REVISTA POLÍTICA Y GESTIÓN Nº3 AGOSTO DE 2002 Estado y Reforma en las nuevas recomendaciones del Banco Mundial: Conceptos y Teorías. María Clelia Guiñazú Escuela de Política y Gobierno- Universidad Nacional de General San Martín I. Del "Consenso de Washington" al "Consenso de Santiago" En una conferencia organizada por el Instituto de Economía Internacional de Washington en 1990, cuyo propósito era analizar la situación de las economías latinoamericanas tras las crisis de la deuda, John Williamson definió como Consenso de Washington a un conjunto de recomendaciones de corte neoclásico para lograr la estabilización económica con crecimiento en la región (Williamsom, 1990). La novedad de estos “diez mandamientos de políticas” era que las sugerencias de estabilización macroeconómica de corte monetarista a corto plazo iban acompañadas por propuestas de ajuste estructural, orientadas a modificar sustancialmente el modelo de desarrollo por industrialización substitutiva, en el que el Estado desempeñaba un rol central como motor del crecimiento (Fanelli, Frenkel, Rozenwurcel, 1990)1. Tal como se reconoce en documentos posteriores del Banco Mundial, en aquella oportunidad no se mencionaba la naturaleza de las reformas institucionales involucradas en las políticas de ajuste (Banco Mundial, 1998). De hecho, las recomendaciones del Consenso de Washington estaban permeadas por una visión minimalista acerca del rol del Estado, mientras que el énfasis práctico se centraba en cómo desmantelar al llamado “Estado populista” (Dornbusch y Edwards, 1991) antes que en las condiciones específicas de su reestructuración. Varios años más tarde, las certezas tácitas y explícitas de las primeras recetas cedían el paso a la cautela. La lentitud de los países de la región para reasumir un crecimiento económico sostenido, el aumento de la pobreza en términos absolutos y relativos y la vulnerabilidad de los mercados nacionales frente a los impactos recesivos externos, entre otros factores, fueron generando una revalorización del rol del Estado en la economía. Esta nueva perspectiva, bautizada como “Consenso de Santiago”2 por investigadores del Banco Mundial en 1998 (Burki y Perry), sostiene centralmente que sin un “Estado efectivo” el desarrollo económico y social de los países latinoamericanos es imposible. Las “buenas políticas económicas”, se argumenta, junto a una fuerte “capacidad institucional” del Estado, aceleran y favorecen el crecimiento económico (Banco Mundial, 1997: 1-37). En otras palabras, se reconoce que el Estado crea las condiciones para el desarrollo del libre mercado y se elaboran marcos conceptuales afinados para delinear el rumbo de las reformas de “segunda generación”. 1 Algunos autores distinguen, precisamente, entre políticas de “estabilización” macroeconómica (entre otras, reducción del déficit, tasas de interés domésticas positivas, control de la oferta monetaria y estabilidad cambiaria) y “ajuste estructural”, que involucra una trasformación del modelo de desarrollo y, por ende, del rol del Estado en la economía (por ejemplo, privatizaciones, reestructuración estatal, desregulación de precios internos -particularmente del mercado de trabajo-, desregulación de barreras comerciales externas). Ver, por ejemplo, Fanelli, Frenkel, Rozenwurcel, 1990; Taylor, 1991 y 1992. Otros autores denominan “reformas de primera generación” a aquellas vinculadas a restaurar la estabilidad macroeconómica, y de “segunda generación” a las que producen una “transformación entre lo público y lo privado” (Naim, 1996). El nombre "Consenso de Santiago" es elegido por los autores en referencia a los puntos de acuerdo desarrollados en los Mandatos y declaraciones de la II Cumbre de las Américas, realizada en Santiago de Chile en 1998. 2 II. Conceptos y Teorías Ahora bien, ¿qué Estado?, ¿qué funciones?, ¿qué instituciones?. Los documentos del Banco Mundial referidos arriba —Más allá del Consenso de Washington. La hora de la reforma institucional (Shahid Javed Burki y Guillermo Perry, 1998) y The State in a Changing World (World Development Report, 1997) — responden organizadamente a estos interrogantes. Los conceptos utilizados por ambos informes para abordar el tema del Estado forman parte del vocabulario político y técnico difundido en los noventa durante la implementación de las transformaciones en curso. Vocabulario que, dicho sea de paso, pareciera haberse constituido en un verdadero canal comunicativo en el diseño, implementación y evaluación de las políticas y programas de reforma: “capacidad”, “efectividad”, “legitimidad”, “autonomía”, “transparencia”; o sus pares intraducibles de raíz anglosajona tales como “accountability”, “governance”, “responsiveness” y “delivery”, por mencionar algunos. Estas nociones no son ajenas, ni mucho menos, a las categorías acuñadas por la teoría política —particularmente la teoría del Estado— y sus diferentes marcos interpretativos. De hecho, los nuevos significados asignados a estos conceptos intentan dar cuenta, en una dirección determinada, de preocupaciones clásicas de la Ciencia y la Sociología Política: la naturaleza, funciones y legitimidad de las instituciones estatales. Lo que sí resulta novedoso es que las propuestas del Banco Mundial han logrado nutrirse eclécticamente de algunos aportes teóricos producidos contemporáneamente en centros académicos norteamericanos, para declarar finalmente su afinidad con los supuestos y metodología de la llamada “Nueva Economía Institucional”. Analizar en detalle esos aportes y su incorporación paulatina a la visión de los organismos multilaterales de crédito constituiría en sí misma una densa tarea de investigación. En este trabajo se propone simplemente un ejercicio interpretativo y de ordenamiento conceptual. Por un lado, con base en los dos documentos citados anteriormente, se seleccionan cuatro conceptos recurrentes en las sugerencias recientes del Banco Mundial para la reforma institucional: “capacidad” de las instituciones estatales; “efectividad” en la implementación de las políticas de reforma; “autonomía” del Estado; y “legitimidad” de las instituciones públicas. Por otro lado, se examinan estas nociones con relación a cuatro enfoques teóricos contemporáneos. En primer lugar, el “neoliberal” expresado en la perspectiva del “Estado mínimo”; en segundo término, la versión revisada de esa concepción, tal como se expresa en el “Consenso de Santiago”, elaborado en el marco de la “Nueva Economía Institucional”; y, por último, el debate entre el Neo-marxismo y lo que podríamos denominar “Neo-institucionalismo histórico” que, desde los ochenta en adelante, tuvo una importante repercusión en los centros académicos norteamericanos, dando origen a nuevas líneas de investigación sobre el Estado y las políticas públicas. Aunque basado en premisas diferentes a las de la “Nueva Economía Institucional”, este 2 último enfoque ha ejercido también influencia, aunque mucho más limitada, en los nuevos lineamientos para la reforma estatal en los países de la región3. La idea central de este ejercicio reflexivo es ilustrar de qué modo los conceptos seleccionados y su definición específica no revisten un carácter meramente "técnico", sino que involucran concepciones filosóficas, metodológicas e interpretativas que han sido y son aún objeto de debate intelectual, político e ideológico acerca de la relación entre Estado y sociedad. En otras palabras, las recomendaciones técnico-políticas del Banco Mundial y su conceptualización nos remiten a supuestos filosóficos acerca de la “buena sociedad” o “sociedad ideal”, de las motivaciones de la acción humana, y de las maneras más eficientes de organizar su interacción en sociedades complejas. También delimitan marcos epistemológicos y herramientas metodológicas para abordar el análisis de los fenómenos sociales en general y de las políticas de reforma en particular. Y, finalmente, sugieren de modo explícito interpretaciones y diagnósticos acerca de la crisis del Estado, de las políticas adecuadas para superarla, de las posibilidades de asegurar su continuidad, así como del rol de los actores políticos y sociales involucrados. Acercarnos a algunos de estos significados de un modo sistemático, desarrollando un juego de espejos interpretativo entre diferentes visiones, puede ser un buen comienzo para distinguir los tintes que adquiere la rosa cuando es nombrada y la escenografía posible del jardín que nos empeñamos en reformar. III. La Utopía del Estado Mínimo Las prescripciones económicas ortodoxas para el ajuste estructural coincidieron, en una primera fase, con teorías minimalistas del Estado, reconocidas bajo la etiqueta común de “neoliberales”. Aunque en este paradigma confluyen aportes diferentes4, las contribuciones comparten tres ideas centrales que configuran el sentido común de la “primera ola” de propuestas para definir el rol del Estado en el contexto de la liberalización económica. A saber: La intervención estatal en la economía no solo es ineficiente sino también injusta. Todas las alternativas al libre mercado (por ejemplo, socialismo, keynesianismo) son intrínsecamente equívocas. Son más probables las fallas del Estado que las del mercado. La esfera de acción legítima del Estado debe restringirse al cumplimiento de un conjunto discreto de funciones básicas tales como garantizar la ley y el orden, proteger la propiedad privada, proporcionar infraestructura básica y “bienes públicos”, que el mercado no está en condiciones de proveer. 3 En este ejercicio hermeneútico caben algunos señalamientos explícitos. En primer lugar, los diferentes "enfoques" o "visiones" han sido reducidos a ciertos denominadores comunes y, en este sentido, excesivamente simplificados. El propósito es simplemente didáctico, pero es necesario advertir al lector acerca de la pérdida de riqueza en cada uno de los casos. En segundo lugar, y vinculado a lo anterior, existen variadas continuidades y contaminaciones entre algunos enfoques - particularmente, por ejemplo, entre la teoría neoclásica y la Nueva Economía Institucional- que pueden quedar oscurecidas en el ejercicio comparativo. Una vez más, el propósito es centralmente ilustrativo y espero que el lector pueda advertir las afinidades centrales que vinculan a ambas visiones. Finalmente, tal como se establece más adelante en el texto, el denominado "Neo-institucionalismo histórico es un rango de aportes amplio antes que un "paradigma" en el sentido estricto del término. Con esa salvedad, se presenta bajo la misma etiqueta un conjunto heterogéneo de contribuciones de raíz sociológica que no se apoyan en el individualismo metodológico, tal como sí lo hace la Nueva Economía Institucional. 4 Desde aportes de la economía neoclásica a la teoría política, pasando por el radicalismo liberal de la filosofía libertaria, hasta contribuciones del enfoque de la “Elección Pública”, entre otros tantos. Ver por ejemplo, Gary Becker (1976), Milton Friedman (1962), Robert Nozick (1974), Friedrich Von Hayek (1960), James Buchanam (1988), James Buchanam y Gordon Tullock (1962). 3 Supuestos filosóficos, teóricos y metodológicos Naturaleza humana y sociedad En sus diferentes variantes, estas teorías coinciden en considerar, al menos como hipótesis de trabajo, que los individuos se comportan racionalmente, motivados por un conjunto de preferencias relativamente uniformes que buscarán satisfacer de la manera más ventajosa posible, en función de la utilidad esperada o fines propuestos (racionalidad instrumental orientada hacia un objetivo o conjunto de objetivos). Tanto la conducta humana, como ciertas preferencias básicas no se encuentran socialmente determinadas sino que forman parte de los rasgos centrales de la naturaleza humana. La sociedad, por su parte, es concebida como una colección agregada de individuos, que constituyen la unidad básica de análisis en el estudio de los fenómenos sociales, políticos y económicos. El problema central de la organización social es cómo coordinar la interacción entre los sujetos racionales de modo tal de preservar al máximo su libertad individual (Friedman, 1962; Nozick, 1974). Mercado, Estado, democracia Para las teorías minimalistas, el mercado es la manera más eficiente y justa de organizar la división del trabajo y el intercambio económico. Es eficiente, porque presupone la existencia de transacciones “bilaterales, voluntarias e informadas” entre individuos, que se armonizan a través de mecanismos auto-regulatorios (centralmente, la ley de la oferta y la demanda). Es, además, un arreglo justo, porque protege la libertad individual. Al operar de un modo impersonal, sin autoridad centralizada, se argumenta, el mercado asigna bienes y recursos de un modo no arbitrario, evitando la interferencia coercitiva tanto de las propias instituciones públicas como de otros grupos y actores que operan en el sistema de competencia económica. Frente al mercado y sus leyes, que aparecen como el locus de la racionalidad social, el rol legítimo de la política y el gobierno es determinar las reglas básicas de la convivencia social, particularmente aquellas que faciliten el libre funcionamiento del mercado. Un Estado eficiente y justo debe abstenerse de intervenir como un actor más en el mercado así como de intentar rectificar las desigualdades entre los ciudadanos, sean éstas generadas o no por el libre funcionamiento del mercado5. En síntesis, la libertad como objetivo de la organización social es compatible con un Estado mínimo y con un régimen democrático conformado centralmente por ciudadanos portadores de derechos civiles y políticos (votantes) y consumidores. Dos conceptos interpretativos de la crisis del Estado de bienestar Sobrecarga La noción de “sobrecarga” (overload) es un punto de referencia importante en el diagnóstico de la crisis del moderno Estado de bienestar. Desde este punto de vista, el nudo político de las dificultades económicas que afectaron a las sociedades avanzadas en los años 5 Las teorías minimalistas del Estado aceptan una concepción también “minimalista” de los derechos sociales y la igualdad de oportunidades. Para Friedman (1962), por ejemplo, ésta última se define básicamente como igualdad ante la ley. La idea de que el Estado debe proporcionar un mínimo umbral de recursos legales o económicos para nivelar las desigualdades materiales o de otra índole entre los individuos es injusta. El Estado puede organizar políticas focalizadas, de acuerdo a sus recursos, para subsanar problemas de extrema pobreza, educación y hasta desempleo, pero siempre de un modo congruente con los postulados del Estado mínimo y buscando la cooperación voluntaria de asociaciones civiles, filantrópicas y caritativas. Esta postura ha dado origen a un extenso debate en los campos de la filosofía política y de las políticas públicas. 4 setenta, reside en el intervencionismo estatal y en el consecuente aumento del gasto fiscal destinado a satisfacer las demandas crecientes de diferentes grupos sociales por salarios más altos, servicios sociales, protección laboral y regulación de la competencia. Este “exceso de democracia”, al decir de Samuel Huntington, “sobrecarga” permanentemente a los gobiernos, provocando crisis fiscales recurrentes, inflación y deterioro de los incentivos competitivos que alimentan al “espíritu animal”, innovativo, del capitalismo. Dos actores centrales contribuyen a alimentar constantemente ese proceso: los políticos, con sus promesas electorales, y los funcionarios y burócratas estatales, que buscan expandir los presupuestos de sus agencias para asegurar su propio poder (Buchanam, 1988). La política y la economía resultan, de este modo, ingobernables y la acción estatal se torna ineficiente, sesgada e injusta. Captura El Estado queda entonces “capturado” por intereses especiales, deja de ser percibido como un autor autónomo, representante del interés general. Para algunos autores, este déficit de legitimidad tiene nombre y apellido: detrás de la fachada igualitaria del Estado de bienestar, subyacen los intereses corporativos y personales de funcionarios, políticos, burócratas, sindicalistas, de la intelectualidad progresista y también, como lo expone crudamente Friedman (1962), de los “perdedores” de la carrera capitalista, que logran compensar su vulnerabilidad económica con el paternalismo político. Una Ilustración para América Latina Estas nociones pueden detectarse claramente en diagnósticos posteriores sobre la crisis de las economías latinoamericanas y en las justificaciones políticas para el ajuste estructural. Por ejemplo, a principios de los noventa se popularizó el concepto de “populismo económico” como síntesis explicativa del fracaso del Estado “asistencialista” en la región6. Esquematizando, esta línea de análisis sugiere que la alta concentración de ingresos típica de las sociedades latinoamericanas y las luchas distributivas (“sobrecarga”) desatadas a favor de políticas macroeconómicas expansivas (“captura”), favorecieron la implementación recurrente de políticas que enfatizan el crecimiento y la distribución, en detrimento de problemas centrales como la inflación, el déficit público, las condicionalidades externas, la reacción de los diferentes agentes económicos y la propia vulnerabilidad productiva de estos países. De este modo, las políticas populistas constituyen soluciones de corto alcance, puesto que finalmente conducen a colapsos económicos que se corrigen a través de la estabilización ortodoxa, muchas veces acompañada por el derrocamiento del régimen político anterior (nueva “captura” del Estado). La única manera posible de romper este círculo vicioso permanente es apostar a la doble cara de la moneda neoliberal: transformar sustancialmente la estrategia de crecimiento y desmantelar la estructura populista del Estado (Dornbush y Edwards, 1991). Las palabras y las cosas Retomando entonces los conceptos seleccionados, se advierte que en la visión minimalista, el Estado debe ser autónomo en el sentido de evitar la “captura” por parte de intereses especiales. El intervencionismo estatal, se argumenta, favorece y precipita este proceso, provocando tarde o temprano un déficit de eficiencia y legitimidad en las acciones estatales. 6 Para analizar en detalle esta categoría, ver la compilación ya clásica de Rudiger Dornbush y Sebastian Edwards (1991). También, Eliana Cardoso y Ann Helwege (1992), y Burki y Edwards (Banco Mundial, 1996). 5 Un Estado legítimo, por su parte, representa genuinamente el interés general restringiendo sus acciones a ciertas funciones básicas que han de ser congruentes con sus capacidades, es decir, con la dotación disponible de recursos institucionales, financieros y técnicos para proporcionar bienes públicos. En especial, para garantizar la efectividad de su rol arbitral, el Estado debe abstenerse de expandir sus actividades más allá de su capacidad fiscal. IV. El “Consenso de Santiago” y la Reforma Institucional El Estado como sujeto y objeto del cambio En tanto modelo ideal, la concepción neoclásica del Estado mínimo ejerció una influencia política e ideológica enorme en las últimas décadas. Como ejemplos, basta con mencionar la difusión que obtuvo a través de las experiencias del Thatcherismo y el Reaganismo; el éxito con el que desplazó a la hegemonía intelectual y política del paradigma Keynesiano; el debate que, consecuentemente, logró generar en torno a ciertos “derechos adquiridos”, particularmente en relación a la definición Marshalliana de los derechos sociales; y, volviendo a nuestro tema, el consenso que finalmente obtuvo en el diseño de los programas de estabilización y ajuste para América Latina. Sin embargo, algunos analistas comenzaron tempranamente a advertir que las políticas ortodoxas contenían una expectativa paradojal: que el Estado (diagnosticado como la raíz del problema) debía constituirse, obviamente, en el principal agente de la estabilización económica y del ajuste estructural, transformándose entonces en la “solución” del problema (Evans, 1992). Más substantivamente, la verdadera “paradoja ortodoxa” era que para podar al “Leviatán populista”, reducir su interferencia en el mercado y garantizar la sustentabilidad de las políticas iniciadas, se requería de una gran capacidad institucional, organizacional, política, y material del Estado (Kahler, 1990). Estudios comparativos realizados sobre el “milagro” económico del Sudeste Asiático, por ejemplo —muchos de ellos enfocados desde la perspectiva neoinstitucional popularizada en la compilación seminal de Evans, Rueschemeyer y Sckopol, Bringing the State Back In (1985) — contribuyeron a alimentar aún más esa idea. Ciertamente, la multiplicación de estudios académicos empíricos sobre la relación entre las variables político-institucionales y el éxito o fracaso relativo de los procesos de liberalización económica en curso, contribuyeron lentamente a generar un mayor interés por el rol estabilizador de la reforma institucional. Repensando el rol del Estado: los aportes de la Nueva Economía Institucional Supuestos teóricos, filosóficos y metodológicos El marco teórico y buena parte de las definiciones centrales utilizadas en los dos documentos del Banco Mundial seleccionados, se importan explícitamente de la llamada “Nueva Economía Institucional”7. Aunque sería imposible sintetizar aquí toda la riqueza de este enfoque, nos centraremos en algunos de sus postulados básicos. A diferencia del marginalismo de los neoclásicos, este grupo de teorías se caracteriza por considerar que la economía no se sustenta independientemente del entorno político y social del cual forma parte. Esto no significa, sin embargo, que la propuesta de análisis se 7 También conocida como “Nueva Economía Política”. Confluyen aquí también diferentes tradiciones intelectuales, desde aportes de la propia economía neoclásica, de la escuela de la “Elección Pública” y de la llamada “Nueva Economía Institucional” propiamente dicha, cuyos representantes más conocidos son Douglass Norh y Oliver Williamsom. Al respecto, ver la excelente compilación en castellano de Sebastián Saiegh y Mariano Tomassi (1998). Para una interesante compilación crítica, ver también Mark Granovetter y Richard Swedber, eds. (1992) 6 torne sociológica, sino que procura enriquecer el análisis económico convencional incorporando “las preocupaciones e ideas centrales del análisis político” (Saiegh yTomassi, 1998: 10). Justamente, en contraposición a la tradición sociológica, la Nueva Economía Institucional continúa sosteniendo el presupuesto económico-liberal acerca de la racionalidad instrumental de los individuos, al tiempo que utiliza herramientas analíticas basadas en el individualismo metodológico para estudio de la economía, la política y la sociedad8. Estado, mercado, democracia Perfeccionando la visión neoclásica, esta corriente considera que la racionalidad individual no conduce automáticamente a la racionalidad colectiva o, dicho de otro modo, a decisiones colectivas que maximicen la utilidad de los intercambios individuales, particularmente los económicos. En primer lugar, se argumenta, las fallas propias del mercado y los problemas que surgen para organizar la acción colectiva de los individuos requieren del Estado como la única institución con la capacidad adecuada para organizar acciones y resultados colectivamente eficientes. El ejemplo clásico con que se ilustra este punto es el proporcionado por Mancur Olson (1965) en relación al financiamiento de los bienes públicos, es decir, de aquellos bienes que una vez proporcionados benefician a todos los individuos de una sociedad o grupo por igual, con independencia de la contribución prestada por cada uno de sus miembros para obtenerlos. De este modo, el problema del “free rider” demuestra que aún comportándose racionalmente los individuos pueden optar por dejar que otros carguen con los costos de la provisión de bienes públicos, distorsionando de este modo los resultados colectivos esperados. En segundo lugar, advirtiendo las limitaciones del modelo de equilibrio perfecto de los mercados, este enfoque sostiene que la organización política de la economía se caracteriza por la información imperfecta, los modelos “subjetivos” (ideológicos) y los altos costos de transacción, entendidos como los costos de evaluar la calidad de los bienes y servicios intercambiados, así como de hacer cumplir los acuerdos del “intercambio” (enforcement) (Banco Mundial, 1997: 15-16 y 157-162). Finalmente, el problema de los costos de transacción se complica aún más en el caso específico de los “mercados” políticos democráticos, donde la dificultad por hacer cumplir las plataformas electorales y las políticas votadas por los ciudadanos es mucho más alta, al no operar el incentivo de la competencia económica. Este problema de representatividad y responsabilidad de las instituciones y actores públicos, también conocido como “problema del agente principal” o “mandantemandatario”, tiende a distorsionar aún más la relación estrecha entre política y economía. Si existen dificultades objetivas para que, por ejemplo, los votantes controlen a los políticos y para que ambos, a su vez, monitoreen la prestación de servicios por parte de la administración pública, ¿cómo pueden, entonces, crearse las condiciones mínimas de previsibilidad, transparencia y estabilidad para que las políticas públicas —especialmente las políticas económicas— alcancen resultados óptimos? Cambio institucional La respuesta nos lleva al terreno de la ingeniería institucional, una preocupación, dicho sea de paso, acariciada tempranamente por el iluminismo utilitarista de Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Expresado en el lenguaje moderno de la economía, el eje de la cuestión es, centralmente, cómo transformar o apuntalar aquellas instituciones, tanto públicas como privadas, que en un contexto democrático reducirían al mínimo los costos de 8 El “individualismo metodológica” es una categoría que engloba aquellas metodologías que analizan el comportamiento de actores, instituciones y organizaciones como actores racionales unitarios. Ejemplos de esta metodología se encuentran en enfoques tales como el de la elección racional, teoría de los juegos, teoría de los costos de transacción y modelos del agente principal, entre otros. 7 transacción de los “mercados” políticos y económicos. Utilizando el vocabulario del Banco Mundial, la sustentabilidad de las “buenas políticas económicas” requiere de una fuerte “capacidad institucional del Estado”, que hay que empeñarse en reforzar y construir. En este contexto, las instituciones se definen como estructuras de incentivos y restricciones en las que operan individuos y organizaciones tanto privadas como públicas. Son las normas, formales e informales y los mecanismos que aseguran su cumplimiento que configuran el comportamiento de individuos y organizaciones en la sociedad (Banco Mundial, 1997: 11). Como sostiene North (1998: 110), el patrón de cambio institucional que determina la evolución a largo plazo de la economía se conforma por las restricciones que derivan del pasado y por su constante modificación en un marco de opciones históricamente acotado. En el caso de América Latina, por ejemplo, resultaría difícil revertir el patrón institucional redistributivo, o el predominio de la informalidad en ciertos acuerdos económicos y políticos. Sin embargo, bajo el supuesto del comportamiento racional de los actores, no resulta imposible imaginar una transformación adecuada del sistema de incentivos para, al menos incrementalmente, modelar nuevos arreglos institucionales acordes con los requerimientos de la liberalización económica. Definiciones y recomendaciones para “El Príncipe” Las recomendaciones de los documentos del Banco Mundial también incorporan al marco analítico de la Nueva Economía Institucional contribuciones puntuales, elaboradas en el campo de la política comparada por el “Neo-institucionalismo histórico” sobre el problema conceptual del Estado. En particular, resaltan nociones tales como “capacidad”, “autonomía” y “efectividad” de las instituciones públicas. En la próxima sección se desarrolla con más detalle la ubicación de estos conceptos en su matriz original. Aquí simplemente se analizan sus significados en el marco de los lineamientos para la reforma institucional. En el proceso de transformación del rol y funciones del Estado de este fin de siglo, el World Development Report de 1997 propone una estrategia en dos etapas. En la primera etapa, se sugiere: Articular el rol del Estado a su capacidad, entendiendo por ésta la “habilidad de realizar y promover acciones colectivas eficientemente, tales como la salud pública, la ley y el orden y la provisión de infraestructura básica” (pág. 1-15). El Estado debe entonces restringir sus acciones en aquellas tareas que puede y debería realizar. Así, Estados con “baja” capacidad (algunos países africanos, por ejemplo) deberían limitarse a cumplir funciones básicas (las del “Estado mínimo”), en tanto que Estados con capacidad “intermedia” o “alta” deberían idealmente dedicarse a construir “más capacidad” y a realizar funciones pro-activas, siempre dentro de los lineamientos generales de la liberalización económica9. Y en la segunda etapa, se propone: Incrementar la capacidad del Estado a través de la reforma institucional, diseñando reglas y controles efectivos sobre las acciones arbitrarias del Estado (por ejemplo, reforzando la separación de poderes y combatiendo la corrupción), generando mayor 9 Entre las funciones propuestas se incluyen, entre otras, la educación básica, la protección del ambiente, la regulación financiera, la regulación de los monopolios y la provisión de seguros sociales (distinguiendo claramente entre asistencia social y seguros). El punto ideal de “alta” capacidad estatal es la coordinación de la actividad productiva, entendida como la promoción de ciertos mercados como el industrial y financiero. 8 presión competitiva sobre el servicio civil y organizando una mayor participación ciudadana a través de estrategias tales como la descentralización10. Este proceso de construcción y apuntalamiento de la capacidad institucional del Estado garantiza, desde dicha óptica, su efectividad para satisfacer las demandas de la ciudadanía por la provisión (“delivery”) de “bienes públicos”. A su vez, la efectividad, calidad y estabilidad del marco institucional favorecen la legitimidad de las acciones del Estado. En otras palabras, la legitimidad se asocia a la capacidad institucional del Estado, que puede construirse mediante procesos de ingeniería institucional. Asimismo, y centralmente, en esa tarea de construcción, los actores e instituciones estatales deben asegurar que sus acciones reflejen el interés general, es decir, se debe también auto-construir la autonomía del Estado frente a la “captura”, evitando muy particularmente el enquistamiento de intereses que obstaculicen los avances de la reforma política y económica. Ahora bien, ¿de qué modo se logra esto? Los consejos centrales para la dirección política del Estado son principalmente tres. En primer lugar, la formación de “alianzas estratégicas”, incentivando desde las instituciones estatales la inclusión de aquellos sectores que activa o pasivamente favorezcan las reformas y, paralelamente, neutralizando de modo táctico a la oposición. Se trata, entonces, de crear coaliciones políticas de apoyo o, dicho de otro modo, de rediseñar la autonomía estatal “imbrincando” en las metas políticas de largo plazo a un núcleo clave de actores intra y extra estatales que fortalezcan la direccionalidad del cambio (embedded autonomy)11. En segundo lugar, se sugiere la reorganización del sistema de intermediación política de intereses, tratando de armonizar las metas de “interés público”, así definidas, con las metas de corto y mediano plazo de políticos y burócratas tales como la supervivencia en los cargos, la promoción y la reelección. Por último, se enfatizan tareas de construcción de “capital social”12, es decir, de fortalecimiento de la sociedad civil, apoyando a aquellas instituciones y asociaciones intermedias que forman la trama del tejido social y actúan como redes de seguridad y comunicación en la interacción recíproca de los ciudadanos. El supuesto subyacente de esta recomendación de raíz Tocquevilleana es que sociedades civiles robustas, con un stock importante de “capital social”, favorecen la estabilidad política. La transparencia de los enunciados no oculta, ciertamente, lo arduo de la tarea. Por una parte, se sugiere la construcción de una democracia Madisoniana que, al estilo de la ingeniería constitucionalista americana, asegure el carácter virtuoso de la actividad pública a través de la articulación de filtros representativos, equilibrio de poderes, puntos de veto y control en las instituciones gubernamentales, descentralización federal y local de los intereses ciudadanos y selectividad en su agregación a nivel nacional. Paralelamente, por otra parte, se señala la necesidad de reconstruir el “tejido social”, ese ámbito que, como señalaba Tocqueville en relación a las propias instituciones políticas americanas, constituye la arena de los valores, asociaciones, prácticas culturales y lazos sociales históricamente creados, de difícil transformación, que sustentan la estabilidad de las polis democráticas. Es justamente en este último punto donde el optimismo racionalista de los documentos del Banco Mundial difiere con la tradición sociológica en general y con los En el campo del sector público, las reformas centrales enunciadas son (1) Continuar la reorganización del servicio público de acuerdo al modelo de la Nueva Administración Pública, (2) La reforma judicial, (3) La reforma educativa, con fuertes indicaciones sobre el sistema de vouchers, (4) Reformas políticas no especificadas puntualmente pero tendientes a reducir al mínimo el problema de “mandante-mandatario”. En el terreno de los mercados, se enfatizan (1) Nuevas reglas de juego para el sector financiero (por ejemplo, en las redes de protección bancaria) y (2) Entorno jurídico adecuado para el mercado de capitales. 10 11 Para examinar en más detalle la idea de “embedded autonomy” ver Peter Evans (1992). Esta noción se importa de Robert Putnam (1993) Making Democracy Work: Civic Traditions in Modern Italy. Princeton: Princeton University Press. Para Putnam, “Capital Social” es el stock de cadenas (institucionales) horizontales y de normas de reciprocidad de la sociedad civil. 12 9 aportes del llamado “Neo-institucionalismo” histórico que, en su polémica con la visión Neomarxista del Estado, ha contribuido a generar nuevas líneas de análisis en el tema que nos ocupa. V. Otra vuelta de tuerca: Debates y aportes del Neo-institucionalismo histórico13. Instituciones como arenas de acuerdo y conflicto El neo-institucionalismo histórico, desarrollado originariamente en el campo de la política comparada, parte también del supuesto de que las instituciones estatales, representativas e intermedias de los países, desempeñan un papel central en la estructuración de resultados políticos específicos, ya sea, entre otros, en el terreno de las políticas públicas, de las innovaciones económicas, y de la configuración política de constelaciones de intereses sociales. Pero si bien para esta línea de análisis no existe problema en afirmar, junto a la Nueva Economía Institucional, que las instituciones constituyen sistemas de restricciones e incentivos donde los actores políticos y sociales definen y desarrollan sus estrategias y objetivos, las coincidencias restantes son limitadas. Las instituciones, se argumenta, son algo más que una solución eficiente a los problemas planteados por la acción colectiva, constituyen construcciones históricas que dan forma a la interacción social, cultural y política de los actores y, más importante aún, representan acuerdos sobre la trama cambiante del poder y del conflicto político. Es por eso, justamente, que las batallas desatadas alrededor de su creación, mantenimiento o transformación han sido tan duras en el desarrollo de la historia política pasada y contemporánea (Steinmo y Thelen, 1992, 9). Racionalidad humana y sociedad Esta concepción se apoya en la tradición sociológica, particularmente en los aportes de Max Weber, Thorstein Veblen y Karl Polanyi. La racionalidad humana y las preferencias individuales son creaciones sociales, no responden a predisposiciones innatas o universales de los sujetos. La conducta humana se encuentra configurada por las instituciones, valores y significados que los actores sociales construyen en su interacción recíproca. En este sentido, las sociedades políticas son algo más que un conjunto agregado de individuos; constituyen sistemas complejos de estructuras interdependientes, políticas, económicas y sociales, cuyas formas y significados varían de un modo importante de una sociedad a otra. Aunque esta perspectiva comparte la noción de Marx acerca de la sociedad como el espacio adecuado para entender las características de la acción individual y colectiva, rechaza la idea de que exista un “determinante en última instancia” de las formas que asumen la política, la cultura y la ideología. Estado y mercado Del mismo modo, las instituciones económicas son creaciones sociales y se encuentran socialmente situadas. Frente a la visión neoclásica de los mercados autoregulados evolucionando de un modo casi “natural”, este enfoque señala que su emergencia ha sido, en más de un ejemplo histórico, producto de la intervención estatal que, como en el 13 A lo largo de este trabajo se ha hecho referencia al “Neo-institucionalismo histórico” usando la distinción que establecen Kathleen Thelen y Sven Seteinmo entre enfoques institucionalistas que, como la Nueva Economía Institucional, utilizan supuestos y modelos basados en el individualismo metodológico y esta otra línea de trabajo que utiliza supuestos sociológicos y recurre al análisis histórico para el estudio comparativo de los fenómenos políticos. (Steinmo y Thelen, 1992, 8). Estos autores refinan la distinción originaria de Theda Scokpol sobre el tema. Entre los académicos contemporáneos que han liderado esta corriente se cuentan, entre otros, a la propia Theda Scokpol, Suzanne Berger, Peter Hall, Peter Katzenstein, Peter Evans, James March, Johan Olsen, Margaret Weir y Stephen Krasner. Para bibliografía y análisis en más detalle ver Evans, Rueschemeyer y Scokpol (1985) y Steinmo, Thelen y Longstreet (1992). 10 caso de las transiciones europeas al modelo de libre mercado, rompió de forma a veces violenta con patrones pre-existentes de organización social. Más aún, la fuerza de una visión parsimoniosa pero alarmada como la de Karl Polanyi, por ejemplo, nos recuerda que la disrupción traumática provocada por la creación política del libre mercado, generó en las sociedades desarrolladas “mecanismos de defensa” y luchas sociales que desembocaron finalmente en la constitución de los modernos Estados de bienestar y sus redes institucionales de contención social. En otras sociedades, en cambio, la lucha por la desmercantilización de las relaciones humanas mostró ser mucho más dramática, dando lugar a modelos políticos autoritarios como el fascismo (Polanyi, 1944). Aunque polémica, la visión histórico-sociológica de Polanyi pone una nota de prudencia sobre las definiciones y enfoque de los nuevos aportes del Banco Mundial sobre Estado y libre mercado. Ciertamente, los documentos examinados no ignoran estas cuestiones y, como ya se ha mencionado, incorporan selectivamente algunos aportes y conceptos del marco teórico que estamos examinando. Sin embargo, la confianza puesta en los efectos benéficos de las reformas propuestas margina algunas preguntas que están lejos de haberse saldado completamente: ¿Cuáles son los límites, posibilidades y efectos (a veces no esperados, ni deseados) de la reforma institucional?; ¿cuáles son los márgenes reales de acción autónoma del Estado y su capacidad para la intervención efectiva en el contexto del ajuste? En estas últimas páginas propongo avanzar brevemente sobre otras líneas de análisis bosquejadas por el neo-institucionalismo y el neo-marxismo, que pueden contribuir a nuestras reflexiones futuras sobre la cuestión. Autonomía, capacidad, efectividad y legitimidad El debate con el Neo-marxismo Las críticas del Neo-institucionalismo histórico a la tradición liberal-pluralista y neoclásica van también acompañadas de una discusión con los supuestos de la teoría marxista del Estado14. Reconociendo la importancia del análisis de las relaciones y coaliciones de clase en la explicación de los fenómenos políticos, la principal objeción que se plantea es que este cuerpo de teorías ofrece explicaciones parciales y deterministas acerca de la capacidad de acción autónoma del Estado. Esta crítica nos remite nuevamente a la revisión del concepto de autonomía. ¿En relación a qué actores y procesos se definen, en definitiva, los márgenes de acción reales de la dirección política del Estado para plantear objetivos de política de un modo independiente?. La tradición marxista, en sus diferentes versiones, responde de un modo rotundo: en relación a las clases o alianzas de clases económica y políticamente dominantes. Esto no significa negar la capacidad de acción autónoma del Estado en el sentido instrumentalista atribuido a Marx en el Manifiesto Comunista. Antes bien, las contribuciones Neo-marxistas15 consideran que la autonomía del Estado capitalista es siempre relativa, dependiendo de la lucha política de clases en coyunturas históricamente determinadas y, en revisiones más recientes, también de factores de carácter contingente. Sin embargo, estas teorías reconocen que los sistemas capitalistas plantean límites a la acción estatal autónoma. El rol preponderante de la inversión privada otorga poder de veto sobre las políticas estatales a los actores claves del campo económico. Más aún, la legitimidad de este tipo de Estados es problemática: promover la acumulación privada y mantener el consenso político son objetivos conflictivos, particularmente en situaciones de crisis económica. De este modo, tanto la capacidad financiera, institucional y simbólica del 14 Al respecto, ver Evans Evans, Rueschemeyer y Scokpol (1985) y también Peter Hall (1986). La lista de contribuciones llamadas “Neo-marxistas” sobre este tema es rica y extensísima. Para esta apretadísima síntesis he utilizado, entre otras, las siguientes contribuciones: Bob Jessop (1982), Adam Przeworski (1985), Claus Offe (1984), Ralph Milliband (1969), Nicos Poulantzas (1973) y Fred Block (1977). 15 11 Estado, como su efectividad para diseñar, gestionar, legitimar e implementar políticas públicas pueden reducirse drásticamente en ciertas coyunturas. La cuestión se complica más aún, si se toman en cuenta algunas características específicas de los Estados latinoamericanos, cuyos patrones de evolución histórica difieren substancialmente de sus congéneres desarrollados. Por una parte, como sugiere el legado de la teoría de la dependencia, por su inserción periférica en el sistema económico internacional, estos Estados han sido más permeables a la “captura” por parte de los intereses dominantes y más vulnerables a las condicionalidades financieras y políticas externas (Cardoso y Faletto, 1969; Oszlak, 1978; O’Donnell,1973). Por otra, y a pesar de la debilidad “estructural” de los Estados latinoamericanos, muchos han jugado un papel de verdaderos “demiurgos” del desarrollo económico, político y social, incorporando nuevos y viejos intereses, promoviendo objetivos “nacionales” y actuando como árbitros relativamente autónomos de los conflictos sociales (Evans, 1992; Frischtak, 1992). Pero paradójicamente, al expandir el ámbito de su intervención sobre bases fiscales limitadas y condiciones estructurales restrictivas, los Estados desarrollistas han terminado erosionando de un modo u otro su autonomía relativa, es decir, su capacidad para liderar efectivamente “desde arriba” un modelo de desarrollo basado en la inversión pública (Fitzgerald, 1978). Neoinstitucionalismo: agendas de investigación El debate sobre la especificidad de los Estados de la región, sus crisis contemporáneas y los efectos de las reformas en curso está lejos de haber alcanzado acuerdos substanciales. Los aportes anteriores nos recuerdan, justamente, la necesidad de continuar explorando estas cuestiones en el contexto del ajuste estructural. Frente a las “grandes teorizaciones” de las últimas décadas, el enfoque neoinstitucional propone, en cambio, agendas de investigación de alcance medio y metodologías histórico-comparativas para el análisis del Estado y las políticas públicas. Entre sus numerosas contribuciones conceptuales y empíricas, dos aspectos resultan relevantes para nuestro tema. El primero se vincula a las nociones de capacidad y autonomía, que este enfoque considera como dos dimensiones distintivas del poder estatal16. En tanto que la autonomía se define como la posibilidad de los actores estatales para formular objetivos de política de un modo independiente, la capacidad se refiere a su habilidad para implementarlos consensuadamente utilizando los medios (institucionales, materiales y simbólicos) disponibles. De este modo, los actores estatales pueden ser relativamente autónomos de los intereses dominantes, tanto internos como internacionales, pero pueden carecer de la capacidad para formular y conducir sus objetivos. A la inversa, los actores estatales pueden contar con un conjunto indispensable de recursos, pero carecer de autonomía política para fijar e implementar sus objetivos. Estos conceptos, así definidos, no están en contradicción abierta con los aportes neomarxistas sobre la autonomía relativa del Estado. El problema que se señala desde el neoinstitucionalismo, no obstante, es que si bien los estudios centrados en las relaciones de clase pueden explicar qué tipo de Estado autónomo es posible dadas ciertas coaliciones sociales específicas, no pueden especificar qué tipo de instituciones y políticas es probable que emerjan, se desarrollen, se transformen, o caduquen en determinadas coyunturas. De este modo, la perspectiva neo-institucional propone poner al Estado y sus instituciones bajo la lupa del investigador, desarrollando herramientas conceptuales que puedan iluminar dinámicas acotadas de la acción estatal, tales como conflictos intra-elite, trayectorias institucionales de agencias gubernamentales, “ventanas de oportunidad” para la implementación exitosa de políticas y proyectos específicos, y redes de conexión entre actores estatales y sociales, entre otras alternativas. 16 Este grupo de autores parten de la clásica definición weberiania sobre el Estado. 12 El segundo aspecto se refiere a la reforma institucional. Aunque los documentos del Banco Mundial han compatibilizado varios aportes de este grupo de teorías con su propio marco analítico, el enfoque Neoinstitucional enfrenta con cierto escepticismo los supuestos de “ingeniería” institucional que hemos examinado. La historicidad de las instituciones, para este enfoque, no es meramente contextual. Los procesos de reforma institucional involucran arenas de conflicto y consenso en las que intervienen diferentes actores con intereses, recursos y valores también distintos. Si bien los resultados concretos de estos conflictos y acuerdos no están históricamente predeterminados, tampoco son históricamente indeterminados como para transitar sin traumas un proceso de rediseño genético. En este campo, quedan sin dudas por desarrollarse muchos debates e investigaciones. De hecho, aunque se ha avanzado bastante en el estudio de las constelaciones institucionales que han favorecido u obstaculizado las reformas de mercado en diferentes países de la región, se sabe mucho menos acerca de cómo el proceso de negociación e implementación del ajuste estructural ha afectado y continúa afectando las redes institucionales de conexión entre Estado y sociedad civil, el sistema de representación de intereses y la calidad de nuestras instituciones democráticas17. VI. Comentarios Finales El examen de los conceptos, categorías y teorías que guían las propuestas de reforma institucional ofrecidas por los organismos multilaterales de crédito no constituye solamente un ejercicio de abstracción intelectual. Como se ha intentado sugerir, los significados de cada noción relevante utilizada, nos remiten a concepciones específicas acerca de la relación entre Estado y sociedad civil y el rol de sus actores; nos indican metodologías congruentes con esas concepciones para diseñar y ejecutar los cambios institucionales pendientes; y nos sugieren modelos ideales de desarrollo económico, político y social. Al mismo tiempo, estos conceptos y teorías funcionan como verdaderas cadenas comunicativas, creando lenguajes compartidos y generando consenso sobre la orientación de las acciones entre los agentes políticos y técnicos con responsabilidad de liderar y ejecutar las reformas. De este modo, las políticas, las teorías que las sustentan y las palabras que las justifican van demarcando el terreno de lo posible y lo deseable en la arena política. Reflexionar con realismo sobre los nuevos lineamientos del Banco Mundial, sus fuentes académicas y los debates que engendran en visiones alternativas, es una tarea intelectual y política que debiera profundizarse. La creación y transformación de las instituciones requeridas por las nuevas políticas económicas pueden ser, como se afirma a menudo, inevitables. Algunas, como la lucha efectiva contra la corrupción o la reforma del sistema de justicia son, incluso, incontrovertidas en su formulación general. Pero así como no existe una sola manera de estabilizar y “ajustar” las economías de la región, ni en la práctica ni en la teoría, tampoco debemos suponer que hay una sola forma de encarar el difícil objetivo de la reforma institucional. Si esto es así, hay que considerar que, a pesar de la producción existente, todavía carecemos de una diversidad de herramientas teóricas, analíticas y técnicas adecuadas para encarar cambios que serán lentos, caros y técnicamente difíciles (Naim, 1995). Sin dudas, resulta necesario continuar trabajando en esa construcción. Porque, como se ha señalado frecuentemente, la agenda política propuesta y en parte ejecutada, involucra nada menos que la transformación, cuando no el desmantelamiento, de andamiajes institucionales y técnicos de larga data —no siempre totalmente obsoletos— y, al mismo Para referencias y Estado del arte sobre estas líneas de trabajo ver la excelente síntesis y contribución de Frances Hagopian (1998) Negotiating Economomic Transitions in Liberalizing Polities: Political Representation and Economic Reform in Latin America. Department of Political Science, Tuft University, Medford MA. 17 13 tiempo, la reconstrucción de la capacidad, efectividad, legitimidad y relativa autonomía de las instituciones públicas, condiciones que ciertamente no han abundado en la historia política de la región. Bibliografía Banco Mundial (1997). World Development Report. The State in a Changing World. Washington D.C. Banco Mundial (1998). Shahid Javed Burki y Guillermo Perry. Más allá del Consenso de Washington. La Hora de la Reforma Institucional. Estudios del Banco Mundial sobre América, serie Puntos de vista. Latina y El Caribe. Washington D.C. Banco Mundial (1996). Shahid Javed Burki y Sebastian Edwards. Dismantling the Populist State. The Unfinished Revolution in Latin America and the Caribbean. Estudios del Banco Mundial sobre América, serie Puntos de vista. Latina y El Caribe. Washington D.C. Becker, Gary. (1976). The Economic Approach to Human Behavior. Chicago: University of Chicago Press. 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