OH SAGRADO BANQUETE - Parroquia Santa Marta

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Parroquia Santa Marta
Arzobispado de Santiago
OH SAGRADO BANQUETE
RETIRO MENSUAL SANTA MARTA
Javier Ignacio Barros Bascuñán, Pbro.
Oh Sagrado Banquete, en él Cristo es nuestra comida, celebramos el recuerdo de tu
Pasión, el alma se nos llena de gracia y se nos da la prenda de la vida eterna! V.
Les has dado pan del cielo. R. Que contiene en sí todo deleite.
1. Oh Sagrado Banquete, en él Cristo es nuestra comida
Oh, qué hermosa manera de iniciar una oración sobre la Eucaristía. Llama
la atención este “¡Oh!”. San Juan de la Cruz usa esta expresión en casi
todos sus escritos: en el Cántico, en la llama de amor viva: “¡Oh!, llama de
amor viva”. ¿Qué quiere significar este “¡Oh!”? Que uno está frente a algo
que le ha producido una experiencia interior tan grande que las palabras
externas van como cojeando para decir lo que interiormente uno siente
frente a la verdad, a la realidad. Tomás de Aquino, que era un hombre que
paladeaba las cosas de Dios, el don de la sabiduría (tantas veces quedaba
en éxtasis), usa frente al misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo este
“¡Oh!” como para decir: “no tengo palabras y lo que voy a decir va a ser
muy pobre frente a lo que es en realidad”.
Como el poeta, sólo el estupor conoce. Sólo si me animo a reconocer lo
admirable de lo que hay, voy a conocerlo, y amarlo.
¿Sagrado? Claro, lo ha iniciado Jesucristo que es el Hijo de Dios. Por lo
tanto aquello tiene un valor de cielo.
Cuando nos dice la palabra banquete inmediatamente viene a nuestra
mente la gratuidad que cuando alguien me invita a sentarme a su mesa,
me está manifestando su cariño, su amor, su respeto y su gratuidad
fundamentalmente. Y porque cuando nos sentamos a una mesa –en un
banquete sobre todo- lo que se produce es la comunión de los comensales
que están en torno a la mesa. Están unidos por el afecto, por lo que se
celebra que a todos les provoca sentido, significación. Por lo tanto, una
estrecha unión – única- la que llamamos comunión en la Biblia.
En Israel había banquetes de comunión que eran sagrados. El israelita
traía de su casa, de su vida, animales, productos de la tierra, lo que
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fuera... los colocaba en el altar. Una parte se la llevaba a su casa para
comérselo con su familia, como lo narran tantos banquetes en la Biblia, en
los que se ofrecen sacrificios pero se reúne toda la familia. Lo cual significa
que Dios invita a comer lo divino y, por lo tanto, aquel hombre entra en
comunión con el cielo, con la divinidad, con Dios, sin profanarlo, al
tomarlo y sacarlo del altar.
¿Por qué dice “a Cristo” y no dice “a Jesús”? Porque al decir “a Cristo” está
expresando al Verbo encarnado en su plenitud, que es el misterio pascual,
que es pasión y muerte, resurrección y el derramamiento del Espíritu
Santo sobre toda carne.
Pero nos atreveríamos a decir que en realidad no somos tanto nosotros los
que lo recibimos sino que es Él, el que nos recibe a nosotros. Por eso cada
vez que nos acercamos a comulgar va creciendo en nosotros el don de ser
“otros Cristos”. Lo que pudo decir san Pablo: “mi vivir es Cristo”.
2. Celebramos el recuerdo de tu Pasión,
En la Eucaristía se hace siempre el memorial de la pasión y muerte de
Jesús. Al decir memorial, ¿qué significa? Recordemos: los israelitas tenían
setenta y tantos memoriales. El gran memorial era la Pascua, por cierto.
Pero había otros memoriales: el traje del Sumo Pontífice, otras fiestas más,
y tantas cosas más que le hacían recordar al israelita que Dios se
manifestaba en ellos con su misericordia, con su fuerza salvadora, con su
cercanía. Ese era el memorial para que en Israel se avivara también la
memoria. Frente a este Dios que actúa de esa forma, ¿qué correspondía al
israelita? Una sola cosa: la fidelidad. El beraká, la alabanza de acción de
gracias, pero la fidelidad fundamentalmente.
Y por eso nosotros, celebrando la Eucaristía, tenemos bajo el signo del Pan
y del Vino preparado, con las palabras que acompañan la consagración, el
memorial de su pasión. Esto quiere decir que ha bajado Dios hasta
nosotros. Se ha acercado a nosotros en una condición única. No nos queda
a nosotros más que la fidelidad, la acción de gracias, el beraká, que es la
gran plegaria eucarística que nos recuerda el misterio.
Cuando uno es ordenado sacerdote, el obispo nos dice: “vive lo que
celebra”. Cada vez que celebramos la Eucaristía estamos celebrando la
pasión y muerte de Cristo. Y que no nos ocurra como a los discípulos, que
cuando Cristo hablaba de su pasión y muerte no entendían las palabras. Y
aún Pedro se subleva contra aquellas palabras. Y se subleva Pedro incluso
contra las actitudes de Cristo.
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Por eso que al venir los problemas de la vida – que a veces son tan duros, a
veces son tan injustos, a veces son tan crueles- estamos viviendo el
misterio en su plenitud. Por lo tanto, celebramos todos los días, estamos
en la sagrada Eucaristía el memorial de su pasión.
3. el alma se nos llena de gracia
La gracia, que palabra tan hermosa, porque la gracia significa lo gratuito.
Por lo tanto, nada que yo tengo que comprar ni merecer, sino que se me
regala.
Para Jansenio la obra de la salvación era algo a lo que se accedía después
de dignificar el alma. Pero eso no es cristiano. Nadie es digno de recibir a
Jesús. La Eucaristía, como decían los padres de la Iglesia, es el fármacos,
el remedio. No hay que ser santos para recibir la eucaristía sino que hay
que recibir la eucaristía para ser santos.
Por lo tanto nos acercamos al trono de la gracia, como dice la carta a los
Hebreos, al trono de lo gratuito, de lo que se nos da, donde no nos
preguntan “qué es lo que traes”, pues Dios quiere ver nuestras manos
vacías para llenarlas.
Muchas veces, muchas veces nos va a pasar que al celebrar la Misa nos
sentimos tan pobres, tan infelices, tan en poco ánimo, ni para decir una
palabra porque estamos angustiados, porque nos sentimos perseguidos,
porque nos sentimos pecadores... ¡Veinte mil razones para sentirnos en la
peor situación! En ese estado hay que acercarse al Señor porque Él es
gracia y por lo tanto es perdón. Acoge la gratuidad de Dios y el alma crece
y se llena en el misterio de Dios. Eso solamente lo vamos a ver después de
muertos.
4. y se nos da la prenda de la vida eterna!
Uno da algo en prenda cuando aún no se puede pagar. Es para tener una
garantía de que pagaré. La Eucaristía es la prenda que nos da Jesucristo
para que al volver a la vida diaria no nos olvidemos que la vida es un paso,
que vamos a una gloria que es la definitiva y que es la que realizará todo
nuestro ser humano en plenitud. La prenda la llevamos dentro porque
hemos comido el cuerpo y hemos bebido la sangre de Cristo. Esa es la
prenda de la futura gloria.
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Por eso la vida para nosotros es una vida gloriosa. Somos ciudadanos del
cielo. Al comulgar cada día recibo la garantía de que no soy de acá. Mi
patria es allá, como decía Diogneto: en cualquier lugar de la tierra en que
esté el cristiano, nunca está en su patria, nunca. La patria de él es la
patria del cielo, la ciudad celestial, allá. Ahí está inscrito nuestro nombre.
5. V. Les has dado pan del cielo.
Pan del cielo, qué linda expresión. Ninguna más apropiada, pues Cristo es
el cielo. Este alimento no sirve tanto para el cuerpo sino para el alma.
6. R. Que contiene en sí todo deleite.
Cómo no deberíamos buscar tantas otras cosas si éste pan, este alimento
contiene todo deleite.
7. Conclusión
Por esta razón, esta antífona de santo Tomás de Aquino conviene – cuando
uno va a comulgar- repetirla varias veces.
Que ese “¡Oh!” sea verdaderamente la expresión externa, imperfecta,
monosilábica, de todo un ser interior, de todo un conocimiento interior, de
todo un anhelo interior.
Te recuerda su pasión, tanto en el día como en la noche. Cuando te
sorprendan dolores, tribulaciones, injusticias, malos entendidos,
recordemos que celebramos en la Eucaristía la pasión y muerte del Señor.
El alma se llena de la gracia por lo tanto yo soy otro Cristo
Jesús dijo en el Apocalipsis: “estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre
entraré y él cenará conmigo y yo cenaré con él”,
Cómo habrá celebrado María la Eucaristía, allí en Éfeso, con Juan el
discípulo amado de Jesús.
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