La “Guerra Grande” (1839 - 1851) y el “Sitio Grande” Segunda Presidencia de Rivera. Rivera entró en Montevideo el 11 de noviembre de 1838. La Presidencia de la República era ejercida en carácter interino por el Presidente de la Asamblea General Gabriel Antonio Pereira, luego de que Oribe hubiera solicitado una licencia y devuelto a la Asamblea la autoridad presidencial; para dirigirse a Buenos Aires y reunirse con su aliado el Gobernador Rosas, a fin de obtener su apoyo militar para recuperar el gobierno del Uruguay. De inmediato, se convocó a elegir una nueva Asamblea General. Las elecciones tuvieron lugar a fines de diciembre. La nueva Asamblea resolvió declarar la guerra al Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, y eligió a Rivera como Presidente de la República por el período constitucional que comenzaba el 1º de marzo de 1839. Rivera, prestamente firmó un tratado de alianza ofensiva y defensiva con la Provincia de Corrientes. Había comenzado la Guerra Grande. La Guerra Grande. Con el nombre de “La Guerra Grande“ se conoce históricamente el extenso conflicto ocurrido en los países del Río de la Plata entre 1839 y 1851. Fue esencialmente una guerra civil, interna, en el cual estuvieron involucrados bandos políticos opuestos de la Argentina y el Uruguay, pero también intervinieron Francia, Inglaterra, el Imperio del Brasil y especialmente las fuerzas italianas comandadas por José Garibaldi. Los bandos fueron, por un lado, el partido de los federales que encabezaba el Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, del cual fue aliado el Presidente uruguayo Manuel Oribe encabezando el “partido blanco”; al mismo tiempo que sus rivales argentinos, el partido de los unitarios encabezado por el Gral. Juan Lavalle, tuvieron como aliados a los “colorados” del Uruguay. Los motivos de la guerra fueron varios. Había en la Argentina un gran enfrentamiento entre la concepción de los unitarios y aquella de los federales, que ya venía del tiempo de la Junta de Mayo de 1810; y en el que en gran medida Artigas quedó inscripto en la corriente federalista, habiendo llegado a ser líder de ella, al menos en cierta época. Pero el federalismo de la época de Rosas era un concepto muy distinto del de la época de Artigas. La evolución histórica argentina, había originado un enfrentamiento político en el cual por una parte aparecía al frente del partido “federal” Juan Manuel de Rosas, que gobernaba desde Buenos Aires con mano férrea y métodos violentos. En el partido “unitario”, entre sus más destacados hombres, figuraba Domingo Faustino Sarmiento; que promovió la contraposición entre la concepción de que el partido unitario representaba la civilización, mientras el federalismo era una expresión de barbarie. Además, los federales se presentaban como defensores del nacionalismo argentino; mientras acusaban a los unitarios de querer favorecer a los poderes extranjeros, especialmente Francia e Inglaterra. Cada uno de los beligerantes, hizo alianzas con países extranjeros. En el sur del Brasil - que también estaba en una etapa de consolidación como país - existía un fuerte movimiento político y revolucionario contra el gobierno central de Río de Janeiro, los “Bandeirantes”, separatistas que habían constituído en la zona de los Estados de Río Grande del Sur y Santa Catalina, la “República Farroupilha de Piratiní”. Éstos, por diversas razones, también intervinieron en la contienda platense; lo que a su vez determinó la intervención del Gobierno del Imperio del Brasil. Especialmente en la Argentina, el conflicto fue un enfrentamiento entre Buenos Aires y las Provincias; con la particularidad que a veces resulta difícil de comprender, de que el centralista Buenos Aires proclamaba el federalismo, mientras el partido unitario era más fuerte en las Provincias. En realidad, uno de los fundamentos de la rivalidad entre federales y unitarios, consistía en que los federales trataban de mantener la hegemonía de Buenos Aires y consecuentemente el predominio de su puerto para el comercio; en tanto que los unitarios sustentaban la libertad de comerciar a través de los grandes ríos de la mesopotamia argentina. En el Uruguay, a consecuencia de las alianzas basadas en las circunstancias militares y de otros factores, el conflicto argentino entre federales y unitarios, vino a resultar en una guerra entre “blancos” y “colorados”; que, en definitiva, representó una expresión de la rivalidad originaria entre Rivera y Lavalleja, en esta época convertida en confrontación entre Rivera y Oribe. Los blancos tuvieron por aliados a los federales y a Rosas; en tanto que los colorados fueron apoyados por los unitarios, primero liderados por el Gral. Juan Lavalle y finalmente por el Gral. Justo José de Urquiza que durante casi todo el conflicto fuera aliado de Rosas, pero finalmente se volvió en su contra. La guerra grande mostró asimismo al Imperio del Brasil siguiendo una política que implicaba renunciar a sus pretensiones del dominio total sobre el territorio del Uruguay, a cambio de consolidar sus fronteras del sur ocupando definitivamente las Misiones orientales; al mismo tiempo que impedir una influencia argentina sobre el territorio de la Banda Oriental. Los bandos enfrentados La evolución de la situación militar en el Uruguay, determinó que el país quedara de hecho divido entre dos gobiernos. En cierta medida, ésa había sido una situación de hecho preexistente desde 1825; emergente de la radicación en Montevideo de los órganos de autoridad constitucional; pero con la persistencia en la campaña de un centro de poder esencialmente militar aunque también político, desde la creación del cargo de Comandante General de la Campaña. Ese cargo había sido, originariamente desempeñado por Rivera durante el gobierno de Rondeau en tiempos de la Asamblea Constituyente, para equilibrar el poder que ejercía Lavalleja como Comandante del Ejército; había resurgido en 1834 para ser nuevamente ejercido por Rivera durante los primeros tiempos de la Presidencia de Oribe; y su supresión y restablecimiento había sido una de las circunstancias determinantes de la revolución de Rivera de 1836. Después del triunfo de esa Revolución de 1836 promovida por Rivera — y de su instalación en Montevideo — allí quedó centrado el gobierno “colorado”; en tanto la campaña, donde operaba el ejército comandado por Oribe, vino a convertirse en el núcleo del poder de los “blancos”. Por una parte los “blancos”, que se consideraban gobierno legítimo porque Oribe — que había sido designado Presidente constitucional de la República — nunca había renunciado, ejercían autoridad prácticamente sobre todo el territorio, mediante su Gobierno instalado en el Cerrito de la Victoria; muy cercano a Montevideo (y actualmente integrado a la ciudad), por lo que se le conoce como el “el gobierno del Cerrito”. En la ciudad de Montevideo — que se encontraba sitiada por las fuerzas al mando de Oribe provistas fundamentalmente por su aliado Juan Manuel de Rosas, el Gobernador de Buenos Aires — estaba el “el gobierno de la Defensa”, encabezado por Joaquín Suárez, Presidente del Senado designado Presidente de la República interinamente, debido a que Rivera — consecuente con su personalidad — había decidido ponerse al frente de sus tropas en Entre Ríos. Al mismo tiempo, los intereses marítimos de las potencias europeas, especialmente Inglaterra y Francia, se expresaban en su tesis de que el Río de la Plata era un mar internacional, abierto por lo tanto a la libertad de navegación. Con ello, seguían la doctrina establecida en la Conferencia de Viena al término de las Guerras Napoleónicas, que había declarado la libertad de navegación de los grandes ríos. Este concepto, en el transcurso de la Guerra Grande, fue extendido, especialmente por los franceses; que sostuvieron que también los ríos interiores de la mesopotamia argentina eran de navegación libre. Esto, naturalmente, convenía a los intereses provinciales argentinos; que procuraban no verse sujetos para la exportación de su producción — sobre todo de origen ganadero — al dominio de los saladeros de Buenos Aires, que monopolizaban ese puerto, del más importante de los cuales el Gobernador Juan Manuel de Rosas era copropietario. Juan Manuel de Rosas había llegado a ser un poderoso ganadero en la Provincia de Buenos Aires; y había reclutado un verdadero ejército propio, que comenzó empleando para contener a los indios de la pampa para poder explotar el ganado. Asociado con otros importantes ganaderos, instalaron en la zona del puerto de Buenos Aires los saladeros que procesaban la carne para exportar; llegando a tener una flota de barcos propios para ello. Asimismo, como tenían que llevar la sal desde la Patagonia donde abundaba, no solamente utilizaron sus milicias privadas para combatir a los indios, sino que utilizaron barcos propios para transportarla. Esto afectaba los intereses de los países compradores del tasajo carne conservada mediante la salazón - que pretendían transportarla en sus propios barcos. Más adelante, cuando Rosas alcanzó el poder político supremo en Buenos Aires, su milicia se transformó en un instrumento político, conocido como “la mazorca”; con el cual perseguía implacablemente a todos los enemigos políticos. Es proverbial que durante su gobierno, la “la mazorca” patrullaba por las noches las calles de Buenos Aires al grito de “¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los salvajes unitarios!” En consecuencia, los enfrentamientos de intereses se mezclaron con las concepciones políticas de quienes pretendían explotar las riquezas ganaderas en forma monopólica — incluso contrariando los intereses de Inglaterra y Francia que eran los compradores y transportadores — contra los que pretendían liberalizar el comercio y como consecuencia la navegacion de los ríos. A esa división, se superponía la división entre los caudillos políticos de origen terrateniente (como eran el propio Rosas y también Urquiza), por un lado; y los “doctores”, políticos de origen urbano, ilustrados, educados en estilo europeo, que propiciaban lo que se planteaba como el camino del progreso y la civilización, de los cuales el tucumano Domingo Faustino Sarmiento fue uno de sus principales expositores. El Imperio del Brasil, había visto afectado su objetivo de ejercer poder sobre los territorios costeros del alto Uruguay, luego de la derrota infligida por Rivera en las Misiones. Pero aunque finalmente habían recuperado ese territorio del cual Rivera se había retirado para volver hacia el sur; tenía un marcado interés en consolidar su dominio sobre los territorios de su frontera sur, donde el movimiento separatista de los “bandeirantes” — que pretendían independizar el sur del Brasil del gobierno de Río de Janeiro — desafiaba su autoridad haciendo frecuentes alianzas, especialmente con Rivera y luego, en cierto modo por su intermedio, con los Gobernadores de Corrientes y Santa Fé. Ese fue un factor determinante de la política brasileña durante la guerra grande. Un componente particular en esta guerra, fue la presencia de José Garibaldi al frente de la brigada italiana de los “camisas rojas”, combatiendo del lado de los colorados y enfrentado a los federales de Rosas y los blancos de Oribe. Garibaldi era un personaje muy especial, que había surgido en Italia como guerrillero en momentos en que en la península italiana se procesaba lo que finalmente llegó a ser la unidad italiana, con una gran enfrentamiento entre los monárquicos que apoyaban a la Casa de Saboya, y los que pueden considerarse “republicanos” pero que esencialmente eran antimonárquicos y anticlericales, entre los que militaba Garibaldi. En años previos, Garibaldi había llegado al sur del Brasil, y se había incorporado al movimiento de los “Bandeirantes”, luchando al servicio de la República Farroupilha — cuyos líderes eran aliados de Rivera — especialmente en la guerra naval contra las fuerzas del Imperio del Brasil. El sitio grande Entre 1839 y 1843, el conflicto se desarrolló principalmente en el territorio actual de la Argentina. En esa etapa, Oribe — alejado de la Presidencia del Uruguay — fue el jefe del Ejército federalista de la Confederación, de varias provincias argentinas encabezada por Buenos Aires regida por Juan Manuel de Rosas; mientras que el ejército unitario era comandado por el General Juan Lavalle, y cuyo dominio territorial eran las provincias mesopotámicas, excepto Entre Ríos que gobernaba el Gral. Urquiza, por entonces aliado de Rosas. A fines de marzo de 1839, las fuerzas unitarias conducidas por el Gobernador de Corrientes Berón de Astrada, había sufrido una derrota militar en Pago Largo, frente al ejército federal comandado por el General Pascual Echagüe. Éste cruzó entonces el río Uruguay, para ser derrotado por las fuerzas al mando de Rivera, en la batalla de Cagancha, el 19 de diciembre de 1839. Entretanto, en setiembre de 1839, utilizando las naves francesas — y contra la opinión de Rivera que sin duda las prefería custodiando a Montevideo — el Gral. Juan Lavalle había llevado sus tropas a Entre Ríos, aliada de Rosas. Allí mantuvo diversos combates que lo determinaron a trasladarse a Corrientes y a Santa Fé; hasta que finalmente fue derrotado por el ejército de la Confederación, comandado por Oribe, en las batallas de Quebracho el 28 de noviembre de 1839 y de Famaillá el 19 de setiembre de 1841, donde Lavalle fue perseguido por una patrulla rosista, que finalmente le dio muerte. Sin embargo, el rosista Gobernador de Entre Ríos Echagüe fue derrotado el 28 de noviembre de 1841 por el unitario Gral. José María Paz, en la batalla de Caaguazú; lo que tuvo como consecuencia que asumiera como Gobernador de aquella provincia el Gral. Justo José de Urquiza. El Gral. Paz organizó entonces una reunión en Paraná con la participación de los Gobernadores de Corrientes, de Santa Fé, y Rivera como Presidente del Uruguay. Al convenir en la continuación de la guerra contra la Confederación, y organizar en abril de 1842 la denominada la Coalición del Norte; se comprometieron además en conformar luego de la derrota de Rosas, un nuevo Estado que se denominaba como el Uruguay Mayor, en que se incorporaría la República Farroupilha de Piratiní gobernada por Bentos Gonçalvez en Río Grande del Sur. Rivera, enterado de que Oribe se encontraba en la provincia de Entre Ríos y confiando en una información falsa de que sus tropas se encontraban muy debilitadas, se puso al frente de un ejército conjunto de unos 8.000 hombres entre orientales, correntinos, santafecinos y entrerrianos. Las fuerzas al mando de Oribe eran equivalentes. La batalla se trabó el 6 de diciembre de 1842 en Arroyo Grande; y en ella la victoria de las fuerzas rosistas fue total. Rivera apenas si logró escapar, llegando a Montevideo; desde donde volvió a tratar de detener a las fuerzas de Oribe, pero fue nuevamente derrotado en India Muerta, debiendo refugiarse en el sur del Brasil. Oribe había quedado al frente de un poderoso ejército triufante, compuesto por argentinos y orientales, sin oposición posible a su invasión del Uruguay. Sin embargo, demoró alrededor de dos meses en llegar a Montevideo y ponerle sitio, el que se inició el 16 de febrero de 1843. Entre 1843 y 1851, tuvo entonces lugar el llamado “Sitio Grande”, en que las fuerzas de Oribe sitiaron Montevideo, lo que le valió que se la denominara “la nueva Troya”, por emular el legendario sitio de la antigua ciudad de Troya, en la época homérica. Con el nombre de “Montevideo o una nueva Troya” se publicó en París, por esos años, una novela firmada por el famoso escritor francés Alejandro Dumas (hijo); aunque algunos consideran que su verdadero autor haya sido el Gral. Melchor Pacheco y Obes, que en esa época fue Embajador del Uruguay en Francia. Sin embargo, establecido el sitio, de hecho la situación militar fue muy equilibrada, y por largos períodos convivieron el Gobierno de la Defensa en Montevideo, encabezado por Joaquín Suárez y comunicado al exterior a través del puerto, con el Gobierno del Cerrito, encabezado por Oribe y que dominaba el territorio del interior del país. En la realidad de los hechos, la situación militar durante el Sitio Grande no se caracterizó por la abundancia ni por la intensidad de enfrentamientos bélicos. En un primer momento, Rosas — que disponía de una escuadra comandada por el Almirante Brown, que tenía bastante dominio de los ríos de la mesopotamia argentina y la desembocadura del Plata — trató de apoyar el sitio de Montevideo mediante un bloqueo naval. Sin embargo, el verdadero dominio naval del Plata estaba en manos de las flotas francesa y sobre todo inglesa; por lo cual el pretendido bloqueo no pudo hacerse efectivo. Los barcos franceses e ingleses efectuaban un intenso tráfico comercial; tanto con la sitiada Montevideo a través de su propio puerto, como con el resto del territorio y el Gobierno del Cerrito, a través del cercano Puerto de El Buceo, desde el cual las mercancías salían por el Camino del Comercio, hacia la Villa de la Restauración (actual barrio de La Unión) — que surgió en el cruce del Camino del Comercio con el Camino a Maldonado, y cuya plaza e Iglesia subsisten a corta distancia de ese cruce — y hacia el interior del país. No hubo prácticamente acciones militares dirigidas, ni a tomar por asalto la ciudad sitiada, ni a procurar el levantamiento del sitio; sino algunos combates iniciales cuyo resultado fue fijar las posiciones de ambos bandos. El sitio no obstaba a que muchas personas civiles pudieran reunirse en lugares del territorio intermedio entre ambos bandos, ni que otros continuaran residiendo en casas de campo situadas en él. Tal vez el caso más notable haya sido el del Presbítero Dámaso Antonio Larrañaga, quien vivía en una propiedad rural sobre el arroyo Miguelete bien cerca del Cerrito, pero semanalmente iba a Montevideo donde oficiaba la misa en la Iglesia Matriz. Cuando falleció, el 16 de febrero de 1848, su velatorio y sepultura se llevaron a cabo pacíficamente, y con participación de pobladores de los territorios de sitiados y sitiadores. Los Gobiernos durante el sitio grande Separados por pocos quilómetros de distancia, los Gobiernos del Cerrito y de la Defensa funcionaron administrativa y políticamente casi como si el sitio no existiera. El Gobierno de la Defensa se había instalado a partir del 1º de marzo de 1839, con Rivera como Presidente por el período que continuaba el mandato originario de Oribe, que debía finalizar en 1843. La situación militar llevó a Rivera a tomar el mando de las tropas en operaciones, por lo cual la Presidencia quedó interinamente a cargo del Presidente del Senado, Joaquín Suárez. Pero, al finalizar el mandato originario de Rivera, la situación militar hacía imposible efectuar elecciones y renovar la Asamblea General. En consecuencia, se optó por integrar en sustitución de la Cámara de Diputados y del Senado, una llamada Asamblea de Notables y un Consejo de Estado; los cuales fueron integrados por nombramiento directo del Presidente. Al mismo tiempo, el interinado de Joaquín Suárez quedó indefinidamente prorrogado, hasta el fin de la guerra; de tal manera que en definitiva Suárez fue Presidente interino durante 8 años. Joaquín Suárez era un ciudadano de modesta condición que, cuando finalizó su mandato como Presidente interino, rechazó el ofrecimiento de serle compensados sus servicios como tal, con su célebre expresión. “Yo no le cobro cuentas a mi Patria”. Para que no quedara en la indigencia, el Estado le asignó una menguada pensión graciable, con la cual vivió modestísimamente, hasta su muerte. Internamente, la ausencia de Rivera — primero en la conducción de los ejércitos y luego por sus derrotas de Arroyo Grande y de India Muerta — dejó al Gobierno de la Defensa sin un firme conductor, a falta de otra fuerte personalidad política y militar. En consecuencia, no existió posibilidad de de tratar de superar la situación resultante del sitio; que, por otra parte y como se ha señalado no perturbaba demasiado el desenvolvimiento de la vida normal en la ciudad sitiada y sus aledaños. Desde el punto de vista administrativo, el Gobierno de la Defensa dictó algunas medidas legislativas; la más importante de las cuales fue una ley de 1842 de abolición de la esclavitud de aplicación parcial, que de hecho beneficiaba sólo a los hombres que se incorporaran al ejército. Los integrantes de la Asamblea y del Consejo de Estado ejercieron sus cargos con responsabilidad. En general, se preocuparon por la vigencia de las libertades; así como, siendo representativos de los sectores más cultos de la población, propugnaban el logro de un progreso civil y político siguiendo el modelo europeo. El Gobierno del Cerrito fundaba su legitimidad jurídica e institucional en la continuidad de la Asamblea General del período presidencial de Oribe; cuya calidad de Presidente de la República se sustentaba en la consideración de que nunca había renunciado, y había sido sustituído por Rivera mediante la fuerza de las armas. Disponiendo de acceso a los territorios del interior del país, estuvo en condiciones de hacer algunas elecciones, que estuvieron dirigidas a recomponer los cargos de aquella Asamblea que por diversos motivos quedaban vacantes. La autoridad de Oribe se sustentaba formalmente en la prórroga de su calidad de Presidente contitucional, hasta tanto fuera posible sustituirlo normalmente. En los hechos, su autoridad se fundaba en su ascendiente como caudillo; que, aunque ejercida con cierta moderación, no dejó de tener manifestaciones de autoritarismo que le enfrentaron más de una vez con algunas personalidades políticas de su propio bando, pero de formación más culta y concepciones liberales; tales como Eduardo Acevedo (notable escritor de novelas históricas), el futuro Presidente Francisco J. Giró o el experimentado político Dr. Bernardo P. Berro (también futuro Presidente), hombres que consideraban plenamente legítima su causa, que identificaban con la preservación del orden institucional y constitucional del país. En lo económico, el Gobierno del Cerrito pudo atender razonablemente el desenvolvimiento del territorio bajo su autoridad, mediante el comercio efectuado por el Puerto del Buceo — una pequeña bahía muy cercana al puerto de Montevideo — en que las mercaderías transportadas por los buques ingleses y franceses generaban recaudación fiscal en la Aduana allí establecida (cuyo edificio se mantiene en pie como Museo). También promulgó una ley de abolición de la esclavitud, que de hecho tuvo más efectividad que su similar implantada por el Gobierno de la Defensa. Desde el punto de vista internacional, a pesar de su dependencia militar respecto del Gobierno de Rosas, se caracterizó por no admitir los intentos de sus diplomáticos o jefes militares de inmiscuirse en los asuntos internos del Uruguay. El fin de la guerra grande Al acercarse a Montevideo las tropas al mando de Oribe, las autoridades del Gobierno de la Defensa se aprestaron a afrontarlas, instalando fortificaciones en sus alrededores. Luego de algunos combates, las líneas se estabilizaron a buena distancia de las murallas, permitiendo a los sitiados disponer de tierras de cultivo para abastecerse de alimentos frescos. En realidad, en el período del sitio grande el teatro de la guerra fue principalmente la zona al norte del río Negro. Luego de su derrota en Arroyo Grande, imposibilitado de otro tipo de enfrentamientos con el ejército de Oribe, Rivera realizó una campaña de hostigamiento, basada en una gran movilidad de sus fuerzas a las que reunía en un punto para combatir y luego volvía a dispersar. Pero finalmente, con el apoyo de Urquiza - en esa época aliado de Rosas - Oribe consiguió derrotar definitivamente a Rivera en la batalla de India Muerta, el 27 de marzo de 1845, debiendo Rivera refugiarse en el territorio brasileño de Río Grande del Sur. A esas alturas los farrapos habían sido derrotados por las fuerzas imperiales que comandaba el Barón de Caxías, con lo cual Rivera fue llevado a Río de Janeiro. El curso de la guerra se vio entonces alterado por las maniobras diplomáticas. La alianza de la Coalición del Norte que integrara Rivera, con los farrapos de Río Grande del Sur, había aproximado al Imperio de Brasil con el Gobiernador de Buenos Aires, Rosas, con el objetivo de expulsar a Rivera del Uruguay. Pero cuando ello pareció obtenido y el triunfo de Oribe permitía a Rosas suponer que tendría un predominio en el Uruguay — en tanto que el Imperio había derrotado a los farrapos — el Brasil — con el propósito de no permitir una gran influencia argentina en el Uruguay — varió su política respecto de Rosas, y se puso de acuerdo con Francia e Inglaterra para su intervención conjunta en el Río de la Plata. Las potencias europeas, sin embargo decidieron intervenir en contra de Rosas, pero sin la participación del Brasil; enviando al Plata una poderosa fuerza naval que operó en el estuario y en los ríos interiores durante los años siguientes de la guerra. El auxilio de la flota francesa permitió entonces al Gobierno de la Defensa emprender algunas acciones militares, como la toma de Colonia en agosto de 1845 por la expedición comandada por Garibaldi; y su avance hacia Salto, para tratar de reunirse con los remanentes de las fuerzas de Rivera ahora bajo el mando del Gral. Anacleto Medina; lo que originó el combate de San Antonio, con las tropas oribistas comandadas por el Gral. Servando Gómez, el 8 de febrero de 1846. Debido a la nueva posición asumida por el Brasil respecto de Rosas, Rivera — que además ya había tenido anteriormente buenas relaciones con el gobierno brasileño — logró regresar desde el Brasil a Montevideo en 1846, y asumiendo de inmediato el mando político y militar, se puso al frente del ejército que operaba en Colonia, logrando tomar Mercedes y ocupando Paysandú el 26 de diciembre de 1846. Rivera procuró entonces alcanzar un entendimiento directo con Oribe, a quien propuso unas bases de acuerdo prescindiendo de las fuerzas extranjeras. Pero fue desautorizado por el Gobierno de Montevideo; y derrotadas sus fuerzas por las de Oribe en un combate en el Cerro de las Ánimas (sierras de Minas) en enero de 1847; lo que determinó que debiera refugiarse nuevamente en el Brasil, desde donde regresaría recién en 1854 para participar en el Triunvirato, lo que se frustró por su fallecimiento durante el viaje. En el Uruguay, la guerra grande y el sitio de Montevideo terminaron como consecuencia de los cambios ocurridos en el campo militar de la Confederación del Gobernador Juan Manuel de Rosas; y de las gestiones diplomáticas del Gobierno de la Defensa ante el Imperio del Brasil, a cargo de Andrés Lamas. Si bien el Gobierno de Buenos Aires proclamaba la soberanía argentina sobre los ríos interiores como una cuestión de honor nacional, en la práctica ello significaba la preservación del monopolio exportador de Buenos Aires; donde Rosas y sus socios comerciales dominaban todo lo relativo al comercio del tasajo. Esa situación afectaba los intereses de los ganaderos mesopotámicos, uno de los más importantes entre los cuales había llegado a ser el Gral. Justo José de Urquiza, convertido en Gobernador de Entre Ríos. Urquiza se malquistó con Rosas, debido al establecimiento de impuestos sobre las exportaciones de sus ganados a través del puerto de Buenos Aires. En tales condiciones, las gestiones diplomáticas del Gobierno de la Defensa encontraron su oportunidad al establecerse una alianza de Urquiza con el Imperio del Brasil; con la finalidad de derrocar a Rosas. La política del Brasil, una vez derrotados los farrapos, se centró en evitar toda posibilidad de una influencia dominante argentina sobre el Uruguay; y en consolidar su dominio en la frontera norte del Uruguay sobre los territorios de las Misiones Orientales, que venía disputando desde el Tratado de San Ildefonso de 1777. Reconocido por el Brasil como el gobierno legítimo del Uruguay, el Gobierno de la Defensa suscribió en Montevideo el 29 de mayo de 1851 un Tratado de alianza defensiva y ofensiva con el Imperio del Brasil, y con el Gobierno de la Provincia de Entre Ríos ejercido por Urquiza; cuyos fines eran expulsar definitivamente del Uruguay a las fuerzas argentinas al mando de Oribe, con el apoyo de las fuerzas de Urquiza y del Imperio brasileño. Andrés Lamas había conseguido en Río de Janeiro el apoyo imperial, a cambio del compromiso de suscribir cinco tratados muy favorables a los intereses brasileños, entre ellos el que reconocía su jurisdicción al norte del río Cuareim, el de devolución de esclavos huídos desde el Brasil, y el de pago de una deuda de guerra en compensación de los auxilios militares a recibir. Urquiza ingresó al Uruguay el 19 de julio de 1851 cruzando el río Uruguay a la altura de Paysandú; mientras otros contingentes al mando del ahora Gral. Eugenio Garzón (antiguo hombre de confianza de Oribe que había cambiado de bando) lo hicieron a la altura de Concordia. Otros ex-oficiales oribistas se sumaron a las fuerzas invasoras en Paysandú, entre ellos Servando Gómez y Lucas Píriz. El 4 de setiembre, ingresó por Santa Ana do Livramento una fuerza brasileña comandada por el Barón de Caxías, compuesta de 13.000 hombres; en tanto que una flota brasileña bloqueaba los ríos Uruguay y Paraná. Oribe, comprendiendo la inutilidad de toda resistencia, se retiró del Cerrito y envió un emisario para negociar un armisticio con Urquiza. Así surgió el tratado conocido como “La Paz de Octubre” firmado el 8 de ese mes de 1851, que puso fin a la guerra grande en el Uruguay. Sus puntos fundamentales — bastante similares a las bases propuestas por Rivera a Oribe en 1847 — fueron: Se reconocía la autoridad del Gobierno de la Defensa sobre todo el territorio del Uruguay. Oribe quedaba en total libertad. Se declaraban jurídicamente válidos todos los actos del Gobierno del Cerrito, y se reconocían sus deudas como deudas del Estado. Se eximía a todos los orientales de responsabilidad por su participación en la guerra en cualquier bando, y se les reconocía a todos como absolutamente iguales ante la ley. Se reconocía que ambos bandos habían actuado en defensa de la independencia oriental frente a los gobiernos extranjeros; y se declaraba que la guerra terminaba “sin vencidos ni vencedores”. El Gobierno se comprometía a convocar a elecciones para restaurar las autoridades constitucionales en su plenitud, a la mayor brevedad. Dando cumplimiento al acuerdo, Urquiza retiró sus tropas de inmediato; y lo mismo hicieron las fuerzas brasileñas. El Gobierno firmó con el Imperio del Brasil un grupo de Tratados, por los cuales se fijaron definitivamente los límites de la frontera norte reconociéndose la pertenencia definitiva al Brasil de las Misiones Orientales; así como se reconoció al Brasil una deuda de guerra de 300.000 patacones. A esas alturas, la suerte del Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, estaba echada. Las tropas de la alianza, comandadas por Urquiza, compuestas 20.000 argentinos, 4.000 brasileños, y 2.000 orientales, se trabaron en combate con el ejército rosista al mando del Cnel. César Díaz en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, y las derrotaron totalmente. Rosas abandonó el Gobierno, y marchó al exilio en Inglaterra, donde años después falleció.