EL MUNDO, Jueves, 18 de mayo de 2006. Año XVIII. Número: 5.998. TRIBUNA LIBRE Martes, 20 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6274. Martes, 20 de febrero de 2 Son 'nuestros' hispanos los que reclaman derechos en EEUU EDUARDO GARRIGUES Las noticias sobre las recientes manifestaciones de los hispanos que viven en EEUU para intentar evitar una legislación restrictiva y discriminatoria sobre inmigración han interesado en España, como corresponde a un país que ha tenido hasta fechas relativamente recientes una fuerte emigración y que ahora se enfrenta con los problemas derivados de una intensa inmigración. Aunque esa legislación está aún pendiente de aprobación en el Senado, el presidente Bush ha decretado ya un reforzamiento policial de la línea fronteriza entre EEUU y México y descartado una amnistía total para los inmigrantes ilegales. La gran mayoría de los comentarios de la prensa española reflejan simpatía hacia el movimiento de las comunidades hispanas, que se autodefinen como un león dormido; un león relativamente domesticado y nada agresivo, tal como se preocuparon de demostrar en las manifestaciones, desfilando con prendas blancas que simbolizaban la paz y evitando desplegar banderas de ninguna otra nacionalidad distinta de la estadounidense, para evitar reacciones xenófobas y, sobre todo, para dejar bien claro que ellos también se consideran norteamericanos. Pero quizás el león empezaría a rugir si se llega a cerrar la frontera y se endurece la legislación contra los ilegales. Curiosamente, los primeros que han apoyado las manifestaciones de hispanos en diversos lugares de los Estados Unidos son algunos de los empresarios que los contratan, que opinan que si no se logra una solución razonable al problema de los inmigrantes ilegales, la estructura económica y social del país se hará insostenible. La imagen del joven David luchando contra el gigante Goliat suele despertar sentimientos solidarios, aunque sea éste un David bastante crecidito: en EEUU hay más de 40 millones de hispanohablantes, de los que unos 12 son inmigrantes ilegales. Por pura coincidencia, la cobertura mediática de esas manifestaciones de protesta han coincidido con la conmemoración en Madrid de los acontecimientos del 2 de mayo que desencadenaron en 1808 una sublevación popular que -al grito de «¡Que nos los llevan!»- iniciaría la Guerra de Independencia española contra el invasor francés. La celebración de esta efeméride también cae muy cercana a la del 5 de mayo de 1862 en México, cuando el pueblo se levantó contra las tropas del nieto de Napoleón, que pretendía hacer emperador del país azteca a Maximiliano de Habsburgo. En comparación con el fervor popular que siguen suscitando estos acontecimientos en México y en España, no parece que la batalla que está librando la minoría hispana en Estados Unidos por la dignidad y el reconocimiento de su identidad cultural sea también la nuestra. No creo que aquí se nos haya ocurrido pensar que esos manifestantes que han tenido que desfilar en distintos lugares de los EEUU envueltos en la bandera de las barras y estrellas -para evitar que les encierren entre barrotes y que les hagan ver las estrellas-, también son nuestros hispanos. Nunca me he sentido más español que cuando he recorrido los pueblecitos hispanos al norte de Nuevo México, en el mismo centro geográfico de EEUU, que tienen los sonoros nombres de Española, Chimayó, Córdoba, Truchas, Trampas... En aquellas pequeñas comunidades perdidas en las Montañas Rocosas, como si se mantuvieran en una cápsula del tiempo siguen celebrando procesiones de penitentes y oficios de tinieblas en Semana Santa; siguen haciendo fiestas de Moros y Cristianos -aunque a veces sustituyan a los sarracenos por guerreros apaches o comanches-; siguen cantando alabados; construyendo casas de adobe como en Ciudad Real o en Extremadura y practicando un sistema de distribución del regadío para el aprovechamiento de las tradicionales acequias parecido al del Tribunal de Aguas de Valencia. Yo no puedo sentirme antiamericano cuando pienso que gran parte de ese territorio y de su pueblo tiene profundas raíces españolas; por eso también creo que los hispanos que ahora luchan por sus derechos civiles son -o han sido- nuestros hispanos. Los que nos hemos asomado a la fascinante historia del sudoeste de Estados Unidos sabemos que tras las primeras expediciones españolas a México y La Florida, desde mediados del siglo XVI hasta el primer tercio del siglo XIX, la vasta extensión del territorio situada a partir del norte del Río Grande perteneció a la Corona española, y que en la época de Carlos III esos dominios se llamaron las Provincias Internas. ¿Provincias Internas de qué?, podemos preguntarnos. Lo cierto es que esas vastas extensiones, en gran parte despobladas, estaban situadas en la parte más remota y excéntrica del Virreinato de Nueva España. Y cuando el eminente historiador Herbert Eugene Bolton, a principios del siglo XX, quiso recuperar el legado histórico de España en esa zona -que cubría aproximadamente dos tercios de lo que hoy en día forma parte del territorio continental de EEUU-, llamó a su escuela histórica Estudios sobre los Spanish Borderlands (zona fronteriza española). Así se titula también el libro del prestigioso profesor David J. Weber, de la Universidad Metodista de Dallas, The Spanish Frontier of North America, publicado por la Universidad de Yale en 1992. El profesor Weber participará -junto a otros eminentes historiadores españoles y extranjeros, como Sir John Elliott o Felipe Fernández-Armesto-, en un ciclo de conferencias en la Real Academia de la Historia titulado La Ilustración española en la Independencia de los Estados Unidos: Benjamín Franklin (que se está celebrando entre el 11 y el 19 de mayo) patrocinado por la Fundación Consejo España-EEUU y por la Fundación Rafael del Pino. Se da la paradoja de que el soberano Carlos III, el mismo que creó en la frontera de las Provincias Internas un cordón sanitario de presidios -aunque en este caso fuera para evitar incursiones de los indios apaches y comanches- fuera quien prestase una ayuda decisiva en la rebelión de las colonias inglesas que se convertirían finalmente en los Estados Unidos. Ahora, dos siglos y medio después de que se trazase esa frontera de presidios internos, las autoridades estadounidenses han reforzado la frontera externa con México. Pocos de los hispanos que ahora intentan defender sus derechos en Estados Unidos saben que el zarpazo yanqui a los antiguos territorios fronterizos españoles se produjo tan sólo 25 años después de la independencia de nuestros dominios españoles en el resto de América. Tras perder el nuevo Gobierno mexicano la guerra contra EEUU en 1846, por el Tratado de Guadalupe Hidalgo y el Gadsden Purchase, el vecino del norte se adueñó de un millón de millas cuadradas de territorio mexicano. Y menos aún recordarán que antes de que se produjera la llegada de los Peregrinos anglosajones a América en 1598 unos 20 años antes del desembarco en Jamestown-, que se conmemora con la festividad nacional del Thanksgiving Day, don Juan de Oñate ya había celebrado una misa de acción de gracias al cruzar el río Grande en el lugar donde ahora se concentra gran parte de la riada migratoria: El Paso. Todo esto podría sonar a funanbulismo con distintas etapas y fechas históricas. Pero si miramos el mapa electoral actual de Estados Unidos veremos que la mayor proporción de votantes hispanos se concentra precisamente en esas antiguas tierras fronterizas españolas: California (34 %), Nevada (21.3%), Arizona (27,1%), Colorado (18,2%), Nuevo México (42,9%), Texas (33,6%) y Florida (18,1%). ¿Tendría, entonces, razón Samuel Huntington cuando alerta sobre la amenaza latente de la numerosa minoría hispana en los EEUU debido al elemento diferencial de los antecedentes históricos y la contigüidad geográfica con México de parte de esos inmigrantes (más de un 60% de los hispanos son de origen mexicano)? Lo primero que debemos precisar es que el objetivo primordial de las recientes demostraciones de hispanos no es oponerse al entorno social y cultural del país donde aspiran a ser admitidos como ciudadanos, sino al revés, ofrecer su diversidad cultural para enriquecer la ya compleja urdimbre de la nacionalidad estadounidense.Las comunidades hispanas en EEUU representan un caleidoscopio de rasgos étnicos, culturales y lingüísticos, en una numerosa pero variopinta minoría que aspira a tener un lugar a la luz en la gran Nación norteamericana. Por otro lado, es cierto que se ha detectado una tendencia a buscar una identidad común en la defensa de sus intereses y derechos, como pasó en las recientes manifestaciones, y que algunos líderes de las comunidades hispanas en EEUU se han dirigido a instituciones españolas, como la Fundación Consejo España-EEUU, para que les ayudemos a conservar su lengua y sus raíces históricas y culturales, por lo que el ciclo de conferencias en la Real Academia de la Historia es un primer paso en la buena dirección. Si uno de los carteles de las recientes manifestaciones de los hispanos proclamaba que hasta el propio Superman habría llegado a EEUU como inmigrante ilegal, yo propondría que se nombrase al primer adelantado español, Juan de Oñate, que cruzó la frontera de El Paso como Espalda mojada de honor. Eduardo Garrigues es asesor de Asuntos Hispánicos y miembro del Patronato de la Fundación Consejo España-EEUU.