LA LUNA

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LA LUNA
Nuestro satélite, la Luna, es con diferencia el cuerpo celeste
más próximo a la Tierra. De ella nos separan, por término medio,
384.000 km. Esta proximidad convierte a la Luna en el astro más
brillante de la noche. Su luminosidad en fase llena supera en unas
10.000 veces a la que nos llega de las estrellas más brillantes de la
noche, y transforma lo que podría ser una noche oscura en un prolongado crepúsculo. Este
hecho condiciona muchas de nuestras observaciones nocturnas: localización de estrellas
débiles, observación de meteoros, etc. sólo podrán llevarse a cabo con éxito si la Luna no está
presente, o al menos se encuentra en una fase reducida. Así que, tanto si se desea ver la Luna
como si lo que se quiere es mirar cualquier otro objeto celeste, sin duda es interesante
conocer la localización de la Luna y la fase que presenta.
El plano de la órbita lunar alrededor de la Tierra no se aleja mucho del plano de la
eclíptica, o plano de la órbita terrestre en torno al Sol; en concreto ambos forman un ángulo
próximo a 5°. Por ello siempre vemos a la Luna en las inmediaciones de la eclíptica, es decir,
en plena franja del Zodiaco, zona que comparte con el Sol y los planetas. Así como el Sol va
ocupando a lo largo del año distintas posiciones sobre la eclíptica que hacen que se eleve más
o menos sobre el horizonte en los diferentes meses, la Luna igualmente alcanza mayores o
menores alturas en función de la época del año y de la fase que presente. Así, la Luna Llena
puede llegar a verse muy alta al final del otoño y principio del invierno, contrariamente a lo
que sucede al acabar la primavera o comenzar el verano.
El periodo orbital de la Luna es de 27 días, 7 horas y 43 minutos (periodo sidéreo).
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Transcurrido ese tiempo nuestro satélite ha recorrido toda la franja del Zodiaco y vuelve a
situarse sobre la misma constelación de partida, es decir, que en promedio permanece poco
más de dos días en cada constelación del Zodiaco. Debido a su sentido de giro alrededor de
la Tierra, la Luna retrasa diariamente su aparición en unos 50 minutos por término medio.
La Luna, como el resto de los satélites, planetas, cometas y en definitiva, todos los
cuerpos del Sistema Solar con excepción del Sol, es un astro oscuro que brilla en el cielo
merced a la luz que le llega de nuestra estrella. Esa luz, al encontrarse con un cuerpo
esférico como la Luna o los planetas sólo ilumina naturalmente un hemisferio, en el que será
de día, permaneciendo el hemisferio opuesto en oscuridad.
Si contemplamos pues un planeta desde distintos puntos de vista, podremos ver una
fracción mayor o menor del hemisferio iluminado por el Sol, con el consiguiente cambio en
la apariencia del planeta. Ese porcentaje del disco iluminado se denomina fase. En el caso
de la Luna, dado que gira alrededor de la Tierra, es posible ver la totalidad de las fases;
basta con esperar a que transcurra un mes completo.
Cuando las posiciones aparentes del Sol y la Luna en el cielo son muy próximas entre
sí, la cara que nos muestra nuestra compañera permanece en ese momento en oscuridad,
por lo que no la vemos: es la Luna Nueva. Téngase en cuenta que aproximadamente desde
dos días antes del novilunio, y hasta dos días después de dicha fase, la Luna no es visible.
Transcurridas unas horas la Luna se ha separado angularmente del Sol hacia el este
(nuestra izquierda), por lo que deja ver un estrecho gajo iluminado en la parte derecha de
su disco: comienza la fase creciente.
Durante esos días es posible contemplar un curioso fenómeno, conocido como luz
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cenicienta. La inmensa mayoría de la luz que baña la superficie lunar procede directamente
del Sol. Sin embargo la Tierra también recibe la luz del Sol, parte de la cual es reflejada e
incide sobre nuestro satélite, de manera similar, aunque en mayor medida, a como la Luna
Llena ilumina sutilmente la noche terrestre. El resultado es que en los días siguientes a la
Luna Nueva (al igual que sucede en los días previos) puede apreciarse el pálido resplandor
de la luz cenicienta cubriendo las regiones de la cara visible que aún no han sido iluminadas
por el Sol, pudiéndose entonces vislumbrar el borde del disco lunar en su totalidad.
Una semana después de la Luna Nueva se produce el Cuarto Creciente: la Luna se ve
por la tarde y durante la primera mitad de la noche, ocultándose por el horizonte oeste hacia
la medianoche. Transcurrida otra semana se alcanza la Luna Llena, fase en la que nos
acompaña durante la totalidad de la noche. Además es en esta situación cuando la Luna
presenta un brillo tan elevado que impide la visión de los astros más débiles. Una semana
más tarde se llega al Cuarto Menguante, en el que nuestro satélite aparece hacia el este ya
de madrugada, permaneciendo en el cielo matutino y ocultándose por el oeste alrededor
del mediodía.
La combinación de la traslación de la Luna y la de la Tierra hace que el periodo
sinódico de la Luna, es decir, el tiempo que tarda ésta en volver a repetir su fase, sea en
promedio de 29 días, 12 horas y 44 minutos (unos dos días superior al mes sidéreo). Así, el
primero de abril de 2001 se produce el Cuarto Creciente en Géminis, mientras que el último
día de ese mismo mes se repite la fase, pero en la constelación que viene a continuación,
Cáncer.
De todos es sabido que la Luna presenta siempre la misma cara hacia la Tierra. Desde
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pequeños lo hemos podido comprobar, al observar siempre las mismas manchas oscuras
sobre su blanco disco, los llamados mares. Este hecho se debe a la coincidencia entre el
periodo de rotación sobre su propio eje y el periodo de traslación alrededor de la Tierra. No
se trata de una casualidad excepcional; existe un acoplamiento real entre ambos giros
provocado por la intensa fuerza de gravedad terrestre.
A simple vista no pueden distinguirse en el disco lunar más que los mares de mayor
extensión; con unos prismáticos se reconocen sin dificultad todos ellos e incluso otras
formaciones como son los golfos o bahías, las montañas más elevadas y los principales
cráteres. Los mares son vastas llanuras basálticas originadas hace unos 3.000 millones de
años, cuando lava muy fluida afloró a la superficie lunar, rellenando las grandes cuencas
existentes en aquel entonces. Esas cuencas pudieron ser el resultado de colosales impactos
de asteroides, responsables asimismo de la formación de las cadenas montañosas que
delimitan algunos de los mares.
Las tierras son de color claro y están formadas por materiales más antiguos, de edad.
superior a los 4.000 millones de años. Es por esa antigüedad por lo que en ellas abundan
los cráteres de impacto. Las dimensiones de los cráteres son muy variables: algunos llegan a
medir más de 100 km de diámetro y poseen paredes de varios km de altura; otros en cambio
tienen un tamaño inferior al kilómetro. Con frecuencia los cráteres se observan
superpuestos unos a otros, lo cual revela las diferencias de edad.
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