EL MANDATO Y LA COMPASIÓN Domingo 15 del Tiempo Ordinario 11 de julio de 2010 “Eso es problema suyo”. En poco tiempo se ha extendido ese lema con la seriedad de un nuevo dogma. La sociedad en la que vivimos favorece el individualismo y la autonomía. En la cultura de hoy no es bien aceptada la compasión. Ni por parte del que sufre ni por parte del que podría acercarse a él. Quien padece una enfermedad o ha sufrido una desgracia prefiere apelar a sus propios derechos antes que a la compasión de los demás. No se ha suprimido el sufrimiento, pero se ha convertido en un tabú. No está bien visto manifestar en público las penas. Como en las antiguas culturas, el dolor parece el signo de la maldición de los nuevos dioses de este mundo. Pero tampoco los demás están inclinados a mostrar su compasión. Han descubierto que todo padecimiento va acompañado por la soledad. Y quienes han decidido actuar a solas no quieren sentirse solos. En consecuencia, evitan acercarse al que sufre y hacer propios sus padecimientos. La compasión turbaría sus buenas digestiones. EL EXTRAÑO Y EL PRÓJIMO El evangelio de Lucas pone en boca de un letrado la famosa pregunta del joven rico: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” (Lc 10,25; 18,18). En los dos casos, Jesús responde remitiendo a los mandamientos. El letrado sabe que los más importantes son amar a Dios con todas sus energías y amar al prójimo como a sí mismo. Conoce la teoría y está dispuesto a discutir sobre ella. En su ambiente son muchos los que se preguntan quién es el prójimo, es decir, quién es digno de ser amado como uno mismo. En la decisión de amar al otro siempre se buscan justificaciones para no entregarse a quien aparentemente no se merece la propia entrega. Para muchos, amar es juzgar. Y hasta prejuzgar. La parábola del buen samaritano expone ante los ojos del letrado la situación de un pobre hombre, sobre el que se ha abatido la desgracia. Ha sido víctima de un asalto. Ha quedado medio muerto. Y es ignorado por los que pasan a su lado. Es el símbolo de la injusticia y del despojo, de la soledad y el abandono. Es fácil criticar o disculpar al sacerdote y al levita que pasan de largo. Y es fácil identificarse con el samaritano que se acerca, se compadece y presta ayuda. Pero los tres personajes representan el itinerario personal de cada uno de nosotros. Todos estamos llamados a aproximarnos compasivamente al extraño que sufre. A hacernos prójimos del otro. EXHORTACIÓN Y DESAFÍO En el relato evangélico (Lc 10, 25-37) se encuentran dos respuestas de Jesús al letrado que le plantea la pregunta. Las dos respuestas tratan de tender el puente que va de la teoría a la práctica. El que por dos veces “ha respondido correctamente” ha de actuar correctamente. • “Haz esto y tendrás la vida”. Hacer “esto” es cumplir los dos mandamientos básicos: el de amar a Dios con la integridad de la existencia y el de amar al prójimo con la misma sinceridad con la que uno se ama a sí mismo. Para Jesús, es imposible cumplir uno sin cumplir el otro. La filialidad y la fraternidad van juntas. Pero también se unen la impiedad y la insolidaridad. • “Anda y haz tú lo mismo”. Y “lo mismo” resume los tres pasos del samaritano compasivo. Descubrir el rostro de la persona que sufre, con independencia de sus condiciones. Compadecerse hasta hacer suyo el dolor del otro. Prestar una ayuda comprometida y eficaz, que pueda restablecer la dignidad del apaleado por los atracadores y bandoleros. - Señor Jesús, tú eres el buen Samaritano. Tú te has compadecido de nuestra miseria, has curado nuestras heridas y nos has salvado de la soledad y de la muerte. Que tu ejemplo remueva nuestra conciencia y nos lleve a luchar por un mundo más justo y compasivo. Amén. José-Román Flecha Andrés