demon-jos-2008-reflexiones-alrededor-de-las-crisis-28-11-08

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Reflexiones alrededor de las ‘crisis’.
Jos Demon, Red ETC, OCLACC
23-12-08
En este ensayo quiero destacar que la crisis financiera que se desató en este
año,y que nos acompañará en el año venidero, no viene de forma aislada sino que es
parte de un conjunto de problemas y crisis que se nos presenta como el desafío de
este nuevo milenio. El texto es escrito desde una perspectiva cristiana -es una
reflexión teológica- y espero que sea un apoyo para los que se sienten apelados por el
mensaje de Jesús y la actual misión de las iglesias. Comenzaré con algunas
reflexiones alrededor la concepción de la crisis financiera en un país europeo como es
Holanda para extender la mirada hacia las otras crisis del mundo actual. Concluyo que
los actuales problemas que proceden del dominio de una alianza neoliberal solo
pueden resolverse mediante otro pacto, otra alianza internacional de la sociedad civil y
los estados como actores que estén dispuestos a tomar una verdadera
responsabilidad en nuestro mundo global.
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Holanda, o el impacto de la crisis en Europa
Recién estuve en Holanda, mi país natal, y resultó muy interesante ver y
escuchar lo que resonaba y lo que se comentaba alrededor de la crisis económica,
crisis financiera, más bien, que está apretando al mundo. Cuando llegué a finales de
octubre ya se habían estallado los problemas financieras en Europa con bancos que
se habían involucrado en los arriesgados fondos de burbuja.
Ya conocemos la trama que definió a la actual crisis. Se dieron créditos arriesgados,
sobre todo para la compra de casas, a personas de que de antemano se supo que no
estarán en condiciones de pagarles. Los intermediarios y los bancos vendieron estos
créditos arriesgados como si fueron créditos sólidos; se les ofreció a la gente que
quiso invertir en el mercado. El pecado original se produjo en algunos bancos
norteamericanos, como Lehman Brothers, Merill Lynch y el mismo City Bank, que
adquirieron grandes ganancias y hasta prestigio del mundo financiero con estas ventas
ficticias en los años que adelantaron a la actual crisis. Sus ejecutivos y consejos
(boards) recibieron bonos extras de millones de dólares encima de sus megalómanos
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salarios, hasta este año mismo de la crisis, por tan excelentes ganancias que supieron
conseguir en beneficio de sus compañías.
¿Qué significa la ‘crisis’ para los europeos, en particular para los holandeses? Los
perjudicados fueron una gran cantidad de personas e instituciones que se hicieron
seducir por los altos rendimientos de inversión de este tipo de fondos, fondos que
fueron propagados por una mayoría de los bancos en Estados Unidos y Europa. Los
mismos asesores de bancos acreditados aconsejaron a que instituciones y personas
comunes y corrientes invirtiesen en estos fondos de tan alta rendimiento. Muchos
holandeses, municipios y hasta provincias holandeses se convencieron en depositar
su dinero en el Banco de Islandia, por ejemplo, aunque el renombrado periódico inglés
The Economist ya había descalificado a esta institución un año antes de que estallara
la crisis.
Hay gran conmoción y voces que atestiguan que se acerca un tiempo de quiebra como
el gran crisis mundial que se conoció en los años treinta antes de la segunda guerra
mundial. Pero tales aseveraciones parecen algo exageradas y se escucharon
frecuentemente cuando estalló una crisis económica en las últimas décadas, por
ejemplo, la de los capitales volátiles en la Asia en de 1997-98, que afectó sobre todo,
pero temporalmente, a los así llamados ‘tigres asiáticos’ como Japón, Corea del Sur,
Taiwán, Singapore y cachorros más jóvenes como Malasia y Indonesia.
En Holanda se registró una baja de la producción de acero y de automóviles como de
la producción de artículos de lujo y de las vacaciones. Y por fin se bajaron los precios
de las casas y apartamentos que se habían inflado por la especulación en los últimos
veinte años al doble de habitaciones parecidas en países vecinos como Alemania y
Bélgica. Por supuesto que los que más le afectan esta bajada de la demanda sean los
empleados y trabajadores. Pero un país como Holanda se diferencia de los Estados
Unidos -donde las consecuencias personales de las despedidas, en la industria
automóvil por ejemplo, son mucho más serias- por tener una red básica de asistencia
social para los temporalmente desempleados. Estos fondos de asistencia social se
vieron, por lo demás, incrementados por el crecimiento de la economía en los últimos
años. Por el momento el ministro holandés de economía estima que el crecimiento de
la economía se mantendrá en cero, o que habrá un por ciento de receso, para el año
venidero. Sí sea así se comprobarán muy exageradas las lamentaciones alrededor de
la crisis; al menos, desde la perspectiva holandesa.
Los gobiernos nacionales en Europa y la Unión Europea han reservado grandes
fondos para apoyar a los bancos y los aseguradores que están en graves problemas
por sus actitudes arriesgadas e incompetentes. Los gobiernos aprovecharon esta
oportunidad para recriminar a estas empresas financieras por participar en las
irresponsables especulaciones de burbuja. Con ello los estados esperan recuperar
parte de su autoridad ética y moral para supervisar al mundo financiero que se le
escapó de las manos en las últimas tres décadas del predominio de la doctrina
neoliberal. En el mundo financiero, como en el mercado comercial en general, hubo
una fenomenal concentración de poder, de tal forma que los grandes bancos y
aseguradores nacionales se vieron obligados a integrarse -si no fueron integrados a la
fuerza- por los nuevos conglomerados de consorcios internacionales. Holanda perdió
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su principal banco, el ING, por una compra hostil por parte del conglomerado Fortis
que integra diversos bancos y aseguradores de Bélgica, Holanda, Luxemburgo,
Francia y Escocia. Por la actual crisis que afectó intensamente al conglomerado Fortis
el estado holandés supo recuperar la mayoría de las acciones del banco ING, a que se
sumó el aplauso de la población holandesa.
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Ilusiones de la nación y del nacionalismo
Pero es poco probable que los estados nacionales occidentales u orientales
lograrán recuperar su autoridad sobre el mundo financiero o comercial, al menos bajo
el actual régimen del libre mercado. Las empresas comerciales y financieras se van
donde más lucro esperan y, por lo general, no les pueden importar exigentes
consideraciones éticas, porque solo les impiden realizar la maximización de sus
ganancias. Si uno acepta las premisas del libre mercado aquello es el mundo ‘real’ en
qué no existen espacios para los que sueñan con un mundo llena de utopías
idealistas.
La excesiva carrera por la ganancia que caracteriza a la doctrina del libre mercado es
un esfuerzo que ya por mucho tiempo escapó de las manos de los estados. Fue una
empresa que se le escapó de las manos de los estados desde sus inicios. La
formación de estados como solemos identificarles hoy se inició en la misma época del
inicio del capitalismo moderno en el siglo XVI. Flandes, la norteña parte de Bélgica de
habla holandesa o flamenco y su principal ciudad y puerto Amberes, cronológicamente
seguido por Holanda, donde destaca la ciudad y el puerto de Ámsterdam, son muy
buenas pretendientes para reclamar el título de haber sido la cuña del capitalismo
moderno. El declarado interés público de sus comerciantes y de sus gobernantes en
este siglo XVI ya no se dirigía a la difusión de una autoridad real o de la verdad de una
única religión como ocurrió con los españoles y portugueses, sino a las eventuales
ganancias de sus inversiones.
Desde sus inicios la doctrina del ‘comercio libre’ se confabuló con los beneficios que
los estados que dominaban al comercio pudiesen adquirir de ella. El breve periodo del
dominio flamenco holandés del libre negocio fue relevado por el reino inglés y después
por el imperio norteamericano, pero nunca fue así que los estados dominaron al
comercio. Hablamos más bien de una convivencia entre estados dominantes, los
representantes del comercio y la población de estos países en que, supuestamente,
todos se benefician. La estructura de esta alianza no ha experimentado significativos
cambios hasta el día de hoy. Los estados europeos, Estado Unidos, Japón, los tigres
como Corea del Sur y Taiwán siguen defendiendo al libre comercio cuando se les
beneficia. La población y el gobierno se lamentan cuando hay una crisis o una
recesión porque esto implica que su economía deja de crecer o que disminuyera por
un por ciento. ¿Pero que implica, en realidad, este ‘estancamiento’ o esta ‘recesión’
cuando estos países tenían largos periodos de crecimiento con tasas anuales positivas
de 2 a 3 por ciento?
Los gobiernos nacionales del turno del occidente se preocupan, sobre todo, por su
popularidad. Esto implica que intentan satisfacer a los deseos de su población, a
iniciar con el crecimiento económico para asegurar el trabajo, el poder de compra y el
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bienestar de de su propia gente. La intervención del estado holandés, y la de otros
gobiernos europeos, alrededor de la crisis se restringe a reclamar los fondos que
deben ser devueltos a sus ciudadanos y a los municipios y las provincias que
invirtieron en las transacciones de tipo burbuja. Se preocupan a que no se le defrauda
su población en futuras inversiones. Pero hasta allí llega la preocupación de los
gobiernos, hasta que se regule otra vez el mercado, de tal forma, que les asegura que
todo funcionará como antes en beneficio de la propia nación.
En los países del occidente se sigue creyendo en el mito del progreso sin limites, es
decir, que no hay limites al progreso por parte de la naturaleza y que cuando ellos
progresan otros pueblos también se benefician; una creencia que conviene para seguir
justificando el aumento de la riqueza nacional. Estos estados ricos y sus poblaciones
no se animan en reconocer que existan regiones del mundo que se perjudican por su
crecimiento económico, donde no se puede competir con el mercado capitalista que
les ha sido impuesto, donde no hay inversiones ni posibilidades de producción, donde
aumenta la pobreza y donde se arrasa a los bosques y se acaba con la naturaleza.
Tanto el estado holandés como la mayoría de la población holandesa son ciegas para
estos problemas. Estos pueblos, tan orgullosos de sus ‘democracias’ se mueven en un
ciclo cerrado, vicioso, donde tan solo gobiernos que aumentan al lucro pueden ganar
las elecciones.
Pero corrijamos está sentencia absoluta, en el sentido literal y figurativo de la palabra.
Seamos más precisos, mas detallados y, al mismo tiempo, más esperanzadores. La
mayoría de la población, y con ello su representación en el estado, en los países
europeos no se preocupa de estos problemas. Son demasiado lentos y asentados, no
quieren ver más allá de sus comodidades, seguridades y satisfacciones inmediatas.
Pero por buena suerte existen también personas que son más perspicaces, por la
misma afinidad que tienen con los y las profetas de antaño, y estas personas les
encontramos tanto en los países supuestamente desarrollados como en los
supuestamente subdesarrollados. Hoy los problemas globales nos obligan mirar más
allá de nuestro propio ombligo, tanto a las personas pensantes como a los estados. De
tal forma que se puede y debe comprobar la capacidad intelectual y emocional, tanto
de las personas como de los estados, por su voluntad y empeño de comprender a los
problemas de los demás. Aunque esta regla ya existió antes de la globalización, se le
ve agudizado en nuestro tiempo; esto si podemos incluir como uno de los avances que
nos facilitó el proceso de la globalización.
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La debilidad inherente de la especulación financiera
En un interesante artículo Walden Bello (ABC de la debacle financiera de Wall
Street; http://alainet.org/active/27365) releva de otros tipos de conexiones entre la
actual crisis y otras dinámicas de la actual economía global. El autor opina que se
puede considerar a la especulación financiera como unas de las formas en que el
capitalismo trató de superar a una crisis de superproducción, un exceso de capacidad
productiva del sistema que supera la capacidad de consumo de la población mundial.
Este exceso se hubiese producido en los años 70 cuando se estancó el crecimiento de
la posguerra, un estancamiento que fue acompañado por una alta inflación y la
primera crisis petrolera.
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Según Bello el capital intentó tres rutas de escape al dilema de la superproducción: la
reestructura neoliberal, la globalización y la financierización. La reestructuración
neoliberal se inició en la decada de Reagan y Thatcher, con el objetivo de revitalizar la
acumulación de capital. Para poder revitalizar se suponía que se debía eliminar las
restricciones al crecimiento, uso y circulación del capital y la riqueza. Y que se debía
redistribuir inversamente al ingreso, desde las clases medias y los pobres hacia los
ricos, en base de la teoría que este procedimiento motivaría a los ricos a invertir, y
que así se reiniciaría el crecimiento económico. La segunda ruta del capital mundial
para escapar al estancamiento fue, según Bello, la “acumulación extensiva” o
globalización, entendida como la rápida integración de las zonas semi-capitalistas, no
capitalistas o precapitalistas en la economía del mercado mundial. En los últimos 25
años China puede figurar como el caso más espectacular de esta inclusión, inclusión
de una tremenda área no capitalista en la economía capitalista mundial. Bello calcula
que en la primera década del siglo XXI entre el 40 y el 50% de las ganancias de las
empresas estadounidenses provenía de sus operaciones y ventas en el exterior, en
particular en China.
La tercera ruta de escape para mantener y elevar la rentabilidad mientras el sistema
padecía de sus problemas de sobrecapacidad, consistió de lo que el autor intitula
como ‘financierización’. En el mercado circulaban y circulan grandes cantidades de
dinero excedente que se invirtieron y reinvirtieron en el sector financiero. El sector
financiero empezó a retroalimentarse a sí mismo, de la cual resultó una separación
entre una hiperactiva economía financiera y una economía real estancada. Walden
Bello señala que el problema de la inversión en operaciones financieras equivale a
extraer valor de un valor ya creado. Puede generar ganancia, sí, pero no crea un
nuevo valor. Solamente la industria, la agricultura, el comercio y los servicios crean
nuevos valores, por el esfuerzo y el ingenio humano. “Como la ganancia no se basa en
un valor creado, las operaciones de inversión devienen volátiles y los precios de los
valores, bonos y otras formas de inversión pueden apartarse radicalmente de su valor
real”. Las ganancias dependen entonces de la forma en que uno(s) sabe(n)
aprovechar la diferencia creciente entre la tendencia ascendente de los precios y el
valor real de las mercancías, y de saber venderles antes que la realidad obligue a una
‘corrección’.
Por esta inestabilidad, inherente a su forma de operar, arguye Bello, el capital
financiero experimentó sucesivas crisis financieras desde que los mercados de capital
fueron desregulados y liberalizados en la década de 1980. Antes que estalló el
debacle actual de Wall Street, laa más explosivas de estas burbujas fueron la cadena
de crisis de los mercados emergentes y la implosión de las acciones en tecnología en
Estados Unidos en 2000 y 2001. La crisis de los mercados emergentes abarcó
fundamentalmente la crisis financiera mexicana de 1994-95, la asiática de 1997-98, la
rusa de 1998 y el colapso argentino de 2001 y 2002, aunque también sacudió a otros
países como Brasil y Turquía. La sobre- inversión en Asia hizo caer los precios de los
inmuebles y los valores, y trajo como consecuencia una fuga de dinero generalizada,
ocasionada por el pánico. En 1997, cien mil millones de dólares se fugaron de las
economías del sudeste asiático en el curso de unas pocas semanas.
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La explicación de Walden Bello de la actual constelación económica es tan solo una y
necesita ser contrastada con teorías de otras economistas y científicos sociales. Pero
tiene su merito por el intento de explicarnos, en forma pedagógica, que está
ocurriendo en el mundo de la actual economía. Me parece que la podemos considerar
como una teoría valedera hasta que se le refuta con otros argumentos. Unos de los
importantes datos que aporta esta explicación es el contraste entre una economía real
estancada por haber encontrado un límite en la venta de sus artefactos, por un lado; y
una hiperactiva economía financiera cuya característica es la de especular en forma
arriesgada en beneficio de pocos, mientras que trae imprevisibles riesgos para la
mayoría de los inversionistas, y para los que se dedican a la economía real. Una de
las conclusiones más importantes que podemos sacar de este relato es que
necesitamos de una economía real que invierta en las reales necesidades de la gente,
y que se oponga a las especulaciones financieras en beneficio de algunos
aprovechadores.
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Las crisis y los más pobres
Si países como Holanda en Europa del norte esperen reducir la crisis a un por
ciento de regresión de su economía, hay otros donde su impacto será mucho más
devastador. Los países más pobres experimentan la crisis con mucho más severidad,
por ser dependientes de la exportación de productos primarios a los mercados del
primer mundo. Con la crisis se restringe la demanda y la importación en los países
más ricos y se disminuye el flujo de productos del hemisferio sur hacia el norte. En
Ecuador, por ejemplo se redujo drásticamente la exportación de plátanos y camarones
hacia el tradicional mercado estadounidense. Y, contrario a un país como Holanda, no
existe ningún colchón social que podría sostener a los pequeños empresarios y
trabajadores en los países pobres.
El Consejo Pontificio "Justicia y Paz" emitió un documento interesante en el Vaticano
el día 18 de noviembre de 2008, en que indica que la solución a que apuntan crisis
como el que estamos experimentando, se encuentra en un mayor control internacional
a las inversiones, junta a la inversión en proyectos de verdadero desarrollo, sobre todo
en los países menos desarrollados (‘Un nuevo pacto para refundar el sistema
financiero internacional’; http://www.radioevangelizacion.org/spip.php?article2589)
El documento del Consejo Pontifica se preocupa de la conferencia internacional
"Financiar para el Desarrollo” que tenía lugar en Doha del 29 de noviembre al 2 de
diciembre de 2008, bajo las auspicias de la Asamblea General de las Naciones Unidas
y con la participación de la sociedad civil, en que se quiso evaluar la implementación
de un documento aprobado en 2002 en Monterrey –el llamado “Consenso de
Monterrey”. Aquel documento incluía seis capítulos sobre las grandes cuestiones
esenciales para financiar el desarrollo: la movilización de los recursos internos, los
flujos de capitales privados, el comercio internacional, la cuestión de la deuda externa,
y la cuestión sistémica sobre los modos de dar fuerza y coherencia al sistema
monetario, financiero y comercial global en apoyo del desarrollo.
Justicia y Paz tema que la precipitación de la crisis financiera global que se ha
originado en el mercado de las hipotecas ‘subprime’ en Estados Unidos hará
desvanecer este importante tema del desarrollo de la agenda internacional, cuando la
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inversión es justo el desarrollo de los países pobres que indica el camino que habrá
que transitar para la solución de la crisis. En el fondo, dice el Pontificio Consejo, la
crisis financiera es el resultado de una praxis cotidiana que tenía como punto de
referencia la absoluta ‘prioridad del capital respecto al trabajo’. Recuerda que en lo
que se refiera a educación a la responsabilidad, tanto bancarios como empresarios
pueden encontrar un fundamento sólido en los principios de la doctrina social de la
iglesia: la prioridad del principio del bien común, el destino universal de los bienes y la
prioridad del trabajo sobre el capital.
El Consejo nos recuerda que las tres crisis del 2008 -la crisis alimentaria, la crisis
energética y la crisis financiera- están estrechamente conectadas. Por ello, arguye, la
posibilidad de contribuir a una salida sostenible de la crisis financiera debe consistir en
construir las condiciones para que los ahorros que se generan se dediquen al
desarrollo. Sólo destinando recursos -públicos pero también privados- al desarrollo
‘real’ se podrá reconstruir un sistema financiero sano y capaz de rendir de verdad, es
la principal conclusión del documento del Pontificio Consejo. Por la misma razón se
necesita controlar a los flujos de dinero que están afuera del alcance de los gobiernos
nacionales, en particular al mercado offshore, las inversiones que se colocan en
bancos e instituciones (como en Suiza o las Islas Caimanes), es decir, en zonas de
inversión con un reglamento particular que no se rigen por una legislación nacional.
El documento de Justicia y Paz subraya que los mercados offshore “han sido un nudo
importante, tanto en la transmisión de la actual crisis financiera, como en haber
mantenido una trama de prácticas económicas y financieras alocadas: fugas de
capitales de proporciones gigantescas, flujos "legales" motivados por objetivos de
evasión fiscal y canalizados también a través de la sobre o infrafacturación de los
flujos comerciales internacionales, reciclaje de los procedentes de actividades
ilegales”. Los procesos de globalización, dice el documento, cambiaron el tipo de
composición de la tasación y contribuyeron a una depravada traslación de la tasación
del capital a la tasación del trabajo. Esto quiere decir que se ha erosionada la
detracción fiscal sobre las actividades empresariales más grandes y más móviles en el
campo internacional que fácilmente pueden recurrir a los centros "offshore", cuando se
tasan en cambio mayormente los factores productivos menos "móviles" que
difícilmente pueden escapar al gravamen fiscal, es decir, a los trabajadores y las
pequeñas empresas.
El Pontificio Consejo aclara que la actual situación financiera es un resultado de la
falta de voluntad de las autoridades, en particular de los países más ricos en elaborar
lineamientos puntuales para el mercado financiero; no elaboraron estos lineamientos
por los beneficios económicos que se derivan de hospedar una fuerte industria
financiera. Por ello han evitado afrontar cuestiones importantes como la trazabilidad de
los movimientos financieros, el rendir cuentas adecuadamente de las operaciones en
los nuevos instrumentos financieros y la cuidadosa valoración del riesgo. Por opinar
que el mercado bastaba para dar precio justo al riesgo las mismas instituciones
financieras internacionales no están dotadas del mandato y de los instrumentos
necesarios para afrontar estas cuestiones.
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Es evidente que la sociedad civil y los estados necesitan abordar estos temas de
Walden Bello y del Consejo Justicia y Paz, que se giran alrededor la existencia de una
economía real en que se puede construir un futuro para todos, y en particular para los
más pobres del mundo, y esta otra economía de burbujas que tan solo beneficia a
algunos cuantos peces gordos. Para ello necesitamos encaminar una revalorización
de los tradicionales modelos capitalistas de la economía y del comercio y sus
parámetros del éxito. Ya tuvimos suficientes aprendizajes alrededor lo nefasto que
resulta ser un sistema económico y financiera que tan solo se dirige al incremento de
la ganancia individual. Sin negar que si existe un gran valor de la competencia en el
mercado abierto, habrá que rehusar a la antigua imagen de Adam Smith, el primer
teorético de la economía que hablo de la mano invisible que encamina a libre comercio
y que regula sus abusos y sus crisis. Esta mano no existe y este discurso del poder
auto regulatorio del libre comercio tan solo sirve a los que quieren enriquecerse a
costos de los demás.
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Una calamidad nunca viene por si sola
Con razón varias analistas y comentaristas han resaltado que la crisis
financiera no es una crisis en y por si, aislada de lo demás crisis que están ocurriendo
en la actualidad. Está íntimamente conectada con la crisis alimentaria, con la crisis
energética, con la crisis climática y la del medio ambiente. El calentamiento global, la
devastación de la naturaleza, la desaparición acelerada de los especies tanto de fauna
como de flora, el agotamiento de los recursos naturales y de los recursos energéticos,
lo que el científico social Ulrich Beck ya calificó como la característica de una nueva
‘sociedad de riesgo’, son los problemas que nos interrumpen en el estado de sueños e
ilusiones idóneos del occidente. Los norteamericanos consuman cuatro veces más de
los recursos naturales de lo que les corresponde, los holandeses dos veces más, lo
que es una flagrante injusticia en un mundo donde otras poblaciones ni alcanzan a la
décima parte de lo que se les debe adjudicar.
La India y la China fueron los únicos países, mejor dicho: continentes, que crecieron
de 8 a 10 % en estas últimas tres décadas y que necesitarán una inmensa cantidad de
recursos naturales, de minerales y de hidrocarburos para sostener y desarrollar a sus
incipientes y dinámicas industrias. China ya inició compras de extensos terrenos y de
importantes empresas de explotación de petróleo y minerales en África y en America
Latina para abastecer a su galopante industria, pero sin ningún respeto ni por las
poblaciones pobres ni por el medio ambiente en las regiones donde operan. En los
últimos años las grandes empresas alimenticias del mundo privilegiaron el cultivo en
gran escala de productos como la soya y la caña para sustituir como hidrocarburo al
petróleo, cuyo costo se despegó vertiginosamente estos últimos años. Por lo que a
primera vista aparece como un sencillo e inocente cambio de estrategias de cultivo, se
elevaron los precios de los alimentos básicos como arroz, harina, aceites, etcétera, un
aumento que hizo crecer la cantidad de hambrientos de 848 a 963 millones de
personas, una cifra que probablemente subirá a un billón. La Organización de la ONU
de Alimentos y Agricultura (FAO por sus siglos en inglés: comp.:
http://www.rlc.fao.org/es/politicas/panorama.htm) ya anunció que tan solo en estos dos
años se le perdió toda la ganancia tan arduamente conseguida en la situación de los
más necesitados de las dos últimas décadas.
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Seguiré con unos ejemplos de lo que significa la creciente interrelación entre las
poblaciones en nuestro tiempo de la globalización. Los chinos, japoneses, coreanos y
más poblaciones orientales están devorando a las especies animales más protegidas
como son los tigres, elefantes, rinocerontes y tiburones, que sea para adornos, para
elaborar afrodisiacos o para comérselos sus alas, que estiman que fuese delicadeza.
Y la reserva de los Galápagos está siendo destruida por la necesidad de sus 2000
familias pescadores pobres a quienes el gobierno ecuatoriano permitió pescar
indiscriminadamente a los tiburones, para tan solo cortar sus alas, y a los pepinos del
mar. En la región más estratégica para la sobrevivencia humana, la Amazonía, donde
se paga por parte de los estados occidentales a los gobiernos para conservar a sus
bosques, se ve una tala indiscriminada de madera por la funesta alianza entre
empresarios corruptos y la misma población pobre que necesita sobrevivir. Tan solo
en la parte amazónica de Brasil desaparece cada año una superficie de bosque que
equivale a Holanda. La pobreza es definitivamente el peor enemigo del medio
ambiente, pero cuesta bastante explicar y aclarar aquello a los países ricos en Europa,
que opinan, de forma arrogante, que pueden y deben transferir sus propias
preocupaciones y prioridades a otros hemisferios.
No necesitamos más detalle aquí. Estos sencillos ejemplos ya indican cuán
interdependientes somos en los comienzos de este nuevo milenio. Una decisión o
unos hechos en un parte del mundo, en Asia por ejemplo, trae consecuencias
inmediatas para otros continentes como Europa, América o África. Y por esta razón ya
no sirven estos gobiernos y estados que tan solo se concentran en su propio progreso
aunque sea a detrimento de los demás. Estos podemos, definitivamente, cualificar
como gobiernos ineptos, discapacitados y autistas, con mis excusas a las personas
que son representadas por estas calificativas, porque ellas, al menos, tienen otras
capacidades y talentos. Los estados necesitan de un profundo cambio en sus
orientaciones si quieren responder a los grandes actores que determinan el bienestar
de nuestro planeta. La legislación nacional ya no es eficaz para controlar a empresas
multinacionales y a las extensas redes internacionales de inversionistas y bancos que
nos llevaron a la crisis alimentaria y financiera. Pretender como de costumbre que la
mano invisible del libre mercado lo solucionará todo, que es el contenido de la doctrina
neoliberal que los estados más poderosos impusieron en estas últimas décadas, nos
llevará a otras crisis aún mucho más profundas.
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Una alianza global contra el imperio de lucro
El actual desafío es una legislación que transciende a las naciones y a los
continentes, una legislación y un control internacional que fuese capaz de frenar al
afán de lucro que domina al actual espectro global. Podemos constatar que hasta el
momento los estados han avanzado demasiado poco con relación a este tipo de
legislación y control internacional. Los estados no estarán motivados si no existiera
una sociedad civil, una fuerte opinión pública, a la vez nacional y mundial, que les
exige actuar a nivel de los abusos internacionales. Para contrarrestar al poderoso
imperio del lucro y del beneficio personal y sus esquemas se necesita una alianza de
personas e instituciones de buena voluntad, a su vez sencillas como las palomas pero
astutas como las serpientes.
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Ya existen iniciativas prometedoras de esta alianza internacional que se propone de
cuidar al hombre y al medio ambiente. El público europeo y el público mundial en
general son cada vez más informadas y críticos de las conductas antiéticas de las
empresas. Y las mismas empresas andan muy preocupadas de su reputación y
renombre. En aquel control ético apoyan organizaciones especializadas que se
preocupan de la calidad del medio ambiente, como el Fondo Mundial de Naturaleza o
la Greenpeace, y otras que se empeñan en el desarrollo de los países y poblaciones
pobres, o veedurías que se dedican a controlar la calidad de la información de las
empresas comerciales que dominan al espectro de la comunicación. Lo que si hace
falta aquí es una mayor coordinación y una mejor cooperación entre la sociedad civil
de los países ricos y aquel de los países pobres, porque existen todavía grandes
diferencias y malentendidos entre las dos partes que deben integrar esta alianza por el
bien.
Nos urge mencionar e incluir a un factor más que pareciera que no tiene límite ni crisis;
el desarrollo tecnológico, tal vez el fruto más admirable del capitalismo. Los modernos
medios de comunicación digital se han transformado en grandes apoyos para vigilar y
monitorear al imperio donde tan solo cuenta el mundo desleal de la ganancia
individual. Karl Marx ya intuyó la importancia de este factor cuando opinaba que el
mismo avance tecnológico pudiese hacer obsoleto al propio sistema capitalista, para
abrir la posibilidad de otra sociedad más solidaria y más creativa. No necesitamos
compartir el optimismo científico de Marx, tan idóneo del siglo XIX y del capitalismo
mismo, para observar que la misma tecnología digital que infló a la empresa más
influyente y al hombre más rico del mundo, se está transformando en una instancia
crítica de los propios principios del lucro personal y de la propiedad privada. La
tecnología digital, las nuevas TIC, tienen un alto potencial educativo y liberador si se
les implementa al beneficio del bien común de todos.
Estos acontecimientos delinean por su parte los desafíos de nuestros comunicadores.
Ya no podemos contentarnos con una comunicación latinoamericana. Nuestros
comunicadores tendrán que estar en permanente contacto con otros comunicadores
comprometidos en Norte América, Europa, Asia y África, para poder informar a
nuestras poblaciones. Los avances de la comunicación crítica en América Latina nos
imponen otras obligaciones hacia las poblaciones pobres en Asia en África con que
compartamos un sinnúmero de problemas. Cuando sabemos, como indica el filósofo
Jesús Conill, “que toda África no tiene una agencia de información propia, que toda la
información se la hacen otros…ya sabemos qué pasa. … ¿Eso es libertad? ¿Eso es
justicia del orden mediático?” Hasta ahí tiene que llegar la función pública de la ética
de la comunicación propone Conill. Y hasta ahí tiene que llegar nuestra solidaridad.
Para la gente de buena voluntad y para los cristianos se presente la tarea de moldear
otro sistema de la economía y de las finanzas que se rige por principios del bien
común y de la solidaridad entre las poblaciones y las naciones.
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