Alianza Estratégica La viga maestra del éxito comercial es el marketing, y sobre él se ha escrito infinidad de libros. El cliente es la persona más importante que está en la tienda, hay que conocer sus costumbres y –por supuesto- tenerlo siempre satisfecho, para lo cual, difunde técnicas de seducción, como concursos, ofertas, puntos canjeables, sorteos, y muchos otros que van apareciendo a medida que evoluciona la tecnología. El más impactante es el trato vasallesco, o falsamente afectuoso, expresado en la máxima de que “el cliente siempre tiene la razón”. Los reclamos telefónicos, por ejemplo, parten con la grabación de un desbordante discurso sobre la importancia que para ellos tiene nuestra llamada, y una súplica de permanecer en línea. Entrambas consiguen elevar nuestra autoestima y mantenerla así hasta el fin del primer entremés musical. Generalmente empieza esta a decaer a la cuarta o quinta repetición del discurso y toca fondo entre la octava y la décima, cuando colgamos el aparato con evidente descortesía hacia la grabadora, para que se entere de lo que pensamos de ella. El asunto me recuerda a Espinita, la caricatura del empleado que adulaba a su jefe para ganarse sus favores, hasta que lo hacía explotar. ¿Les habría sido simpático a los televidentes, ese personaje si no los hubiese hecho reír? Hay personas que se sienten bien cuando se les rinde pleitesía, pero otras -ante las frases recitadas, con que hoy en día se cierran las conversaciones telefónicas- terminan por hacerse insensibles a ellas. A otros, simplemente les desagradan Por suerte, razones como la exagerada proliferación de ofertones, descuentos preferenciales, liquidaciones, suscripciones o con tarjeta, cuyo objetivo primordial es cautivar al cliente, han puesto en alerta a los ciudadanos comunes. Se han dado cuenta de que las empresas son también clientes de sus proveedores pero tratan a éstos de manera muy distinta a como les gustaría a ellas ser tratadas. Por el contrario, cuando encuentran una oferta mejor que las de su proveedor habitual, lo cortan sin ofrecer explicación de ningún tipo. Así, en el ámbito comercial la cadena de doble estándar –dependiendo de con quién se está tratando- se acepta como una manera legítima de actuar. Concentraciones de poder como empresas importantes, supermercados y universidades establecen con sus proveedores (vgr. contratistas, productores o profesores), relaciones asimétricas en que se da alguna de las siguientes circunstancias: - Se los descontinúa sin previo aviso ni señal de causa - Los pagos se difieren varios meses - Les pagan un día fijo de la semana y por un par de horas (por ejemplo, los miércoles de 3 a 5) - Se rechazan partidas completas - Se les anulan unilateralmente órdenes de compra Así como ocurre con las triunfadoras recetas para obtener máximo beneficio de los clientes (todas dentro de la ley, por supuesto), han aparecido tímidas recomendaciones para obtener mejores resultados en el trato con los proveedores. Lo que generalmente motiva a éstos a entregar productos de buena calidad no es la posibilidad de obtener grandes ganancias, sino la de alcanzar una relación estable basada en la confianza y no en un contrato o una letra chica. Según Edwards Deming, el ambiente más motivador se alcanza cuando establecen una alianza estratégica, que no favorece a uno sino a ambos. No se refiere sólo al trato entre una empresa y sus proveedores sino a cualquier acuerdo de dar y recibir entre dos entes o grupos de ellos, e incluye desde las transacciones de la dueña de casa con su casero de la feria hasta las que se dan entre estados soberanos. En ambos casos, en lugar de clientes y proveedores se puede hablar de “socios comerciales”. La actitud se podría definir como de una confianza no ciega y se llega a ella sin necesidad de levantar un perfil psicológico ni firmar escrito alguno. La dueña de casa, no establece suscripciones con su casero, no le paga por adelantado los víveres del mes siguiente ni le ofrece una fidelidad incondicional. No deja de recorrer los demás locales para comparar precios y calidades. Si encuentra condiciones mejores, se las hace presentes y tal vez consiga que las iguale. También tiene con él la confianza necesaria como para hacerle encargos especiales y hasta obtener consejos (lo que entre empresas en el esquema tradicional se trataría como asesoría pagada) que le son brindadas gustosamente. No se trata, pues, de aprender los puntos débiles del rival, sino los fuertes del aliado. Se comprende que un elemento esencial de dicho trato es su carácter implícito y no oficial. Al contravenir ese punto, la relación estratégica deja de existir pues desaparecen los incentivos para mantener contento al otro y –al mismo tiempo- mirar lo que ofrece la competencia. Como suele ocurrir en la relación de personas, la firma del contrato puede derivar en una molesta atadura. El único cliente con el cual no es posible establecer una relación basada en la confianza, es, lamentablemente, el Estado, dado que para éste cualquier adquisición cuya conveniencia no se pueda demostrar en cifras, es sospechosa de corrupción y puede exponerlo al ataque de los partidos del bando opuesto. Por otra parte, el Estado, en aras de la transparencia, está obligado a llamar a licitación pública cada vez que tiene que celebrar un contrato que supere cierto monto. En ésta, los proveedores saben que no se valora la confianza ni la calidad sino el precio1, de modo que el fisco termina eligiendo la oferta más barata y de peor calidad. Hay empleados públicos –sobre todo, personas jóvenes- que quieren ser eficientes. Pero a veces es la ley quien se los impide. Algunos, cuando quieren elegir a un determinado proveedor o contratista porque le tienen confianza, para salvar los aspectos reglamentarios y ponerse a salvo de las indagaciones, le piden que –además de su cotización- les haga llegar otras dos, de empresas “competidoras” con precios más altos. Es obvio, no obstante, que otros hacen lo mismo pero con motivaciones muy diferentes, por lo que no sugiero que se relaje la atención, ni estoy en contra de las reglamentaciones estatales. Sólo pretendo sintetizar algo que ocurre. Desgraciadamente es difícil que una institución tan vigilada como es el Estado pueda actuar de otra forma. Si se admitiera sin más el argumento de la confianza en el proveedor, los casos de real corrupción proliferarían. En cualquier caso una conclusión –triste pero cierta- es que la corrupción de algunos es capaz de atemorizar y obnubilar la racionalidad de todos. Pero –en bien de la propia transparencia- es bueno admitir que hasta los asuntos de probidad tienen matices. Alejandro Covacevich. Septiembre 2011 Del Libro “Información, Procesos de Negocio y Decisiones” 1 El fisco supone erróneamente que si todos los oponentes se atienen a las bases de licitación no hay razón para no elegir la más barata.