Ira en Bosnia, pero esta vez la gente ve a... mentiras étnicas de sus dirigentes

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Ira en Bosnia, pero esta vez la gente ve a través de las
mentiras étnicas de sus dirigentes
Slavoj Žižek :: 14/02/2014
Los manifestantes, que ya descubrieron las mentiras europeas, llevaban tres banderas, bosnia,
serbia y croata, unidas por una nostalgia del socialismo yugoslavo
La semana pasada ardían las ciudades en Bosnia-Herzegovina. Todo comenzó en Tuzla, una ciudad
con mayoría musulmana. A continuación las protestas se extendieron a la capital, Sarajevo, y a
Zenica, pero también a Mostar, donde vive una gran parte de la población croata, y a Banja Luka,
capital de la parte serbia de Bosnia. Miles de manifestantes iracundos ocuparon e incendiaron
edificios gubernamentales. Aunque la situación se calmó posteriormente, sigue prevaleciendo una
atmósfera de alta tensión. Los eventos provocaron teorías conspirativas (por ejemplo, que el
gobierno serbio había organizado las manifestaciones para derrocar a la dirigencia bosnia), pero se
pueden ignorar sin temor a equivocarse ya que es obvio que, sea lo que sea lo que acecha, la
desesperación de los manifestantes es auténtica. Uno está tentado de parafrasear la famosa frase de
Mao Zedong: ¡hay caos en Bosnia, la situación es excelente! ¿Por qué? Porque las demandas de los
manifestantes no podrían ser más simples (puestos de trabajo, la posibilidad de una vida decente, el
fin de la corrupción) pero movilizaron a gente en Bosnia, un país que en las últimas décadas se ha
convertido en sinónimo de una feroz limpieza étnica. Hasta ahora las únicas manifestaciones
masivas en Bosnia y otros Estados post yugoslavos tuvieron que ver con pasiones étnicas o
religiosas. A mediados de 2013 dos protestas públicas se organizaron en Croacia, un país en
profunda crisis económica, con una alta tasa de desempleo y un profundo sentido de desesperación:
los sindicatos trataron de organizar un mitin en apoyo a los derechos de los trabajadores, mientras
nacionalistas de derecha iniciaban un movimiento de protesta contra el uso de letras cirílicas en
edificios públicos en ciudades con minoría serbia. La primera iniciativa atrajo a un par de cientos de
personas a una plaza en Zagreb; la segunda movilizó a cientos de miles, como lo había hecho un
anterior movimiento fundamentalista contra matrimonios del mismo sexo. Croacia está lejos de ser
una excepción: de los Balcanes a Escandinavia, de EE.UU. a Israel, de África central a India,
amenaza una nueva Edad Oscura, con la explosión de pasiones étnicas y religiosas y el retroceso de
los valores de la Ilustración. Esas pasiones acechaban en el trasfondo todo el tiempo, pero lo que es
nuevo es la desvergüenza descarada de su exhibición. ¿Qué podemos hacer? Liberales de la
tendencia dominante nos dicen que cuando fundamentalistas étnicos o religiosos amenazan los
valores democráticos básicos, debemos unirnos todos tras la agenda liberal-democrática de
tolerancia cultural, salvar lo que puede ser salvado y dejar a un lado los sueños de una
transformación social más radical. Nuestra tarea, se nos dice, es obvia: tenemos que elegir entre la
libertad liberal y la opresión fundamentalista. Sin embargo, cuando se nos hace triunfalmente una
pregunta (puramente retórica) como “¿Quiere que las mujeres sean excluidas de la vida pública?” o
“¿Quiere que todo crítico de la religión sea castigado con la pena de muerte?”, lo que debiera causar
nuestra sorpresa es la misma auto-evidencia de la respuesta. El problema es que semejante
universalismo liberal perdió hace tiempo su inocencia. El conflicto entre la permisividad liberal y el
fundamentalismo es en última instancia un conflicto falso, un ciclo vicioso de dos polos que se
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generanypresuponenmutuamente.
Lo que Max Horkheimer dijo
sobre el fascismo y el
capitalismo en los años treinta
(que los que no quieren hablar
críticamente sobre el
capitalismo también debieran
guardar silencio sobre el
fascismo) debería ser aplicado
al fundamentalismo actual: los
que no quieren hablar
críticamente sobre la
democracia liberal deberían
también guardar silencio
sobre el fundamentalismo
religioso. Como reacción a la caracterización del marxismo como “Islam del Siglo XX”, Jean-Pierre
Taguieff escribió que el Islam se estaba convirtiendo en “el marxismo del Siglo XXI”, prolongando,
después de la decadencia del comunismo, su violento anticapitalismo. Sin embargo, se puede decir
que las recientes vicisitudes del fundamentalismo musulmán confirman la antigua idea de Walter
Benjamin de que “cada ascenso del fascismo da testimonio de una revolución fallida”. En otras
palabras, el ascenso del fascismo es al mismo tiempo el fracaso de la izquierda y la prueba de que
existía un potencial revolucionario, un descontento, que la izquierda no logró movilizar. ¿Y no vale lo
mismo para el actual así llamado “islamofascismo”? ¿No es el ascenso del islamismo radical
exactamente correlativo a la desaparición de la izquierda laica en países musulmanes? Cuando
Afganistán es presentado como el supremo país fundamentalista islámico, ¿quién recuerda que hace
40 años era un país con una fuerte tradición secular, incluyendo un poderoso Partido Comunista que
tomó el poder independientemente de la Unión Soviética? En este contexto se deben comprender los
últimos eventos en Bosnia. En una de las fotos de las protestas vemos a los manifestantes agitando
tres banderas una al lado de la otra: bosnia, serbia, croata, expresando la voluntad de ignorar
diferencias étnicas. En una palabra, estamos ante una rebelión contra elites nacionalistas: el pueblo
de Bosnia ha terminado por comprender quién es su verdadero enemigo: no otros grupos étnicos,
sino sus propios dirigentes que pretenden protegerlos de otros. Es como si la antigua y muy abusada
consigna de Tito de la “hermandad y unidad” de las naciones yugoslavas adquiriera nueva
actualidad. Uno de los objetivos de los manifestantes era la administración de la UE que supervisa el
Estado bosnio, imponiendo la paz entre las tres naciones y suministrando una ayuda financiera
significativa para permitir que funcione el Estado. Esto puede parecer sorprendente ya que los
objetivos de los manifestantes son nominalmente los mismos que los de Bruselas: prosperidad y el
fin de las tensiones étnicas y la corrupción. Sin embargo, la manera como la UE gobierna
efectivamente Bosnia afianza las particiones: trata con las elites nacionalistas como sus socios
privilegiados, mediando entre ellas. Lo que confirma el estallido bosnio es que no se puede superar
genuinamente pasiones étnicas imponiendo una agenda liberal: lo que unió a los manifestantes es
una demanda radical de justicia. El siguiente paso y más difícil hubiera sido organizar las protestas
en un nuevo movimiento social que ignore las divisiones étnicas y organizar más protestas; ¿es
posible imaginar una escena de bosnios y serbios exasperados manifestandose juntos en Sarajevo?
Incluso si las manifestaciones pierden gradualmente su poder, seguirán siendo una breve chispa de
esperanza, algo como soldados enemigos fraternizando a través de las trincheras en la Primera
Guerra Mundial. Los eventos auténticamente emancipadores siempre involucran que se ignoren de
esa manera las identidades particulares. Y lo mismo vale para la reciente visita de las dos miembros
de Pussy Riot a Nueva York: en una gran función de gala, fueron presentadas por Madonna en
presencia de Bob Geldof, Richard Gere, etc.: la usual banda de los derechos humanos. Lo que
debieran haber hecho allí es expresar su solidaridad con Edward Snowden, afirmar que Pussy Riot y
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Snowden forman parte del mismo movimiento global. Sin gestos semejantes, que unan lo que parece
incompatible en nuestra experiencia ideológica ordinaria (musulmanes, serbios y croatas en Bosnia;
laicos turcos y musulmanes anticapitalistas en Turquía, etc.), los movimientos de protesta serán
siempre manipulados por una superpotencia en su lucha contra otra. The Guardian. Traducido del
inglés para Rebelión por Germán Leyens
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