Prólogo al libro “Los Asturianos refugiados en Cataluña”, de Etelvino González por Manuel Fernández de la Cera Entre los temas sobre la Guerra Civil en Asturias menos tratados, figura el de “Los asturianos refugiados en Cataluña”, que ahora estudia Etelvino González en este libro. No se trata, en modo alguno, de una cuestión menor, dentro de la historiografía contemporánea de nuestra región, sino de una larga etapa, entre el otoño de 1937 y la primavera de 1939, en la que unos 50000 asturianos encontraron refugio en Cataluña, tras la caída de Asturias en manos de los facciosos. La generosa acogida de la Generalitat, y de otras instituciones catalanas, con el gobierno de la II República y el Centro Asturiano de Cataluña, tiene mayor relieve si se recuerda que, a la vez que nuestros paisanos, llegaron a Cataluña en 1938, otro millón de españoles. Corresponde a Etelvino González y a Adolfo Fernández –ambos vinculados a la Fundación Barreiroel mérito de ser los primeros en abordar en profundidad la investigación de esta importante etapa asturiana, de casi año y medio, de nuestra contienda civil. Entre 1992 y 2002, Etelvino González fue Director de la Fundación Barreiro, desarrollando durante esos diez años, una desinteresada y eficaz labor, añadiendo a su bibliografía anterior, numerosos estudios sobre la historia de las ideas, especialmente de las ideas socialistas y sobre nuestra Guerra Civil. Si la vida humana es una mezcla de “destino, carácter y azar” –como afirmó el filósofo alemán W. Dilthey-, es evidente que una buena parte de la primera generación española de la posguerra, a la que pertenece Etelvino González,combina en su biografía la formación inicial con una orden religiosa con la acvtividad política posterior. En el caso de Etelvino, como en el de quien firma esta breve prólogo, se suma a la inspiración de Tomás de Aquino, el P. Vitoria o Bartolomé de las Casas,dominicos ilustres, la de Pablo Iglesias, Fernando de los Ríos o Besteiro. Entre las numerosas responsabilidades ejercidas por Etelvino González, como la dirección del Colegio San Ildefonso, en Madrid, y de la Fundación Docente de Mineros Asturianos, en Oviedo, yo quisiera destacar su labor de incansable promotor de ideas en Asociaciones Culturales como Cubera. A Etelvino González se debe la principal iniciativa –hace ya un cuarto de siglo- que culminó con la recuperación del gran conjunto monumental de Valdediós, que incluyó la canalización de un pequeño y peligroso arroyo por el entonces consejero de Obras Públicas Pedro Piñera. La base documental del trabajo combina la consulta de numerosos archivos, como el Histórico Nacional, Sección Guerra Civil, de Salamanca o los municipales de Gombrén, Cervera y Olot, así como el testimonio oral de supervivientes de la Guerra Civil e incluso se basa en diarios inéditos, como el del Dr. D. Carlos de la Concha y el de D. Joan Estevanell i Riera. También se basa en la documentación de las Fundaciones Pablo Iglesias y José Barreiro, de las que Etelvino González es un buen conocedor. Esta pluralidad de fuentes permite al autor desmitificar, con todo rigor, algunos excesos en la interpretación de nuestra historia contemporánea, fruto del fervor nacionalista. Así, por ejemplo, la proclamación como Consejo Soberano del Gobierno de Asturias y León, en la fase final de la resistencia asturiana, el 24 de Agosto de 1937, no puede interpretarse sino en términos de las exigencias de operatividad que motivaban las dificultades crecientes de la contienda. No gusta Etelvino de maquillar la patética situación del desmoronamiento final, que relata de un modo descarnado, con actuaciones heroicas, como la defensa, durante catorce días, del Mazucu, en el frente del oriente.Del mismo modo, describe las penosas evacuaciones de los vencidos hacia la costa francesa, y, desde allí, a Cataluña. Dedica el autor una atención preferente al Centro Asturiano de Cataluña, fundado en 1930, y que dura, en esta primera etapa, casi nueve años. Una de las primeras iniciativas del Centro fue comisionar a su presidente para que viniera a Asturias a contratar, entre otras actuaciones, una de “Los cuatro ases”: Cuchichi, Botón, Claverol y Miranda. Entre los libros de la biblioteca del centro no podía faltar el “Españolito”, sobre “Autores, escritores y artistas asturianos”, y conocido por el pseudónimo de su autor, el avilesino Constantino Suárez Fernández. Grandes fueron los servicios del Centro Asturiano en favor de los refugiados, constituyéndose una “Comisión de Ayuda a los Refugiados de Asturias”, que se ocupaba de atender a unos 25000 mujeres y niños, a los que siguió la llegada de los responsables políticos y combatientes, que E. González cifra entre 12 y 15000 personas, y que salen de Asturias en torno al 20 y 21 de Octubre. El autor explica las dificultades para articular todas las ayudas de las diferentes instituciones, sin eludir los aspectos más penosos de la vida de los refugiados, ni las contradicciones de la sociedad catalana, imbuida de un acusado componente ácrata. D. Pedro Caravia, que figuró entre aquellos refugiados, solía contar la paradoja en que incurría su peluquero, quien al acabar el servicio decía: “Camarada, servidor de usted”. Naturalmente, el fígaro aspiraba a que fueran compatibles el espíritu igualitario y la propina. También se trata en estas páginas de servicios propios, como una cooperativa de consumo y un taller de confección, así como de las colonias escolares. Pero, al lado de las mujeres, ancianos, niños y heridos refugiados, otros asturianos lucharon en los frentes del Ebro, defendiendo la Cataluña republicana. Unos, como el comandante Manolín, perdieron la vida; otros continuaron la lucha, como maquis, en Francia, o enrolados en unidades legendarias, como la división Leclerc, al frente de la cual entraron en París y atravesaron Francia, liberándola del nazismo. Estos españoles y asturianos lucharon para hacer posible la Europa libre y democrática que disfrutamos hoy. De ellos puede decirse el primer verso de un poema de Alberti, que figura a la entrada del cementerio republicano español en Septfonds, al norte de Toulouse: “Vosotros no habéis muerto.”