From students’ exclusion and subordination towards the construction of common understandings and challenges with the teachers De la exclusión y subordinación de los estudiantes a la común-unión de comprensiones y desafíos con los profesores * http://www.revistapraxis.cl/ediciones/numero5/prieto_praxis5.htm Marcia Prieto Instituto de Educación Universidad Católica de Valparaíso mprieto@ucv.cl Abstract This paper is part of a joint research in progress with four university teachers and nine secondary students about their representations of schools formative processes. This study intends to highlight the need and relevance of taking into account students voices as their visions about their quality could become a critical contribution to their improvement. As a way of constructing the research, team a three day sessions were developed at the University. The relevant ideas expressed by the students in these sessions, which represent the core of this paper, have permitted the identification of significant and valid new knowledge about the teaching and learning process in schools. This fact has reverted the traditional exclusion and subordination towards students as they have developed a deep sense of agency and commitment, not only with their own developmental processes but also with the improvement of the quality of the school formative processes. Introducción La exclusión y subordinación es algo que los estudiantes experimentan cotidianamente en las escuelas y así lo han expresado en numerosos estudios. Sienten que no se les escucha, que no se le permite representar sus preocupaciones y constatan que sus propuestas son desestimadas. Perciben que solo vienen a las escuelas a obedecer y acatar órdenes, sin poder desarrollar su autonomía y florecer como personas. Dado lo anterior, y el hecho cierto que son los sujetos y protagonistas del proceso educativo, se plantea la necesidad de una formación escolar para el desarrollo de la autonomía, la práctica de la libertad y la comprensión mutua, a través procesos deliberativos y la participación activa de los estudiantes, como una forma evidente de desarrollarlos como personas y enseñarles a vivir con otros. El escuchar y fomentar la expresión de sus voces e investigar con ellos es, por lo tanto, importante e imprescindible, dado que sus visiones acerca de la calidad de sus experiencias formativas podrían constituir un aporte clave para su mejoramiento. Sin embargo, ello ha sido una experiencia poco frecuente en el ámbito nacional, aun cuando numerosos estudios internacionales relevan su importancia. Esta importancia radica en el hecho que esta práctica no solo tiene repercusiones para el desarrollo personal de los estudiantes sino que también otorga, a los investigadores adultos, la posibilidad de aprender de sus ideas y propuestas. En el contexto del desarrollo de una investigación con estudiantes acerca de sus proceso formativos en la escuela se realizaron unas jornadas para constituir el equipo de investigación. Las reflexiones que se presentan a continuación, indican, por una parte, que es posible conformar grupos de investigación entre profesores y estudiantes y por otra, que los estudiantes son capaces de expresar ideas de gran profundidad y honrar genuinamente los compromisos adquiridos. Promoviendo la voz de los estudiantes Es reconocido el hecho que escuchar las voces de los estudiantes ha sido una práctica poco frecuente y es posible que el formato jerárquico de la escuela les haya impedido una participación real y constante. Sin embargo, es fundamental promoverlas y conocerlas dado que revelan y reflejan sus propias comprensiones acerca del mundo escolar y la realidad que están viviendo y constituye un reflejo de sus esfuerzos por definir, por sí mismos, lo que piensan, experimentan y esperan de la escuela. No obstante, existen objeciones de dudosa verificación empírica respecto de la necesidad y derecho que tienen de participar en su proceso educativo. Estas objeciones se relacionan con una supuesta inexperiencia para representar debidamente sus perspectivas, a su incierta responsabilidad para asumir compromisos, a su ineptitud para pensar como corresponde o a su incapacidad para identificar sus problemas. En otros términos, se les ha infantilizado y estigmatizado aplicando una supuesta ideología de la inmadurez (Grace, citada por Ruddock, et al. 1997). Al respecto es necesario destacar que la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños (1989), les asegura, no sólo su protección, sino que también su participación y establece que tienen derecho a expresar sus perspectivas y a formar parte de las actividades y decisiones que les afectan. Posteriormente, el informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2003 (UNICEF, 2003) destaca que los adultos deben valorar los puntos de vista de los niños y jóvenes, y ayudarles a desarrollar sus capacidades para que puedan participar auténtica y significativamente en el mundo. Este tipo de participación, según este informe, debe surgir desde los propios niños y jóvenes, desde sus propias realidades, y debe estar orientada a la expresión de sus propias visiones, expectativas o preocupaciones. Por lo tanto, se recomienda a los adultos escucharles, a estar atentos a sus múltiples y variadas formas de comunicarse, y a garantizar su libertad de expresión al momento de tomar decisiones que les afectan. Las recomendaciones antes expuestas requieren un cambio radical, tanto en la forma de pensar acerca de los niños y jóvenes, como en la conducta de los adultos, en el sentido de incluirlos y valorar sus capacidades. Es decir, se requiere construir un nuevo paradigma educativo que proporcione nuevos delineamientos acerca de su sentido y alcance, lo que implica, según Torres (2000), “trastocar las prioridades y los ordenamientos convencionales, poner al alumno en el centro, replantear sustancialmente contenidos, métodos, sistemas de evaluación y modelos de gestión escolar” (p. 69). Por lo tanto, se requiere relevar la relación dialéctica entre enseñanza y aprendizaje, y reposicionar al estudiante como protagonista del proceso pedagógico. No obstante todo lo anteriormente expuesto y los profundos y acelerados cambios acaecidos en la sociedad, las escuelas no han sabido responder a este nuevo posicionamiento de los estudiantes y han permanecido prácticamente inmutables durante los últimos veinte años. En efecto, y a manera de ejemplo, se podría mencionar el hecho que en la actualidad muchos jóvenes deben asumir responsabilidades laborales, doméstica y familiares, lo que les han habilitado para enfrentar problemas y resolver muchos conflictos. La sociedad, por su parte, les trata como consumidores prioritarios, asignándoles, de paso y de manera implícita, la posición de actores. En contraste con lo anterior, las escuelas ofrecen a los estudiantes menos responsabilidades y menos autonomía de la que están acostumbrados a tener fuera de la escuela y, en consecuencia, les otorgan menos oportunidades para resolver tensiones y explorar soluciones, privándoles de la posibilidad de opinar e influir en la calidad de sus procesos formativos (Mac Beath, Myers & Demetrious,2001). La reticencia de la escuela a ofrecer mayor participación a los estudiantes tiene su base, por una parte, en las objeciones respecto de la necesidad y derecho que tienen de participar en su proceso educativo, y, en consecuencia, la escuela no les reconoce sus ingentes capacidades para reflexionar en torno a los asuntos que les afectan, ni admiten su prematura madurez social. Por otra parte, surge de la perspectiva tradicional para significar la escuela, informada por el paradigma racionalista- instrumental que la entiende, exclusivamente, como una organización formal y jerárquica, estructurada sobre la base de un orden preestablecido, que requiere una coordinación eficaz en su diseño y que privilegia resultados de aprendizaje medibles (Smith,1999). De este modo, se la percibe como un lugar donde se producen unas enseñanzas y unos aprendizajes neutros, ajeno a la naturaleza y necesidades diversas de los actores que la conforman y a los procesos especiales que en ella se desarrollan. Es decir, la escuela ignora o desestima, entre otros aspectos la necesidad de participación de los actores comprometidos en la tarea de educar, entre ellos, los estudiantes. Esta perspectiva ha traído como resultado la generación de un cierto descontento entre los actores que en ella conviven y los jóvenes se sienten cada vez menos entusiasmados y/o desencantados con la escuela. Los estudiantes perciben que ingresan y viven en instituciones ordenadas sobre una lógica que no promueve sus voces ni fomenta su participación, por el contrario, les somete a una estructura ya establecida que no da cabida a sus iniciativas, como tampoco promueven su activo involucramiento en sus propios procesos formativos. Del mismo modo, afirman que cuando se les invita a expresar o proponer algo no se valoran sus opiniones, pues sus planteamientos o propuestas son ignoradas y no logran que estas tengan repercusiones, tal como lo afirmaba un alumno (Prieto,2002): “muchas veces no somos tomados en cuenta.Entonces ¿a qué vamos a venir? A pescar el cuaderno y escribir”(p.4). Dado lo anterior, terminan, en definitiva, adaptándose simplemente a lo que se les ordena y aprenden a complacer a los profesores (Cerda et al,2000). Aun cuando se han activados numerosos aspectos para mejorar la calidad de los procesos formativos en las escuelas, no se ha visualizado la necesidad de entender la escuela como una comunidad en la que todos tienen derecho a participar, incluidos muy especialmente los estudiantes. Resultan muy atingentes los planteamientos de Sara Nieto cuando afirma que para mejorar la calidad de los procesos formativos y promover los cambios necesarios para su transformación es necesario escuchar las voces de los estudiantes respecto de la calidad de los procesos vividos y construidos en la escuela (Nieto,1993). Lo anterior obliga a analizar las consecuencias de esta situación, algunas de las cuales están asociadas a la permanente indiferencia frente a sus voces y propuestas y a la tradicional exclusión de los jóvenes del proceso de la toma de decisiones en las escuelas respecto de los asuntos que les afectan. Pareciera importante preguntarse “¿qué pasaría si tratáramos a los estudiantes como personas cuyas opiniones nos importan?” (Fullan,1991, p.70). Esta pregunta es importante porque sus visiones y perspectivas genuinas representan, por una parte, aportes que complementan los esfuerzos desplegados en las reformas educativas y por otro, porque las tareas de la escuela pueden llegar a ser más constructivas si se generan relaciones humanas simétricas, basadas en el diálogo y la comunicación (Papastephanou, 2003). En efecto, los estudiantes tienen mucho que decir respecto de cómo, cuándo y donde aprenden y dado son los que producen los resultados escolares, resulta fundamental su involucramiento para mejorarlos (Levin,1999, citado por Rudduck & Flutter, 2004). De lo anterior se deduce la necesidad de incorporarlos en los análisis de estos procesos, promover la expresión de sus voces, y reconocer tanto su capacidad para construir sus propias visiones y comprensiones como su calidad de testigos expertos de los mismos (Rudduck,et al 1997). Pero ello requiere que se otorguen tanto los espacios como las oportunidades para que los estudiantes expresen sus opiniones respecto de la escuela, y manifiesten sus experiencias y expectativas. Una de estas oportunidades puede ser investigar con los estudiantes los asuntos escolares que les afectan y en los que están directamente involucrados: los procesos formativos. Investigando con los estudiantes La práctica de incorporar a estudiantes como investigadores en estudios acerca de la realidad escolar ha sido tradicionalmente muy restringida, no obstante su importancia. Algunos investigadores están demostrando un creciente interés por incorporarlos para que realicen tareas menores y/o de escasa significación asociadas, fundamentalmente, a la recolección de información, redacción de informes, u otras similares. Sin embargo estas investigaciones no han resuelto la brecha existente entre los que investigan y los investigados y los esfuerzos desplegados hasta ahora han resultado ser insuficientes para cambiar el tradicional nivel de alienación con que los estudiantes han trabajo en las investigaciones sobre los asuntos que les afectan (Gitlin, 1990). En general, ellos han estado sólo tangencialmente vinculados al proyecto y no se les ha otorgado ningún poder sobre lo que se está investigando. Se podría decir que han sido considerados, mas bien, objetos de investigación y/o datos a considerar, sin alcanzar una participación plena en las etapas de la investigación. Ello ha implicado, como consecuencia, que el investigador adulto ha mantenido todo el poder decidiendo qué y cómo se investiga, cómo se analiza e interpreta la información y qué conocimiento se construye finalmente. Sobre esta base, se podría concluir que se ha hablado en nombre de otros o acerca de otros en investigaciones que tratan aspectos o problemas relacionados con los estudiantes. Esta situación produce, por cierto, problemas en la interpretación y representación de la realidad escolar, dado que tradicionalmente terminan prevaleciendo las interpretaciones y comprensiones de los investigadores adultos, quienes son lo que asignan las jerarquías y límites y deciden cómo se debería actuar y sentir en la escuela, ignorando las interpretaciones de los propios sujetos que están investigando. Sin embargo, dado que el conocimiento es una construcción negociada socialmente (Berger y Luckman,1968), para producir conocimiento válido respecto de un problema en estudio, es importante conocer lo que los sujetos del mismo piensan y significan. En este contexto, los intentos de los adultos por interpretar las voces de los jóvenes y/o proponer soluciones a los problemas que les aquejan tienen muchas probabilidades de resultar en distorsiones y/o pseudo traducciones, pues como lo afirman Jean Ruddock et al (1996), “los marcos de referencia por los cuales los jóvenes dan sentido al mundo no han sido estandarizados todavía a la norma adulta” (p.3). De este modo, los adultos sólo pueden hablar significativamente en nombre de los estudiantes de manera vacilante, pues desconocen sus comprensiones y carecen de los medios para entender verdaderamente a aquellos cuyos intereses y causas están representando (Fielding & Prieto,2001). Lo anterior lleva a inferir que el problema del poder en las investigaciones ha sido escasamente estudiado, por lo que las visiones de los estudiantes han sido enmarcadas en el contexto del status quo y los hallazgos, en ocasiones, se han acomodado de acuerdo a los cánones conocidos y aceptados en el contexto de un sistema de control. En efecto, como lo afirma Giroux (1987) ”la voz y la experiencia estudiantil quedan reducidas a la inmediatez con que pueden ser aprovechados; representa algo que se debe medir, administrar, registrar y controlar. Su carácter distintivo, su calidad vivida, son todos aspectos que quedan disueltos bajo una ideología de control y manejo” (p.188). Es posible advertir una creciente conciencia respecto de la necesidad de incorporar a los estudiantes en investigaciones sobre asuntos en los cuales ellos están involucrados, dado que permite incorporar su versiones como aportes para la transformación de las escuelas (Kennedy, 1997). Esta situación estaría indicando un cambio respecto del tipo de conocimiento que se está valorando y el de quiénes (Oldfather,1995) y el desarrollo de una tendencia encaminada a incluir a los estudiantes en los análisis acerca de los procesos formativos y valorarlos como fuentes de conocimiento confiable para comprender lo que acontece en las escuela, para, sobre la base estas evidencias, apoyar los cambios necesarios. Estas ideas han interpelado substantivamente a numerosos investigadores a intentar revertir el tradicional estado de indiferencia y descalificación respecto de los estudiantes, incluyendo sus voces y visiones sobre los asuntos escolares que les afectan. Los resultados de estos estudios han demostrado que los jóvenes son observadores, son capaces de comentarios analíticos y constructivos, y usualmente responden cuando se les asignan responsabilidades relacionadas con la identificación de los aspectos escolares que apoyan sus aprendizajes. En consecuencia, cuando se incorpora a los estudiantes en los procesos investigativos, se obtienen resultados y efectos que mejoran la calidad del conocimiento construido sobre la escuela (Mitra,2001; Silva,2001; Levin, 2000; Olsen, et al 1999, Nieto,1993; Soo Hoo,1993).