El comportamiento en el dormitorio

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El comportamiento en el dormitorio
Norbert Elias
El dormitorio se ha convertido en uno de los ámbitos más "privados" y más "íntimos" de la
vida humana. Al igual que la mayor parte de las funciones corporales, también el "dormir" es
algo que se ha ido relegando, cada vez más, a la trastienda del trato social. La familia nuclear
es el último enclave legítimo socialmente sancionado que ha quedado de estas funciones, al
igual que ha sucedido con muchas otras funciones sociales. Sus muros visibles e invisibles
arrebatan a la mirada de los otros seres humanos los aspectos más "privados", más "íntimos"
de los otros, esto es, la parte irreprimiblemente "animal" de estos. En la sociedad medieval
esta función todavía no se había privatizado tanto, ni se había excluido de la vida social. Lo
normal era recibir visitas en las habitaciones en las que había camas y, las camas, a su vez,
según su tipo, tenían una función social de ostentación. Era muy frecuente que muchas
personas pasaran la noche en la misma habitación; en la clase alta lo hacía el señor con sus
criados y la señora con su doncella o con sus doncellas; en las otras clases solían dormir en la
misma habitación hombres y mujeres juntos y hasta también los huéspedes que allí
pernoctaran. Quien no dormía con toda su ropa, se desnudaba por completo. Por regla
general, entre personas seglares la gente solía dormir desnuda y en las órdenes monásticas,
según la rigidez de la regla, lo hacían completamente desnudos o completamente vestidos.
(...) Resultará relativamente sorprendente que alguien conservara la camisa de día al ir a
dormir por la noche; esta práctica despertaba la sospecha de que el interesado o la interesada
podían padecer alguna enfermedad o defecto corporal, pues ¿por qué otro motivo tendría
alguien interés en ocultar su cuerpo?; y, de hecho, ésta era la razón en la mayoría de los
casos. Por ejemplo, en la Roman de la Violette leemos que la criada pregunta asombrada a su
señora por qué va a la cama con la camisa y ésta le contesta que es a causa de una señal
corporal que tiene. Por lo demás, esta mayor naturalidad en cuanto a la exhibición del cuerpo
desnudo, así como en relación con el límite correspondiente de la vergüenza, se manifiesta
con especial claridad en las costumbres en el baño. A menudo se ha observado
posteriormente con cierto asombro que los caballeros se hacían servir por mujeres en el baño
y que igualmente se hacían llevar a la cama la bebida nocturna también por mujeres. Parece
ser que la gente se desnudaba en la casa, antes de acudir a la de baños, al menos según la
costumbre de las ciudades. "Cuántas veces", dice un observador, "atraviesa los callejones
corriendo el padre desnudo, provisto de unos calzoncillos tan sólo, acompañado por su esposa
desnuda y sus desnudos hijos, camino de la casa de baños. Cuántas veces he visto a las
jóvenes desnudas y solas, o vestidas con una camisilla raída y un albornoz hecho jirones o
bien con ese trapo que las cubre sólo por delante y por detrás y que la gente llama aquí
Badehr. Éste se abre sobre los pies y las jóvenes se lo aprietan decentemente por detrás
mientras van corriendo desde su casa a mediodía por los largos callejones, hasta la casa de
baños. Aliado de ellas suelen correr los chicos desnudos de diez, doce, catorce y dieciseis
años de edad". Esta naturalidad va desapareciendo lentamente en el siglo XVI y, de modo
más decidido en los siglos XVII, XVIII y XIX; primeramente en la clase alta y, luego, en
todas las demás de la sociedad. Hasta ese momento, el estilo general de vida y la distancia
menor entre los individuos hacen que la visión del cuerpo humano desnudo, al menos en los
lugares más apropiados, sea incomparablemente más natural que en la primera fase de la
Edad Contemporánea. Así, se ha podido decir, al menos con referencia a Alemania, que
"tenemos el resultado sorprendente de que la visión de la desnudez completa era algo
cotidiano hasta el siglo XVI. Todo el mundo se desnudaba por completo al ir a dormir y,
además no había ningún tipo de tapujos en los baños calientes", y esto no solamente era
válido para Alemania. Los seres humanos tenían una relación mucho más natural con su
cuerpo igual que con muchas de sus funciones corporales; incluso cabe decir que tenian una
relación infantil. Así lo muestran las costumbres y los hábitos en los baños. La vestimenta
nocturna especial comenzó a utilizarse aproximadamente en la misma época que el tenedor y
el pañuelo de nariz. Al igual que los otros "utensilios" de la civilización, éste también hizo su
camino lentamente a través de toda Europa, y también es un símbolo del cambio decisivo que
se dio entre los hombres en aquella época. Crecía la sensibilidad de los seres humanos en
relación con todo aquello que entraba en contacto con su cuerpo. El sentimiento de vergüenza
se adhería a modos de comportamiento que, hasta entonces no tuvieron nada que ver con tal
sentimiento. También aquí se repite, como suele suceder en el curso de la historia, aquel
proceso psíquico que ya aparece en la Biblia ("Y vieron que estaban desnudos y se
avergonzaron") como un avance que es de los límites de la vergüenza, como un adelanto en la
represión de los impulsos. Desaparece, por lo tanto, la naturalidad con que la gente se
muestra desnuda, como también desaparece la naturalidad con que hace sus necesidades en
público. A consecuencia de ese cambio generalizado en la apreciación social de la desnudez,
también la representación del cuerpo desnudo en el arte alcanza un significado nuevo: pasa a
convertirse en ilusión y realización de un deseo. Para utilizar la expresión de Schiller, a
diferencia de las formas naifs de la época anterior, ahora el arte se hace "sentimental".
Fuente: Norbert Elias, El proceso de civilización, FCE, 1989, pp. 203-205.
Cambios en la actitud frente a las relaciones entre hombres y mujeres
Norbert Elias
Los sentimientos de pudor que rodean a las relaciones sexuales entre las personas han ido
intensificándose y cambiando considerablemente con el proceso civilizatorio. Esto se muestra
claramente en la dificultad con que tropiezan los adultos de las últimas fases de la
civilización cuando tienen que hablar con sus hijos de tales relaciones. Pero esa dificultad se
nos antoja hoy algo natural. Hoy pensamos que, por razones biológicas, el niño no puede
saber nada de las relaciones entre los sexos y que constituye una cuestión
extraordinariamente delicada y difícil ilustrar a los adolescentes sobre sí mismos y sobre lo
que pasa en torno suyo. En realidad, esta situación no tiene nada de natural; antes bien, es el
resultado del proceso civilizatorio, como puede comprobarse en cuanto se observa el
comportamiento correspondiente de los seres humanos en otra fase del proceso. El destino
que sufrieron los famosos coloquios de Erasmo de Rotterdam nos ofrece un buen ejemplo de
lo que estamos diciendo. (...) Al observador de la época contemporánea le resulta extraño que
en sus diálogos, Erasmo hable a los niños de las prostitutas y de las casas en las que éstas
viven. A los hombres de nuestra etapa de la civilización les parece inmoral mencionar tales
instituciones en un libro para niños. Cierto que estas instituciones existen como enclaves
también en la sociedad del siglo XIX y del siglo XX, pero resulta que el miedo púdico con el
que se ha cubierto la totalidad del ámbito de los impulsos de los seres humanos desde
pequeños, así como «el anatema del silencio» que ha recaído sobre estos temas en el trato
social, son absolutos. La mera mención de estas opiniones y de tales instituciones en el trato
con los niños es un delito, una corrupción del espíritu infantil; y, por lo menos, una falta de
condicionamiento del peor tipo. En tiempos de Erasmo era perfectamente natural que los
niños supieran de la existencia de estas instituciones. Nadie trataba de ocultárselas. En todo
caso se les avisaba del peligro que suponían; precisamente lo que hace Erasmo. Si nos
limitamos a leer únicamente los libros pedagógicos de la época, entonces, en efecto, parece
como si la mención de estas instituciones sociales fuera solamente una ocurrencia de algún
autor aislado. Pero cuando recordamos cómo los niños vivían con los adultos; cuando vemos
qué delgado era el muro de intimidad que separaba a unos adultos de otros y, también, a los
adultos de los niños, entendemos que estas conversaciones, como las de Erasmo y las de
Morisotus, en realidad se remitían de modo inmediato a las pautas sociales dominantes en su
época. Los autores tenían que partir del hecho de que los niños lo sabían todo; esto era algo
natural... La tarea del educador consistía en mostrarles cómo tenían que comportarse frente a
estas instituciones sociales. (...) Hasta cierto punto lo mismo cabe decir de la relación sexual
en general, incluso de la matrimonial. Podemos hacernos una idea de ello considerando las
costumbres de la noche de bodas. Al hacer su entrada en la cámara nupcial, la comitiva iba
precedida por los mozos de honor. La doncella de honor, a su vez, desnudaba a la novia,
quien tenía que despojarse de todas sus joyas. Para que el matrimonio fuera válido era
necesario que los novios entraran en el lecho en presencia de testigos. Esto es, «se les
acostaba juntos». «Cuando en el lecho se ha entrado, el derecho se ha conquistado». se decía
en la época. En la Baja Edad Media fue cambiando paulatinamente esta costumbre de modo
que los novios podían echarse en la cama vestidos. Por supuesto estas costumbres cambiaban
en función de las clases sociales y también en función de los distintos países. No obstante
sabemos que en algunos casos, como en Lübeck, por ejemplo, este uso antiguo se mantuvo en
vigor hasta los comienzos del siglo XVII. Todavía en la sociedad cortesano-absolutista de
Francia se mantenía el uso de que los testigos acompañaran al novio y a la novia hasta el
lecho nupcial donde éstos se desnudaban y recibían el camisón de manos de aquellos. Todo
esto constituye un síntoma del cambio de pautas en los sentimientos de pudor suscitados por
las relaciones sexuales. A lo largo de estos ejemplos podemos ver con bastante claridad el
carácter específico de aquellas pautas de sentimientos de pudor que posteriormente acabarán
siendo dominantes a lo largo de los siglos XIX y XX, En esta época son los propios adultos.
los que en gran medida ocultan todo lo relativo a la vida sexual y la excluyen del trato social
convencional; por esta razón resulta posible, y hasta necesario. esconder con mayor o menor
habilidad esta parte de la vida durante el mayor tiempo posible a los ojos de los niños. En las
épocas anteriores las relaciones sexuales así como las instituciones que las regulan están
mucho más claramente incorporadas a la vida pública; en consecuencia resulta más
comprensible que los niños adquieran conocimiento de esta parte de la vida desde pequeños.
Ni siquiera para asegurar su condicionamiento (esto es para hacerles alcanzar las pautas de
comportamiento de los adultos} existe necesidad alguna de presentar esta esfera de la vida a
los niños cargada con la misma cantidad de tabúes y de secreto con que hubo de hacerse en
una fase posterior de la civilización, en correspondencia con el cambio en las pautas de
comportamiento.
Fuente: Norbert Elias, El proceso de civilización, FCE, 1989, pp. 209-217
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