Desafíos en la implementación de la Ley Derecho a la Protección de la salud Mental (Ley Nº 26.657) Dra. Ernestina Rosendo E-mail: ernestina.rosendo@gmail.com Investigadora, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Investigadora, Instituto de salud mental y psicología comunitaria, Facultad de Psicología y Psicopedagogía, USAL. Resumen Introducción: La reciente sanción de la Ley Nº 26.657 constituye un importante avance en materia regulatoria en el campo de la salud mental argentino. Hasta entonces, la Argentina se caracterizada por la coexistencia heterogénea de algunas pocas jurisdicciones con legislación, algunas otras con proyectos legislativos y una gran parte de las provincias sin ningún tipo de regulación. En igual sentido, la Ley Nº 26.657 permite comenzar a superar algunas contradicciones en materia legislativa referentes al ejercicio de las profesiones vinculadas al campo de la salud mental, incumbencias profesionales y legislación sobre internaciones psiquiátricas. El presente trabajo tiene por finalidad reflexionar sobre las implicancias de esta nueva legislación así como también sobre los posibles desafíos que se le presentan a la luz de experiencias legislativas anteriores (en particular Ley Nº 448 de la CABA) y de las particularidades de la organización de los servicios de salud mental en nuestro país. Objetivo: Analizar los posibles desafíos que conlleva la viabilidad de la nueva ley Nacional Nº 26.657, identificando las líneas prioritarias de trabajo para su implementación. Metodología: Se trata de un estudio cualitativo que recoge experiencias investigativas previas de la autora en la Ciudad de Buenos Aires y en la Provincia de Santa Fe. Principales resultados: Si bien la nueva Ley Nº 26.657 reubica en el centro de la escena la discusión sobre los cuidados en la salud mental, no obstante la viabilidad de su aplicación enfrenta una serie de desafíos. Entre ellos, se destacan la puja entre distintos actores en base a intereses corporativos diferenciales; la formación de los actuales y futuros profesionales de la salud mental; las características infraestructurales y organizativas de los servicios de salud mental, en particular los referentes a los hospitales generales. Introducción La reciente sanción de la Ley Nº 26.657 constituye un importante avance en materia regulatoria en el campo de la salud mental argentino. Hasta entonces, la Argentina se caracterizada por la coexistencia heterogénea de algunas pocas jurisdicciones con legislación, algunas otras con proyectos legislativos y una gran parte de las provincias sin ningún tipo de regulación. En igual sentido, la Ley Nº 26.657 permite comenzar a superar algunas contradicciones en materia legislativa referentes al ejercicio de las profesiones vinculadas al campo de la salud mental, incumbencias profesionales y legislación sobre internaciones psiquiátricas. Si bien la nueva Ley Nº 26.657 reubica en el centro de la escena la discusión sobre los cuidados en la salud mental, no obstante la viabilidad de su aplicación enfrenta una serie de desafíos. Entre ellos, se destacan la puja entre distintos actores en base a intereses corporativos diferenciales; la formación de los actuales y futuros profesionales de la salud mental; las características infraestructurales y organizativas de los servicios de salud mental, en particular los referentes a los hospitales generales. La experiencia sobre el diseño, sanción e intento de implementación de la Ley Nº 448 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, evidenció un fuerte conflicto entre actores profesionales e institucionales en base a intereses corporativos. Como veremos a lo largo del escrito, parte de esta conflictividad estuvo conformada por la tensión entre quienes defendían el hospital psiquiátrico de quienes reclamaban su eliminación y, por otra parte, asociaciones médicas contra el resto de las disciplinas del campo de la salud mental. El presente trabajo tiene por finalidad reflexionar sobre las implicancias de esta nueva legislación así como también sobre los posibles desafíos que se le presentan a la luz de experiencias legislativas anteriores (en particular Ley Nº 448 de la CABA) y de las particularidades de la organización de los servicios de salud mental en nuestro país. Desde esta perspectiva nos planteamos como objetivo analizar los posibles desafíos que conlleva la viabilidad de la nueva ley Nacional Nº 26.657, identificando las líneas prioritarias de trabajo para su implementación. La información utilizada en el análisis proviene de las experiencias investigativas previas de la autora en la Ciudad de Buenos Aires y en la Provincia de Santa Fe. Se utiliza información de fuentes primarias (entrevistas en profundidad) a profesionales de la salud mental, políticos, legisladores y miembros de asociaciones profesionales en las Ciudades de Buenos Aires y Rosario. Se analizan también fuentes secundarias tales como legislaciones vigentes, programas de estudio de carreras de grado y formación en servicios. El campo legislativo argentino en salud mental La sanción de la Ley Nº 26.657 permite establecer un marco referencial y regulatorio común a todas las jurisdicciones del país. De todos modos, se disponía de una Ley de internación psiquiátrica (22.914) promulgada en septiembre del año 1983. Si bien con anterioridad algunas provincias disponían de legislación específica en salud mental, la mayoría de ellas carecía de legislación al respecto. La nueva ley nacional incorpora el cumplimiento de ciertos Derechos Humanos que se encuentran en la Constitución Nacional por la suscripción a tratados internacionales en la materia y, por ende, resultan obligatorios para las provincias. Es decir, si bien las decisiones en salud no son delegadas desde las provincias a la Nación, manteniendo las primeras su autonomía al respecto, la aplicación de la ley proviene de la observancia obligatoria de los contenidos vinculados a DD.HH. En la Argentina existen siete legislaciones provinciales en salud mental y una correspondiente a la jurisdicción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A saber: Salta: ley 6.302/84. Río Negro: ley 2.440/91 (modificada por ley 3.575/02). Santa Fe: 10772/91. Entre Ríos: ley 8.806/94. Córdoba: 9.848/2010. San Juan: ley 6.976/02. Chubut: 5845/09. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: ley 448. Otras tres provincias disponen de anteproyectos de ley en salud mental: Buenos Aires, Mendoza y Catamarca. Por el contrario, 12 provincias carecen de leyes y anteproyectos; por su parte La Rioja tiene vetado un anteproyecto. Si bien a nivel nacional hasta la sanción de la ley Nº 26.657 se carecía de legislación sobre el tema, existía un proyecto de ley y legislación asociada, entre las cuales se destacaba la Ley 25.421 del año 2001 “Programa de Asistencia Primaria en Salud Mental”, aunque nunca fuera reglamentada. Esta ley establecía el derecho de todas las personas a recibir asistencia primaria en salud mental y a beneficiarse de las acciones colectivas que se emprendiesen en salud. Además de la asistencia, también se proponía la prevención, promoción y protección de la salud mental, además de la rehabilitación y reinserción laboral, familiar y social. El análisis de la legislación provincial en salud mental evidencia dos cuestiones centrales. Primero, la divergencia en la orientación que cada ley asume; distinguimos las que explicitan la desmanicomialización (por ejemplo, Río Negro, CABA, Entre Ríos) y las que no (Salta, Santa Fe, San Juan, Chubut). No obstante, independientemente de la orientación “desmanicomializadora”, en general se formulan similares objetivos, derechos de usuarios y estrategias (creación de dispositivos alternativos, refuerzo de estrategias ambulatorias, internación en hospitales generales, prohibición de creación de nuevas instituciones monovalentes, entre otras). Segundo, el eje prioritario en todas las legislaciones pareciera estar definido por la regulación de una internación psiquiátrica razonable, en tanto: 1. medida excepcional y transitoria; 2. que restrinja la libertad de la persona sólo lo indispensable; 3. que la aleje lo menos posible del núcleo familiar y comunitario. La sanción de la Ley Nacional “Derecho a la Protección de la Salud Mental” (Nº 26.657) establece una serie de lineamientos basados en la protección de los derechos de las personas con padecimiento mental, intervención interdisciplinaria e intersectorial, inclusión de las adicciones en el campo de la salud mental y el impulso de los procesos de desmanicomialización. En este sentido, el artículo 14º -al igual que las legislaciones provinciales- ubica a la internación como recurso terapéutico de carácter restrictivo y sin perjuicio en los vínculos familiares, comunitarios y sociales. Asimismo, el artículo 27º prohíbe la creación de nuevos manicomios (Sic), neuropsiquiátricos o instituciones de internación monovalentes (tanto públicos como privados), debiendo los existentes encaminar un proceso de reforma hasta su sustitución definitiva por dispositivos alternativos. La nueva ley nacional, al igual que varias de las legislaciones provinciales existentes, plantea la igualdad disciplinaria y procura focalizarse en la construcción de equipos y diagnósticos interdisciplinarios; cualquier profesional con título de grado estaría en igualdad de condiciones para ocupar cargos de conducción y de gestión. Por su parte, la internación de una persona requiere la participación de al menos dos profesionales, debiendo ser – necesariamente- uno de ellos psicólogo o médico-psiquiatra. Por otro lado, la ley acuña como concepto central el “padecimiento mental”, en lugar de categorías teóricas como enfermedad o trastorno mental. En esta misma línea, conceptualiza tanto al padecimiento como a la salud mental como procesos históricos y culturales, con componentes socio-económicos, además de la clásica determinación biológica y psicológica. Este posicionamiento conceptual conduce a dos cuestiones relevantes. Por un lado, a formular la necesaria coordinación con otros sectores tales como ministerios de Desarrollo Social, Trabajo, Educación. En segundo término, prohibir o prolongar internaciones para resolver problemáticas de tipo social (entre ellas, de vivienda), debiendo ser el Estado el responsable en la provisión de los recursos necesarios. Un último punto a destacar concierne a la utilización de los psicofármacos en virtud de las necesidades terapéuticas de la persona, evitando su uso como “forma de castigo” (Sic), por conveniencia de terceros o para suplir la carencia de recursos humanos y/o terapéuticos (por ejemplo, cuidados especiales o acompañamiento terapéutico). Ley Nacional “Derecho a la Protección de la Salud Mental” (Nº 26.657): ¿Un nuevo paradigma? La nueva ley nacional de salud mental se presenta discursivamente, tal como también se hiciera con la ley Nº 448 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como un cambio de paradigma. Por una parte, a partir de la prohibición de la creación de nuevas instituciones monovalentes en salud mental y por otro, en la eliminación de los usos irracionales de la medicación. Estos dos procesos forman parte del posicionamiento de la ley en la defensa de los DD.HH de las personas con padecimiento mental. Esta definición de la ley plantea al menos tres cuestiones de relevancia. En primer lugar, la adecuación del sistema de salud y sus efectores para el cumplimiento de algunos de sus artículos. En segundo término, la disputa y confrontación entre disciplinas, en base a intereses profesionales y corporativos. En tercer lugar, la incorporación del concepto de “padecimiento mental”. Volveremos sobre estos puntos más adelante. Quienes defienden la implementación de la ley destacan su adecuación a los estándares internacionales sobre DD.HH y el establecimiento de garantías y derechos básicos a las personas con sufrimiento mental. En segundo término, la ley también obligaría al Estado a proteger los derechos de estos pacientes y proveer todos los recursos (de salud, materiales, económicos, etc.) necesarios. Por ende, situaciones tales como indefinición (o extensión) de plazos de internación por problemas sociales (falta de vivienda, trabajo, dificultades para la sobrevivencia) serían superados. Existe una segunda perspectiva sobre la ley que lleva a afirmar que la ley Nº 26.657 no introduce ninguna modificación sustancial. En primer lugar, porque la internación en hospitales generales y la implementación de dispositivos alternativos (como las casas de medio camino), existen desde muchos años antes de la ley. En igual sentido se expresan respecto al trabajo en equipo interdisciplinario; tanto los representantes de las asociaciones que nuclean a psiquiatras como a profesionales psicólogos, afirman que existe una larga trayectoria de trabajo interdisciplinario. Un segundo argumento de tipo legal, alude a que la ley tampoco introduce elementos novedosos respecto a los DD.HH, porque todos ellos ya están contemplados en la Constitución Nacional y en una ley promulgada en el 2009 sobre Derechos del paciente en su relación con los profesionales e instituciones de la salud (Nº 26.529); la cual incorpora el derecho a la asistencia, a la confidencialidad, al trato digno y respetuoso, a la intimidad, entre otros. Desde esta perspectiva, se afirma la necesidad de una ley en salud mental que garantice recursos -más que una declarativa en derechos-, así como también la implementación efectiva de las leyes existentes. En síntesis, dos posturas prácticamente antagónicas: por un lado, quienes consideran que la nueva ley introduce un cambio de paradigma y, por otro, quienes argumentan que sólo sancionan transformaciones que ya se venían implementando o derechos que ya se encontraban en vigencia o, al menos, incorporados en legislaciones previas. Los desafíos de la implementación de un nuevo paradigma. En párrafos previos comentamos que la nueva ley de salud mental plantea al menos tres aspectos centrales que implican desafíos para su implementación: la adecuación del sistema de salud y sus efectores para el cumplimiento de algunos de sus artículos; la formación de equipos interdisciplinarios, la disputa y confrontación entre disciplinas; la incorporación del concepto de “padecimiento mental”. En relación con el primer punto, la adecuación de los servicios y efectores de salud, se plantean dos cuestiones. Por una parte, la discusión sobre el proceso de desinstitucionalización que incorpora la definición sobre qué destino se le asigna a las instituciones monovalentes de salud mental. Al respecto, históricamente (tal como ha acontecido con la reforma en la Ciudad de Buenos Aires) este debate se ha zanjado en dos argumentos polarizados: quienes afirman que constituyen lugares de reclusión y violación de los DD.HH y quienes sostienen que las instituciones monovalentes deberían ser revalorizados como efector especializado. Este último argumento deriva tanto en la defensa irrevocable de los neuropsiquiátricos como de los derechos de los pacientes allí internados: No se va a cerrar una cama ni se va a tirar un paciente a la calle, porque va a salir a defenderlo la organización gremial, si no hay ninguna alternativa ni un plan que sea superador y con participación absoluta de nuestra organización (Versión taquigráfica 2010, p. 23) Las observaciones sobre las reformas a implementar incorporan la discusión sobre la adecuación de los efectores de internación (hospitales generales). Si bien algunos argumentan que la internación de pacientes con problemas mentales se lleva adelante desde hace tiempo (tanto en las provincias con y sin instituciones monovalentes de salud mental), la necesidad de adecuación de esos efectores supondría garantizar también los derechos de las personas internadas por problemas clínicos. Desde esta perspectiva, se tensa una disputa entre derechos de pacientes con problemas mentales y los que sufren problemas de tipo clínico. Algunos plantean entonces la necesidad de acondicionar un espacio especial para los primeros, de manera de no generar disturbios a los restantes. La internación en hospitales generales se enfrenta, además de las presuntas limitaciones infraestructurales, a otras tres dificultades. Primero, la resistencia de profesionales y gremios de trabajadores, quienes sostienen como argumento la “peligrosidad” de estos pacientes, la posibilidad de efectuar crisis y excitaciones psicomotrices, que implican todo un dispositivo de cuidado y contención tanto para el paciente de salud mental como para los restantes de clínica médica. La provincia de Santa Fe, más particularmente la ciudad de Rosario, ha sido un claro exponente de las resistencias de trabajadores y gremios ante los primeros intentos de internación de pacientes de salud mental en hospitales generales. Segundo, en algunas provincias –por ejemplo, Santa Fe- donde se ha avanzado con la internación en hospitales generales, también se ha enfrentado la resistencia de la comunidad a la internación de los pacientes de salud mental con los de clínica médica. Tercero, la insuficiente e inadecuada formación de trabajadores claves en el hospital general, como lo son los enfermeros. Es decir, los profesionales de mayor contacto y cuidado directo y permanente de los pacientes no tendría formación suficiente (o ninguna) para la atención de pacientes con problemas en su salud mental: (…) nosotros tenemos una formación general, llega un momento que a enfermería se le pide que sepa pediatría, que sepa de adultos, que sepa de chicos, que sepa de ancianos, que sepa de esto, que sepa de lo otro. Y nosotros sabemos los límites que tenemos en la formación en cuanto a salud mental, porque esto ya viene desde la formación” (enfermera, miembro del Colegio de Enfermeros de Rosario). Las resistencias y las dificultades de inclusión de la salud mental dentro de los dispositivos de atención de otras especialidades médicas, señala dos dificultades en el campo de la salud pública sobre los problemas mentales: por un lado, la persistencia de idea de peligrosidad y “excitación” que aún connotan a este tipo de sufrimiento; por otro, las persistentes dificultades y resistencias de incluir a la salud mental dentro de la atención y del sistema de salud en general. Pujas y confrontaciones disciplinarias: un largo camino pendiente hacia la construcción interdisciplinaria. Probablemente, y tal como ha acontecido con la ley Nº 448 de la CABA, este constituye el punto más complicado a enfrentar. En el caso específico de la ley de salud mental de la CABA, el nudo de la conflictividad se establecía por dos cuestiones. Por una parte, el cierre de las instituciones monovalentes en salud mental, a la cual se oponen las asociaciones médicas y los trabajadores que allí se desempeñan. Por otra parte, el artículo 12 (inciso l) que establece que “Podrán acceder a los concursos para los cargos de conducción, todos los profesionales con título de grado, en las disciplinas de salud mental”; este artículo elimina la exclusividad de estos cargos a los profesionales médicos. Estos dos puntos de conflictividad han definido buena parte de los enfrentamientos y disputas entre los supuestos defensores de la ley (que apoyaban el proceso de des-institucionalización e igualdad entre todas las disciplinas del campo de la salud mental) y los opositores (en su mayoría, corporaciones médicas y gremios que nuclean a los trabajadores de los neuropsiquiátricos). La nueva ley nacional también aboga por la igualdad disciplinaria para la ocupación de cargos de conducción y gestión de servicios e instituciones: “(…) debiendo valorarse su idoneidad para el cargo y su capacidad para integrar los diferentes saberes que atraviesan en campo de la salud mental” (art. 13º). De todos modos, los enfrentamientos entre las diferentes asociaciones no giran en torno a la discusión sobre quién está capacitado en la conducción de servicios –como sí aconteciera con la ley Nº 448- sino en quiénes están facultados (por su formación y respaldo legislativo) para definir una internación en salud mental. En el artículo 16º la ley establece que uno de los requisitos a cumplimentar en una internación es disponer de la firma de dos profesionales, uno de los cuales debe ser – obligatoriamente- psicólogo o médico-psiquiatra. Por tanto, la facultad de internación ya no incluye necesariamente al médico, además de que incorpora a otros profesionales que forman parte de la salud mental, como trabajador social, enfermero, terapista ocupacional, entre otros (art. 8º). La oposición a que otros profesionales definan la internación de un paciente se sostiene en base a un argumento central. Se afirma que el proceso de internación en salud mental constituye un acto médico que involucra definiciones y decisiones que sólo puede realizar – por su formación- un profesional de esta disciplina y que, por ende, es quien responde legalmente: Si uno no sabe hacer un diagnóstico diferencial puede cometer un gravísimo error y va a atentar contra el derecho humano que es el derecho a la vida. Toda internación es un acto médico que es la única profesión universitaria que tiene una formación como para dilucidar ese problema clínico. Eso no quiere decir que no se trabaje en equipo interdisciplinario pero sí es el lugar de la opinión médica (Versión taquigráfica 2009, p. 12). Desde esta perspectiva, se argumenta que los artículos de la ley sobre interdisciplinariedad avasallan las incumbencias de cada una de las disciplinas del campo de la salud mental. Especialmente, son los profesionales médicos los que sostienen que ciertos procesos diagnósticos y decisiones en torno a la internación, forman parte de sus incumbencias profesionales y especificidad disciplinar. Padecimiento versus trastorno o enfermedad mental Las diferencias en los marcos teóricos y epistemológicos entre las distintas disciplinas del campo de la salud mental, así como también entre las diversas corrientes dentro de una misma disciplina, constituyen una de las principales dificultades al momento de establecer acuerdos sobre diagnósticos y procesos terapéuticos. Una histórica diferencia al respecto ubica en una tensión polarizada la idea de padecimiento o sufrimiento mental o psíquico y la concepción tradicional anclada en la definición de “enfermedad” o de “trastorno” mental o del comportamiento. En esta línea, C. Augsburger (2004) analiza cómo pese a la existencia de una clasificación de enfermedades de aceptación internacional, los criterios en este campo despliegan controversias teóricas, constituyendo un obstáculo teórico y metodológico en la capacidad de dar respuesta a los problemas de salud mental como también al desarrollo de una epidemiología. Las caracterizaciones y definiciones alternativas a la idea de enfermedad mental y, por tanto, la inclusión de otro tipo de dimensiones (sociales, culturales, subjetivas, económicas, etc.), tiene amplio desarrollo en la Argentina desde hace 15 años. De hecho, en la década del ’90 surge una serie de conceptualizaciones que vinculan las transformaciones de los padecimientos en salud mental como consecuencia de la aplicación de políticas socioeconómicas y laborales de tipo neoliberal. Tales transformaciones habrían implicado mutaciones en la matriz simbólica y colectiva de grandes sectores poblacionales, configurando una crisis de los soportes identificatorios y fragilidad vincular; se conformaba, así, nuevas fuentes de sufrimiento individual y social (Bialakowsky y otros, 2000). En ese contexto socio-histórico, los trastornos mentales, sociales y comportamentales pasaban a conformar una porción relevante dentro de los problemas de salud de los países de América latina. La preocupación central giraba en torno a los efectos negativos que tanto la desintegración familiar y comunitaria, como la precarización de las condiciones de trabajo y el desempleo, pudieran tener en los emergentes padecimientos en aumento: depresión, violencia, abuso de alcohol, adicciones a drogas, accidentes y enfermedades de transmisión sexual (OPS/OMS, 1997; Desjarlais, R. y otros, 1997). En la Argentina, el estudio de la relación entre las transformaciones operadas en los procesos socioeconómicos y laborales y su incidencia o compromiso en la conformación de nuevos malestares o padecimientos subjetivos, también ha tenido un especial interés desde mediados de la década del 90. Algunos de estos estudios han destacado las consecuencias nocivas de estas transformaciones tanto en las relaciones familiares como en otros tipos de vínculos, identificando como sufrimientos propios de esta época a la violencia, al suicidio y al alcoholismo (Stolkiner, 1994). En este mismo sentido E. Galende (1997), destacaba la conformación de nuevas formas de manifestación de los sufrimientos, que compartían rasgos dominantes de la cultura actual; señalando entre estos padecimientos, las adicciones, los problemas de violencia y las patologías ligadas a la alimentación. Entonces, desde la década del ’90 existe una definición de todo un espectro de problemáticas que constituyéndose como padecimientos, no obstante dejaría en suspenso su entidad en tanto enfermedad mental. En este sentido, la consideración de estos padecimientos en el interior de la salud mental, podría significar una complejización en la comprensión de las problemáticas de este campo, en la medida en que la estructura clínica del sujeto y/o los aspectos psicopatológicos (en términos de ‘trastorno’ o ‘enfermedad mental’), ya no se constituirían en el único nivel determinante y explicativo de los fenómenos que se producen. La nueva Ley Nacional de Salud Mental retoma la definición de “padecimiento mental”. Esta definición forma parte –tal como hemos descripto- de una concepción del campo de la salud mental determinado por procesos históricos, socio-económicos, culturales, psicológicos y biológicos. Desde esta perspectiva, la salud mental está vinculada a los derechos humanos y sociales (art.3º). Quienes defienden esta forma de definición del sufrimiento en el campo de la salud mental, argumentan que la atención es un derecho que no debiera estar sólo reservado a las personas con “enfermedad mental”, sino a todo aquel que, por diferentes factores o circunstancias en algún momento de la vida, transita una crisis que requiere atención, pero que no constituye –necesariamente- un cuadro patológico. Como así tampoco debiera esperarse a su aparición para el abordaje profesional. Desde nuestra perspectiva, paradójicamente, se continúa pensando en el nivel asistencial e individual; el abordaje de la salud mental -en tanto dinámica de construcción social y de derechos- implicaría focalizar la intervención destinada a garantizar el cumplimiento de derechos sociales y humanos, más que a plantear el abordaje asistencial en situaciones personales de crisis. En otras palabras, la dificultad pareciera radicar en que las conceptualizaciones de salud mental y padecimiento que se incluyen en la nueva ley de salud mental, ubicarían –por su propia definición- a las acciones de promoción y prevención por fuera del sector salud (garantizar el derecho a la vivienda, trabajo, educación, etc.). Se discute entonces, desde nuestra perspectiva, en el espacio equivocado; nos preguntamos ¿qué se resuelve entonces con más psicólogos o profesionales en el centro de salud, si parte de las acciones deberían estar encaminadas a vivienda, trabajo, educación, justicia? Por otra parte, en un país como la Argentina, donde existe una tasa de 154 psicólogos por 100.000 habitantes y, además, es de aceptación generalizada los abordajes psicoterapéuticos, no pareciera estar impedido el acceso a quienes tienen problemas que no constituyen “trastornos o enfermedades mentales”. De hecho, los centros de salud pertenecientes al Primer Nivel de Atención en ciudades como Buenos Aires o Rosario tienen como uno de los grupos prioritarios de atención a niños con problemas de aprendizaje y/o de conducta y no, necesariamente, con trastornos severos. Por el contrario, quienes se oponen a la definición “padecimiento mental” argumentan tres cuestiones principales. Primero, que esta definición no forma parte de las categorías vigentes legitimadas en el campo de las prestaciones de salud de nuestro país, ocupando tal lugar la clasificación internacional avalada por la OMS. Segundo, que el diagnóstico médico no se ciñe excluyentemente en la dimensión biológica, sino que resulta integral; por tal razón, no se requieren de nuevas categorías para la inclusión de componentes sociales, culturales y subjetivos. Tercero, que el desconocimiento de las categorías que refieren a enfermedad mental, de tipo irreversible (por ejemplo, retardo mental, demencia, etc.), conlleva una violación al derecho del paciente: (…) se le niega al paciente el derecho a tener un diagnóstico y un pronóstico adecuado; se prohíbe el diagnóstico irreversible ¿Qué hacemos con los oligofrénicos, con los dementes y con el Síndrome de Down? (…) No puede haber una negación del derecho del paciente y de los familiares a tener un diagnóstico y un pronóstico (Versión taquigráfica 2009, p. 6 y 7) Reflexiones finales La sanción de la Ley Nacional de Salud Mental aporta dos contribuciones innegables. Por una parte, actualiza e impulsa el debate sobre la atención de la salud mental en Argentina, ubicando el tema en el marco de la agenda pública. Por otra parte, establece un marco de regulación legislativa a nivel nacional; particularidad relevante por la discrepancia de la situación normativa en las diversas provincias del país. De todos modos, el recorrido realizado pone en evidencia que aún resta mucho por superar -no sólo las diferencias de tipo teórico, práctico y epistemológico- las oposiciones que se establecen en base a diversos intereses corporativos. Al respecto, la Ciudad de Buenos Aires ha mostrado con claridad que la mera existencia de un instrumento legislativo no resulta suficiente para avanzar con las transformaciones que se proponen. En el caso de la ley Nº 448 de la CABA se ha podido constatar que la viabilidad de las reformas al sistema de atención de la salud mental no proviene tanto de los acuerdos teóricos sino de la posibilidad de conciliar los intereses en juego de los distintos (múltiples y heterogéneos) actores involucrados: asociaciones, colegios profesionales, diversidad de disciplinas, etc. En este marco de situación también debemos tener presente, y tal como también aconteció en la Ciudad de Buenos Aires, que existe una variable determinante concerniente a la formación de recursos humanos, con un perfil y desempeño acorde a las necesidades de la transformación que dictamina la ley. Esta línea también implica un serio obstáculo para la viabilidad de la ley. En este sentido en un estudio previo (Rosendo, 2007) hemos analizado una serie de puntos conflictivos: 1. Los objetivos de las carreras universitarias y de los exámenes de residencias del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires resultan afines a los planteamientos de la ley, no obstante no parecerían corresponderse con las currículos de las carreras ni tampoco con los contenidos de los exámenes; 2. Las carreras de Psicología, Psicopedagogía y Medicina, parecerían reforzar el modelo clínico, predominantemente asentado en perspectivas teóricas que priorizan la dimensión del individuo (ya sea de los procesos psíquicos o de los físicos según la disciplina que se trate); 3. Las carreras de orientación social (Trabajo social y Sociología) presentan una significativa omisión de la orientación en salud en las currículos de materias obligatorias; 4. La falta de interés, atribuida a los jóvenes profesionales (residentes y concurrentes), en el desempeño en el Primer Nivel de Atención, por la falta de incentivos y escasas posibilidades de insertarse en el sub-sector público de salud. En una dirección similar se ubica la discusión sobre el perfil profesional de los actuales recursos humanos, en particular en el Primer Nivel de Atención. Una investigación previa (Rosendo, 2008) ha constatado que el perfil profesional de los recursos humanos (experiencia, marco teórico, prácticas validadas por el profesional), no se adecuaría a las supuestas necesidades de la nueva ley; particularmente por su orientación –casi excluyentea los abordajes asistenciales individuales, siendo incluso excepcional la atención familiar y, aún más, la grupal. Los profesionales, independientemente de la disciplina de base, presentan dificultades para analizar situaciones o pensar intervenciones desde un enfoque poblacional, como así también desde la perspectiva de la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad. Pero tampoco, en el extremo opuesto, incluyen dentro de sus actividades las instancias de rehabilitación y resocialización. En líneas generales, las razones en gran parte son atribuidas a la insuficiencia de insumos y presupuesto, de recursos humanos y limitaciones administrativas (por ejemplo, prohibición de salir del centro en horario de trabajo), como así también a la disociación entre el Primer Nivel de Atención y el hospitalario (tanto de hospitales generales como de neuropsiquiátricos), que impediría cualquier seguimiento del paciente tras su externación. Tal como también fuera señalado en el análisis de la viabilidad de la Ley Nº 448, los avatares histórico-sociales y políticos pueden constituir amenazas en la viabilidad de la nueva ley nacional. En este sentido, consideramos que la Ley de Salud Mental no puede ser abarcada de forma excluyente como problemática específica del campo de la salud: la elaboración y el surgimiento de la ley evidencian un proceso inescindible del campo de la política y de un entrecruzamiento de intereses sectoriales diversos y contrapuestos; la ley no sólo instaura una discusión y una reforma técnicas, sino también política e ideológica. Y en este marco de disputas e intereses contrapuestos dos ejes centrales de conflicto lo continúan constituyendo el acceso de profesionales no médicos a cargos de jefatura de servicios, cierta toma de decisiones en materia de diagnóstico e internación y, por otra parte, el destino de los neuropsiquiátricos. Referencias bibliográficas - Augsburger, C. (2004) “La inclusión del sufrimiento psíquico: Un desafío para la epidemiología”, Psicologia & Sociedade, 16 (2), mayo-agosto. - Bialakowsky, A. y Rosendo, E. 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