El reino asturleonés y los núcleos de resistencia de los Pirineos (s.VIII-X). El territorio de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos quedó al margen del dominio musulmán. Allí vivían unos pueblos que habían conservado unas estructuras organizativas arcaicas de tipo gentilicio y que apenas si habían recibido influencias de los romanos y de los visigodos. Esa situación era bastante ostensible entre los cántabros, vascones e hispani, que era la denominación que las fuentes francas coetáneas utilizaban para referirse a los habitantes de la zona pirenaica oriental. Estos territorios fueron el escenario del nacimiento de los núcleos cristianos de resistencia de la Península. En la zona cantábrica surgió el reino astur, producto de la unión de los habitantes de la zona y los nobles visigodos que habían buscado refugio en aquellas montañas. La existencia de una extensa tierra de nadie en la cuenca del Duero posibilitó la expansión del reino astur a lo largo del siglo IX y en las primeras décadas del siglo X. Este naciente estado se consideró el heredero del estado visigodo. En la región pirenaica estuvieron muy presentes los carolingios, interesados en proteger el flanco sur de sus dominios. A pesar de ello en los Pirineos occidentales se constituyeron núcleos independientes. Por último la zona nororiental de la península se convirtió en la Marca Hispánica, territorio fronterizo del Imperio carolingio. El reino asturleonés y el condado de Castilla Los orígenes El origen de la resistencia contra los musulmanes en esta zona ha de ser puesto en relación con la existencia de pueblos montañeses, cántabros y astures, y la presencia de elementos visigodos emigrados o no. Las Crónicas del siglo IX aluden a una cierta alianza entre visigodos y astures que permitió a Pelayo, noble de origen visigodo, hacerse con el poder. Puede que en el fondo se tratase de una simple imposición de la minoría culta de inmigrados, ideológicamente mejor preparada, sobre la mayoría indígena, sometida a partir de ese momento a un proceso demasiado rápido de transformación de sus estructuras sociales tradicionales. Simultáneamente y como resultado de la alianza entre Pelayo y el duque Pedro, representante del elemento cántabro, nació el primer núcleo cristiano, el reino de Asturias. Un éxito militar, sobre cuya importancia real sabemos muy poco, la batalla de Covadonga (722), permitió librar al territorio de las fuerzas musulmanas de ocupación. La marcha hacia las tierras llanas: Alfonso I (739-757), yerno de Pelayo, fue el primer rey importante del núcleo de resistencia surgido en las montañas de Asturias. Incorporó el ámbito gallego a sus territorios y realizó diversas correrías por el Valle del Duero buscando la destrucción de la línea de fortificaciones que existían en el pie de monte de la cordillera cantábrica. Crónicas posteriores dijeron de él que yermó los campos llamados góticos, afirmando que llevó consigo a tierras astures a los cristianos que encontró establecidos en la Meseta. Después de unos años oscuros el núcleo astur cobró gran vitalidad con Alfonso II el Casto (791-842). Trasladó la corte a Oviedo, desde Cangas de Onís que es donde se había establecido en principio. Pero su labor principal fue la restauración de la tradición visigótica, a la que convirtió en núcleo vertebrador de su reino. Este hecho se plasmó en medidas como el dar validez al Liber Iudicum o la reorganización del Palatium, elemento central de la corte. Por otra parte en la época de Alfonso II se inició la repoblación de la Cuenca del Duero, a base de iniciativas privadas que generaron el asentamiento de colonos en el borde meridional de la Cordillera Cantábrica. También data de su reinado el descubrimiento en Galicia de los supuestos restos del apóstol Santiago. La colonización de la Meseta del Duero: Las desavenencias internas en al-Andalus fueron aprovechadas por Ordoño I (850-866), en cuyo reinado los astures efectuaron un gran avance por las llanuras del Duero. Hechos importantes de la actividad repobladora, que adquirió desde entonces un carácter oficial, fueron la colonización de Tuy (854), la de Astorga (854), y la de León (856) en la que participaron gentes de la Cordillera Cantábrica y mozárabes. Inmediatamente se ordenó rehacer las murallas de León, al tiempo que se restauraba su sede episcopal y se instalaba el palacio real en las antiguas termas. No obstante, la máxima expansión territorial del reino astur por las llanuras del Duero se produjo durante el reinado de Alfonso III el Magno (866-910). Por el oeste el progreso repoblador fue espectacular, colonizándose Oporto (868) e incluso Coimbra (878). Pero la culminación de dicho proceso fue la llegada a la línea del Duero, acontecimiento que tuvo lugar antes de que concluyera el siglo IX, con la fundación de Zamora (893), Simancas (899), Toro (900). En los últimos años de su reinado, Alfonso III fue designado en algunos diplomas como emperador, sin embargo parece ser que este título, en ese momento, no tenía otro significado que el de ejercer el mando en un territorio. En tiempos de García I (910-914), a quien se debe el traslado de la capital del reino a León, los condes castellanos también consiguieron llegar a la línea del Duero. Sin embargo en el reinado de sus sucesores surgieron fuertes tensiones internas en el reino asturleonés, al tiempo que se registraba un periodo de auge de al-Andalus, era el reinado de Abd al-Rahman III, que inflingió graves derrotas a los cristianos, la más importante la de Valdejunquera (920). A pesar de estas circunstancias Ramiro II (931-951) consiguió reaccionar y obtuvo sobre los musulmanes la resonante victoria de Simancas (939). A raíz de aquel éxito se inició la repoblación del valle de Tormes, colonizándose Salamanca (941) y otras plazas. Desde mediados del siglo X el reino de León entró en una fase de indudable decadencia. Mientras crecían las disputas internas y las intrigas palaciegas aumentaba la dependencia de los reyes asturleoneses de los califas de Córdoba. En las últimas décadas de esta centuria AlMansur lanzó muy duras campañas contra los núcleos cristianos. A duras penas pudo mantenerse la línea del Duero como frontera entre la cristiandad y el Islam, pues las repoblaciones, efectuadas al sur del río después de la victoria de Simancas, quedaron prácticamente arruinadas. El Condado de Castilla El reino asturleonés, al comenzar el siglo X, había alcanzado una gran extensión territorial, pues abarcaba desde el Mar Cantábrico hasta el Duero y desde Galicia hasta el Alto Ebro. Las dificultades para gobernar un territorio tan amplio con unas estructuras administrativas tan rudimentarias, como eran las del momento, explican las tendencias centrífugas observadas en algunas regiones. Esa tendencia fue particularmente notoria en la zona oriental, en donde se había formado el condado de Castilla. La primera mención de Castilla aparece en un documento del año 800, refiriéndose a una pequeña comarca situada al norte de la actual provincia de Burgos. Aquella zona, que era la parte más oriental del reino astur presentaba fuertes peculiaridades. Era una región expuesta permanentemente a las razzias cordobesas, pues los musulmanes, cuando atacaban el reino astur solían penetrar desde el Valle de Ebro. De ahí la abundancia de fortificaciones, hecho que dio nombre a la región, y su carácter fronterizo. Pero su singularidad se debía también al hecho de que la repoblación de aquel territorio fue bastante temprana y su protagonismo había correspondido a grupos de campesinos, cántabros y vascones, que eran gentes apenas romanizadas, al alejamiento de la corte, lo cual permitió a los habitantes de la zona regirse por la costumbre y no por el Liber Iudicum, a la menor estratificación social y a la originalidad de la lengua romance que se estaba gestando a partir del latín vulgar. En su origen diversos condes se repartían el territorio y así aparecen las menciones de los condados de Álava, Lantarón. Burgos y Castilla propiamente dicha. A comienzos del siglo X Fernán González (927-970) formó un núcleo compacto con todos ellos que constituyó el condado de Castilla. Persona de gran habilidad política, Fernán González aprovechó la debilidad de los monarcas asturleoneses coetáneos para fortalecer su propia autoridad. Así consiguió que el condado fuera hereditario y que a su muerte pasara a sus descendientes. La progresiva marcha de Castilla hacia la autonomía fue un proceso similar al seguido por los grandes principados territoriales del imperio carolingio, pero el vínculo formal que ligaba a los condes de Castilla con los reyes de León no desapareció. Sin embargo tras el asesinato del conde García Sánchez (1029), Castilla pasó a la órbita de Sancho III de Navarra, casado con doña Mayor, que era heredera de este territorio.