que ha de caracterizar invariablemente el ejercicio de los poderes constituídos. La misión de la jurisdicción constitucional no es exactamente la de sustituir a los órganos del Estado, sino la de frenar sus desviaciones con respecto al plano constitucional. En este orden de ideas, dentro del marco constitucional, se reconoce al legislador un espacio de libre configuración normativa. Por otra parte, la autonomía de los jueces, siempre que se ciñan al ordenamiento jurídico, determina un margen de libertad que necesariamente deberá ser negada y neutralizada cuando ésta se torna arbitraria, y, en lugar de afirmar los derechos constitucionales de las personas, los conculca. Finalmente, la administración puede adelantar sus cometidos y ejercer la autoridad del Estado en un ámbito que ciertamente no es reducido, pero que no puede reclamar el sacrificio injustificado de los derechos fundamentales de las personas a fin de cumplir su objeto propio, pues se presume que ello no es el medio para hacerlo. Es fácil concluir que el remedio constitucional del amparo no se edifica sobre la anulación del esquema constitucional de las funciones y poderes del Estado. Existen fallas de las personas que la Corte no puede enmendar sin subvertir el orden constitucional y aminorar hasta un grado extremo la propia responsabilidad personal.”4 Por último, si bien la nueva concepción del papel del juez ha conllevado de hecho una sobrecarga del sistema judicial, ya de por sí congestionado, es innegable que dentro del marco del “estado social, democrático y constitucional de derecho, del que venimos hablando, sería mucho más grave privar al juez de ese papel de garante del cumplimiento del catálogo de principios, derechos y valores constitucionales. Es el juez quien está en contacto de una manera más pronunciada con la realidad social y quien por ende, al actuar como productor de derecho, acomoda la realidad jurídica a la realidad social, para alcanzar así la vigencia de un orden social justo, en un esfuerzo mancomunado con los demás órganos del estado. 4 Sentencia SU-111 de marzo 06 de 1997. M.P. Dr. Eduardo Cifuentes Muñoz.