Buenos Aires, 4 de septiembre de 2008.- VISTO: La actuación nº 7083/07, iniciada por la señora S.C.S. , quien denuncia al Banco Santander Río S.A. por diferencias entre el monto depositado en un cajero automático y el efectivamente imputado por la entidad. Y CONSIDERANDO QUE: De los dichos de la reclamante (fs. 2), surge que, “...1) El sábado 20 de octubre en horas de la tarde llaman del Banco Santander Río para comunicar que se adeudaba la cuota del presente mes, correspondiente a un crédito personal...”. Debido a ello la presentante se comunica con la entidad bancaria, donde le informan que constan dos operaciones, una de ellas por pesos seiscientos ($600.-) y la otra por la suma de pesos un mil doscientos veinticinco ($1225.-), pero ninguna por un monto de pesos dos mil veinticinco ($2025.-). Luego, el día 22 de octubre de 2007 se presenta en la sucursal nº 20 del banco, sita en la Avda. Alvarez Jonte 4502, a realizar el reclamo y, en el momento, personal de la misma le hace entrega de una nota fechada el día 3 de octubre de 2007 -incorporada en autos a fs. 5-, en la cual se señala “...que luego de las verificaciones de práctica se han depositado en su cuenta 3602036 radicada en la Sucursal 058 los valores encontrados en el sobre nº 000000, depositados en la sucursal nº 020 - FLORESTA, el día 03/10/2007 por el importe en efvo. de $1,225.00 siendo el importe del ticket en efvo. de $2,025.00. La diferencia es producto de DIFIERE IMPORTE IGUAL MONEDA...”. El día 29 de octubre de 2007 se inician estos actuados en los cuales, según consta a fs. 6, se envió con fecha 8 de noviembre de 2007, una cédula de notificación al Banco Santander Río S.A. solicitando la reproducción de las imágenes de video captadas en momentos de realizarse el depósito y de la apertura del sobre depositado. En su primera nota de contestación, recibida el día 23 de noviembre de 2007, el banco solicita una prórroga de diez (10) días para responder, la que le fue concedida. Vencido el 1 plazo sin que se efectuara la respuesta requerida, en fecha 15 de febrero de 2008, se envió una cédula de notificación reiteratoria la que finalmente es respondida con nota fechada el día 22 de febrero de 2008, en la cual se indica “...que debido al tiempo transcurrido desde la fecha del depósito en cuestión, se ha excedido el plazo legal de guarda de la videofilmación correspondiente y en virtud de ello la misma ha sido regrabada...”. Con posterioridad, según consta en hoja de ruta de estos actuados, la entidad bancaria confirmó telefónicamente la imposibilidad de reproducir los videos debido a la falta de reserva de los mismos. En fecha 4 de junio de 2008 la requirente agregó copia de la denuncia policial radicada ante la Comisaría 43ª de la Policía Federal Argentina, por la que se dio intervención a la Fiscalía Nacional en lo Criminal de Instrucción nº 4 a cargo de la doctora Cristina Caamaño Iglesias Paiz, Secretaría de la doctora María Gloria Capanegra (fs. 12). Atento el estado de esta actuación y las constancias obrantes en la misma, corresponde emitir pronunciamiento sobre la cuestión ventilada. En primer lugar, cabe señalar que el vínculo que los individuos entablan con las entidades bancarias se inscribe en el marco de las relaciones de consumo, cuyos derechos tienen expreso reconocimiento constitucional en tanto la Ley Suprema garantiza que los consumidores y usuarios de bienes y servicios, en la relación de consumo, tienen derecho a, por ejemplo, la protección de su seguridad e intereses económicos, a una información adecuada y veraz, y a condiciones de trato equitativo y digno (art. 42º C.N.). Con igual sentido protectivo, la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, establece en su art. 46º que la Ciudad garantiza la defensa de los consumidores y usuarios de bienes y servicios, en su relación de consumo, y protege, entre otras cuestiones, la seguridad y el patrimonio de los consumidores y usuarios, asegurándoles trato equitativo, acceso a la información transparente, adecuada, veraz y oportuna. De modo que, tal como lo dice calificada doctrina, la protección al consumidor se asienta sobre el principio del “favor debilis”, por lo que la categoría de sujetos involucrados supera al mero adquirente de bienes o servicios, extendiéndose a aquellos supuestos en los que la relación jurídica se desenvuelve entre quienes ofrecen una contratación masiva, por un lado, y un individuo débil en el otro extremo (cfr. Lorenzetti, Ricardo L., “El derecho privado como protección del individuo”, en Revista de Derecho Privado y Comunitario nº 8, “Derecho Privado en la reforma constitucional”, págs. 53 y siguientes). 2 Ahora bien, en este marco normativo y respecto de los hechos y circunstancias aquí denunciadas, resultan apropiadas al caso que nos ocupa las reflexiones que, con algo de sorna y mucho de realidad, formula Bracton1 al exagerar los “recaudos” que deberían tomar los usuarios bancarios para no toparse con inconvenientes ulteriores a un simple depósito bancario, “...no resulta desaconsejable que al depositar dinero en un banco se lo haga acompañado por un grave notario, se filme el acto, o se exija en la pedestre boleta la firma del presidente de la institución, sin perjuicio de verificar en el Central que todo ello es auténtico...”, agregando luego “...Como ignorar al sabio art. 902 del Cód. Civil y no reparar que pesa más la responsabilidad de la institución financiera al colocar su sello en una boleta de depósito que las brumosas dudas del efectivo ingreso del dinero...”, para finalizar diciendo que “...en la vida hay momentos en que debe confiarse en algo (la obra de Joseph Conrad, tan admirado por Borges, gira alrededor de esa dramática tensión); por ejemplo, en un mínimo papel, un borroso y húmedo sello”. Sin perjuicio de lo dicho, resulta propicio recordar que esta Defensoría del Pueblo oportunamente consultó al Banco Central de la República Argentina (trámite de la actuación nº 1711/07), respecto del plazo por el cual las entidades bancarias deben mantener, y en su caso resguardar, las filmaciones de seguridad de sus cajeros automáticos, oportunidad en la cual la entidad indicó que “...conforme lo establece la normativa vigente (Circular RUNOR I - 487 Capítulo XXI - Medidas Mínimas de Seguridad en Entidades Financieras, divulgada el 12/12/01 mediante la Comunicación “A” 3390) en el punto 2.10.2.4.b., “Las grabaciones correspondientes a los cajeros automáticos deberán mantenerse por no menos de 60 días corridos. En caso del eventual registro de un siniestro, el soporte con esa información, deberá desafectarse de la grabación continua y resguardarse por separado por un período de 365 días, como mínimo, en condiciones de entregar una copia a la Justicia cuando sea requerido”...”. En consecuencia, si tenemos en cuenta las fechas de los primeros reclamos efectuados por la presentante así como el primer pedido de informe librado por esta Defensoría del Pueblo, en los cuales ya se denunciaban las diferencias entre lo depositado y lo imputado, parece claro que la entidad no supo tomar las medidas internas tendientes a resguardar las grabaciones a fin de contar con elementos que permitieran evaluar con mayor precisión los hechos controvertidos. Es sabido que las relaciones entre una entidad bancaria y su clientela descansan sobre un presupuesto básico de confianza, la que además es propiciada y estimulada por los mismos bancos, a través de mecanismos publicitarios y/o de marketing Bracton, “Acreditación de un depósito bancario”, nota al fallo “Barvié, Virginia V. c. Banco de la Nación Argentina” en LL 1997-B - 106. 1 3 que generan esa expectativa entre sus clientes actuales o potenciales. De modo que la conducta descripta del banco aquí denunciado, genera en el usuario y/o cliente un sentimiento de desconfianza e incertidumbre que atenta gravemente contra el principio de la confianza, fundamental en este tipo de relación. Como bien explica el doctor Quaglia, “La confianza (como en otros ámbitos) exige en este aspecto que las partes honren las expectativas que han generado en los demás; y no sólo una vez celebrado el contrato, sino también en su etapa previa, durante su desarrollo y con posterioridad a su conclusión (recordemos que el principio de confianza deriva del principio de buena fe por lo que, al igual que éste, se impone y juega durante todo el iter contractual)... en el ámbito del consumo este principio se expande (a favor del consumidor), se reduce (en contra del proveedor) en razón de una subjetivización que pondera la especial situación de las partes (relación débil - fuerte, profesional - inexperto, etc.)” (LL. 2006-C, 903). En este sentido, la Cámara Nacional en lo Comercial -Sala A- ha dicho en el fallo “AVAN S.A. contra BANCO TORNQUIST S.A. sobre ORDINARIO” que: “La confianza es un principio jurídico de naturaleza ético social, que cumple un decisivo papel ya que se basa en el deber ético de no defraudar las expectativas legítimas y fundadas suscitadas en otros. Es en la vida moderna donde se advierte una creciente necesidad de su protección, ya que la rapidez y automatización de la comercialización de bienes y servicios impide que el partícipe del tráfico, -especialmente el consumidor y/o usuario-, verifique exhaustivamente los diversos aspectos de las operaciones que realiza, de manera que lo que no puede comprobarlo por sí mismo debe asumirlo como acto de confianza. Quien actúa sin consideración a la expectativa suscitada en el cliente, contraviene a la vez lo ético y lo jurídico, lo cual comporta una violación del deber de respeto “al otro”, a la persona, que es un fin en sí misma. En efecto, el hecho de que alguien aproveche de las cláusulas del contrato para lograr sus deseos individuales, sin consideración a la confianza que su palabra y/o su profesionalidad inspiró a aquella, produce como consecuencia que el destinatario se sienta burlado, abusado, no respetado como persona con dignidad, “sino utilizado como puro medio para los fines individuales del promitente desleal” (Juan Carlos Rezzónico “Contratos con Cláusulas Predispuestas, Condiciones Negociales Generales Capítulo XI - D); Rezzónico J.C., “Principios Fundamentales de los Contratos”, Capítulo XIV, en particular nº 242 pág. 382 con cita en sentido coincidente de Recaséns Siches ,“Tratado general de filosofía del derecho”, p. 616 y ss.; Carlos Gustavo Vallespinos, “El contrato por Adhesión a Condiciones Generales”, pág. 314). En síntesis, el cliente -parte débil en la relación contractual- deposita su confianza en el banco ya que éste debe actuar regido por el standard ético del “buen profesional” en razón de su alto grado de especialización y por ser un colector de 4 fondos públicos, razón por la cual el interés general exige que actué con responsabilidad. Así, la Sala B de la Cámara Nacional en lo Comercial sostuvo que “...el banco es colector de fondos públicos y el interés general exige que los servicios que presta funcionen responsable y adecuadamente, pues los consumidores descuentan su profesionalidad” (in re Martino Héctor y otro c/ Banco Ciudad de Buenos Aires s/ ordinario). De modo que dicha confianza, que está en la base de las obligaciones y los contratos bancarios, ocupa un lugar preponderante, en particular cuando se vincula con la protección al cliente de las entidades de crédito, orientada al mantenimiento de la transparencia y credibilidad en la oferta y contratación financiera. Bien dice Larenz que el derecho protege la confianza originada en el comportamiento del otro y debe imperativamente protegerla, porque el poder confiar es una condición fundamental para toda vida social en paz; significa una manera de comportamiento interhumano cooperativo y es, por tanto, exponente de la paz jurídica. Por su parte, criteriosa jurisprudencia estableció que “...los principios de justicia conmutativa exigen que la libertad de una de las partes encuentre su límite en la libertad de la otra y que el control judicial se sujete a normas imperativas, al orden público y a las buenas costumbres como límite a las facultades contractuales de carácter privado (art. 953 Cód. Civ., cfr. Williams, Jorge N., “Contratos de crédito”, Ed. Abaco, Buenos Aires, 1986, T. 2, pág. 186). Creemos que en tal sentido, corresponde limitar las facultades casi omnímodas de la parte predisponente en estos contratos de adhesión que, cuando no son ejercidas con ponderación y mesura, engendran situaciones reñidas con un elemental sentido de la equidad...”. Más adelante, en el considerando VIII agrega que “...como en muchos otros sectores del derecho la complejidad del tráfico hace exigible la protección responsable del consumidor (art. 42 CN y ley 24.240) y la confianza como principio de contenido ético impone a los operadores un inexcusable deber de honrar tales expectativas. El quiebre de la confianza implica la contravención de los fundamentos de toda organización jurídica y torna insegura la actividad de los operadores económicos (cfr. Rezzónico, Juan Carlos, “Principios fundamentales de los contratos”, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1999, p. 376 y ss.). Indudablemente entre el banco y los accionantes existió durante toda la relación contractual una notable asimetría informativa...”. En el considerando XII, se destaca “...que en el campo contractual la buena fe se vincula directamente con el deber de cooperación que apoya en la lealtad contractual, y en la obligación de cumplir la legítima expectativa del co-contratante. Ello impone conductas negativas y positivas como es la de colaborar en el cumplimiento de la prestación y resulta útil tanto para la interpretación 5 como para la integración del derecho. Es así que la buena fe -que el código de fondo presume- supone la creencia de no dañar un interés ajeno tutelado por el derecho o ignorar que se lo está vulnerando. Para decirlo de otra manera, para corroborar esa creencia deben existir otros elementos fundamentales más extensos e intensos que el actuar sin culpa, se trata de actuar con diligencia, prudencia, lealtad y probidad” (Fernández Drago, Rosario H c/ Bank Boston N.A. s/ ordinario). Sobre la base de todo lo expuesto, resulta por demás ilustrativo el siguiente pronunciamiento del fuero local de la Ciudad, en un caso que guarda estrecha similitud con la presente denuncia: “...cabe señalar que la circunstancia de que en el comprobante de la transacción se haya consignado que se trata de una “operación a confirmar” -fs. 3- resulta, a mi entender, a todas luces insuficiente para acreditar que se ha informado debidamente al usuario sobre las consecuencias que pueden derivarse de la utilización de un cajero electrónico para realizar depósitos en cuenta”... siendo el banco quien efectúa la apertura de los sobres y coteja la suma de dinero ingresada, no cabe duda alguna que a éste le correspondía demostrar, por cualquier medio probatorio idóneo, que en el interior del sobre depositado no se encontró la suma de $600 -tal como se había consignado en el ticket de depósito-, sino el importe de $60. Si bien, en principio, cada parte debe probar los hechos que alega como sustento de su pretensión, ya sean éstos constitutivos, impeditivos o extintivos -artículo 301 del CCAyT-, este criterio general se ve morigerado, a su vez, por la aplicación de la doctrina de las cargas probatorias dinámicas según la cual, cuando una de las partes está en mejores condiciones fácticas para producir cierta prueba vinculada a los hechos controvertidos de la causa, ésta debe soportar el onus probandi. Así, cuando por la índole de la controversia o de las constancias documentales de la causa surge evidente que uno de los litigantes se encuentra en una posición dominante o privilegiada en relación con el material probatorio -ya sea porque se encuentra en posesión del instrumento probatorio o por el rol que desempeñó en el hecho litigioso-, su deber procesal de colaboración se acentúa, al punto de atribuírsele una carga probatoria más rigurosa que a su contraparte. No cabe duda alguna, a mi entender, que el supuesto señalado supra se presenta en el sub lite. En efecto, toda vez que el cajero automático donde se efectuó el depósito es un mecanismo dispuesto por el Banco, quien tiene bajo su exclusiva y excluyente responsabilidad el control de los depósitos efectuados por este medio, era éste quien debía acreditar que, al momento de abrirse el sobre de depósito de la denunciante, se detectó que existía una diferencia entre la cantidad consignada en el comprobante y el dinero en efectivo que estaba en su interior. Ello así, porque resultaría arbitrario e irrazonable imputar esta obligación probatoria a la autoridad administrativa o bien al usuario que, al no tener posibilidad de supervisión o control alguna sobre el proceso de arqueo de los cajeros de la apelante, 6 no está en condiciones de demostrar, luego de introducido el sobre y ante la posterior invocación por parte del banco de la existencia de una diferencia, que depositó la suma que alega. Por su parte, corresponde hacer notar que, a fin de acreditar la alegada diferencia en el monto depositado, el actor estaba habilitado para utilizar todos los medios de prueba a su alcance -vgr. filmaciones del proceso de apertura de los sobres-, en la medida en que éstos fuesen idóneos para generar el razonable convencimiento de que, al momento de abrirse el sobre, la cantidad allí depositada era de $60. En ese contexto, la constancia obrante a fs. 30 resulta por sí sola claramente insuficiente para demostrar en forma cierta e indubitada que existió la diferencia dineraria invocada, puesto que se trata de un documento privado emanado de una de las partes y suscripto por sus dependientes, características que disminuyen notablemente su eficacia probatoria. A todo ello se agrega que, de conformidad con la normativa de aplicación, el banco se encuentra obligado, al momento de la apertura de una cuenta que implique la entrega de una tarjeta para ser utilizada en los cajeros automáticos, a notificar a los usuarios sobre la mecánica de su funcionamiento y los recaudos a adoptar -Comunicación BCRA “A” 2530-. Sin embargo, de la constancia obrante a fs. 23/29 no surge que el accionante haya dado cumplimiento a tal deber. Por su parte, las normas regulatorias señalan que es exclusiva responsabilidad del accionante instrumentar un sistema de seguridad que garantice la veracidad de las operaciones mediante cajeros automáticos -Comunicación BCRA “A” 3682-, resultando insuficiente el simple conteo manual por parte de empleados de la entidad” (Sala I de la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, in re “Banco Río de la Plata S.A. c/ GCBA s/ otras causas con trámite directo ante la Cámara de Apelaciones). Con criterios análogos, la justicia rosarina ha señalado que: “...es notorio que el hecho relacionado precedentemente se trata de un supuesto que por sus características, resulta de muy dificultosa prueba para el titular de una tarjeta. Quien accede a un cajero electrónico no cuenta habitualmente con testigos ni, menos aún, lo hace en presencia de funcionarios fedatarios que permitan acreditar fehacientemente si algún inconveniente ocurre en la operatoria del cajero automático... Bustamante Alsina define la llamada “obligación” o “deber de seguridad” como “el deber que tienen las partes de preservar a las personas de sus cocontratantes de todo daño que pueda ocasionarse en la ejecución de ciertos contratos que comportan ese riesgo” (BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, Nota a fallo, L.L. 1984-B, pág. 73). Y es del caso que el empleo del sistema de cajeros automáticos importa una actividad empresaria riesgosa, en la que queda atrapado el usuario del servicio bancario” (Juzgado de Primera Instancia, Circuito 4, Rosario, fallo “Slepoy, Víctor G. c/ Nuevo Banco 7 Bisel S.A. y/u otro s/ daños y perjuicios”, en www.diariojudicial.com del día 26 de octubre de 2004). Habida cuenta lo dicho respecto de deber de responsabilidad profesional que le incumbe al banco, el principio de confianza y de seguridad que en este tipo de relaciones juega a favor del cliente bancario, y la insuficiencia de elementos probatorios aportados por la entidad que impone la aplicación práctica de la doctrina de las cargas probatorias dinámicas, cabe concluir que le asiste razón a la reclamante señora S.C.S. y por ende, corresponde formular las recomendaciones pertinentes a la entidad bancaria aquí denunciada. Sin perjuicio de lo cual, corresponde igualmente remitir copia de estos actuados a la Autoridad de Aplicación local de la Ley de Defensa del Consumidor (L.D.C.) -de acuerdo a lo establecido en el art. 2º2 de la Ley nº 757- a los efectos de instar el procedimiento legal tendiente a determinar la presunta comisión de infracciones a la L.D.C. y, en su caso, aplicar las sanciones pertinentes. POR TODO ELLO: LA DEFENSORIA DEL PUEBLO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES RESUELVE: 1) Recomendar al señor Presidente del Banco Santander Río S.A. evalúe con CARACTER URGENTE la posibilidad de reintegrarle a la señora S.C.S. la suma de pesos ochocientos ($800.-) con más los intereses que correspondan. 2) Poner en conocimiento de la presente Resolución al señor Director General de Defensa y Protección al Consumidor del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, licenciado Ramiro Alfredo Masjuan, a los efectos de instar su intervención conforme lo prescripto por la Ley nº 757 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el art. 41º de la Ley nº 24.240, debiéndose informar a esta Defensoría del Pueblo el resultado de lo actuado. Art. 2º, Ley nº 757 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: “La máxima autoridad del Gobierno de la Ciudad en materia de defensa de los consumidores y usuarios, será la autoridad de aplicación a los efectos de esta ley y de las Leyes Nacionales de Defensa del Consumidor (24.240) y de Lealtad Comercial (22.802), sin perjuicio de las funciones de los demás organismos de la Ciudad que persigan la protección y defensa del Consumidor o de problemáticas afines a las establecidas por esta ley. A los efectos de garantizar la defensa y protección de los derechos de los consumidores, la autoridad de aplicación tendrá facultades para firmar convenios o acuerdos de colaboración con organismos públicos o privados a fin de hacer eficaz y efectiva la implementación de los objetivos de la presente ley”. 2 8 3) Comunicar la presente Resolución al señor Presidente del Banco Central de la República Argentina, licenciado Hernán Martín Pérez Redrado, a sus efectos. 4) Fijar en 30 días el plazo previsto en el art. 36º de la Ley nº 3 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.3 5) Notificar, registrar, reservar en el Area para su seguimiento, y oportunamente, archivar. Código 441 NFR/DC gv/D/LDS RESOLUCION Nº 3331/08 3 Ley nº 3, art. 36º: Con motivo de sus investigaciones, el Defensor o Defensora del Pueblo puede formular advertencias, recomendaciones, recordatorios de los deberes de los funcionarios, y propuestas para la adopción de nuevas medidas. Las recomendaciones no son vinculantes, pero si dentro del plazo fijado la autoridad administrativa afectada no produce una medida adecuada, o no informa de las razones que estime para no adoptarla, el Defensor o Defensora del Pueblo puede poner en conocimiento del ministro o secretario del área, o de la máxima autoridad de la entidad involucrada, los antecedentes del asunto y las recomendaciones propuestas. Si tampoco así obtiene una justificación adecuada, debe incluir tal asunto en su informe anual o especial a la Legislatura, con mención de los nombres de las autoridades o funcionarios que hayan adoptado tal actitud. 9