CARACTERÍSTICAS DEL ACTUAL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN

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CARACTERÍSTICAS DEL ACTUAL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
Guillermo de la Dehesa, Presidente del CEPR, Centre For Economic Policy Research.
La palabra Globalización significa el proceso dinámico a través del cual
un creciente flujo de ideas, personas, bienes y servicios, capitales y tecnología produce una
integración creciente de las sociedades y de las economías del mundo.
A lo largo de la historia ha habido sucesivas olas de lo que hoy se llama
globalización, desde la de Marco Polo en el siglo trece hasta la actual, que empieza a finales de
los años sesenta y que se acelera a partir de los años ochenta, pasando por la que se
desarrolló entre 1870 y 1913. Todos estos períodos se han caracterizado por la expansión del
comercio y las finanzas, el intercambio de las ideas y la difusión de la tecnología, la extensión
de las migraciones y la integración de las culturas.
En el último tercio del siglo diecinueve, el mundo ya estaba altamente
globalizado. La caída de los costes de transporte marítimo dio un enorme impulso al comercio
internacional que alcanzó, en 1913, un porcentaje del PIB mundial que no volvió a superarse
hasta los años setenta. El crecimiento del comercio, unido a la existencia del “patrón oro” que
evitaba el riesgo de cambio, fue acompañado de un aumento de los flujos de capital sin
precedentes de más del 10% del PIB tanto en los países de origen como en los de destino y de
una explosión de la emigración, especialmente hacia el continente americano que llegó a ser
para muchos países de hasta un 1% de su población al año.
Este proceso globalizador tan importante y tan próspero terminó con el
estallido de la Primera Guerra Mundial a la que siguió la Gran Depresión y posteriormente la
Segunda Guerra Mundial, es decir, con el período más negro de la historia del siglo pasado.
Desde entonces, el mundo viene experimentando otro período de mayor paz relativa y mayor
prosperidad alcanzado en mucho tiempo, lo que ha permitido una nueva ola de desarrollo
tecnológico y de globalización que está siendo el de mayor envergadura jamás vivido
anteriormente.
El proceso de globalización responde, en primer lugar, al desarrollo
tecnológico que ha permitido que el coste de transportar personas, ideas, información, bienes,
servicios y capitales entre unas personas y países y otros haya caído dramáticamente. En
segundo lugar a que se ha ido desarrollando, crecientemente, una clase empresarial que ha
tomado sus riesgos para ampliar sus mercados buscando mayores beneficios explotando el
potencial de negocio que permitían las nuevas tecnologías de producción, distribución y
comercialización que se iban desarrollando. Finalmente, este proceso responde también a que
los gobiernos, de forma bilateral o regional o multilateral, hayan ido reduciendo de nuevo y
paulatinamente las barreras al comercio, a la tecnología, a los capitales y a las personas,
aunque todavía que da mucho por avanzar en este proceso, que está lejos de culminarse y de
consolidarse. Es decir, su mayor o menor desarrollo depende de la capacidad de acumulación
de conocimiento y de innovación de los científicos, de la capacidad de emprendimiento y de
riesgo de los empresarios y de la capacidad de visión a largo plazo, de comprensión y de
cooperación de los políticos, que son los que lo permiten en última instancia.
La aceleración de la globalización ha sido posible gracias, entre otros
factores, a que los costes de transporte hayan caído, entre 1930 y 1990, un 70% en el
transporte marítimo y un 84% en el aéreo, a que el coste de las comunicaciones telefónicas
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internacionales haya caído desde 60 dólares (del año 2000) por llamada de tres minutos entre
Londres y Nueva York, en 1960, a sólo 0,40 dólares en 2000; a que el precio de un ordenador y
su equipo periférico haya caído de 1,9 millones de dólares (del año 2000) en 1960 a 1.000
dólares en el año 2000.
Estas indudables mejoras producidas por el progreso tecnológico han
permitido que el comercio internacional haya alcanzado, en 2000, el 25% del PIB mundial,
multiplicándose, en volumen, por 16 veces desde 1960, mientras el PIB lo ha hecho por sólo
5,5 veces. Que la inversión directa extranjera haya crecido a una tasa anual del 7%, el doble
que la del PIB y creciente, impulsada, fundamentalmente, por las más de 60.000
multinacionales que ya representan el 66% de las exportaciones mundiales de bienes y
servicios, el 45% del stock de inversión directa extranjera y el 10% de todas las ventas
mundiales ya que dichas multinacionales venden localmente, a través de sus filiales
establecidas en países diferentes a los de su sede, más del doble de lo que exportan sus
países de origen.
Gracias al rápido crecimiento del comercio y la inversión internacionales,
la difusión de la tecnología está siendo mucho más rápida que lo haya sido nunca, permitiendo
que los países que no la han descubierto y desarrollado puedan beneficiarse de ella y
aumentar su productividad y su renta por habitante.
La globalización más lenta ha sido, en contra de lo que ocurrió en la
anterior de finales del siglo diecinueve y primeros del veinte en que emigraron más de 100
millones de personas cuando la población mundial era de 1.600 millones, la de las personas. A
pesar de ello, su aumento relativo y absoluto es muy importante. Entre 1980 y 2000, la tasa de
inmigración, es decir, el número de inmigrantes como porcentaje de la población total mundial,
se ha multiplicado por dos, pasando del 1,25% al 2,5%. Desde el punto de vista de cifras
absolutas, ha aumentado, entre ambas fechas, un 150%. En 1980, sólo 60 millones de
personas vivían fuera de su país de nacimiento y, en 2000, habían alcanzado la cifra de 150
millones, con una población mundial, en dicho año, de más de 6.000 millones. En todo caso,
este ritmo se va a acelerar notablemente, dado que los países desarrollados están perdiendo
población y los países en desarrollo la van a aumentar, en los próximos 50 años, en más de
3.000 millones.
Finalmente, el proceso de globalización ha sido más rápido en los
movimientos de capital a corto plazo, gracias al progreso tecnológico en las comunicaciones y
la información, lo que ha dado lugar a crisis financieras y a efectos de contagio entre muchos
países en desarrollo, que inicialmente se habían favorecido de ellos. Mientras el PIB mundial
ha crecido a cerca del 10% en términos nominales, el intercambio de bonos y acciones lo ha
hecho al 25%, el comercio de divisas al 24%, los préstamos internacionales al 10%. Las crisis
financieras y de tipos de cambio han hecho que los organismos financieros internacionales
hayan recomendado a los países en desarrollo que no se abran totalmente a dichos flujos
hasta que sus instituciones monetarias y financieras no estén suficientemente desarrolladas
para poder absorberlos, dada su elevada volatilidad. De hecho, los países de la OCDE tardaron
más de tres décadas en abrirse a dichos flujos a corto plazo, por lo que existe un claro
consenso en que los nuevos países emergentes tienen que ser mucho más cuidadosos en su
apertura a dichas entradas y salidas de capital.
La globalización no es, por lo tanto, un proceso que sea inexorable, sino
que puede tener marcha atrás, como ya ocurrió en 1914, si las autoridades políticas y los
grupos de presión nacionales deciden que es conveniente pararla o aminorarla, a pesar de que
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conforme avanza el progreso técnico tiende a ser cada vez más difícil. De hecho, desde la
explosión de la burbuja especulativa financiera, el 11 de Septiembre, la guerra de Irak y la
creciente inseguridad ante los ataques terroristas, el proceso se está aminorando, aunque es
previsible y deseable que sea solamente un fenómeno temporal.
La globalización ha empezado a ser un elemento que ha saltado a la
opinión pública, a la contestación ciudadana y al debate político a raíz de su aceleración a partir
de los años ochenta. Algunos grupos de ciudadanos que se consideran negativamente
afectados, otros que piensan que es conveniente que tenga unas reglas de comportamiento
universales y, finalmente, otros que se preocupan de la situación de los países que se están
quedando descolgados o marginados de ella y se están empobreciendo se han manifestado
contrarios a su desarrollo, con lo que han movilizado la opinión pública en su apoyo para lograr
que sea más regulada y más solidaria.
Hay, sin duda, como en todo proceso de cambio, en este caso global,
aspectos de la globalización que chocan con las instituciones establecidas, especialmente las
políticas, que datan de hace más de dos siglos. Hoy, conforme el mundo está cada vez más
globalizado, los problemas económicos, sociales y políticos tienen una incidencia global, que
en algunos casos, como el medio ambiente, la sanidad, la seguridad, el narcotráfico, los
movimientos de capital a corto plazo, los flujos migratorios, la competencia y las políticas
económicas nacionales de los países grandes tienen todas ellas “externalidades” y
repercusiones globales, para las que las instituciones políticas y económicas nacionales,
regionales y multilaterales no están preparadas para hacerlas frente. Este es el mayor
problema y el mayor objeto de debate mundial sobre la globalización, al que hay que darle
respuesta cuanto antes para evitar que termine de forma abrupta, como el anterior, y vuelva
otro “período negro” para la paz y la prosperidad mundiales.
Cuanto antes se logre tener unos organismos internacionales que, con
legitimidad democrática, se ocupen de solucionar todos los problemas de las “externalidades”
negativas que tiene el proceso de globalización, que aunque son importantes, son mucho
menores que las positivas, menos probabilidades habrá de que ocurra una nueva reversión de
dicho proceso y de que el mundo vuelva a un nuevo “período negro” de violencia y de deterioro
económico. Sin embargo, alcanzar este objetivo no es nada fácil, dada la resistencia que
muestran los gobiernos nacionales a perder poder y competencias, lo que demuestra su falta
de visión del futuro y de lo que realmente está pasando con el proceso de globalización.
Si no se consigue que la globalización siga progresando aminorando o
eliminando sus “externalidades” más negativas, el mundo no prosperará y, dado el enorme y
creciente desequilibrio demográfico que se avecina, la situación puede desembocar en una
tensión creciente entre los países superpoblados y pobres y los países infra-poblados y ricos
que cada vez representarán un menor porcentaje de la población mundial, que pude llegar a
cerca del 10% en 2050, cuando en 1950 representaban el 33% y en 2000 el 20%.
En conclusión, cuanto más se desarrolle el comercio mundial y los países
desarrollados eliminen sus barreras a los productos intensivos en mano de obra provenientes
de los países en desarrollo, eliminen sus escandalosas subvenciones y su elevada protección
de sus agriculturas, cuanto más aumente su inversión extranjera y su difusión de la tecnología
hacia los países en desarrollo, cuanto más aumente la escasa ayuda al desarrollo a los países
que están descolgados del proceso de globalización por falta de instituciones políticas y
sociales, de educación, de sanidad y de infraestructuras físicas y humanas, mayor empleo,
menor crecimiento de la población y menor necesidad de emigrar tendrán los ciudadanos de
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los países en desarrollo y menores serán los problemas de seguridad y de tensión demográfica
en el futuro. El problema de los países pobres no es que son “víctimas de la globalización”
como opinan algunos, aunque cada vez menos, sino “victimas de no poder integrarse en ella”.
Más y no menos globalización es lo que hace falta, aunque tiene que tener unas reglas
internacionales claras y que se cumplan.
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