EN LA ESCUELA DEL BEATO JUAN DUNS ESCOTO (Roma, PUA, 8 de noviembre de 2005) Fr. José Rodríguez Carballo, ofm Ministro general Queridos Hermanos y Hermanas que prestáis servicio en la Pontificia Universidad Antonianum: autoridades académicas y oficiales, profesores y estudiantes, queridos “socios” de la Comisión Escotista: ¡el Señor os dé la Paz! Agradezco al Profesor Antiseri que, con su lección magistral, nos ha guiado por el camino de una positiva revaloración de la contingencia. Ésta marca, en efecto, de diversas maneras, pero ampliamente, la cultura, el sentir y la sociedad de nuestro tiempo. Pero vemos que existe un camino positivo para recorrerla, como hemos recientemente escuchado. Ya San Buenaventura había trazado uno. El Itinerarium mentis in Deum, es literalmente una «vía», un itinerario, un camino a través de la contingencia del cosmos y del hombre, el límite fuera y dentro de nosotros, que se hace, positivamente, acceso al absoluto, a Dios. Estamos frente a la traducción buenaventuriana de la historia humana y espiritual del hermano Francisco, quien sabía descubrir, escuchar y contemplar al altísimo, omnipotente, buen Señor, en las criaturas y a través de las criaturas, también allí donde los ojos de la mayoría parecían estar incapacitados para ello. Llamando hermano y hermana toda criatura y las cosas más humildes, las realidades donde la limitación es más evidente, san Francisco afirma el manifestarse de la soberana y amorosa paternidad de Dios en ellas. Él, así reconoce y alaba al Absoluto en lo contingente: en la «criatura mundo», «nuestra hermana madre Tierra», en la hierba que «por la mañana brota y florece, por la tarde está mustia y seca» (Sal 90, 6), en todos los animales, también en los más pequeños e insignificantes, como las abejas y los gusanos (cf. 1C 80 ss.), en la hermana ceniza, símbolo elocuente de la caducidad y transitoriedad de nuestra realidad. Pero también el límite del hombre se hace motivo de alabanza: en la extrema fragilidad del hermano cuerpo, en los «hermanos cristianos leprosos», en «nuestra hermana la muerte corporal», en la hermana enfermedad y el hermano sufrimiento. Ni siquiera la pobreza moral se sustrae a esta lógica, por que San Francisco la sabe transformar en alabanza: por los hermanos ladrones, por el hermano lobo, por los « pobrecillos sacerdotes de este mundo», y también por los ricos que viven en el lujo. Así, tras las huellas de San Francisco, el beato Juan Duns Escoto, en cuya memoria litúrgica, hemos querido hoy tener la lección magistral para la apertura del nuevo año académico de nuestra Universidad, se revela muy atento al valor intrínseco de la contingencia y del finito. Él, en su famosa teoría de los trascendentales disyuntivos, afirmando que cada ser existente debe considerarse, por necesidad ontológica, finito o infinito, eleva, de hecho, la finitud del hombre en camino a la dignidad de predicado trascendental, y porque, como Escoto lo demuestra en el De Primo Principio, Dios es el único ser infinito, entonces el finito, el posible y el contingente, otra cosa no son, en cierto sentido, que el aspecto más propio de todo esto que no es Dios, del mundo y del hombre. A diferencia del itinerario de San Buenaventura, que se basa en la imagen y semejanza del mundo y del hombre con Dios, el camino de Escoto a Dios, se basa propiamente sobre la radical diversidad y alteridad del mundo y del hombre, contingente, con Dios, que es infinito y necesario. Desde Buenaventura a Escoto pasó solo una generación, pero también entonces los tiempos corrían, y en el arco de aquella generación, cambió radicalmente el modo de pensar y de afrontar la realidad. Eclipsado Agustín, se había impuesto Aristóteles, pero los Hermanos Menores, con Francisco, continuaron afirmando que el mundo y el hombre, como quiera que se los concibiese, de ti Altísimo llevan significación. Para llegar a Dios no se deben buscar, parece decirnos Escoto, los rasgos comunes entre el Absoluto y lo contingente, sino diversamente, en la esencial e insuprimible diferencia y alteridad existente entre Infinito y finito. Es este el nuevo camino de Escoto, quien abriéndose a la visión laicizante y secularizante de Aristóteles, la sabe inscribir en una visión cristiana del mundo, del hombre y de la historia, como es la visión franciscana. El beato Juan Duns Escoto nos recuerda así, que también en el campo del conocimiento, de la cultura y del estudio, el posible y el contingente pueden construir la condición de apertura al Necesario y al Absoluto. Más que un «pensamiento fuerte», que corre el riesgo de querer garantizar la existencia del Absoluto -casi sería la potencia del pensar humano el que aseguraría la existencia de Dios y no, en cambio, su infinitud y absolutividad- Escoto propone un pensamiento humilde, pobre, «franciscano», que se hace invocación y vocación, oración y peregrinación, hacia el Absoluto. Comprendemos en este marco la particular y acostumbrada atención que en la tradición franciscana han sido siempre reservadas a la libertad y a la historicidad del hombre, a sus verdades, pobres, y aun así siempre verdades. El siglo que nos hemos apenas puesto a nuestras espaldas, el vigésimo de la era cristiana, ligado doblemente con el racionalismo y con una fe desmedida en las capacidades de la razón, ha sido el siglo de los así llamados pensamientos «fuertes», de las ideologías, de las visiones ambiciosas y omnicomprensivas del mundo, y por ello tendencialmente violentas, de dos grandes guerras mundiales, y de otros numerosos conflictos. La enseñanza del beato Duns Escoto nos presenta, por el contrario, una razón consciente de los propios límites y de su esencial adhesión a la contingencia, y que está por lo tanto, atenta a la verdad de los otros. Una tal enseñanza indica hoy, para el hombre de buena voluntad, el intento de construir un mundo mejor, un camino privilegiado, desde donde poder encaminarse con sabiduría y amor. La venerada memoria de Pablo VI presentaba en esta luz, ya en 1966, la doctrina escotista: «Después, contra el racionalismo -escribía el Papa- [Juan Duns Escoto] mostró los límites de la razón en el conocimiento de la verdad revelada, y la necesidad de esta última para alcanzar el fin último, al cual el hombre ha sido destinado» (PABLO VI, Alma parens, n.º 18). «In processu generationis humanae sempre crevit notitia veritatis» [el conocimiento de la verdad ha siempre crecido en el progresar del genero humano] (Ordinatio IV, d. 1, q. 3, n.º 8). Escoto manifiesta una profunda sensibilidad hermenéutica que lo hace hombre de nuestros tiempos, más que medieval. Casi haciéndose eco del Doctor Seráfico, quién enseñaba que «nada en esta vida puede ser conocido de manera plena» («nihil in hac vita scitur plenarie» Questiones disputatae de scientia Christi, IV, ad 22), Escoto nos invita a una atención y una escucha del otro diverso de mi. En el camino del progreso del hombre, parece invitarnos a una pacífica acogida intelectual de quien no piensa como yo, pero que conmigo comparte el límite, la contingencia, la historicidad, quizás mi misma sed del Absoluto. En mi carta El Sabor de la Palabra sobre la vocación intelectual del Hermano Menor hoy, escrita con ocasión de la transformación de nuestro Antonianum en Universidad Pontificia, exhortaba a los hermanos, y sobre todo aquellos comprometidos en el estudio y en el diálogo con las culturas, a asumir actitudes de respetuosa escucha y de una atenta hermenéutica, actitudes muy necesarias para poder acoger a los otros y al totalmente Otro: «La búsqueda de la Vida, de la Verdad y del Bien, ilimitado océano de luz, requiere una inteligencia apasionada, atenta y respetuosa, porque dado que el manifestarse de la verdad no es nunca algo inmediato, la búsqueda no puede ser mas que una constante hermenéutica» (El Sabor de la Palabra, 3. 1). Deseo que la pasión por la búsqueda del «Camino, la Verdad y la Vida» pueda encender las mentes y los corazones, de todos aquellos que se acercan al pensamiento franciscano en general, y en particular al pensamiento del beato Juan Duns Escoto. Querría ahora recordar especialmente a los Hermanos que trabajan de manera humilde, escondida, pero con gran amor, en la Comisión Escotista Internacional. A ellos un gracias de toda la Orden, por lo que han hecho hasta ahora, y por que nos están entregando nuevamente la obra de un Hermano, que con su pensamiento marcó profundamente también nuestro modo de ser Hermanos. Un especial recuerdo a Fr. César Saco Alarcón que dedicó muchos años de su vida, con pasión y gran competencia, al trabajo en la Comisión Escotista. Al Señor de la vida se dirige nuestra humilde súplica por él y por cuantos a lo largo de estos años han sido miembros de dicha Comisión y que ya están en la casa del Padre. A todos os deseo que, mientras nos preparamos a celebrar el VIII Centenario del nacimiento de nuestro carisma, aprendamos del beato Juan Duns Escoto a vivirlo en la fidelidad, pero sabiendo, con creatividad, hacerlo significativo a nuestro tiempo.