No te lleves al cielo lo que necesitamos aquí Día del donante 2002 Miércoles 5 de junio de 2002 Casi nos parece un milagro. Hemos visto a muchas personas condenadas a morir. Alguien les regaló aquello que necesitaban para seguir viviendo. Se hizo el trasplante y el milagro de la generosidad. Son muchos casos. En los hospitales públicos de Andalucía, casi una docena por semana. Estos números nos hablan de tantas y tan extraordinarias posibilidades como son la de poder dar con generosidad y la de poder vivir gracias lo que se recibiera. Ayudar a vivir A pesar de tantos pesares, el hombre, la persona tiene la enorme posibilidad de poder ayudar a vivir a quien está desahuciado, y a que pueda seguir disfrutando de la familia, de los amigos, de los hijos que ha podido tener gracias a que alguien, posiblemente desconocido, le diera el órgano vital que necesitaba. De tanto bien como tenemos - ¡y sin darnos cuenta de ello! - mucho es lo que podemos dar. No hay que esperar a morir para ser donante de tejidos, de algún órgano de nuestro cuerpo. Otros son tan vitales que no pueden donarse sino después de la muerte. Pero no esperes a morir para manifestar tu voluntad de dar. Cuando se produce la muerte, sobre todo si es de forma traumática, como en la mayor parte de los casos para el trasplante, la situación emocional de la familia es tan dolorosa que no siempre tiene la serenidad necesaria para poder autorizar la donación de los órganos del fallecido. Son muchas las familias que lo autorizan. Esperemos que un día lo sean todas. Sin embargo, para qué poner a la familia en una situación tan dolorosa. Es mejor ofrecer en vida lo que tendrá su efecto después de morir. Un auténtico acto de amor fraterno "Sin solidaridad no hay trasplantes. No te lleves tus órganos al cielo, el cielo sabe que los necesitamos aquí". Con estas atinadas y sugerentes palabras, el equipo de coordinadores de trasplantes de Sevilla invita a la generosidad en la donación de órganos. Desde el punto de vista cristiano, la donación de órganos no solamente es un meritorio acto de caridad, de amor fraterno, sino todo un reconocimiento a la bondad de Dios que nos permite de esta manera el poder ayudar a vivir a otras personas. Un auténtico acto de amor. Así ha calificado Juan Pablo II la donación para el trasplante. Dejemos a un lado los viejos prejuicios, nacidos del miedo, de la falta de información y hasta de la misma superstición. Pensemos, más bien, en el inmenso favor que se puede hacer al que está condenado a una vida precaria, y hasta a la misma muerte, si no dispone de un órgano para el trasplante. La generosa y libre donación de los órganos del propio cuerpo es un generoso acto de amor cristiano y un noble gesto que dignifica nuestra condición humana. Que Dios bendiga a cuantos nos ayudan a valorar la vida de esta manera. Una vez más, podemos decir que la vida se fortalece dándola, comunicándosela a los demás. En el día último del juicio, cada vacío de tu cuerpo, el que donaste a tu hermano, estará colmado de la generosidad de Dios.