¿?Crisis alimentaria? o ?hambre? de ganancias?

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¿?Crisis alimentaria? o ?hambre? de ganancias?
Paula Bach :: 04/08/2008
Los ?levantamientos del hambre? en más de 20 países representan una
amenaza para la estabilidad del capitalismo mundial. Y los precios de las materias primas
afectan a la tasa de ganancia de los sectores capitalistas no ligados directamente a su
producción
El precio de los cereales, la leche y el azúcar entre otros, sufren la peor inflación de las últimas tres
décadas. El Banco Mundial calcula que la cifra de 850 millones de personas que hoy padecen
hambre en el mundo, aumentará en los próximos años hasta 950 millones. Mientras tanto, las
empresas transnacionales de agronegocios y los cárteles de productos básicos que controlan el
comercio agrícola y alimentario como Cargill, Bunge y Archer Daniel Midland, anunciaron en 2008
que sus ganancias se habían incrementado 86% respecto de 2007, 49% respecto de 2006 y 42%
respecto de 2007, respectivamente. La comparación resulta indignante, aunque quizás más
indignante resulte la incapacidad (o falta de voluntad) de la economía vulgar (o burguesa) de hallar
una explicación sensata a esta aberración. Buscar causas superficiales a los problemas profundos es
una constante en el método de la “ciencia económica”, así como de la prensa y medios de
comunicación afines. Desde hace meses economistas, premios Nobel y periodistas económicos se
enfrascan en un círculo vicioso que adjudica el origen del alza del precio de los alimentos ya sea al
aumento de la demanda de China e India, a las inclemencias del clima, a la depreciación del dólar, al
incremento de la producción de biocombustibles o a la especulación financiera desatada sobre los
precios de las materias primas particularmente a partir del estallido de la burbuja inmobiliaria en
Estados Unidos. Negar la influencia relativa de estos aspectos en la variación de los precios sería
absurdo, pero pretender adjudicarle a cualquiera de ellos o a sus posibles combinaciones la causa
última de tamaña irracionalidad, constituye, por decir lo menos, una burla hacia los trabajadores y
los millones de pobres y hambrientos del mundo. Los “alimentos” son también… salarios y
materias primas Antes de abordar las causas profundas que a nuestro entender explican la “crisis
alimentaria”, es preciso avanzar en una definición certera del rol que ocupan los alimentos junto a
otros productos como el petróleo, el hierro, el acero, el cobre, etc., en el modo de producción
capitalista. En primer lugar los cereales y oleaginosas, la leche, el azúcar, entre otros, no
constituyen sólo bienes de consumo de la población, sino que representan al igual que el petróleo
–que a su vez cumple un rol clave en la producción de los restantes productos primarios-,
determinantes claves del precio de los salarios, materias primas y materiales intermedios en la
producción capitalista. Cuando se habla de “alimentos” o de “petróleo” hay que pensar en dos clases
sociales: una desposeída de todo medio de producción (los trabajadores y el pueblo pobre) para la
cuál estas determinaciones representan comida, medios de transporte, calefacción es decir, medios
de consumo indispensables para satisfacer sus necesidades básicas; otra, propietaria de los medios
de producción (la clase capitalista) para la cuál “alimentos” y “petróleo” entre otros, representan
fundamentalmente pago de salarios y materias primas o costos de producción (salvo en el caso de
los capitalistas que los producen, para quienes representan el “producto final”). A los capitalistas no
les preocupa sólo la ganancia en general, es decir la masa de trabajo no pagado a los trabajadores
sino en particular, la tasa de ganancia, es decir el porcentaje o la relación que ese trabajo no pagado
(en términos de dinero) representa respecto de lo que el capitalista invierte, es decir, respecto de lo
que se denomina el capital total. Dicho capital total se compone de maquinaria, edificios, etc.
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(capital constante fijo), materias primas y elementos auxiliares, es decir insumos (capital constante
circulante) y salarios (capital variable). Independientemente pues del valor absoluto de la ganancia,
la tasa de ganancia presenta una relación inversa con el precio de los distintos componentes del
capital total. Aquí nos interesa particularmente abordar el rol que juegan en la determinación de la
tasa de ganancia los salarios, las materias primas y materiales auxiliares, todos ellos altamente
relacionados con el precio de los productos primarios. Si todas las demás condiciones se mantienen
constantes1, a mayor precio de los cereales, la leche, el carbón, el petróleo y demás minerales,
mayor será el precio del capital constante circulante, mayores deberían ser los salarios (aún de
subsistencia) y, por tanto, menor será la tasa de ganancia del capital. Estas definiciones que parecen
meras abstracciones, se vuelven muy concretas cuando se observa que históricamente las altas tasas
de ganancia que rigen en los períodos de ascenso capitalista en los principales países, suelen estar
asociadas a la caída en los precios de las materias primas. No casualmente además, en la estructura
del mundo capitalista imperialista, los países atrasados han tenido escaso desarrollo industrial,
resultando la mayoría de las veces, fundamentalmente productores de materias primas. Un ejemplo
y una hipótesis La caída de los precios relativos de las materias primas desde el año 1951, así
como el acceso fácil de Estados Unidos al petróleo barato de Medio Oriente y el Golfo Pérsico,
constituyen rasgos (entre otros muchos aspectos) de suma importancia para explicar el “boom”
económico que, fundamentalmente en los países centrales, tuvo lugar tras la segunda conflagración
mundial. Que durante el “boom” el precio del petróleo haya sufrido una merma de alrededor del
40%, arrastrando a la baja el precio de las restantes materias primas, es uno de los factores
asociados al alza de la tasa de ganancia en ese período. Contrariamente, junto a los síntomas del fin
del “boom” y el principio de la declinación de la hegemonía americana, el alza del precio del
petróleo (que impulsó a la suba al resto de las materias primas) a partir del año ‘73 luego de la
guerra del Yom Kipur, sin ser el elemento determinante, acompañó estrechamente a otra serie de
factores que propiciaron el fin del fuerte crecimiento. En este caso la mirada unilateral de la
economía vulgar se manifiesta en la denominación de la crisis económica del 73/75 como la “crisis
del petróleo”. Dentro de la unilateralidad (que busca identificar a los países árabes como culpables
de la crisis) radica sin embargo un grano de verdad nunca abordado con honestidad y profundidad
por esta disciplina, consistente en la identificación (de hecho) de la relación entre los precios de las
materias primas y la tasa de ganancia del capital. A continuación veremos que la ofensiva neoliberal
comenzada en los años ‘80 permitió además del incremento de la explotación de los trabajadores, el
acceso directo de los grandes capitales transnacionales al mercado de las materias primas junto con
un importante descenso en los precios. Nuestra hipótesis es que se libró una nueva batalla del gran
capital por el control del mercado de productos básicos que fue reconfigurado, abriendo paso y
potenciando, el impacto de los factores que hoy aparecen como emergentes de la llamada “crisis
alimentaria”. Esta reconfiguración del mercado que particularmente durante los ‘90 y los primeros
años del ciclo de crecimiento del presente siglo, contribuyó a la recuperación de la tasa de ganancia,
se estaría manifestando hoy como una contradicción que en el período próximo podría precipitar su
caída. En este último sentido podría actuar también la escalada astronómica del precio del petróleo
estrechamente asociada a la inestabilidad geopolítica derivada de la conflictiva relación de Estados
Unidos con Irán y la caótica situación Iraquí. Ofensiva neoliberal: penetración del capital
transnacional Hacia fines de la década del ‘70, las políticas de “corte keynesiano” se habían
demostrado incapaces de resolver los principales problemas que azuzaban a la economía mundial:
estancamiento e inflación. Los estados de los países centrales (fundamentalmente Estados Unidos)
pegan un giro abrupto y lanzan una ofensiva que luego se conocería como “neoliberal”. Ante otro
salto en el precio del petróleo en 1979 (relacionado con la revolución iraní), la Reserva Federal
norteamericana decide aumentar las tasas de interés que trepan del 6% al 22%. Este factor
desencadenante de lo que en los países pobres se conoció como la “crisis de la deuda”, abrió paso a
la intromisión de los organismos internacionales en las políticas internas de esos países. Las
exigencias de liberar los mercados de capitales, reducir gastos estatales, privatizar empresas y
fuentes de materias primas para ser apropiadas por los grandes capitales transnacionales, fueron
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constantes en este período. La exigencia de reducción de los gastos estatales como forma de pago de
las deudas externas estuvo asociada en muchos países a la eliminación de subsidios para semillas y
fertilizantes, destinados a sostener la producción de alimentos básicos de la población. Los casos de
México, Filipinas o Haití (previamente autosuficientes en la producción de sus productos básicos
alimentarios), resultan elocuentes. La combinación de eliminación de subsidios, apertura comercial y
libre entrada de capitales devino en la liquidación de las pequeñas economías campesinas y la
entrada de los mismos productos a muy bajos precios (gracias a fuertes subsidios estatales)
provenientes por ejemplo de Estados Unidos. La distribución de las importaciones de maíz desde
EEUU fue monopolizada en México por empresas transnacionales como Cargill. Luego de la puesta
en marcha del TLC en 1994, el precio del maíz se redujo a la mitad y México devino importador neto
de ese grano. Gracias a la injerencia de la Organización Mundial del Comercio, Filipinas terminó
como importador neto de arroz, corriendo Haití la misma suerte, pasando a importar en la
actualidad el 80% desde Estados Unidos. Como resultado, el 70% de los países pobres son hoy
importadores netos de alimentos. Las políticas de los organismos internacionales privilegiaron
además los cultivos de exportación que generaban abundantes divisas destinadas al pago de las
deudas externas. El Banco Mundial destinó ayudas especiales a los gobiernos para este tipo de
cultivos que pasaron a ocupar las mejores tierras. El estímulo de la conversión a los monocultivos de
exportación, aún en países como Argentina que continúan siendo autosuficientes en la producción
agroalimentaria, resulta sintomático. Monocultivo y dependencia de las poderosas firmas que, como
Monsanto y Syngenta, monopolizan los avances en ingeniería genética manteniendo el control sobre
las patentes de semillas transgénicas, fertilizantes y pesticidas, son aspectos que van unidos. A lo
largo de tres décadas se impuso una reconfiguración del mercado de alimentos y materias primas
que destruyó el carácter autosuficiente de muchos países. Este proceso fue acompañado por el
desarrollo de un mercado de estos productos cada vez más oligopólico y controlado por el capital
internacional. En principio se verificó un descenso en el precio de alimentos y materias primas que
operó aproximadamente hasta el año 1998 y que constituyó un factor que, combinado con el
aumento de la explotación de los trabajadores, propició el incremento de la tasa de ganancia del
capital, abriendo paso a una recuperación relativa de la depresión sufrida desde los años ‘70. …y
determinación oligopólica de los precios La nueva recuperación económica posterior a la crisis
de 2001, empieza a mostrar el aspecto contradictorio que representa para el capital en su conjunto
el control progresivo de los grupos internacionales más concentrados sobre los mercados de
productos primarios. Desde 2003 y más aún desde 2005 con un salto en 2007, petróleo, trigo, maíz,
arroz, leche y carne entre otros productos muestran una carrera alcista aparentemente imparable
que no puede entenderse (en el caso de los productos no petrolíferos) si no se tiene en cuenta el
control sobre la oferta lograda por unos pocos grupos monopólicos. Sólo “Seis compañías controlan
un 85% del comercio mundial en granos; tres controlan un 83% del cacao; tres controlan un 80% del
comercio con plátanos. ADM, Cargill y Bunge controlan efectivamente el maíz del mundo, lo que
significa que sólo ellos deciden qué parte de la cosecha de cada año va a la producción de etanol,
edulcorantes, alimento para animales o alimentos para seres humanos”. (“La crisis alimentaria”, Ian
Angus, Rebelión, 18/05/08). Los argumentos esgrimidos por la economía vulgar no explican nada si
no se los enmarca en esta nueva configuración. Lo cierto es que si existen problemas de oferta, no
son debidos a la escasa producción. Según Food Policy Research Institute, se producen hoy
alimentos que alcanzarían para satisfacer al doble de la población del planeta. Lo que sí es cierto es
que digitar el mercado permite a las compañías que controlan las semillas, la producción y el
comercio agrícola retacear la oferta frente a variaciones en la demanda, movimientos especulativos,
o modificaciones en el valor del dólar para lograr desabastecimiento y justificar aumentos de
precios. Por ejemplo, la producción de biocombustibles, que usa la misma materia prima que muchos
alimentos, reporta grandes ganancias e influye sobre los precios en la medida en que un grupo de
oligopolios decide sobre el destino de la producción de granos. Resulta importante señalar no
obstante que el control oligopólico sobre el mercado es relativo por lo que siempre está presente la
posibilidad, en el marco de la recesión instalada en el corazón de la economía norteamericana, de
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una depresión generalizada de los precios. Sin embargo en las actuales circunstancias, la
penetración y mayor control del mercado mundial por parte de unos pocos grupos es lo que permite
que los precios de los granos sean prácticamente un “juguete” en manos de la Bolsa de Chicago. Por
otra parte no puede descartarse que el programa lanzado por Estados Unidos para sustituir por
biocombustibles el 20 por ciento del consumo de gasolina en 10 años, esté asociado a un intento de
largo plazo por obtener el control sobre los combustibles, reemplazando su materia prima
fundamental, el petróleo, que ha sido históricamente y continúa siendo fuente de gran inestabilidad
para el capitalismo mundial. Consecuencias Si bien la resultante en las condiciones actuales son
altas ganancias para las empresas que operan en toda la cadena de producción y comercialización
de materias primas, se plantean dos tipos de alerta sobre el devenir de la economía capitalista. Por
un lado los “levantamientos del hambre” en más de 20 países representan una amenaza desde los
“bordes” para la estabilidad del capitalismo mundial. Por el otro, y como planteamos al principio, los
precios de las materias primas son un factor importante en la determinación de la tasa de ganancia
de los sectores capitalistas no ligados directamente a su producción. En este último sentido, la
disparada de los precios de las materias primas podría contribuir en el período próximo a un
descenso de la tasa de ganancia, profundizando la recesión ya instalada en Estados Unidos y, de
continuar la escalada de los precios, a un escenario que combine inflación con estancamiento de la
economía mundial. Por supuesto… no son los 850 millones de hambrientos los problemas que tienen
en vilo a instituciones como la FAO, la OMC, la ONU o el FMI.
Nota 1) Para evitar caer en apreciaciones simplistas, esta aclaración no debe tomarse a la ligera.
Estamos planteando una definición básica. Por supuesto es posible para el capital aumentar la tasa
de ganancia mediante el incremento de la plusvalía relativa o absoluta por lo que una tasa de
ganancia creciente puede coexistir con salarios crecientes siempre que aumente la tasa de
explotación de los trabajadores. No obstante esta situación no quita veracidad a la definición
estructural planteada más arriba. Suplemento Econocrítica Nº 4. pts.org.ar.
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