Intervención del Presidente del Principado, Francisco Álvarez-Cascos Jovellanos.

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Intervención del Presidente del Principado,
Francisco Álvarez-Cascos
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 Acto del Bicentenario Fallecimiento de
Jovellanos.
 Puerto de Vega
 28 de noviembre de 2011
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El gran español de corazón asturiano
y de pensamiento universal
Señoras y Señores,
“La posteridad no me juzgará por mis títulos, sino por mis obras” había dejado
anotado Jovellanos en su Diario (1). Y aquí estamos en Puerto de Vega los
representantes de las instituciones políticas y culturales asturianas recordando
a nuestro gran ilustrado en la efeméride del 200 aniversario de su muerte. En
realidad llevamos dos siglos reconociendo el valor de su pensamiento reflejado
en una obra de dimensión universal, y en una aportación extraordinaria a la
construcción de una España nueva, abierta a Europa y de una Asturias
próspera y moderna.
Su fallecimiento precisamente aquí, en la casa de Antonio Trelles que lo acogió
y lo alojó, es el testimonio de la vida de un gran hombre que no claudicó nunca
ni de sus compromisos patrióticos ni de su sentimiento asturiano, ni ante la
persecución de sus enemigos políticos en la Corte, ni siquiera ante los
“calumniadores” asturianos (2) que lo denunciaron y lo persiguieron hasta verlo
encerrado en el castillo de Bellver, ni ante los enemigos de la Central que le
obligaron a embarcarse en el bergantín “Covadonga” rumbo a Gijón, con larga
espera en Muros de Noya, ni ante los franceses que forzaron su postrera huida
a bordo del bergantín “El Volante”, en el que llegó de arribada a Puerto de
Vega para pasar los que serían sus últimos días.
En Puerto de Vega buscaba refugio de un temporal , tras 10 largos años de
expatriación, después de pasar en Gijón los 3 meses seguramente más
emotivos e intensos de su vida, dedicados a defender la soberanía española y
a reconstruir su amado Instituto, semidestruido por las tropas invasoras y
utilizado como cárcel. Su biógrafo Somoza relata que en los tres meses de su
última y definitiva estancia en su villa natal no se preocupó más que de “la
restauración del Instituto, y de volver a inaugurar los estudios. Rehace todo,
convoca a maestros y alumnos y anuncia la apertura del curso para el 20 de
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noviembre de 1811. Ni los vaivenes inconstantes de la suerte, ni los achaques
de la edad, ni el quebranto de su fortuna, ni el estado de guerra del
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país…¡nada le arredra ni le preocupa! Nada quebranta aquella tenacidad
indomable, aquella voluntad de hierro. Hombre práctico, como lo fue toda su
vida, encuéntrase siempre al pie de la brecha, y así en los días prósperos como
en los aciagos, prosigue sin interrupción la gran empresa de regenerar a su
patria” (3).
Regeneración de la patria, la grande y la pequeña. Esa fue, en definitiva, la
obra de Jovellanos que un siglo después, inspirándose en él, impulsaron Costa
y el regeneracionismo, y que queremos -siguiendo también su ejemplocontinuar hoy los asturianos, con una emoción especial los que crecimos en la
plaza del 6 de agosto, los que de niños jugamos al lado de la estatua en bronce
de Fuxá, y todos los que aprendimos a amar a Asturias y a España leyéndolo y
estudiándolo.
A Jovellanos le tocó vivir un tiempo extraordinario, el tiempo de la Enciclopedia
y de la Ilustración; el del comienzo de la Independencia americana; el de las
guerras europeas, con sus vaivenes del choque con los ingleses por el control
de los mares del mundo concretado en Trafalgar y, sin solución de continuidad,
del choque con los franceses por el control de Europa en Bailén; el de la
Regencia y de la Junta Central de Cádiz; el tiempo del fin del Antiguo Régimen
y el comienzo, en efecto, de una España nueva. En su personalidad arrolladora
y omnipresente se distingue claramente su corazón pletórico de amor a
Asturias, y su cabeza portadora de pensamientos universales.
Jovellanos aspiraba con su esfuerzo y su dedicación a hacer de Asturias un
país moderno, y fue el verdadero inventor de la Asturias contemporánea pues
suya fue la puesta en marcha de la Carretera de Castilla por Pajares, de la
Carretera Carbonera, del puerto del Musel, del desarrollo de la explotación
minera e industrial, y de la creación del Instituto Asturiano de Náutica y
Mineralogía.
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Su capacidad intelectual le abrió por derecho propio las puertas de las Reales
Academias de Historia, de Bellas Artes y de la Española de la Lengua. Y su
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vocación de hombre de acción dejó proyectos nacionales de transformación
inconfundibles en las Reales Sociedades Económicas sevillana, matritense,
asturiana y mallorquina por las que pasó. Entre otros el memorable “Informe
sobre la Ley Agraria” para sacar del atraso la agricultura española, o los
históricos informes sobre el carbón de piedra para promover el desarrollo
minero e industrial de Asturias y de España, o los escritos morales para
conseguir, como se decía en la época “la felicidad” de sus compatriotas, o en
fin los textos sobre la defensa de la educación pública para cimentar sobre ella
la base de la prosperidad nacional.
En el legado de Jovellanos destaca su convencimiento de que sólo el
conocimiento riguroso y exacto de Asturias, de sus problemas y de sus
posibilidades, podría sostener los cimientos de lo que configura a un
“ciudadano comprometido” y que así lo expresa: “Para conocer la situación de
una provincia no basta haber vivido en ella largo tiempo. Hay muchas gentes
que son siempre forasteras en su propio país, porque nunca se aplicaron a
conocerle. Tampoco basta haberlo recorrido de un cabo a otro, si esto no se
hizo inquiriendo, observando y apuntando lo más notable. El que viaje sólo por
divertirse, el que atraviese muchas veces un país sin más objeto que el de
atender a sus particulares negocios, sólo podrá decir que lo ha visto”(4).
Una idea recurrente y casi obsesiva en Jovellanos, y de gran actualidad en la
Asturias de hoy, es la de que los problemas del Principado no radican tanto en
su pobreza natural sino en la mala gestión de unos recursos suficientes en
diversidad y abundancia para garantizar el bienestar de la población. No se
trata tanto de una vana apología de la autosuficiencia, y referida a una Asturias
aislada, como de la llamada a la participación equitativa en la consolidación de
la prosperidad de esta tierra. “Esta riqueza se puede adquirir de tres modos:
primero, aumentando las producciones de Asturias por medio del cultivo;
segundo, dando más valor a estas producciones por medio de la industria;
tercero, aumentando y haciendo efectivo este valor por medio del tráfico”(5).
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Hoy estas sugerencias pueden parecer planteamientos “naïfs” de lo que es una
sofisticada cultura económica y empresarial, pero sin duda han sido una semilla
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fundacional de otro modo de ver, desde las sombras de una irredenta Asturias,
los gozos y las sombras de nuestra realidad.
Me gusta considerar a Jovellanos como un pionero y como un revolucionario.
Como alguien que, con la misma luz y ante el mismo paisaje, supo ver lo que
otros no veían. Es el hombre de leyes formado en las Universidades de Oviedo,
Ávila, Osma y Alcalá de Henares, que clama: “¿Qué sería de una nación que,
en vez de geómetras, astrónomos, arquitectos y mineralogistas, no tuviese sino
teólogos y jurisconsultos?”(6).
La agudeza de su visión intelectual hizo de
Jovellanos un adelantado a su tiempo en todas las materias que abordaron sus
pensamientos y sus obras. En esta época de convulsiones financieras que
sacuden al mundo entero, y a España especialmente, merece la pena recordar
hoy sus ideas sobre estas crisis, sintetizadas en una carta poco citada, fechada
en Sevilla el 6 de setiembre de 1777, dirigida a su paisano y protector –
entonces- el Conde de Campomanes(7). Su preocupación fundamental se
condensa en esta pregunta "¿Por qué medios conseguiría esta nación la
confianza pública, única fuente de donde podía refluir a los erarios equivalentes a la actual deuda pública-
la riqueza de los particulares?".
Porque, continua Jovellanos su razonamiento, "si los extranjeros domiciliados
en el reino no llevaban su dinero a los erarios, menos lo llevarían los que vivían
fuera de él. La autoridad, la persuasión o el ejemplo podían mover a los
primeros; pero, ¿quién removería la desconfianza de los segundos?". Concluye
Jovellanos que "esta desconfianza no podía desvanecerse [...] con las
seguridades ofrecidas por el reino y la corona" ya que "todos saben y todos
creen que en las necesidades públicas y extremas, la falta de medios absuelve
al Estado de toda obligación", y advierte que, en este caso, "¿cómo se fiarían
de sus ofertas el natural ni el extranjero?".
Jovellanos ya conocía perfectamente y anticipaba el comportamiento de lo que
hoy conocemos por mercados financieros, y se atrevía a realizar un pronóstico:
"Sería preciso recurrir a los medios de coacción para llevar a los erarios el
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dinero ocioso; pero esta coacción aumentaría la desconfianza. Todos
esconderían su dinero; [...] la circulación se haría más lenta y reducida, y todo,
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menos el dinero, caería en desprecio."
Son palabras que podrían aplicarse a la actual crisis española y a la
importancia de generar “confianza” para que se recupere la economía de un
país. ¡Cuántas penurias nos habríamos ahorrado los españoles si también en
esta materia se tuvieran en cuenta los consejos que nos dejó escritos
Jovellanos hace más de 200 años! ¡Cuánto tardan algunos en entender que de
una crisis financiera no se sale con gasto público sino con “confianza”!
No quiero dejar de mencionar que en su carta a Campomanes, Jovellanos
también apostaba por los Montes de Piedad (antecedentes de las Cajas de
Ahorros) como respuesta nacional a los problemas financieros de aquella
época. "Pero si el establecimiento de los erarios hubiera sido ruinoso a España
de aquella época, el de los montes píos, por sí solos y mejores reglas, hubiera
detenido la decadencia de la nación, y sin los inconvenientes de los erarios,
hubieran producido muchas de sus utilidades". Y Jovellanos continúa "¿Quien
duda que la industria no puede prosperar mientras estos fabricantes no tengan
mas fomento? Un monte pío les daría cuanto necesitasen". Hace 200 años,
pues, la solución para Jovellanos no pasaba por más deuda pública sino por
hacer fluir la financiación privada, desde la confianza y con los instrumentos
adecuados: esos montes píos -hoy Cajas de Ahorros- "erigidos con el fin de
fomentar la industria". Dos siglos después, se repite la misma historia.
Pocos años más tarde de esta carta, Jovellanos formó parte de la comisión
que puso en marcha en 1782 el Banco de San Carlos, antecedente del Banco
de España. De la clarividencia de nuestro ilustre paisano en cuestiones
financieras nos dejó un testimonio excepcional el profesor de historia
económica y reconocido hispanista Hamilton (8), al subrayar que "el 14 de
marzo de 1782, Jovellanos aprobó de manera entusiasta el plan del nuevo
banco, excepto 'el inmenso capital que no podía contemplarse sin sobresalto'.
Temía que de los elevados recursos pudiera derivarse inflación [...] Por
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consiguiente, intercedió por la reducción de capital a doscientos millones de
reales, una magnífica medida de prudencia según mostrarían los hechos",
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sentencia Hamilton.
A la luz de esta última cita, cuando celebramos el segundo centenario de su
muerte, podemos afirmar que el faro de la intuición genial de Jovellanos nos
sigue guiando, y que la memoria sigue viva a través de su obra para cualquier
persona cabalmente comprometida en el afán de mejorar la felicidad de
Asturias y de los asturianos.
Es el Jovellanos que, en este día del bicentenario de su muerte en este rincón
recoleto de Asturias, en Puerto de Vega, nos reúne en torno a su legado y que
encarna una apuesta por una España y por una Asturias modernas, liberadas
de los mitos limitadores y abiertas al progreso de las ciencias que hacen el
mundo más humano. Asturias fue, de algún modo, el laboratorio íntimo para el
pensamiento universal del gran Jovellanos, el gran español de corazón
asturiano.
Muchas gracias
(1) Jovellanos. Miscelánea de trabajos inéditos, varios y dispersos, dispuestos para la
impresión por Vicente Huici Miranda (prólogo de Julio Somoza). Barcelona, 1931. Pag. 160
(2) Somoza, Julio. “Las amarguras de Jovellanos”. Edición facsímil. Gijón, 1989. Pag. 30
(3) Id. Id. Pag. 209
(4) Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias, dirigido a su Real Sociedad
de Amigos del País de Asturias. 22 de abril de 1781. IFES XVIII. Tomo X. Pag. 277
(5) Id. Id. Pag 279
(6) Noticia del Real Instituto Asturiano. 22 de junio de 1794. IFES XVIII. Tomo XIV. Pag. 1.071
(7) Carta a Pedro Rodríguez de Campomanes. 6 de septiembre de 1777. IFES XVII. Tomo II.
Pags 78 a 82
(8) Hamilton, Earl Jefferson. “El Banco de España: una historia económica”. Obra colectiva.
1970.
7
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