Breve introducción a la psicofarmacología para estudiantes de psicología

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Breve introducción a la psicofarmacología
para estudiantes de psicología
Dr. Santiago A. Levin
Depto. de Salud Mental
Facultad de Medicina (UBA)
Clase dictada en la Facultad de Psicología (UBA)
Materia: Clínica de Adultos
Titular: Lic. Juan Tausk
1. Introducción
La intención de esta clase es presentar una introducción a la
psicofarmacología sin soslayar los aspectos problemáticos involucrados,
apoyándose más en los interrogantes que en las certezas, más en la clínica
que en las clasificaciones exhaustivas que pueden encontrarse en cualquier
libro de la materia. Además de presentar a Uds los distintos grupos de
fármacos disponibles y algunos elementos básicos de farmacología,
intentaremos discutir, entre todos, algunas preguntas. Preguntas que
tendrán respuestas diversas, a veces polémicas, pero nunca cerradas a la
discusión.
Diremos algo sobre la historia de los psicofármacos. Si bien desde
muy antiguo se utilizaron diversos compuestos con mayor o menor suerte y
poca sistematización, la psicofarmacología moderna nace en la primera
mitad del siglo XX y más o menos por casualidad. Es importante aclarar
este punto: el hecho de que algunos de los primeros psicofármacos hayan
aparecido mientras se buscaba otra cosa no quiere decir que no existiera
interés en encontrarlos. El mismo Freud se había mostrado interesado en la
posibilidad de contar con sustancias químicas capaces de influir
favorablemente en la evolución de algunos cuadros severos.
El primer antidepresivo se obtiene, como decíamos, por azar (el
término en inglés es serendipity, traducido a veces “serendipia”): se
buscaban nuevos fármacos para el tratamiento de la tuberculosis y se
observó que con uno de ellos, de poca eficacia antituberculosa, los
pacientes experimentaban una sorprendente mejoría anímica (como sucede
en muchas infecciones crónicas, el estado anímico en los enfermos
tuberculosos sufre caídas importantes en distintos momentos de la
evolución). Más o menos por la misma época se obtienen los primeros
antipsicóticos (el primero fue la clorpromazina). No quisiera extenderme
sobre la historia de la psicofarmacología y su estatus actual dentro de la
psiquiatría porque no es el objetivo de esta clase, pero es necesario tener
en cuenta algunos puntos importantes:
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El número de fármacos disponibles no ha hecho más que aumentar
desde entonces hasta nuestros días. En algunos casos se trata de
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drogas enteramente nuevas y en otros de modificaciones de las
viejas (en este caso se las llama me too drugs, es decir, drogas yo
también).
Junto con la psicofarmacología moderna nace también la moderna
industria psicofarmacológica, que fue adquiriendo un peso cada vez
mayor en la escena de la Salud Mental. El enorme poder que esta
industria ha alcanzado y su influencia en el diseño de la investigación
y de las currículas profesionales constituye un tema de gran
importancia que no puede soslayarse si se intenta comprender el
fenómeno en su totalidad.
La psiquiatría actual atraviesa una etapa caracterizada por una
profunda crisis de paradigma que se expresa, entre otras cosas, en
una renuncia al diseño de un programa científico propio,
transformándose así en una disciplina generalmente empobrecida que
maneja una clínica simplista y poca o ninguna teoría sobre el
funcionamiento psíquico. Y que, por lo tanto, resulta fácilmente
influenciable desde afuera por intereses que no son necesariamente
los propios. Dicho sea de paso, no es la psiquiatría la única disciplina
en crisis dentro del campo de la Salud Mental.
El panorama expuesto es complejo y no puede analizarse en dos
líneas (al final de la clase me extenderé un poco más en el asunto).
Por ahora es importante afirmar que: la psicofarmacología
moderna constituye una importante herramienta terapéutica
en el tratamiento de muchos padecimientos mentales. Su
aplicación racional y éticamente fundamentada requiere una
larga preparación y conlleva una importante responsabilidad,
que se torna aun mayor considerando el contexto de crisis de
paradigma en el que tal conocimiento debe ser puesto en
práctica. Pero el contexto de crisis teórica y de fuertes
intereses externos a la disciplina, no disminuye la importancia
de
este
instrumento
que
en
ocasiones
se
torna
dramáticamente necesario.
2. Algunos conceptos básicos
2.1. Sobre Farmacología
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La farmacocinética estudia los mecanismos mediante los cuales el
fármaco administrado llega a su sitio de acción y luego es eliminado
del organismo. El sitio de acción de los psicofármacos es el SNC, y en
particular algunos sectores discretos del mismo. Desde el punto de
vista farmacocinético se describen cuatro etapas: absorción (que
depende de la vía de administración: oral, intramuscular,
intravenosa), distribución (casi siempre a través del torrente
sanguíneo), metabolismo (modificaciones moleculares que permiten
que el fármaco sea luego excretable; el órgano metabolizador por
excelencia es el higado) y excreción (básicamente renal, a través
del proceso de filtrado glomerular).
La farmacodinamia estudia los efectos de los fármacos una vez que
alcanzan su sitio de acción, en distintos niveles que van desde lo
molecular en adelante (celular, tisular, orgánico sistémico, social). En
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otras palabras, la farmacodinamia intenta develar los mecanismos
por los cuales un fármaco hace lo que hace (mecanismo de acción
que desemboca en el efecto clínico buscado).
Las drogas que tienen acción específica son las que actúan sobre
algún tipo de receptor celular, desencadenando a continuación una
serie de eventos subcelulares que culminan finalmente con el efecto
clínico. Las células se comunican entre sí por diversos mecanismos,
pero los más importantes, desde el punto de vista farmacológico, son
los mecanismos químicos (hormonas, neurotransmisores, citoquinas,
etc.).
La neurotransmisión es un fenómeno complejo que no se
desarrollará aquí, y que incluye desde la producción (fabricación) del
neurotransmisor (proceso denominado biosíntesis) hasta los
mecanismos de su liberación y modulación de su acción específica.
Baste decir que el complejo proceso de comunicación mediante
neurotransmisores está sujeto a distintas formas de modulación y
regulación, etapas que pueden ser todas blanco de la acción de un
determinado fármaco. Los elementos básicos de la neurotransmisión
química son: el terminal sináptico de una neurona, el
neurotransmisor liberado desde el terminal sináptico a partir de un
estímulo y el receptor ubicado en la superficie de la neurona
postsináptica. Es decir, existe un emisor (el terminal presináptico),
un mensajero (el neurotransmisor) y un receptor (postsináptico)
que reconoce al mensajero luego de lo cual se desencadena una serie
de eventos que desembocan en la respuesta celular.
Tanto un neurotransmisor como un fármaco pueden tener, sobre un
determinado tipo de receptor, efecto agonista o efecto
antagonista. Un agonista es un fármaco que al unirse al receptor
desencadena la serie de eventos que culminan con el efecto
farmacológico. Un antagonista se une al receptor pero no genera esta
serie de eventos por lo que se dice que carece de actividad
intrínseca.
Se denomina latencia para el efecto farmacológico al tiempo que
transcurre entre el inicio de la farmacoterapia y la respuesta clínica
buscada. Varía de un grupo farmacológico a otro (y aun dentro del
mismo grupo, aunque en menor grado). Por ejemplo, para un
ansiolítico o un hipnótico la latencia puede medirse en minutos u
horas, mientras que para empezar a observar el efecto clínico de un
antidepresivo se deben esperar semanas.
En el SNC se describen distintas vías de transmisión neural,
asociadas a distintos procesos fisiológicos. La descripción detallada de
este aspecto de la neurofisiología no es objeto de esta clase, pero
mencionaremos que cada una de estas vías tiene un recorrido
determinado (sitio de origen y de destino) y uno o más
neurotransmisores que característicamente cumplen la función de
mensajeros. Algunos de los neurotransmisores de importancia en
psicofarmacología son: serotonina, noradrenalina, dopamina, ácido
gama amino butírico (GABA), glutamato, etc. Cada uno de estos
sistemas tiene una regulación/modulación propia, y en general cada
psicofármaco actúa preferentemente sobre uno de los sistemas de
neurotransmisión o un grupo discreto de ellos. Sin embargo,
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sabemos hoy que los sistemas de neurotransmisión están
todos íntimamente relacionados e interregulados.
Las hipótesis clásicas que relacionaban el mecanismo de acción de los
psicofármacos con las respuestas clínicas buscadas se basaban en la
relación de un determinado sistema de neurotransmisión con una
determinada patología. Así, la teoría dopaminérgica de la
esquizofrenia intentaba explicar esta enfermedad a partir de
alteraciones en el sistema de la dopamina. En la actualidad ya no se
tiende a relacionar de manera tan lineal y exclusiva la alteración de
un sistema de neurotransmisión con una determinada patología ni
con una determinada farmacoterapia, aunque se reconoce que
algunos sistemas predominan en la patogenia de algunas condiciones
clínicas.
A pesar del gran conocimiento acumulado en los últimos cincuenta o
sesenta años de investigación en la materia (conocimiento que
apunta cada vez más a cambios que los fármacos producen a nivel
genómico en la síntesis de proteínas), es poco aun lo que sabemos
sobre el mecanismo último mediante el cual los psicofármacos
terminan produciendo el efecto clínico buscado. En cambio, se
ha acumulado mucha experiencia acerca de cómo se comportan
clínicamente los psicofármacos, en qué situaciones funcionan mejor,
en cuáles peor y en cuáles son directamente iatrogénicos.
Al intervenir en alguno o algunos de los procesos de la
neurotransmisión, los psicofármacos introducen cambios más o
menos estables en los mismos los cuales desembocan de alguna
manera en el efecto clínico buscado.
Es muy importante tener en cuenta que los fármacos no interactúan
sólo con un tipo de receptor sino que muchas veces lo hacen con
varios tipos y subtipos de los mismos, y no solamente en el sitio de
acción deseado (en nuestro caso el SNC) sino en diversos estratos del
organismo. Lo anterior sirve para explicar, en parte, la ocurrencia de
los efectos adversos (el fármaco activa y/o bloquea receptores en
distintos tejidos alejados al sitio de acción, produciendo efectos
significativos).
2.2. Sobre la prescripción
La prescripción de un tratamiento psicofarmacológico debería ser la
culminación de una cuidadosa evaluación en, al menos, cuatro áreas. Es
necesario hacer, por supuesto, un diagnóstico de enfermedad o
padecimiento mental. Aunque resulte una obviedad, es importante recalcar
que no todos los sufrimientos mentales se benefician de una
farmacoterapia, por lo que la decisión de medicar es tan importante y
trascendente como la de no hacerlo. En segundo lugar, se debe hacer
un diagnóstico de personalidad del sujeto que recibirá el tratamiento, ya
que la intervención terapéutica debe adecuarse a las características de cada
paciente (por ejemplo, una persona con marcados rasgos fóbicos necesitará
tiempo, seguridad y contención, y probablemente un inicio con menores
dosis). La desatención de estos aspectos es causa, con bastante frecuencia,
de fracasos terapéuticos y de abandono de tratamiento. El diagnóstico de
situación es indispensable en cualquier intervención terapéutica, y muchas
veces es el que determina la selección de un tipo de intervención por sobre
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otros (no se puede prescribir tratamientos costosos, por ejemplo, a sujetos
que no los pueden costear; tampoco es posible poner medicación
potencialmente tóxica en manos de un paciente con intensos pensamientos
suicidas si no existe un familiar que pueda hacerse cargo de la
administración). Por último, se debe conocer el estatus orgánico del
paciente (enfermedades, antecedentes, tratamientos farmacológicos
actuales, alergias e hipersensibilidades, riesgos familiares, etc.) ya que
muchas condiciones patológicas desaconsejan o contraindican el
uso de algunos psicofármacos.
2.3. Sobre la complejidad de los fenómenos aludidos
No es posible pensar en un psicofármaco como si fuese, por ejemplo,
un antibiótico. El modelo infectológico (agente patógeno-huésped
predispuesto-infección-proceso patogénico que culmina en el estado de
enfermedad-fármaco anti agente infeccioso-curación) no es aplicable a los
padecimientos mentales, aunque algunos grupos de psicofármacos se
denominen
siguiendo
esta
tradición
utilizando
el
prefijo
anti
(antidepresivos, antipsicóticos, anticiclantes). Es claro que sabemos poco y
que navegamos en un mar de incertidumbres. Que el padecimiento mental
se comunica mediante palabras, que somos sujetos de la cultura y que la
construcción de la subjetividad tiene, a pesar de las huellas colectivas
(culturales), devenires íntimamente individuales. No podemos mensurar de
la misma manera que lo hacen otros médicos que utilizan el microscopio o
la resonancia magnética sino que tenemos que guiarnos por modelos
teóricos y a la vez por nosotros mismos como instrumento sensible. La
formación teórica, las elecciones ideológicas, éticas y políticas, la postura
epistemológica y la vocación reparatoria serán todas determinantes a la
hora de moverse en un terreno tan apasionante como resbaladizo.
3. Los grupos de psicofármacos
Como dijimos al inicio de la clase, no se hará aquí una descripción
detallada de cada fármaco sino que se presentarán, a grandes rasgos, los
distintos grupos con algunos ejemplos mencionando los usos clínicos más
corrientes de cada uno. Los distintos usos clínicos de los psicofármacos son
materia de intensa discusión dadas las distintas posturas con que este tema
puede abordarse (desde quienes sostienen que el psicofármaco debe
utilizarse sólo en situaciones límite cuando fracasa toda otra intervención
hasta quienes postulan su uso generalizado, casi cosmético). Mencionaré los
usos clínicos más frecuentes (en lenguaje DSM-IV) sin detenerme en esta
discusión, que considero sin embargo de gran importancia.
3.1. Antidepresivos
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Existen aproximadamente 20 ó 30 drogas antidepresivas en uso, no
todas disponibles en todos los países. Coexisten los fármacos más
nuevos junto a los clásicos (muchos de los cuales continúan en uso).
En general, la eficacia clínica de los ATD más modernos no supera a
la alcanzada por los tradicionales, pero presentan en muchos casos
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un perfil más favorable de efectos adversos. Por el otro lado, los ATD
clásicos son mucho más económicos.
Los antidepresivos tienen una latencia al efecto (ver antes) de entre
2 y 6 semanas.
Clasificación:
o Clásicos: clorimipramina (Anafrnil), amitriptilina (Truptanol),
nortriptilina (Ateben), etc.
o Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina
(ISRS): fluoxetina (Prozac), sertralina (Zoloft), citalopram
(Seropram), paroxetina (Aropax).
o Otros: venlafaxina (Efexor), milnacipran (Ixel), bupropión
(Odranal), tianeptina (Stablon), mirtazapina (Remeron), etc.
Usos clínicos: episodios depresivos (tanto en cuadros unipolares
como bipolares), distimia, trastornos de ansiedad (pánico, TOC,
ansiedad generalizada, estrés postraumático, y otros). Otros usos:
trastornos alimentarios, síndromes dolorosos, trastorno límite de la
personalidad, trastornos de conducta, etc.
3.2. Ansiolíticos e hipnóticos
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Las antiguas drogas ansiolíticas (como los barbitúricos) fueron
desplazadas hace varias décadas por las modernas benzodiazepinas
(ver más adelante), que son fármacos mucho más seguros en la
sobredosis y con un mejor perfil de efectos adversos. Las
benzodiazepinas se utilizan como ansiolíticos e hinóticos, y existen
drogas no benzodiazepínicas que sólo tienen efecto hipnótico (por lo
cual se utilizan exclusivamente para el tratamiento del insomnio en
sus diversas formas).
Todas las benzodiazepinas tienen, en distinta medida según cada
droga, efecto ansiolítico, hipnótico, miorrelajante y anticonvulsivante.
Las benzodiazepinas son los psicofármacos más utilizados, en
muchos casos sin prescripción ni seguimiento profesional.
Conviene tener presente, entonces, que siempre se debe aconsejar a
quien toma benzodiazepinas realizar los controles necesarios con el
profesional que corresponda.
Tanto las benzodiazepinas como los hipnóticos tienen una corta
latencia al efecto (desde minutos hasta pocas horas).
Clasificación:
o Benzodiazepinas: clonazepam (Rivotril), alprazolam (Alplax),
lorazepam
(Trapax),
diazepam
(Valium),
bromazepam
(Lexotanil), etc.
o Otros ansiolíticos: buspirona (Ansial), y otros que no se
mencionarán aquí (tales como los fármacos bloqueantes beta,
los antihistamínicos, etc.).
o Hipnóticos sin efecto ansiolítico: zopiclona (Insomnium),
zolpidem (Somit), zaleplon (Hipnodem).
Usos clínicos: trastornos de ansiedad (ansiedad situacional, estrés
agudo, ansiedad generalizada, ansiedad de desempeño, pánico, etc.),
insomnio, excitación psicomotriz, abstinencia a algunas sustancias
(por ejemplo alcohol), etc.
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3.3. Antipsicóticos
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A mediados del siglo XX aparece el primer antipsicótico de la era
moderna de la psicofarmacología: la clorpromazina (Delay y Deniker
fueron pioneros en el estudio de los efectos de este tipo de fármacos
en las psicosis, especialmente en la esquizofrenia). Desde entonces
hasta nuestros días se ha logrado diseñar un importante número de
fármacos antipsicóticos, que en algunos casos mejoran a los
anteriores y en otros no tanto.
Clasificación: hay distintas clasificaciones, pero la que utilizaremos
aquí es la más moderna, que los divide en neurolépticos (o
antipsicóticos clásicos o típicos) y antipsicóticos atípicos. Los
antipsicóticos atípicos son más modernos y reciben este nombre
porque, en dosis adecuadas, no producen efectos adversos
extrapiramidales o lo hacen en una pequeña medida (rigidez
muscular, enlentecimiento psicomotor, indiferencia afectiva, etc.).
o Típicos: haloperidol (Halopidol), bromperidol (Bromodol),
clorpromazina
(Ampliactil),
trifluoperazina
(Stelazine),
zuclopentixol (Clopixol), y varios otros.
o Atípicos: risperidona (Risperdal), olanzapina (Zyprexa),
clozapina
(Lapenax),
ziprasidona
(Zeldox),
quetiapina
(Sepoquel), etc.
Los antipsicóticos tienen (todos) una latencia al efecto de al menos
dos semanas. Durante los primeros días de farmacoterapia en el caso
de una psicosis aguda, lo que se observa es una disminución del
cuantum que se deriva precisamente de los efectos adversos
(enlentecimiento psicomotor, etc.). El verdadero efecto antipsicótico
(antidelirante y alucinolítico) comienza a aparecer recién luego de al
menos dos semanas de tratamiento.
Usos clínicos: esquizofrenia, trastorno bipolar (en algunos casos y por
períodos breves), depresión con síntomas psicóticos (en algunos
casos y por períodos breves), trastornos delirantes, excitación
psicomotríz o agresión, psicosis secundarias a intoxicaciones,
síndrome confusional (también llamado delirium o falla cortical
aguda), trastornos de conducta en el retardo mental, síndrome de
Gilles de la Tourette, etc.
3.4. Estabilizadores del ánimo
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Son los fármacos que se utilizan en el tratamiento de la enfermedad
maníaco depresiva (Trastorno bipolar del DSM IV). En general son
drogas que deben tomarse por largos períodos (a veces de por vida)
a modo de profilaxis (prevención) de descompensaciones en más o
en menos.
Son, en conjunto, más eficaces en el tratamiento y la profilaxis de los
episodios maníacos teniendo menor eficacia para los episodios
depresivos (ante los cuales resulta necesario, en ocasiones, recurrir a
un fármaco antidepresivo agregado al esquema).
La epidemiología del Trastorno bipolar es un tema polémico. Por
motivos que no se discutirán aquí se tiende, en nuestros días, a la
sobreutilización de este diagnóstico. Es especialmente importante no
apurarse a poner el sello de bipolar a un paciente, entre otras cosas
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porque se trata de una condición crónica que debe ser tratada por
largo tiempo o de por vida.
Clasificación: existe, por un lado, el litio y por el otro algunos
antiepilépticos que han resultado eficaces en el tratamiento
farmacológico de la enfermedad bipolar.
o Litio (Ceglution): las sales de litio se utilizan desde hace cerca
de dos siglos para tratar distintas entidades. Como
estabilizador del ánimo se lo utiliza desde mediados del siglo
XX, por lo que la experiencia clínica con este fármaco es
bastante extensa. Aún se discute su mecanismo de acción. Es
una de las drogas de primera línea en el tratamiento de la
enfermedad bipolar.
o Antiepilépticos: ácido valproico (Valcote), carbamazepina
(Tegretol), oxcarbazepina (Trileptal), lamotrigina (Lamictal), y
otros.
Usos clínicos: trastorno bipolar (manía aguda, hipomanía, depresión
bipolar, episodios mixtos, mantenimiento en el trastorno bipolar),
algunos casos de depresión unipolar como potenciadores de los
antidepresivos, ciclotimia, etc.
4. Preguntas, problemas, discusiones
A continuación propongo discutir distintas preguntas e interrogantes.
Las respuestas o apuntes que escribo al lado de algunas de ellas tienen la
intención de estimular la polémica y no la de ponerles cerrojos definitivos.
1. La medicina no es una ciencia
Se trata más bien de una disciplina asistencial que se nutre, entre otras
fuentes, de distintas ciencias como la biología, la química, la física, la
antropología, la psicología, etc. Para algunos es una práctica más
cercana al arte que a la ciencia. El discurso biológico (y el cientificista en
general), sin embargo, tiene en nuestros días un peso relativo mayor
que otros. Se propone discutir las posibles causas de este fenómeno y su
impacto en la práctica de la psiquiatría y la psicofarmacología.
2. ¿Sobre qué supuestos o modelos se hace investigación básica
e investigación clínica en psicofarmacología?
Es posible hacer un modelo animal más o menos aceptable de
hipertensión arterial, diabetes, etc. (por ejemplo, en ratas). Pero ¿cómo
diseñar un modelo animal de enfermedad psíquica (por ejemplo, de
depresión)? ¿Es esto posible? A pesar de estas preguntas, la
investigación básica (patogenia, efecto de fármacos) se realiza sobre
modelos animales. ¿Son extrapolables los resultados? Es evidente que
hay mucho por discutir al respecto.
La investigación clínica (con seres humanos) en psicofarmacología se
realiza diseñando grandes estudios en los que se estudia el efecto de un
fármaco comparado con placebo (dividiendo a los participantes en dos
grupos en forma aleatoria y sin que cada participante sepa qué está
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recibiendo). Para esto se seleccionan cuidadosamente los sujetos que
ingresarán al ensayo clínico, aplicando lo que se conoce como criterios
de exclusión. Estos criterios son, en general, muy estrictos, con lo cual
se garantiza por un lado la homogeneidad de la muestra (favoreciendo
así los resultados positivos) pero se la aleja de la población que pretende
representar. ¿Son generalizables los resultados a la población general?
¿Cuánto se parecen nuestros pacientes de la vida real a aquellos que
participan de estos estudios, de los que surge buena parte del
conocimiento moderno sobre psicofarmacología?
3. ¿Cómo afecta la mencionada crisis de paradigma de la
psiquiatría a la práctica psicofarmacológica?
Dejamos la pregunta abierta, pero diremos lo siguiente: no se puede
hablar de psicofarmacología en términos asépticos y pretendidamente
objetivos. Existe una importante crisis teórica en la psiquiatría en medio
de un panorama en el que juegan fuertes intereses económicos. Por el
otro lado, se comete un grueso error al anatemizar al fármaco y a la
neurociencia por provenir de un campo dominado por el positivismo y
por el afán de lucro. Los avances en el terreno de la neurociencia han
sido muy importantes en la segunda mitad del siglo XX, impulsados en
gran medida por el capital biotecnológico decidido a conquistar un nuevo
y fabuloso mercado. Surgen así nuevos conocimientos, nuevas técnicas
de exploración e incluso nuevas perspectivas terapéuticas que al ser
tomados por una psiquiatría carente de programa científico adquieren un
carácter decididamente reduccionista. No es la neurociencia la que debe
ubicarse en un marco epistemológico más amplio e integrado sino la
propia psiquiatría (disciplina con pretensión holística) la que debería
integrarla en un sistema teórico capaz de otorgarle un sentido científico
y ético dentro del terreno de la Salud Mental.
4. ¿Qué ocurre con la crisis de los otros discursos en el campo de
la Salud Mental?
La psiquiatría no es la única disciplina en crisis dentro del mencionado
campo. El psicoanálisis, por ejemplo, atraviesa desde hace décadas su
propia crisis, determinada por una variada gama de factores que no se
discutirán aquí y que desembocaron en una pérdida de terreno y un
debilitamiento de la fuerza de su discurso. La dicotomía entre
psicoanálisis y psiquiatría/psicofarmacología es básicamente falsa, y las
posiciones extremas no hacen otra cosa que acentuar el solipsismo del
primero y la arrogancia vacía de la segunda.
5. ¿Cuándo debería un psicólogo que conduce una psicoterapia
consultar con un psiquiatra?
Este es un interesante
indicaciones precisas?
punto
para
discutir
en
grupo.
¿Existen
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6. ¿Cómo se debería realizar una derivación en consulta?
Quienes tengan alguna experiencia clínica coincidirán en que detrás de
esta pregunta aparentemente banal existe mucha tela para cortar.
Cuando un terapeuta envía a su paciente en consulta con un psiquiatra,
¿está esperando una opinión o directamente una prescripción? ¿Y si el
psiquiatra
opina
que
no
es
necesaria
una
intervención
psicofarmacológica? Cada vez es más frecuente (a diferencia de lo que
sucedía hace dos o tres décadas) que los psicólogos aconsejen a sus
pacientes consultar a un médico psiquiatra. ¿Cómo puede explicarse este
fenómeno? Entre paréntesis, la misma existencia de esta charla en la
facultad de Psicología testimonia la mencionada tendencia.
7. ¿Quién conduce el tratamiento cuando se trabaja en conjunto?
Dejamos esta pregunta abierta a la discusión.
8. ¿Qué espera un psicólogo de un psiquiatra cuando envía un
paciente en consulta?
¿Espera acaso que el psiquiatra prescriba un tratamiento farmacológico
en la primera entrevista? Comúnmente se espera que el psiquiatra que
oficia de farmacólogo haga una intervención rápida que incluya la
prescripción de un fármaco y luego cite al paciente treinta días después.
¿Es este un procedimiento correcto? ¿No es acaso la intervención del
psiquiatra, también, psicoterapéutica por definición?
9. ¿Qué se puede esperar de un psicofármaco?
10. ¿Hablan de lo mismo un médico psiquiatra y un psicólogo
cuando conversan sobre un paciente?
11. ¿Quién (médico o psicólogo) tiene mayor responsabilidad
ética? ¿Y legal?
12. ¿Deberían los psicólogos poder prescribir psicofármacos,
como se pretende en algunos estados de los EE.UU?
5. Bibliografía y lecturas recomendadas
1. Angell, M.: “Is academic medicine for sale?” New England Journal of
Medicine, 2000; 342: 1516-1518.
2. Jufe, G.: Psicofarmacología Práctica. Polemos, Buenos Aires, 2001.
3. Jufe, G y Wikinski, S.: El tratamiento farmacológico en psiquiatría.
Panamericana, Buenos Aires, 2005.
4. Ricón, Lía: Problemas del campo de la Salud Mental. Capítulo 5.
Paidós, Buenos Aires, 1995.
5. www.nofreelunch.org (Se recomienda visitar este sitio para observar
el fenómeno desde la perspectiva de una ONG crítica del accionar de la
industria farmacéutica.)
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